domingo, 2 de marzo de 2014

El Creador de La Ilusión






Annie Besant

Una vez que ha llegado a permanecer indiferente a los objetos de percepción, el discípulo debe buscar el Ra a de los Sentidos, el Productor del Pensamiento, aquel que la ilusión despierta. "La Mente es el gran destructor de lo Real". Así ha escrito en uno de los fragmentos [1] traducidos por H. P. B., del Libro de los preceptos de Oro, ese exquisito poema en prosa que es una de sus más selectas dádivas al mundo. Y no hay titulo más significativo para la mente que éste el "Creador de la Ilusión".

La mente no es el Conocedor, y debe siempre distinguirse cuidadosamente de éste. Muchas de las confusiones y dificul­tades que llenan de perplejidad al estudiante, se originan de que no recuerda la distinción entre el que conoce y la mente, la cual es un instrumento para obtener el conocimiento.

Es como si el escultor estuviese perfectamente identificado con su cincel. La mente es fundamentalmente dual y material, estando constituida por el Cuerpo Causal y Manas, la Mente abstracta, y por el Cuerpo Mental y Manas, la mente concreta - Manas mismo siendo una reflexión en la materia atómica de aquel aspecto del Yo que es conocimiento.

Esta mente limi­ta el Jivatman, el cual, a medida que aumenta la propia conciencia, se encuentra impedido por ella por todos lados. Así como un hombre que para ejecutar determinada cosa se ponga unos guantes gruesos encuentra que sus manos han perdido mucha parte de su poder de sensación, su delicadeza de tacto, su habilidad para recoger objetos pequeños, siendo sólo capaces de agarrar objetos grandes y de sentir fuertes contactos, así sucede con el Conocedor cuando se reviste de la mente. La mano está allí lo mismo que el guante, pero sus facultades han menguado grandemente en el Conocedor, está allí lo mismo que la mente, pero sus poderes se hallan muy limitados en su expresión.

Limitaremos el término de manas en los párrafos que siguen, a la mente concreta - el cuerpo mental y manas. La mente es el resultado del pensar pasado, y se modifica constantemente por el pensar presente; es una cosa precisa y definida, con ciertos poderes e incapacidades, fuerza y de­bilidad, que son las resultantes de actividades en vidas ante­riores. Es tal como la hemos hecho; no podemos variarla sino lentamente; no podemos trascenderla por un esfuerzo de voluntad; no podemos echarla a un lado, ni quitarle ins­tantáneamente sus imperfecciones. Tal como es, nos pertene­ce; es una parte del No-Yo apropiada y moldeada para nuestro propio uso, y sólo por medio de ella podemos co­nocer.

Todos los resultados de nuestro pensar pasado están presen­tes en nosotros como mente, y cada mente tiene su grado propio de vibración, su esfera propia de vibración, y se halla en estado de perpetuo movimiento, ofreciendo series de pinturas siempre cambiantes. Todas las impresiones que nos vienen de fuera son hechas en esta esfera ya activa, y la masa de las vibraciones existentes modifica y es modificada por la nueva recepción. La resultante no es, por tanto, una reproducción exacta de la nueva vibración, como una com­binación de ella con las vibraciones que ya están actuando. Formando otro ejemplo de la luz, diremos que si ponemos un trozo de cristal ante nuestros ojos y miramos objetos verdes, éstos nos aparecerán como negros. Las vibraciones que nos dan la sensación de lo encarnado son cortadas por las que nos dan la sensación de lo verde, y el ojo se engaña viendo un objeto como negro.

