viernes, 24 de junio de 2016

LAS FUERZAS: ¿MODOS DE MOVIMIENTO O INTELIGENCIAS?

 

            
Ésta es, pues, la última palabra de la Ciencia Física, hasta el año actual, 1888. Las leyes mecánicas nunca podrán probar la homogeneidad de la Materia Primordial, excepto como inferencia y como desesperada necesidad, cuando no quede otro recurso, como en el caso del Éter. La ciencia moderna sólo está segura en su propia región y dominios, dentro de los límites físicos de nuestro Sistema Solar, más allá del cual todas las cosas, toda partícula de Materia, es diferente de la Materia que conoce, y donde la Materia existe en estados de que la Ciencia no puede formarse idea. Esta Materia, que es verdaderamente homogénea, está más allá de la percepción humana, si la percepción está encadenada tan sólo a los cinco sentidos. Sentimos sus efectos por medio de aquellas INTELIGENCIAS que son los resultados de su diferenciación primordial, a las que damos el nombre de Dhyân Chohans, llamados en las obras herméticas los “Siete Gobernadores”; aquellos que Pymander, el “Pensamiento Divino”, menciona como “Poderes Constructores”, y que Asklepios llama los “Dioses Celestes”. Algunos de nuestros astrónomos han llegado a creer en esta Materia, Substancia Primordial verdadera, Nóumeno de toda la “materia” que conocemos; pues ellos desesperan de la posibilidad de explicar jamás la rotación, la gravedad y el origen de las leyes mecánicas físicas, a menos que estas INTELIGENCIAS sean admitidas por la Ciencia. En la obra antes citada sobre Astronomía, por Wolf, el autor hace por completo suya la teoría de Kant, la cual, si no en su aspecto general, por lo menos en algunos de sus rasgos, nos hace recordar muchísimo ciertas enseñanzas esotéricas. Aquí tenemos el sistema del mundo “renacido de sus cenizas” a través de una nebulosa -la emanación de los cuerpos, muertos y disueltos en el Espacio, resultante de la incandescencia del Centro Solar-, reanimado por la materia combustible de los Planetas. en esta teoría, nacida y desarrollada en el cerebro de un joven de apenas veinticinco años, que nunca había abandonado su país natal, Königsberg, pequeña ciudad del norte de Prusia, no puede uno menos que reconocer o la presencia de un poder inspirador externo, o una prueba de la reencarnación, que es lo que los ocultistas ven. Llena ella un vacío que el mismo Newton, con todo su genio, no pudo salvar. Y seguramente es nuestra Materia Primordial, Âkâsha, la que Kant consideraba, cuando presupuso una Substancia primordial universal penetrante, para resolver la dificultad de Newton y su fracaso en explicar, por las fuerzas solas naturales, el impulso primitivo comunicado a los Planetas. Porque, como él dice en el capítulo VIII, si se admite que la perfecta armonía de las Estrellas y de los Planetas y la coincidencia de los planos de sus órbitas prueba la existencia de una Causa natural, que sería así la Causa Primordial, “esa Causa no puede ser realmente la materia que llena hoy los espacios celestes”. Debe ella ser la que llenaba el Espacio -la que era Espacio- originalmente, cuyo movimiento en Materia diferenciada fue el origen de los movimientos actuales de los cuerpos siderales; y que, “condensándose en esos mismos cuerpos, abandonó de este modo el espacio que hoy se encuentra vacío”. En otras palabras, los Planetas, los Cometas y el Sol mismo se componen de esa misma Materia, la cual, habiéndose originariamente condensado en aquellos cuerpos, ha conservado su cualidad inherente de movimiento; cuya cualidad, concentrada ahora en sus núcleos, dirige todo movimiento. Una ligerísima alteración de palabras, y unas cuantas adiciones, convertirían esto en nuestra Doctrina Secreta.
            
