lunes, 5 de agosto de 2019

ISIS SIN VELO T. I I - CAPÍTULO III




De extraña condición es la inteligencia humana, 
pues antes de alcanzar la verdad parece como si necesitara 
obstinarse durante largo tiempo en el error. 

 MAGENDIE. 

 La verdad que proclamo está esculpida en los monumentos antiguos. 
Para comprender la historia es preciso estudiar el simbolismo de pasadas épocas, 
los sagrados signos del sacerdocio y el arte de curar de los tiempos primitivos, 
ya olvidado hoy en día. 

 BARÓN DU POTET 

 Es axiomático que todo cúmulo de hechos desordenados 
 requieren una hipótesis para su ordenamiento. 

 SPENCER



            Para encontrar fenómenos análogos a los expuestos en el capítulo precedente es preciso recurrir a la historia de la magia. En todas las épocas y países se ha conocido el fenómeno de la insensibilidad del cuerpo humano en grado suficiente para resistir sin dolor golpes, pinchazos y aun disparos de arma de fuego; pero si la ciencia no se ve capaz de explicar satisfactoriamente este fenómeno, con ninguna dificultad tropiezan para ello los hipnotizadores que conocen las propiedades del fluido. Poca admiración han de causar los milagros de los jansenistas a hombres que mediante unos cuantos pases magnéticos logran anestesiar determinadas partes del cuerpo hasta el punto de dejarlas insensibles a las quemaduras, incisiones y pinchazos. Los magos de Siam y de la India están sobradamente familiarizados con las propiedades del misterioso fluido vital (*akâsha *) para que les extrañe la insensibilidad de los convulsivos, porque saben comprimir dicho fluido alrededor del sujeto, de modo que forme como una coraza elástica absolutamente invulnerable a los contactos físicos, por violentos que sean.
            
En la India, Malabar y algunas comarcas del África central no tienen los magos inconveniente en que cualquier viajero les descerraje un tiro sin ninguna prevención por su parte. Según refiere Laing, el primer europeo que visitó la tribu de los sulimas, cerca de las fuentes del río Dalliba, pudo presenciar cómo unos soldados dispararon contra el jefe de la tribu sus bien cargadas armas, sin que le causaran daño alguno, a pesar de que por toda defensa sólo llevaba unos cuantos talismanes. Caso parecido relata Saverte  diciendo que en el año 1586 el príncipe de Orange mandó que arcabucearan a un prisionero español en Juliers. El piquete disparó contra el reo que previamente había sido atado a un árbol, pero resultó ileso, y en vista de tan sorprendente suceso le desnudaron por ver si llevaba alguna armadura oculta y tan sólo le descubrieron un amuleto, despojado del cual cayó muerto a la primera descarga.

 HOUDIN  EN  ARGELIA


De muy diversa índole fue lo que el famoso prestidigitador Roberto Houdin llevó a cabo en Argelia, preparando unas balas de sebo, teñidas de negro de humo, que con imperceptible disimulo puso en vez de las balas con que unos indígenas habían cargado sus pistolas. como aquellas sencillas gentes no conocían otra magia que la verdadera, heredada de sus antepasados, cuyos fenómenos realizan ingenuamente, creyeron que Houdin era un mago muy superior a ellos, al ver los aparentes prodigios que llevaba a cabo.
            
Muchos viajeros, entre cuyo número nos contamos, han presenciado casos de invulnerabilidad sin asomo de fraude. No hace muchos años vivía en cierta aldea de Abisinia un hombre con fama de hechicero, quien se prestó mediante un mezquino estipendio a que una partida de europeos, de paso para el Sudán, disparase sus armas contra él. un francés llamado Langlois le disparó a quemarropa cinco tiros seguidos, cuyas balas caían sin fuerza en el suelo después de describir temblorosamente una corta parábola en el aire. Un alemán de la comitiva, que iba en busca de plumas de avestruz, ofreció al abisinio cinco francos si le permitía disparar tocándole el cuerpo con el cañón de la pistola. El hechicero rehusó de pronto, pero consintió después de hacer ademán de conversar brevemente con alguna invisible entidad que parecía estar junto a él. Entonces cargó el alemán cuidadosamente el arma y colocándola en la posición convenida disparó, no sin titubear algún tanto. El cañón se hizo pedazos y el abisinio no recibió el menor daño.
            
El don de invulnerabilidad pueden transmitirlo, ya los adeptos vivientes, ya las entidades espirituales. En nuestros días ha habido médiums que, en presencia de respetables testigos, no sólo manosearon ascuas de carbón y aplicaron la cara al fuego sin que se les chamuscase ni un pelo, sino que también pusieron las ascuas en cabeza y manos de los espectadores, como sucedió en el caso de lord Lindsay y lord Adair. De igual índole es el ocurrido a Washington en la batalla de Braddock, donde, según confesión de un jefe indio, disparó contra él diecisiete tiros de fusil sin tocarle. Ciertamente que muchos generales como, por ejemplo, el príncipe Emilio de Sayn-Wittgenstein, del ejército ruso, tuvieron en concepto de sus soldados el don de que “les respetasen las balas”.
            
El mismo poder por cuya virtud comprime un mago el fluido etéreo de modo que forme invulnerable coraza alrededor del sujeto, sirve para enfocar, por decirlo así, un rayo de dicho fluido en determinada persona o cosa con resultados indefectibles. Por este procedimiento se han llevado a cabo misteriosas venganzas en que las indagatorias forenses tan sólo vieron muertes súbitamente sobrevenidas a consecuencia de ataques cardíacos o apopléticos, sin atinar en la verdadera causa de la muerte. General es en todo el Mediodía de Europa la creencia en el mal de ojo contra personas y animales, hasta el punto de que matan con la mirada, como rayo mortífero en que sus malignos deseos acumulan maléfica energía que se dispara cual si fuese un proyectil.

FASCINACIÓN  DE  SERPIENTES


Este mismo poder ejercen más enérgicamente todavía los domadores de fieras. 
Los indígenas ribereños del Nilo fascinan a los cocodrilos con un meliodoso y suave silbido que los amansa hasta el punto de dejarse manosear tranquilamente. Otros domadores fascinan de análoga manera a serpientes en extremo ponzoñosas, y no faltan viajeros que han visto a estos domadores rodeados de multitud de serpientes que gobiernan a su albedrío.
Bruce, Hasselquist y Lemprière  aseguran haber visto respectivamente en Egipto, Arabia y Marruecos que los indígenas no hacen caso alguno de las mordeduras de víboras ni de las picaduras de escorpiones, pues juegan con estos animales y los sumen a voluntad en sueño letárgico.

A este propósito dice Salverte:

            Aunque así lo aseguran autores griegos y latinos, no creían los escépticos que desde tiempo inmemorial tuviesen ciertas familias el hereditario don de fascinar a los reptiles ponzoñosos, según de ello dieron ejemplo los Psilas de Egipto, los Marsos de Italia y los Ofiózenos de Chipre. En el siglo XVI había en Italia algunos hombres que presumían descender de la familia de San Pablo y eran inmunes, como los Macos, a las mordeduras de las serpientes. Pero se desvanecieron las dudas sobre el particular cuando la expedición de Bonaparte a Egipto, pues según observaron varios testigos, los individuos de la familia de los Psilas iban de casa en casa para exterminar las serpientes de toda especie que anidaban en ellas, y con admirable instinto las sorprendían en el cubil y las despedazaban a dentelladas y arañazos, entre furiosos aullidos y espumarajos de ira. Aun dejando aparte como exageración del relato lo de los aullidos, preciso es convenir en que el instinto de los Psilas tiene fundamento real. Cuantos en Egipto gozan por herencia de este don descubren el paradero de las serpientes desde distancias a que nada percibiría un europeo. Por otra parte, está del todo averiguada la posibilidad de amansar a los animales dañinos con sólo tocarlos, pero tal vez no lleguemos nunca a descubrir la causa de este fenómeno ya conocido en la antigüedad y reiterado hasta nuestros días por gentes ignorantes.

La tonalidad musical produce efecto en todos los oídos, y por lo tanto, un silbido suave, un canto melodioso o el toque de una flauta fascinarán seguramente a los reptiles, como así lo hemos comprobado repetidas veces. Durante nuestro viaje por Egipto, siempre que pasaba la caravana, uno de los viajeros nos divertía tañendo la flauta; pero los conductores de los camellos y los guías árabes se enojaban contra el músico porque con sus tañidos atraía a diversidad de serpientes que, por lo común, rehuyen todo encuentro con el hombre. Sucedió que topamos en el camino con otra caravana entre cuyos individuos había algunos encantadores de serpientes, quienes invitaron a nuestro falutista a que luciera su habilidad mientras ellos llevaban a cabo sus experimentos. Apenas empezó a tocar el instrumento, cuando estremecióse de horror al ver cerca de sí una enorme serpiente que, con la cabeza erguida y los ojos clavados en él, se le acercaba pausadamente con movimientos ondulantes que parecían seguir el compás de la tonada. 

Poco a poco fueron apareciendo, una tras otra, por diversos lados, buen número de serpientes cuya vista atemorizó a los profanos hasta el punto de que los más se encaramaron sobre los camellos y algunos se acogieron a la tienda del cantinero. Sin embargo, no tenía fundamento la alarma, porque los tres encantadores de serpientes hubieron recurso a sus encantos y hechizos, y muy luego los reptiles se les enroscaron mansamente de pies a cabeza alrededor del cuerpo, quedando en profunda catalepsia con los entreabiertos ojos vidriosos y las cabezas inertes. Una sola y corpulenta serpiente de lustrosa y negra piel con motas blancas quedó ajena al influjo de los encantadores, y como melómana del desierto bailaba derechamente empinada sobre la punta de la cola al compás de la flauta, y con cadenciosos movimientos se fue acercando al flautista que al verla junto a sí huyó despavorido. Entonces uno de los encantadores sacó del zurrón un manojo de hierbas mustias con fuerte olor a menta, y tan pronto como la serpiente lo notó fuése en derechura hacia el encantador, sin dejar de empinarse sobre la cola hasta que se enroscó al brazo del encantador, también aletargada. Por fin los encantadores decapitaron a las serpientes cuyos cuerpos echaron al río.


