jueves, 23 de junio de 2016

EVIDENCIA CIENTÍFICA Y ESOTÉRICA DE LA TEORÍA NEBULAR MODERNA Y OBJECIONES A LA MISMA

 

            
En los últimos tiempos se ha puesto con frecuencia frente a la Cosmogonía Esotérica el fantasma de esta teoría y sus hipótesis consiguientes. “¿Puede negarse por vuestros Adeptos esta teoría tan científica?” -se nos pregunta-. “No por completo -contestamos-, pero lo que los mismos hombres de ciencia admiten, la mata; y no queda nada que negar a los Adeptos”.
            
El hacer de la Ciencia un todo integral necesita, a la verdad, el estudio de la naturaleza espiritual y psíquica, tanto como de la física. De otro modo, resultará siempre como con la anatomía del hombre, discutida desde antiguo por el profano desde el punto de vista superficial, y en la ignorancia de la obra interna. Hasta el mismo Platón, el más grande de los filósofos de su país, fue culpable, antes de su Iniciación, de afirmaciones tales como la de que los líquidos pasan al estómago por los pulmones. Sin la metafísica, como dice Mr. H. J. Slack, la verdadera Ciencia es inadmisible.
            
La nebulosa existe; sin embargo, la Teoría Nebular es errónea. Una nebulosa existe en un estado de disociación elemental completa. Es gaseosa (y algo distinto, además, que no puede relacionarse con los gases tales como la ciencia física los conoce); y es luminosa por sí misma. Pero esto es todo. Las sesenta y dos “coincidencias” enumeradas por el profesor Stephen Alexander, confirmando la Teoría Nebular, pueden explicarse todas por la Ciencia Esotérica; aunque, como no es ésta una obra astronómica, no se intenta ahora refutarlas. Laplace y Faye se aproximan más que nadie a la teoría correcta; pero poco queda de las especulaciones de Laplace en la teoría actual, salvo sus rasgos generales.
            
Sin embargo, John Stuart Mill dice:

            
No hay en la teoría de Laplace nada que sea hipotético; es un ejemplo de legítimo razonamiento del efecto presente a su causa pasada; sólo presupone que los objetos que realmente existen, obedecen las leyes a que se sabe obedecen todos los objetos terrestres que se les asemejan.

            
Tratándose de un lógico tan eminente como Mill, este razonamiento sería valioso si pudiera probarse que “los objetos terrenos que se asemejan” a los celestes, a la distancia a que están las nebulosas, se parecen en realidad a aquellos objetos y no sólo en la apariencia.
            
Otra de las falacias que, desde el punto de vista oculto, se incorporó a la teoría moderna, tal como ahora se presenta, es la hipótesis de que todos los Planetas se hayan desprendido del Sol; que sean hueso de sus huesos y carne de su carne; pues el Sol y los Planetas son sólo hermanos couterinos, que tienen el mismo origen nebular, pero de un modo distinto del postulado por la Astronomía moderna.
            
Las muchas objeciones presentadas por algunos adversarios de la Teoría Nebular moderna contra la homogeneidad de la Materia original difusa, basada en la uniformidad de la composición de las Estrellas fijas, no afectan en modo alguno a la cuestión de esa homogeneidad, sino tan sólo a la teoría en sí. Nuestra nebulosa solar puede no ser completamente homogénea, o más bien, puede que no se revele así a los astrónomos, y sin embargo, ser defacto homogénea. Las Estrellas difieren en sus materiales constituyentes, y hasta exhiben elementos por completo desconocidos en la Tierra; no obstante, esto no afecta al punto de que la Materia Primordial -la Materia tal como apareció justamente en su primera diferenciación procedente de su condición laya - es todavía hasta hoy homogénea, a inmensas distancias, en las profundidades de la infinitud, y también en puntos no muy lejanos de los confines de nuestro Sistema Solar.
            
Finalmente, no existe un solo hecho presentado por los sabios contrarios a la Teoría Nebular (falsa como ella es, y por tanto fatal, bastante ilógicamente, a la hipótesis de la homogeneidad de la Materia) que pueda resistir a la crítica. Un error conduce a otro. Una falsa premisa conducirá naturalmente a una falsa conclusión, aun cuando una inferencia inadmisible no afecta necesariamente la validez de la proposición mayor del silogismo. Así pues, pueden dejarse a un lado los aspectos e inferencias secundarias de las pruebas del espectro y las líneas, como simplemente provisionales por ahora, y abandonar toda cuestión de detalle a la ciencia física. El deber del ocultista se refiere al Alma y Espíritu del Espacio Cósmico, no tan sólo a su apariencia y modo de ser ilusorios. El de la ciencia física consiste en analizar y estudiar su cáscara - la Última Thule del Universo y del Hombre, en opinión de los materialistas.
            
