martes, 18 de agosto de 2015

Los antecesores ofrecidos por la ciencia a la humanidad


SECCIÓN  II

            La cuestión de las cuestiones para la humanidad -el problema que yace en el fondo de todos los demás, y es más profundamente interesante que ningún otro- es el de llegar a la certidumbre del lugar que el hombre ocupa en la Naturaleza, y de sus relaciones con el universo de las cosas .

            El mundo se halla hoy día dividido y vacila entre los Progenitores Divinos -ya sean Adán y Eva o los Pitris Lunares- y el Bathybius Haeckelii, el solitario gelatinoso del océano salado. Habiendo explicado la teoría Oculta, podemos ahora compararla con la del materialismo moderno. Se invita al lector a escoger entre las dos después de juzgarlas por sus respectivos méritos.
            
Podemos consolarnos algún tanto de que no sean admitidos nuestros antecesores Divinos, al ver que las especulaciones haeckelianas no resultan mejor paradas que las nuestras, en manos de la Ciencia estrictamente exacta La filogénesis de Haeckel no causa menos risa a los enemigos de su fantástica evolución, hombres científicos muy grandes, que la que causarán nuestras razas primordiales. Según lo presenta du Bois-Reymond, le creemos sin dificultad cuando dice que:

            Lo árboles genealógicos de nuestra raza, bosquejados en el Schöpfungsgeschichte, tienen poco más o menos el valor que el linaje de los héroes de Homero, a los ojos del crítico historiador.

            Sentado esto, todos verán que una hipótesis vale tanto como otra. Y como vemos que el mismo Haeckel confiesa que ni la Geología en su historia del pasado, ni la historia genealógica de los organismos, jamás “alcanzarán la posición de ciencia “exacta” real” , quédale así a la ciencia Oculta un largo margen para hacer sus anotaciones y colocar sus protestas. Al mundo se le deja escoger entre las enseñanzas de Paracelso, “padre de la química moderna”, y las de Haeckel, “padre del Sozura mítico”. Nosotros no pedimos más.
            Sin que pretendamos intervenir en la disputa de naturalistas tan sabios como du Bois-Reymond y Haeckel, a propósito de nuestra consanguinidad con

            Aquellos antecesores (nuestros) que se han elevado desde las clases unicelulares: vermes, acranios, peces, anfibios y reptiles, hasta las aves,

podemos presentar una pregunta o dos, para gobierno de nuestros lectores. Aprovechando la oportunidad y teniendo en cuenta las teorías de la Selección Natural, etc., de Darwin, quisiéramos preguntar a la Ciencia -respecto del origen de las especies humana y animal- cuál de las dos teorías de la Evolución que a continuación transcribimos es la más científica o, si así se prefiere, la más anticientífica.
           
  1º ¿Es la de una Evolución que parte desde el principio con la propagación sexual?
          
  2º ¿O es aquella que muestra el desarrollo gradual de los órganos; su solidificación y la procreación de cada una de las especies, primero por la  fácil y sencilla separación de uno en dos o hasta en varios individuos; luego un nuevo desarrollo -el primer paso para una especie de sexos separados distintos-, el estado hermafrodita; después, una especie de partenogénesis, “reproducción virginal”, cuando las células-óvulos se forman dentro del cuerpo, saliendo de él en emanaciones atómicas y madurando en el exterior del mismo; hasta que, finalmente, después de una definida separación en sexos, los seres humanos principian a procrear por medio de la relación sexual?
            
De estas dos, la primera “teoría” -o más bien, “hecho revelado”- es proclamada por todas las Biblias exotéricas, exceptuando los Purânas, y principalmente por la Cosmogonía judaica. La segunda es la que enseña la Filosofía Oculta, como ya se ha explicado.
            Hay una contestación a nuestra pregunta en un libro que acaba de publicar Mr. Samuel Laing, el mejor exponente lego de la Ciencia Moderna. 

En el capítulo VIII de su última obra, A Modern Zoroastrian, el autor principia por reprochar a “todas las aniguas religiones y filosofías” el  “adoptar como sus dioses a un principio masculino y femenino”. A primera vista, dice:

            esta distinción de sexo parece tan fundamental como la de animal y la de planta... El Espíritu de Dios cobijando al Caos y produciendo el mundo es sólo una adición posterior, revisada con arreglo a ideas monoteístas, de la mucho más antigua leyenda caldea que describe la creación del Cosmos saliendo del Caos, con la cooperación de grandes dioses, masculinos y femeninos... Así, en la creencia cristiana ortodoxa se nos enseña a repetir “engendrado, no hecho”, frase que es un solemne disparate o una falta de sentido; eso es, un ejemplo de usar palabras como notas falsificadas, que no tienen el valor efectivo de una idea tras de sí. Pues “engendrado” es un término bien definido que implica la conjunción de  dos sexos opuestos para producir un nuevo individuo .

