viernes, 21 de junio de 2019

ISIS SIN VELO I - CAPÍTULO V





Yo soy el espíritu que siempre niega.

Mefistófeles, en FAUSTO.

El Espíritu de verdad a quien el mundo no pudo
                                                                        recibir porque no le vio ni conoció.

                                                                                                                         SAN JUAN, XIV-17.

Millones de seres espirituales recorren la tierra y no los vemos
                                      ni cuando estamos dormidos ni cuando despiertos.
                                                  
                                                                                            MILTON.

La mente no basta por sí sola para abarcar lo espiritual.
De la propia manera que el sol ofusca la luz de una llama,
                                  así el espíritu ofusca la luz de la mente.

                                                                                                   W. HOWITT.

 Infinidad de nombres se han dado a las manifestaciones o efectos de la misteriosa energía que anima la materia. Es el caos de los antiguos; el antusbyrum o fuego sagrado de los parsis; el fuego de Hermes; el elmes de los aniguos germanos; el rayo de Cibeles; la antorcha de Apolo; el fuego sagrado de los altares de Pan y Vesta; la centella (...) del yelmo de Plutón, del capacete de Dioscuri, de la cabeza de Gorgona, del casco de Palas y del caduceo de Mercurio; el phtha o ra egipcio; el (...) y el Zeus cataibates (el que desciende) de los griegos; las lenguas de fuego de la Pentecostés; la zarza ardiente de Moisés; la columna de fuego del Éxodo; la lámpara ardiente de Abraham; el fuego eterno del abismo sin fondo; los vapores del oráculo délfico; la luz sidérea de los rosacruces; el akâsha de los adeptos indos; la luz astral de los cabalistas; el fluido nervioso de los magnetizadores; el od de Reichenbach; el globo ígneo de Babinet; el psicodo y la fuerza étnica de Thury; la fuerza psíquica de Cox y Crookes; el magnetismo atmosférico de algunos físicos; el galvanismo; y finalmente la electricidad.
            
Bulwer Lytton en su Raza futura le llama vril  y supone ficciosamente que se valían de ella las poblaciones subterráneas. Dice, al efecto, que estas gentes creen que el vril unifica y resume la energía de todos los agentes naturales y demuestra después como Faraday presintió ya la unidad de las fuerzas en el siguiente pasaje:
           
“Hace mucho tiempo que estoy convencido, y conmigo muchos otros amantes de la naturaleza, de que las diversas modalidades de las fuerzas de la materia tienen origen común, es decir, que están relacionadas con tan directa interdependencia que pueden transmutarse una en otra con equivalente potencia de actuación”.
            
Por absurdo y anticientífico que parezca, sólo cabe, en verdadera definición de la energía primaria de Faraday y del vril de Lytton, identificarlos con la luz astral de los cabalistas, según van corroborando uno tras otro los descubrimientos de la ciencia.
            
Hace poco tiempo anunciaron los periódicos que Edison había descubierto una fuerza de modalidad distinta a la eléctrica, excepto en la conductibilidad. Si la noticia se confirma veremos cómo, no obstante las denominaciones científicas que se le den, resultará al fin y al cabo uno de tantos hijos engendrados desde el origen del tiempo por nuestra cabalística madre la Virgen Astral. En efecto, el descubridor asegura que la nueva fuerza es tan distinta y obedece a tan regulares leyes como el calor, el magnetismo y la electricidad. El periódico que primeramente publicó la noticia añade que Édison supone la nueva fuerza relacionada con el calor, aunque también pudiera generarse por medios independientes y no conocidos todavía.

EL  TELÉFONO  DE  BELL


            
Otro reciente y admirable descubrimiento es la posibilidad de hablar desde muy lejos por medio de un aparato llamado teléfono que acaba de inventar Graham Bell. La nueva invención tuvo por precedente los tubos acústicos, consistentes en dos pequeñas bocinas de estaño recubiertas de terciopelo y enlazadas por un bramante. Entre Boston y Cambridgeport se ha sostenido por teléfono una conversación durante la cual se oyeron distintamente todas las palabras con la peculiar modulación de voz. Las ondas sonoras recibidas por un imán, se transmiten eléctricamente a lo largo del alambre en cooperación con dicho imán. El buen funcionamiento dela aparato depende de la regularidad de la corriente eléctrica y de la potencia del imán que ha de cooperar a su acción.
            
“El aparato –dice un periódico- consiste en una especie de bocina con una membrana muy delicada en la que repercuten las ondas sonoras cuando se aplica el habla a la bocina. Al otro lado de la membrana hay una pieza metálica que al vibrar aquélla se pone en contacto con un imán y éste con el circuito eléctrico gobernado por el operador. No se sabe cómo, pero lo cierto es que la corriente eléctrica transmite con toda exactitud de uno a otro aparato la voz del que habla sin pérdida de la más leve modulación”.
            
Ante los prodigiosos descubrimientos de nuestra época, tales como la nueva fuerza de Édison y el teléfono de Graham Bell, aparte de las psibilidades todavía latentes en el reino sin límites de la naturaleza, no será exagerado suplicar a cuantos intenten combatir nuestra afirmación que esperen a ver si los nuevos descubrimientos la invalidan o la corroboran.
            La invención del teléfono dará tal vez alguna insinuación tocante a lo que las historias antiguas dicen del secreto poseído por los sacerdotes egipcios, quienes durante la celebración de los misterios podían comunicarse instantáneamente de un templo a otro, aunque fuese de ciudad distinta. La leyenda atribuye estos mensajes a las “invisibles tribus del aire”. El autor de El hombre preadámico cita un ejemplo que no sabe a punto fijo si lo da Macrino u otro autor, pero que podemos considerar por lo que valga. Dice que “durante su estancia en Egipto, una de las Cleopatras mandó noticias por un alambre a todas las ciudades del alto Nilo, desde Heliópolis a Elefantina”.
            
No hace mucho tiempo nos reveló Tyndall un nuevo mundo poblado de hermosísimas figuras aéreas. Según dice, el descubrimiento consiste en “someter los vapores de ciertos líquidos volátiles a la concentrada acción de la luz solar o a los enfocados rayos de la eléctrica”. Los vapores de algunos yoduros, nitratos y ciertos ácidos se sujetan a la acción de la luz en un tubo de ensayo colocado horizontalmente, de modo que su eje coincida con los rayos paralelos dimanantes de la lámpara. Los vapores forman nubes de soberbios matices y se agrupan en forma de vasos, botellas, conos, conchas, tulipanes, rosas, girasoles, hojas y volutas. Dice Tyndall que”la nubecita toma en breve rato la forma de cabeza de sierpe con su boca y lengua”.
            
Por último, como remate de tantas maravillas, dice que en cierta ocasión tomaron los vapores figura de pez, con sus ojos, aletas y escamas, tan estrictamente simétrico que no había señal en un lado que no estuviese también en el otro.
            
Este fenómeno puede explicarse en parte por la acción de los rayos lumínicos, según Crookes ha demostrado recientemente, pues cabe suponer que el haz horizontal de rayos luminosos disgregue las moléculas de los vapores y vuelva a agruparlos en forma de globos y husos. Pero ¿cómo explicar la formación de vasos, flores y conchas? Esto es para la ciencia tan enigmático como el meteoro felino de Babinet, aunque no sospechamos que Tyndall dé a aquel fenómeno la absurda explicación que Babinet al suyo.
            
Quienes no hayan estudiado el asunto, tal vez se sorprendan de ver lo mucho que en la antigüedad se conocía del omnipenetrante y sutilísimo principio hace poco bautizado con el nombre de éter universal.

ETIMOLOGÍA  DEL  MAGNETISMO


            
Pero antes de pasar adelante, conviene enunciar, según insinuamos ya, dos categóricas proposiciones, que para los antiguos teurgos fueron leyes demostradas.
            
1.ª  Los llamados milagros, empezando por los de Moisés y acabando por lo de Cagliostro, estuvieron en perfecta concordancia con las leyes naturales, como acertadamente dice Gasparín, y por lo tanto, no fueron tales milagros. La electricidad y el magnetismo intervinieron sin duda alguna en muchos de estos prodigios; pero tanto ahora como entonces cabe admitir que las personas suficientemente sensitivas sirvan de conductores inconscientes y actúen en virtud de estos fluidos tan poco conocidos todavía por las ciencias. Esta fuerza posee infinidad de atributos y propiedades en su mayor parte ignoradas de los físicos.
            
2.ª  Los fenómenos de magia natural, presenciados en Siam, India, Egipto y otros países de Oriente, no tienen nada de común con la prestidigitación, pues los primeros son efecto de fuerzas naturales ocultas, y la segunda es artificio ilusionante obtenido por medio de hábiles manipulaciones en connivencia con otras personas.
            
Los taumaturgos de toda época obraban prodigios por estar familiarizados con las ondulaciones imponderables en sus efectos, pero perfectamente tangibles, de la luz astral, cuya corrientes guiaban con la fuerza de su voluntad. Los prodigios tenían doble carácter físico y psíquico, con sus correspondientes efectos materiales y mentales. Estos últimos son de índole análoga a los producidos por Mesmer y sus sucesores, entre quienes se cuentan en nuestros días dos hombres de no común cultura, Du Potet y Regazzoni, cuyas maravillosas facultades les dieron bien atestiguada nombradía en Francia y otros países. El hipnotismo es la más importante modalidad de la magia, cuyos efectos tienen por causa el agente universal propio de las obras mágicas que en todo tiempo se denominaron milagros.
            
Los antiguos llamaron caos a este agente; Platón y los pitagóricos el alma del mundo, y según los indos la Divinidad en forma de éter penetra todas las cosas. Es un fluido invisible, y sin embargo, sumamente tangible. A este universal Proteo, a que De Mirville llama burlonamente el omnipotente nebuloso, lo denominaron los teurgos fuego viviente, espíritu de luz y magnes, cuya denominación denota sus propiedades magnéticas y naturaleza mágica, porque, como dice uno de nuestros adversarios, (...) y (...) son dos ramas de un mismo tronco que dan iguales frutos.
            
