miércoles, 22 de agosto de 2018

LA GUPTA VIDYA ORIENTAL Y LA KABALAH

            


Consideraremos ahora nuevamente la identidad esencial de la Gupta Vidyâ oriental y el sistema cabalístico, al paso que mostremos la disparidad de sus interpretaciones filosóficas desde la Edad Media.
            
Hemos de confesar que los juicios de los cabalistas en sus sintéticas conclusiones respecto de la naturaleza de los misterios enseñados solamente en el Zohar, son tan contradictorios y desencaminados como los de la misma ciencia. Al igual que los alquimistas y rosacruces medievales (como el abate Tritemio, Juan Reuchlin, Agrippa, Paracelso, Roberto Fludd, Filaletes, etc.), en cuyo nombre juran, los ocultistas continentales tienen la Kabalah hebrea por fuente universal y única de sabiduría; y encuentran en ella el secreto de casi todos los misterios metafísicos y divinos de la Naturaleza, incluso, según Reuchlin, los de la Biblia cristiana. Para ellos es el Zohar un tesoro esotérico de todos los misterios del evangelio cristiano; y el Sepher Yetzirah es la luz que disipa toda oscuridad, la clave de todos los secretos de la Naturaleza. Si muchos de los modernos partidarios de los cabalistas medievales tienen alguna idea del significado real de la simbología de sus maestros elegidos, esa es otra cuestión. Muchos de ellos ni siquiera se han fijado en que el lenguaje esotérico de los alquimistas era de su propia invención; y que lo empleaban como velo para evitar los peligros de la época; pero no era el misterioso lenguaje de los iniciados paganos que los alquimistas encubrieron una vez más.
            
La cuestión se nos ofrece ahora de modo tal que, como los alquimistas antiguos no dejaron la clase de sus escritos, resultan estos un misterio dentro de otro misterio. 

La Kabalah se interpreta y compulsa únicamente a la luz que los místicos medievales proyectaron sobre ella; pero como estos, en su forzada Cristología, tuvieron que disfrazar con caretas dogmáticas las antiguas enseñanzas, sucede que cada místico moderno interpreta a su manera los antiguos símbolos, apoyándose en los rosacruces y alquimistas de hace tres o cuatro siglos. Los dogmas místicos cristianos son el maëlstrom central que engulle todos los antiguos símbolos paganos; y el cristianismo antignóstico es la moderan retorta, que ha reemplazado al alambique de los alquimistas, y en donde se ha destilado, hasta dejarla desconocida, la Kabalah, esto es, el hebreo Zohar y otras obras místicas de los rabinos. De ello resulta que el estudiante interesado hoy en las ciencias ocultas, ha de creer que el ciclo simbólico del “Anciano de los Días”, y cada cabello de la poblada barba del Macroprosopos, ¡se refieren sólo a la historia terrena de Jesús de Nazareth! Y dicen otros que la Kabalah “fue comunicada primeramente a una escogida compañía de ángeles”, por el mismo Jehová, quien por modestia, a lo que cabe presumir, se hizo únicamente en ella el tercer sephirot, y femenino por añadidura. Tantos cabalistas, tantas interpretaciones. 

Creen algunos (acaso con mayor razón), que la masonería tiene por fundamento la esencia de la Kabalah, puesto que la masonería moderna es indudablemente el pálido y neblino reflejo de la oculta masonería primieval, de las enseñanzas de aquellos divinos masones que establecieron los misterios de los prehistóricos y antediluvianos templos de iniciación, erigidos por constructores verdaderamente sobrehumanos. Declaran otros que los dogmas expuestos en el Zohar se refieren meramente a misterios profanos y terrenos, sin relación alguna con especulaciones metafísicas, tales como la existencia e inmortalidad del alma, como ocurre también con los libros mosaicos. No faltan quienes afirmen (y estos son los verdaderos y genuinos cabalistas que recibieron las enseñanzas de los rabinos iniciados), que si los dos cabalistas más eruditos de la Edad Media, Juan Reuchlin y Paracelso, profesaron distinta religión (pues el primero inició la reforma protestante y el segundo fue católico por lo menos en apariencia), el Zohar no puede contener gran cosa de cristianismo dogmático ni en uno ni en otro aspecto; y así sostienen que el lenguaje numérico de las obras cabalísticas enseña verdades universales, y no las de una religión particular. Quienes esto afirman, aciertan al decir que el misterioso idioma empleado en el Zohar y otras obras cabalísticas fue, en tiempos de inconcebible antigüedad, el idioma universal del género humano. Pero yerran completamente al añadir la insostenible teoría de que este idioma fue inventado por los hebreos y peculiar de ellos, de quienes lo tomaron las demás naciones.
            
Se equivocan en esto; porque aunque el Zohar (..... ZHR), El Libro del esplendor, deriva del rabino Simeón ben Jochai (su hijo Eleazar, también rabino, recopiló con ayuda de su secretario Abbas, las enseñanzas de su difunto padre en un libro llamado Zohar), aquellas enseñanzas no son originales del rabino Simeón, según demuestra la Gupta Vidyâ, sino tan antiguas como el mismo pueblo judío, y mucho más todavía. En resumen, la obra que con el título de Zohar se atribuye al rabino Simeón, resulta tan adulterada como las tablas sincrónicas de Egipto después de haberlas copiado Eusebio; o como las Epístolas de San Pablo luego de su revisión y corrección por la “Santa Iglesia”.
            