SERPIENTES  DANZANTES


Muchos se figuran que los encantadores se valen de artificios con serpientes previamente amansadas por habérseles arrancado las glándulas ponzoñosas o cosídoles la boca; pero aunque algunos prestidigitadores de ínfima categoría hayan recurrido a este fraude, no cabe imputarlo a los verdaderos encantadores, cuya nombradía en todo el Oriente no necesita recurrir a tan burdo engaño. A favor de estos encantadores milita el testimonio de gran número de viajeros fidedignos y de algunos exploradores científicos que hubieran desdeñado hablar del asunto si no mereciera su atención. A este propósito dice Forbes: “Por haber cesado la música o por cualquier otra causa, la serpiente que hasta entonces había estado bailando dentro de un amplio corro de gente campesina, se abalanzó de pronto contra una mujer dándole un mordisco en la garganta, de cuyas resultas murió a la media hora”.
           
Según relatan varios viajeros, las negras de la Guayana holandesa y las de la secta del Obeah sobresalen por su habilidad en la domesticación de las serpientes llamadas amodites o papas, a las que a voces las fuerzan a bajar de los árboles y seguirlas dócilmente.
Hemos visto en la India un monasterio de fakires situado a orillas de un estanque repleto de enormes cocodrilos que, de cuando en cuando, salían del agua para tomar el sol casi a los pies de los fakires, quienes, no obstante, seguían absortos en la contemplación religiosa. Pero no aconsejaríamos a ningún extraño que se acercara a los enormes saurios, porque sin duda les sucedería lo que al francés Pradin, devorado por ellos.
            
Jámblico, Herodoto, Plinio y otros autores antiguos refieren que los sacerdotes de Isis atraían desde el ara a los áspides, y que los taumaturgos subyugaban con la mirada a las más feroces alimañas; pero en esto les tachan los críticos modernos de ignorantes, cuando no de impostores, y el mismo vituperio lanzan contra los viajeros que en nuestra época nos hablan de análogas maravillas llevadas a cabo en Oriente.
Mas a pesar del escepticismo materialista, el hombre tiene el poder demostrado en los anteriores ejemplos. Cuando la psicología y la fisiología merezcan verdaderamente el título de ciencias, se convencerán los occidentales de la formidable potencia mágica inherente a la voluntad y entendimiento del hombre, ya se actualicen consciente, ya inconscientemente. Fácil es convencerse de este poder por la sola consideración de que todo átomo de materia está animado por el espíritu cuya esencia es idéntica en todos ellos, pues la menor partícula del espíritu es al mismo tiempo el todo, y la materia no es al fin y al cabo más que la plasmación concreta de la idea abstracta. A mayor abundamiento daremos algunos ejemplos del poder de la voluntad, aun inconscientemente actualizada, para crear las formas forjadas en la imaginación.
            
Recordemos ante todo los estigmas (noevi materni) o señales congénitas que resultan de la sobreexcitada e inconsciente imaginación de la madre durante el embarazo. Este fenómeno psicofísico era ya tan conocido en la antigüedad, que las griegas de posición acomodada tenían la costumbre de colocar estatuas de singular belleza junto a su cama, para contemplar perfectos modelos de configuración humana. La vigencia de esta ley en los animales está comprobada por el ardid de que se valió Jacob para sacar las crías de las ovejas listadas o manchadas, según fuese lo que convenía a su tío Labán. Por otra parte, nos dice Aricante que en cuatro sucesivas camadas de gozquejos nacidos de perra sana, unos estaban bien conformados al par que otros tenían el hocico hendido y les faltaban las patas delanteras. Las obras de Geoffroi Saint-Hilaire, Burdach, Elam y Lucas, abundan en ejemplos de esta índole, entre ellos el que, citándolo de Pritchard, da Elam del hijo de un negro y una blanca nacido con manchas blancas y negras en la piel. Análogos fenómenos relatan Empédocles, Aristóteles, Plinio, Hipócrates, Galeno, Marco Damasceno y otros autores de la antigüedad.

FENÓMENOS  TERATOLÓGICOS


 More arguye poderosamente contra los materialistas diciendo que el poder de la mente humana sobre las fuerzas naturales está demostrado en que el feto es lo bastante plástico para recibir las impresiones mentales de la madre, de suerte que a ellas corresponda agradable o desagradablemente su configuración y parecido, aunque se grabe en él o se astrografíe cualquier objeto muy vivamente imaginado por ella. Estos efectos pueden ser voluntarios o involuntarios, conscientes o inconscientes, intensos o débiles, según el mayor o menor conocimiento que de los profundos misterios de la naturaleza tenga la madre. En general, los estigmas del feto son más bien eventuales que deliberados, y como el aura de toda madre está poblada de sus propias imágenes o las de sus cercanos parientes, la epidermis del feto, comparable a una placa fotográfica, puede quedar impresionada por la imagen de algún ascendiente desconocido de la madre, pero que en un instante propicio apareció enfocada en el aura.
            
Acerca de este particular dice Elam: “Cerca de mí está sentada una señora venida de su país. De la pared pende el retrato de una de sus antepasadas del siglo anterior. La fisonomía de mi visitante no puede tener más exacto parecido con la del retrato, a pesar de que la antepasada jamás salió de Inglaterra y la visitante es norteamericana”.
            
Muy diversamente cabe demostrar el poder de la imaginación en el organismo físico. Los médicos inteligentes atribuyen a este poder tanta eficacia terapéutica como a las medicinas, y le llaman vis medicatrix naturae, por lo que procuran ante todo inspirar confianza al enfermo, y a veces esta sola confianza basta para vencer la enfermedad. El miedo mata con frecuencia y el pesar influye de tal modo en los humores del cuerpo, que no sólo trastorna las funciones, sino que encanece súbitamente el cabello. Ficino menciona estigmas fetales en figura de cerezas y otras frutas, aparte de manchas coloradas, pelos y excrecencias, y afirma que la imaginación de la madre puede dar al feto apariencias fisonómicas de mono, cerdo, perro y otros cuadrúpedos. Marco Damasceno cita el caso de una niña nacida enteramente cubierta de pelo y, como la moderna Julia Pastrana, con barba poblada. Guillermo Paradino habla de un niño cuya piel y uñas eran como de oso. Balduino Ronseo alude a otro que nació con un colgajo nasal parecido a moco de pavo. Pareo nos dice que un feto de término tenía cabeza de rana; y Avicena refiere el caso de unos polluelos salidos del huevo con cabeza de halcón. En este último ejemplo, que demuestra la influencia de la imaginación en los animales, el feto debió quedar estigmatizado en el momento de la concepción, coincidente sin duda con la presencia de un halcón frente al gallinero. A este propósito, dice More que como el huevo en cuestión pudo muy bien empollarlo otra clueca en paraje lejano de la madre, la diminuta imagen del halcón, grabada en el feto, fue agrandándose según crecía el polluelo, sin que en ello influyera la madre.
            
Cornelio Gemma refiere el caso de un niño que nació con una herida en la frente chorreando sangre, a consecuencia de que durante el embarazo amenazó el marido a la madre con una espada dirigida a la misma parte del rostro. Senercio cuenta que una mujer encinta vio cómo un matarife separaba del tronco la cabeza de un cerdo, y al llegar el parto nació la criatura con una hendidura que abarcaba el paladar y la mandíbula y labio superiores hasta la nariz.

 

IMAGINACIÓN  MATERNAL


Van Helmont refiere algunos casos realmente asombrosos, de entre los cuales entresacamos los siguientes:

            1.º  En Mechlín, la mujer de un sastre estaba sentada a la puerta de su casa, cuando frente a ella sobrevino una reyerta entre varios soldados, uno de los cuales quedó con la mano amputada. Tan vivamente le impresionó este espectáculo, que dio a luz antes de tiempo un niño manco, de cuyo muñón manaba sangre.
            2.º  El año 1602, la esposa de un mercader de Amberes, llamado Marco Devogeler, vio cómo le cortaban el brazo a un soldado, y al punto le acometieron dolores de parto, dando a luz una niña con brazo cortado, cuya herida chorreaba sangre como en el caso anterior.
            3  Una mujer presenció la decapitación de treinta rebeldes flamencos por orden del duque de Alba, y de tal manera la sobrecogió el horroroso espectáculo, que en aquel mismo punto parió un niño acéfalo, pero con el cuello sangrante como si acabaran de decapitarlo.

Si en la naturaleza hubiere milagros, de tales pudieran diputarse los casos anteriores; pero los fisiólogos no aciertan a explicar satisfactoriamente estos fenómenos estigmáticos y o bien los atribuyen a lo que llaman “variaciones espontáneas del tipo” y a “curiosas coincidencias” por el estilo de las de Proctor, o bien delatan ingenuamente su ignorancia, como por ejemplo Magendie que confiesa cuán poco se sabe de la vida intra-uterina, a pesar de las investigaciones científicas, y dice sobre este punto:

En cierta ocasión se observó que el cordón umbilical, después de roto, se había cicatrizado de modo que no se comprendía cómo circulaba por él la sangre... Nada sabemos hasta ahora respecto de la función digestiva en el feto, ni tampoco de lo tocante a su nutrición, pues los tratados de fisiología sólo dan vagas conjeturas sobre este punto... Por alguna causa desconocida, los órganos del feto se desarrollan preternaturalmente...; pero no hay motivo alguno para admitir la influencia de la imaginación de la madre en el engendro de estas monstruosidades, pues los mismos fenómenos se observan a diario en animales y plantas .

Este extracto nos ofrece acabada muestra de los métodos empleados por los científicos, quienes en cuanto transponen el círculo de sus observaciones desvían el criterio y deducen consecuencias mucho menos lógicas que los argumentadores de segunda mano. La literatura científica nos depara continuas pruebas de cuán torcidamente discurren los materialists al observar fenómenos psicológicos, pues la mente obcecada es tan incapaz de distinguir entre las causas psíquicas y los efectos físicos como el ciego de colores.
            
