viernes, 28 de septiembre de 2018

LOS SUCESORES POSTCRISTIANOS DE LOS MISTERIOS

            
Se habían extinguido los misterios eleusinos. Sin embargo, legaron ellos sus principales características a la escuela neoplatónica de Amonio Saccas, cuyo sistema ecléctico estaba caracterizado por la teurgia y el éxtasis. Jámblico añadió la doctrina egipcia de la teurgia con sus prácticas; y el judío Porfirio se opuso a este nuevo elemento. Pero la escuela neoplatónica, con pocas excepciones, practicó el ascetismo y la contemplación, y sus místicos se sometían a disciplina tan rigurosa como la de los devotos hindúes. Sus esfuerzos no tenían por objeto lograr éxito en las prácticas de taumaturgia, nigromancia o hechicería de que hoy se les acusa, sino desenvolver las facultades superiores del hombre interno o Ego espiritual, La escuela sostenía que un cierto número de espíritus, moradores en esferas completamente independientes de la tierra y del ciclo humano, eran mediadores entre los “dioses” y los hombres, y entre el hombre y el Alma suprema. Para decirlo llanamente, el alma humana, con la ayuda de los espíritus planetarios, llegaba a ser “recipiente del Alma del mundo”, como dice Emerson. Apolonio de Tyana demostró estar en posesión de semejante facultad con estas palabras (citas por Wilder en su obra Neoplatonismo y Alquimia) :
            
Puedo ver el presente y el porvenir como en claro espejo. El sabio [adepto] no predice las plagas y epidemias por las emanaciones del suelo y la corrupción del aire. Las conoce después de Dios, pero antes que las gentes. Los theoi o dioses ven lo futuro; los hombres vulgares lo presente; los sabios lo que va a suceder. La austeridad de mi vida me produce tal agudeza de sentidos, que equivale a una nueva facultad mediante la cual pueden llevarse a efecto señaladas acciones.
            
Wilder pone a estas palabras el siguiente notable comentario:
            
Esto es lo que podemos llamar fotografía espiritual. El alma es la cámara en que igualmente se fijan los sucesos futuros, pasados y presentes; y el entendimiento llega a tener conciencia de ello. Más allá de nuestro limitado mundo, todo ocurre en un día y es un estado, porque lo pasado y lo futuro están comprendidos en lo presente. Probablemente éste es el “gran día”, el “último día”, el “día del Señor” a que se refieren los autores bíblicos, el día en que pasamos por la muerte o el éxtasis. Entonces el alma se liberta del impedimento corporal y su más noble parte se une a la naturaleza superior y participa de la sabiduría y previsión de los seres elevados.
            
Que el sistema de los neoplatónicos era idéntico al de los vedantinos lo demuestra Wilder al decir lo siguiente de los teósofos alejandrinos:
            
La idea capital de los neoplatónicos era la de una suprema y única Esencia... Todas las filosofías antiguas enseñaban que los dioses o dispensadores (.....) theoi, ángeles, demonios y otros agentes espirituales, emanaron del supremo Ser. Amonio aceptó la doctrina de los libros de Hermes, según la cual, del divino Todo procedió la sabiduría divina o Amun; que de la sabiduría procedió el demiurgos o Creador; y del Creador los espíritus subalternos, quedando en último término de procedencia los mundos y sus habitantes. El primero está contenido en el segundo, el primero y segundo en el tercero, y así hasta el fin de la serie.
            
Esto es eco fiel de la creencia vedantina, y se deriva directamente de las secretas enseñanzas orientales.
            
El mismo autor dice:
            
Parentesco con esta doctrina tiene la cábala judía enseñada por los fariseos o pharsis y tomada probablemente de los magos persas, como la denominación de la secta hebrea parece indicar. Está ella substancialmente compendiada en la siguiente sinopsis:
            
El Divino Ser es el Todo, la fuente de toda existencia, lo Infinito. Es agnoscible. El Universo lo revela y por Él subsiste. En el principio, Su efulgencia difundióse por doquiera.
            
