(The Great Paradox, oct. 1887)
H.P.BLAVATSKY
Según parece, la paradoja es el lenguaje natural del
ocultismo. Más aún, parecería que ésta penetra profundamente en el corazón de
las cosas, y por ello es inseparable de cualquier intento para poner en
palabras la verdad, la realidad que subyace por debajo del drama exterior de la
vida.
Y la paradoja no sólo se encuentra en las palabras
sino en la acción, en la misma conducción de la vida. Las paradojas del
ocultismo deben vivirse, no sólo proferirse. Aquí se encuentra un gran peligro,
ya que es demasiado fácil llegar a perderse en la contemplación intelectual del
sendero, y así olvidar que el camino sólo puede conocerse caminándolo.
El estudiante encuentra desde el comienzo mismo una
paradoja sobrecogedora, que lo confronta con formas cada vez más nuevas y
extrañas a cada vuelta del camino. Uno como él ha buscado quizás el sendero
deseando encontrar una guía, una pauta de lo que es apropiado para la
conducción de su vida. El aprende que el alfa y el omega, el comienzo y el fin
de la vida es el altruismo o el no egoísmo: y siente la verdad del adagio. que
solamente en la profunda inconsciencia del olvido de sí, puede revelarse la
verdad y, la realidad del ser a su anhelante corazón.
El estudiante aprende que ésta es la ley del
ocultismo y al mismo tiempo la ciencia y el arte de vivir, la guía hacia la
meta que él desea alcanzar. Encendido de entusiasmo entra valientemente en la
senda de la montaña. Luego encuentra que su maestro no alienta sus ardientes
arranques de sentimiento; su anhelo de olvido total por lo infinito –sobre el
plano exterior de su vida y conciencia actuales.
Al menos, si ellos de hecho no
desalientan su entusiasmo, le trazan, como primera tarea indispensable, el conquistar y controlar su cuerpo. El
estudiante encuentra que lejos de incitarlo a vivir en los pensamientos
encumbrados de su cerebro, e imaginarse el haber alcanzado ese éter en donde
existe la verdadera libertad –olvidándose de su cuerpo, de sus acciones y de su
personalidad exterior- se le pone una tarea mucho más cercana a la tierra.
Toda
su atención y vigilancia son requeridas en el plano exterior; nunca debe
olvidarse de sí mismo, nunca perder la atención sobre su cuerpo, su mente, su
cerebro. Debe incluso aprender a controlar la expresión de cada rasgo,
verificar y refrenar la acción de cada músculo, ser maestro del más mínimo
movimiento involuntario.
Se le señala como el objeto de su estudio y
observación, la vida diaria alrededor y dentro de él. En vez de olvidar lo que
usualmente se llaman las pequeñas bagatelas. los pequeños descuidos de lengua o
de memoria. se le fuerza a hacerse cada día más consciente de esas equivocaciones, hasta que finalmente éstas parecen
envenenar el mismo aire que respira, entiesándolo, creyendo incluso haber
perdido de vista y comunicación con el gran mundo de libertad hacia el cual ha
estado luchando, hasta que cada hora de cada día parece estar llena del sabor
amargo de sí mismo y, su corazón se enferma cada vez más por el dolor y la
lucha de la desesperación. Y la obscuridad se hace aún más profunda por la voz,
que al interior de él mismo clama sin cesar diciendo: “olvídate de ti mismo”.
¡Cuidado! no sea que te hagas egocéntrico y la gigantesca hierba mala del
egoísmo espiritual se enraíce firmemente en tu corazón; ¡cuidado, cuidado,
cuidado!
La voz remueve su corazón hasta lo más profundo ya que
siente que las palabras son ciertas, su batalla diaria y a cada minuto le está
enseñando que el egocentrismo es la raíz de la miseria, la causa M dolor, y su
alma está llena del anhelo de ser libre.
Es así como el discípulo se desgarra por la duda. El
confía en sus instructores, ya que sabe que a través de ellos habla la misma
voz que escucha en el silencio de su propio corazón. Pero ahora profieren
palabras contradictorias; una, la voz interior, le pide olvidarse completamente
de sí mismo en servicio de la humanidad; la otra, la palabra hablada de
aquellos de los que busca la guía en su servicio, le piden primero conquistar
su cuerpo. su ser exterior. Y a cada hora él se da cuenta mejor que nadie qué
tan mal se conoce a sí mismo en esa batalla con la Hydra, y ve crecer de nuevo
siete cabezas en el lugar que había cercenado a cada una.