Sin embargo, hay científicos sinceros como Elam, que aunque materialista, confiesa que es verdaderamente inexplicable la recíproca actuación de la inteligencia y la materia. Todos reconocen la imposibilidad de penetrar este misterio, que probablemente nadie será capaz de esclarecer en lo sucesivo.
            Sobre este mismo punto dice Aitken:

 Las patrañas y despropósitos a que hasta ahora se habían atribuido supersticiosamente los vicios de conformación, se van desvaneciendo ante las luminosas explicaciones de embriólogos como Muller, Rathke, Bischoff, St. Hilaire, Burdach, Allen Thompson, Vrolick, Wolff, Meckel, Simpson, Rokitansky y Ammon, cuyos estudios son suficiente promesa de que los esplendores de la ciencia disiparán las tinieblas de la ignorancia y la superstición .
Parece inferirse del tono de satisfacción en que se expresa tan eminente autoridad médica, que si no posee la clave del problema está en seguro camino de resolverlo; pero no obstante, manifiesta los mismos recelos y dudas que Magendie treinta años atrás, y en 1872 se expresaba en los siguientes términos:

A pesar de todo, la causa de los vicios de conformación continúa envuelta en un profundo misterio. Para investigarla conviene preguntar: ¿se debe a viciosa conformación original del germen, o por el contrario resulta la deformidad de accidentes sobrevenidos durante el desarrollo del embrión? Respecto al primer extremo se conjetura que la deformidad original del germen puede provenir de la influencia del padre o de la madre, cuyas deformaciones se transmiten en este caso por herencia... Sin embargo, no hay pruebas bastantes para admitir que las deformidades del feto provengan de excitaciones mentales de la madre durante el embarazo, y los lunares, las manchas cutáneas y demás estigmas se atribuyen a estados morbosos de las cubiertas del óvulo... Una de las más notorias deformaciones es el desarrollo cohibido del feto, cuya causa queda oculta las más de las veces... Las formas transitorias del embrión humano son análogas a las formas definitivas de los animales, y esto explica que cuando se suspende o cohibe el desarrollo del feto presente éste el aspecto de alguno de dichos animales.

CONDICIONES  PRENATALES


 Estamos conformes en el hecho; pero ¿por qué no lo explican los embriólogos? La observación basta para convencerse de que el embrión humano tiene, durante cierto período de la vida uterina, el mismo aspecto que un renacuajo; pero la investigación de los embriólogos no acierta a descubrir en este fenómeno la esotérica doctrina pitagórica de la metempsícosis, tan erróneamente interpretada por los comentadores.
           
Ya explicamos el significado del axioma cabalístico: “la piedra se convierte en planta, la planta en bruto y el bruto en hombre”, con respecto a las evoluciones física y espiritual de la humanidad terrestre. añadiremos ahora algo más para esclarecer el concepto.
            
Según algunos fisiólogos, la forma primitiva del embrión humano es la de una simiente, un óvulo, una molécula, y si pudiéramos examinarlo con el microscopio, veríamos, a juzgar por analogía, que está compuesto de un núcleo de materia inorgánica depositado por la circulación en la materia organizada del germen ovárico. En resumen, el núcleo del embrión está constituido por los mismos elementos que un mineral, es decir, de la tierra donde ha de habitar el hombre.
            
Los cabalistas se apoyan en la autoridad de Moisés para decir que la producción de todo ser viviente necesita del agua y de la tierra, lo cual viene a corroborar la forma mineral que originariamente asume el embrión humano. Al cabo de tres o cuatro semanas toma configuración vegetal, redondeado por un extremo y puntiagudo por el otro, a manera de raíz fusiforme, con finísimas capas superpuestas cuyo hueco interior llena un líquido. Las capas se aproximan convergentemente por el extremo inferior, y el embrión pende del filamento, como el fruto del pedúnculo. 
La piedra se ha convertido en planta por ley de metempsícosis. Después aparecen miembros y facciones. 
Los ojos son dos puntillos negros; las orejas, la nariz y la boca son depresiones parecidas a las de la piña, que más tarde se realzan, y en conjunto ofrece la forma branquial del renacuajo que respira en el agua. Sucesivamente va tomando el feto características humanas, hasta que se mueve impelido por el inmortal aliento que invade todo su ser. Las energías vitales le abren el camino y por fin le lanzan al mundo a punto que la esencia divina se infunde en la nueva forma humana donde ha de residir hasta que la muerte le separe de ella.
            
Los cabalistas llaman “ciclo individual de evolución” el misterioso proceso nonimensual del embarazo. Así como el feto se desenvuelve en el seño del líquido amniótico, en la matriz femenina, así también la tierra germinó en el seno del éter, en la matriz del universo. Los gigantescos astros, al igual que sus pigmeos moradores, son primitivamente núcleos que, transformados en óvulos, poco a poco crecen y maduran hasta engendrar formas minerales, vegetales, animales y humanas. El sublime pensamiento de los cabalistas simboliza la evolución cósmica en infinidad de círculos concéntricos que, desde el centro, dilatan sus radios hacia lo infinito. El embrión se desenvuelve en el útero; el individuo en la familia; la familia en la nación; la nación en la humanidad; la humanidad en la tierra; la tierra en el sistema planetario; el sistema planetario en el Cosmos; el Cosmos en el Kosmos; y el Kosmos en la Causa primera, ilimitada, infinita, incognoscible. Tal es la teoría cablística de la evolución resumida en el siguiente aforismo:
Todos los seres son parte de un todo admirable cuyo cuerpo es la naturaleza y cuya alma es Dios. Innumerables mundos descansan en su seno como niños en el regazo materno.

            
Mientras que unánimemente admiten los fisiólogos que en la vida y crecimiento del feto influyen causas físicas, como golpes, accidentes, alimentación inadecuada, etc., y causas morales, como miedo, terror súbito, pesar hondo, alegría extremada y otras emociones, muchos de ellos convienen con Magendie en que la imaginación de la madre no puede influir en los estigmas y vicios monstruosos de conformación, porque “estos mismos fenómenos se observan a diario en los animales y aun en las plantas”.

INFLUENCIA  MATERNA


Aunque Geoffroi St. Hilaire dio el nombre de teratología a la ciencia de las monstruosidades uterinas, valióse para fundarla de los acabadísimos experimentos de Bichat, fundador de la anatomía analítica. Uno de los tratados más importantes de teratología es el del doctor Fisher  quien agrupa los monstruos fetales en géneros y especies y comenta algunos casos de particular interés científico. Parte Fisher del principio de que la mayoría de las monstruosidades pueden explicarse por la hipótesis de la suspensión y retardo del desarrollo, sin que en nada influyen las condiciones mentales de la madre, y dice a este propósito:

El atento estudio de las leyes del desarrollo genético y del orden en que aparecen los distintos órganos del cuerpo en formación, nos da a conocer que los monstruos por suspensión o deficiencia de desarrollo son en cierto modo embriones inmetamorfoseables, pues los órganos monstruosos responden sencillamente a las originarias condiciones del embrión .

En vista del caótico estado en que hoy por hoy se halla la fisiología, no es fácil que ningún teratólogo, por muy versado que esté en anatomía, histología y embriología, se atreve a negar bajo su responsabilidad la influencia de la madre en el feto, pues aunque las observaciones microscópicas de Haller, Prolik, Dareste y Laraboulet hayan descubierto interesantes aspectos de la membrana vitelina, todavía queda mucho por estudiar en el embrión humano. Si admitimos que las monstruosidades resultan de la suspensión del desarrollo y que las trazas vitelinas permiten pronosticar la morfología del feto, ¿cómo indagarán los teratólogos la causa psicológica que antecede al fenómeno? Fisher pudo creerse con suficiente autoridad para agrupar en géneros y especies los centenares de casos que estudió minuciosamente; pero fuera del campo de la observación científica hay numerosos hechos comprobados por nuestra experiencia personal y al alcance de todos, por los cuales se demuestra que las violentas emociones de la madre ocasionan frecuentemente las deformaciones de la criatura. Por otra parte, los casos observados por Fisher parecen contradecir su afirmación de que los engendros monstruosos derivan de las primitivas condiciones del embrión. Citaremos al efecto dos curiosos casos de estos.
            
El primero es el de un magistrado ruso de la Audiencia de Saratow (Rusia), que llevaba constantemente el rostro vendado para ocultar un estigma de relieve, sobre la mejilla izquierda, en forma de ratón cuya cola cruzaba la sien y se perdía en el cuero cabelludo. El cuerpo del ratón era lustroso y gris con toda apariencia de naturalidad. Según contaba el magistrado, su madre tenía invencible horror a los ratones, y el parto fue prematuro de resultas de haber visto saltar un ratón del costurero.
            
El otro caso, del que fuimos testigos oculares, se refiere a una señora que dos o tres semanas antes del alumbramiento vio un tarro de frambuesas de que no le permitieron comer. Excitada por la negativa se llevó la mano derecha al cuello en actitud un tanto dramática, diciendo que le era preciso probarlas. Tres semanas después nació la criatura con un estigma de frambuesa perfectamente dibujada en el mismo punto del cuello que su madre se había tocado, con la particularidad que en la época del año en que maduran las frambuesas tomaba el estigma un color carmesí obscuro, al paso que palidecía durante el invierno.
            
Muchos casos como estos que las madres conocen, ya por personal experiencia, ya por la de sus amigas, establecen el convencimiento de la influencia materna, a pesar de cuanto digan todos los teratólogos de Europa y América. La escuela de Magendie arguye contra esta influencia diciendo que si en los animales y plantas ocurren monstruosidades no debidas a la influencia materna, tampoco deben serlo en la especie humana, puesto que, para estos fisiólogos, las causas físicas que producen determinados efectos en plantas y animales han de producirlos también en el hombre.

HIPÓTESIS  DE  ARMOR


El profesor Armor, de la Escuela de Medicina de Long Island, expuso recientemente ante la Academia de Detroit una hipótesis muy original en la que, en oposición a Fisher, atribuye los vicios de conformación a defecto propio de la materia generativa en que se desenvuelve el feto, o bien a las influencias morbosas que pueda éste recibir. Sostiene Armor que la materia generativa consta de elementos de todos los tejidos y estructuras morfológicas, por lo que si estos elementos tienen originalmente tales o cuales peculiaridades morbosas, no será capaz la materia generativa de dar de sí un engendro sano y normalmente desarrollado. Pero por otra parte también cabe que la perfecta condición de la materia generativa quede adulterada por influencias morbosas durante la gestación y el engendro sea necesariamente monstruoso.