            Por más que estemos de acuerdo con el sabio autor respecto de la falta de cordura en usar palabras impropias, y del terrible elemento antropomórfico y fálico de las antiguas Escrituras -especialmente en la Biblia ortodoxa cristiana-, sin embargo, puede haber dos circunstancias atenuantes en este caso. En primer término, todas esas “antiguas filosofías” y “religiones modernas”, son, como se ha mostrado ya suficientemente en estos volúmenes, un velo exotérico echado sobre la faz de la Verdad Esotérica; y, como resultado directo de esto, son alegóricas, esto es, mitológicas en la forma; pero, sin embargo, inmensamente más filosóficas, en esencia, que cualquiera de las llamadas nuevas teorías científicas. Y en segundo lugar, desde la Teogonía Órfica hasta el último arreglo del Pentateuco por Ezra, todas las escrituras antiguas, que en su origen han tomado sus hechos del Oriente, han estado sujetas a constantes alteraciones por amigos y enemigos, hasta que de la versión original sólo ha quedado el nombre, un cascarón muerto, del cual ha sido gradualmente eliminado el espíritu.
            

Esto sólo debiera indicar que ninguna de las obras religiosas hoy publicadas puede ser comprendida sin ayuda de la Sabiduría Arcaica, sobre cuyo primitivo cimiento fueron todas ellas construidas.
            Pero volvamos a la contestación directa que esperábamos de la Ciencia a nuestra pregunta directa. La da el mismo autor cuando, siguiendo su serie de pensamientos sobre la euhemerización anticientífica de los poderes de la Naturaleza en las creencias antiguas, pronuncia un fallo condenatorio sobre ellas en los siguientes términos:

            La Ciencia, sin embargo, causa no poco estrago en esta impresión de que la generación sexual sea el modo original y único de reproducción; y el microscopio y el bisturí del naturalista nos introducen en nuevos mundos de vida no sospechados (?).

            Tan poco “sospechados”, en efecto, que los originales “modos de reproducción” a-sexuales deben de haber sido conocidos de los antiguos indos,  en todo caso; a pesar del aserto en contrarío de Mr. Laing. En vista del dicho del Vishnu Purâna, citado por nosotros en otra parte, de que  Daksha “estableció la relación sexual como medio de multiplicación”, después de una serie de otros “modos”, que se enumeran todos allí, es difícil negar el hecho. Además, este aserto, téngase entendido, se encuentra en una obra exotérica. En seguida, Mr. Laing continúa diciéndonos que:

            La mayor parte, con mucho,  de las formas vivientes, por lo menos en número si no en tamaño, han venido a la existencia sin la ayuda de la propagación sexual.

            Luego pone por ejemplo el Moneron de Haeckel, “multiplicándose por propia división”. La siguiente etapa, el autor la muestra en la célula núcleo, “la cual hace exactamente lo mismo”. El estado que sigue es aquel en que

            El organismo no se divide en dos partes iguales, sino en que una parte pequeña de él se hincha... y finalmente se separa, principia una vida aparte y se desarrolla hasta el tamaño del padre por su facultad inherente de fabricar nuevo protoplasma de los materiales inorgánicos que le rodean .

            A esto sigue un organismo de muchas células formado por

            Retoños-gérmenes reducidos a esporos, o simples células, emitidos por el padre... Ahora nos encontramos a la entrada de ese sistema de propagación sexual, que se ha convertido (ahora) en la regla para todas las familias animales superiores... Este organismo, teniendo ventajas en la lucha por la vida, se estableció perennemente... y órganos especiales se desarrollaron para adaptarse a las distintas condiciones. De este modo se establecería a la larga firmemente la distinción de un órgano femenino u ovario conteniendo el huevo o célula primitiva de la cual había de desarrollarse el nuevo ser, y de un órgano masculino proveedor del esporo o célula fertilizadora... Esto se halla confirmado por el estudio de la embriología, la cual muestra que en las especies humanas y de los animales superiores no se desarrolla la diferencia de sexo hasta que el crecimiento del embrión no ha verificado un progreso considerable... En la gran mayoría  de las plantas, y en algunas familias animales inferiores... los órganos masculinos y femeninos se desarrollan en el mismo ser, y son lo que se llaman hermafroditas. Otra forma transitoria es la Partenogénesis, o reproducción virginal, en que las células gérmenes, aparentemente semejantes por todos conceptos a células huevos, se convierten en nuevos individuos, sin ningún elemento fructificador (7).