La última enseña que la Materia Prima primordial, divina e inteligente, la emanación directa de la Mente Universal, el Daiviprakriti -la Luz Divina  que emana del Logos- es la que formó los núcleos de todos los orbes que “se mueven” en el Kosmos. Es el poder de movimiento y el principio de vida informador, siempre presente; el Alma Vital de los Soles, Lunas, Planetas, y hasta de nuestra Tierra; latente el primero, activo el segundo - el Soberano y Guía invisible del cuerpo grosero unido y relacionado con su Alma, que es, después de todo, la emanación espiritual de estos respectivos Espíritus Planetarios.
            
Otra doctrina completamente Oculta es la teoría de Kant, de que la Materia de que están formados los habitantes y animales de otros Planetas es de una naturaleza más ligera y sutil y de una conformación más perfecta, en proporción a su distancia del Sol. Este último está demasiado lleno de Electricidad Vital, del principio físico productor de la vida. Por tanto, los hombres de Marte son más etéreos que nosotros, mientras que los de Venus son más densos; y si bien menos espirituales, son mucho más inteligentes.
            
La última doctrina no es del todo la nuestra, aunque esas teorías kantianas son tan metafísicas y trascendentales como cualquier Doctrina Oculta; y más de un hombre de ciencia, si se atreviera a decir lo que siente, las aceptaría como lo hace Wolf. De esta Mente y Alma kantianas de los Soles y Estrellas al Mahat (la mente), y al Prakriti de los Purânas, no hay más que un paso. Después de todo, la admisión de éste por la Ciencia sería sólo la admisión de una causa natural, ya extendiera o no su creencia a tales alturas metafísicas. Pero en ese caso Mahat, la Mente, es un “Dios”, y la Fisiología sólo admite a la “mente” como una función temporal del cerebro material, y nada más.
            
El Satanás del Materialismo se ríe ahora de todo igualmente, y niega lo visible así como lo invisible. Viendo en la luz, el calor, la electricidad y hasta en el fenómeno de la vida tan sólo propiedades inherentes a la Materia, se ríe cuando se llama a la vida el Principio Vital, y desprecia la idea de que sea independiente y distinta del organismo.
            
Pero en esto como en todo difieren también las opiniones científicas, y hay algunos hombres de ciencia que aceptan puntos de vista similares a los nuestros. Véase, por ejemplo, lo que el doctor Richardson, F. R. S. (citado extensamente en otra parte), dice del “Principio Vital”, que él llama “Éter Nervioso”:

            
Me refiero tan sólo a un agente material verdadero, refinado, quizás, para el mundo en general, pero efectivo y substancial; un agente que posee la cualidad del peso y del volumen; agente susceptible de combinaciones químicas, y por tanto, de cambio de estado y de condición físicos; agente pasivo en su acción, impulsada siempre, por decirlo así, por influencias ajenas a él, obedeciendo a otras influencias; agente que no posee poder alguno de iniciativas, ni vis o energeia naturae, pero que desempeña un papel importantísimo, si no primario, en la producción de los fenómenos resultantes de la acción de la energeia sobre la materia visible.

            
Como la Biología y la Fisiología niegan ahora in toto la existencia de un “Principio Vital”, la cita anterior, juntamente con lo que admite Quatrefages, es una confirmación clara de que existen hombres científicos que poseen las mismas opiniones acerca de las “cosas Ocultas” que los teósofos y ocultistas. Estos reconocen un Principio Vital determinado, independiente del organismo -material, por supuesto, pues la fuerza física no puede ser divorciada de la Materia -, pero de una substancia que existe en un estado desconocido por la Ciencia. La vida para ellos es algo más que la mera interacción de moléculas y de átomos. Existe un Principio Vital sin el cual ninguna combinación molecular hubiera podido jamás producir un organismo viviente, y mucho menos la llamada Materia “inorgánica” de nuestro plano de conciencia.
            
Por “combinación molecular” indicamos, por supuesto, las de la materia de nuestras presentes percepciones ilusorias, la cual materia sólo emana energía en nuestro plano. Éste es el punto principal que se debate.
            