Con estos últimos, el Ocultismo no tiene nada que ver. sólo con las teorías de hombres de saber tales como Kepler, Kant, Oersted y Sir William Herschel, que creían en un Mundo Espiritual, puede la Cosmogonía Oculta entenderse e intentar un acuerdo satisfactorio. Pero las ideas de aquellos físicos difieren enormemente de las últimas especulaciones modernas. Kant y Herschel especulaban sobre el origen y último destino del Universo, así como de su aspecto presente, desde un punto de vista mucho más filosófico y psíquico; mientras que la Astronomía y la Cosmología modernas repudian ahora todo lo que sea investigar los misterios del Ser. El resultado es el que era de esperar: fracaso completo y contradicciones inextricables en las mil y una variedades de las llamadas teorías científicas, sucediendo con esta teoría lo que con todas las demás.
            
La hipótesis nebular, que envuelve la teoría de la existencia de una Materia Primordial, difundida en condición nebulosa, no es de fecha moderna en Astronomía, como todo el mundo sabe. Anaxímenes, de la escuela jónica, había ya enseñado que los cuerpos siderales se formaban por la condensación progresiva de una Materia Primordial progénita, que tenía un peso casi negativo, y estaba difundida por el Espacio en una condición extremadamente sublimada.
            
Tycho Brahe, que consideraba a la Vía Láctea como una substancia etérea, creyó que la nueva estrella que apareció en Casiopea en 1572 se había formado con aquella Materia. Kepler creía que la estrella de 1606 se había también formado con la substancia etérea que llena el Universo. Atribuía él a ese mismo éter la aparición de un anillo luminoso alrededor de la Luna, durante el eclipse total de Sol observado en Nápoles en 1605. Más tarde aún, en 1714, fue reconocida por Halley la existencia de una Materia luminosa por sí, en el Philosophical Transactions. Por último, el periódico de este nombre publicaba en 1811 la famosa hipótesis del eminente astrónomo Sir William Herschel sobre la transformación de las nebulosas en estrellas, y después de esto fue aceptada la Teoría Nebular por las Reales Academias.
            
En Five Years of Theosophy, en la pág. 245, puede leerse un artículo titulado: ¿Niegan los Adeptos la Teoría Nebular?. La contestación que allí se da es como sigue:
            
No; no niegan sus proposiciones generales, ni las verdades aproximadas de las hipótesis científicas. Sólo niegan que las presentes teorías sean completas, así como que sean enteramente erróneas las muchas que hoy se llaman viejas teorías “arrinconadas”, que, en el último siglo, se siguieron unas a otras con tanta rapidez.
            
Se dijo entonces que esto era “una contestación evasiva”. se argüía que semejante falta de respeto a la Ciencia oficial debe justificarse substituyendo la especulación ortodoxa por otra teoría más completa y más sólidamente fundada. A esto sólo hay una contestación: Es inútil dar teorías aisladas respecto de materias que se hallan comprendidas en un sistema consecutivo completo; pues al ser separadas del cuerpo principal de enseñanza, perderían necesariamente su coherencia vital, y nada bueno resultaría de su estudio independiente. Para que sea posible apreciar y aceptar las ideas ocultas sobre la Teoría Nebular, hay que estudiar todo el sistema cosmogónico esotérico. Y no ha llegado aún el tiempo en que se pueda pedir a los astrónomos que acepten a Fohat y a los Constructores Divinos. Hasta las suposiciones innegablemente correctas de Sir William Herschel, que nada tenían de “sobrenatural” en sí en cuanto a llamar al Sol “un globo de fuego”, quizás metafóricamente, y sus primeras especulaciones sobre la naturaleza de lo que ahora se llama la Teoría de la Hoja de Sauce de Nasmyth, sólo dio por resultado que el más eminente de todos los astrónomos fuese ridiculizado por sus colegas mucho menos notorios, que veían y ven hoy en sus ideas “teorías puramente imaginarias y caprichosas”. Antes que se pudiera revelar a los astrónomos todo el Sistema Esotérico, y que pudiesen apreciarlo, tendrían estos primero que volver, no sólo a las “ideas anticuadas” de Herschel, sino también a los sueños de los más antiguos astrónomos indos, abandonando así sus propias teorías, que no son menos “caprichosas” por haber aparecido ochenta años después que las primeras y varios miles de años más tarde que las segundas. Principalmente tendrían que repudiar sus ideas sobre la solidez e incandescencia del Sol; pues si bien es innegable que el Sol “resplandece”, no por eso “arde”. Por otro lado, los ocultistas declaran respecto a las “hojas de sauce” que esos “objetos” -como los llama Sir William Herschel-  son las fuentes inmediatas del calor y de la luz solar. Y aun cuando la Enseñanza Esotérica no considera a éstas como él lo hizo -esto es, como “organismos” de la naturaleza de la vida, pues los “Seres” Solares no se ponen ciertamente dentro del foco telescópico-, sin embargo, asegura que todo el Universo está lleno de tales “organismos” conscientes y activos, con arreglo a la proximidad o distancia de sus planos a nuestro plano de conciencia; y finalmente, que el gran astrónomo tenía razón cuando especulaba sobre los supuestos “organismos”, diciendo que “no sabemos que la acción vital sea incompetente para desarrollar a la vez el calor, la luz y la electricidad”. 