            Todo esto lo conocemos perfectamente, así como sabemos que lo anterior no fue nunca aplicado al genus homo por el muy sabio popularizador inglés de las teorías Huxley-Haeckelianas. Lo circunscribe él a las máculas de protoplasma, a las plantas, abejas, caracoles, etc. Pero si quiere ser fiel a la teoría de la descendencia, tiene que serlo igualmente a la ontogénesis, en la cual la ley fundamental biogenésica, se nos dice, es como sigue:

            El desarrollo del embrión (ontogenia) es una repetición condensada y abreviada de la evolución de la raza (filogenia). Esta repetición es tanto más completa cuanto más se ha retenido el orden original verdadero de la evolución (palingénesis) por herencia continua. Por otra parte, esta repetición es menos completa cuantos más desarrollos adulterados (cenogénesis) haya tenido por adaptaciones variadas.

            Esto nos demuestra que todas las criaturas y cosas vivas de la Tierra, incluso el hombre, han partido de una forma primordial común. El hombre físico tiene que haber pasado por las mismas etapas del proceso evolucionario en sus diversos modos de procreación, que otros animales han pasado; debe haberse dividido; luego, el hermafrodita ha debido dar nacimiento partenogenéticamente (bajo el principio inmaculado) a sus hijos; el estado siguiente sería el ovíparo - al principio “sin ningún elemento fructificador”; luego, “con la ayuda del esporo fertilizante”; y sólo después de la evolución final y definida de los dos sexos, se ha convertido en “macho y hembra” separados, cuando la reproducción, por medio de la unión sexual, llegó a ser una ley universal. Hasta aquí todo esto está científicamente probado. Sólo queda una cosa por comprobar, a saber: la descripción clara y comprensible de los procesos de semejante reproducción presexual. Ésta se detalla en los libros Ocultos; y la escritora, en la Parte I del volumen III, trató de dar un ligero bosquejo de ella.
            
O bien es esto, o el hombre es un ser aparte. La Filosofía Oculta puede considerarlo así, a causa de su definida naturaleza dual. La Ciencia no puede hacer otro tanto, desde el momento que rechaza toda intervención que no sea la de las leyes mecánicas, y que no admite principio alguno fuera de la Materia. La primera, la Ciencia Arcaica, admite que la constitución física humana ha pasado por todas las formas, desde la más ínfima a la más elevada, su forma actual, o desde lo simple a lo complejo, para usar los términos aceptados. Pero sostiene que en este Ciclo, el Cuarto, toda vez que la  forma pasó por los tipos y modelos de la Naturaleza de las Rondas precedentes, hallábase pronta para el hombre desde el principio de esta Ronda . La Mónada sólo tuvo que penetrar en el cuerpo Astral de los Progenitores, para que la obra de consolidación física principiase en torno de la sombra prototipo.
           
  ¿Qué diría a esto la ciencia? Contestaría, por supuesto, que como el hombre apareció en la Tierra como el último de los mamíferos, no tuvo necesidad, como tampoco los mamíferos, de pasar por las etapas primitivas de procreación antes descritas. Su modo de procreación estaba ya establecido en la Tierra cuando él apareció. En este caso, podemos replicar: Hasta ahora no se ha encontrado ni la señal más remota de un eslabón entre el hombre y el animal; por tanto (si se rechaza la Doctrina Oculta) debe haber surgido milagrosamente en la Naturaleza, como una Minerva completamente armada, del cerebro de Júpiter; y en tal caso la Biblia tiene razón, así como otras “revelaciones” nacionales. De aquí que el desdén científico, que tan profusamente ha prodigado el autor de A. Modern Zoroastrian, a las antiguas filosofías y credos exotéricos, se convierta en prematuro e improcedente. Tampoco el repentino descubrimiento de un fósil como el “eslabón perdido” mejoraría el estado de cosas. Pues ni un semejante solitario ejemplar, ni las inducciones científicas acerca del mismo, podría dar la seguridad de que fuese la reliquia por tanto tiempo buscada, esto es, la de un HOMBRE no desarrollado, pero dotado de lenguaje. Como prueba final se requeriría algo más. Además de esto, hasta el mismo Génesis toma al hombre, su Adán de barro, solamente donde la Doctrina Secreta deja a sus “Hijos de Dios y de la Sabiduría” y encuentra al hombre físico de la Tercera Raza. Eva no es “engendrada”, sino que es extraída de Adán como la “Amoeba A”, y contrayéndose por medio y hendiéndose, forma la Amoeba B - por división .
           
  Tampoco se ha desarrollado el lenguaje humano, de los varios sonidos animales. 

