viernes, 9 de octubre de 2015

Nuestros Instructores Divinos





             
Ahora bien; la Atlántida  y la Isla Flegiana no son los únicos anales que quedaron del Diluvio. La China tiene también su tradición, y la historia de una isla o continente, que llama Ma-li-ga-si-ma, lo que Kaempfer y Faber leen “Maurigasima” por algunas razones fonéticas misteriosas, suyas propias. Kaempfer, en su Japan  expone la tradición. La isla, debido a la iniquidad de sus gigantes, se hunde en el fondo del Océano, y Peiruun, el rey, el Noé chino, escapa sólo con su familia gracias a un aviso de los Dioses, por conducto de dos ídolos. Este príncipe piadoso y sus descendientes poblaron la China. Las tradiciones chinas hablan de las Dinastías Divinas de Reyes con tanta frecuencia como la de otras naciones.
             
Al mismo tiempo no hay un solo fragmento antiguo que no presente la creencia en una evolución multiforme y hasta multigenérica de seres humanos -espiritual, psíquica, intelectual y física- tal como se ha descrito en la presente obra. Ahora consideremos algunos de estos asertos.
            
 Nuestras razas, dicen todas que han salido de Razas Divinas, cualquiera que sea el nombre que se les dé. Ya tratemos de los Rishis o Pitris indios; de los Chim-nang y Tchan-g chinos, su “Hombre Divino” y sus Semi Dioses; del Dingir y Mul-lil accadio -el Dios Creador y los “Dioses del Mundo de los Fantasmas”; del Isis-Osiris y Thot egipcio; de los Elohim hebreos, y también de Manco-Capac y su progenie peruana-, la historia es la misma en todas partes. Cada nación tiene o los siete y diez Rishi-Manus y Prajâpatis; los siete y diez Ki-y; o los diez y siete Amshaspends  (seis exotéricamente); diecisiete Annedoti caldeos; diecisiete Sephiroth, etc. Cada uno y todos se han derivado de los primitivos Dhyân Chohans de la Doctrina Secreta, o los “Constructores” de las Estancias del volumen I. Desde Manu, Thot-Hermes, Oannes-Dagon y Edris-Enoch, hasta Platon Panodoro, todos nos hablan de siete Dinastías Divinas, de siete divisiones Lemures y siete Atlantes de la Tierra;  de los siete Dioses primitivos y dobles que descienden de su Mansión Celeste, y reinan sobre la Tierra, enseñando a la humanidad Astronomía, Arquitectura y todas las demás ciencias que han llegado hasta nosotros. Estos Seres aparecen primeramente como Dioses y Creadores; luego se sumen en el hombre naciente, para surgir finalmente como “Reyes y Gobernadores Divinos”. Pero este hecho se ha olvidado gradualmente. Como muestra Basnage, los egipcios mismos confesaban que la Ciencia había florecido en su país sólo desde el tiempo de Isis-Osiris, a quienes continuaban adorando como Dioses, “aun cuando se habían convertido en príncipes con forma humana”. Y añade él respecto del Divino Andrógino:
            
Se dice que este príncipe (Isis-Osiris) construyó ciudades en Egipto, hizo cesar las inundaciones excesivas del Nilo; inventó la agricultura, el uso del vino, la música, la astronomía y la geometría.

             
Cuando Abul Feda, en su Historia Anteislamítica  dice que el “lenguaje sabeo” fue establecido por Seth y Edris (Enoch), quiere significar la astronomía. En el Melelwa Nahil, Hermes es llamado el discípulo de Agathodaemon. Y en otro relato, a Agathodaemon se le menciona como un “Rey de Egipto”. El Celepas Geraldinus nos proporciona algunas tradiciones curiosas acerca de Henoch, a quien llama el “Gigante Divino”. El historiador Ahmed Ben Yusouf Eltiphas, en su Libro de los Diversos nombres del Nilo, nos refiere la creencia, entre los árabes semitas, de que Seth, que más tarde se conviritó en el Tifón egipcio, Set, había sido uno de los Siete Ángeles o Patriarcas de la Biblia; luego se convirtió en un mortal e hijo de Adán, después de lo  cual comunicó el don de la profecía y de la Ciencia astronómica a Jared, quien lo traspasó a su hijo Henoch. Pero Henoch (Idris), “el autor de treinta libros”, era “de origen sabeo”, esto es, pertenecía a la Saba, “una Hueste”:

             
Habiendo establecido los ritos y ceremonias del culto primitivo, fue al Oriente, donde construyó ciento cuarenta Ciudades, de las cuales Edessa era la menos importante; luego volvió a Egipto, cuyo Rey fue .