Pues los ocultistas, a riesgo de que se rían de ellos todos los físicos del mundo, sostienen que todas las “Fuerzas” de los científicos tienen su origen en el Principio Vital, la Vida Una colectiva de nuestro Sistema Solar -siendo esa “Vida” una parte, o más bien, uno de los aspectos de la VIDA Una Universal.
            
Por tanto, nosotros podemos -como en el artículo en cuestión, en donde, bajo la autoridad de los Adeptos, se sostenía que “es suficiente hacer un resumen de lo que ignoran los físicos acerca del Sol”- podemos, repito, definir nuestra posición respecto a la Teoría Nebular moderna y sus evidentes errores con sólo señalar hechos diametralmente opuestos a la misma en su forma presente. Y para principiar preguntamos: ¿qué es lo que enseña?
            
Resumiendo las hipótesis mencionadas, se hace evidente que la teoría de Laplace, ahora desfigurada además por completo, no fue afortunada. En primer lugar, presupone él a la Materia Cósmica existiendo en un estado de nebulosidad difusa, “tan sutil, que su presencia pudiera apenas haber sido sospechada”. No intentó él penetrar en el Arcano del Ser, excepto en lo que se refiere a la inmediata evolución de nuestro pequeño sistema Solar.
            
Por consiguiente, ya se acepte o se rechace su teoría en lo que concierne a los problemas cosmológicos inmediatos presentados para solución, no puede decirse otra cosa sino que ha hecho retroceder el misterio algo más lejos. A las eternas preguntas: “¿De dónde viene la Materia misma?; ¿de dónde el impulso evolutivo que determina sus agregaciones y disoluciones cíclicas?; ¿de dónde la simetría y orden exquisitos con que se agrupan y ordenan los mismos Átomos primordiales?”, no intenta Laplace contestación alguna. Todo lo que nos presenta se reduce a un bosquejo de los amplios principios probables en que se supone se basa el proceso actual. Pero ¿qué nota es esa, tan celebrada ahora, sobre ese proceso? ¿Qué es lo que ha expuesto tan maravillosamente nuevo y original para que su fundamento sirva en todo caso de base para la Teoría Nebular moderna? He aquí lo que se puede sacar de lo que dicen varias obras astonómicas.
            
Laplace pensaba que a consecuencia de la condensación de los átomos de la nebulosa primitiva, y según la ley de la gravedad, la masa entonces gaseosa o quizás parcialmente líquida adquiría un movimiento de rotación. A medida que aumentaba la velocidad de este movimiento, aquélla tomaba la forma de un disco delgado; por último, la fuerza centrífuga dominando a la de cohesión hizo desprender grandes anillos de los bordes de las vortiginosas masas incandescentes, y esos anillos se contrajeron necesariamente por medio de la gravitación, convirtiéndose en cuerpos esféricos (según se ha admitido), los que por necesidad conservarían la órbita previamente ocupada por la zona externa de que se habían separado. La velocidad del borde externo de cada planeta naciente, dice, al exceder la del interno, daba por resultado una rotación sobre su eje. Los cuerpos más densos se desprendían los últimos; y finalmente, durante el estado preliminar de su formación, los orbes nuevamente segregados desprendían a su vez uno o más satélites. Al formular la historia de la ruptura de los anillos y de su formación en planetas, dice Laplace:

            
Casi siempre cada uno de estos anillos de vapores ha debido dividirse en masas numerosas, las que, moviéndose con una velocidad casi uniforme, han debido circular a la misma distancia alrededor del Sol. Estas masas han debido tomar una forma esférica con un movimiento de rotación en la misma dirección que su revolución, puesto que las moléculas internas (las más próximas al Sol), deberían tener menos velocidad real que las exteriores. Ellas han debido formar entonces otros tantos planetas en estado de vapor. Pero si uno de ellos fue suficientemente poderoso para unir sucesivamente por su atracción a todos los demás alrededor de su centro, el anillo de vapores ha debido transformarse de este modo en una sola masa esférica de vapores circulando alrededor del Sol, con un movimiento de rotación en la misma dirección que su revolución. Este último caso ha sido el más común, pero el sistema solar nos presenta el primero, en los cuatro pequeños planetas que se mueven entre Júpiter y Marte.