La teoría de Haeckel de que “el lenguaje surgió gradualmente de algunos simples y rudos sonidos animales”, visto que tal “lenguaje aún permanece entre unas pocas razas del rango más ínfimo” , es por completo incorrecto, según arguye el profesor Max Müller entre otros. Sostiene él que aún no se ha dado explicación plausible alguna de cómo vinieron a la existencia las “raíces” del lenguaje. Para el lenguaje humano se requiere un cerebro humano. Y las cifras que relacionan el tamaño de los cerebros respectivos del hombre y del mono muestran cuán profundo es el abismo que separa a los dos . Vogt dice que el cerebro del mono más grande, el gorila, no mide más que 30’51 pulgadas cúbicas; al paso que el término medio del cerebro de los indígenas australianos de cabeza achatada -la más inferior, actualmente, de las razas humanas- llega a 99’35 pulgadas cúbicas! Los números son testigos rudos, y no saben mentir. Por consiguiente, como observó con verdad el doctor F. Pfaff, cuyas premisas son tan sanas y correctas como necias sus conclusiones bíblicas:

            El cerebro de los monos más parecidos al hombre no llega a la tercera parte del cerebro de los hombres de las razas más inferiores: no es la mitad del tamaño del cerebro de un recién nacido .

            Por lo anterior es, pues, muy fácil de ver que para probar las teorías Huxley-Haeckelianas de la ascendencia del hombre, no es uno, sino un gran número de “eslabones perdidos” -una verdadera escala de progresivos peldaños evolucionarios- que tendrían primeramente que encontrarse y luego ser presentados por la Ciencia a la presente humanidad pensante y razonadora, antes de que ella abandonase su creencia en los Dioses y en el Alma inmortal, para rendir culto a los antecesores cuadrúmanos. Meros mitos son ahora saludados como “verdades axiomáticas”. Hasta el mismo Alfredo Russel Wallace sostiene con Haeckel que el hombre primitivo era una criatura sin habla, semejante al mono. A esto contesta el profesor Joly:

            ...el hombre no ha sido jamás, en mi opinión, ese pitheconthropus alalus, cuyo retrato ha hecho Haeckel como si le hubiese visto y conocido, cuya genealogía singular y por completo hipotética ha llegado a presentarnos, desde la mera masa de protoplasma viviente, hasta el hombre dotado de lenguaje y de una civilización análoga a la de los australianos y papuanos.
            
Haeckel, entre otras cosas, siempre se pone en contradicción directa con la “ciencia de las lenguas”. En el curso de su ataque al Evolucionismo, el profesor Max Müller estigmatizó la teoría darwinista como “vulnerable al principio y al fin”. El hecho es que sólo la verdad parcial de muchas de las “leyes secundarias del darwinismo está fuera de duda - aceptando, evidentemente, M. De Quatrefages la selección natural, la lucha por la existencia y la transformación dentro de las especies, no como probadas de una  vez para siempre, sino sólo pro tempore. Pero no estará de más, quizá, resumir el argumento lingüístico contra la teoría del “mono antecesor”:
        
  Las lenguas tienen sus fases de desarrollo, etc., como todo lo demás en la Naturaleza. Es casi seguro que las grandes familias lingüísticas pasan por tres etapas.
            
1ª Todas las palabras son raíces y son meramente colocadas en yuxtaposición (Lenguas radicales).
            
2ª Una raíz determina a otra, y se convierte en un mero elemento determinativo (Aglutinantes).
            
3ª El elemento determinativo (cuyo significado determinante hace tiempo que pasó) se une en un todo con el elemento formativo (Inflexión).
            
El problema es pues: ¿De dónde vienen estas RAÍCES? El profesor Max Müller arguye que la existencia de estos materiales ya hechos del lenguaje es una prueba de que el hombre no puede ser la corona de una larga serie orgánica. Esta potencialidad de las raíces formativas es el gran tropezón que los materialistas casi invariablemente evitan.
            Von Hartmann lo explica como una manifestación de lo “Inconsciente”, y admite su fuerza contra el ateísmo mecánico. Hartmann es un buen representante del metafísico y del idealista de la época presente.
            El argumento no ha sido nunca afrontado por los evolucionistas no panteístas. El decir con Schmidt: “¡En verdad tenemos que detenernos ante el origen del lenguaje!” es una confesión de dogmatismo y de pronta derrota .
            Respetamos a aquellos hombres de ciencia que, prudentes en su generación, dicen: Estando el pasado prehistórico absolutamente fuera de nuestros poderes de observación, somos demasiado honrados, demasiado devotos de la verdad (o lo que consideramos como verdad), para especular sobre lo desconocido, dando a la luz nuestras teorías no probadas, juntamente con hechos establecidos de un modo absoluto en la Ciencia Moderna.

            Por tanto, las fronteras del conocimiento (metafísico) es mejor dejarlas al tiempo, que es la mejor piedra de toque de la verdad.