Así pues, no se hallan solos los ocultistas en sus creencias. Ni son tan necios, después de todo, al rechazar hasta la misma “gravedad” de la ciencia moderna, juntamente con otras leyes físicas, aceptando en su lugar la atracción y la repulsión. Ellos ven, además, en estas dos Fuerzas opuestas tan sólo los dos aspectos de la Unidad Universal, llamada Mente Manifestada; en cuyos aspectos, el Ocultismo, por medio de sus grandes Videntes, percibe una Hueste innumerable de Seres operativos: Dhyân Chohans Cósmicos, Entidades cuya esencia, en su naturaleza dual, es la Causa de todos los fenómenos terrestres. Porque esa esencia es consubstancial con el Océano Eléctrico universal, que es la VIDA; y siendo dual, según se ha dicho, positiva y negativa, las emanaciones de esa dualidad son las que actúan ahora sobre la tierra bajo el nombre de “modos de movimiento”. Actualmente, hasta la Fuerza, como palabra, ha sido motivo de objeciones, por temor a que pudiera inducir a alguien a separarla de la Materia, ni aun en pensamiento. Según dice el Ocultismo, los efectos dobles de esa esencia dual son los que han sido llamados ora fuerzas centrípeta y centrífuga, ora polos positivo y negativo, o polaridad, frío y calor, luz y tinieblas, etcétera.
            
Se sostiene además que hasta los mismos cristianos griegos y católico-romanos demuestran ser más sabios al creer -aun cuando relacionándolos y refiriéndolos ciegamente todos ellos a un Dios antropomórfico- en Ángeles, Arcángeles Arcontes, Serafines y Estrellas Matutinas; en resumen, en todas aquellas delicioe humani generis teológicas, que rigen a los Elementos Cósmicos, que la Ciencia lo es al negarlos por completo y abogar por sus fuerzas mecánicas. Porque éstas obran con frecuencia con inteligencia y precisión más que humanas. No obstante, se niega que exista tal inteligencia, y se atribuye a la ciega casualidad. Pero así como De Maistre estaba en lo cierto al llamar a la ley de la gravitación meramente una palabra, que había reemplazado a “la cosa desconocida”, asimismo tenemos nosotros razón al aplicar la misma observación a todas las otras Fuerzas de la Ciencia. Y si se nos arguye que el Conde era un entusiasta católico-romano, citaremos entonces a Le Couturier, igualmente entusiasta como materialista, que decía lo mismo, como también lo hicieron Herschel y muchos otros.
            
Desde los Dioses a los hombres, desde los mundos a los átomos, desde una Estrella a una luciérnaga, desde el Sol al calor vital del ser orgánico más ínfimo, el mundo de la Forma y la Existencia es una inmensa cadena, cuyos eslabones están todos unidos. La ley de Analogía es la primera clave para el problema del mundo, y estos eslabones tienen que estudiarse coordinadamente en sus relaciones ocultas unos con otros.
            
Por lo tanto, cuando la Doctrina Secreta presupone que el espacio condicionado o limitado (posición) no posee existencia real alguna más que en este mundo de ilusión, o, en otras palabras, en nuestras facultades perceptivas, enseña que todos los mundos, tanto los elevados como los más inferiores, se hallan en compenetración con nuestro propio mundo objetivo; que millones de cosas y de seres se hallan, desde el punto de vista de la localización, en torno de nosotros y en nosotros, así como nosotros estamos en torno de ellos, con ellos y en ellos; y esto no es una nueva figura metafísica del lenguaje, sino un hecho real en la Naturaleza, por incomprensible que sea para nuestros sentidos.
            