Para averiguar la etimología de la palabra magnetismo, hemos de remontarnos a época inconcebiblemente remota. Muchos creen que la piedra imán deriva su nombre del de la ciudad de Magnesia, en Tesalia, donde abunda en extremo; pero diputamos por única acertada la opinión de los herméticos. La palabra mago se deriva del sánscrito mahaji, que significa grande o sabio, el ungido con la sabiduría divina. A este propósito dice Dunlap: “Eumolpo es el mítico fundador de los enmólpidos o sacerdotes que atribuían su saber a la inteligencia divina”. Las cosmogonías de los diversos pueblos identificaban el alma árquea universal con la mente del Demiurgos, la Sophia de los agnósticos o el Espíritu Santo en su aspecto fenoménico; y como los magos derivaban su nombre de este principio, se llamó a la piedra imán magnes, en honor de los que primeramente descubrieron sus maravillosas propiedades. Los templos de los magos abundaban en todas partes y entre ellos había algunos dedicados a Hércules, por cual razón se le dio a la piedra imán el nombre de magnesiana o heráclea, cuando se supo que los sacerdotes la empleaban en sus operaciones terapéuticas y mágicas. Sobre este particular dice Sócrates: “Eurípides la denomina piedra magnesiana, pero el vulgo la llama heráclea”. De modo que los magos dieron nombre a la comarca tesaloniense de Magnesia y a la piedra imán que allí abundaba y no al contrario. Plinio dice que los sacerdotes romanos magnetizaban el anillo nupcial antes de la ceremonia. Los historiadores paganos guardan cuidadoso silencio acerca de los misterios mágicos, y Pausanias declara que en sueños le conminaron a no revelar los sagrados ritos del templo de Demetrio y Perséfona en Atenas.

EL  PODER  DE  JESÚS


La ciencia moderna no ha tenido más remedio que admitir el magnetismo animal después de negarlo durante mucho tiempo; pero aunque nadie lo pone en duda como propiedad del organismo animal, todavía lo combaten las Academias más encarnizadamente que nunca, en cuanto a su secreta influencia psicológica. Es deplorablemente asombroso que las ciencias experimentales no acierten a dar una hipótesis razonable sobre la potencia magnética. Diariamente aparecen pruebas de que esta modalidad energética intervenía en los misterios teúrgicos y por su influencia se explican fácilmente las secretas facultades de los taumaturgos para realizar tantos prodigios. De esta índole fueron los dones otorgados por Jesús a sus discípulos, pues en el momento del milagro sentía el Nazareno una fuerza dimanante de él. En su diálogo con Theages, habla Sócrates de su daimon o dios familiar y de la facultad que poseía de transmitir o retener los conocimientos y virtudes de modo que las gentes de su trato recibiesen o no beneficio de su compañía, y al efecto cita el siguiente ejemplo, para corroborar sus palabras, con estas otras puestas en boca de Arístides: “He de declararte, Sócrates, una cosa increíble, pero que por los dioses te aseguro cierta. Allego mucho beneficio cuando estoy contigo en la misma casa; y el beneficio es todavía mayor si estamos en el mismo aposento y todavía más si te veo a mi lado, pero sube de punto cuando me pongo en toque contigo”.
            
Éste es el moderno magnetismo e hipnotismo de Du Potet y otros experimentadores, que luego de someter al sujeto a su influencia fluídica pueden transmitirle el pensamiento desde cualquier distancia y moverle irresistiblemente a obedecer sus mandatos mentales. Sin embargo, los antiguos filósofos conocían mucho mejor esta energía psíquica, según se infiere de los informes bebidos sobre el particular en las primitivas fuentes. Pitágoras enseñaba que la Mente divina está difundida e infundida en todas las cosas, de modo que por su universalidad cabe transportarla de un obeto a otro y servir de instrumento a la voluntad para formar todas las cosas. Según Platón, la Mente divina o Nous es el Kurios de los griegos. A este propósito, dice: “Kurios simboliza la pura y simple naturaleza de la mente, la sabiduría". Así tenemos que Kurios es Mercurio o sabiduría divina y Mercurio es el Sol, de quien Thot o Hermes recibió la sabiduría transmitida al mundo por mediación de sus obras. Hércules es también el Sol, considerado como depósito celeste del magnetismo universal  o, mejor dicho, Hércules es la luz magnética que transmitida a través del “ojo abierto en los cielos” penetra en las regiones de nuestro planeta para convertirse en el creador. El valeroso titán Hércules ha de sufrir doce pruebas. Se le llama “Padre de todas las cosas” “el nacido por sí mismo” (autophues). El diablo Tifón  mata a Hércules, identificado en este caso con Osiris, padre y hermano de Horus . Se le da el epíteto de Invicto cuando desciende al Hades (jardín subterráneo) y después de arrancar las “manzanas de oro” del “árbol de la vida”, mata al dragón. El rudo poder titánico, bajo el que se encubre el dios solar, se opone en forma de materia ciega al divino y magnético espíritu que propende a la armonía de la naturaleza.
            
Los dioses solares simbolizados en el sol visible son los creadores de la naturaleza física, pues la naturaleza espiritual es obra del Supremo Dios, del oculto y céntrico Sol espiritual, por mediación de su Demiurgo, la Mente divina de Platón, la Sabiduría divina de Hermes Trismegisto, la sabiduría dimanante de Ulom o Kronos. Según dice Anthon, en los Misterios de Samotracia, después de la distribución del fuego puro, empezaba una nueva vida. Éste era el nuevo nacimiento a que Jesús aludía en su plática con Nicodemo. Y sobre lo mismo, dice Platón: “Iniciaos en el más bendito misterio y sed puros... para llegar a ser justos y santos con sabiduría”. A lo cual añade el Evangelista: “Y dichas estas palabras, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”.

EMBLEMA  DE  LA  SERPIENTE


Este simple acto de la voluntad bastaba para transmitir el don de profecía en su más alta modalidad, si tanto el iniciador como el iniciado eran dignos de ello. A este propósito dice el reverendo Gross: “Sería tan injusto como antifilosófico menospreciar este don, cual si en su presente modalidad fuese corrompido retoño o consumida reliquia de una época de ignorante superstición. En todo tiempo intentó el hombre levantar el velo que oculta a sus ojos lo futuro y, por lo tanto, siempre se tuvo la profecía por don concedido por Dios a la mente humana... Zwinglio, el reformador suizo, daba por fundamento a su fe en la providencia del Ser Supremo, la cosmopolita enseñanza de que el Espíritu Santo inspiraba también a la más digna porción del mundo pagano. Admitida esta verdad, no es posible suponer que los paganos dignos de él no pudieran recibir el don de profecía”.

Ahora bien; ¿qué es esta mística y primordial substancia? El Génesis la simboliza en “la haz de las aguas sobre que flotaba el espíritu de Dios”. El libro de Job , dice que “debajo de las aguas fueron formadas las cosas sin alma que habitan allí”; pero en el texto original, en vez de “cosas inanimadas” se lee los “muertos rephaim”. En la mitología egipcia el Absoluto está simbolizado por una serpiente enroscada alrededor de una vasija, sobre cuyas aguas planea la cabeza en actitud de fecundarlas con su aliento. La serpiente es, en este caso, emblema de la eternidad y representa a Agathodaimon o espíritu del bien, cuyo opuesto aspecto es Kakothodaimon o espíritu del mal. Los Eddas escandinavos dicen que durante la noche, cuando el ambiente está impregnado de humedad, cae el rocío de miel, alimento de los dioses y de las creadoras abejas yggdrasillas. Esto simboliza el pasivo principio de la creación del universo sacado de las aguas, y el rocío de miel es una modalidad de la luz astral con propiedades creadoras y destructoras. 

En la leyenda caldea de Berosio, el hombre-pez, Oännes o Dagón, instruye a las gentes y les muestra el niño-mundo recién salido de las aguas con todos los seres procedentes de esta primera substancia. Moisés enseña que sólo la tierra y el agua pueden engendrar alma viviente, y en las Escrituras hebreas leemos que las hierbas no crecieron hasta que el Eterno derramó lluvia sobre la tierra. En el Popol-Vuh de los americanos, se dice que el hombre fue formado del limo de las aguas. Según los Vedas, Brahmâ sentado en el loto forma a Lomus (el gran muni o primer hombre) de agua, aire y tierra, después de dar existencia los espíritus que, por lo tanto, tienen prelación sobre los mortales. Los alquimistas enseñaban que la tierra primordial o preadámica (alkahest) es como el agua clara, en la segunda etapa de su transmutación en substancia primaria, que contiene todos los elementos constitutivos del hombre, no sólo por lo que atañe a su naturaleza orgánica, sino también el latente “soplo de vida” dispuesto a la actuación vital o, lo que es lo mismo, “el Espíritu de Dios flotante sobre las aguas” o “el caos”, que de este modo se identifica con la substancia primaria. Por esta razón aseguraba Paracelso que era capaz de formar homúnculos, y el insigne filósofo Tales decía que el agua es el principio de todas las cosas de la naturaleza.
            
¿Qué es el caos primordial sino el éter de los físicos modernos tal como lo conocieron los filósofos antiguos mucho antes de Moisés? El caos es el éter de ocultas y misteriosas propiedades que contiene en sí mismo los gérmenes de la creación universal; el éter es la virgen celeste, madre espiritual de todas las formas y seres existentes, de cuyo seno, fecundado por el Espíritu Santo, surgen a la existencia la materia y la fuerza, la vida y la acción.a pesar de los recientes descubrimientos que van ensanchando los límites del saber humano, todavía se conocen muy incompletamente la electricidad, el magnetismo, el calor, la luz y la afinidad química. ¿Quién presume dónde termina la potencia o cuál es el origen de ese proteico gigante llamado éter? ¿Quién no echará de ver el espíritu que en él actúa y de él arranca las formas visibles?

LEYENDAS  COSMOGÓNICAS


Fácil tarea es demostrar que todas las cosmogonías se fundan en los conocimientos de nuestros antepasados, en las ciencias que hoy día parecen haberse coligado en pro de la doctrina de la evolución; y tampoco es difícil demostrar que los antiguos conocían mucho mejor que nosotros la evolución en sus dos órdenes, físico y espiritual. Para los antiguos filósofos, la evolución era una doctrina axiomática, un principio que abarcaba el conjunto del universo, mientras que los científicos modernos aceptan la evolución bajo hipótesis especulativas de carácter particular cuando no negativo. Es inútil que los jerarcas de la ciencia moderna rehuyan el debate diciendo que la enigmática fraseología del relato mosaico no concuerda con la definida exégesis de las ciencias experimentales.
            