            Ésa es una declaración prudente y honrada en boca de un materialista. Pero cuando un Haeckel, después de decir que “los sucesos históricos de los tiempos pasados”, habiendo “ocurrido hace muchos millones de años ... se hallan para siempre fuera de la observación directa”, y que ni la Geología, ni la Filogenia  pueden ni podrán “llegar a la posición de verdadera ciencia “exacta”; insiste luego en el desarrollo de todos los organismos - “desde el vertebrado más ínfimo al más elevado, desde el anphioxus al hombre” - exigimos una prueba de más peso que la que él puede presentar. Las meras “fuentes empíricas de conocimiento”, así calificadas por el autor de anthropogeny - cuando tal calificación le satisface para sus propias opiniones - no son competentes para resolver problemas que se encuentran más allá de su dominio; ni la Ciencia exacta puede confiar en ellas. Si son “empíricas” - y el mismo Haeckel lo declara así repetidamente - entonces no valen más, ni deben inspirar más confianza, a la investigación exacta, cuando ésta se extiende al remoto pasado, que nuestras enseñanzas Ocultas del Oriente, teniendo ambas que ser colocadas al mismo nivel. 

Sus especulaciones filogenésicas y palingenésicas no son tratadas más favorablemente por los verdaderos hombres de ciencia, que lo son nuestras repeticiones cíclicas de la evolución de las grandes razas en las menores, y el orden original de la Evolución. Porque el deber de la ciencia exacta verdadera, por más materialista que sea, es evitar cuidadosamente todo lo que se parezca a conjeturas, las especulaciones que no puedan ser comprobadas; en una palabra, toda suppresio veri y todo suggestio falsi. El deber de los hombres de la ciencia exacta es observar, cada uno en el ramo que ha escogido, los fenómenos de la Naturaleza; registrar, ordenar, comparar y clasificar los hechos, hasta las más pequeñas minuciosidades que se presenten a la observación de los sentidos, con ayuda de todos los delicados mecanismos proporcionados por la invención moderna, no con la ayuda de los vuelos metafísicos ni  de la fantasía

Todo lo que ellos tienen el derecho legítimo de hacer, es corregir, con ayuda de los instrumentos físicos, los defectos o ilusiones de su propia visión más grosera, de sus poderes auditivos y de los otros sentidos. No tienen derecho a entrar en el terreno de la Metafísica ni de la Psicología. Su deber es comprobar y rectificar todos los hechos que caen bajo su observación directa; aprovecharse de las experiencias y errores del pasado al tratar de remontarse a una cierta concatenación de causas y efectos, la cual sólo por su constante e invariable repetición puede llamarse una LEY. Esto es lo que se espera del hombre de ciencia si quiere llegar a ser un instructor de hombres y permanecer fiel a su programa original de las Ciencias naturales o físicas. Toda desviación de este camino real se convierte en especulación.
            

En lugar de sostenerse en esta senda, ¿qué es lo que hacen muchos de los llamados hombres de ciencia hoy día? Se lanzan a los dominios de la Metafísica pura, al paso que la desdeñan. Se complacen en conclusiones temerarias y las llaman “una ley deductiva procedente de una ley inductiva”, de una teoría basada y sacada de las profundidades de su propia conciencia, conciencia pervertida e impregnada por un materialismo parcial. Tratan de explicar el “origen” de cosas que en sus propias concepciones están todavía ocultas. Atacan creencias espirituales y tradiciones religiosas de miles de años, y lo denuncian todo como superstición, excepto sus ideas favoritas. Sugieren teorías del Universo; una cosmogonía desarrollada sólo por fuerzas mecánicas ciegas de la naturaleza, muchísimo más milagrosa e imposible, que la basada en la suposición del fiat lux ex nihilo; y tratan de admirar al mundo con su extravagante teoría; y esta teoría, al saberse que emana de un cerebro científico, es acogida con fe ciega, como muy científica y como exposición de la CIENCIA.
            
¿Son estos los adversarios que el Ocultismo debe temer? Ciertamente que no. Porque tales teorías no son mejor tratadas por la Ciencia verdadera, que lo son las nuestras por la ciencia empírica. Haeckel, herido en su vanidad por du Bois-Reymond, no se cansa nunca de quejarse públicamente del destrozo causado por este último en su fantástica teoría de la descendencia. Citando sin orden del “riquísimo depósito de pruebas empíricas”, llama a aquellos “reconocidos fisiólogos”, que se oponen a todas sus especulaciones sacadas del mencionado “depósito”, hombres ignorantes, y declara que:  

            Si muchos hombres, y entre ellos hasta algunos de reputación científica, sostienen que toda la filogenia es un castillo en el aire, y que los árboles genealógicos (¿de los monos?) son vanas fantasías, demuestran, al hablar así, su ignorancia de aquella riqueza de fuentes empíricas de conocimiento que ya se han mencionado.


            Abramos el Diccionario de Webster y leamos las definiciones de la palabra “empírico”.

            Lo que depende sólo de la experiencia u observación, sin la debida consideración a la ciencia y teorías modernas.