            
A la vez que habrá pocos que niegan la “magnífica audacia de esta hipótesis”, es imposible no reconocer las dificultades insuperables que la rodean. ¿Por qué, por ejemplo, encontramos que los satélites de Neptuno y Urano desarrollan un movimiento retrógrado? ¿Por qué Venus, a pesar de su mayor proximidad al Sol, es menos denso que la Tierra? ¿Por qué también, estando Urano más distante, es más denso que Saturno? ¿Cómo hay tanta variedad en la inclinación de los ejes y órbitas en la supuesta progenie del orbe central? ¿Cómo se notan tan sorprendentes diferencias en el tamaño de los Planetas? ¿Cómo los satélites de Júpiter son 228 veces más densos que éste, y cómo, por último, permanecen todavía inexplicables los fenómenos de los sistemas de los meteoros y cometas? Citemos las palabras de un Maestro:

            
Ellos (los Adeptos) encuentran que la teoría centrífuga de origen occidental es incapaz de abarcar todos los problemas. Que, por sí sola, no puede ni explicar el aplanamiento de cada esferoide, ni resolver las evidentes dificultades que presenta la densidad relativa de algunos planetas. En efecto, ¿cómo puede ningún cálculo de fuerza centrífuga explicarnos, por ejemplo, por qué Mercurio, cuya rotación, según se nos dice, es sólo “aproximadamente un tercio de la de la Tierra, y su densidad sólo sobre una cuarta parte mayor”, tiene una compresión polar más de diez veces mayor que aquélla? ¿Por qué también Júpiter, cuya rotación ecuatorial se dice que es “veintisiete veces mayor que la de la Tierra, mientras que su densidad es tan  sólo una quinta parte de la de ésta”, ha de tener su compresión polar diecisiete veces mayor? O ¿por qué Saturno, con una velocidad ecuatorial, como fuerza centrífuga con que luchar, cincuenta y cinco veces mayor que la de Mercurio, tiene su depresión polar sólo tres veces mayor que la de éste? Para coronar las anteriores contradicciones, se nos dice que creamos en las Fuerzas Centrales, según la ciencia moderna las enseña, aun cuando se declara que la materia ecuatorial del Sol, con una velocidad centrífuga cuatro veces mayor que la de la  superficie ecuatorial de la Tierra, y sólo con la cuarta parte de la gravitación de la materia ecuatorial, no ha manifestado tendencia alguna o aglomerarse en el ecuador solar, ni ha mostrado el menor aplanamiento en los polos del eje solar. Más claro: ¡el Sol, con sólo una cuarta parte de la densidad terrestre que oponer a los efectos de la fuerza centrífuga, no tiene depresión polar alguna! Esta objeción la vemos hecha por más de un astrónomo, y sin embargo no ha sido nunca explicada satisfactoriamente, al menos que los “Adeptos” sepan.
            
He aquí por qué ellos dicen (los Adeptos) que no sabiendo los grandes hombres científicos de Occidente... nada o casi nada de la materia cometaria, ni de las fuerzas centrífuga y centrípeta, ni de la naturaleza de las nebulosas, ni de la constitución física del Sol, de las Estrellas, ni tan siquiera de la Luna, cometen una imprudencia al hablar tan confiadamente como lo hacen de “la masa central del Sol”, lanzando al espacio planetas, cometas y qué sé yo qué más... Sostenemos que lo que él (el Sol) despide de sí es sólo el principio de vida, el Alma de estos cuerpos, dándolo y recogiéndolo en nuestro pequeño Sistema Solar, como el “dador Universal de Vida...”, en la Infinitud y la Eternidad; que el Sistema Solar es el Microcosmo del Macrocosmo Uno, de la misma manera que es el hombre lo primero con relación a su pequeño Cosmos Solar .
            