Por lo menos está fuera de duda que todas las cosmogonías contienen el símbolo de las aguas y del espíritu que las fecunda, cuyo significado está de acuerdo con el concepto científico de que el mundo no ha podido ser creado de la nada. Todas las leyendas cosmogónicas dicen que en el principio los vapores nacientes y las tinieblas cimerianas reposaban sobre las aguas dispuestas a ponerse en actividad apenas recibido el soplo del Irrevelado, a quien los sabios primitivos presentían, aunque no viesen, porque su espiritual intuición no estaba tan entenebrecida como ahora, por sutiles sofismas. Si no determinaban con toda precisión el tránsito del período silúrico al de los mamíferos, pongamos por caso, y si la época cenozoica estaba representada por las diversas alegorías del hombre primitivo, del Adán de nuestra raza, no por ello hemos de inferir que los sabios de entonces y los caudillos de pueblos no supieran tan bien como nosotros la sucesión de las épocas geológicas.
            En los días de Demócrito y aristóteles, ya había comenzado el descenso del ciclo, por lo que si estos dos filósofos expusieron tan acertadamente la teoría atómica, y fijaron el punto físico del átomo, bien pudieron llegar sus antecesores más olejos todavía, y trasponer en la génesis del átomo los límites donde Tyndall y otros parecen haberse atascado sin atreverse a cruzar la frontera de lo incomprensible. Las artes perdidas prueban suficientemente que si cabe hoy duda respecto a los progresos de nuestros primitivos antepasados en ciencias naturales, a causa de lo deficiente de sus tratados, eran mucho más expertos que nosotros en el aprovechamiento útil de plantas y minerales. Además, es probable que en aquellos tiempos de misterios religiosos conocieran a fondo la física del globo y no divulgaran su saber entre las ignorantes muchedumbres.
            
Sin embargo, no sólo de los libros mosaicos podemos extraer pruebas en apoyo de ulteriores argumentos, porque los judíos tomaron su ciencia sagrada y profana de los pueblos con quienes desde un principio estuvieron en contacto. Su más antigua ciencia, la cábala o doctrina secreta, descubre en todos los pormenores su origen de la primitiva fuente del Turkestán, donde ya se cultivaba mucho antes de la época en que se deslindaron las naciones arias de las semitas. El rey Salomón, tan celebrado por su sabiduría y ciencia mágica, recibió este saber de la India por conducto de Hiram rey de Ofir y de la reina de Saba. Igualmente de origen indio es el anillo o “sello de Salomón”, al que las leyendas populares atribuyen potísima influencia en los genios y demonios.

El reverendo Samuel Mateer, individuo de la “Sociedad Misionera de Londres”, al tratar de la presuntuosa y abominable habilidad de los “adoradores del diablo”, de Travancore, dice que posee un antiquísimo manuscrito en lengua malaya con infinidad de fórmulas e invocaciones mágicas para obtener gran variedad de resultados, en su mayoría de tenebrosa maldad. En la misma obra publica Mateer el facsímil de varios amuletos con trazos y figuras mágicas, uno de los cuales lleva inscrita la siguiente fórmula:

            Para quitar el temblor de la posesión diabólica, dibuja esta figura en una planta que tenga jugo lechoso, atraviésale un clavo y cesará el temblor .

TEORÍA  DE  LAS  ONDULACIONES


La figura de que se habla es idéntica al sello de Salomón o doble triángulo de los cabalistas, por lo que cabe preguntar si estos lo recibieron en herencia de Salomón, quien a su vez lo tomó de los indos, o si estos se lo apropiaron de los judíos cabalistas. Pero no emprendamos esta frívola discusión y continuemos tratando de la luz astral cuyas desconocidas propiedades revisten mucho mayor interés.
            
Admitiendo que este mítico agente es el éter, veamos que sabe de él la ciencia moderna.
            
Roberto Hunt, de la “Sociedad Real de Londres”, dice a propósito de la acción de los rayos solares: “Los rayos amarillos y anaranjados, que son los de mayor potencia lumínica, no alteran el cloruro argéntico, mientras que los rayos azules y violetas, cuya potencia lumínica es menor, alteran dicha sal en poco tiempo... El cristal amarillo apenas se opone al paso de la luz; pero el azul, si la intensidad de color es mucha, sólo admite muy corta cantidad de rayos lumínicos”. Además, vemos que la vida se manifiesta lozana bajo la influencia de los rayos azules y languidece bajo la de los amarillos. Por lo tanto, no cabe explicar estos fenómenos sino por la hipótesis de que la vida orgánica queda diversametne modificada bajo la influencia electro-magnética, cuya índole aún desconoce la ciencia.
            
Hunt echa de ver que la teoría de las ondulaciones no concuerda con el resultado de sus experimentos. Sir David Brewster demuestra que los colores de las plantas se deben a la específica atracción ejercida por las partículas del vegetal sobre los diversos rayos lumínicos y que la luz solar elabora los coloreados jugos de las plantas, así como también determina el cambio de color de los cuerpos. Al propio tiempo expone el mismo autor que no es fácil admitir que estos efectos provengan tan sólo de las vibraciones del éter, y por lo tanto, se ve precisado a creer que la luz es materia. El profesor Cooke, de la Universidad de Harvard, disiente de los que aceptan definitivamente la teoría de las ondulaciones. Si es cierto el principio de Herschel, según el cual la intensidad de la luz en cada ondulación está en razón inversa del cuadrado de las distancias, contraría si acaso no invalida la teoría de las ondulaciones. La verdad de este principio se ha demostrado repetidas veces por medio del fotómetro, y sin embargo todavía subsiste la teoría de las ondulaciones, aunque algún tanto quebrantada.
            
El general Pleasanton, de Filadelfia, es uno de los más resueltos adversarios de esta anti-pitagórica teoría, según puede ver el lector en su obra De los rayos azules, contra cuya argumentación habrá de defenderse Tomás Young, quien, según refiere Tyndall, consideraba inmutablemente establecida la teoría de las ondulaciones.
            
Eliphas Levi, el mago moderno, concreta el concepto de la luz astral en la siguiente frase: “Para adquirir facultades mágicas se necesitan dos cosas: redimir la voluntad de toda servidumbre y ejercitarse en regularlas.

SÍMBOLOS  DE  LA  FUERZA  CIEGA


La voluntad soberana está simbolizada por la mujer que aplasta la cabeza de la serpiente y por el arcángel que mata bajo sus pies al dragón infernal. Las antiguas teogonías representaron en figura de serpiente con cabeza de toro, carnero o perro, el agente mágico, la doble corriente lumínica, el fuego viviente y astral de la tierra, cuyos símbolos diversos son: la doble serpiente del caduceo; la serpiente del paraíso; la serpiente de bronce de Moisés enroscada en el tau o lingam generador; el macho cabrío de los aquelarres sabatinos; el bafomete de los templarios; el hylé de los agnósticos; la doble cola de serpiente del gallo solar de Abraxas; y finalmente el diablo de los católicos. Pero en su verdadero significado es la fuerza ciega contra la cual ha de prevalecer el alma para libertarse de las ligaduras terrenas, porque si su voluntad no las libra de “esta fatal atracción, quedarán absorbidas en la corriente de fuerza que las produjo y volverán al fuego central y eterno”.
            
Esta cabalística figura de dicción, no obstante su extraño lenguaje, es la misma que empleaba Jesús, para quien no podía tener significado distinto del que le daban agnósticos y cabalistas; pero los teólogos cristianos lo desvirtuaron para forjar el dogma del infierno. Literalmente significa dicho fuego la luz astral o principio generador y destructor de las formas. A este propósito dice Levi:
            
“Todas las operaciones mágicas consisten en desprenderse de los anillos de la serpiente y ponerle el pie encima de la cabeza para dominarla a voluntad. En el mito evangélico dice la serpiente: “Te daré todos los reinos de la tierra si postrado me adoras”. A lo que responde el iniciado: “No me postraré, antes bien tú caerás a mis pies. Nada puedes darme y haré de ti lo que me plazca. Porque yo soy tu señor y dueño”. Éste es el verdadero significado de la ambigua respuesta de Jesús al tentador... Así, pues, el diablo no es una entidad, sino una fuerza errática como su nombre indica; una corriente ódica o magnética formada por una cadena de voluntades malignas, productora del espíritu diabólico, llamado legión en el Evangelio, que animaba a la piara de cerdos precipitados en el mar. Este pasaje es una alegoría de cómo las fuerzas ciegas del error y el pecado arrastran precipitadamente a la naturaleza inferior”.
            
El filósofo y naturalista alemán Maximiliano Perty ha dedicado a las modernas formas de la magia un capítulo entero de su extensa obra acerca de las manifestaciones místicas de la naturaleza humana. Dice en el prefacio: “Las manifestaciones de la magia tienen parcial fundamento en un orden de cosas completamente distinto del que conocemos por el tiempo, espacio y causalidad. Estas manifestaciones apenas pueden someterse a experimentación, ni cabe provocarlas arbitrariamente, pero sí es posible observarlas con cuidadosa atención, siempre que ocurran en presencia nuestra, para agruparlas por analogía en determinadas clases e inducir de ellas sus leyes y principios generales.

LOS  PRODIGIOS  DEL  FAKIR

 Tenemos, por lo tanto, que para el profesor Perty, afiliado sin duda a la escuela de Schopenhauer, son perfectamente posibles y naturales, por ejemplo, los fenómenos producidos por el fakir Kavindasami y descritos por el orientalista Jacolliot. Este fakir era hombre que por el completo dominio de su naturaleza inferior había llegado a purificarse hasta aquel punto en que casi del todo libre de su prisión puede el espíritu obrar verdaderas maravillas. Su voluntad y aun su solo anhelo eran potencia creadora capaz de gobernar los elementos y fuerzas de la naturaleza. El cuerpo no le servía ya de estorbo para hablar de “espíritu a espíritu” y alentar de “vida a vida”. Este fakir, con sólo extender las manos hizo germinar una semilla, de la que brotó una planta que en menos de dos horas creció prodigiosamente en presencia de Jacolliot, contra todas las aceptadas leyes fitológicas, hasta una altura que en circunstancias ordinarias hubiese requerido algunas semanas. 
¿Fue milagro? 