Pero hay que comprender la fraseología del Ocultismo antes de criticar lo que asegura. Por ejemplo, la Doctrina se niega -como lo hace la Ciencia, en cierto sentido- a emplear las palabras “arriba” y “abajo”, “superior” e “inferior”, con referencia a las esferas invisibles, puesto que en este punto carecen de significado. Aun las mismas palabras “Oriente” y “Occidente” son sólo convencionales y únicamente necesarias para auxiliar a nuestras percepciones humanas. Porque aunque la Tierra posee sus dos puntos fijos en los polos Norte y Sur, sin embargo tanto el Este como el Oeste son variables relativamente a nuestra propia posición en la superficie de la Tierra, y como consecuencia de su rotación de Occidente a Oriente. De aquí que cuando se mencionan “otros mundos” -mejores o peores, más espirituales, o tadavía más materiales, aunque invisibles ambos-, el ocultista no coloca estas esferas ni fuera ni dentro de nuestra Tierra, como lo hacen los teólogos y los poetas; pues su posición no está en lugar alguno del espacio conocido o concebido por el profano. Hállanse, por decirlo así, confundidos con nuestro mundo, al que compenetran y por el que son compenetrados. Hay millones y más millones de mundos y de firmamentos visibles para nosotros; hay aún mucho mayor número fuera del alcance del telescopio, y gran parte de estos últimos no pertenecen a nuestro plano objetivo de existencia. Aunque tan invisibles como si se hallasen a millones de millas más allá de nuestro sistema solar, sin embargo, están con nosotros, cerca de nosotros, dentro de nuestro propio mundo, tan objetivos y materiales para sus respectivos habitantes como lo es el nuestro para nosotros. Pero además la relación de estos mundos con el nuestro no es como la de una serie de cajas ovales, encerradas una dentro de otra, al modo de los juguetes llamados nidos chinos; pues cada una se halla sujeto a sus propias leyes y condiciones especiales, sin tener relación directa con nuestra esfera. Sus habitantes, como ya se ha dicho, pueden estar pasando, sin que de ello nos demos cuenta, al través o al lado de nosotros, como si se tratase de un espacio vacío, estando sus moradas y regiones en compenetración de las nuestras, sin perturbar por ello nuestra visión, porque no poseemos todavía las facultades necesarias para percibirlos. Sin embargo, gracias a su visión espiritual, los Adeptos, y hasta algunos videntes y sensitivos, pueden distinguir, en mayor o en menor grado, la presencia y proximidad a nosotros de Seres que pertenecen a otras Esferas de vida.
            
Los de mundos espiritualmente más elevados se comunican tan sólo con aquellos mortales terrestres que ascienden al plano más elevado que ellos ocupan, por medio de esfuerzos individuales.
            
Los Hijos de Bhûmi (la Tierra) consideran a los Hijos de los Deva-lokas (las Esferas Angélicas) como sus Dioses; y los Hijos de los reinos inferiores miran a los hombres de Bhûmi como sus Devas (Dioses); los hombres no se dan cuenta de ello a causa de su ceguera... Ellos (los hombres) tiemblan ante aquéllos a la par que los utilizan (con fines mágicos)... La primera Raza de Hombres era la de los “Hijos Nacidos de la Mente” de los primeros. Ellos (los Pitris y Devas) son nuestros progenitores....
            
Las llamadas “personas ilustradas” se burlan de la idea de las Sílfides, Salamandras, Ondinas y Gnomos; los hombres científicos consideran como un insulto la sola mención de semejantes supersticiones; y con un desprecio de la lógica y del sentido común, que es con frecuencia la prerrogativa de la “autoridad aceptada”, permiten que aquellos a quienes es su deber instruir, sufran bajo la impresión absurda de que en todo el Kosmos, o al menos en nuestra propia atmósfera, no existen más seres inteligentes y conscientes que nosotros mismos. Cualquier otra humanidad (compuesta de seres humanos distintos) que no tenga dos piernas, dos brazos y una cabeza con facciones de hombre, no sería llamada humana, por más que la etimología de la palabra parece que debiera tener muy poco que ver con el aspecto general de una criatura. Así, al paso que la Ciencia rechaza despreciativamente hasta la posibilidad misma de que existan tales seres en general invisibles (para nosotros), la Sociedad, a la par que en secreto cree en ello, se burla abiertamente de la idea. Acoge con risas obras como el Conde de Gabalis, sin comprender que la sátira franca es la más segura de las caretas.
            
