Annie Besant
Una vez que ha llegado a permanecer
indiferente a los objetos de percepción, el discípulo debe buscar el Ra a de
los Sentidos, el Productor del Pensamiento, aquel que la ilusión despierta.
"La Mente es el gran destructor de lo Real". Así ha escrito en uno de
los fragmentos [1]
traducidos por H. P. B., del Libro de los preceptos de Oro, ese exquisito poema
en prosa que es una de sus más selectas dádivas al mundo. Y no hay titulo más
significativo para la mente que éste el "Creador de la Ilusión".
La
mente no es el Conocedor, y debe siempre distinguirse cuidadosamente de éste.
Muchas de las confusiones y dificultades que llenan de perplejidad al
estudiante, se originan de que no recuerda la distinción entre el que conoce y
la mente, la cual es un instrumento para obtener el conocimiento.
Es como si el
escultor estuviese perfectamente identificado con su cincel. La mente es
fundamentalmente dual y material, estando constituida por el Cuerpo Causal y
Manas, la Mente abstracta, y por el Cuerpo Mental y Manas, la mente concreta -
Manas mismo siendo una reflexión en la materia atómica de aquel aspecto del Yo
que es conocimiento.
Esta mente limita el Jivatman, el cual, a medida que
aumenta la propia conciencia, se encuentra impedido por ella por todos lados.
Así como un hombre que para ejecutar determinada cosa se ponga unos guantes
gruesos encuentra que sus manos han perdido mucha parte de su poder de
sensación, su delicadeza de tacto, su habilidad para recoger objetos pequeños,
siendo sólo capaces de agarrar objetos grandes y de sentir fuertes contactos,
así sucede con el Conocedor cuando se reviste de la mente. La mano está allí lo
mismo que el guante, pero sus facultades han menguado grandemente en el
Conocedor, está allí lo mismo que la mente, pero sus poderes se hallan muy
limitados en su expresión.
Limitaremos el término de manas en los párrafos que
siguen, a la mente concreta - el cuerpo mental y manas. La mente es el
resultado del pensar pasado, y se modifica constantemente por el pensar
presente; es una cosa precisa y definida, con ciertos poderes e incapacidades,
fuerza y debilidad, que son las resultantes de actividades en vidas anteriores.
Es tal como la hemos hecho; no podemos variarla sino lentamente; no podemos
trascenderla por un esfuerzo de voluntad; no podemos echarla a un lado, ni
quitarle instantáneamente sus imperfecciones. Tal como es, nos pertenece; es
una parte del No-Yo apropiada y moldeada para nuestro propio uso, y sólo por
medio de ella podemos conocer.
Todos los resultados de nuestro pensar pasado
están presentes en nosotros como mente, y cada mente tiene su grado propio de
vibración, su esfera propia de vibración, y se halla en estado de perpetuo
movimiento, ofreciendo series de pinturas siempre cambiantes. Todas las
impresiones que nos vienen de fuera son hechas en esta esfera ya activa, y la
masa de las vibraciones existentes modifica y es modificada por la nueva
recepción. La resultante no es, por tanto, una reproducción exacta de la nueva
vibración, como una combinación de ella con las vibraciones que ya están
actuando. Formando otro ejemplo de la luz, diremos que si ponemos un trozo de
cristal ante nuestros ojos y miramos objetos verdes, éstos nos aparecerán como
negros. Las vibraciones que nos dan la sensación de lo encarnado son cortadas
por las que nos dan la sensación de lo verde, y el ojo se engaña viendo un
objeto como negro.
Lo mismo sucede si miramos un objeto azul por un cristal
amarillo: lo vemos como negro; en cada caso un medio de color causará una
impresión del color diferente de la del objeto mirado con los ojos al desnudo.
Aun mirando las cosas con el ojo desnudo, se ven algún tanto distintas, pues el
ojo mismo modifica las vibraciones que recibe más de lo que la gente se imagina.