Ciertamente lo fuera con arreglo a la definición de Webster, según la cual es milagro todo suceso contrario a la establecida constitución y marcha de las cosas, en pugna con las leyes conocidas de la naturaleza. ¿Pero  están seguros los naturalistas de que lo establecido por la observación es inmutable o de que conocen todas las leyes de la naturaleza? El caso del fakir resulta algo más notablemente milagroso que los experimentos llevados a cabo en Filadelfia por el general Pleasanton, pues si éste lograba acrecentar la lozanía y fertilidad de sus viñas hasta puntos increíbles, por los rayos violetas de luz artificial, el fluido magnético que emanaba de las manos del fakir estimuló el más rápido crecimiento de la semilla índica, concentrando en ella el akâsa o principio vital  cuya corriente pasaba en flujo continuo de las manos del fakir a la planta, cuyas células avivaba con estupenda actividad, hasta terminar su crecimiento.

El principio de vida es una fuerza ciega y sumisa a la influencia capaz de dominarla. Con arreglo al ordinario curso del crecimiento vegetal, el protoplasma hubiera concentrado este principio para desenvolverse, según la norma establecida, con sujeción a las circunstancias atmosféricas (luz, calor, humedad), de las cuales hubiesen dependido su más o menos rápido crecimiento y su mayor o menor altura. Pero el fakir, con su poderosa voluntad y su espíritu purificado de los contactos materiales, auxilia la acción de la naturaleza y condensando, por decirlo así, en el germen el principio de vida vegetal acelera su desenvolvimiento. Esta fuerza vital obedece ciegamente a la voluntad del fakir, quien hubiera podido convertir la planta en un monstruo con sólo forjarlo mentalmente, pues la forma plástica y concreta se ajusta con invariable exactitud al tipo subjetivamente trazado en la mente del fakir, de la propia suerte que la mano y el pincel del pintor reproducen la imagen ideada por el arista. La voluntad del fakir en éxtasis delinea una matriz invisible, pero perfectamente objetivsa, que sirve de necesario molde a la materia vegetal de la planta. La voluntad crea, porque, puesta en actuación, es fuerza que engendra materia.
            
Si alguien objetara diciendo que el fakir no podría trazar en su mente el modelo de la planta, pues ignoraba la especie de semilla escogida por Jacolliot, responderíamos que el espíritu humano es semejante al del Creador en omnisciencia. Por lo tanto, si bien el fakir en estado de vigilia no podía saber qué especie de semilla era, en estado de trance, o sea muerto corporalmente con relación al mundo exterior, no tuvo su espíritu dificultad alguna de espacio ni de tiempo para conocer la especie de simiente plantada en la maceta o reflejada en la mente de Jacolliot. Las visiones, prodigios y demás fenómenos psíquicos existentes en la naturaleza corroboran nuestra afirmación.
            
Tal vez se arguya en otro sentido, contra el hecho de referencia, diciendo que lo mismo, y tan bien como el fakir, hacen los prestidigitadores indos, si hemos de creer a los informes de la prensa y a los relatos de los viajeros. Indudablemente hacen lo mismo los vagabundos prestidigitadores a pesar de sus licensiosas costumbres que no les dan reputación de santidad ni entre los naturales ni entre los extranjeros, antes al contrario, sus compatriotas les temen y menosprecian porque los miran como brujos y nigrománticos. Pero estos llaman en su auxilio a los espíritus elementales, mientras que los hombres de la santidad de Kavindasami tienen bastante con la valía de su espiritu divino, íntimamente unido al alma astral, para recibir auxilio de los puros y etéreos pitris que asisten a su encarnado hermano. Cada ser atrae a su semejante, y la sed de riquezas, los impuros deseos y las ambiciones egoístas sólo pueden atraer a los espíritus que los cabalistas hebreos llaman klippoth, pobladores del cuarto mundo (Asiah); y los magos orientales designaban con el nombre de afrites o deus, es decir, los espíritus elementarios del error.

EL  CRECIMIENTO  DE  LA  PLANTA


Oigamos cómo describe un periódico inglés la prodigiosa suerte del rápido crecimiento de una planta, llevada a cabo por los prestidigitadores indos:
            
“El prestidigitador colocó en el suelo una maceta vacía y pidió permiso para que su secretario fuese a buscar tierra de jardín. Volvió a poco el secretario con una porción de tierra envuelta en la punta de su capote, que puso en el tiesto comprimiéndola ligeramente. Tomó entonces una pepita de mango y, después de enseñarla a los circunstantes, la plantó en el tiesto cubriéndola cuidadosamente de tierra y regándola con un poco de agua. Hecho esto, tapó el tiesto con un lienzo tendido sobre un pequeño triángulo, y al poco rato, entre vocerío y redobles de tambor germinó la simiente, según pudieron ver los circunstantes al descorrer el lienzo, notando que habían brotado dos hojas de color gris oscuro. Vuelta a tapar la maceta con la sábana y levantada por segunda vez al cabo de poco, vieron todos que a las dos primeras hojas habían sucedido varias otras de color verde, de unos veinticinco centímetros de alto. La tercera vez apareció la planta con más frondoso follaje, hasta doble altura, y a la cuarta operación llevaba ya pendientes de sus ramas una docena de mangos, tamaños como nueces, con altura total de cuarenta y cinco centímetros. Al destapar por última vez la maceta aparecieron los frutos en completo desarrollo y cercanos a la madurez, pues muchos espectadores probaron su sabor agridulce”.
            
A esto añadiremos que hemos presenciado el mismo experimento en la India y en el Tíbet, con la particularidad de haber proporcionado un bote vacío de estracto de carne Liebig, que sirvió de maceta rellena de tierra con nuestras propias manos, en nuestra misma habitación, para plantar una raicilla que el fakir nos había dado al efecto, sin que apartáramos ni un instante la vista del bote idéntico al ya descrito. ¿Sería capaz un prestidigitador de hacer lo mismo en igualdad de circunstancias?
            
El ilustrado Orioli, miembro correspondiente del Instituto de Francia, cita muchos ejemplos en demostración de los maravillosos efectos de la voluntad cuando actúa sobre el invisible Proteo de los hipnotizadores. Dice a este propósito: “He visto algunas personas que con sólo pronunciar ciertas palabras paraban en seco la precipitada carrera de toros y caballos y detenían en su trayectoria la flecha que hendía los aires”. Lo mismo afirma Tomás Bartholini. Y Du Potet, dice: “Cuando trazo en el suelo un yeso o carbón esta figura..., se fija allí algo como un fuego o una luz que atrae a la persona que se acerca y la detiene fascinada hasta el extremo de impedirle cruzar la línea. Un poder mágico la fuerza a quedarse parada hasta que al fin retrocede entre sollozos. La causa no está en mí, sino toda por completo en el signo cabalístico, contra el cual de nada vale la violencia”.

EXPERIMENTOS  DE  REGAZZONI


El 18 de Mayo de 1856 efectuó Regazzoni una serie de notables experimentos ante muy famosos médicos franceses. Trazó con el dedo en el pavimento de la estancia una imaginaria línea cabalística sobre la cual dio algunos pases. Se había convenido en que los mismos médicos escogerían los sujetos de experimentación y los introducirían en la estancia con los ojos vendados, guiándolos hacia la línea sin decirles ni una palabra de lo que de ellos se esperaba. Los sujetos echaron a andar sin el menor recelo, hasta que llegados a la invisible barrera quedaron como clavados en el suelo, mientras que por efecto del impulso adquirido caían de bruces sobre el pavimento, con rigidez semejante a si estuvieran helados.
            
En otro experimento se convino en que a una señal dada por uno de los médicos, el sujeto, que era una muchacha e iba vendada de ojos, debía caer al suelo como herida por un rayo en cuanto sintiea el fluido magnético emitido por la voluntad del magnetizador. Así ocurrió, apenas el médico guiñó el ojo, que era la señal convenida, y al ir uno de los circunstantes a sostener a la muchacha exclamó Regazzoni con voz de trueno: “No la toquéis, dejad que caiga, porque un sujeto magnetizado jamás se lastima en la caída”. Des Mousseaux, al relatar este experimento, dice: “No es tan rígido el mármol como lo era su cuerpo; la cabeza no tocaba al suelo; tenía un brazo extendido al aire, una pierna levantada y la otra horizontal. En esta posición violenta permaneció indefinidamente como estatua de bronce.
            
Todos los resultados obtenidos en las sesiones públicas de hipnotismo, los producía Regazzoni a la perfección, sin pronunciar palabra para prevenir al sujeto de lo que había de hacer, pues silenciosamente determinaba con su voluntad pasmosos efectos en el organismo de personas que le eran del todo desconocidas. Las órdenes que los circunstantes comunicaban en voz baja al oído de Regazzoni tenían inmediato cumplimiento por parte de sujetos con los oídos algodonados y vendas en los ojos, y en algunas ocasiones ni siquiera era necesaria esta comunicación, porque las preguntas mentales de los propios circunstantes hallaban cumplida respuesta.
            
En Inglaterra llevó a cabo Regazzoni análogos experimentos a trescientos pasos de distancia del sujeto que al efecto se le proporcionaba.
            
El mal de ojo no es más que la emisión del fluido magnético cargado de odiosa malevolencia y dirigido con malignas intenciones a otra persona, aunque también puede dirigirse con buen propósito. En el primer caso es hechicería y en el segundo magia.
            