Sin embargo, esta hipótesis no basta para explicar los casos diploteratológicos, pues aunque admitiéramos que el defecto de constitución de la materia generativa consistiera en la falta o en el exceso de las partes correspondientes al carácter de la monstruosidad, parece lógico que toda la progenie habría de adolecer de los mismos vicios de conformación, mientras que por lo general la madre alumbra varios hijos bien conformados antes de concebir al monstruo. Fisher cita varios casos de esta índole  entre ellos el de una mujer llamada Catalina Corcoran, de treinta años de edad y complexión sana, que tuvo cinco hijos perfectamente conformados y ninguno mellizo, antes de dar a luz un monstruo de doble cabeza, tronco y extremidades, aunque la duplicidad no aparecía en todos los órganos, como en los casos de mellizos soldados durante la gestación. Otro ejemplo es el de María Teresa Parodi, que después de ocho partos felices y normales, dio a luz una niña con el cuerpo doble de cintura para arriba

Este orden de monstruosidades invalida la hipótesis de Armor, sobre todo si admitimos la identidad entre la célula ovárica del hombre y la de los demás mamíferos, de que resultan análogas monstruosidades en los animales, como argumento contra la opinión popular que atribuye las humanas a la influencia mental de la madre.

Ya hemos visto que, para algunos teratólogos, tanto montan las monstruosidades en los brutos como en la especie humana, y así lo da a entender el doctor Mitchell en un artículo sobre las serpientes de dos cabezas, del que extractamos el siguiente párrafo:

Los cazadores de serpientes mataron en cierta ocasión a una hembra con todo su nidal, en número de 120 crías, entre las que se encontraron tres monstruos: una con dos cabezas; otra con dos cabezas y tres ojos; y la tercera con doble cabeza, tres ojos y una sola mandíbula, la inferior dividida en dos porciones.

Seguramente que la materia generadora de estos tres monstruos era de origen idéntico a la de las demás serpientes del nidal, y así resulta la hipótesis de Armor tan insuficiente como la de sus colegas.
Estos errores provienen de emplear inapropiadametne el método de inducción, que no sirve para inferir consecuencias, pues tan sólo permite razonar dentro del limitado círculo de hechos y fenómenos experimentalmente observados, cuyas conclusiones han de ser forzosamente limitadas porque, como dice el autor de la Investigación filosófica, no pueden extenderse más allá del campo de experimentación. Sin embargo, los científicos rara vez confiesan la insuficiencia de sus observaciones, sino que sobre ellas levantan hipótesis con aires de axiomas matemáticos, cuando a lo sumo no pasan de simples conjeturas.
Pero el estudiante de filosofía oculta ha de repudiar por deficiente el método inductivo y valerse del deductivo apoyado en la platónica clasificación de las causas, conviene a saber: eficiente, formal, material y final. De este modo podrá analizar toda hipótesis desde el punto de vista de la escuela neoplatónica, cuyo principio fundamental se encierra en el dilema: la cosa es o no es como se supone.
Por lo tanto, podemos preguntar: “¿El éter universal a que los cabalistas llamaron luz astral, es o no es idéntico a la electricidad y, por consiguiente, al magnetismo?” la respuesta ha de ser afirmativa porque las mismas ciencias experimentales nos enseñan que la electricidad está diluida en el espacio y en determinadas condiciones se transmuta en magnetismo y recíprocamente.

EXPLICACIÓN  LÓGICA


Presupuesta esta verdad, examinemos ahora los efectos de la energía eléctrica en sí misma y respecto de los objetos de actuadción, así como también las circunstancias que acompañan a estos efectos, y veremos:
1.º  Que en favorables condiciones la electricidad, latente por doquiera, se actualiza unas veces bajo el aspecto eléctrico y otras bajo el magnético.
2.º  Que unas substancias atraen y otras repelen la electricidad, según sean o no afines a este agente.
3.º  Que la atracción eléctrica es directamente proporcional a la conductibilidad de la materia.
4.º  Que la energía eléctrica altera en ciertos casos la disposición molecular de los cuerpos orgánicos e inorgánicos en que actúa, disgregándolos unas veces o restableciéndolos si están perturbados (como en los casos de electroterapia). También puede ser pasajera la perturbación producida por el agente eléctrico y dejar fotografiada en el objeto la imagen de otro en que previamente actuara.

Apliquemos ahora estas proposiciones al caso que vamos examinando. Según reconoce la patología tecológica, la mujer se halla durante el embarazo en estado sumamente emocionable, con las facultades mentales algo débiles, y por lo que toca al orden físico la transpiración cutánea difiere de la normal y pone a la embarazada en condiciones a propósito para recibir las influencias exteriores. Los discípulos de Reichenbach afirman que en tal estado es la mujer intensamente ódica, y Du Potet recomienda que no se la someta a experiencias hipnóticas. Las dolencias que aquejan a la embarazada afectan también al feto, y la misma influencia se advierte en lo tocante a las emociones, ya placenteras, ya dolorosas, que repercuten en el temperamento y complexión del futuro vástago. Por eso se dice con acierto que los hombres insignes tuvieron por madre a mujeres también insignes; y el mismo Magendie, no obstante negarlo en otro pasaje de su obra, confiesa que “la imaginación de la madre tiene cierta influencia sobre el feto y que el terror súbito puede ocasionar el aborto o retardar el proceso de la gestación.

Las imágenes mentales de la madre se transmiten al feto análogamente a las impresiones fotográficas producidas por la chispa eléctrica. Como quiera que la transpiración cutánea de la embarazada es muy activa, el fluido magnético sale por los poros de la piesl y se transmuta en electricidad, cuya corriente forma circuito con la electricidad etérea que, según admiten Jevons, Babbage y los autores de El Universo invisible, es la materia plasmante de toda forma e imagen mental. Las corrientes magnéticas de la madre atraen la electricidad etérea en que se ha plasmado instantáneamente la imagen del objeto que impresonó la mente de la madre, y como dicha corriente eléctrica, con la respectiva forma mental, penetra por los poros del cuerpo de la embarazada para cerrar el circuito, resulta afectado por ella el feto, según la misma ley que rige en las emociones y sensaciones.

Esta enseñanza cabalística es más científica y racional que la hipótesis teratológica de Geoffroi St. Hilaire calificada por Magendie de “cómoda y fácil por su misma vaguedad y confusión, pues pretende nada menos que fundar una nueva ciencia basada en leyes tan hipotéticas como la de la suspensión y retardo, la de la posición similar y excéntrica y especialmente de la que llama de los congéneres”.
El erudito cabalista Eliphas Levi, dice a este propósito:

Las embarazadas están mucho más sujetas que las otras mujeres a la influencia de la luz astral, que coopera a la formación del feto y les presenta constantemente las reminiscencias de las formas que pueblan dicha luz astral. Así sucede que muchas mujeres virtuosas dan aparente motivo a la murmuración de los maliciosos, porque el hijo tiene parecido fisionómico con alguna persona extraña cuya imagen vio la madre en sueños. Así también se van reproduciendo los rasgos fisionómicos de siglo en siglo. Por lo tanto, mediante el empleo cabalístico del pentagrama, puede una embarazada determinar las facciones del hijo que ha de tener, de modo que según piense en uno u otro personaje, salga parecido a Nereo o Aquiles, a Luis XV o Napoleón.

No podrá quejarse Fisher si los hechos no corroborran su hipótesis, pues se contradice en el siguiente pasaje.

Uno de los más formidables obstáculos en que tropieza el progreso de las ciencias es la ciega sumisión a la autoridad magistral, de cuyo yugo no hay más remedio que emanciparse para dar campo libre a la investigación de los fenómenos y leyes de la naturaleza, como indispensable antecedente de los descubrimientos científicos.

IMAGINACIÓN  Y  FANTASÍA


Si la imaginación de la madre puede influir en el crecimiento y aún en la vida del feto, igualmente podrá influir en su conformación corporal; pero aunque algunos cirujanos indagaron con ahinco la causa de las monstruosidades, concluyeron por atribuirlas a meras coincidencias. Por otra parte, no cabe lógicamente negar imaginación a los animales, y aunque parezca exagerado no faltan quienes también la conceden, rudimentariamente por supuesto, a ciertas plantas como las mimosas y las atrapamoscas. Porque si científicos de la valía de Tyndall se confiesan incapaces de salvar el abismo que en el hombre separa la inteligencia de la materia y de medir la potencia de la imaginación, mucho más misteriosa ha de ser la actuación cerebral de un bruto sin palabra.


Los materialistas confunden la imaginación con la fantasía; pero los psicólogos afirman que es la potencia creadora y plasmante del espíritu. Pitágoras la define diciendo que es el recuerdo de precedentes estados espirituales, mentales y físicos, mientras que considera la fantasía como el desordenado funcionamiento del cerebro físico. Desde cualquier punto de vista que examinemos el asunto, nos encontramos con el concepto que de la materia tuvieron los antiguos, quienes la consideraron fecundada por la ideación o imaginación eterna, que trazó en abstracto el modelo de las formas concretas. De no admitir esta enseñanza, resulta absurda la hipótesis de que el cosmos se fuera desenvolviendo gradualmente del caos, porque no cabe inferir en buen sentido, que la materia animada por la fuerza y dirigida por la inteligencia formara sin plan preconcebido un cosmos de tan admirable armonía. si el alma humana es verdaderamente una emanación del alma universal, una partícula infinitesimal del primario principio creador, debe tener inherentes en mayor o menor grado los atributos del poder demiúrgico. Así como el Creador plasmó en formas concretas y objetivas la inactiva materia coósmica, también le cabe el mismo poder creativo al hombre que tenga conciencia de él. 