Echemos una mirada retrospectiva a la historia y vicisitudes de ese mismo Zohar, según nos lo dan a conocer la verídica tradición y documentos fidedignos. No necesitamos discutir si se escribió un siglo antes o un siglo después de J. C. Bástenos saber que los judíos cultivaron en todo tiempo la literatura cabalística; y aunque su historia date tan sólo de la época de la cautividad, todos los documentos literarios, desde el Pentateuco hasta el Talmud, se escribieron en lenguaje misterioso, constituyendo en realidad una serie de memorias simbólicas que los judíos habían copiado de los santuarios caldeos y egipcios, pero adaptándolas a su historia nacional, si historia puede llamarse. Lo que nosotros afirmamos, y no negará ni el más obstinado cabalista, es que la sabiduría cabalista se transmitió oralmente durante muchísimos siglos hasta los últimos Tanaim precristianos; y aunque David y Salomón puede que hayan sido muy versados en ella, nadie se atrevió a escribir texto alguno hasta los días de Simeón ben Jochai. En resumen: los conocimientos que se encuentran en la literatura cabalística no fueron jamás confiados a la escritura antes del siglo primero de la Era moderna.
            
Esto sugiere al crítico la reflexión de que, a pesar de ser los Vedas y la literatura brahmánica de la India muy anteriores a la era cristiana (hasta el punto de que los orientalistas se ven forzados a reconocer un par de milenios de antigüedad a los más viejos manuscritos); de que a pesar de haberse encontrado las principales alegorías del Génesis en los ladrillos de Babilonia, siglos antes de J. C.; de que sin embargo de suministrar los sarcófagos egipcios, año tras año, pruebas irrefutables de las doctrinas copiadas y plagiadas por los hebreos, todavía se encomia el monoteísmo judío y se ensalza la revelación cristiana sobre todas las demás, como el Sol sobre una batería de luces de gas. Con todo, está fuera de toda duda que ningún manuscrito, sea cabalístico, talmúdico o cristiano, de cuantos han llegado hasta nosotros, se remonta más allá de los primeros siglos de nuestra era; mientras que no cabe decir otro tanto de los ladrillos caldeos, de los papiros egipcios, y aun de muchos escritos orientales.
            
Pero limitemos estas indagaciones a la Kabalah, y principalmente al Zohar, que también se llama la Midrash. Este libro, publicado por vez primera entre los años 110 y 70 después de J. C., se perdió, quedando esparcido su texto en manuscritos sueltos, hasta el siglo XIII. Es ridícula la opinión de que lo compuso el judío Moisés de León, de España, Valladolid, que lo presentó como del seudógrafo Simeón ben Jochai; esto lo ha rebatido bien Munk, aunque indica más que una moderna interpolación en el Zohar. Pero hay razones para admitir que este Moisés de León escribió el actual Libro de Zohar, cuyo sabor literario es más cristiano, debido a colaboraciones, que otras obras genuinas de esta religión. Munk lo explica diciendo que evidentemente aprovechó el autor documentos antiguos, y entre ellos una colección de tradiciones y exposiciones bíblicas, o Midraschim, que se han perdido.
            
Munk se apoya en la autoridad del escritor judío Tholuck, para demostrar que los hebreos conocieron muy tardíamente el sistema esotérico expuesto en el Zohar; o que por lo menos, lo habían olvidado hasta el punto de admitir sin protestas las innovaciones y añadiduras introducidas por Moisés de León. A este propósito, dice que Haya Gaon, fallecido en 1038, es a lo que se sabe el primer autor que expuso (y perfeccionó) la teoría de los Sephirot, a quienes dio nombres que empleó, entre los cabalísticos, también el Dr. Jellinek. Moisés ben Schem-Tob de León, sostuvo íntima correspondencia con los eruditos escribas cristianos de Siria y Caldea, y bien pudo adquirir de ellos el conocimiento de algunos de los escritos gnósticos.
            
Además, el Sepher Yetzirah o Libro de la Creación, aunque atribuido a Abraham y de texto muy arcaico, aparece mencionado por primera vez en el siglo XI por Jehuda Ho Levi (Chazari). Ambas obras, el Zohar y el Yetzirah, son el arsenal de todos los demás libros cabalísticos. Veamos ahora cuán poca confianza pueden inspirar los mismos sagrados cánones hebreos.
            
La palabra “Kabalah” procede de una raíz que significa “recibir” y es análoga a la sánscrita “smriti” (recibir por tradición), o sea el sistema de enseñanzas orales transmitidas de una generación de sacerdotes a otra, como sucedió con los libros brahmánicos antes de escribirlos en manuscritos. Los judíos aprendieron de los caldeos los dogmas cabalísticos; y si Moisés conoció el primitivo y universal idioma de los iniciados, como lo conocían todos los sacerdotes egipcios, estando por ello enterado del sistema numérico en que se basaba, bien pudo escribir el Génesis y otros “pergaminos”, pero los cinco libros que ahora se conocencon el nombre de Pentateuco, no son las originales memorias mosaicas. Tampoco se escribieron en los antiguos caracteres hebreosde forma cuadrada, ni siquiera en caracteres samaritanos; porque ambos alfabetos pertenecen a época posterior, y no se conocían entiempos del gran legislador hebreo, ni como idioma ni como alfabeto.
            
Como quiera que las afirmaciones contenidas en los anales de la Doctrina Secreta de Oriente tienen poco valor para la generalidad de lasgentes, y como para entenderlas y para convencer al lector es preciso emplear nombres familiares y aducir argumentos y pruebas que todos puedan comprender, sañalaremos los siguientes puntos a fin de intentar demostrar que nuestros asertos se basan exclusivamente en las enseñanzas de archivos ocultos.
            
1º  El eminente erudito y orientalista Klaproth, niega rotundamente la antigüedad del llamado alfabeto hebreo, fundándose en que los caracteres cuadrados de los manuscritos bíblicos, actualmente usados en la imprenta, se derivan con toda probabilidad de la escritura palmirena o de algún otro alfabeto semítico; de modo que la Biblia se escribió en palabras hebreas, pero con signos fonéticos caldeos.
            El difunto doctor Kenealy observa a este propósito que judíos y cristianos se fiaron de:
las fonografías de una lengua muerta y casi desconocida, tan abstrusa como los caracteres de las montañas de Asiria.
            