            
 De este modo se le identifica con Hermes. Pero hubo cinco Hermes, o más bien uno, que aparecía, como algunos Manus y Rishis, en varios caracteres diferentes. En el Burham-i-Kati se le menciona como Hormig, un nombre del Planeta Mercurio o Budha; y el Miércoles estaba consagrado tanto a Hermes como a Thot. El Hermes de la tradición oriental fue reverenciado por los Fineates, y se dice que huyó a Egipto después de la muerte de Argos, y lo civilizó bajo el nombre de Thoth. Pero bajo todos estos caracteres, se le atribuye siempre el haber transferido todas las ciencias de la potencia latente a la activa, esto es, haber sido el primero en enseñar la Magia a Egipto y a Grecia, antes de los días de la Magna Grecia, y cuando los griegos no eran ni helenos.
            
 No sólo nos habla Herodoto, el “padre de la historia”, de las Dinastías maravillosas de Dioses que precedieron al reino de los mortales, seguidas de las Dinastías de Semi-dioses, de héroes y finalmente de hombres, sino que toda la serie de autores clásicos le apoya. Diodoro, Eratóstenes, Platón, Manethon, etc., repiten el mismo relato, y no varían nunca en el orden expresado.
             
Según dice Crezer:

            
Verdaderamente, de las esferas de las estrellas en  donde moran los dioses de la luz desciende la sabiduría a las esferas inferiores... En el sistema de los antiguos sacerdotes (Hierofantes y Adeptos) todas las cosas sin excepción, Dioses, Genios, Almas (Manes), el mundo todo, son conjuntamente desarrolladas en el espacio y el tiempo. La pirámide puede considerarse como el símbolo de esta magnífica jerarquía de espíritus.

             
Los historiadores modernos -los académicos franceses, y Renán especialmente- son los que han hecho más esfuerzos para ocultar la verdad, haciendo caso omiso de los antiguos anales de los Reyes Divinos, que lo que es compatible con la honradez. Pero M. Renán no ha estado nunca menos deseoso que lo estuvo Eratóstenes (260 antes de Cristo) para aceptar la desagradable verdad; y sin embargo, este último se vio obligado a reconocer el hecho. Por tal motivo, el gran astrónomo es tratado con gran desdén por sus colegas, 2.000 años más tarde. Manethon es para ellos “un sacerdote supersticioso nacido y criado en la atmósfera de otros sacerdotes embusteros de Heliópolis”. Según observa acertadamente el demonólogo De Mirville:

Todos esos historiadores y sacerdotes, tan veraces cuando repiten las historias de reyes y hombres humanos, se hacen repentinamente en  extremo sospechosos tan pronto como tratan de sus dioses.

             
Pero ahí está la tabla sincrónica de Abidos, la cual, gracias al genio de Champollion, ha vindicado ahora la buena fe de los sacerdotes de Egipto (de Manethon sobre todo) y de Ptolomeo, en el papiro de Turín, el más notable de todos. Según las palabras del egiptólogo De Rougé:

           
 ...Champollion, lleno de profunda sorpresa, vio que tenía ante sus propios ojos los restos de una lista de Dinastías que abarcaba los tiempos míticos más remotos, o los  Reinados de los Dioses y Héroes... Desde el principio mismo de este curioso papiro, tenemos que convencernos de que hasta en un tiempo tan remoto como el período de Ramsés, estas tradiciones míticas y heroicas eran tales como Manethon nos las había transmitido; vemos figurando en ellas, como reyes de Egipto, a los Dioses Seb, Osiris, Set, Horus, Thoth-Hermes, y a la Diosa Ma, asignándose al reinado de cada uno de estos un largo período de siglos.

             
Estas tablas sincrónicas, además del hecho de que fueron desfiguradas por Eusebio con propósitos nada honrados, no habían pasado de Manethon. La cronología de los Reyes y Dinastías Divinas, lo mismo que la de la edad de la especie humana, han estado siempre en manos de los sacerdotes, y conservadas secretas para las multitudes profanas.
            
 Ahora bien; aunque el África como continente, se dice que apareció antes que Europa, sin embargo, vino más tarde que la Lemuria y hasta que lo primero de la Atlántida. Toda la región que ahora ocupan Egipto y los desiertos estuvo una vez cubierta por el mar. Esto se supo primero por Herodoto, Strabón, Plinio y otros; y, después, por la Geología. Abisinia fue una vez una isla, y el Delta fue el primer país ocupado por las avanzadas de emigrantes que llegaron del nordeste con sus Dioses.
           