            Esto se aplica a los ocultistas, espiritistas, místicos, etc.; además

            Empírico; es el que se limita a aplicar solamente los resultados de sus propias observaciones (lo cual es el caso de Haeckel); el que no conoce la ciencia... un ignorante, un practicante sin título; un matasanos; un charlatán.

            Ningún ocultista o “Mago” ha sido tratado jamás con peores epítetos. Sin embargo, el ocultista permanece en su propio terreno metafísico, y no trata de colocar sus conocimientos, fruto de su observación y experiencias personales, entre las ciencias exactas de la sabiduría moderna. Se mantiene dentro de su legítima esfera, en donde es el amo. Pero ¿qué debe pensarse de un rematado materialista, cuyo deber hállase ciertamente trazado ante él, que use expresiones tales como las siguientes?

            El que proceda el hombre de otros mamíferos, y más directamente del mono catarrino, es una ley deductiva, que se sigue necesariamente de la ley inductiva de la Teoría de la Descendencia.

            Una “teoría” es simplemente una hipótesis, una especulación, y no una ley. El decir otra cosa es una de las muchas libertades que se suelen tomar hoy en día nuestros hombres de ciencia. Presentan un absurdo, y luego lo ocultan tras el escudo de la Ciencia. Una deducción de una especulación teórica no es más que una especulación fundada en otra especulación. Sir William Hamilton ha señalado ya que la palabra teoría se usa ahora en un sentido muy libre e impropio... que es convertible en hipótesis, e hipótesis se usa comúnmente como sinónimo de conjetura, mientras que las palabras “teoría” y “teórico” se usan propiamente en oposición a los términos práctica y práctico.
           
            Pero la Ciencia Moderna pone un apagador en esta declaración, y se burla de la idea. Los filósofos materialistas y los idealistas de Europa y América pueden estar de acuerdo con los evolucionistas respecto del origen físico del hombre; aunque nunca será una verdad general para el verdadero metafísico; el cual desafía a los materialistas a probar sus asertos arbitrarios. Que el tema de la teoría del mono de Vogt y Darwin, sobre el cual los Huxley-Haeckelianos han compuesto últimamente tan extraordinarias variaciones, es mucho menos científico - por chocar con las leyes fundamentales del tema mismo - que lo son los nuestros, es muy fácil de demostrar. Basta que el lector consulte la excelente obra sobre las Especies Humanas por el gran naturalista francés de Quatrefages, y verá en seguida nuestra afirmación comprobada.
            Además, entre la enseñanza esotérica acerca del origen del hombre, y las especulaciones de Darwin, nadie vacilará, a menos de ser un consumado materialista. He aquí la descripción de Mr. Darwin sobre “los primitivos progenitores del hombre”.

            Debieron de haber estado cubierto de pelo y ambos sexos con barba; sus orejas serían probablemente puntiagudas y capaces de moverse, estando sus cuerpos provistos de cola, con músculos apropiados. Sus cuerpos y miembros funcionarían con músculos que ahora sólo a veces reaparecen, pero que son normales en los cuadrúmanos... Los pies serían entonces prensiles a juzgar por el estado del dedo gordo del pie en el feto; y nuestros progenitores, sin duda alguna, eran arbóreos en sus costumbres y frecuentaban los países cálidos cubiertos de bosques. Los machos tenían grandes dientes caninos, que les servían de arma formidable .

            Darwin relaciona al hombre con el tipo de los catarrinos con cola:

            Y, por tanto, le hace retroceder una etapa en la escala de la evolución. El naturalista inglés no se contenta con tomar posición en el terreno de sus propias doctrinas, y lo mismo que Haeckel, se coloca en este punto en contradicción directa con una de las leyes fundamentales que constituyen el encanto principal del darwinismo.        

            Después de esto, el sabio naturalista francés procede a mostrar cómo ha sido quebrantada esta ley fundamental. Dice:

            En una palabra: en la teoría de Darwin las transmutaciones no tienen lugar ni por la casualidad ni en todas las direcciones. Son ellas regidas por ciertas leyes debidas a la organización misma. Si un organismo se modifica una vez en una dirección dada, puede sufrir cambios secundarios o terciarios; pero conservará la impresión del original. La ley de la caracterización permanente es la única que permite a Darwin explicar la filiación de los grupos, sus características y sus numerosas relaciones. En virtud de esta ley, todos los descendientes del primer molusco han sido moluscos; todos los descendientes del primer vertebrado han sido vertebrados. Es evidente que esto constituye uno de los fundamentos de la doctrina. Se deduce de eso que dos seres pertenecientes a dos tipos distintos pueden referirse a un antecesor común, pero el uno no puede ser descendiente del otro.
            