Sin embargo, tales mundos invisibles existen. Tan densamente poblados como el nuestro, hállanse esparcidos por el Espacio aparente en inmensos números; algunos, mucho más materiales que nuestro propio mundo; otros eterizándose gradualmente hasta que pierden la forma y son como “soplos”. El hecho de que nuestro ojo físico no los vea, no es razón para no creer en ellos. Los físicos no pueden ver su éter, átomos, “los modos de movimiento” o fuerzas. Sin embargo, los aceptan y los enseñan. Si vemos que la materia, aun en el mundo natural que conocemos, nos proporciona una analogía parcial para el difícil concepto de semejantes mundos invisibles, parece debiera haber poca dificultad en admitir la posibilidad de su existencia. La cola de un cometa, que a pesar de llamar nuestra atención en virtud de su resplandor, sin embargo no perturba ni impide nuestra visión de objetos que percibimos a través y más allá de ella, nos ofrece el primer escalón hacia la prueba de la misma. La cola de un cometa pasa rápidamente a través de nuestro horizonte, y ni la sentimos ni nos damos cuenta de su paso más que por el brillante resplandor, a menudo percibido tan sólo por unos pocos interesados en el fenómeno, mientras que todos los demás continúan ignorando su presencia y paso por o a través de una porción de nuestro globo. Esta cola puede, o no, ser una parte integral del ser del cometa; pero nos basta su tenuidad como ejemplo que nos sirve para nuestro objeto. En efecto, no es cuestión de superstición, sino sencillamente sólo un resultado de Ciencia trascendental, y más aún de lógica, admitir la existencia de mundos constituidos por Materia mucho más atenuada que la cola de un cometa. Negando tal posibilidad, no ha caído la Ciencia durante el pasado siglo en las manos de la filosofía y religión verdadera, pero sí sencillamente en las de la teología. Para disputar mejor la pluralidad hasta de los mismos mundos materiales, creencia que una gran parte del clero opina que es incompatible con las enseñanzas y doctrinas de la Biblia , tuvo Maxwell que calumniar la memoria de Newton, tratando de convencer a sus lectores de que los principios contenidos en la filosofía newtoniana son los que existen “en el fondo de todos los sistemas ateos”.
            
“El doctor Whewell negaba la pluralidad de mundos, apelando a la evidencia científica”, escribe el profesor Winchell. Y si hasta la habitabilidad de los mundos físicos, de los planetas y de las distintas estrellas que brillan por miríadas sobre nuestras cabezas, es tan discutida, ¡cuán pocas probabilidades deben en verdad existir en pro de la aceptación de mundos invisibles en el espacio, en apariencia transparente, que rodea al nuestro!
            
Pero, sí podemos concebir un mundo compuesto de materia aún más atenuada para nuestros sentidos que la cola de un cometa, y por tanto, habitantes tan etéreos en proporción a su globo, como lo somos nosotros en relación a nuestra Tierra de corteza dura y rocosa, nada tiene de extraño que no los veamos, y que ni siquiera sintamos su presencia y existencia. Ahora bien; ¿en qué es esta idea contraria a la Ciencia? ¿No puede suponerse que existan hombres y animales, plantas y rocas, dotados de una serie de sentidos por completo diferentes de los que poseemos nosotros? ¿No pueden sus organismos nacer, desarrollarse y existir bajo otras leyes de existencia distintas que las que rigen a nuestro pequeño mundo? ¿Es absolutamente necesario que todo ser corpóreo deba estar revestido con “trajes de piel”, como los que fueron proporcionados a Adán y Eva, según la leyenda del Génesis? La corporeidad, se nos dice sin embargo por más de un hombre de ciencia, “puede existir bajo condiciones muy diversas”.
            