Lo mismo sucede si miramos un objeto azul por un cristal amarillo: lo vemos como negro; en cada caso un medio de color causará una impresión del color diferente de la del objeto mirado con los ojos al desnudo. Aun mirando las cosas con el ojo desnudo, se ven algún tanto distintas, pues el ojo mismo modifica las vibraciones que recibe más de lo que la gente se imagina. La influencia de la mente, como medio por cuyo conducto el Conocedor mira al mundo externo, es muy semejante a la del cristal de color con relación a los colores de los objetos que se ven a través de él. El Conocedor se halla tan inconsciente de esta influencia de la mente, como un hombre que jamás hubiese visto sino por medio de cristales encarnados o amarillos, lo estaría de los cambios que tales cristales verificarían en los colores de un paisaje. En este sentido, tan claro como superficial, es como se llama a la mente el "Creador de la Ilusión".

Nos presenta sólo imágenes desnaturalizadas, una combinación de sí misma con los objetos externos. En este sentido mucho más profundo es, verdaderamente, el "Creador de la Ilusión", por cuanto hasta estas imágenes desnaturalizadas no son sino imágenes de apariencias, no de realidades; sombras de sombras es todo lo que nos presenta. Pero a nuestro objeto presente nos basta considerar las ilusiones causadas por su propia na­turaleza. Muy diferentes serian nuestras ideas del mundo si pudiéramos conocerlo tal como es, aun en su aspecto fenomenal, en lugar de por medio de las vibraciones modificadas por la mente. Y esto no es en modo alguno imposible, aunque sólo puede hacerse por aquellos que han hecho grandes progresos en el dominio de la mente. Las vibraciones de la men­te pueden paralizarse retirando la conciencia de ella; un choque de afuera formará entonces una. imagen que corresponderá exactamente a ella misma, porque las vibraciones serán idénticas en cualidad y cantidad, sin mezcla con las vibraciones pertenecientes al observador. O bien la Con­ciencia puede exteriorizarse y animar como alma el objeto observado y experimentar así directamente sus vibraciones.

En ambos casos se tiene un verdadero conocimiento de la forma. También puede conocerse la idea, en el mundo de los noumenos, de la cual la forma expresa el aspecto fenomenal; pero esto sólo puede hacerse por la conciencia funcionando en el cuerpo Causal, el Karana Shaira, sin los impedimentos de la mente concreta de los vehículos inferiores. La verdad de que sólo conocemos nuestras impresiones de las cosas y no las cosas mismas, excepto como se ha explicado antes, es de vital interés cuando se aplica en la vida práctica. Enseña la humildad y la precaución, así como el deseo de prestar atención a las ideas nuevas. Perdemos nuestra certeza instintiva, de que tenemos razón en nuestras observaciones, y aprendemos a analizarnos antes de decidirnos a condenar a otros.

Un ejemplo puede servir para hacer esto más claro: Encuentro una persona cuya actividad vibratorio se expre­sa de un modo complementario al mío. Cuando nos encontramos nos extinguimos mutuamente; de aquí que no nos agrademos el uno al otro, no vemos nada el uno en el otro y cada uno se sorprende de que fulano crea al otro tan inteligente cuando mutuamente nos encontramos tan estúpidos. Ahora bien: si yo he adquirido algún conocimiento de mi mismo, esta sorpresa ya no tendrá lugar en lo que a mi concierne. En lugar de creer que el otro es estúpido, me preguntaré:

¿Qué es lo que falta en mi que no puedo res­ponder a sus vibraciones?

Ambos vibramos, y si yo no puedo comprender su vida y pensamiento, es porque no puedo reproducir sus vibraciones. ¿Por qué habría yo de juzgarle desde el momento en que ni siquiera puedo conocerle hasta que me modifique lo bastante para poder recibirle?

Nosotros no podemos modificar mucho a los demás, pero podemos modificarnos mucho a nosotros mismos: y deberíamos estar constantemente tratando de llegar a ser como la luz blanca, en la que todos los colores están presentes, que no desnaturaliza ninguno porque no rechaza ninguno, y tiene en si misma el poder de responder a todos. Podemos medir nuestra proximidad a la blancura por nuestro poder de responder a los caracteres más diversos. 


[1] Los citados fragmentos son los que están contenidos en la obra La voz del Silencio, pág. 18.

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