 ¿Cuándo fue esto? La historia guarda silencio sobre el asunto. Afortunadamente tenemos el Zodíaco de Dendera, el planisferio del techo de uno de los templos más antiguos de Egipto, que registra el hecho. Este Zodíaco, con sus tres Virgos misteriosos entre Leo y Libra, ha encontrado sus Edipos para comprender el enigma de sus signos y justificar la veracidad de aquellos sacerdotes que dijeron a Herodoto que sus Iniciados enseñaban: 



a) que los Polos de la Tierra y la Eclíptica habían coincidido en otro tiempo, 

b) que desde entonces habían comenzado sus primeros anales Zodiacales, habiendo estado los Polos tres veces dentro del plano de la Eclíptica.
            
  
Bailly no tenía palabras suficientes a mano para expresar su sorpresa ante la similitud de todas estas tradiciones sobre las Razas Divinas, y exclama:
              

¿Qué son, finalmente, todos esos reinados de Devas indios y Peris (persas); o esos reinados de las leyendas chinas; esos Tien-hoang o los Reyes del Cielo, completamente distintos de los Ti-hoang, o reyes de la Tierra, y los Gin-hoang, los Reyes hombres, distinciones que están de perfecto acuerdo con las de los griegos y egipcios, al enumerar sus Dinastías de Dioses, de Semidioses y Mortales?.

             
Según dice Panodoro:
            
 Ahora bien; durante estos miles de años (antes del Diluvio) fue cuando tuvo lugar el Reinado de los Siete Dioses que gobiernan el mundo. En  ese período aquellos bienhechores de la humanidad descendieron sobre la Tierra y enseñaron a los hombres a calcular el curso del sol y de la luna por los doce signos de la Eclíptica.
             
Cerca de quinientos años antes de la presente Era, los sacerdotes de Egipto enseñaron a Herodoto las estatuas de sus Reyes humanos y Pontífices-Piromis -los Archiprofetaas o Mahâ Chohans de los templos, nacidos el uno del otro, sin intervención de mujer- que habían reinado antes que Menes, su primer Rey humano. Estas estatuas, dice, eran colosos enormes de madera, en número de trescientos cuarenta y cinco, cada una de las cuales tenía su nombre, historia y anales. También aseguraron ellos a Herodoto -a menos que el más veraz de los historiadores, el “padre de la historia”, sea ahora acusado de embustero, precisamente en este punto- que ningún historiador podría nunca comprender ni escribir un relato de estos Reyes sobrehumanos a menos que hubiese estudiado y aprendido la historia de las tres Dinastías que precedieron a la humana, esto es, la DINASTÍA DE LOS DIOSES, la de los Semidioses y la de los Héroes, o Gigantes (50). Estas “tres” Dinastías son las tres Razas.
          
Traducido al lenguaje de la Doctrina Secreta, estas tres Dinastías serían también las de los Devas, las de los Kimpurushas y las de los Dânavas y Daityas; por otra parte, Dioses, Espíritus Celestiales y Gigantes o Titanes. “¡Dichosos los que nacen, aun siendo de la condición de Dioses, como los hombres en Bhârata-varsha!” -exclaman los mismos dioses encarnados, durante la Tercera Raza-Raíz. Bhârata es generalmente la India, pero en este caso simboliza la Tierra Elegida de aquellos días, la cual era considerada la mejor de las divisiones de Jambu-dvipa, por ser la tierra de las obras activas (espirituales) por excelencia; la tierra de la Iniciación y del Conocimiento Divino.
             
No se puede dejar de reconocer en Creuzer grandes facultades intuitivas, cuando, a pesar de que casi desconocía las filosofías indo-arias, que eran muy poco conocidas en su tiempo, le vemos escribir:
             
Nosotros, los europeos modernos, nos sorprendemos cuando oímos hablar de los Espíritus del Sol, de la Luna, etc. Pero lo repetimos otra vez: el buen sentido natural y el recto juicio  de los pueblos antiguos, completamente extraños a nuestras ideas, por completo materiales, de la mecánica y de las ciencias físicas... no podían ver en las estrellas y planetas otra cosa que simples masas de luz, o cuerpos opacos moviéndose en circuitos en el espacio sideral, meramente de acuerdo con las leyes de atracción y repulsión; veían en ellos cuerpos vivos animados por espíritus, así como los veían en todos los reinos de la Naturaleza... Esta doctrina de los espíritus, tan en armonía con la Naturaleza, de la cual se derivaba, constituía, un gran concepto único, en donde los aspectos físico, moral y político formaban un solo conjunto.