2º  Ha fracasado todo intento de retrollevar los caracteres cuadrados hebreos a la época de esdras (458 años antes de J. C.).
            
3º  Se afirma que los judíos tomaron su alfabeto del de los babilonios durante la cautividad; pero hay eruditos que no remontan los actuales caracteres cuadrados hebreos, más allá de fines del siglo IV después de J. C. (6).
            
Con la Biblia hebrea sucede precisamente lo mismo que si las obras de Homero se imprimieran en caracteres latinos y no griegos, o las obras de Shakespeare en caracteres birmanos.
            
4º  Quienes sostienen que el hebreo antiguo es el siríaco o caldeo, han de advertir que Dios amenaza al pueblo de Israel por boca de Jeremías con suscitar contra él la antigua y poderosa nación caldea:
una nación cuya lengua desconoces, ni entiendes lo que dicen.
            
Esto mismo arguye el obispo Walton  contra la identidad del caldeo y del hebreo.
            
5º  El idioma real de los hebreos hablaban en tiempo de Moisés, se había desfigurado después de la cautividad, cuando confundidos los israelitas con los caldeos tomaron voces de la lengua de estos y dieron origen a un dialecto caldaico que sustituyó al hebreo antiguo en el lenguaje vulgar.
            
Respecto de la afirmación de que el actual Antiguo Testamento no contiene los originales Libros de Moisés, está corrobordo por las pruebas siguientes:
                        
1º  Los samaritanos repudiaron los libros canónicos de los judíos y su “Ley de Moisés”. No tienen ellos los Salmos de David, ni las Profecías, ni el Talmud ni el Mishna, sino tan sólo los verdaderos “Libros de Moisés”, en una edición completamente distinta. Los Libros de Moisés y de Josué han sido totalmente desfigurados por los talmudistas, según dicen los samaritanos.
           
2º  Los “judíos negros” de Cochin (India meridional) tienen unos “Libros de Moisés” que no enseñan a nadie, y que difieren esencialmente de los actuales pergaminos. No están escritos en caracteres cuadrados (semicaldeos y semipalmirenos), sino en letras arcaicas que, según nos dijo uno de ellos, sólo conocen ellos mismos y algunos samaritanos. Estos judíos negros ignoran todo lo referente a la cautividad de Babilonia y a las diez “tribus perdidas” (siendo esta últimas una pura invención de los Rabinos), todo lo cual prueba que llegaron a India antes del año 600 anterior a J. C.
            
3º  Los judíos karaimes de Crimea, que se consideran descendientes de los verdaderos hijos de Israel, esto es, de los saduceos, repudian el Torah y el Pentateuco de las sinagogas, guardan el viernes en vez del sábado y tienen sus peculiares “Libros de Moisés”; rechazan los Profetas y los Salmos y se aferran a los que llaman su Ley única y real.
            
Todo esto evidencia que la Kabalah de los judíos es sólo un eco infiel de la Doctrina Secreta de los caldeos; y que la verdadera Kabalah se halla en el Libro de los Números caldeo, que actualmente pñoseen algunos sufis persas. Todos los pueblos de la antigüedad tuvieron sus peculiares tradiciones basadas en las mismas de la Doctrina Secreta de los arios; y todos suponen que un Sabio de su raza recibió la primitiva revelación de un Ser divino, y por su mandato la expuso en Escrituras sagradas. En el pueblo judío, sucedió lo propio que en los demás pueblos. De Moisés recibió las leyes sociales y las enseñanzas cosmogónicas, aunque después las mutiló y corrompió por completo.
            
En nuestra doctrina, Âdi es el nombre genérico de los primeros hombres, es decir, de las primeras razas con habla, en cada una de las siete zonas, y de dicho nombre se deriva tal vez el de “Ad-am”. Todos los pueblos dicen que a los primeros hombres, se les revelaron los divinos misterios de la creación. Así lo sabeos (según una tradición conservada en las obras sufis), dicen que cuando el “tercer gran hombre” salió del pñaís adyacente a la India para Babel, le dieron un árbol, luego otro, y después otro, cuyas hojas contenían la historia de todas las razas. El “tercer pñrimer hombre” significa el que perteneció a la tercera raza raíz, y los sabeos también le llamaron Adam. Los árabes del alto Egipto, y los musulmanes en general, tienen por tradición que el arcángel Azazel trae un mensaje de Dios para Adam doquiera que éste renace. Los sufis explican el significado de la tradición diciendo que cada Seli-Alah (“escogido de Dios”) recibe un libro de manos de los mensajeros. A todas las naciones, y no tan sólo a la judía, se refiere la leyenda narrada por los cabalistas, según la cual el ángel Raziel recuperó después de la caída de Adam el libro que antes de dicha caída le había dado (libro lleno de misterios, de signos y de acontecimientos que habían sido, eran o iban a ser); pero que más tarde, se lo devolvió por temor de que los hombres no pudieran aprovecharse de las sabias enseñanzas que contenía. Adán entregó, dicen, el libro a Seth, de quien pasó a Enoch, de éste a Abraham y así sucesivamente de mano en mano del más digno de cada generación. A su vez refiere Berosio que Xisuthrus escribió un libro por mandato de su Divinidad, el cual quedó enterrado en Zipara (13) o Sippara, la ciudad del Sol, en Ba-bel-onya. De este libro tomó Berosio la historia de las dinastías antediluvianas de dioses y héroes. Elian, en su obra Nemrod, habla de un halcón (emblema del Sol), que en el principio del tiempo trajo a los egipcios el libro de la sabiduría de su religión. El Sam-Sam de los sabeos es también una Kabalah, como asimismo el árabe Zem-Zem (Pozo de Sabiduría).
            