¿Qué es la voluntad? ¿Pueden responder a esta pregunta las ciencias experimentales? ¿Cuál es la naturaleza de ese algo inteligente, incoercible y poderoso que prevalece con augusta soberanía sobre la materia inerte? La Idea universal quiso y el Cosmos brotó a la existencia. Yo quiero, y mis miembros obedecen. Yo quiero, y mi pensamiento atraviesa el espacio que para él no existe, envuelve el cuerpo de otro individuo, que no es parte de mí mismo, penetra en sus poros y cohibiendo sus facultades, si son flacas, le determina a una acción preconcebida. Actúa de modo semejante al fluido de una batería galvánica sobre un cadáver. Los misteriosos efectos de atracción y repulsión son los agentes inconscientes de la voluntad. La fascinación, tal como la ejercen las serpientes con los pájaros, es una acción consciente que dimana del pensamiento. El lacre, el vidrio y el ámbar atraen por el roce cuerpos ligeros y actualizan de este modo, aunque inconscientemente, la voluntad, porque tanto la materia organizada como la inorgánica, poseen una partícula de la esencia divina por indefinidamente pequeña que sea. ¿Y cómo no? Desde el momento en que, durante el proceso de su evolución, ha pasado del principio al fin por millones de formas diversas, debe retener el punto germinal de la materia preexistente, emanada en primera manifestación de la misma Divinidad. ¿Qué ha de ser entonces esta inexplicable fuerza atractiva sino una porción del akâsa, de aquella esencia en que tanto los sabios como los cabalistas reconocieron el “principio de vida”? Admitamos que la atracción ejercida por los cuerpos inorgánicos es ciega; pero según ascendemos en la escala de los seres, vemos que este principio de vida se desenvuelve a cada paso en más determinados atributos y facultades. El hombre, como ser más perfecto, en quien la materia y el espíritu, o sea la voluntad, alcanzan mayor desenvolvimiento, es el único capaz de comunicar impulso consciente al principio de vida que de él emana. Sólo el hombre puede comunicar al fluido magnético varios y opuestos impulsos de ilimitada dirección. Como dice Du Potet: “El hombre quiere y la materia organizada obedece. En él no hay polos”.
            
Brierre de Boismont, en su tratado sobre Alucinaciones, examina una prodigiosa variedad de visiones, éxtasis y apariciones a que vulgarmente se llaman alucinaciones. Dice a este propósito: “No podemos negar que en ciertas enfermedades se sobreexcita extraordinariamente la sensibilidad que da prodigiosa agudeza de percepción a los sentidos, hasta el punto de que algunos individuos ven desde considerable distancia y otros anuncian la llegada de personas antes de que nadie pueda verlas ni oírlas”.

LA  DOBLE  VISTA


Bierre de Boismont llama alucinación a la facultad que algunos enfermos lúcidos tienen de ver a través de las paredes y anunciar la llegada de una persona cuya venida se desconoce. Nosotros creíamos cándidamente, tal vez por ignorancia, que las alucinaciones han de ser subjetivas y de quimérica existencia en el delirante cerebro del enfermo; pero si éste anuncia la llegada de una persona que se halla muy lejos, y la persona llega en el preciso momento vaticinado por el profeta, su visión no es subjetiva, sino perfectamente objetiva, puesto que ve como va viniendo la persona. Por lo tanto, resulta incontrovertible que para ver un objeto a través de cuerpos opacos y de distancias inaccesibles a la vista corporal, es preciso la visión espiritual, pues no cabe suponer coincidencia alguna de la casualidad.
            
Cabanis dice que en ciertos desórdenes nerviosos, los enfermos distinguen a simple vista los infusorios y microbios que las personas sanas no pueden ver sin auxilio del microscopio. Algunas personas, añade el mismo autor, entre ellas un respetable miembro del Congreso Legislativo de Nueva York, eran capaces de ver en las tinieblas tan distintamente como en un aposento iluminado; y otras seguían por el olfato el rastro de las gentes y acertaban quién había siquiera tocado un objeto con sólo lerlo. Así es en efecto; porque la razón, que según dice Cabanis, se vigoriza a expensas del instinto natural, es una especie de muralla de la China, lefvantada sobre sofismas, que acaba por embotar en el hombre la percepción espiritual cuya más importante modalidad es el instinto. Al llegar a cierto grado de debilidad orgánica, cuando las facultades mentales flaquean a causa de la depauperización corporal, el instinto, o sea la espiritual unidad que resume los cinco sentidos corporales, no halla obstáculo alguno, ni en tiempo ni en espacio. ¿Conocemos acaso los límites de la actividad mental? ¿Cómo es posible que un médico distinga las percepciones reales de las quiméricas en un enfermo cuyo enflaquecido y exhausto cuerpo deje escapar al alma de su cárcel para vivir tan sólo espiritualmente?
            
La divina luz que a despecho de la materia enfoca sus rayos de modo que el alma ve como en un espejo lo pasado, lo presente y lo futuro; la mortífera flecha disparada por la cólera o el odio reconcentrados; la bendición salida de benévolos y agradecidos corazones; la maldición lanzada contra quienquiera que sea, víctima o verdugo; todo tiene su vibración en el agente universal que en determinada modalidad es el aliento de Dios y bajo la opuesta, la ponzoña del diablo.
            
El lector tal vez pregunte: ¿Qué es ese invisible todo? ¿Por qué los científicos, a pesar del perfeccionamiento de sus métodos, no han descubierto ninguna de sus propiedades mágicas? Responderemos a esto que si los científicos lo desconocen no es razón bastante para negar las propiedades reconocidas en dicho agente universal por los sabios antiguos. La ciencia repudia hoy muchas cosas que mañana se verá en la precisión de aceptar. Poco menos de un siglo ha transcurrido desde que el Instituto de Francia negaba posibilidad científica a los experimentos eléctricos de Franklin, y apenas hay hoy edificio de importancia sin su correspondiente pararrayos. Los modernos científicos, gracias a su pertinaz escepticismo, escupen muchas veces al cielo y así les cae la saliva en la cara.
            
Dice la cosmogonía egipcia:
            
Emepht, el principio supremo engendró un huevo y después de incubarlo impregnándolo de su propia esencia, se desenvolvió el germen del cual nació Phtha, el activo y creador principio que dio comienzo a su obra. De esta ilimitada expansión de materia cósmica, que Él mismo había engendrado con su soplo (voluntad), puso en actividad las potencias latentes y formó los soles, planetas y satélites en armónica e inmutable ordenación y los pobló de todas y cada una de las formas y cualidades de vida”.
            
El mito de las cosmogonías orientales dice que en el principio sólo había agua (el padre) y limo prolífico (Ilus o Hylé, la madre), del que surgió la mundana serpiente (materia), símbolo del dios Phanes, el manifestado, la Palabra o Logos.

SÍMBOLOS  DE  LOS  EVANGELISTAS


Veamos ahora cuán fácilmente remedaron este mito los compiladores del Nuevo Testamento. Phanes, el dios manifiesto, está representado en el símbolo de la serpiente en forma de protogonos, es decir, con cuatro cabezas respectivas de hombre, águila, toro y león, y alas en ambos costados. Las cabezas aluden al zodíaco y simbolizan las cuatro estaciones, pues la serpiente mundanal es el año terrestre, mientras que la serpiente por sí misma simboliza a Kneph, el Dios inmanifestado, el Padre. La serpiente es alada como el tiempo, y todo este simbolismo nos explica la razón de que las iglesias latina y griega acostumbren a representar a los cuatro evangelistas con los respectivos animales simbólicos cuyas cabezas lleva el protogonos, así como también se ven dichos animales agrupados junto al sello de Salomón, en el pentágono de Ezequiel y en los querubines del Arca de la Alianza. También se explica la insistencia de Irenero, obispo de Lyon, en que necsariamente había de haber un cuarto evangelio, pues cuatro eran las zonas del mundo y cuatro los puntos cardinales. Dice un mito egipcio que la fantástica configuración de la isla de Chemmis, que flota en las etéreas ondas del empíreo, fue puesta en existencia por obra de Horus-Apolo, el dios-sol que la sacó del huevo del mundo.
            
En el poema cosmogónico de Völuspa (cántico de la profetisa), que contiene las leyendas escandinavas relativas a la aurora de los tiempos, el fantástico germen del universo yace en la ginnungagap (copa de ilusión), símbolo del abismo vacuo y sin límites, el nebelheim o paraje de las tinieblas. En esta tenebrosa y desolada matriz del mundo cae un rayo de cálida luz (éter), que llena la copa hasta los bordes y en ella se congela. Entonces el Invisible levantó con un soplo un viento abrasador que derribó las heladas aguas y disipó la niebla. Las aguas (corrientes de Elivâgar), cayeron en vivificantes gotas de que surgió la tierra con el gigante Imir (principio masculino), quien sólo tenía “semejanza de hombre”. Al mismo tiempo nació la vaca Audhumla  (principio femenino) de cuyas ubres fluyeron cuatro ríos de leche que se derramaron por el espacio (¡) (emanación pura de luz astral). La vaca Audhumla engendra un potente y bello ser superior, llamado Bur, que lamía las piedras cubiertas de sales minerales.
            
Comprenderemos con mayor facilidad el oculto sentido de la alegoría de la creación del hombre, si tenemos en cuenta que los antiguos filósofos consideraban universalmente la sal como uno de los más importantes principios constituyentes de la creación orgánica, y que los alquimistas la tenían por el ménstruo universal extraído del agua, aparte de que tanto la ciencia moderna como el concepto pupular la diputan por elemento indispensable para el hombre y los animales. Paracelso llama a la sal “centro de agua en quee han de morir los metales”; y Van Helmont dice que el alkahest es summum et felicissimum omnium salium (la sal más superior y afortunada).
            Cuando Jesús dijo a sus discípulos:

            Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?... Vosotros sois la luz del mundo. (San Mateo, v. 14).

            
Con estas palabras significaba directa e inequívocamente la doble naturaleza del hombre físico y espiritual, demostrando por otra parte su conocimiento de la doctrina secreta cuyos vestigios se descubren en las más antiguas y populares tradiciones de ambos Testamentos, así como en las obras de los místicos y filósofos antiguos y medioevales. Pero volvamos a la cosmogonía escandinava expuesta en los Eddas. El gigante Imir se queda dormido y suda copiosamente. La transpiración engendra de su sobaco izquierdo un hombre y una mujer, a quienes del pie del gigante les nace un hijo. Así tenemos que mientras la mítica “vaca” produce una raza de hombres superiores y espirituales, el gigante Imir engendra una raza de hombres malos y depravados, los hrimthursen (gigantes helados. Salvo ligeras modificaciones, vemos la misma leyenda cosmogónica en los Vedas de la India. 