             
Sólo este concepto es el que puede llevar al hombre a formar una conclusión exacta acerca de su origen y del génesis de todas las cosas en el Universo: del Cielo y de la Tierra, entre los cuales es él un eslabón viviente. Sin semejante eslabón psicológico, y el sentimiento de su presencia, ninguna ciencia puede progresar jamás, y el reino del conocimiento tiene que quedar limitado al análisis de la materia física solamente.
            
 Los Ocultistas creen en “espíritus”, porque se sienten (y algunos se ven) rodeados de ellos por todos lados. Los Materialistas, no. Viven en esta Tierra, lo mismo que algunos seres en el mundo de los insectos y hasta en el de los peces, rodeados de miríadas de su propia especie, sin verlos y hasta sin sentirlos.
             
Platón es el primer sabio entre los escritores clásicos que habla con extensión de las Dinastías Divinas. Las coloca en un vasto continente al cual da el nombre de Atlántida. Tampoco fue Bailly el primero ni el último en creer en esto, pues había sido precedido y anticipado en esta teoría por el Padre Kircher, el sabio jesuita, quien, en su CEdipus AEgyptiacus, escribe:

           
Confieso que durante mucho tiempo consideré todo esto (las Dinastías  y la Atlántida) como pura fábula (meras nugas), hasta el día en que, más instruido en las lenguas orientales, pude juzgar que todas estas leyendas deben ser, después de todo, sólo el desarrollo de una gran verdad.

             
Según indica De Rougemont, Teopompo, en su Meropis, presentaba a los sacerdotes de la Frigia y el Asia Menor hablando exactamente como lo hicieron los sacerdotes de Sais cuando revelaron a Solón la historia y destino de la Atlántida. Según Teopompo, era un continente único de extensión indefinida, que  contenía dos países habitados por dos razas -una guerrera, y otra piadosa y meditadora (56)-, las cuales simboliza Teopompo por dos ciudades. La “ciudad” piadosa era continuamente visitada por los Dioses; y la “ciudad” guerrera estaba habitada por varios seres invulnerables al hiero, y que sólo podían ser heridos mortalmente por la piedra y la madera. De Rougemont trata esto como una pura ficción de Teopompo, y hasta ve una superchería en el aserto de los sacerdotes saíticos. Fue ello considerado ilógico por los demonólogos. Según las palabras irónicas de De Mirville:

             
 Una superchería que estaba basada en una creencia, producto de la fe de toda la antigüedad; una suposición que, sin embargo, dio su nombre a toda una cordillera (Atlas), que especificaba con la mayor precisión una región topográfica (colocando esta tierra a poca distancia de Cádiz y del estrecho de Calpe), que profetizaba, 2.000 años antes que Colón, la gran tierra transoceánica situada más allá de esa Atlántida, y a la que “se llegaba -se decía- por las islas no de los Benditos, sino de los Buenos Espíritus”,  ...... (nuestras Islas Afortunadas). ¡Semejante suposición puede muy bien no ser más que una quimera universal!.

             
Lo cierto es que, ya sea “quimera” o realidad, los sacerdotes de todo el mundo lo tenían de una misma fuente, o sea la tradición universal acerca del tercer gran Continente que pereció hace unos 850.000 años, un Continente habitado por dos razas, distintas físicamente y sobre todo moralmente, ambas en extremo versadas en la sabiduría primitiva y en los secretos de la naturaleza, y mutuamente enemigas en su lucha, durante el curso y progreso de su doble evolución. Pues ¿de dónde provienen hasta las enseñanzas chinas sobre el asunto, si no es más que una “ficción”? ¿No tienen ellos anales de la existencia en un tiempo de una Isla Santa más allá del sol, Tcheou, más allá de la cual estaban situadas las tierras de los Hombres Inmortales?. ¿No creen ellos todavía que los restos de esos Hombres inmortales -que sobrevivieron cuando la Isla Santa se convirtió en negra por el pecado y pereció- han encontrado refugio en el gran Desierto de Gobi, en donde residen aún, invisibles para todos y defendidos de toda intrusión por una hueste de Espíritus?
             