Según informe de un muy erudito cabalista, afirma Seyffarth que el egipcio antiguo era igual que el hebreo antiguo, es decir, un dialecto semítico; y en prueba de ello cita "“nas 500 veces comunes" ” las dos lenguas. Esto prueba muy poco en nuestra opinión; pues a lo sumo sirve para demostrar que ambos pueblos convivieron durante algunos siglos, y que antes de adoptar el caldeo por lengua fonética, hablaban los judíos el copto antiguo. Las Escrituras hebreas tomaron su oculta sabiduría de la Religión primitiva, que fue el manantial de otros libros sagrados; pero se corrompieron al aplicarla a cosas y misterios mundanos, en vez de fijarlas en las elevadas y eternas, aunque invisibles esferas. La historia nacional del pueblo hebreo, si es que puede reconocérsele autonomía antes de su vuelta de Babilonia, no se remonta más allá de la época de Moisés. El idioma de Abraham (si Zeruan, Saturno, el emblema del tiempo, el “Sar”, “Saros” un “ciclo”, puede decirse tenga algún lenguaje), no fue el hebreo, sino el caldeo, y acaso el árabe, o más probablemente algún antiguo dialecto indo. En demostración de esto hay numerosas pruebas, de las que expondremos algunas; y aunque para complacer a los obstinados y testarudos partidarios de la cronología bíblica pusiéramos la edad de nuestro globo en el procústico lecho de 7.000 años, resultaría evidente que no puede asignársele mucha antigüedad al hebreo por la sola razón de que, como ellos suponen, lo hablara Adán en el Paraíso.
            
Dice Bunsen en su obra: Lugar de Egipto en la Historia Universal:
            
En las tribus caldeas directamente relacionadas con Abraham, hallamos reminiscencias de datos, confundidos con genealogías de hombres, o fechas de épocas. Las memorias abrahámicas se remontan lo menos atres mil años antes del abuelo de Jacob.
           
La Biblia hebrea ha sido siempre un libro esotérico, pero su significado oculto fue variando desde la época de Moisés. La historia de estas variaciones se conoce demasiado para que nos detengamos en ella, pues basta saber que el Pentateuco de hoy no es el original Las críticas de Erasmo y de Newton prueban que las Escrituras hebreas se habían perdido y vuelta a escribir hasta doce veces, antes de la época de Ezra; quien, según toda probabilidad, fue aquel mismo sacerdote caldeo del Fuego y del Sol, llamado Azara, renegado, que ambicioso de mando y poderío, refundió a su manera los antiguos libros judíos perdidos. Por estar versado en simbología o sistema de numeración esotérica, le fue fácil recopilar los fragmentos conservados por varias tribus, y reconstituir un en apariencia armónico relato de la Creación y de las vicisitudes del pueblo judío. Pero en su significado oculto, desde el Génesis hasta la última palabra del Deuteronomio, es el Pentateuco la narración simbólica de los sexos, y una apología del falicismo, encubierta bajo personificaciones astonómicas y fisiológicas. Sin embargo, su coordinación tan sólo es aparente; y todos los pasajes del “Libro de Dios” delatan mano de hombre. De aquí que el Génesis hable de los reyes de Edom, antes de que hubiese reyes en Israel; que Moisés relate su propia muerte, y Aarón muera dos veces y se le entierre en dos distintos lugares, aparte de otras incongruencias por el estilo. Para el cabalista esto es bagatela, pues sabe que ninguno de estos acontecimientos es histórico, sino la cubierta que oculta varias peculiaridades fisiológicas; pero para el cristiano sincero, que acepta de buena fe todos estos “pasajes oscuros”, significa todo ello mucho. Los masones podrían tener a Salomón por un mito, pues nada pierden con ello, ya que todos sus secretos son alegóricos y cabalísticos, por lo menos para los pocos que los comprenden; pero gran pérdida es para el cristiano que la historia niegue la existencia de Salomón, hijo de David y ascendiente directo de Jesús. No hay motivo fundado para que los cabalistas asignen mucha antigüedad a los pergaminos bíblicos que hoy poseen los hebraístas, pues tanto judíos como cristianos confiesan que:
            
Las Escrituras se perdieron en la cautividad de Babilonia; y el levita y el sacerdote Esdras, en tiempo de Artajerjes, rey de Persia, recibió inspiración en el ejercicio de la profecía, y pudo restaurar el conjunto de las antiguas Escrituras.
            
Preciso es creer firmemente en “Esdras”, y sobre todo en su buena fe, para admitir la legitimidad de los actuales libros mosaicos. Porque:
            
Suponiendo que las copias o, mejor dicho, las transcripciones fonográficas que llevaron a cabo Hilcias, Esdras y otros publicistas anónimos, fuesen genuinamente verdaderas, debió destruirlas Antioco; y las actuales versiones del Antiguo Testamento han de ser obra de Judas Macabeo o tal vez de recopiladores desconocidos, probablemente de los Setenta griegos, mucho después de la muerte de Jesús.
            
En consecuencia, la fidelidad del actual texto hebreo de la Biblia depende de la versión hecha milagrosamente en Grecia por los Setenta; pues como se habían perdido las copias originales, resulta que los actuales textos hebreos son traducción del griego. Para salir de tan vicioso círculo de pruebas hemos de apoyarnos una vez más en el testimonio de Josefo y Filón Judeo, los dos únicos historiadores judíos que aseguran haberse escrito la versión de los Setenta en las referidas circunstancias. Y es justo decir que esas circunstancias no son propias para inspirar confianza. Josefo dice que deseoso Tolomeo Filadelfo de leer en griego las Escrituras hebreas, solicitó del sumo sacerdote Eleazar que le enviase seis hombres de cada una de las doce tribus para que las tradujesen. Cuenta después una peregrina historia, atestiguada por Aristeas, según la cual, los setenta y dos traductores, recluidos en una isla, llevaron a cabo su tarea en setenta y dos días justos, etc.
            
