Krishnamurti
La palabra responsabilidad
debe ser comprendida en toda su significación. Proviene de ‘responder’,
responder no parcialmente sino de manera total. La palabra también implica
‘remitirse al pasado’: responder al propio trasfondo, o sea, remitirse al
propio condicionamiento. Tal como se entiende generalmente la responsabilidad,
es la acción del propio condicionamiento humano. Nuestra cultura, la sociedad
en que vivimos, es natural que condicione la mente, ya sea esa cultura nativa o
foránea. Desde este trasfondo responde uno, y esta respuesta limita nuestra
responsabilidad. Si uno ha nacido en la India, en Europa, en América o en donde
fuere, su respuesta estará de acuerdo con la superstición religiosa —todas las
religiones son estructuras supersticiosas— o con el nacionalismo, o con las
teorías científicas. Todo esto condiciona nuestras respuestas, y ellas son
siempre limitadas, finitas. Y así siempre hay contradicción, conflicto y surge
la confusión. Esto es inevitable y ocasiona división entre los seres humanos.
La división, en cualquiera
de sus formas, tiene que producir no sólo conflicto y violencia sino, por
último, guerra.
Si uno
comprende el real significado de la palabra responsable y lo que ocurre hoy en
el mundo, ve que la responsabilidad se ha vuelto irresponsable. En la
comprensión de lo que es ser irresponsable comenzamos a comprender qué es la
responsabilidad. La responsabilidad lo es por lo total, como la palabra lo
implica, no por la propia persona, no por la familia de uno, no por algunos
conceptos o creencias, sino por la humanidad total.
Nuestras
diversas culturas han puesto énfasis en el carácter separativo del hombre, que
llaman ‘individualismo’, y que ha resultado en que cada cual hace lo que
quiere, o está comprometido con su pequeño talento particular, sea o no
provechoso o útil ese talento para la sociedad. Esto sin mencionar lo que los
totalitarismos desean que uno crea: que solamente el Estado y las autoridades
que lo representan son importantes, no los seres humanos. El Estado es un
concepto, pero un ser humano, aunque viva en él, no es un concepto. El miedo es
una realidad, no un concepto.
Un ser
humano, psicológicamente, es la humanidad total. No sólo la representa sino que
es la totalidad de la especie humana. Un ser humano es, en esencia, la psiquis
total de la humanidad. Sobre esta realidad, diversas culturas han impuesto la
ilusión de que cada ser humano es diferente. La humanidad ha estado atrapada en
esta ilusión durante siglos, y esta ilusión ha llegado a convertirse en una
realidad. Si uno observa muy detenidamente la total estructura psicológica de
uno mismo, descubrirá que tal como uno sufre, así sufre toda la humanidad en
grados diversos. Si uno es un solitario, la humanidad toda conoce esta soledad.
La agonía, los celos, la envidia y el miedo son conocidos por todos. De modo
que, psicológicamente, internamente, uno es igual a otro ser humano. Puede
haber diferencias físicas, biológicas; uno es alto o bajo, etcétera, pero
básicamente uno es el representante de toda la humanidad. Por tanto,
psicológicamente cada uno de nosotros es el mundo; cada uno es responsable por
toda la humanidad, no por sí mismo como un ser humano separado, lo cual es una
ilusión psicológica. Como el representante de toda la raza humana, la respuesta
de uno es total, no parcial. Así, la responsabilidad tiene un significado por
completo diferente.
Uno tiene
que aprender el arte de esta responsabilidad. Si captamos la plena
significación de que uno es psicológicamente el mundo, entonces la
responsabilidad se convierte en amor cuya fuerza es irresistible. Entonces uno
cuidará del niño, no sólo a edad temprana, sino que verá que él comprenda la
significación de la responsabilidad a lo largo de toda su vida. Este arte
incluye la conducta, nuestro modo de pensar y la importancia de la acción
correcta. En nuestras escuelas la responsabilidad hacia la tierra, hacia la
naturaleza y hacia el prójimo, forma parte de la educación que impartimos —no
poner el énfasis meramente en los temas académicos, aunque estos sean
necesarios.
Entonces
podemos preguntarnos qué es lo que el maestro enseña y qué es lo que el alumno
recibe. Y más ampliamente, podemos preguntar: ¿Qué es el aprender? ¿Cuál es la
función del educador? ¿Consiste en enseñar meramente matemáticas y física, o es
la de despertar en el estudiante —y, por tanto, en él mismo— este inmenso
sentimiento de responsabilidad? ¿Pueden ambas cosas marchar juntas? O sea, los
temas académicos que habrán de ayudar en una carrera, y esta responsabilidad
por la humanidad y la vida como algo total.