La influencia de la mente, como medio por cuyo conducto el Conocedor mira al
mundo externo, es muy semejante a la del cristal de color con relación a los
colores de los objetos que se ven a través de él. El Conocedor se halla tan
inconsciente de esta influencia de la mente, como un hombre que jamás hubiese
visto sino por medio de cristales encarnados o amarillos, lo estaría de los
cambios que tales cristales verificarían en los colores de un paisaje. En este
sentido, tan claro como superficial, es como se llama a la mente el
"Creador de la Ilusión".
Nos presenta sólo imágenes desnaturalizadas,
una combinación de sí misma con los objetos externos. En este sentido mucho más
profundo es, verdaderamente, el "Creador de la Ilusión", por cuanto
hasta estas imágenes desnaturalizadas no son sino imágenes de apariencias, no
de realidades; sombras de sombras es todo lo que nos presenta. Pero a nuestro
objeto presente nos basta considerar las ilusiones causadas por su propia naturaleza.
Muy diferentes serian nuestras ideas del mundo si pudiéramos conocerlo tal como
es, aun en su aspecto fenomenal, en lugar de por medio de las vibraciones
modificadas por la mente. Y esto no es en modo alguno imposible, aunque sólo
puede hacerse por aquellos que han hecho grandes progresos en el dominio de la
mente. Las vibraciones de la mente pueden paralizarse retirando la conciencia
de ella; un choque de afuera formará entonces una. imagen que corresponderá
exactamente a ella misma, porque las vibraciones serán idénticas en cualidad y
cantidad, sin mezcla con las vibraciones pertenecientes al observador. O bien
la Conciencia puede exteriorizarse y animar como alma el objeto observado y
experimentar así directamente sus vibraciones.
En ambos casos se tiene un
verdadero conocimiento de la forma. También puede conocerse la idea, en el
mundo de los noumenos, de la cual la forma expresa el aspecto fenomenal; pero
esto sólo puede hacerse por la conciencia funcionando en el cuerpo Causal, el
Karana Shaira, sin los impedimentos de la mente concreta de los vehículos
inferiores. La verdad de que sólo conocemos nuestras impresiones de las cosas y
no las cosas mismas, excepto como se ha explicado antes, es de vital interés
cuando se aplica en la vida práctica. Enseña la humildad y la precaución, así
como el deseo de prestar atención a las ideas nuevas. Perdemos nuestra certeza
instintiva, de que tenemos razón en nuestras observaciones, y aprendemos a
analizarnos antes de decidirnos a condenar a otros.
Un ejemplo puede servir
para hacer esto más claro: Encuentro una persona cuya actividad vibratorio se
expresa de un modo complementario al mío. Cuando nos encontramos nos
extinguimos mutuamente; de aquí que no nos agrademos el uno al otro, no vemos
nada el uno en el otro y cada uno se sorprende de que fulano crea al otro tan
inteligente cuando mutuamente nos encontramos tan estúpidos. Ahora bien: si yo
he adquirido algún conocimiento de mi mismo, esta sorpresa ya no tendrá lugar
en lo que a mi concierne. En lugar de creer que el otro es estúpido, me
preguntaré:
¿Qué es lo que falta en mi que no puedo responder a sus
vibraciones?
Ambos vibramos, y si yo no puedo comprender su vida y pensamiento,
es porque no puedo reproducir sus vibraciones. ¿Por qué habría yo de juzgarle
desde el momento en que ni siquiera puedo conocerle hasta que me modifique lo
bastante para poder recibirle?
Nosotros no podemos modificar mucho a los demás,
pero podemos modificarnos mucho a nosotros mismos: y deberíamos estar
constantemente tratando de llegar a ser como la luz blanca, en la que todos los
colores están presentes, que no desnaturaliza ninguno porque no rechaza
ninguno, y tiene en si misma el poder de responder a todos. Podemos medir
nuestra proximidad a la blancura por nuestro poder de responder a los
caracteres más diversos.
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