Podría creerse esta historia si no intervinieran en ella las “diez tribus desaparecidas”; porque si desaparecieron entre los años 700 y 900 antes de J. C., ¿cómo algunos siglos después enviaron seis hombres cada una para satisfacer los deseos de Tolomeo, y quedar de nuevo fuera del horizonte histórico? Verdaderamente es un milagro.
            
No obstante, en documentos tales como la versión de los Setenta, se nos pide ver la directa relación divina. De los documentos originales, escritos en idioma hoy día desconocido, por autores sin duda místicos y en fechas inverosímiles, no queda ni pizca. A pesar de ello hay quienes persisten en hablar del hebreo antiguo; como si alguien lo conociera hoy día. Tan poco en efecto se conocía el hebreo, que tanto la versión de los Setenta como el Nuevo Testamento, tuvieron que ser escritos en una lengua pagana (el griego); por más que Hutchinson dé una razón de ello, diciendo que el Espíritu Santo quiso dictar el Nuevo Testamento en lengua griega.
            
Se asigna mucha antigüedad al idioma hebreo, y sin embargo no hay ni rastro de él en los monumentos antiguos, ni siquiera en Caldea. Entre el gran número de inscripciones de varias clases, halladas en este país, jamás se ha descubierto una sola en caracteres hebreos; ni medalla o joya ni documento alguno que tenga esos caracteres de nueva invención y pueda atribuirse ni tan siquiera a la época de Jesús.
            
El Libro de Daniel se escribió originalmente en un dialecto entremezclado de hebreo y aramaico; con excepción de unos cuantos versículos caldeos intercalados posteriormente. Según Sir W. Jones y otros orientalistas, los más antiguos idiomas que se descubren en Persia son el caldeo y el sánscrito, sin vestigio alguno de “hebreo”. Sería sorprendente que lo hubiese, pues el hebreo que conocen los filólogos data de unos 500 años antes de J. C., y sus caracteres pertenecen a época más próxima todavía. Así es que los verdaderos caracteres hebreos, si bien no se han perdido del todo, se han alterado hasta el punto de que:
una mera inspección del alfabeto demuestra que se ha regularizado la forma de las letras, recortándolas a fin de hacerlas más cuadradas y uniformes.
            
En esta forma nadie que no fuera un Rabbí de Samaria o un “Jaino” podía leerlas; y el nuevo sistema de los puntos masoréticos, ha convertido los caracteres en enigma de la esfinge. Ahora se encuentra la puntuación en todos los manuscritos menos antiguos y es tan arbitraria, que por medio de ella puede alterarse cualquier texto e interpretarlo según convenga. Bastarán los dos ejemplos que presenta Kenealy:
            
En el capítulo XLIX, 21, del Génesis, leemos:
            
Nephtali es un ciervo suelto; él dio palabras hermosas. Pero con sólo alterar ligeramente la puntuación, lo interpreta Bochart como sigue: Nephtali es un árbol frondoso del que brotan hermosas ramas. El salmo XXIX, 9, dice: La voz del Señor hace parir la cierva y descubre los bosques. Pero el obispo Lowth da la siguiente versión: La voz del Señor abate el roble y descubre los bosques.
            
Una misma palabra hebrea puede significar “Dios” y “nada”, etcétera.
            
Por otra parte, estamos de acuerdo con los cabalistas que reconocen la primitiva unidad de conocimiento y de idioma; pero hemos de añadir, para mayor claridad, que uno y otro se han hecho esotéricos desde la sumersión de la Atlántida. El mito de la torre de Babel se refiere a este forzado secreto. Al corrompèrse los hombres, ya no se les tuvo por dignos de recibir tal conocimiento, cuya anterior universalidad se limitó desde entonces a unos pocos. Así la “lengua única” o idioma misterioso, fue rehusado gradualmente a las siguientes generaciones, y todas las naciones quedaron severamente limitadas a su propia lengua nacional. Entonces, al olvidar la lengua primieval de la Sabiduría, dijeron que el Señor  había confundido todas las lenguas de la tierra, para que los pecadores no pudieran entenderse unos a otros. Pero en todas las comarcas, países y naciones, quedaron iniciados; y también los israelitas tuvieron sus instruidos adeptos. Una de las claves de este universal conocimiento es un sistema puramente aritmético y geométrico, pues el alfabeto de toda gran nación tiene un valor numérico para cada letra, y además un sistema de permutación de sílabas y sinónimos, que ha llegado a la perfección en los ocultos métodos indos, pero que los hebreos no tenían. Los judíos emplearon el sistema aritmético-geométrico con propósito de encubrir sus creencias esotéricas bajo la máscara de una religión nacional popular monoteísta. Los últimos poseedores del sistema en toda su perfección fueron los instruidos y “ateos” saduceos, adversarios de los fariseos y de sus confusas doctrinas que de Babilonia trajeron. Sí, los saduceos, los ilusionistas, que decían que el alma, los ángeles y demás seres análogos eran puras ilusiones, por la razón de no ser eternos, con lo cual se mostraban conformes con el esoterismo oriental. Como al mismo tiempo repudiaban ellos todos los libros sagrados, menos la Ley de Moisés, parece que esta ley debió ser en un principio muy diferente de lo que es ahora.
            
Todo cuanto antecede está escrito con la mira puesta en nuestros cabalistas que, no obstante la erudición de algunos, hacen mal en colgar las arpas de su fe de los sauces talmúdicos, es decir, de los pergaminos hebreos existentes hoy día con caracteres, ya cuadrados ya puntiagudos, en las bibliotecas, museos y hasta en las colecciones paleográficas. En el mundo apenas queda media docena de pergaminos hebreos auténticos; y sus dueños no los dejarían examinar a nadie por ningún concepto, como hemos indicado unas páginas antes. ¿Cómo entonces pueden atribuir los cabalistas prioridad al esoterismo de los judíos y decir como algunos que el idioma hebreo es “raíz y fuente de todos los demás idiomas” [¡incluso el egipcio y el sánscrito!]?.
            