El poder esencial de todos los Elementos cósmicos y terrestres para generar dentro de sí mismos una serie de resultados regular y armónica, un encadenamiento de causas y efectos, es una prueba irrefutable de que o bien se hallan animados por una Inteligencia ab extra o abs intra, o la ocultan dentro o detrás del “velo manifestado”. El Ocultismo no niega la certeza del origen mecánico del Universo; sólo sostiene la necesidad absoluta de mecánicos de alguna clase detrás o dentro de aquellos Elementos; un dogma entre nosotros. No es la asistencia fortuita de los Átomos de Lucrecio, como él bien sabía, lo que construyó el Kosmos y todo lo que hay en él. La Naturaleza misma contradice semejante teoría. Al Espacio Celeste, conteniendo una Materia tan atenuada como el Éter, no puede pedírsele, con atracción o sin ella, que explique el movimiento común de las huestes siderales. Aun cuando el acorde perfecto de su inter-revolución indica claramente la presencia de una causa mecánica en la Naturaleza, Newton, que tenía más derecho que ninguno a fiarse de sus deducciones, se vio, sin embargo, obligado a abandonar la idea de llegar a explicar el impulso original dado a los millones de orbes, sólo por medio de las leyes de la Naturaleza conocida y sus Fuerzas materiales. Reconocía él por completo los límites que separan a la acción de las Fuerzas naturales de la de las Inteligencias que ponen en orden y en acción a las leyes inmutables. Y si un Newton tuvo que renunciar a semejante esperanza, ¿cuál de los pigmeos materialistas tiene derecho a decir: “Yo sé más”?
            
Para que una teoría cosmogónica pueda ser completa y comprensible tiene que partir de una Substancia Primordial difundida en todo el Espacio sin límites, de naturaleza intelectual y divina. Esta Substancia debe ser el Alma y el Espíritu, la Síntesis y Séptimo Principio del Kosmos manifestado; y, para servir de Upâdhi espiritual a éste, debe existir el sexto, su vehículo, la Materia Física Primordial, por decirlo así, aunque su naturaleza tenga que escapar por siempre a nuestros sentidos normales limitados. Es fácil para un astrónomo, si está dotado de facultad imaginativa, idear una teoría sobre la emergencia del Universo fuera del Caos, con sólo aplicar a ello los principios de la mecánica. Pero semejante Universo resultará siempre un monstruo de Frankenstein respecto de su creador científico humano; él le conducirá a perplejidades sin fin. La sola aplicación de las leyes mecánicas no puede llevar al especulador más allá del mundo objetivo; ni descubrirá a los hombres el origen y destino final del Kosmos. A esto ha conducido la Teoría Nebular a la Ciencia. De hecho, y en verdad, esta Teoría es la hermana gemela de la del Éter, y ambas son hijas de la necesidad: la una es tan indispensable para explicar la transmisión de la luz, como la otra para demostrar el origen de los Sistemas Solares. La cuestión para la Ciencia es cómo la misma materia homogénea  pudo, obedeciendo a las leyes de Newton, dar nacimiento a cuerpos -el Sol, los Planetas y sus satélites- sujetos a condiciones de movimiento idéntico, y formados de semejantes elementos heterogéneos.
            
¿Ha servido la Teoría Nebular para resolver el problema, aun cuando se haya aplicado tan sólo a cuerpos considerados como inanimados y materiales? Decididamente no. ¿Qué progresos ha hecho desde 1811, cuando la comunicación de Sir William Herschel, con sus hechos basados en la observación, mostrando la existencia de la materia nebular, hizo prorrumpir en “exclamaciones de gozo” a los hijos de la Real Sociedad? Desde entonces hasta ahora, un descubrimiento aún mayor, por medio del análisis espectral, ha permitido la verificación y corroboración de la conjetura de Sir William Herschel. Laplace pedía una especie de “Material de mundos” primitivo, para probar la idea de la progresiva evolución.
            
El “material de mundos”, llamado ahora nebulosa, fue conocido desde la más remota antigüedad. Anaxágoras enseñaba que, en la diferenciación, la mixtura resultante de las substancias heterogéneas permaneció inmóvil y sin organizar, hasta que finalmente la “Mente” -la corporación colectiva de los Dhyân Chohans, decimos nosotros- empezó a trabajar sobre ellas, y les comunicó movimiento y orden . Esta teoría es ahora aceptada en lo que concierne a su primera parte; siendo rechazada la otra, la de una “Mente” que interviene. El análisis espectral revela la existencia de nebulosas formadas enteramente de gases y vapores luminosos. ¿Es ésta la Materia nebular primitiva? El espectro revela -se dice- las condiciones físicas de la Materia que emite la luz cósmica. Los espectros de las nebulosas solubles e insolubles, se ha demostrado que son completamente diferentes, mostrando el espectro de estas últimas que su estado físico es el del gas o vapor luminoso. Las líneas brillantes de una nebulosa revelan la existencia del hidrógeno, y de otras substancias materiales conocidas y desconocidas. Lo mismo sucede con las atmósferas del Sol y de las Estrellas. Esto conduce a la inducción directa de que una Estrella se forma por la condensación de una nebulosa; y por tanto que hasta los mismos metales se han formado sobre la tierra por la condensación del hidrógeno o de alguna otra materia primitiva, quizás algún pariente ancestral del helium o algún material aún desconocido. Esto no choca con las Enseñanzas Ocultas. Y éste es el problema que la Química está tratando de resolver; y tarde o temprano debe lograrlo, aceptando, nolens volens, cuando esto ocurra, la Enseñanza Esotérica. Pero cuando esto suceda, ella destruirá la teoría Nebular tal como ahora se sostiene.