De la propia suerte que Fidias plasmó en la húmeda arcilla la sublime idea forjada por su facultad creadora, así también la madre consciente de su poder es capaz de modelar según su pensamiento y su voluntad el fruto de su vientre. Pero el escultor plasma una figura inanimada, aunque hermosamente artística, de materia inorgánica, mientras que la madre proyecta vigorosamente en la luz astral la imagen del objeto cuya sensación recibe y la refleja fotográficamente sobre el feto.
Respecto del particular dice Fournié:

Admite la ciencia con arreglo a la ley de gravitación que cualquier trastorno sobrevenido en el centro de la tierra repercutiría en todo el universo, y lo mismo cabe suponer respecto de las vibraciones moleculares que acompañan al pensamiento... La energía se transmite por medio del éter en cuya masa quedan fotografiadas las escenas de cuanto sucede en el universo, y en esta reproducción se consume gran parte de dicha energía... Ni con el más potente microscopio es posible advertir la más leve diferencia entre la célula ovárica de un cuadrúpedo y la del hombre... La ciencia no conoce todavía la naturaleza esencial del óvulo humano ni echa de ver en él características que lo distingan de los demás óvulos, y sin pecar de pesimista presumo que nada se sabrá jamás de cierto sobre ello, pues hasta el día en que nuevos métodos de investigación le permitan descubrir la secreta intimidad entre la energía y la materia, no conocerá la ciencia la vida ni será capaz de producirla.

Si Fournié leyera la conferencia del P. Félix podría responder amén al doble epifonema de ¡misterio!, ¡misterio!, con que el conferenciante epilogaba sus razonamientos.
Consideremos ahora el argumento contra la influencia de la imaginación de la madre en el feto, en que funda Magendie las monstruosidades animales. Si así fuera, ¿cómo explicar la cría de polluelos con cabeza de halcón, sino admitiendo que la presencia de esta rapaz hirió tan vivamente la imaginación de la clueca que reflejó la imagen del halcón en la materia germinativa del huevo? Otro caso análogo nos proporciona cierta señora de nuestro trato, una de cuyas palomas se espantaba siempre que veía al papagayo de la casa, y en la empolladura siguiente al mayor espanto, salieron del cascarón dos palominos con cabeza y plumaje de papagayo. A mayor abundamiento podríamos alegar la autoridad de Columella, Youatt y otros tratadistas, aparte de la experiencia acopiada por cuantos se dedican a la avicultura, en prueba de que si se excita la imaginación de la madre puede modificarse en gran parte el aspecto de la cría. Estos ejemplos nada tiene que ver con la ley de la herencia, pues las modificaciones del tipo resultan de causas accidentales.

CASOS  CURIOSOS


Catalina Crowe trata con mucha extensión de la influencia de la mente en la materia, y en apoyo de su tesis aduce varios casos de indudable autenticidad, entre ellos el de los estigmas o señales que aparecen en el cuerpo de las personas cuya imaginación se exalta superlativamente. La extática Catalina Emmerich mostraba con perfecta apariencia de naturalidad las llagas de la Crucifixión. 
Una señora cuyo nombre corresponde a las iniciales B. de N. soñó cierta noche que otra persona le ofrecía dos rosas, encarnada y blanca respectivamente, de las cuales escogió esta última. Al despertar sintió dolor de quemadura en el brazo, y poco a poco fue señalándose en la parte dolorida una rosa perfectamente configurada, con el blanco matiz de la corola cuyos pétalos se dibujaban con algo de relieve sobre la piel. Aumentó paulatinamente la intensidad de la señal, hasta que a los ocho días empezó a debilitarse y a los catorce había desaparecido por completo.
            
Otro caso es el de dos señoritas polacas que estando asomadas a una ventana en día de tempestad, cayó allí cerca un rayo que volatilizó el collar de oro de una de ellas, quedando indeleblemente la impresa en la piel la perfecta imagen de la alhaja. Al cabo de poco apareció en el cuello de su compañera una señal idéntica que tardó algunos años en desaparecer.
Todavía más sorprendente es el caso que el autor alemán Justino Kerner refiere como sigue:

En la época de la invasión napoleónica, un cosaco que perseguía a un soldado francés lo acorraló en un callejón sin salida, y el perseguido revolvióse allí contra el perseguidor, trabándose una terrible lucha de la que resultó gravemente herido el francés. Una persona que a la sazón se hallaba en aquel paraje se sobrecogió de tal modo, que al llegar a su casa vio en su cuerpo la señal de las mismas heridas que el cosaco había inferido a su enemigo.

Verdaderamente se vería Magendie en aprieto para atribuir estos fenómenos a causa distinta de la imaginación; y si fuese ocultista, como Paracelso y Van Helmont, descubriría el misterio que encierran, por el poder consciente de la voluntad e inconsciente de la imaginación, para dañar no sólo deliberadamente a los demás, sino también a sí mismo. Porque según los principios fundamentales de la magia, cuando a una corriente magnética no se le da impulso suficiente para llegar al punto de alcance, reaccionará sobre quien la haya admitido, como al chocar contra la pared retrocede una pelota en la misma dirección pero en inverso sentido de su trayectoria. En apoyo de este principio pueden aducirse muchos casos de intrusos en hechicería que fueron víctimas de su atrevimiento, porque, según dice Van Helmont, la potencia imaginativa de una mujer vivamente excitada engendra una idea que sirve de enlace entre el cuerpo y el espíritu y se transfiere a la persona con quien aquella está más inmediatamente relacionada, sobre la cual queda impresa la imagen que la había excitado.


Deleuze ha recopilado gran número de casos referidos por Van Helmont, entre los cuales tiene el siguiente mucha analogía con el ya expuesto del cazador Pelissier:
Cuenta Rousseau que, durante su estancia en Egipto, mató varios sapos con sólo mirarlos fijamente durante un cuarto de hora. Sin embargo, la última vez que hizo en Lión esta prueba, se hinchó el sapo y se quedó mirando de hito en hito a Rousseau de tan feroz manera, que el experimentador estuvo a punto de desmayarse de debilidad y creyó llegada su última hora.

Volviendo a las cuestiones teratológicas citaremos el caso, referido por Wierus, de una mujer a quien poco antes del parto amenazó su marido de muerte por creer que tenía los demonios en el cuerpo. Tan profundo fue el terror de la madre, que la criatura nació normalmente conformada de cintura abajo, pero de medio cuerpo arriba cubierta de manchas rojinegruzcas, los ojos en la frente, boca de sátiro, orejas de perro y cuernos de cabra.


En su tratado de Demonología cita Peramato el caso, corroborado por el duque de Medina Sidonia, de un niño nacido monstruosamente en San Lorenzo (Indias Occidentales), con boca, orejas y nariz deformes, cuernos de cabrito y piel velluda con una doble rugosidad carnosa en la cintura de la que pendía una masa a manera de bolsa. En la mano izquierda aparecía el estigma en relieve de una campanilla, como las que para bailar usan algunas tribus de indios americanos, y en las piernas llevaba unas botas también carnosas con dobleces hacia abajo. Ofrecía el niño un aspecto por demás horrible, y cabe achacar la monstruosidad a que la madre se asustaría tal vez al presenciar una danza india.
Pero no queremos fatigar al lector con más casos teratológicos que pudiéramos entresacar de las obras clásicas, pues bastan los expuestos para demostrar que las monstruosidades derivan de la acción de la mente materna en el éter universal, que a su vez reacciona sobre la madre.

EL  PRINCIPIO  VITAL

El principio vital o arqueo de Van Helmont  es idéntico a la luz astral de los cabalistas y al éter de la ciencia moderna. Si aun los más leves estigmas del feto no provinieran de la imaginación de la madre cuya influencia niega Magendie, ¿a qué causa atribuirá este fisiólogo la formación de excrecencias córneas y el pelaje de bestia que caracterizaba los monstruosos engendros antes referidos? Seguramente que el embrión no tenía latentes estas modalidades del reino animal, capaces de actualizarse por impulso de la fantasía materna, y así hemos de buscar la explicación del fenómeno en las ciencias ocultas.
            
Antes de terminar el examen de esta materia diremos algo respecto de los casos en que la cabeza, brazos o manos del feto se desintegran de repente, no obstante haber sido normalmente formados todos sus miembros. La química biológica nos dice que el cuerpo de un recién nacido se compone elementalmente de carbono, nitrógeno, agua, calcio, fósforo, sodio, magnesio y algún otro elemento. Pero ¿de dónde proceden y cómo se reúnen y combinan estos componentes? ¿Cómo moldean un ser humano estas partículas atraídas, según dice Proctor, de las profundidades del espacio circundante? Inútil fuera solicitar respuesta de la escuela materialista, uno de cuyos más conspicuos jefes, el ilustre Magendie, confiesa su ignorancia respecto de la fisiología embriológica. Sin embargo, sabemos experimentalmente que mientras el óvulo está contenido en la vesícula de Graaf, forma parte integrante del organismo materno; pero en cuanto se rompe la vesícula, el óvulo cobra, por lo que a su desenvolvimiento se refiere, tanta independencia como el huevo de la gallina después de la puesta. Casi todas las observaciones embriológicas corroboran la idea de que el embrión respecto de la madre está en la misma relación que el inquilino respecto de la morada que le resguarda de la intemperie.
Según Demócrito, el alma  está compuesta de átomos, y Plutarco dice al tratar de este asunto:

Hay infinito número de substancias indivisibles, imperturbadas, homogéneas, sin diferencias ni cualidades, que, diseminadas por el espacio, se atraen recíprocamente y se unen, combinan y forman agua, fuego, una planta o un hombre. Estas substancias son los átomos, así llamados porque no pueden dividirse ni cambiarse ni alterarse. Pero nosotros no podemos lograr que el color sea incoloro ni convertir en substancia anímica lo que no tiene alma ni cualidad.

LÍMITES  DE  LA  NATURALEZA


Dice Balfour Stewart que, apoyado en esta teoría, descubrió Dalton las leyes de las combinaciones químicas que permitieron forjar hipótesis de cuanto en ellas ocurre; y después de declararse conforme con Bacon respecto de que el perpetuo anhelo de los científicos es llegar a los límites extremos de la naturaleza, afirma que se ha de ir con mucha cautela antes de repudiar por inútil ningún orden de ideas .
            
¡Lástima que los colegas de Stewart no ajusten su conducta científica a tan excelente regla!
            
Los modernos astrónomos, de acuerdo con la teoría atómica expuesta por Demócrito de Abdera, nos enseñan que los átomos cohesionados forman los mundos y los seres que los pueblan. Si a este supuesto añadimos aquel otro según el cual puede la madre con la fuerza combinada de su voluntad y de su mente cohesionar los átomos etéreos y plasmar con ellos la concebida criatura, también cabe admitir que por reversible efecto de su voluntad disperse las corrientes atómicas antes concentradas y se desvanezca todo o parte del cuerpo ya formado del hijo todavía no nacido.
            