Dice uno de los cabalistas a quienes me refiero: “Cada vez estoy más convencido de que en lejanos tiempos hubo una poderosa civilización de enorme caudal de sabiduría, con un solo idioma sobre la tierra, cuya esencia es posible inferir de los fragmentos que aún existen”.
            
Sí. Ciertamente floreció en pasadas edades una poderosa civilización y un todavía más pujante conocimiento oculto, cuyo objeto y vuelos no pueden averiguar la Geometría ni la Kabalah por sí solas; porque hay siete claves del conocimiento oculto, y una sola ni siquiera dos no bastan para descubrir lo que entraña, y sólo pueden permitir vislumbres.
            
Todo estudiante debe tener en cuenta que las Escrituras hebreas admiten dos escuelas; la elohística y la jehovística; pero los pasajes correspondientes a una y otra se han confundido y entremezclado de tal suerte posteriormente, que no es posible apreciar sus caracteres externos. No obstante, se sabe que ambas eran antagónicas; pues una enseñaba doctrinas esotéricas, y la otra exotéricas o teológicas; que los elohistas eran videntes (roch) y los jehovistas eran profetas (nabhi), que más tarde se llamaron rabinos, conservando el título nominal de profetas, por su puesto oficial, como al Papa se le llama infalible Vicario de Dios en la tierra. Además, los elohistas daban a la palabra Elohim el significado de Fuerzas, y de acuerdo con la Doctrina Secreta, identificaban la Divinidad con la Naturaleza; mientras que para los jehovistas es Jehovah un Dios personal y externo, cuyo nombre emplean sencillamente como símbolo fálico; y aun había algunos de ellos que no creían en la Naturaleza metafísica y abstracta, y todo lo sintetizaron en el plano terrestre. Por último, los elohistas consideraron al hombre como el primer ser emanado, la divina y encarnada imagen de los Elohim; al paso que los jehovistas lo diputan por lo último; por la gloriosa corona de la creación animal, en vez de colocarlo a la cabeza de los seres racionales de la tierra.
            
En el Zohar encontramos la descripción de Ain Soph, el Parabrahman semítico u occidental. Hay pasajes, como el siguiente, que se aproximan muchísimo al ideal vedantino:
            
La creación [el Universo manifestado] es la vestidura de lo que no tiene nombre, la vestidura tejida con la propia substancia de la Divinidad.
            
Entre Ain o “la nada” y el Hombre celeste, hay una Causa primera e impersonal, de la que se dice:
           
Antes de que le diera alguna forma a este mundo, antes de que produjera forma alguna, era aquello solo, sin forma ni semejanza de ninguna clase. ¿Quién podrá, pues, comprender lo que era antes de la creación, puesto que carecía de forma? De aquí que nos esté prohibido representarlo en cualquiera forma o semejanza, ni por Su sagrado nombre, ni tan siquiera por una simple letra o un mero punto.
            
La frase que sigue en aquel libro, es sin embargo una evidente interpolación posterior; pues conduce a una contradicción:
            
Pero esta referencia al Capítulo IV del Deuteronomio resulta muy torpe si se ompulsa con el pasaje del capítulo V, en que Dios habla cara a cara con su pueblo.
           
Ninguno de los nombres que se le dan a Jehovah en la Biblia tiene referencia alguna ni a Ain Soph, ni a la Causa primera e impersonal (o Logos) de la Kabalah; pero todos se refieren a las Emanaciones.
            
Dice así el Zohar:
            
Porque aunque para manifestarse a nosotros, el oculto de todo lo oculto produjo las Diez Emanaciones [Sephiroth] llamadas la Forma de Dios, Forma del Hombre celeste, todavía resultaba esta luminosa forma demasiado deslumbrante a nuestros ojos, y por ello asumió otra forma, poniéndose otra vestidura, el Universo. Por lo tanto, el universo o mundo visible, es una posterior expansión de la Substancia divina, y la Kabalah le llama “la Vestidura de Dios”.
            
Esta es la doctrina de los Purânas indos y especialmente del Vishnu Purâna. Vishnu llena el Universo, y es el Universo; Brahmâ se infunde en el huevo del mundo y de él sale en forma de Universo; pero el mismo Brahmâ desaparece con él y queda únicamente Brahman, lo impersonal, lo eterno, lo nonato e indescriptible. El Ain Soph de caldeos y luego de los judíos, es seguramente una copia de la Divinidad védica; mientras que el “Adam celeste”, el Macrocosmos, el Ser del universo visible que reúne en sí todos los seres, tiene su original en el Brahmâ puránico. En Sôd (El Secreto de la Ley) se advierten las expresiones propias de los antiguos fragmentos de la Gupta Vidyâ o conocimiento oculto, no siendo muy aventurado decir que ni aun los mismos rabinos familiarizados con los especiales objetos de su estudio son capaces de comprender del todo sus secretos sin el auxilio de la filosofía induísta. Por ejemplo, consideremos la primera estancia del Libro de Dzyan.
            
El Zohar presupone, como la Doctrina Secreta, una Esencia universal, eterna, absoluta, y por tanto, pasiva, en todo cuanto los hombres llaman atributos. La Tríada pregenésica o antecósmica, es pura abstracción metafísica. La noción de una trina hipóstasis en una desconocida Esencia divina, es tan antigua como el pensamiento y la palabra. Hiranyagarbha, Hari y Sahnkara (Creador, Conservador y Destructor), son los tres atributos manifestados de esa Esencia, que aparecen y desaparecen con el Kosmos. Constituyen, por así decirlo, el visible Triángulo inscrito en el siempre invisible Círculo. Ésta es la originaria raíz mental de la humanidad pensadora; el triángulo pitagórico que surge de la siempre oculta Mónada, o Punto central.
            