El profesor A. Winchell, discutiendo sobre la pluralidad de mundos, hace las observaciones siguientes:

            
Nada tiene de improbable que substancias de naturaleza refractaria puedan estar tan mezcladas con otras, ya nos sean conocidas o desconocidas, que puedan soportar cambios muchísimo mayores de calor y de frío que lo que es posible para los organismos terrestres. Los tejidos de los animales terrestres hállanse simplemente apropiados al mundo que habitan. Sin embargo, aun aquí nos encontramos con diferentes tipos y especies de animales, adaptados a los rigores de situaciones en extremo diferentes... Que un animal sea cuadrúpedo o bípedo es cosa que no depende de las necesidades de la organización, del instinto, ni de la inteligencia. No es una necesidad de la existencia perceptiva que un animal deba poseer justamente cinco sentidos. Pueden existir animales en la tierra sin olfato ni gusto. Pueden existir seres en otros mundos, y aun en éste, que posean sentidos más numerosos que los que nosotros tenemos. La posibilidad de esto es aparente si consideramos la probabilidad de que debe haber otras propiedades y otros modos de existencia entre los recursos del Cosmos, y aun de la materia terrestre. Hay animales que viven allí en donde el hombre perecería: en el suelo, en los ríos, en el mar... (¿y por qué no puede suceder lo mismo en tal caso con seres humanos de organización diferente?)...  Ni se halla limitada la existencia corporal racional a la sangre caliente, ni a ninguna temperatura que no cambie las formas de materia de que el organismo pueda estar compuesto. Pueden existir inteligencias en cuerpos de tal naturaleza, que no requieran el proceso de ingerimiento, asimilación y reproducción. Tales cuerpos no requerirían calor y alimento diarios. Podrían perderse en los abismos del Océano, o vivir en escarpada roca, azotados por todas las tormentas de un invierno ártico, o sumergirse durante cien años en un volcán, y sin embargo conservar, a pesar de todo, la conciencia y el pensamiento. Esto es concebible. ¿Por qué no habrían de existir naturalezas psíquicas encerradas en el pedernal y en el platino indestructibles? Estas substancias no están más apartadas de la naturaleza de la inteligencia que lo están el carbono, el hidrógeno, el oxígeno y la cal. Pero sin llevar el pensamiento tan lejos (?), ¿no podrían inteligencias elevadas estar comprendidas en formas tan insensibles a las condiciones externas como la salvia de las praderas occidentales, o el liquen del Labrador, las rotíferas que permanecen secas durante años, o las bacterias que pasan vivas a través del agua hirviendo?... Estas indicaciones son hechas al lector simplemente para recordarle cuán poco puede decirse en lo referente a las condiciones necesarias para la existencia inteligente y organizada, fundándose en lo que es la existencia corpórea en la tierra. La inteligencia es, por su naturaleza, tan universal y tan uniforme como las leyes del Universo. Los cuerpos son meramente la adecuación local de la inteligencia a modificaciones particulares de la materia universal o la Fuerza.

            
¿No sabemos por los descubrimientos de esa misma Ciencia que todo lo niega, que nos hallamos rodeados de miríadas de vidas invisibles? Si esos microbios, bacterias y los tutti quanti de lo infinitamente pequeño, son invisibles para nosotros en virtud de su tamaño diminuto, ¿no podrían acaso existir, en el polo opuesto, seres igualmente invisibles debido a las cualidades de su contextura o de su materia, a su tenuidad, en una palabra? ¿No tenemos también en los efectos de la materia cometaria otro ejemplo de una forma de vida y de materia semivisible? El rayo de sol que penetra en nuestro aposento nos revela a su paso miríadas de seres diminutos que viven su vida fugaz y cesan de ser, con independencia e indiferentes de si son o no percibidos por nuestra materialidad más grosera. Y lo mismo sucede con respecto a los microbios, a las bacterias y otros seres semejantes, igualmente invisibles, en otros elementos. Hemos pasado sin percibirlos durante aquellos largos siglos de triste ignorancia, después de que la lámpara del saber de los elevadísimos sistemas filosóficos paganos cesó de lanzar su luz resplandeciente sobre las épocas de intolerancia y de fanatismo del Cristianismo primitivo; y ahora parece como que deseamos pasarlo de nuevo por alto.
            