Ahora bien; el hombre y el mono presentan un contraste muy sorprendente por lo que respecta al tipo. Sus órganos... corresponden casi exactamente término por término; pero estos órganos están arreglados bajo un plan muy distinto. En el hombre están ordenados de modo que es esencialmente un andador, mientras que en el mono necesitan que sea un trepador... Hay aquí una diferencia anatómica y mecánica... Una ojeada en la página en que Huxley ha colocado uno junto al otro el esqueleto humano y el de los monos más altamente desarrollados, basta como prueba convincente.
            
La consecuencia de estos hechos, desde el punto de vista de la aplicación lógica de la ley de las caracterizaciones permanentes, es que el hombre no puede descender de un antecesor ya caracterizado como mono, como no puede descender un mono catarrino sin cola, de un catarrino con ella. Un animal caminante no puede descender de uno trepador. Esto fue claramente comprendido por Vogt.
             
Al colocar al hombre entre los primates, declara él sin vacilar que las clases más ínfimas de los monos han pasado el jalón (el antecesor común) de que han partido y divergido los diferentes tipos de familia. (A este antecesor de los monos lo ve la Ciencia Oculta en el grupo humano más inferior durante el período Atlante, como se ha indicado). Debemos pues, colocar el origen del hombre más allá del último mono (lo que corrobora nuestra doctrina), si queremos adherirnos a una  de las leyes más estrictamente necesarias a la teoría darwiniana. 

Entonces  llegamos a los prosimianos de Haeckel, los loris, indris, etc. Pero estos animales son también trepadores; por tanto, tenemos que remontarnos aún más, en busca de nuestro primer antecesor directo. Pero la genealogía de Haeckel nos lleva de estos últimos a los marsupiales. Desde el hombre al canguro, la distancia es, ciertamente, grande. Ahora bien; ni la fauna  viviente, ni la extinguida, muestran los tipos intermedios que deben servir de jalones. Esta dificultad embaraza poco a Darwin. Sabemos que considera la falta de datos en estas cuestiones como una prueba en su favor. Haeckel, indudablemente, se preocupa tan poco como él. Admite la existencia de un hombre pitecoide, absolutamente teórico.
           
  Así, pues; dado que se prueba, con arreglo al mismo darwinismo, que el origen del hombre debe colocarse más allá del estado décimoctavo, y dado que, en consecuencia, se hace necesario llenar el vacío entre los marsupiales y el hombre, ¿querrá Haeckel admitir la existencia de cuatro grupos intermedios desconocidos en lugar de uno? ¿Completará él su genealogía de esta manera? No me toca a mí contestar.

            Véase la famosa genealogía de Haeckel en The Pedigree of Man, llamada por él la “Serie de los antecesores del Hombre”. En la “Segunda división” (estado dieciocho) describe:

            Los prosimianos, aliados a los loris (estenopos) y maquies (lemurinos), sin huesos marsupiales ni cloaca, con placenta.

            Y ahora véase The Human Species  de De Quatrefages, y mírense sus pruebas, basadas en los últimos descubrimientos, que muestran que los prosimianos de Haeckel no tienen decidua ni placenta difusa. No pueden ellos ser ni siquiera los antecesores de los monos; y por tanto, mucho menos del hombre, con arreglo a la ley fundamental del mismo Darwin, según indica el gran naturalista francés. Pero esto no intimida en lo más mínimo a los “teóricos del animal”, pues la contradicción propia y las paradojas son el alma misma del darwinismo moderno. testigo Mr. Huxley, quien ha manifestado, respecto al hombre fósil y al “eslabón perdido”, que:

            Ni en las edades cuaternarias, ni en la época presente, llena ningún ser intermedio el vacío que separa al hombre del troglodita:

y que el “negar la existencia de este vacío sería tan censurable como absurdo...; y el gran hombre de ciencia niega sus propias palabras, in actu, sosteniendo con todo el peso de su autoridad científica la más “absurda” de todas las teorías: ¡la descendencia del hombre de un mono!
            De Quatrefages, dice:

            Esta genealogía es por completo errónea, y se funda en un error material.

            Verdaderamente, Haeckel basa su descendencia del hombre en los estados diecisiete y dieciocho, los marsupiales y prosimianos - (¿género Haeckelii?). Al aplicar el último término a los lemúridos, haciendo de ellos, por tanto, animales con placenta, comete un error zoológico; pues después de dividir él mismo los mamíferos con arreglo a sus diferencias anatómicas en dos grupos: los indeciduata, que no tienen decidua (o membran especial que une la placenta), y los deciduata, los que la poseen, incluye a los prosimianos en este último grupo. Ahora bien; en otra parte hemos manifestado lo que otros hombres de ciencia tienen que decir a esto. Según dice De Quatrefages:

            Las investigaciones anatómicas de... Milne Edwards y de Grandidier sobre los animales... ponen fuera de toda duda que los prosimianos de Haeckel no tienen decidua ni placenta difusa. Son indeciduata. Lejos de haber posibilidad de que sean los antecesores de los monos, con arreglo a los principios sentados por el mismo Haeckel, no pueden ser considerados ni siquiera como antecesores de los mamíferos zonoplacentales... y deben ser relacionados con los Pachydermata, los Edentata y los cetáceos.