Estas consideraciones nos llevan a tratar de los falsos embarazos que tan en confusión ponen a los tocólogos como a las pacientes. Si en el caso citado por Van Helmont se desvanecieron la cabeza, brazo y mano de los tres niños por efecto de una terrible emoción, no será despropósito afirmar que la misma análoga causa determine la total disgregación del feto en los casos de falsa preñez que por su rareza burlan la capacidad de los fisiólogos, pues no hay disolvente ni corrosivo alguno que destruya el organismo del feto sin destruir también el de la madre. Recomendamos este asunto al estudio de las Facultades de Medicina que corporativamente no estarán conformes de seguro con la conclusión de Fournié, quien dice sobre el particular que “en esta sucesión de fenómenos, debemos contraernos al oficio de historiadores, pues tropezamos en ellos con los inescrutables misterios de la vida que ni siquiera intentaríamos explicar; y según avancemos en nuestra tarea, nos veremos en la precisión de reconocer que aquel terreno nos está vedado”. Sin embargo, el verdadero filósofo no ha de considerar ningún terreno vedado para él ni suponer inescrutable misterio alguno de la naturaleza.
            
Tanto los estudiantes de ocultismo como los espiritistas están de acuerdo con Hume en la imposibilidad del milagro que requiriría en el universo leyes especiales y no generales. Aquí tropezamos con una de las más graves contradicciones entre la ciencia y la teología, pues mientras la primera afirma la continuidad del orden de la naturaleza, la segunda supone que Dios puede suspender o derogar sus leyes vencido por las súplicas de quien impetra insólitos y extraordinarios favores. Dice a este propósito Stuart Mill:

            
Si no creyéramos en potestades suprafísicas, no nos demostrarían los milagros en modo alguno su existencia. Considerado el milagro como un hecho insólito, podemos comprobarlo por testimonio propio o ajeno; pero ninguna prueba tendremos de que sea milagro. Aun cabe atribuir los milagros a una causa natural desconocida, y esta suposición no puede desecharse tan en absoluto que no quede otro remedio que admitir la intervención de un ser sobrenatural.

            
Sobre este punto hemos de llamar la atención de los científicos, pues como dice el mismo Stuart Mill, “o es posible admitir una ley de la naturaleza y creer al mismo tiempo en hechos que la contradigan”. En apoyo de su opinión aduce Hume “la firme e inalterable experiencia de la humanidad respecto de las leyes cuya actuación imposibilita todo milagro. Sin embargo, no estamos conformes con el calificativo de inalterable que da Hume a la experiencia humana, como si no hubiesen de mudar jamás elementos de observación de que se deriva y todos los filósofos se vieran precisados a reflexionar sobre unos mismos fenómenos. Asimismo equivaldría esta misma inalterabilidad a negar la conexión y enlace entre las especulaciones filosóficas y los experimentos científicos que durante tanto tiempo quedaron aislados. 

La destrucción de Nínive y el incendio de la biblioteca de Alejandría privaron al mundo durante muchos siglos de los necesarios documentos para estimar en su verdadero valor la sabiduría exotérica y esotérica de los antiguos. Pero desde hace algunos años, el descubrimiento de la piedra de Rosetta, de los papiros de Ebers, Aubigney y Anastasi, y de los volúmenes escritos en hojas de barro cocido, han dilatado el campo de las investigaciones arqueológicas, que sin duda prometen alterar los resultados de la experiencia humana, pues como muy acertadamente dice el autor de La religión sobrenatural, “quien cree en algo contrario a la inducción de los hechos, tan sólo porque así lo presuma sin que pueda probarlo, es sencillamente crédulo; pues tal presunción en nada prueba la realidad del hecho a que se refiere”.

OPINIÓN  DE  CORSON


            Hiram Corson se revuelve a este propósito gallardamente contra la ciencia diciendo:

            Hay algo que jamás podrá realizar la ciencia, aunque orgullosa lo intente. Tiempo hubo en que el dogmatismo religioso se extralimitó de sus naturales dominios para invadir el campo de la ciencia y someterla a oneroso vasallaje; pero en nuestros tiempos la ciencia parece haber tomado el desquite transponiendo sus propias fronteras para invadir el campo de la religión, de suerte que al sacudir el yugo del pontificado religioso, nos vemos en riesgo de caer bajo el del pontificado científico. Y así como en el siglo XVI se levantaron voces de protesta contra el despotismo eclesiástico y en pro de la libertad de pensamiento, así también los eternos intereses espirituales del hombre demandan en el siglo XIX otra protesta contra el avasallador despotismo científico, para que los experimentadores no sólo se mantengan en los límites de lo fenoménico, sino que examinen de nuevo sus acopiadas reservas, a fin de cerciorarse de que las barras de oro bajo cuya fianza tanto y tanto papel han emitido, son verdaderamente del oro puro de la Verdad. De lo contrario, los científicos podrían exagerar el valor de su capital e inducirnos a muy arriesgadas empresas.
            
El discurso pronunciado por Tyndall en Belfast, que suscitó tantas réplicas, demuestra que el capital de la escuela evolucionista no es tan cuantioso como habían supuesto los intelectuales de afición, cuya sorpresa sube de punto al enterarse de que son puramente hipotéticas las conquistas de que tanto se envanecen los profesionales de la ciencia .

            
En verdad es así; pero todavía hay más, porque niegan a sus adversarios el mismo derecho que ellos se arrogan e igual desdén muestran por los milagros de la iglesia que por los fenómenos psíquicos. Ya es hora, por lo tanto, de que las gentes no juzguen imposible lo maravilloso porque a su parecer contradiga las leyes universales, sobre todo desde que autoridades como Youmans reconocen que la ciencia está en un período de transición. Hay en nuestra época no pocos hombres de buena voluntad que deseosos de vindicar la memoria de los mártires de la ciencia, de Agrippa, Palissy y Cardán, por ejemplo, fracasan en su propósito, faltos de medios para comprender sus ideas, pues creen que los neoplatónicos prestaban mayor atención a la filosofía trascendental que a las ciencias experimentales. Dice Draper sobre esto que “los frecuentes errores de Aristóteles no prueban falta de seguridad en su método, sino más bien su eficacia, pues dichos errores provienen de la insuficiencia de los hechos observados”.


Mas no cabe esperar que los científicos entresaquen estos hechos de la ciencia oculta, puesto que no creen en ella; sin embargo, el porvenir esclarecerá esta verdad. Aristóteles estableció el método inductivo; pero mientras los científicos del día no lo complementen con el deductivo de Platón incurrirán en errores todavía más graves que los del maestro de Alejandro. Los universales de la escuela platónica son materia de fe tan sólo mientras la razón no los demuestre y la experiencia no los confirme; ¿pero qué filósofo moderno podría probar por el método inductivo que los antiguos no sabían demostrar los universales a causa de sus conocimientos esotéricos? Las negaciones sin pruebas de los modernos evidencian que no siempre siguen el método inductivo del que tanto se ufanan; y como quieras que no han de basar sus hipótesis en las enseñanzas de la antigüedad, sus modernos descubrimientos son brotes nacidos de la simiente sembrada por los filósofos de aquellas épocas, y aun así resultan incompletos si no abortados, pues mientras la causa permanece envuelta en la obscuridad, nadie puede prever sus últimos efectos. Sobre este particular dice Youmans: “No debemos desdeñar las teorías antiguas como si fuesen desacreditados y risibles errores, ni tampoco admitir como definitivas las teorías modernas. El vivo y siempre creciente cuerpo de la verdad ha cubierto bajo los pliegues de un manto sus viejos tegumentos para proseguir el camino hacia un más alto y vigoroso estado”. Estas consideraciones, aplicadas a la química moderna por uno de los más conspicuos científicos del día, pueden extenderse a las demás ciencias en prueba de la transición porque todas ellas atraviesan.

DESPOTISMO  CIENTÍFICO


Desde la aparición del espiritismo se muestran físicos y fisiólogos más inclinados que nunca a calificar de supersticiosos, embaucadores y charlatanes, a filósofos tan eminentes como Paracelso y Van Helmont, con escarnio de su concepto del arqueo o ánima mundi y de la importancia que dieron al conocimiento de la mecánica celeste. Sin embargo, pocos progresos positivos ha realizado la medicina desde que Bacon la clasificó entre las ciencias de observación.
            
Hubo autores antiguos, como Demócrito, Aristóteles, Eurípides, Epicuro, Lucrecio, Esquilo y otros a quienes los materialistas de hoy consideran adversarios de la escuela platónica, que fueron tan sólo especuladores teóricos, pero no adeptos, porque estos habían de escribir en lenguaje tan sólo entendido de los iniciados, so pena de ver sus obras quemadas por manos de las turbas. ¿Quién de sus modernos detractores puede vanagloriarse de saber lo que ellos sabían?
            
El emperador Diocleciano quemó bibliotecas enteras de obras ocultistas y alquímicas, sin dejar ni un solo manuscrito de los que trataban del arte de hacer oro y plata. La cultura de las épocas antiguas, según nos dan a entender las investigaciones de Champollión, había cobrado tanto esplendor, que Athothi, segundo monarca de la primera dinastía, escribió un tratado de anatomía, y el rey Neko otros dos de astronomía y astrología. Antes de Moisés florecieron los eruditos geógrafos Blantaso y Cincro, y según dice Eliano, perduró por muchos siglos la fama del egipcio Iaco, cuyos descubrimientos en medicina causaron general asombro, pues logró cortar varias enfermedades epidémicas por medio de fumigaciones desinfectantes. Teófilo, patriarca de Antioquía, menciona la obra titulada: Libro divino en que su autor Apolónides, llamado por sobrenombre Orapios, expone la biografía esotérica y el origen de los dioses de Egipto; y Amiano Marcelino alude a una obra ocultista en que se declaraba la edad exacta del buey Apis, o sea la clave numérica del cómputo cíclico y otros misterios ¿Quién fuera capaz de presumir los tesoros de sabiduría que guardaban tantos y tan valiosos libros? Sólo sabemos con seguridad que los paganos por una parte y los cristianos por otra destruían todo libro de esta clase que daba en sus manos; y el emperador Alejandro Severo anduvo por Egipto saqueando los templos en busca de libros místicos y mitológicos.
            