Y, sin embargo, esas vidas nos han rodeado entonces lo mismo que ahora. Han trabajado, obedientes a sus propias leyes, y sólo a medida que gradualmente han ido revelándose a la Ciencia hemos empezado a trabar conocimiento con ellas y con los efectos que producen.
            
¿Cuánto tiempo ha necesitado el mundo para convertirse en lo que es hoy? Si puede decirse que aun actualmente llega a nuestro globo polvo cósmico “que antes nunca había pertenecido a la Tierra”; ¿cuánto más lógico no es creer, como lo hacen los ocultistas, que a través de los innumerables millones de años que han transcurrido, desde que aquel polvo se agregó y formó el globo en que vivimos en torno de su núcleo de Substancia Primitiva e inteligente, muchas humanidades -difiriendo de la nuestra presente como han de diferir las que se desarrollarán  dentro de millones de años- aparecieron sólo para desaparecer de la faz de la Tierra, como sucederá con la nuestra? Estas lejanas y primitivas humanidades son negadas, porque, según creen los geólogos, no han dejado ninguna reliquia tangible. Todo rastro suyo ha desaparecido, y por tanto, no han existido jamás. Sin embargo, sus reliquias pueden encontrarse -aunque muy pocas, verdaderamente- y deben ser descubiertas por las investigaciones geológicas. Pero, aun cuando no hubiesen de encontrarse jamás, no habría razón para decir que no pueden haber vivido hombres en los períodos geológicos, a los cuales se atribuye su presencia en la Tierra. Porque sus organismos no necesitaban sangre caliente, ni atmósfera, ni alimento; el autor de World-Life tiene razón, y no es ninguna extravagancia creer, como creemos nosotros, que así como, según hipótesis científicas, pueden existir “naturalezas psíquicas encerradas en el pedernal y el platino indestructibles”, existieron naturalezas psíquicas encerradas en forma de Materia Primitiva igualmente indestructible: los verdaderos progenitores de nuestra Quinta Raza.
            
Por lo tanto, cuando en los volúmenes III y IV hablamos de los hombres que habitaron este globo hace 18.000.000 de años, no tenemos presente ni los hombres de nuestras actuales razas, ni las leyes atmosféricas, condiciones termales, etc., de nuestro tiempo. La Tierra y la Humanidad, como el Sol, la Luna y los planetas, tienen todos su crecimiento, cambios, desarrollos y evolución gradual, en sus períodos de vida; nacen, se convierten en niños, luego en niños mayores, adolescentes, alcanzan la madurez, llegan a la vejez, y finalmente mueren. ¿Por qué no habría de estar también la Humanidad bajo esta ley universal? Dice Uriel a Enoch:

            
Mira: te he mostrado todas las cosas ¡oh Enoch!... Ves el Sol, la Luna y los que conducen las estrellas del cielo, los que producen todas sus operaciones, sus estaciones, y llegadas al retorno. En los días de pecadores, los años se acortarán; todo lo que se haga en la tierra será subvertido... la Luna cambiará sus leyes.

            
Los “días de pecadores” significan los días en que la Materia alcanzaría su dominio completo sobre la Tierra, y el hombre llegaría al ápice del desarrollo físico en estatura y animalidad. Esto ocurrió durante el período de los Atlantes, en el punto medio de su Raza, la Cuarta, que pereció ahogada, según lo profetizó Uriel. Desde entonces el hombre empezó a decrecer en estatura física, en fuerza y en años de vida, como se mostrará en los volúmenes III y IV. Pero, como nosotros estamos en el punto medio de nuestra subraza de la Quinta Raza Raíz -el apogeo de la materialidad en todas-, las propensiones animales, aunque más refinadas, no por eso tienen menor desarrollo; y esto se nota más en los países civilizados.

 

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