Tan luego como Brahmâ recibe de Bhagavâd, el Supremo dios, la potestad creadora, engendra seres animados puramente espirituales, los dejotas, que por residir en el Svarga (región celeste), no están dispuestos a morar en la tierra, y en consecuencia engendra Brahmâ a los daityas, de gigantesca estatura, que habitan en el Pâtala (región inferior del espacio) y tampoco están en condiciones de poblar el Mirtloka (la tierra). Para remediar este mal, Brahmâ engendra de su boca al primer brahmán, progenitor de nuestra raza; de su brazo derecho engendra a Raettris, el primer guerrero; de su brazo izquierdo a Shaterany, esposa de Raettris; del pie derecho nace su hijo Bais y del izquierdo su mujer Basany. Así como en la leyenda escandinava, Bur, el espiritual hijo de la vaca Audhumla, se casa con Besla, de la depravada estirpe de los gigantes, también en la leyenda inda el primer brahmán se casa con Daintary, de raza de gigantes. Igualmente nos dice el Génesis que los hijos de Dios tomaron por esposas a las hijas de los hombres, de cuya unión nacieron poderosos linajes. Resulta de ello evidente la originaria identidad entre el Génesis y las leyendas de la Escandinavia y el Indostán, a pesar de que se les niega a estos la inspiración atribuida al primero. Examinadas detenidamente, conducen a idéntico resultado las tradiciones de casi todos los demás países.

LA  SERPIENTE  EGIPCIA


¿Qué cosmólogo moderno sería capaz de resumir en símbolo tan sencillo como la serpiente egipcia tal cúmulo de significados? En la serpiente se compendia toda la filosofía del universo. La materia está vivificada por el espíritu y ambos elementos desenvuelven del caos (energía) cuanto ha de existir. El nudo en la cola de la serpiente simboliza la íntima latencia de los elementos en la materia cósmica.

LAS  TÚNICAS  DE  PIEL


            
Otro símbolo aún más importante es la muda de la piel de la serpiente, que según se nos alcanza no han acertado hasta ahora a interpretar los simbolistas. Así como el reptil al despojarse de la piel se libra de una envoltura de grosera materia, demasiado enojosa ya para su cuerpo, y entra en un nuevo período de actividad, así también el hombre al desprenderse de su cuerpo grosero y material pasa a un nuevo estado de existencia con mayores facultades y más enérgica vitalidad. Por el contrario, los cabalistas caldeos dicen que cuando el hombre primitivo  se despiritualizó por su contacto con la materia, le fue dado por vez primera cuerpo carnal, y así lo simboliza aquel significativo versículo: “Hizo también el señor Dios a Adán y a su mujer unas túnicas de pieles y los vistió”. A menos que los intérpretes quieran convertir a Dios en sastre celeste, ¿qué otra cosa significan estas frases aparentemente absurdas, sino que el hombre espiritual en el curso de su involución había llegado al punto en que el predominio de la materia le transformó en hombre de carne? (49).
            
Esta cabalística doctrina está más acabadamente expuesta en el Libro de Jasher (50), donde se dice que Noé heredó estas túnicas de Matusalem y Enoch, quien a su vez las había recibido de manos de Adán y su mujer. Cam se las hurtó a su padre que las había puesto en el arca y las dio secretamente a Cus, quien, a escondidas de sus hermanos e hijos, las transmitió a Nemrod.
            
Algunos cabalistas y aun arqueólogos dicen que Adán, Enoch y Noé son nombres distintos de un mismo personaje; pero otros sostienen que entre Adán y Noé transcurrieron varios ciclos, lo que equivale a decir que cada patriarca antediluviano representaba una raza existente en la sucesión de los ciclos, y que cada una de estas razas fue menos espiritual que la precedente. Así tenemos, que si bien Noé fue varón justo, no podía parigualarse en bondad con su ascendiente Enoch, que fue arrebatado al cielo en vida. De aquí la alegoría de que Noé heredó del segundo Adán y de Enoch la túnica de piel, aunque no la llevaba puesta, pues de lo contrario no se la hurtara su hijo Cam. Pero como Noé y sus hijos se salvaron del diluvio, resulta que el primero pertenecía a la antediluviana raza espiritual y fue escogido de entre todos los hombres por su pureza, mientras que sus descendientes fueron postdiluvianos. La túnica de piel que Cus llevó en secreto, es decir, cuando la materia contaminó su naturaleza espiritual, pasó a Nemrod, el hombre más poderoso y fuerte de los posteriores al diluvio y último vástago de los gigantes antediluvianos.
            
Veamos de entresacar el oculto significado de la leyenda diluviana.
            
En la cosmogonía escandinava, los hijos de Bur matan al gigante Imir, y tan caudalosos ríos de sangre brotaron de sus heridas, que sumergieron a toda la raza de fríos y helados gigantes, salvándose únicamente Bergelmir y su mujer, refugiados en una barca, por lo que fueron padres de una nueva raza de gigantes, nacida del mismo tronco. Todos los hijos de Bur se salvaron del diluvio.
            
El gigante Imir simboliza la primitiva y ruda materia orgánica, las ciegas fuerzas cósmicas en estado caótico, antes de recibir el inteligente impulso del divino Espíritu que reguló su movimiento en leyes inmutables. La progenie de Bur son los “hijos de Dios” o los dioses menores a que alude Platón en su Timeo, a los cuales fue encomendada la creación del hombre, pues sacan del caótico abismo (el ginnungagap) los mutilados restos del gigante Imir y se sirven de ellos para crear el mundo. Su sangre forma los ríos y los mares; sus huesos las montañas; sus dientes las rocas y peñascos; sus cabellos los árboles; su cráneo la bóveda celeste sustentada en las cuatro columnas de los puntos cardinales, y sus cejas formaron el Edén, la futura morada del hombre. Para tener correcta idea de esta morada (la tierra), dicen los Eddas que es preciso concebirla redonda como un anillo o como un disco flotante en la neblina del océano celeste (éter). Está circuída por Yörmungand, el gigantesco Midgard o serpiente que se muerde la cola, la culebra mundanal, símbolo de la materia dimanante de Imir, compenetrada con el espíritu de los hijos de Dios, que produjeron y modelaron todas las formas. Esta emanación es la luz astral de los cabalistas y el hipotético éter de los físicos modernos.
            
La misma leyenda escandinava de la creación del hombre nos da a entender cuán convencidos estaban los antiguos de la trínica naturaleza humana. Según el Völuspa, Odin, Hönir y Lodur, los progenitores de nuestra raza, mientras paseaban por la orilla del mar vieron dos palos que, inertes y sin utilidad alguna, flotaban en el agua. Odin les infundió el soplo de vida. Hönir dióles alma y movimiento. Lodur les dotó de belleza, palabra, vista y oído. Al hombre le llamaron Askr (fresno) (54) y a la mujer Embla (aliso). Pusieron a esta primera pareja en el Edén y recibieron de sus creadores materia o vida inorgánica, mente o alma y espíritu puro. La primera procedía de los restos del gigante Imir; la segunda de los AEsire (dioses descendientes de Bur) y el tercero de Vanr (representación del puro espíritu).

EL  ÁRBOL  MUNDANAL


Según otra versión del Edda, el universo visible surgió del centro de las frondosas ramas del Iggdrasill (árbol mundanal de tres raíces). Por debajo de la primera raíz corre el manantial de vida (Urdar) y debajo de la segunda está el famoso pozo de Mimer, en cuyo fondo se ocultan la inteligencia y la sabiduría. Odin pide un vaso de agua de este pozo y lo consigue con la condición de dejar un ojo en prenda. Este ojo es el símbolo de la Divinidad, porque Odin lo deja en el fondo del pozo. Del árbol mundanal cuidan tres doncellas (normas o parcas), llamadas, Urdhr, Verdandi y Skuld, símbolos del pasado, el presente y el futuro. Todas las mañanas, mientras computan la duración de las vidas humanas, sacan agua de la fuente de Urdar para regar las raíces del árbol mundanal. Las emanaciones del fresno (Iggdrasill), al condensarse y caer en suelo, dan existencia y forma a la materia inanimada. Este árbol simboliza la vida universal, así orgánica como inorgánica; sus emanaciones significan el espíritu que vivifica las formas de la creación; y de sus tres raíces, una se extiende hacia el cielo, otra hacia la morada de los magos (gigantes de las altas montañas), y la otra, bajo la cual mana la fuente Hvergelmir, la roe el monstruo Nidhögg, que constantemente induce a los hombres al mal.
            
También los tibetanos tienen su árbol mundanal en la antiquísima leyenda cosmogónica de su país. Le llaman Zampun, y tiene asimismo tres raíces, de las cuales la primera se extiende hacia el cielo hasta la cima de las más altas montañas, la segunda hacia las regiones inferiores y la tercera llega a Oriente.
            
Los indos llaman Ashvatta  al árbol mundanal. Sus ramas son los componentes del mundo visible, y sus hojas los himnos védicos que tanto bajo el aspecto intelectual como del moral simbolizan el universo.
            
Quien cuidadosamente estudie los mitos cosmogónicos de las religiones antiguas advertirá, sin duda, la sorprendente similitud de concepto esotérico y de forma exotérica, hasta el punto de que no puede resultar de meras coincidencias, sino de un plan único en demostración de que en aquellos primitivos tiempos, velados por la densa niebla de las tradiciones, el pensamiento religioso de la humanidad se desenvolvía acordemente en todas las comarcas del globo. Los cristianos llaman panteísmo a la veneración que inspiran las recónditas verdades de la naturaleza; pero entre el panteísmo adorador de Dios en la naturaleza que, como única manifestación objetiva de la divinidd, la revela y recuerda sin cesar al hombre, y una religión dogmática que encubre y vela el verdadero concepto de Dios, no es difícil discernir cuál de los dos satisface más cumplidamente las necesidades del género humano.
            
La ciencia moderna acepta la teoría de la evolución, de acuerdo en este punto con la doctrina secreta y el significado oculto de los mitos cosmogónicos de la antigüedad, sin excluir la Biblia. Lentamente brota de la semilla el tallo y del tallo el capullo y del capullo la flor; pero ¿qué fueza espiritual preside todas estas transformaciones que acaban por dar a a la flor su forma, colores y perfume?
            
A esto responde la palabra evolución. El germen de la actual raza humana debió preexistir en su progenitor, como la semilla en que late la futura flor existe oculta en el ovario materno. La nueva planta podrá tener mucha semejanza con su progenitora, pero será algo distinta de ella. Si los antediluvianos predecesores del elefante y del lagarto fueron el mamut y el plesiosaurio, ¿por qué no ser progenitores de nuestra raza los gigantes a que aluden los Vedas, el Völuspa y el Génesis?
            