A pesar de la antigüedad del pueblo egipcio en el estudio de las ciencias y en el ejercicio de las artes, todavía les aventajaron un tiempo los etíopes, que antes de pasar a África florecieron en la India desde muy primitivos tiempos. Se sabe también que Platón aprendió en Egipto muchos secretos no revelados jamás en sus obras, pero transmitidos oralmente a sus discípulos, entre los que se contaba Aristóteles, cuyos tratados deben lo bueno que tienen, según opina Champollión, a las enseñanzas de su divino maestro. Los secretos de escuela pasaron de una a otra generación de adeptos, de modo que estos sabían seguramente mucho más que los científicos modernos acerca de las fuerzas ocultas de la naturaleza.

LAS  CIENCIAS  ANTIGUAS  Y  MODERNAS


También podemos mencionar las obras de Hermes Trismegisto, que nadie ha tenido oportunidad de leer tal como se conservaban en los santuarios egipcios. Jámblico  atribuye a Hermes 1.100 obras, y Seleuco acrecienta este guarismo hasta 20.000, escritas antes de la época de Menes. Por su parte, dice Eusebio que en su tiempo quedaban todavía cuarenta y dos tratados de Hermes con seis libros de medicina, de los que el sexto exponía las reglas de este arte según se practicaba en remotísimas edades. Diodoro dice que Mnevis, el primer legislador de pueblos y tercer sucesor de Menes, recibió estos tratados de mano de Hermes. La mayor parte de los manuscritos que han llegado hasta nosotros son copias de traducciones latinas de otras traducciones griegas que los neoplatónicos hicieron de los originales conservados por algunos adeptos. Marcilio Ficino publicó el año 1488, en Venecia, un extracto de estas copias con omisión de todo cuanto hubiera sido arriesgado dar a luz en aquella época de intolerancia inquisitorial. Y así tenemos hoy que cuando un cabalista que ha dedicado toda su vida al estudio del ocultismo y descubierto el hondo arcano, se aventura a declarar que únicamente la cábala da el conocimiento de lo Absoluto en el Infinito y lo Indefinido en lo Finito, se mofan de él cuantos convencidos de que en matemáticas es problema insoluble la cuadratura del círculo, creen que la misma imposibilidad debe oponerse a la solución metafísica.
            
No hay ciencia alguna entre las profanas que haya llegado a la perfección. La psicología es de ayer; la fisiología apenas sabe nada del cerebro ni del sistema nervioso, según confiesa el mismo Fournié; la química se ha reconstituido recientemente y no anda todavía muy segura; la geología no ha sabido averiguar aún la antigüedad del hombre; la astronomía, no obstante su exactitud, sigue embrollándose en la cuestión de la energía cósmica y otras no menos importantes; la antropología, según dice Wallace, fluctúa entre diversidad de opiniones sobre la naturaleza y origen del hombre; y la medicina es, según confesión de sus mismos profesores, un amasijo de conjeturas.
            
Al ver que los científicos buscan afanosos a tientas en la obscuridad los perdidos eslabones de la rota cadena, nos parece como si por diversos puntos bordearan todos el mismo abismo cuya profundidad son incapaces de sondear, no sólo por falta de medios, sino porque celosos guardianes les atajan el intento. Así es que están siempre en acecho de las fuerzas inferiores de la naturaleza para embobar de cuando en cuando a las gentes con sus grandes descubrimientos. Ahora mismo se ocupan en correlacionar la fuerza vital con las demás fuerzas físico-químicas; pero si les preguntamos de dónde dimana la fuerza vital, recurrirán, para responder, a la opinión sustentada hace veinticuatro siglos por Demócrito (46), a pesar de haber creído hasta no ha mucho en la aniquilación de la materia. Sobre este particular dice Le Conte que la ciencia se limita a los cambios y modificaciones de la materia, prescindiendo de su creación y destrucción, que caen fuera del dominio científico. 

Cuando afirman que sólo puede aniquilarse una fuerza por la misma causa que la engendró, reconocen implícitamente la existencia de esta causa y, por lo tanto, no tienen derecho alguno a entorpecer el camino de quienes, más intrépidos, prosiguen adelante para descubrir lo que sólo puede verse al levantar el VELO DE ISIS. Pero entre las ramas de la ciencia tal vez haya alguna en pleno florecimiento, dirán los científicos. Ya nos parece oír aplausos fragorosos como rumor de aguas caudales con motivo del descubrimiento del protoplasma por Huxley, quien dice a este propósito: “En rigor, la investigación química nada o muy poco puede decirnos acerca de la composición de la materia viva, pues tampoco sabemos nada tocante a la constitución íntima de la materia”. Verdaderamente es ésta muy triste confesión y no parece sino que el método aristotélico fracase en algunas ocasiones, y así se explica que el famoso filósofo, no obstante su exquisita inducción, enseñara el sistema geocéntrico, mientras que Platón, a pesar de las fantasías pitagóricas que sus tetractores le echan en cara y de valerse del método deductivo, estaba perfectamente versado en el sistema heliocéntrico, aunque no lo enseñara en público por impedírselo el voto sodaliano de sigilo que guardaba todo iniciado en los misterios.

EL  VOTO  SODALIANO

Ciertamente, que considerados los científicos colectivamente, es decir, en general y no cada uno en particular, les vemos animados de mezquinos sentimientos contra los filósofos de la antigüedad, como si tuvieran empeño en eclipsar el sol para que brillen las estrellas.
            
A un académico francés, hombre de vastos conocimientos, le oímos decir que sacrificaría gustoso su reputación a trueque de borrar hasta el recuerdo de los errores y fracasos de sus colegas. Pero estos tropiezos no pueden sacarse a colación demasiadas veces en pro de la causa que defendemos. Tiempo vendrá en que la posteridad científica se avergüence del degradante materialismo y mezquino criterio de sus progenitores, quienes, como dice Howit, “odian toda nueva verdad como las lechuzas y los ladrones odian el sol, pues la inteligencia por sí sola no puede conocer lo espiritual, ya que así como el sol apaga el brillo de la llama, así también el espíritu ofusca la vista de la mera intelectualidad”.
            
Es ya muy antiguo vicio. Desde que el instructor dijo: “el ojo no se satisface con ver ni el oído con oír”, los científicos se han portado como si estas palabras expresaran su condición mental. El racionalista Lecky describe con toda fidelidad, aun a su pesar, la inclinación de los científicos a burlarse de las nuevas ideas y el desdén que muestran hacia los fenómenos llamados vulgarmente milagrosos, y dice a este propósito que su burlona incredulidad en tales casos les dispensa de toda comprobación. Por otra parte, tan saturados están del escepticismo dominante, que luego de sentarse en el sillón académico se convierten en perseguidores, como de ello nos cita Howit un ejemplo en el caso de Franklin, quien, después de sufrir el escarnio de sus compatriotas al demostrar la naturaleza eléctrica del rayo, formó parte de la comisión científica que el año 1778 calificó en París de imposturas los fenómenos hipnóticos de Mesmer.
            
Si los científicos se contrajeran a desdeñar únicamente los nuevos descubrimientos podría disculparles su temperamento conservador favorecido por el hábito; pero no sólo se arrogan una originalidad no corroborada por los hechos, sino que menosprecian todo argumento aducido en demostración de que los antiguos sabían tanto o más que ellos. En el testero de sus gabinetes debieran estar grabadas estas sentencias:

No hay cosa nueva debajo del sol, ni puede decir alguno: Ved aquí, esta cosa es nueva; porque ya precedio en los siglos que fueron antes de nosotros. No hay memoria de las primeras cosas .Podrá engreírse Meldrum de sus observaciones meteorológicas sobre los ciclones en la isla Mauricio; podrá tratar Baxendell, con sólido conocimiento, de las corrientes telúricas; podrán carpenter y Maury diseñar el mapa de la corriente ecuatorial, y señalarnos Henry el ciclo del vapor acuoso que del río va al mar y del mar vuelve de nuevo a la montaña; pero escuchen lo que dice el rey sabio:

            El viento gira por el Mediodía y se revuelve hacia el Aquilón; andando alrededor en cerco por todas partes, vuelve a sus rodeos. Todos los ríos entran en el mar, y el mar no rebosa. Al lugar de donde salen tornan los ríos para correr de nuevo.

            Ajenos como están a la observación de los fenómenos que ocurren en la más importante mitad del universo, los modernos científicos son incapaces de trazar un sistema filosófico en concordancia con dichos hechos. Son como los mineros que trabajan durante el día en las entrañas de la tierra y no pueden apreciar la gloria y la belleza de la luz solar. La vida terrena es para ellos el límite de la actividad humana y el porvenir abre ante sus percepción intelectual un tenebroso abismo.

RAREZAS  ZOOLÓGICAS


            No tienen esperanza en otra vida que con los goces del éxito mitigue las asperezas de la presente, y como única recompensa de sus afanes les satisface el pan cotidiano y la ilusión de perpetuar su nombre más allá de la tumba. Es para ellos la muerte la extinción de la llama vital cuya lámpara se esparce en fragmentos por el espacio sin límites. El ilustre químico Berzelius, exclamaba en su última hora: “No os maraville mi llanto ni me juzguéis débil ni creáis que me asuste la muerte. Estoy dispuesto a todo, pero me aflijo al despedirme de la ciencia”.
            
Verdaderamente debe apenar a cuantos como Berzelius estudian con ahinco la naturaleza, verse sorprendidos por la muerte cuando están engolfados en la ideación de un nuevo sistema o a punto de esclarecer algún misterio que durante siglos burló las investigaciones de los sabios.
            
Echad una mirada al mundo científico de hoy día y veréis cómo los partidarios de la teoría atómica remiendan las andrajosas vestimentas que delatan los defectos de su respectiva especialidad. Vedles restaurar los pedestales sobre que han de alzarse nuevamente los ídolos derribados antes de que dalton exhumase de la tumba de Demócrito esta revolucionaria teoría. Echan las redes en el mar de la ciencia materialista con riesgo de que algún pavoroso problema rompa las mallas, pues son sus aguas, como las del Mar Muerto, de sabor acre y tan densas que apenas les consienten la inmersión y mucho menos el sondeo, porque ni en fondo ni en orillas hay respiradero de vida. Es una soledad tétrica, repulsiva y árida que nada produce digno de estima.
            