Según escribe el muy incrédulo Boulanger:

             
Si uno debe prestar oído a las tradiciones, éstas colocan antes del reino de los Reyes, el de los Héroes y Semidioses; y más antiguamente todavía colocan el reinado maravilloso de los Dioses y todas las fábulas de la Edad de Oro... Sorprende que anales tan interesantes hayan sido rechazados por casi todos nuestros historiadores. Y, sin embargo, las ideas que presentan fueron una vez universalmente admitidas y reverenciadas por todas las naciones; no pocas las reverencian todavía, haciendo de ellas la base de su vida diaria. Semejantes consideraciones parecen exigir un juicio menos precipitado... Los antiguos, de quienes tenemos estas tradiciones, las cuales no aceptamos ya porque hemos dejado de comprenderlas, debieron de tener sus razones para creer en ellas, razones proporcionadas por su mayor proximidad a las primeras edades, y que la distancia que a nosotros nos separa, nos rehusa... Platón, en el libro cuarto de sus Leyes, dice que, mucho antes de la construcción de las primeras ciudades, Saturno había establecido en la tierra cierta forma de gobierno bajo la cual el hombre era muy feliz. Ahora bien; como él se refiere a la Edad de Oro, o a ese reinado de los Dioses tan celebrado en las antiguas fábulas... veamos las ideas que tenía de aquella dichosa edad, y cuál fue la oportunidad que tuvo para introducir esta fábula en un tratado de política. Según Platón, para poder obtener ideas precisas y claras sobre la realeza, su origen y poder, hay que retroceder a los principios de la historia y de la tradición. Grandes cambios, dice, ocurrieron en los tiempos de antaño, en el cielo y en la tierra, y el presente estado de cosas es uno de los resultados (Karma). Nuestras tradiciones nos hablan de muchas maravillas, de cambios que ocurrieron en el curso del sol, del reinado de Saturno y de mil otras materias que permanecen esparcidas en la memoria humana; pero nunca se oye hablar nada del mal que estas revoluciones han producido, ni del mal que inmediatamente siguió a ellas. Sin embargo... este Mal es el principio de que hay que tratar, para poder ocuparnos de la realeza y del origen del poder.

            
 Este Mal, parece que Platón lo ve en la similitud o consubstanciabilidad de las naturalezas de los gobernadores y gobernados; pues dice que mucho antes de que el hombre construyese sus ciudades, en la Edad de Oro, no había más que dicha en la Tierra, porque no había necesidades. ¿Por qué? Porque Saturno, sabiendo que el hombre no podía gobernar al hombre sin injusticia y sin llenar el universo de sus víctimas y su vanidad, no quiso permitir que ningún mortal obtuviese poder sobre sus adictas criaturas. Para conseguir esto, el Dios usó de los mismos medios que nosotros empleamos con nuestros ganados. Nosotros no ponemos un toro ni un carnero al  frente de los toros y carneros, sino que les damos un jefe, un pastor, esto es, un ser de especie completamente diferente de la suya y de una naturaleza superior. Esto es precisamente lo que hizo Saturno. Él amaba a la humanidad y no  colocó para gobernarla a ningún rey mortal, o príncipe, sino “Espíritus y Genios (......) de una naturaleza divina superior a la del hombre”.
            
 Dios (el Logos, la Síntesis de la Hueste) fue el que, presidiendo de este modo sobre los Genios, se convirtió en el primer Pastor y Jefe de los hombres. Cuando el mundo cesó de ser gobernado así, y los Dioses se retiraron, animales feroces devoraron una parte de la humanidad. Abandonados a sus propios recursos e industria, aparecieron entonces sucesivamente Inventores, y descubrieron el fuego, el trigo, el vino; y la gratitud pública los deificó.

             
Y la humanidad tuvo razón, pues el fuego por la fricción fue el primer misterio de la naturaleza, la primera y principal propiedad de la materia que fue revelada al hombre.
             
Como dicen los comentarios:
             
Frutos y granos, desconocidos en la tierra hasta entonces, fueron traídos por los “Señores de Sabiduría”, de otros Lokas (Esferas) para beneficio de aquellos a quienes gobernaban.
             
Ahora bien:
           
 Las primeras invenciones (?) de la humanidad, son las más maravillosas de todas las que la especie ha hecho nunca... el primer uso del fuego y el descubrimiento de los métodos para encenderlo; la domesticación de los animales; y, sobre todo, el proceso por el cual se desarrollaron primeramente los cereales de algunas hierbas salvajes (?) - todos estos son descubrimientos con los cuales no puede compararse, en ingenio y en importancia, ninguno de los descubrimientos subsiguientes. Todos son desconocidos de la historia, todos perdidos en la luz de un refulgente amanecer.
           