            
Mientras tanto la Astronomía no puede aceptar en modo alguno, si ha de considerarse como una ciencia exacta, la presente teoría de la filiación de las Estrellas -aun cuando el Ocultismo lo haga a su modo, puesto que explica de distinta manera esta filiación-, porque la Astronomía no tiene un solo dato físico para demostrarlo. La Astronomía podría anticiparse a la Química en probar la existencia del hecho, si pudiese mostrar una nebulosa planetaria exhibiendo un espectro de tres o cuatro líneas brillantes, condensándose y transformándose gradualmente en una Estrella, con un espectro todo cubierto con un cierto número de líneas obscuras. Pero:

            
La cuestión de la variedad de las nebulosas, y hasta su forma misma, es todavía uno de los misterios de la Astronomía. Los datos de observación que se poseen hasta ahora son de origen demasiado reciente, demasiado incierto, para permitirnos afirmar nada.
           
            
Desde su descubrimiento, el poder mágico del espectroscopio únicamente ha revelado a sus adeptos la sola transformación de esta clase de una Estrella; y aun ésta demostró precisamente lo contrario de lo que se necesitaba como prueba en favor de la Teoría Nebular; pues reveló una Estrella que se transformaba en una nebulosa planetaria. Según relató The Observatory, la Estrella temporaria descubierta por J. F. J. Schmidt en la constelación del Cisne en noviembre de 1876, exhibía un espectro interrumpido por líneas muy brillantes. Gradualmente desaparecieron el espectro continuo y la mayor parte de las líneas, quedando por último una sola línea brillante, que parecía coincidir con la línea verde de la nebulosa.
            
Aun cuando esta metamorfosis no es irreconciliable con la hipótesis del origen nebular de las Estrellas, sin embargo, este solo caso solitario no reposa sobre observación alguna, y mucho menos sobre observación directa. El suceso puede haber sido debido a varias otras causas. Puesto que los astrónomos se inclinan a creer que nuestros Planetas tienden a precipitarse hacia el Sol, ¿por qué no habría podido aquella Estrella haber resplandecido a causa de una colisión con tales Planetas precipitados, o como muchos indican, por el choque de un cometa? Sea de ello lo que quiera, el único ejemplo conocido de transformación de estrella desde 1811, no es favorable a la Teoría Nebular. Además, sobre la cuestión de esta teoría, así como sobre todas las demás, los astrónomos disienten.
            
En nuestro propio siglo, y antes que Laplace pensase siquiera en ello, Buffon, muy extrañado de la identidad del movimiento de los Planetas, fue el primero en proponer la hipótesis de que los Planetas y sus satélites habían tenido origen en el seno del Sol. Seguidamente inventó, con este objeto, un Cometa especial, el que supuso haber arrancado, por un poderoso soplo oblicuo, la cantidad de materia necesaria para la formación de aquéllos. Laplace da su merecido al “Cometa” en su Exposition du Système du Monde. Pero la idea fue cogida y hasta perfeccionada con un concepto de la evolución alternada, desde la masa central del Sol, de Planetas aparentemente sin peso o influencia sobre el movimiento de los Planetas visibles - y evidentemente sin más existencia que la de la imagen de Moisés en la Luna.
            
Pero la teoría moderna es también una variación de los sistemas elaborados por Kant y Laplace. La idea de ambos era que, en el origen de las cosas, toda esa Materia que ahora entra en la composición de los cuerpos planetarios, se hallaba esparcida en todo el espacio comprendido en el Sistema Solar - y aun más allá. Era una nebulosa de densidad extremadamente pequeña, y su condensación gradualmente dio lugar al nacimiento de los varios cuerpos de nuestro Sistema, por un mecanismo que no ha sido nunca explicado hasta ahora. Ésta es la Teoría Nebular original, repetición incompleta, aunque fiel de las enseñanzas de la Doctrina Secreta: un corto capítulo del gran volumen de la Cosmogonía Esotérica universal. Y ambos sistemas, el de Kant y el de Laplace, difieren grandemente de la teoría moderna, que abunda en sub-teorías contradictorias y en hipótesis caprichosas.
            