De tiempo en tiempo se retira dentro de Sí mismo, y de este modo forma en Su torno un espacio vacío al que transmite Su primera emanación, un rayo que contiene el poder generador y conceptivo. De aquí se deriva el nombre de IE, o Jah. El rayo produce a su vez el tikkun, el arquetipo o idea de la forma; y en esta emanación están contenidos macho y hembra, o sean las potencias generadora y conceptiva. De aquí provienen las tres primarias fuerzas: la luz, el Espíritu y la Vida. El arquetipo se une al rayo o primera emanación, y queda penetrado por él. Por esta unión se relaciona perfectamente el modelo con su infinita fuente. El modelo es el primer hombre, el Adam Kadmon, el macrocosmos de Pitágoras y otros filósofos. De él procedieron los Sephiroth... De los Sephiroth emanaron a su vez los cuatro mundos, cada uno de los cuales emanó del inmediato precedente, y el inferior envolvió al superior. Estos mundos son menos puros, según descienden en la escala; y el ínfimo es el mundo material.
            
Esta velada exposición de las Enseñanzas Secretas aparecerá por esta vez clara a nuestros lectores. Los mundos mencionados son:
            
El primero, Aziluth, está poblado por emanaciones purísimas [la primera y casi espiritual raza humana]. El segundo, Beriah, por un orden inferior, siervo del primero [segunda raza]. El tercero, Jesirah, por los querubines y serafines, los Elohim y B’ni-Elohim [Hijos de los dioses o Elohim, nuestra tercera raza]. El cuarto, Asiah, por los Klipputh, cuyo jefe es Belial [hechiceros atlantes].
            
Estos mundos son desdoblamiento terrenal de su celeste prototipo; perecederas y temporáneas sombras y reflejos de las perdurables si no  eternas razas que moran en los mundos para nosotros invisibles. De estos cuatro mundos (razas raíces) que nos precedieron, se derivan los elementos de las almas de los hombres de nuestra quinta raza, a saber: el intelecto, Manas o quinto principio, las pasiones y los apetitos mentales y corporales. Entre los mundos prototípicos surgió un conflicto llamado “la guerra en el cielo”; y muchos eones más tarde suscitóse nuevamente esta lucha entre los atlantes de asiah, y los de la tercera raza razís, B’ni-Elohim o Hijos de Dios. Entonces se recrudecieron el mal y la flaqueza humana, porque en la última subraza de la tercera raza, según dice el Zohar:
            
Los hombres pecaron en su primer padre, de cuya alma emanaron las de todos los hombres; y por el pecado fueron “desterrados” a cuerpos más materiales, a fin de que expiaran la culpa y llegasen a ser excelentes en bondad.
            
La Doctrina Secreta dice que fue para cumplir el ciclo de necesidad y progresar en la obra de la evolución, de que nadie se exime ni por muerte natural ni por suicidio; pues todos hemos de atravesar el “valle de los abrojos” antes de entrar en las planicies de la divina luz y descanso. Y así los hombres seguirán renaciendo en nuevos cuerpos.
hasta que sean lo suficientemente puros para pasar a superior forma de existencia.
            
Esto significa que desde la primera hasta la séptima raza constituye el género humano la misma compañía de actores que han descendido de las altas esferas para llevar a cabo una excursión artística en este planeta. Emanados como espíritus puros, descendimos al mundo para adquirir el conocimiento de la verdad (ahora débilmente revelada por la Doctrina Secreta) en nosotros inherente; y la ley cíclica nos llevó hacia la invertida cúspide de la materia, cuyo fondo ya hemos transpuesto. La misma ley de gravedad espiritual nos impelerá lentamente hacia esferas mucho más puras y elevadas que las de partida.
            
La previsión, las profecías y los oráculos son ilusorias fantasías para el hombre sordo a las percepciones, que ve imágenes reales en los reflejos y sombras, y confunde pasados sucesos con visiones proféticas de un porvenir que no tiene asiento en la eternidad. El macrocosmos y el microcosmos repiten la misma serie de sucesos universales e individuales en cada estación, como en cada escenario a donde el karma los conduce para representar sus respectivos dramas. No habría falsos profetas si no los hubiese verdaderos, y así en toda época los hubo de ambos linajes; pero ni unos ni otros vieron nada que antes no sucediera ya, y hubiera sido representado prototípicamente en altas esferas (si lo vaticinado se refería a dichas o infortunios colectivos), o en alguna vida precedente, si concernía tan sólo a un individuo; pues todo suceso está estampado como indeleble memoria de lo que fue y de lo que ha de ser, que en suma es lo siempre presente en la eternidad. Los “mundos” y las purificaciones, de que tratan el Zohar y otros libros cabalísticos, tanto se refieren a nuestro globo y nuestras razas, como otros globos y razas que lo precedieron en el ciclo grande. En los misterios se representaban alegóricamente estas verdades fundamentales; y el epílogo del drama era la anastasis o “existencia continuada”, así como también la “transformación del alma”.
            