La transformación de las especies, tal como la exponen los materialistas, es tan absurda como lógica resulta la evolución sucesiva de las formas animales de un originario tipo inferior. Aun concediendo que las especies animales procedan tan sólo de cuatro o cinco tipos (56), y aunque todos los seres orgánicos que viven o han vivido en la tierra procedan de una forma primaria (57), no parece sino que únicamente los empedernidos materialistas y los faltos de intuición sean capaces de prever “el futuroestablecimiento de la psicología sobre las nuevas bases de la evolución gradual de las facultades y fuerzas mentales”.
            
El origen físico del hombre y todo cuanto se refiere a su evolución orgánica cae bajo el dominio de las ciencias experimentales; pero negamos a los materialistas toda competencia en lo concerniente a la evolución psíquica y espiritual del hombre, porque no hay ni mucho menos pruebas evidentes de que las facultades superiores del ser humano procedan de la evolución como la planta más humilde y el más miserable gusano (59).
            
Veamos ahora la teoría evolucionista de los antiguos brahmanes simbolizada en el árbol mundanal llamado Ashvatta, aunque de distinto modo que los escandinavos. El Ashvatta tiene las ramas hacia abajo y las raíces hacia arriba. Las raíces simbolizan el mundo físico, el universo vivisble, y las segundas el invisible mundo espiritual, porque las raíces arrancan de las celestes regiones en donde desde la creación del mundo colocó la humanidad a su invidisible Dios. Los símbolos religiosos de todo país son corroboraciones diversas de la doctrina, según la cual, la energía creadora emanó de un punto primario, y así lo enseñaron Pitágoras, Platón y otros filósofos. A este propósito, dice Filón: “Los caldeos opinaban que el Kosmos es punto entre las cosas existentes, bien que este punto sea el mismo Dios (Theos) o bien que en él esté Dios abarcando el alma de todas las cosas.

SÍMBOLO  DE  LAS  PIRÁMIDES


Las pirámides de Egipto simbolizan la misma idea que el árbol mundanal. El vértice es el místico eslabón entre cielo y tierra, análogo a la raíz del árbol, mientras que la base representa las ramas extendidas hacia los cuatro puntos cardinales del universo material. La idea simbólica de las pirámides es que todas las cosas dimanan del espíritu por evolución descendente (al contrario de lo que supone la teoría darwiniana), es decir, que las formas han ido materializándose gradualmente hasta llegar al máximo de materialización. En este punto entra la moderna teoría evolutiva en el palenque de las hipótesis especulativas y no causa extrañeza que Haeckel trace en su Antropogenia la genealogía del hombre “desde la raíz protoplásmica existente en el limo oceánico, mucho antes de sedimentar las más antiguas rocas fosilíferas”, según expone Huxley. Podemos creer que el hombre descienda de un mamífero semejante al mono, sobre todo cuando, según afirma Berosio, esta misma teoría enseño, sino tan elegante, más comprensiblemente, el hombre pez, Oannes o Dagón, el semidemonio de Babilonia. Conviene advertir que esta antigua teoría de la evolución, no sólo se encierra en los símbolos y leyendas, sino que también se ve representada en pinturas murales de los templos indos y se han encontrado fragmentos descriptivos en los templos egipcios y en las losas de Nimrod y Nínive excavadas por Layard. Pero ¿qué hay tras la descendencia del hombre según Darwin? 

Por muy allá que vaya nuestro examen, sólo encontramos hipótesis de imposible demostración, porque el famoso naturalista dice que “todas las especies descienden en línea recta de unos cuantos individuos existentes mucho tiempo antes de formarse la primera capa silúrica” (62). Aunque Darwin no se toma el trabajo de decirnos quiénes fueron estos “unos cuantos individuos”, basta que para admitir su existencia haya de solicitar la corroboración de los antiguos, de modo que el concepto tenga carácter científico. En efecto, sería verdaderamente temerario afirmar que la ciencia moderna contradice la antigua hipótesis del hombre antediluviano, después de las modificaciones sufridas por nuestro globo en cuanto a temperatura, clima, suelo y aun nos atrevemos a decir que en sus condiciones electro-magnéticas. Las hachas de pedernal encontradas por Boucher de Perthes en el valle de Sômme son prueba de que la antigüedad del hombre sobre la tierra excede a todo cómputo. Según Büchner, el hombre existía ya en el período glacial correspondiente a la época cuaternaria y probablemente más allá todavía. Pero ¿quién es capaz de sospechar lo que nos tienen reservado los futuros descubrimientos?
            
Si hay pruebas incontrovertibles de que el hombre existió en tan remota antigüedad, forzosamente se ha de haber alterado su organismo de modo admirable, por razón de las mudanzas atmósfericas y climatológicas.
            
En consecuencia, también cabe suponer por analogía, remontándonos a esas lejanísimas épocas, que el organismo de los remotos ascendientes de los “helados gigantes”, les permitiera convivir con los peces devónicos y los moluscos silúricos. Verdad que no han dejado sus huesos ni sus hachas de sílex en las cavernas; pero sí es fidedigno el testimonio de los antiguos, en los primitivos tiempos no sólo hubo gigantes u “hombres de famoso poderío”, sino también “hijos de Dios”. Si a cuantos creemos en la evolución del espíritu, tan firmemente como los materialistas en la de la materia, se nos acusa de sostener “hipótesis indemostrables”, bien podemos echar en cara a los acusadores que, según ellos mismos confiesa, su teoría de la evolución física no está demostrada y tal vez sea indemostrable (63). Nosotros podemos por lo menos inferir pruebas de los mitos cosmogónicos cuya pasmosa antigüedad reconocen filólogos y arqueólogos, mientras que nuestros adversarios en nada pueden apoyarse, a no ser que recurran a parte de las antiguas inscripciones con caracteres ideográficos y supriman el resto.
            
Afortunadamente, mientras las obras de algunos reputados científicos parecen contradecir nuestras teorías, las corroboran por completo otros no menos eminentes, como Wallace, quien defiende la idea del “lento proceso evolutivo” de las especies a partir de una época remotísima en innumerable sucesión de ciclos (64). Y si esto admite en los animales, ¿por qué no admitirlo en el hombre cuyos lejanísimos ascendientes fueron los seres puramente espirituales llamados hijos de Dios?

MITOS  BISEXUALES


Volvamos ahora al simbolismo antiguo con su mitología físico-religiosa. Más adelante esperamos demostar la íntima relación de estos mitos con los adelantos de las ciencias naturales, pues las emblemáticas imágenes y la peculiar fraseología de los sacerdotes antiguos encubren conocimientos todavía ignorados en nuestro ciclo.
            
Por muy experto que sea un erudito en las escrituras hierática y jeroglífica de los egipcios, ha de analizar cuidadosamente las inscripciones y no aventurarse a interpretarlas sin estar antes seguro, compás y regla en mano, de que el jeroglífico se ajusta a las figuras y líneas geométricas que dan la clave.
            
Sin embargo, hay mitos de espontánea interpretación, como por ejemplo los bisexuales creadores en todas las cosmogonías. El griego Zeus-Zën (Éter) con sus esposas Chthonia (tierra caótica) y Metis (agua); Osiris (también el Éter) primera emanación de Amun, la Suprema Deidad y primaria fuente de luz, con Isis-Latona (tierra y agua); Mithras, el dios nacido de la roca, símbolo del fuego mundanal masculino o personificación de la luz primaria, y su a la par esposa y madre Mithra, la diosa del fuego, que representaban el puro elemento ígneo (principio activo masculino), considerado como luz y calor, en conjunción con la tierra y el agua (principios pasivos femeninos de la generación cósmica). Mithras es hijo de Bordj (la montaña mundanal de los persas)  de la que surge como resplandeciente rayo de luz. La cosmogonía inda nos habla de Brahmâ, el dios del fuego, y de su prolífica consorte Unghi, la refulgente deidad de cuyo cuerpo brotan mil rayos de gloria y siete lenguas de fuego. Siva, personificado en el Meru (los Himalayas o montaña mundanal de los indos), descendió del cielo, como el Jehovah judío, en una columna de fuego. Todas estas divinidades y otras tantas de ambos sexos que pudiéramos citar revelan claramente su significación esotérica. Y ¿qué otra cosa sino el principio físico-químico de la creación primordial significarían estos mitos duales? Son símbolo de la primera y trina manifestación de la Causa Suprema en espíritu, fuerza y materia; de la divina correlatividad en el punto inicial de la evolución representada por la cópula del fuego y del agua o unión del principio activo masculino con el pasivo femenino, emanados ambos del electrizante espíritu y procreadores de su telúrico hijo, la materia cósmica o substancia primaria, vivificada por el éter o luz astral.
            
Tenemos, por lo tanto, que las montañas, huevos, árboles, serpientes, columnas y demás símbolos mundanales encubren verdades de filosofía natural científicamente demostradas. Las montañas simbólicas describen con ligeras variantes la creación primaria; los árboles mundanales denotan la evolución del espíritu y de la materia; la serpiente y las columnas aluden a los diversos atributos de esta doble evolución en su interminable correlatividad de fuerzas cósmicas. En los misteriosos repliegues de la montaña, matriz del universo, las divinas potestades disponen los atómicos gérmenes de la vida orgánica y el licor de vida que despierta el espíritu humano en la materia humana.
            
Este sagrado licor es el Soma, la bebida sacrificial de los indos; porque las partículas más densas de la substancia primera formaron el mundo físico, y las más sutiles lo envolvieron en sus etéreas e invisibles ondulaciones, como a niño recién nacido, estimulando su actividad a medida que surgía lentamente del eterno caos.