 Esto se dudará y negará en nuestra orgullosa generación. Pero si se asegurase que no hay granos ni frutos desconocidos en la tierra, entonces haremos presente al lector que el trigo no ha sido jamás encontrado en estado silvestre; él no es un producto de la tierra. A todos los demás cereales se les ha encontrado sus formas primogénitas, en varias especies de hierbas silvestres, pero el trigo ha desafiado hasta ahora los esfuerzos hechos por los botánicos para encontrar su origen. Y tengamos presente, a este propósito, cuán sagrado era este cereal entre los sacerdotes egipcios; el trigo se ponía hasta con sus momias, y se ha encontrado miles de años después en sus ataúdes. Recordemos cómo los servidores de Horus espigan el trigo en el campo de Aanru, trigo de siete codos de alto.
             
Dice la Isis egipcia:
            
Yo soy la Reina de estas regiones; yo fui la primera en revelar a los mortales los misterios del trigo y del grano... Yo soy aquella que se levanta en la constelación del Perro... Alégrate, ¡oh Egipto!, tú que fuiste mi nodriza.
                        
Sirio era llamada la estrella del Perro. Era la estrella de Mercurio o Budha, llamado el gran Instructor de la Humanidad.


             




El Y-king chino atribuye el descubrimiento de la agricultura a las “instrucciones dadas a los hombres por genios celestiales”.
            
Desgraciados, desgraciados los hombres que no saben nada, que no observan nada, ni quieren ver. Todos ellos están ciegos, puesto que permanecen ignorando cuán lleno está el mundo de criaturas diversas e invisibles, que pululan hasta en los sitios más sagrados.

            
 Los “Hijos de Dios” han existido y existen. Desde los indos Brahmaputras y Mânasaputras, Hijos de Brahmâ, e Hijos Nacidos de la Mente, hasta los B’ne Aleim de la Biblia judía, la creencia de los siglos y de la tradición universal obliga a la razón a rendirse ante tales evidencias. ¿Qué valor tiene la llamada “crítica independiente” o la “evidencia interna” -basadas ordinariamente en los respectivos conceptos favoritos de los críticos-, frente al testimonio universal, que jamás ha variado a través de los ciclos históricos? Léase esotéricamente, por ejemplo, el capítulo sexto del Génesis, que repite el aserto de la Doctrina Secreta, aunque cambiando ligeramente la forma y sacando una conclusión diferente que contrasta con el mismo Zohar.

            
 Había gigantes en la tierra en aquellos días; y también después de eso, cuando los hijos de Dios (B’ne Aleim) se unieron a las hijas de los hombres, y ellas les dieron hijos, que fueron hombres poderosos desde la antigüedad, hombres célebres (o gigantes).
            
¿Qué significa esta frase, “y también después de eso”, a menos que no sea: Había gigantes en la tierra antes, esto es, antes de los Hijos Sin Pecado de la Tercera Raza; y también después de eso, cuando los otros Hijos de Dios, de naturaleza inferior, inauguraron la relación sexual en la Tierra, como hizo Daksha, cuando vio que sus Mânasaputras no querían poblar la Tierra? Y luego viene una larga interrupción en el capítulo, entre los versículos 4 y 5. Pues seguramente no fue en o por la maldad de los “hombres poderosos... hombres célebres”, entre los  cuales colocan a Nimrod “el poderoso cazador ante el Señor”, que “Dios vio que la maldad del hombre era grande”, ni tampoco en los constructores de Babel, pues esto era antes del Diluvio; sino en la progenie de los  Gigantes que produjeron monstra quedam de genere giganteo, monstruos de los que surgieron las razas inferiores de hombres, representados ahora en la tierra por unas cuantas tribus miserables que se están extinguiendo, y por los grandes monos antropoides.
             
Y si los teólogos, ya sean protestantes o católicos romanos, nos llaman al orden, nos basta con enviarlos a sus propios textos literales. El versículo antes citado ha sido siempre un dilema, no sólo para los hombres de ciencia y los versados en la Biblia, sino también para los  sacerdotes. Pues, según plantea el asunto el reverendo Padre Péronne:
             
O bien eran (los B’ne Aleim) Ángeles buenos, y en tal caso, ¿cómo podían caer? O eran (Ángeles) malos, y en este caso no podían ser llamados B’ne Aleim, o hijos de Dios.

             
Este enigma bíblico, “cuyo verdadero sentido ningún autor ha podido comprender nunca”, según confiesa ingenuamente Fourmont, sólo puede explicarse por la Doctrina Oculta, por el Zohar para los occidentales, y por el Libro de Dzyan para los orientales. Lo que dice este último ya lo hemos visto; lo que nos dice el Zohar es que B’ne Aleim era un nombre común de los Malachim, los buenos Mensajeros, y de los Ischins, los Ángeles inferiores.
            