El autor de Neoplatonismo y Alquimia indica que las doctrinas eclécticas se reflejan en las Epístolas de San Pablo, y que:

Se propagaron con más o menos intensidad por las iglesias. De aquí pasajes como el siguiente: “Estabais muertos en el error y el pecado; caminabais según el eón de este mundo, según el archon que domina el aire”. Nosotros no luchamos contra la carne ni contra la sangre, sino contra las dominaciones, contra las potestades, contra los señores de las tinieblas y los maliciosos espíritus de las religiones empíreas”. Pero Pablo fue evidentemente hostil al esfuerzo intentado, según parece en Éfeso, de mezclar el Evangelio con las ideas gnósticas de la escuela hebreo-egipcia. De conformidad con su opinión escribía a Timoteo su discípulo predilecto: “Conserva incólume la preciosa carga que te he confiado; y repudia las nuevas doctrinas y los antagónicos principios de la falsamente llamada gnosis, la cual profesan algunos y se desvían de la fe”.
            
Pero como la Gnosis es la ciencia del Yo superior, y la fe ciega es cuestión de temperamento y emotividad; y como la doctrina de Pablo era aún más moderna, y sus interpretaciones estaban mucho más tupidamente veladas que las de los gnósticos para ocultar las verdades internas, prefirieron las ideas gnósticas algunos ardientes investigadores de la verdad.
            
Por otra parte, en la época de los Apóstoles, profesaban la llamada “falsa Gnosis”, muchos maestros de tan profundo saber como cualquier rabino converso. Si el judío Malek, que tomó el nombre de Porfirio al convertirse, combatió la teurgia apoyado en viejas tradiciones, hubo otros instructores como Plotino, Jámblico y Proclo, que la practicaron. Proclo "“esumió en un sistema completo, la teosofía y teurgia de sus predecesores"”.
            
Respecto de Amonio, dice el mismo autor que “apoyado por Clemente de Alejandría y Atenágoras, y por varones muy doctos de la Sinagoga, la Academia y otros, cumplió su tarea enseñando una doctrina común a todos”.
            
Así, pues, ni el judaísmo ni el cristianismo refundieron la antigua sabiduría pagana; sino que más bien esta última puso su freno gentil, lenta e insensiblemente, a la nueva fe; y ésta, además, recibió la intensa influencia del sistema teosófico ecléctico, directamente emanado de la Religión de la Sabiduría. Del neoplatonismo proviene todo cuanto de grande y noble hay en la teología cristiana. De sobra se sabe, para que necesitemos repetirlo; que Amonio Saccas, “el enseñado por Dios” y “amante de la verdad”, fundó su escuela con propósito de beneficiar al mundo con la enseñanza de aquellas partes de la Doctrina Secreta cuya revelación permitían entonces los guardianes de ella. El moderno movimiento de nuestra Sociedad Teosófica, tuvo los mismos comienzos. Porque la escuela neoplatónica de Amonio aspiraba, como nosotros, a la reconciliación de todas las sectas y pueblos, bajo la común fe de la edad de oro; tratando para ello de disuadir a las gentes de su intransigencia (al menos en materias religiosas), probando que todas las creencias se derivan más o menos directamente de su primitiva madre común, la Religión de la Sabiduría.
            
El sistema teosófico ecléctico no es exclusivo del siglo III de la era cristiana, como han supuesto algunos autores inspirados por Roma; sino que data de época muy anterior, según demuestra Diógenes Laercio. Éste lo remonta a los comienzos de la dinastía prolemaica; al tiempo del gran vidente y profeta egipcio Pot-Amun, sacerdote del dios de ese nombre, porque Amun era el dios de la Sabiduría. Hasta aquel día no había cesado la comunicación entre los adeptos de la India superior y la Bactriana, con los filósofos occidentales.
            
En el reinado de Ptolomeo Filadelfo... los maestros hebreos emulaban a los rabinos del colegio de Babilonia. Los sistemas buddhista, vedantino y mágico, se enseñaban al par de las filosofías de Grecia... El judío Aristóbulo decía que la ética de Aristóteles estaba tomada de la ley de Moisés (!); y Filón trató de interpretar el Pentateuco de conformidad con las doctrinas de Pitágoras y de la Academia. Afirma Josefo que Moisés escribió el Génesis en estilo alegórico, y que los esenios del Carmelo fueron reproducidos en los terapeutas de Egipto, a quienes Eusebio equipara con los cristianos, aunque ya existían mucho antes de la era cristiana. También se enseñaba el cristianismo en Alejandría y a su vez sufrió análoga metamorfosis. Panteno, Atenágoras y Clemente aprendieron la filosofía platónica, y echaron de ver su esencial unidad con los sistemas orientales.
            