Platón enseña esta doctrina, Plotino le atribuye mucha antigüedad y Cudworth dice sobre ella:
            
Puesto que Orfeo, Pitágoras y Platón, afirmaron unánimemente la idea de la divina Trinidad hipostática, tomada sin duda alguna de los egipcios, lógico es suponer que estos la aprendieran también de alguien.
            
Los egipcios tomaron ciertamente de los indos el concepto de la trinidad. A este propósito advierte acertadamente Wilson:
            
Como quiera que los relatos griegos y egipcios son mucho más vacilantes y deficientes que los de los indos, resulta muy posible que en estos últimos encontremos la doctrina en su más original, metódica y significativa forma.
            
Éste es, pues, el sentido del siguiente pasaje:
            
“Las tinieblas llenaban el Todo sin límites, porque Padre, Madre e Hijo era una vez más Uno” (35).
            
El espacio no se aniquila entre los manvántaras; y desaparecido el Universo, todo vuelve a su homogéneo estado precósmico, esto es, sin aspectos. Tal enseñaron los cabalistas y ahora los cristianos.
            
El Zohar insiste continuamente en la idea de que la Unidad Infinita o Ain Soph, es inaccesible a la mente humana. En el Sepher Yetzirah vemos al Espíritu de Dios, el Logos, no la Divinidad en sí misma, llamado Único.
                        
Unico es el espíritu del Dios vivo... que vive eternamente. La Voz, el Espíritu [del Espíritu] y la Palabra: esto es, el Espíritu Santo.
y también el Cuaternario. De este Cubo emana el Kosmos entero.
            
Dice la Doctrina Secreta:
           
“Es él llamado a la vida. El místico Cubo en que descansa la Idea creadora, el Mantra de la manifestación  y el Santo purusha  existen latentemente en la eternidad  en la divina substancia”.
            
Según el Sepher Yetzirah, cuando los Tres en Uno vienen a la existencia por la manifestación de Shekinah (la primera efulgencia o radiación en el Kosmos), el “Espíritu de Dios” o número Uno (40) fructifica y despierta la potencia dual, el número Dos o el Aire, y el número tres o el Agua; en estos “hay tinieblas, vacío, estiércol y cieno”, es decir, el Caos, el tohu-vah-bohu. El Aire y el Agua producen el número Cuatro, el Éter o fuego, el Hijo. Tal es el Cuaternario cabalista. Este número cuatro, que en el Kosmos manifestado es el Único o el Dios Creador, es para los indos el “Viejo”, Sanat, el Prajâpati de los Vedas y el Brahmâ de los brahmanes, el celeste Andrógino que se transmuta en masculino al desdoblarse en dos cuerpos, Vâch y Virâj. Para los cabalistas es primeramente el Jah-Havah, que se muda en Jehovah al desdoblarse después (como Virâj, su prototipo), en Adam-Damon o sea en Adam-Eva en el mundo sin forma y en caín-Abel en el mundo semiobjetivo; hasta que llega a ser el Jah-Havah, u hombre y mujer, en Enoch, hijo de Seth.
            
Porque el verdadero significado del nombre de Jehovah (que si no se analiza con vocales puede significar lo que se quiera) es “hombres y mujeres”, o la humanidad desdoblada en sus dos sexos. En los cuatro primeros capítulos del Génesis, todo nombre es una permutación de otro nombre, y cada personaje es al mismo tiempo otro distinto. Los cabalistas trazan la figura de Jehovah desde el Adam de barro hasta Seth, el tercer hijo o, mejor dicho, la tercera raza de Adam. Así, Seth es el Jehovah masculino, y Enors, como permutación de Caín y Abel, es Jehovah masculino y femenino, o sea nuestra especie humana. En las doctrinas indas, Brahmâ-Virâj, Virâj-Manu y Manu-Vaivasvata con su hija y esposa Vâch, ofrecen mucha analogía con dichos personajes, según puede comprobar quien compare la Biblia con los Purânas. Dicen estos que Brahmâ se engendró a sí mismo como Manu, y que nació idéntico a su ser originario al constituir el elemento femenino o Shata-rûpâ (la de cien formas). En esta Eva inda “madre de todos los seres vivientes”, Brahmâ creó a Virâj, que es el mismo Brahmâ, aunque en grado inferior, como Caín es Jehovah en más bajo nivel. Ambos son los primeros hombres de la tercera Raza. La misma idea entraña el nombre hebreo de Dios (.....), que leído de derecha a izquierda da “Jod” (..), el Padre; “He” (..), la madre; “Vau” (..), el Hijo; y “He” (..), que repetida al fin de la palabra, significa generación, materialidad, el acto del nacimiento. Ésta es seguramente una razón suficiente para que el Dios de judíos y cristianos deba considerarse un Dios personal, lo mismo que los masculinos Brahmâ, Vishnu o Shiva, del induísmo ortodoxo y exotérico.
            
Así la palabra Jhvh por sí sola, aceptada actualmente como nombre del “único Dios vivo [masculino]”, nos revela, si atentamente la estudiamos, no tan sólo el completo misterio del Ser (en su sentido bíblico), sino también el misterio de la teogonía oculta, desde el supremo ser, tercero en orden, en cuanto a jerarquía trascendental, hasta el hombre. Según indican los más eminentes hebraístas:
            
El verbal .... o Hâyâh, o E-y-e, significa ser, existir, mientras que ..... Châyâh, o H-y-e, significa vivir en el sentido de moción de la existencia.
            