 Podemos añadir, en beneficio de los demonólogos, que su Satán, el “Adversario”, es incluido en el libro de Job entre los “hijos” de Dios o B’ne Aleim que visitan a su padre. Pero de esto trataremos más adelante.
             
Ahora bien; el Zohar dice que los Ischins, los hermosos B’ne Aleim, no eran culpables, sino que se mezclaron con hombres mortales porque fueron enviados a la tierra con este objeto. En otra parte este mismo libro muestra a los B’ne Aleim como perteneciendo a la décima subdivisión de los “Tronos”. Explica también que los Ischins -”Hombres-Espíritus”, viri spirituales-, ahora que los hombres ya no pueden verlos, ayudan a los Magos a producir, con su ciencia, homunculi, los cuales no son “hombres pequeños”, sino “hombres más pequeños (en el sentido de la inferioridad) que los hombres”. Ambos se muestran bajo la forma que los Ischins tenían entonces, esto es, gaseosa y etérea. Su jefe es Azazel.
             
Pero Azazel, a quien el dogma de la Iglesia persiste en asociar con Satán, no es nada de esto. Azazel es un misterio, según se explica en otra parte, y así lo expresa Maimónides.

             
Hay un misterio impenetrable en el relato concerniente a Azazel.

             
Y así es; pues Lanci, bibliotecario del Vaticano, a quien hemos citado antes y que debe de saber algo, dice:

             
Este nombre divino y venerable (nome divino e venerabile) se ha convertido, bajo la pluma de sabios bíblicos, en un demonio, en un desierto, en una montaña y en un chivo.

             
Por tanto, parece una necedad derivar el nombre, como hace Spencer, de Azal (separado) y El (Dios), de donde “uno separado de Dios”, o sea el DEMONIO. En el Zohar, Azazel es más bien la “víctima propiciatoria” que el “adversario formal de Jehovah”, como Spencer quisiera.

             
La cantidad de fantasías y ficciones maliciosas, dedicadas a esta “Hueste” por varios escritores fanáticos, es verdaderamente extraordinaria. Azazel y su “Hueste” son simplemente el “Prometeo” hebreo, y debieran ser considerados desde el mismo punto de vista. El Zohar muestra a los Ischins encadenados a la montaña en el desierto. Esto es alegórico y alude simplemente a estos “Espíritus” como estando encadenados a la Tierra durante el Ciclo de Encarnación. Azazel, Arzayel, es uno de los jefes de los Ángeles “transgresores” del Libro de Enoch, los cuales, descendiendo sobre el Ardis, la cima del monte Armon, se comprometieron entre sí jurándose mutua lealtad. Se dice que Azazyel enseñó a los hombres a hacer espadas, cuchillos y escudos, a fabricar espejos (?), para ver lo que está detrás de uno, esto es, “espejos mágicos”. Amazarak instruyó a todos los brujos y a los trituradores de raíces; Amers explicó la Magia; Barkayal, la astrología; Akibeel, el significado de los portentos y de los signos; Tamiel, la astronomía, y Asaradel enseñó el movimiento de la Luna. “Estos siete fueron los primeros instructores del cuarto hombre” (esto es, de la Cuarta Raza). Pero ¿por qué ha de interpretarse siempre la alegoría como significando precisamente lo que expresa su letra muerta?
             
Es ella la representación simbólica de la gran lucha entre la Sabiduría Divina, Nous, y su reflexión terrestre, Psuche, o entre el Espíritu y el Alma, en el Cielo y en la Tierra. En el Cielo, porque la Mónada Divina se había desterrado voluntariamente de él, descendiendo a un plano inferior, con objeto de encarnar, a fin de transformar así el animal de barro en un Dios inmortal. Pues, como nos dice Eliphas Lévi:
            
Los Ángeles aspiran a ser hombres; pues el Hombre perfecto, el Hombre-Dios está por encima hasta de los Ángeles.

En la Tierra; pues, tan pronto como el Espíritu descendió, fue ahogado en la confusión de la Materia.
             