Aunque Amonio fue hijo de padres cristianos, amaba la verdad sobre todo y fue un verdadero filaleteo. Quiso él armonizar los diferentes sistemas, porque ya advertía la propensión del cristianismo a levantarse sobre las ruinas de los demás credos. El historiador eclesiástico Mosheim dice a este propósito.
            
Viendo Amonio que no sólo los filósofos griegos, sino también los de las naciones extranjeras, coincidían en los puntos esenciales de sus respectivas doctrinas acometió la empresa de exponer los principios de las diversas sectas, de modo que se evidenciase su común derivación de una misma fuente y que todas se encaminaban al mismo fin. Según dice además Mosheim, Amonio enseñó que la religión de las gentes iba paralela con la filosofía, y que la corrupción de una contagiaba a la otra con supersticiones y conceptos puramente humanos; debiendo, por tanto, restituirla a su original pureza purgándola de escorias y por la exposición de principios filosóficos como fundamento; pues el capital pensamiento de Cristo había sido restaurar en su prístina integridad la Sabiduría antigua.
            
Pero ¿cuál era esta “Sabiduría antigua” que el fundador del cristianismo tuvo en su pensamiento? El sistema que Amonio enseñaba en su escuela de Teosofía ecléctica, estaba constituido por las migas del saber antediluviano que se permitió recoger. Las enseñanzas neoplatónicas están descritas del modo siguiente en la Enciclopedia de Edimburgo:
            
Amonio adoptó las doctrinaspredominantes en Egipto sobre Dios y el Universo, considerados como un gran conjunto; sobre la eternidad del mundo, la naturaleza de las almas, los efectos de la Providencia [Karma] y el gobierno del mundo por los demonios [espíritus]. Estableció asimismo un sistema de disciplina moral que permitía a las gentes vivir con arreglo a las leyes de su respectivo país y los dictados de la naturaleza; pero exigiendo del sabio la exaltación de la mente por medio de ejercicios contemplativos y la mortificación del cuerpo para que fuesen capaces de gozar la presencia y auxilio de los demonios, [incluso su propio daimon o séptimo principio] y de ascender después de la muerte hasta el Padre supremo. A fin de conciliar las religiones populares, y particularmente la cristiana, con su nuevo sistema, presentó alegóricamente la historia de los dioses paganos, sosteniendo que eran tan sólo mensajeros celestes  a quienes se debía tributar un menor grado de adoración. Reconocía además, que Jesús fue un grande hombre y amigo de Dios, pero decía que su propósito no atendía a la abrogación delculto de los demonios (18), sino a purificar la antigua religión.
            
Nada más puede decirse, a no ser a los iniciados filaleteos “debidamente instruidos y disciplinados”, a quienes Amonio comunicó sus más importantes doctrinas, obligándoles con juramento al sigilo, como antes habían hecho Zoroastro y Pitágoras, y en los Misterios [donde se exigía de los neófitos o catecúmenos juramento de no divulgar lo aprendido]. El gran Pitágoras diviía sus enseñanzas en exotéricas y esotéricas.
            
¿No hizo lo mismo Jesús, puesto que reservó para sus discípulos los misterios del reino de los cielos, mientras que hablaba a las multitudes en parábolas de doble significado?
            
Sigue diciendo Wilder:
            
Así halló Amonio la obra preparada. Su profunda intuición espiritual, su vasta erudición, y su amistad con cristianos como Panteno, Clemente y Atenágoras, y con los más doctos filósofos de su tiempo, le invitaban a emprender la tarea que tan cumplidamente llevó a cabo... Los resultados de su ministerio se advierten aún hoy día en la cristiandad; porque todos los sistemas doctrinales llevan la huella de sus manos. Todas las filosofías antiguas han tenido sus partidarios entre los modernos; y aun el judaísmo, la más antigua de todas, ha sufrido cambios determinados por las enseñanzas del gran theodidaktos alejandrino.
            