De aquí que Eva aparezca como laevolución y el incesante “devenir” de la naturaleza. Pero si tomamos la casi intraductible palabra sánscrita Sat, que significa la quintiesencia del absoluto e inmutable Ser, o Seidad (según traduce un muy hábil ocultista hindú), no le encontraremos equivalente en ningún idioma; aunque podemos darle la misma acepción que al “Ain” o “En-Soph”, el Ser infinito. Así es que la palabra Hâyâh (ser), en el sentido de pasiva e inmutable aunque manifestada existencia, puede considerarse quizá sinónima de la sánscrita Jivâtmâ o la vida universal, en su secundario y cósmico significado; mientras que Châyâh, “vivir”, como moción de la existencia, es sencillamente Prâna, o la mudable vida en su significado objetivo. Al frente de esta tercera categoría encuentran los ocultistas a Jehovah, la Madre, Binah, y el Padre, Arelim. Así lo da a entender el Zohar cuando explica la emanación y evolución de los Sephiroth: en primer término, Ain-Soph; después, Shekinah, la vestidura o velo de la infinita Luz; luego Sephira o Kadmon, y, completando así el cuarto, la Sustancia espiritual emanada de la Luz infinita. Este Sephira es llamado la Corona, Kether, y conocido con estos siete nombres: 1º Kether; 2º El Anciano; 3º El Punto primordial; 4º La Cabeza Blanca; 5º La Luenga Faz; 6º La Altura inaccesible; 7º Ehejeh (“Yo soy”) (43). Este séptuple Sephira contiene en sí los otros nueve Sephiroth; pero antes de explicar cómo emanaron de ella, veamos lo que el Talmud dice de los Sephiroth, tomándolo de una antigua tradición, o Kabalah:
            
Hay tres grupos (u órdenes) de Sephiroth: 1º Los llamados “atributos divinos” (la Tríada en el Santo cuaternario); 2º Los sidéreos (personales); 3º Los metafísicos, o una perífrasis de Jehovah (Kether, Chokmah y Binah), que son los tres primeros, los otros siete siendo los personales “Espíritus de la Presencia” (y por lo tanto de los planetas). En estos últimos, se comprenden los ángeles; no porque sean siete, sino porque representan los siete Sephiroth en quines se contiene la universalidad de los ángeles.
            
De esto se infiere: a) Que cuando separamos los cuatro primeros sephiroth, como una Tríada-Cuaternario sintetizada en Sephira, quedan sólo siete sephiroth, análogos a los siete rishis; pero se cuentan diez sephiroth al disgregarse en unidades el Cuaternario o primordial Cubo divino. B) Que Jehovah puede considerarse como la divinidad, si le incluimos en los tres divinos grupos u órdenes de los sephiroth; al paso que cuando el colectivo Elohim, o indivisible cuaternario Kether, se convierte en Dios masculino, es ni más ni menos que uno de los Constructores del grupo inferior, o sea un Brahmâ judío. Trataremos de demostrarlo.
            
El primer Sephira, que contiene en sí a los otros nueve, los emanó por el siguiente orden: (2) Hokmah (Chokmah o la Sabiduría), potestad masculina y activa cuyo nombre divino es Jah, que por evolución o permutación en formas inferiores se convierte en Auphanim (o las Ruedas, la rotación cósmica de la materia), entre las huestes angélicas. De Chokmah o Sabiduría emanó una Potestad Femenina Pasiva (3), la Inteligencia o Binah, cuyo nombre divino es Jehovah; y entre las huestes angélicas se la llama el colectivo nombre de Arelim (el León fuerte). De la unión de Chokmah, potestad masculina, con Binah, potestad femenina, proceden los otros siete sephiroth, que constituyen los siete órdenes de Constructores. Según su nombre divino, es Jehovah una potestad “femenina y pasiva” en el caos; y si lo consideramos como dios masculino, es Arelim solamente, o uno de los ángeles constructores. Pero si llevando el análisis a más elevado punto le consideráramos como Jah o la Sabiduría, tampoco entonces fuera el “Supremo y único Dios vivo”; porque está contenido con varios otros en sephira, que en ocultismo es una tercera Potencia (aunque en la Kabalah exotérica aparezca en primer lugar) y en realidad tiene menos categoría que el Aditi védico o las “Primitivas aguas del espacio”, que después de muchas permutaciones, se convierten en la Luz astral de los cabalistas.
            
Resulta, pues, que tal como ahora conocemos la Kabalah; sirve de mucho para explicar las alegorías y “frases enigmáticas” de la Biblia; pero las alteraciones sufridas le quitan todo valor como obra de Cosmogonía esotérica, a menos de confrontarla con el Libro de los Números caldeo, o con las secretas enseñanzas del Oriente; porque las naciones occidentales no poseen ni la Kabalah original, ni la Biblia mosaica tan siquiera.
            
Finalmente, apoyándonos en el testimonio de los mejores hebraístas europeos y en las confesiones de los rabinos judíos más eruditos, podemos afirmar que la Biblia se basa esencialmente en “un antiguo documento que sufrió numerosas interpolaciones y añadiduras”, y que “el Pentateuco se deriva del cocumento primitivo, por mediación de otro documento suplementario”. Por lo tanto, a falta del Libro de los Números, los cabalistas occidentales estarán en disposición de establecerconclusiones definitivas sólo cuando tengan a mano algunos datos, por lo menos, de dicho “documento antiguo”; datos que actualmente se hallan dispersos en los papiros egipcios, en los ladrillos asirios y en las traducciones perpetuadas por los descendientes de los últimos nazarenos. Pero en vez de acopiar estos datos, los cabalistas occidentales toman en su mayor parte por guías infalibles y autoridades a Sabre d’Olivet  y a Ragon, el más conspicuo éste entre los hijos “de la Viuda” (47) que todavía era menos versado que d’Olivet en orientalismo, puesto que la enseñanza del sánscrito era casi desconocida en la época de los dos eminentes sabios.

D.S TV


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