LA  SERPIENTE  SATÁNICA


Los mitos cosmogónicos pasaron de la idea poéticamente abstracta al simbolismo plástico, tal como los halla hoy la arqueología. La serpiente, que tan importante papel representa en la pintura y escultura antiguas, perdió después su verdadera significación a causa de las absurdas interpretaciones del Génesis, que la identifican con Satanás, cuando por el contrario es el mito de más diversos e ingeniosos emblemas. Entre ellos se cuenta el de agathodaimon (arte de curar e inmortalidad del alma) y, por esta razón, es obligado atributo de todas las divinidades patronímicas de la salud y de la higiene. En los Misterios egipcios la copa de la salud estaba rodeada de serpientes. También es este reptil emblema de la materia, pues como el mal es la oposición al bien, cuanto más se aparte la materia de su espiritual fuente, tanto más quedará sujeta al mal. En las más antiguas imágenes de los egipcios y en las alegorías cosmogónicas de Kneph simboliza la materia una serpiente dentro de un círculo hemisférico cuyo ecuador cruxza en línea recta para dar a entender que si el universo de luz astral envuelve al mundo físico que de él emanó, queda a su vez envuelto y limitado por Emepht (Causa Primera). Phtha engendra a Ra con las miríadas de formas que vivifica, y ambos salen del huevo mundanal porque el huevo es la más común modalidad generativa de los seres vivientes. La eternidad del tiempo y la inmortalidad del espíritu están simbolizadas en la serpiente que circuye el mundo y se muerde la cola sin dejar solución de continuidad. También simboliza entonces la luz astral.
            
Los filósofos de la escuela de Ferécides enseñaban que el éter (Zeus o Zën) es el cielo superior o empíreo donde está el mundo superior cuya luz (astral) es la concentración de la substancia primaria.
            
Tal es el símbolo de la serpiente identificada más tarde con Satán por los cristianos. Es el Od, Ob y Aûr de Moisés y de los cabalistas. Cuando la luz astral en estado pasivo actúa sobre quienes sin darse cuenta se ven arrastrados por su corriente es el Ob o pitón. Moisés se resolvió al exterminio de cuantos cedían a la influencia de las siniestras entidades que por todas partes nos rodean y se mueven en las ondas astrales como el pez en el agua, a las que Lytton llama “moradores del umbral”. Pero se transmuta en Od tan pronto como la vivifica el flujo consciente de un alma inmortal, porque entonces las corrientes astrales actúan bajo la dirección de un adepto o un hipnotizador cuya espiritual pureza les capacite para dominar las fuerzas ciegas. En este caso, desciende temporáneamente a nuestra esfera una elevada entidad planetaria de las que nunca encarnaron (aunque entre ellas las haya que han vivido en nuestro mundo) y purificando el ambiente circundante abre los ojos espirituales del sujeto y le infunde el don de profecía. Por lo que atañe al Aûr designa ciertas propiedades ocultas del agente universal, que únicamente interesan a los alquimistas y en modo alguno al público en general.
            
Anaxágoras de Clazomene, fundador del sistema filosófico homoiomeriano, creía firmemente que los elementos y arquetipos espirituales de todas las cosas procedían del éter sin límites, al cual se restituían desde la tierra. Los indos divinizaron el éter (akâsha) y los griegos y latinos lo identificaron con Zeus o Magnus, a quien Virgilio  llama pater omnipotens aeter.
            
Las entidades astrales o habitantes del umbral a que hemos aludido son los espíritus elementarios de los cabalistas  o los diablos de la iglesia cristiana.
            
Dice Des Mousseaux muy gravemente, al tratar de los diablos, que ya Tertuliano descubrió a las claras el secreto de sus astucias. ¡Precioso descubrimiento! Pero ahora que tanto conocemos de las tareas mentales de los Padres de la Iglesia y de sus descubrimientos en antropología astral, ¿habremos de extrañar que en su afán de exploraciones espirituales se hayan olvidado de nuestro planeta hasta el punto de negarle, no sólo movimiento, sino también esferoicidad?

Dice Langhorne en su traducción de Plutarco: “Opina Dionisio de Halicarnaso que Numa mandó edificar el templo de Vesta en forma de rotonda para representar la redondez de la tierra simbolizada en dicha diosa”. Además, Filolao, de acuerdo con los pitagóricos, sostiene que el elemento fuego está en el centro de la tierra; y Plutarco, al tratar de este asunto, atribuye a los pitagóricos la opinión de que “la tierra no está quieta ni situada en el centro del universo, sino que gira en torno de la esfera de fuego, sin ser la más valiosa ni la principal parte de la gran máquina”. De la misma manera opinaba Platón. Por lo tanto, no cabe duda de que los pitagóricos se anticiparon al descubrimiento de Galileo.

            LA  CIUDAD  SILENCIOSA

Muchos fenómenos, hasta ahora misteriosos e inexplicables, serán fáciles de comprender una vez admitida la existencia del universo invisible  que satura el organismo de los sujetos hipnotizados, ya por la poderosa voluntad de un magnetizador, ya por entidades invisibles cuya acción produce el mismo resultado. Una vez hipnotizado el sujeto, sale su cuerpo astral de la paralizada envoltura de carne y cruzando el espacio sin límites se detiene en el borde de la misteriosa frontera. Pero las puertas de entrada a la “ciudad silenciosa” tan sólo están entornadas y no se le abrirán de par en par hasta el día en que su alma, unida a la sublime e inmortal esencia, deje su cuerpo de carne. Entretanto, el vidente sólo puede atisbar por la mirilla, y de su agudeza perceptiva dependerá la extensión del campo visual.

Todas las religiones antiguas tuvieron el mismo concepto de la trinidad en la unidad simbolizada en los tres Dejotas de la Trimurti inda y en las tres cabezas de la cábala judía esculpidas una en otra y encima una de otra. La Trinidad de los egipcios y la de los griegos simbolizaban análogamente la emanación primaria y trina con sus dos principios: masculino y femenino. La unión del Logos (sabiduría, principio masculino, Dios manifestado) con el Aura (principio femenino, Anima mundi, Espíritu Santo, Sefira de los cabalistas y Sofía de los agnósticos) engendra todas las cosas visibles e invisibles. La verdadera interpretación metafísica de este dogma universal quedó reservada en el recinto de los santuarios; pero los griegos la personificaron en poéticos mitos. En las Dionysíacas de Nonnus aparece Baco enamorado de la suave y juguetona brisa Aura Plácida (Espíritu Santo o céfiro plácido). A este propósito dice Higgins: “El céfiro plácido dio origen a dos santos del calendario compuesto por los ignorantes Padres de la Iglesia: Santa Aura y San Plácido, con añadidura de convertir al jovial dios en San Baco, cuyo sepulcro y reliquias se enseñan todavía en Roma. La fiesta de San Aura y San Plácido se celebra el 5 de Octubre, poco antes de la de San Baco” (72). Mucho más sublime y poético es el espíritu religioso del mito escandinavo. En el insondable abismo del mundo (Ginnungagap) luchan con ciega y rabiosa furia la materia cósmica y las fuerzas primarias, cuando el Dios inmanifestado envía el benéfico soplo del deshielo desde la ígnea esfera del empíreo (Muspellheim), entre cuyos refulgentes rayos mora mucho más allá de los límites del mundo. El alma del Invisible, el Espíritu flotante sobre las negras aguas del abismo, hace surgir del caos el orden y después de dar el impulso a la creación toda, queda la CAUSA PRIMERA instatu abscondito.

EL  RAYO  DE  THOR


La religión y la ciencia se hermanan en los cantos del paganismo escandinavo. Cuando Thor, el Hércules del Norte, hijo de Odin, ha de empuñar la terible maza de donde brota el rayo, se calza guanteletes de hierro. Lleva además el cinto de fuerza o cinturón mágico que acrecienta su celeste poderío. Monta un carro con lanza de hierro, cuyas ruedas giran sobre nubes preñadas de rayos, tirado por dos carneros con frenos de plata y su temerosa frente está coronada de estrellas. Esgrime Thor su clava con fuerza irresistible contra los rebeldes gigantes helados a fuerza irresistible contra los rebeldes gigantes helados a quienes vence, derrite y aniquila. Cuando los dioses han de celebrar asamblea en la fuente de Urdar para decidir los destinos de la humanidad, todos se encaminan allá montados menos Thor, que va por su pie, temeroso de que al atravesar el Bifrost (arco-iris) o puente AEsir de variados colores, lo incendie con su fulgurante carro y hiervan las aguas de Urdar.
            
Lisa y llanamente ¿qué interpretación cabe dar a este mito sino que el autor de la leyenda conocía no poco la electricidad? Thor, personificación de la energía eléctrica, para manejar el fluido se pone guantelestes de hierro, es decir, del metal conductor. El cinturón de fuerza es el circuito cerrado por donde fluye la corriente eléctrica. El carro cuyas chispeantes ruedas giran sobre las cargadas nubes simboliza la electricidad en actuación. La puntiaguda lanza sugiere la idea del pararrayos y el tiro de carneros representan el principio masculino con el femenino en los frenos de plata, puesto que éste es el metal de Astarté o Diana (la luna). 
En el carnero y el freno vemos combinados en oposición los principios activo y pasivo de la naturaleza. 

El carnero impulsa y el freno retiene, pero ambos están sujetos a la omnipenetrante energía eléctrica que los mueve. De esta energía primaria y de las múltiples y sucesivas combinaciones de ambos principios masculino y femenino dimana la evolución del mundo visible, gloriosamente cifrado en el sistema planetario que simboliza el círculo de estrellas que ornan su frente. Los terribles rayos de Thor (electricidad activa) prevalecen contra las fuerzas titánicas representadas en los gigantes; pero al reunirse con los dioses menores, ha de atravesar a pie el Bifrost o puente del arco iris y bajar del carro (pasar al estado latente), pues de otro modo aniquilaría todas las cosas con su fuego. Respecto a que Thor teme poner en ebullición las aguas de la fuente Urdar, no comprenderán los físicos modernos el significado de este mito hasta que se determinen completamente las recíprocas relaciones electromagnéticas de los elementos del sistema planetario, que ahora tan sólo se presumen, según vemos en los recientes ensayos de Mayer y Hunt. Los filósofos antiguos creían que los volcanes y los manantiales de agua termal dimanaban de subterráneas corrientes eléctricas, que también eran causa de los sedimentos minerales de diversa índole que originan las fuentes medicinales. Si se objeta que los autores antiguos no expresan claramente estos hechos porque, según los modernos, nada sabían de electricidad, redargüiremos diciendo que nuestra época no conoce todas las obras de la sabiduría antigua. Las claras y frescas aguas de Urdar regaban diariamente el místico árbol del mundo, y si las hubiese enturbiado Thor (electricidad activa), las convirtiera de seguro en aguas minerales ineficaces para el riego.
            
Estos ejemplos corroboran la antigua afirmación de los filósofos de en todo mito hay un Logos y un fondo de verdad en toda ficción.

 BLAVATSKY




















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