En la escuela neoplatónica de Alejandría, fundada por Amonio (y que se propone como prototipo a la Sociedad Teosófica), se enseñaba teurgia y magia, como las habían enseñado Pitágoras y otros antes de él; pues, según dice proclo, de las doctrinas de Orfeo, natural de la India y emigrado a Grecia, se derivaron todos los sistemas posteriores.
            
Pitágoras aprendió en los misterios órficos lo que Orfeo enseñaba bajo alegtorías ocultas; y Platón tuvo perfecto conocimiento de todo ello gracias a los escritos de Orfeo y Pitágoras .
            
Los filaleteos se clasificaban en neófitos e iniciados; y el sistema ecléctico estaba basado en tres principios fundamentales de puro carácter vedantino, a saber: una Esencia suprema, única y universal; la eternidad e indivisibilidad del humano espíritu; y la teurgia, que es el empleo de los mantrams. Según hemos visto, tenían los filaleteos enseñanzas secretas o esotéricas como las demás escuelas místicas; y del mismo modo que los iniciados en los misterios, juraban guardar sigilo acerca de los dogmas ocultos, con la única diferencia de que entre los iniciados en los misterios, eran más terribles las penas impuestas al perjuro. Esta prohibición subsiste todavía no sólo en la India, sino entre los cabalistas judíos de Asia.
            
Uno de los motivos de tal sigilo debieron de ser las verdaderamente graves dificultades y fatigas del discipulado, y los peligros propios de la iniciación. El candidato moderno, como su predecesor de la antigüedad, ha de vencer o morir; si, lo que todavía es peor, no pierde el juicio. Sin embargo, ningún peligro hay para el que verídico, sincero y sobre todo altruísta, está preparado a afrontar las tentaciones, de antemano:
            
Quien plenamente reconocía el poder de su espíritu inmortal y ni por un instante dudaba de su omnipotente protección, no tenía que temer. Pero ¡ay! Del candidato a quien el más leve temor físico, enfermiza criatura material, le hacía perder la fe en su invulnerabilidad. Sentenciado quedaba el que no tenía entera confianza en su fuerza moral, para aceptar la carga de estos terribles secretos.
            
En las iniciaciones neoplatónicas no había tales peligros. El egoísta y el inepto fracasaban en su propósito, y el fracaso era su castigo. Era el capital objeto: “La unión de la parte con el Todo”. El Todo era Uno, con innumerables nombres; pues aunque los arios le llamaban Dui, “el brillante Señor de los cielos”; los caldeos y cabalistas, Iao; los samaritanos, Iabe; los escandinavos, Tuisco o Tiu; los bretones, Duw; los griegos, Zeus; y los romanos, Júpiter, es el Ser, el Hacedor único y supremo, la inderivada e inagotable fuente de toda emanación, el eterno manantial de la vida, el inextinguible foco de luz eterna del que cada uno de nosotros lleva un rayo en la tierra. Estos misterios, así como las reglas y métodos para producir el éxtasis, habían llegado a los neoplatónicos desde la India por conducto de Pitágoras y posteriormente por el de Apolonio de Tyana. La divina Vidyâ o Gnosis tenía su brillante foco en Âryavarta, a donde desde el principio de los tiempos habían afluido los ígneos chorros de la Divina Sabiduría, hasta llegar a ser el centro del cual irradiaban por el mundo las "“enguas de fuego"” El samâdhi no es más que el sublime éxtasis o estado en que, como dice Porfirio, se nos revelan las cosas divinas y los misterios de la Naturaleza; el efluvio del alma divina que se comunica sin reservas al humano espíritu, el que realiza de este modo su unión con la Divinidad, capacitando al que habita en el cuerpo, para participar de la vida que no está en el cuerpo.
            
Así se enseñaban con el título de magia, todas las ciencias físicas y metafísicas, naturales o aquellas que consideran sobrenaturales los que ignoran la omnipresencia y la universalidad de la Naturaleza. “La magia divina convierte al hombre en Dios; la magia humana crea un nuevo diablo”.
            