¿O acaso
las dos cosas deben conservarse separadas? Si están separadas, entonces habrá
contradicción en la vida del estudiante; se volverá un hipócrita y, deliberada
o inconscientemente, mantendrá su vida en dos compartimentos definidos. La
humanidad vive en esta división. En la casa él es de una manera, y en la
fábrica o en la oficina asume una faz diferente. Hemos preguntado si ambas
cosas pueden marchar juntas. ¿Es esto posible? Cuando se formula una pregunta
de esta clase, uno debe investigar las implicaciones de la pregunta, y no si
ello es o no es posible. Por lo tanto, es sumamente importante el modo en que
abordan ustedes esta pregunta. Si la abordan desde el limitado trasfondo —y
todo condicionamiento es limitado— habrá entonces una captación parcial de las
implicaciones que existen en todo esto.
Ustedes
deben llegar a esta pregunta como si fuera por primera vez. Entonces
descubrirán la futilidad de la pregunta misma porque, si la abordan de ese
modo, verán que estas dos cosas se unen, como dos corrientes que forman un río
formidable que es la vida de ustedes, una vida de responsabilidad total.
¿Es eso
lo que usted está enseñando, al comprender que el maestro tiene la más noble de
todas las profesiones? Estas no son meras palabras sino una constante realidad
que no debe ser pasada por alto. Si no siente usted la verdad de esto, entonces
realmente, debería tener otra profesión; entonces vivirá en las ilusiones que
la humanidad ha creado para sí misma.
Podemos,
entonces, preguntar nuevamente: ¿Qué está usted enseñando y qué es lo que
aprende el estudiante? ¿Están ustedes creando esa extraña atmósfera en la que
tiene lugar el verdadero aprender? Si han comprendido la inmensa
responsabilidad y la belleza de ello, entonces son ustedes totalmente
responsables por el estudiante —por lo que viste, por lo que come, por la
manera en que habla y así sucesivamente.
De esta
pregunta surge otra: ¿Qué es aprender? Probablemente la mayoría de nosotros ni
siquiera se ha formulado esta pregunta, o si nos la hemos formulado, nuestra
respuesta proviene de la tradición, que es conocimiento acumulado, un
conocimiento que funciona, con destreza o sin destreza, para que podamos
ganarnos la subsistencia diaria Esto es lo que le han enseñado a uno, es para
eso que existen las habituales escuelas, colegios, universidades, etc. Lo que
predomina es el conocimiento, que es uno de nuestros mayores condicionamientos,
y de ese modo el cerebro jamás está libre de lo conocido. Siempre está
añadiendo a lo que conoce, y así es puesto en una camisa de fuerza de lo
conocido y nunca se halla libre para descubrir un modo de vida que no esté en
absoluto basado en lo conocido.
Lo
conocido contribuye a crear una rutina, amplia o estrecha, y uno permanece en
ese pensar rutinario porque en él hay seguridad. Tal seguridad es destruida por
lo conocido, que es muy limitado. Este ha sido el estilo de vida humana hasta
el presente.
¿Existe,
pues, una manera de aprender que no introduzca la vida dentro de una rutina, de
un surco estrecho? ¿Qué es, entonces, el aprender? Uno debe estar muy claro acerca
de los modos en que se desarrolla el conocimiento. ¿Adquirir primero el
conocimiento y después actuar a partir de ahí —tecnológica o psicológicamente—
o actuar, y a base de esa acción adquirir conocimiento? Ambas son adquisiciones
de conocimiento. El conocimiento es siempre el pasado. ¿Hay un modo de actuar
sin el peso enorme del conocimiento que el hombre ha acumulado? Lo hay. No es
el aprender tal como lo hemos conocido; es la observación pura —observación que
no es continua (ésta se convierte entonces en memoria), sino observación de
instante en instante. El observador es la esencia del conocimiento, y él impone
a lo que observa, aquello que ha adquirido mediante la experiencia y las
diversas formas de reacción sensoria. El observador siempre está manipulando lo
que observa, y lo que observa es siempre reducido a conocimiento. Así, él está
siempre atrapado en la vieja tradición de la formación de hábitos.Por lo
tanto, el aprender es observación pura, no sólo de las cosas externas sino
también de lo que ocurre internamente. Es observar sin el observador.
KRISHNAMURTI
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