Los Maestros dicen:

            
La esencia de la materia cometaria (y la de que se componen las Estrellas)... es completamente diferente de cualquiera de los caracteres químicos y físicos con que están familiarizados los más grandes químicos y físicos de la tierra... Mientras el espectroscopio ha mostrado la semejanza probable (debida a la acción química de la luz terrestre sobre los rayos interceptados) de la substancia sideral y terrestre, no han podido descubrirse las acciones químicas peculiares a los orbes del espacio diversamente evolucionados, ni ha podido probarse su identidad con las observadas en nuestro propio planeta.

            
Mr. Crookes dice casi lo mismo en el fragmento citado de su conferencia, Elements and Meta-Elements. C. Wolf, miembro del Instituto, astrónomo del Observatorio de París, observa:

            
A lo sumo la hipótesis nebular sólo puede mostrar en su favor, como dice W. Herschel, la existencia de nebulosas planetarias en varios grados de condensación, y de nebulosas espirales con núcleos de condensación sobre las ramas y centro. Pero, de hecho, el conocimiento del lazo que une a las nebulosas con las estrellas no está todavía a nuestro alcance; y careciendo como carecemos de observaciones directas, ni siquiera podemos establecerlos sobre la analogía de composición química.

            
Aun cuando los hombres de ciencia admitiesen como los antiguos -dejando a un lado la dificultad que se origina de tal innegable variedad y heterogeneidad de materia en la constitución de las nebulosas- que el origen de todos los cuerpos celestes visibles e invisibles debe buscarse en una materia primordial homogénea en una especie de Pre-Protilo, es evidente que esto no pondría fin a sus perplejidades. A menos que admitan también que nuestro Universo visible actual es tan sólo el Sthûla Sharîra, el cuerpo grosero del séptuple Kosmos, ellos se verán frente a otro problema; especialmente si se aventuran a sostener que sus cuerpos, ahora visibles, son el resultado de la condensación de aquella Materia Primordial única. Pues la mera observación muestra que las operaciones que produjeron el Universo actual son mucho más complejas que todo lo que esta teoría pudiera nunca abarcar.
            
En primer término, hay dos clases distintas de nebulosas “insolubles”, como la Ciencia misma lo enseña.
            
El telescopio no puede distinguir entre estas dos clases, pero sí el espectroscopio, y marca una diferencia esencial entre sus constituciones físicas.

            
Esta cuestión de la solubilidad de las nebulosas se ha presentado a menudo de una manera demasiado afirmativa y enteramente contraria a las ideas expresadas por Mr. Huggins, el ilustre experimentador del espectro de estas constelaciones. Toda Nebulosa cuyo espectro sólo contiene líneas brillantes, se dice que es gaseosa, y por tanto insoluble; toda nebulosa con un espectro continuo tiene que terminar por resolverse en estrellas, con un instrumento de suficiente poder. Esta suposición es a la vez contraria a los resultados obtenidos, y a la teoría espectroscópica. La nebulosa “Lyra”, la nebulosa “Halterio” y la región central de la nebulosa de Orión aparecen solubles y muestran un espectro de líneas brillantes; la nebulosa de Canes Venatici no es soluble, y da un espectro continuo. Pues aunque, en efecto, el espectroscopio nos dice el estado físico de la materia constituyente de las estrellas, no nos da noción alguna de sus modos de agregación. Una nebulosa formada de globos gaseosos (o hasta de núcleos, débilmente luminosos, rodeados de una atmósfera poderosa) daría un espectro de líneas y sería, sin embargo, soluble; tal parece ser el estado de la región de Huggins en la nebulosa de Orión. Una nebulosa formada de partículas sólidas o fluídicas en estado incandescente, una verdadera nube, dará un espectro continuo y será insoluble.

            
Algunas de estas nebulosas, nos dice Wolf que:

            
Tienen un espectro de tres o cuatro líneas brillantes, otras un espectro continuo. Las primeras son gaseosas, las otras están formadas por una materia pulverulenta. Las primeras deben constituir una verdadera atmósfera; entre éstas debe clasificarse a la nebulosa solar de Laplace. Las últimas forman un conjunto de partículas que pueden considerarse como independientes, y cuya rotación obedece a las leyes de la gravitación interna: tales son las nebulosas adoptadas por Kant y Faye. La observación nos permite colocar tanto a la una como a la otra en el origen mismo del mundo planetario. Pero cuando tratamos de ir más allá y ascender al caos primitivo que ha producido la totalidad de los cuerpos celestes, tenemos primeramente que darnos cuenta de la existencia real de estas dos clases de nebulosas. Si el caos primitivo fuera un gas frío luminoso, se comprendería cómo la contracción resultante de la atracción pudo haberlo calentado y hecho luminoso. Tenemos que explicar la condensación de este gas al estado de partículas incandescentes, cuya presencia se nos revela en ciertas nebulosas por el espectroscopio. Si el caos original estaba compuesto de semejantes partículas, ¿cómo ciertas de sus porciones pasaron al estado gaseoso, mientras otras han conservado su condición primitiva?