Hubo época en que los científicos de las academias se burlaban regocijadamente de algunos prodigios de la naturaleza que los antiguos aseguraron haber observado por sí mismos. La cultura de nuestro siglo les tenía por necios si no les acusaba de embusteros, porque dijeron que había cierta especie de caballos con patas parecidas a los pies del hombre. Sin embargo, estas especies a que se refieren los autores antiguos, no son ni más ni menos que el protohippus, el orohippus y el equus pedactyl, cuyas analogías anatómicas con el hombre ha descrito sabiamente Huxley en nuestros días. La fábula se ha convertido en historia y la ficción en realidad. Los escépticos del siglo XIX no tienen más remedio que confirmar las supersticiones de la escuela platónica.

Otro ejemplo de estas tardías corroboraciones tenemos en la imputación de embusteros hecha durante largo tiempo a los autores antiguos que dieron por cierta la existencia de un pueblo de pigmeos en el interior de África, a pesar de lo cual se ha visto confirmada en nuestros días esta aseveración por los viajeros y exploradores del continente negro.

De lunático tacharon a Herodoto por decir que había oído hablar de unas gentes que dormían durante toda una noche de seis meses. Plinio relata en sus obras multitud de hechos que hasta hace poco tiempo se tuvieron por ficciones. Entre otros casos igualmente curiosos, cita el de una especie de roedores en que el macho amamanta a los pequeñuelos. De esta referencia hicieron no poca chacota los científicos; y sin embargo, Merriam describe  por vez primera una rarísima y admirable especie de conejo (Lepus bairdi) que habita en los bosques cercanos a las fuentes de los ríos Wind y Yellowstone, en Wyoming. Los cinco ejemplares presentados por Merriam ofrecían la particularidad de que las mamas de los machos tenían igual actividad glandular que las de las hembras, de modo que alternadamente con la madre amamantaba el padre a las crías. Uno de los machos cazados por Merriam tenía húmedos y pegajosos los pelos próximos al pezón, como indicio de que acababa de amamantar al hijuelo.

INVENTOS  ANTIGUOS


El periplo de Hanón describe circunstanciadamente un pueblo salvaje de cuerpos muy pilosos que los intérpretes llamaban gorillae y Hanón denomina textualmente: ... ..., dando con ello a entender que eran los monos gorilas cuya autenticidad no reconoció la ciencia hasta estos últimos tiempos, pues todos los naturalistas tuvieron el relato por fabuloso y aun hubo quienes, como Dodwell, negaron la autenticidad del texto de Hanón.
            
La famosa Atlántida de Platón es una “noble mentira” a juicio de su moderno traductor y comentador Jowett, no obstante que el insigne filósofo alude en el Timeo a la tradición subsistente en la isla de Poseidonis, cuyos habitantes habían oído hablar a sus antepasados de otra isla de prodigioso tamaño llamada Atlántida.
            
De entre el vulgo de las gentes sumidas en la ignorancia medioeval sobresalieron tan sólo unos cuantos estudiantes a quienes la antigua filosofía hermética permitió columbrar descubrimientos cuya gloria se atribuye nuestra época, mientras que los científicos de entonces, los antecesores de cuantos hoy ofician de pontifical en el templo de Santa Molécula, creían ver la pezuña de Satanás en los más sencillos fenómenos de la naturaleza.
            
Dice Wilder  que el franciscano Rogerio Bacon dedica la primera parte de su obra: Admirable poder del arte y de la naturaleza al estudio de los fenómenos naturales e insinúa el uso de la pólvora como explosivo y el empleo del vapor de agua como fuerza motora, además de pergeñar la prensa hidráulica, la campana de buzos y el calidoscopio.
            
También hablaron los antiguos de aguas convertidas en sangre y de lluvias y nieves sanguinolentas formadas por corpúsculos carmesíes que, según la moderna observación, son fenómenos naturales que han ocurrido en toda época, pero cuya causa no se conoce todavía. Cuando en 1825 tomaron las aguas del lago Morat consistencia y color de sangre, uno de los más conspicuos botánicos de este siglo, el ilustre De Candolle atribuyó el fenómeno a la propagación por miríadas del infusorio Oscellatoria rubescens, cuyo organismo es como el anillo de tránsito de reino vegetal al reino animal . 
Muchos naturalistas han tratado de estos fenómenos y cada cual les da causa distinta, pues unos los atribuyen al poder de cierta especie de coníferas y otros a nubes de infusorios, sin faltar quien, como Agardt, confiese francamente su ignorancia sobre el particular.
            
Si el unánime testimonio del género humano es prueba de verdad, no puede aducirla mayor la magia en que durante miles de generaciones creyeron todos los pueblos así cultos como salvajes. La magia es para el ignorante una contravención de las leyes naturales; y si deplorable es tal ignorancia en las gentes incultas de toda época, lo es más todavía en las actuales naciones que de tan fervorosas cristianas y de tan exquisitamente cultas se precian. Los misterios de la religión cristiana no son ni más ni menos incomprensibles que los milagros bíblicos, y únicamente la magia en la verdadera acepción de la palabra nos da la clave de los prodigios operados por Moisés y Aarón en presencia y en oposición a los que operaban los magos de la corte faraónica, sin que la virtud de estos fuese intrínsecamente distinta de la de aquéllos ni que en caso alguno hubiera milagrosa contravención de las leyes de la naturaleza. Entre los muchos fenómenos mágicos que relata el Éxodo, de cuya veracidad no cabe dudar, analizaremos el de la conversión del agua en sangre, según expresa el texto:

            Toma tu vara y extiende tu mano sobre las aguas de Egipto... para que se conviertan en sangre.

AGUAS  DE  SANGRE


Repetidas veces hemos presenciado la operación de este fenómeno, aunque no con la amplitud propia de aguas fluviales. Desde Van Helmont que ya en el siglo XVII conocía el secreto de producir anguilas, ranas e infusorios de varias clases, de que tanto se burlaron sus contemporáneos, hasta los modernos campeones de la generación espontánea, todos admitieron la posibilidad de vivificar gérmenes de vida sin milagro alguno contra la ley natural. Los experimentos de Spallanzani y Pasteur y la controversia entre los panespermistas y los heterogenésicos, discípulos estos de Buffon, entre ellos Needham, no dejan duda de que hay gérmenes vivificables en determinadas circunstancias de aireación, luz, calor y humedad. Los anales de la Academia de Ciencias de París  mencionan diversos casos de lluvias y nieves rojosanguíneas, a cuyas gotas y copos llamaron lepra vestuum y estaban formadas por infusorios. Este fenómeno se observó por primera vez en los años 786 y 959, en que tuvo caracteres de plaga. No se ha podido averiguar todavía si los corpúsculos rojos son de naturaleza vegetal o animal, pero ningún químico moderno negará de seguro la posibilidad de avivarlos con increíble rapidez en apropiadas circunstancias. 

Por lo tanto, si la química cuenta hoy por una parte con medios para eterilizar el aire y por otra para avivar los gérmenes que en él flotan, lógico es suponer que lo mismo pudiesen hacer los magos con sus llamados encantamientos. Es mucho más racional creer que Moisés, iniciado en los misterios egipcios, según nos dice Manethon, operara fenómenos extraordinarios pero naturales, en virtud de la ciencia aprendida en el país de la chemia, que atribuir a Dios la violación de las leyes reguladoras del universo.
            
Por nuestra parte, repetimos que hemos visto operar a varios adeptos orientales la sanguificación del agua, de dos maneras distintas. En un caso, el experimentador se valía de una varilla intensamente magnetizada que sumergía en una vasija metálica llena de agua, siguiendo un procedimiento secreto cuya revelación nos está vedada. Al cabo de unas diez horas, se formó en la superficie del agua una especie de espuma rojiza, que dos horas después se convirtió en un liquen parecido al Lepraria kermasina de Wrangel, y luego en una gelatina, roja como sangre, que veinticuatro horas más tarde quedó saturada de infusorios.
            
En el segundo caso, el experimentador esparció abundantemente por la superficie de un arroyo de corriente mansa y fondo cenagoso, el polvo de una planta secada primero al sol y después molida. Aunque al parecer la corriente arrastró este polvo vegetal, parte del mismo quedaría sin duda depositado en el fondo, porque a la mañana siguiente apareció el agua cubierta de infinidad de infusorios (*Oscellatoria rubescens *) que, en opinión de De Candolle, es el anillo de tránsito entre la forma vegetal y la animal.
            
Esto supuesto, no hay razón para negar a los químicos y físicos  de la época mosaica, el conocimiento y la facultad de vivificar en pocas horas miríadas de esos gérmenes que esporádicamente flotan en el aire, en el agua y en los tejidos orgánicos. La vara en manos de Moisés y Aarón tenía tanta virtud como en la de los medioevales magos cabalistas a quienes se vitupera hoy de locos, supersticiosos y charlatanes. La vara o tridente cabalístico de Paracelso y las famosas varas mágicas de Alberto el Magno, Rogerio Bacon y Enrique Kunrath, no merecen mayor ridículo que la vaarilla graduadora de los modernos electroterapas. Cuanto necios y sabios del pasado siglo diputaron por imposible y absurdo, va tomando en nuestros tiempos visos de posibilidad y aun en algunos casos de innegable evidencia.

REGLA  DE  CRITERIO


            Eusebio nos ha conservado un fragmento de la Carta a Anebo, de Porfirio, en que éste llama a Cheremón “hierogramático” para demostrar que las operaciones mágicas cuyos adeptos eran capaces de “infundir pavor en los dioses” estaban patrocinadas por los sabios egipcios . Ahora bien, según la regla de comprobación histórica expuesta por Huxley en su discurso de Nashville, inferimos de todo ello dos incontrovertibles conclusiones: 

1.ª  Que Porfirio era incapaz de mentir, pues gozaba fama de hombre veracísimo y honrado; 

2.ª  Que su erudición en todas las ramas del humano saber, le ponía a salvo de todo engaño y más particularmente en lo relativo a las artes mágicas. Por lo tanto, la misma regla de criterio de Huxley nos induce a creer en la realidad de las artes mágicas que profesaron los magos y sacerdotes egipcios.


BLAVATSKY












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