            ¡Y sin embargo, las invenciones de Haeckel pasan para algunos como Ciencia exacta!
            El mencionado error, si es verdaderamente tal, no se halla  ni siquiera aludido en el Pedigree of Man de Haeckel, traducido por Aveling. Si vale la disculpa de que cuando se hicieron las famosas “genalogías” “no se conocía la embriogénesis de los prosimianos”, ahora ya es familiar. Veremos si en la próxima edición de la traducción de Aveling. aparece rectificado este importante error, o si los estados diecisiete y dieciocho siguen siendo como están, haciendo creer al profano en uno de los verdaderos eslabones intermedios. Pero, según observa el naturalista francés:

            Su proceso (el de Darwin y Haeckel) es siempre el mismo, considerando lo desconocido como una prueba en favor de su teoría.

            Se llega a lo siguiente: Concédase al hombre un Espíritu inmortal y un Alma; dótese a toda la creación, animada e inanimada, con el principio monádico, evolucionando gradualmente de la polaridad latente y pasiva a la activa y positiva - y Haeckel se encontrará sin tener en qué apoyarse, digan lo que queiran sus admiradores.
            
Pero existen divergencias importantes aun entre Darwin y Haeckel. Al paso que el primero nos hace proceder del catarrino con cola, Haeckel encuentra a nuestro hipotético antecesor en el mono sin cola, aunque, al mismo tiempo, le coloca en un “estado” hipotético, precediendo inmediatamente a éste (Menocerca con cola), estado diecinueve.
           
  Sin  embargo, tenemos una cosa en común con la escuela darwinista, y es la ley de la evolución gradual y extremadamente lenta, abarcando muchos millones de años. El pleito principal, según parece, está en lo que se refiere a la naturaleza del “antecesor” primitivo. Se nos dirá que el Dhyân Chohan, o el “progenitor” del Manu, es un ser hipotético desconocido en el plano físico. Contestamos que toda la Antigüedad creía en él, y que hoy creen las nueve décimas partes de la humanidad presente; mientras que no sólo es el hombre pitecoide u hombre-mono un ser puramente hipotético de la creación de Haeckel, desconocido e incontrable en esta Tierra, sino que además su genealogía -según él la ha inventado- choca con los hechos científicos, y con todos los datos conocidos de los descubrimientos modernos de la Zoología. Es sencillamente un absurdo, aun como ficción. Según demuestra De Quatrefages en pocas palabras, Haeckel “admite la existencia de un hombre pitecoide absolutamente teórico” - cien veces más difícil de aceptar que cualquier antecesor Deva. Y no es éste el único ejemplo en que procede de un modo semejante, a fin de completar su cuadro genealógico. En una palabra: él mismo admite su invención cándidamente; pues confiesa la no existencia de su Sozura (estado catorce) - un ser completamente desconocido para la Ciencia - al confesar bajo su propia firma que:

            La prueba de su existencia se funda en la necesidad de un tipo intermedio entre los estados trece y catorce (!)

            Siendo así, podemos nosotros sostener con el mismo derecho científico que la prueba de la existencia de nuestras tres Razas etéreas, y de los hombres con tres ojos de las Razas Tercera y Cuarta, “se funda también en la necesidad de un tipo intermedio” entre el animal y los Dioses ¿Qué razones tendrían los Haeckelianos para protestar en este caso especial?

            
Por supuesto, hay una contestación pronta: Porque no concedemos la presencia de la Esencia Monádica. La manifestación del Logos como conciencia individual en la creación animal y humana no es aceptada por la ciencia exacta, ni tampoco lo explica todo, por supuesto. Pero los fracasos de la Ciencia y sus deducciones arbitrarias son mucho mayores en conjunto que los que puede proporcionar nunca cualquier doctrina Esotérica “extravagante”. Hasta pensadores de la escuela de Von Hartmann han sido atacados de la epidemia general. Aceptan ellos la antropología darwinista (más o menos), aun cuando también presuponen el Ego individual como una manifestación de lo Inconsciente (la representación occidental del Logos o del pensamiento divino Primordial). 

Dicen ellos que la evolución del hombre físico viene del animal, pero que la mente, en sus diversas fases, es completamente una cosa aparte de los hechos materiales, aunque el organismo, como Upâdhi, es necesario para su manifestación.

H.P. Blavatsky  D.S  T IV

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