            
Tal es la sinopsis de las objeciones y dificultades que se presentan para la aceptación de la Teoría Nebular, presentadas por el savant francés, quien concluye este interesante argumento declarando que:

            
La primera parte del problema cosmogónico, a saber: ¿cuál es la materia primitiva del caos y cómo produjo esta materia al Sol y a las estrellas?, permanece de este modo hasta el presente en el dominio de la novela y de la mera imaginación.         

            
Si ésta es la última palabra de la Ciencia sobre el asunto, ¿adónde debemos dirigirnos para aprender lo que se supone enseña la Teoría Nebular? ¿Qué es en realidad esta teoría? Lo que es, nadie parece seguro de saberlo. Lo que no es, nos lo enseña el erudito autor del World-Life. Él nos dice que:

            
I. No es una teoría de la evolución del Universo. Es principalmente una explicación genética de los fenómenos del sistema solar, y accesoriamente una coordinación en un concepto común de los principales fenómenos del firmamento estelar y nebular, tan lejos como la visión humana ha podido penetrar.
            
II. No considera a los Cometas como contenidos en esa evolución particular que ha producido el Sistema Solar. (La Doctrina Secreta sí los incluye, porque ella también “reconoce a los Cometas como formas de existencia cósmica, relacionada con estados más primitivos de la evolución nebular”: y en realidad, les asigna principalmente la formación de todos los mundos).
            
III.  No niega un período anterior a la niebla de fuego luminoso -(la etapa secundaria de evolución en la Doctrina Secreta) (y)... no afirma haber llegado a un principio absoluto. (Y hasta hace la concesión de que esta) niebla de fuego puede haber existido anteriormente en una condición invisible, fría y no luminosa.
            
IV. (Y por último), no pretende descubrir el ORIGEN de las cosas, sino sólo una etapa en la historia material ... (dejando) al filósofo y al teólogo tan libres como siempre lo fueron para buscar el origen de los modos del ser.

            
Pero no es esto todo. Hasta el mayor filósofo de Inglaterra, Mr. Herbert Spencer, arremete contra esta fantástica teoría diciendo: a) “Que no resuelve el problema de la existencia”; b) Que la hipótesis nebular “no arroja luz alguna sobre el origen de la materia difusa”; y c) Que “la hipótesis nebular (tal como ahora se presenta) implica una Causa Primera”.
            
Nos tememos que esto último resulte algo más de lo que nuestros físicos modernos han pedido. De modo que parece que la pobre “hipótesis” apenas puede esperar apoyo o corroboración ni tan siquiera entre los metafísicos.
            
Considerando todo esto, los ocultistas creen que tienen derecho a presentar su filosofía, por más que no se la comprenda y se la rechace en el presente. Y sostienen que este fracaso de los hombres de ciencia en descubrir la verdad es debido por completo a su materialismo y a su desdén de las ciencias trascendentales. Sin embargo, aun cuando las mentes científicas de nuestro siglo estén tan lejos como siempre de la verdadera y exacta doctrina de la Evolución, puede haber todavía una esperanza para el porvenir; pues ahora mismo vemos que otro sabio nos da una ligera vislumbre de ella.
            
En un artículo de la Popular Science Review sobre “Investigaciones Recientes en el Detalle de la Vida”, dice Mr. H. J. Slack, F. C. S., Secretario R. M. S.:          

            
Es evidente que todas las ciencias, desde la física a la química y a la fisiología, convergen hacia alguna doctrina de evolución y de desarrollo, de que formarán parte los hechos del Darwinismo; pero no se puede formar ahora una idea del último aspecto que asumirá esta doctrina, y quizás no llegará a formularse por la mente humana hasta tanto las investigaciones metafísicas como las físicas hayan avanzado mucho más.

            
Ésta es una agradable profecía, en efecto. Puede, pues, llegar el día en que la “Selección Natural”, según la enseñaron Mr. Darwin y Mr. Herbert Spencer, en su última modificación, forme sólo una parte de nuestra doctrina oriental de Evolución, que será la de Manu y Kapila explicada Esotéricamente.

H.P. Blavatsky D.S TII      

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