Es extraño: la Enseñanza Oculta invierte los caracteres; el Arcángel antropomórfico de los cristianos y el hombre semejante a Dios de los indos son los que representan a la Materia en este caso; y el Dragón o la Serpiente, al Espíritu. El simbolismo Oculto da la clave del misterio; el simbolismo teológico lo oculta aún más. El primero explica muchos de los dichos de la Biblia y hasta del Nuevo Testamento que hasta ahora han permanecido incomprensibles; mientras que el último, debido a su dogma de Satán y su rebelión, ha degradado el carácter y naturaleza de su Dios que quisiera hacer infinito y absolutamente perfecto, y ha creado el mayor de los males y la maldición mayor sobre la Tierra: la  creencia en un Demonio personal. Este misterio ya se ha revelado en parte. La clave para su interpretación metafísica ha sido ahora restablecida, mientras que la de su interpretación teológica muestra a los Dioses y Arcángeles como símbolos de las religiones de la letra muerta o dogmáticas, frente a frente de las puras verdades del espíritu, desnudas y sin adornos de la fantasía.
             
Muchas fueron las alusiones que se hicieron en este sentido en Isis sin Velo, y un número aún mayor de indicaciones de este misterio pueden verse esparcidas en  estos volúmenes. Para aclarar de una vez el punto: lo que el clero de todas las religiones dogmáticas, principalmente el de la Cristiana, señala como Satán, el enemigo de Dios, es en realidad el Espíritu divino más elevado -la Sabiduría Oculta en la Tierra-, la cual es, naturalmente, contraria a toda ilusión mundana y pasajera, incluso a las religiones dogmáticas o eclesiásticas. Así que la Iglesia Latina, intolerante, fanática y cruel para todos los que no quieren ser sus esclavos; la Iglesia que se llama a sí misma la “esposa” de Cristo, y al mismo tiempo la delegada de Pedro, a quien fue con justicia dirigida la reprensión del Maestro: “Quítate delante de mí, Satán”; y también la Iglesia Protestante, la cual, al paso que se titula cristiana, reemplaza paradójicamente la Nueva Dispensación por la antigua Ley de Moisés, que Cristo repudió abiertamente; estas dos Iglesias están luchando contra la verdad divina, al repudiar y calumniar al Dragón de la Sabiduría Divina Esotérica. Siempre que anatematizan al Chnoupis Solar gnóstico, al Christos Agathodaemon, o la Serpiente Teosófica de la Eternidad, y hasta la Serpiente del Génesis, son impulsados por el mismo espíritu de oscuro fanatismo que impulsó a los fariseos a maldecir a Jesús con las palabras: “¿No decimos con razón que tienes en ti un demonio?”
            
 Léase el relato de Indra (Vâyu) en el Rig Veda, el libro Oculto por excelencia del Arianismo, y compáresele luego con el mismo en los Purânas: la versión exotérica y el relato intencionalmente entresacado de la verdadera Religión de la Sabiduría. En el Rig Veda, Indra es el más elevado y más altamente espiritual. En los Purânas, Indra es un perdido y un verdadero beodo del jugo de Soma, en el sentido ordinario terrestre. Es el conquistador de todos los “enemigos de los Dioses”, los Daityas, Nâgas (Serpientes), Asuras, todos los Dioses-Serpientes, y de Vritra, la Serpiente Cósmica. Indra es el San Miguel del Panteón indo, el jefe de la Hueste militante. Volviendo a la Biblia, vemos a Satán, uno de los “Hijos de Dios” (82), convirtiéndose, según la interpretación exotérica, en el Demonio y en el Dragón, en su sentido infernal y malo. Pero en la Kabalah, Samael, que es Satán, es presentado como idéntico a San Miguel, el Matador del Dragón. ¿Cómo es esto, cuando se dice que Tselem (la Imagen) refleja igualmente a Miguel y a Samael, los cuales son uno? Ambos proceden, según se enseña, de Ruach (el Espíritu), Neshamah (el Alma) y Nephesh (la Vida. En el Libro de los Números caldeo, Samael es la Sabiduría escondida (Oculta), y Miguel la Sabiduría terrestre superior, emanando ambas de la misma fuente, pero divergiendo a su salida del Alma del Mundo, la cual sobre la Tierra es Mahat, el entendimiento inteletual o Manas, el asiento de la inteligencia. Divergen porque el uno (Miguel) es influido por Neshamah, mientras que el otro (Samael) permanece no influido. Esta doctrina fue pervertida por el espíritu dogmático de la Iglesia, que, aborreciendo al Espíritu independiente no influido por la forma externa, y por tanto, tampoco por el dogma, convirtió a Samael-Satán (el más sabio y espiritual de todos los espíritus) en el Adversario de su Dios antropomórfico  y del hombre físico sensual, ¡el Demonio!

H.P. Blavatsky D.S T III

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