Dijimos en Isis sin Velo:
            
En los Vedas y las Leyes de Manu, los documentos más antiguos del mundo, vemos que los brahmanes practicaban y permitían muchos ritos mágicos. En el Tíbet, Japón y China, se enseña hoy día lo mismo que enseñaron los antiguos caldeos. Los sacerdotes de estos países prueban además lo que enseñan; esto es, que la austeidad física y la pureza moral, vigorizan la facultad anímica de la autoiluminación que, al conceder al hombre el dominio de su espíritu inmortal, le da también potestad mágica en verdad, sobre los espíritus elementales inferiores a él. En Occidente hallamos magia tan antigua como en Oriente. Los druidas de la Gran Bretaña la practicaban en las silentes criptas de sus profundas cavernas; y Plinio dedica más de un capítulo a la “sabiduría” de los caudillos celtas. Los semotis o druidas gálicos enseñaban ciencias físicas y espirituales y exponían los secretos del universo, el armónico movimiento de los cuerpos celestes, la formación de la tierra y, sobre todo, la inmortalidad del alma. En sus sagrados bosques, semejantes a naturales academias edificadas por el invisible Arquitecto, se reunían los iniciados a la silenciosa hora de la media noche, para aprender el pasado y el porvenir del hombre. No necesitaban luz artificial para alumbrar sus templos, porque la casta diosa de la noche enviaba sus plateados rayos sobre las cabezas ceñidas de roble; y los bardos de blancas vestiduras, sabían conversar con la solitaria reina de la bóveda estrellada.
            
En los gloriosos días del neoplatonismo, ya no existían los bardos, porque pasdo estaba su ciclo, y los últimos druidas habían perecido en Bibractis y Alesia. Pero la escuela neoplatónica se mantuvo floreciente, poderosa y próspera durante largo tiempo. Sin embargo, al adoptar la sabiduría aria en sus doctrinas, fracasó en la práctica de la sabiduría de los brahmanes. El neoplatonismo mostró muy abiertamente su superioridad moral e intelectual, atendiendo demasiado a las grandezas y pompas de la tierra. Mientras los brahmanes y sus grandes yoguis, expertos en materias de filosofía, metafísica, astronomía, moral y religión, se mantenían apartados del mundo y de los príncipes, de quienes no solicitaban el más ligero favor (30), los emperadores Alejandro Severo y Juliano y la mayor parte de los aristócratas y cortesanos profesaron los dogmas de los neoplatónicos, que vivían libremente en el mundo. El sistema prevaleció durante algunos siglos, contando entre sus partidarios a los más conspicuos e instruidos hombres de la época. Hipatia, maestra del obispo Sinesio, fue ornamento de la escuela hasta el fatífico y vergonzoso día en que la asesinaron las turbas cristianas a instigación del obispo Cirilo de Alejandría. La escuela se trasladó por último a Atenas, en donde la mandó cerrar el emperador Justiniano.
            
Wilder observa muy acertadamente que “los modernos comentadores de los textos neoplatónicos raras veces los interpretan correctamente, aunque lo pretendan así”.
            
Las pocas especulaciones que los neoplatónicos dejaron escritas acerca de los universos sublunar, material y espiritual, no permiten que la posteridad los juzgue rectamente, aunque los primitivos cristianos, los últimos cruzados y los fanáticos de la Edad Media, no hubiesen destruido las tres cuartas partes de lo que quedaba de la biblioteca de Alejandría y de sus escuelas póstumas.
            
Afirma Draper que sólo el cardenal Cisneros “mandó quemar en las plazas públicas de Granada ochenta mil manuscritos árabes, en su mayor parte traducciones de autores clásicos”.
            
En la biblioteca del Vaticano hay muy raros y preciosos tratados antiguos, con pasajes enteros raspados y tachados, para “interpolar en ellos absurdas salmodias”. Se sabe, además, que unos treinta y seis volúmenes de Porfirio fueron arrojados a las llamas o destruidos por los “Padres” de la Iglesia. Casi todo lo poco que se conoce de las doctrinas neoplatónicas, se halla en las obras de Plotino y de los mismos Padres de la Iglesia.
            
Dice el autor de Neoplatonismo y Alquimia:
            
Lo que Platón respecto de Sócrates y el apóstol San Juan respecto de Jesús, fue Plotino respecto de Amonio. A Plotino, Orígenes y Longino debemos lo que conocemos del sistema filaleteano, cuyos partidarios fueron sin duda instruidos, iniciados y adeptos de las doctrinas internas.
            
Esto indica muy bien porqué Orígenes llama “idiotas” a las gentes que creen en el Paraíso terrenal y en los mitos de Adán y Eva; como también que sean tan pocas las obras que de este Padre de la Iglesia han llegado hasta nosotros. Entre el Obligado sigilo, el voto de silencio, y lo que la malicia destruyó por insanos medios, es verdaderamente milagroso que se haya conservado tanto de los principios filaleteos.

D.S TV


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