Primero oscila entre las dos, obedeciendo ahora a una, y
luego a1a otra. Pero pronto aprende que esto es inútil. Porque el sentido de
libertad y ligereza, que en un principio llega cuando deja su ser exterior sin
vigilar, en busca de] aire interior, pronto pierde su agudeza y un repentino
sobresalto le revela que se ha resbalado y, caído en el sendero ascendente.
Entonces, en su desesperación se arroja sobre la traicionera serpiente de sí,
y, trata de matarla estrangulándola; pero su constante movimiento en espirales
elude su alcance, la insidiosa tentación de sus resplandecientes escamas ciega
su visión y de nuevo se vuelve a enredar en la agitación de la batalla. la cual
le gana día con día, y parece finalmente llenar todo el mundo. borrando todo lo
demás fuera de su conciencia. Se encuentra cara a cara con una paradoja
abrumadora, cuya solución debe vivirse antes de que pueda realmente
comprenderse.
En sus horas de meditación silenciosa. el estudiante
encontrará que hay, un espacio de silencio dentro de él en donde puede
encontrar refugio de sus pensamientos y deseos de la agitación de los sentidos
y de los engaños de la mente. Hundiendo su conciencia profundamente en su
corazón puede alcanzar ese lugar al principio solamente cuando se encuentra
sólo, en el silencio y, la obscuridad. Pero cuando la necesidad de silencio ha
crecido suficientemente, volverá a buscarlo, incluso en medio de la lucha
consigo mismo. y lo encontrará. Sólo que no debe dejar libre a su ser o sí
exterior, o a su cuerpo, debe aprender a retirarse a su ciudadela cuando se
haga más fiera la batalla. Pero hacerlo sin perder de vista la batalla: sin
dejarse engañar a sí mismo creyendo que por hacer esto haya logrado la
victoria. La victoria se gana solamente cuando todo está en silencio tanto
afuera como adentro de la ciudadela interior. Peleando de esta manera, desde
adentro de ese silencio, el estudiante encontrará que habrá resuelto la primera
gran paradoja.
Sin embargo la paradoja aún lo persigue. Cuando de esta
manera logra primero tener éxito en retirarse dentro de sí mismo. sólo busca
allí refugio de la tempestad de su corazón. Y cuando lucha para controlar los
arrebatos de la pasión y, del deseo, se da cuenta de manera más plena, de lo
enorme de los poderes que se ha jurado a sí mismo conquistar. Aún se siente
separado del silencio, más cerca y afín con las fuerzas de la tormenta. ¿Cómo
podrá con sus mezquinas fuerzas, hacerle frente a esos tiranos de la naturaleza
animal?
Esta pregunta es difícil de contestar en palabras
directas; si es que en verdad puede darse una semejante respuesta. Pero la
analogía podría indicarnos el camino en donde encontrar la solución.
Al respirar tomamos cierta cantidad de aire en nuestros
pulmones y, con esto podemos imitar en miniatura al poderoso viento de los
cielos. Podemos producir una débil semblanza de la naturaleza: una tempestad en
un vaso de agua. un ventarrón que pude arrastrar e incluso hacer zozobrar a un
barco de papel. Y podemos decir. “Yo hago esto; es mi aliento”. Pero no podemos
soplar en contra de un huracán. y mucho menos contener un ventarrón en nuestros
pulmones. Si embargo los poderes de los cielos están dentro de nosotros; la
naturaleza de las inteligencias que guían la fuerza del mudo está unida a la
nuestra, y si sólo pudiésemos darnos cuanta de esto, olvidándonos de nuestros síes
o seres exteriores, los vientos mismos serían nuestros instrumentos.
De igual manera es en la vida. Mientras que el hombre se
apegue a su ser exterior, -sí, incluso a cualquiera de las formas que asume
cuando es desechado este “cuerpo mortal” –, seguirá tratando de disolver un
huracán con el aliento de sus pulmones Tal empresa es inútil y vana; ya que
tarde o temprano los grandes vientos de la vida. deberán barrer con él Pero si
cambia su actitud en sí mismo, si
actúa con 1 fe de que su cuerpo. sus deseos, sus pasiones. si cerebro, no son
él mismo aunque él esté a cargo de ellos y sea responsable de ellos: si intenta
tratarlo como partes de la naturaleza. entonces podrá espera llegar ser uno con
las grandes marcas del ser, y alcanzar por fin, el apacible lugar sin peligro
del olvido de sí mismo.
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