CAPÍTULO PRIMERO
Los hijos pueden acusar a sus padres del crimen de herejía,
aunque sepan que por ello hayan de morir los acusados en
la hoguera... Y no sólo pueden negarles hasta el alimento si
tratan de apartarlos de la fe
católica, sino que también pueden
darles muerte con toda justicia. (Precepto
jesuítico).
P. ESTEBAN FAGÚNEZ: Praecepta Decalogi, Lugduni, 1640.
EL PRIOR. -¿Qué hora es?
EL GUARDIÁN. –La del alba. La hora en que se rasgó el
velo del templo y las tinieblas se derramaron por la
consternada tierra y se eclipsó la luz y se rompieron los útiles del
constructor y se ocultó la flamígera estrella y se hizo pedazos
la piedra cúbica y se perdió la PALABRA.
Magna est veritas et praevalebit
-JAH-BUH-LUN.
El rabino Simeón-ben-Iochai compuso el Zohar (...), el más importante tratado
cabalístico de los hebreos, un siglo antes de la era cristiana, según unos
críticos, y después de la destrucción del templo, según otros. Completó la obra
el rabino Eleazar, hijo de Simeón, ayudado de su secretario el rabino Abba,
cuyo concurso era necesario, porque toda la vida de Eleazar no hubiera bastado
a dar cima a una obra tan extensa y de materia tan abstrusa como el Zohar. Pero como los judíos ortodoxos
sabían que el autor estaba en posesión de conocimientos ocultos y era dueño de
la Mercaba que le aseguraba la
recepción de la Palabra, atentaron
contra su vida y se vio precisado a huir al desierto, donde estuvo doce años
oculto en una cueva en compañía de sus fieles discípulos hasta su muerte,
señalada por muchos portentos y maravillas (1).
Pero no obstante lo extenso de la obra y de tratarse
en ella de muchos puntos de la secreta tradición oral, no los abarca todos,
pues el venerable cabalista no confió nunca al escrito los puntos principales
de la doctrina, sino que los comunicó oralmente a contados discípulos, entre
los que se hallaba su hijo único. Por lo tanto, sin la iniciación en la Mercaba quedará incompleto el estudio de
la Kábala, y la Mercaba sólo puede aprenderse en la “obscuridad”, en lugares
apartados del mundo y después de pasar el estudiante por muchas y muy tremendas
pruebas, para escuchar la enseñanza oralmente cara a cara y labio en oído, desde la muerte de Simeón-ben-Iochai,
la doctrina oculta ha sido un secreto inviolable para el mundo externo.
El precepto masónico de labio en oído, o sea la comunicación en voz baja, deriva de los
tanaímes, quienes a su vez la tomaron de los Misterios paganos. La práctica
moderna de esta costumbre preceptiva debe atribuirse seguramente a la
indiscreción de algún cabalista renegado, aunque la palabra transmitida es una
moderna sustitución convencional de la “palabra perdida”, según veremos más
adelante.
La verdadera palabra ha estado siempre en posesión
privativa de algunos adeptos, de modo que tan sólo unos cuantos maestres de los
templarios y otros tantos rosacruces del siglo XVII, íntimamente relacionados
con los iniciados y alquimistas árabes, pudieron envanecerse de haberla
poseído. Desde el siglo XII al XV nadie la poseyó en Europa, pues Paracelso fue
el primer alquimista que recibió la iniciación, cuya última ceremonia confería
al iniciado el poder de acercarse a la “zarza ardiente” y de fundir el becerro
de oro y disolver su polvo en agua. Verdaderamente, esta agua y la palabra
perdida resucitaron a los Adoniram, Gedaliah e Hiram de la época premosaica. La
verdadera palabra, actualmente sustituida por la de Mac Benac y Mah, se había
empleado muchísimo antes de que los “hijos de la viuda” de estos dos últimos
siglos experimentaran sus pseudo-mágicos efectos.
LA MASONERÍA MODERNA
El primer masón activo de alguna importancia fue
Elías Ashmole, a quien puede considerársele como el postrer alquimista y
rosacruz. Fue recibido en la Compañía de masones activos de Londres el año
1646, cuando la masonería era una sociedad rigurosamente secreta sin color
político ni religioso, que admitía en su seno a todo amante de la libertad de
conciencia, deseoso de sustraerse a la persecución de los clericales (2). Hasta
unos treinta años de la muerte de Ashmole, ocurrida en 1692, no apareció la
moderna francmasonería, instituida el 24 de Junio de 1717 en la “Taberna del
Manzano”, sita en la calle de Carlos del Covent-Garden
de Londres. Según nos dicen las Constituciones
de Anderson, las cuatro logias del Sur de Inglaterra eligieron a Antonio
Sayer gran maestre de la masonería, y no obstante su relativamente moderna
institución, estas logias se han arrogado la supremacía sobre todas las del
mundo, como así se infiere de una inscripción colocada en la de Londres.
Dice Frank al comentar los exotéricos delirios
cabalistas, como él los llama, que Simeón-ben-Iochai menciona repetidamente lo
que los “compañeros” enseñaron en obras antiguas. Entre estos compañeros cita a
los ancianos Ieba y Hamnuna (3), pero nada refiere de lo que estos dos
hicieron, porque tampoco él lo sabe.
A la venerable escuela de los tanaímes, o con mayor
propiedad, de los tananimes u hombres sabios, pertenecían los instructores de
la doctrina secreta que iniciaron a unos cuantos discípulos en el misterio
final, pues según dice el Mishna Hagiga
(4), el contenido de la Mercaba sólo
puede comunicarse a los sabios ancianos (5). La Gemara es todavía más explícita sobre el particular al decir: “Los
principales secretos de los Misterios no se han de comunicar a todos los
sacerdotes, sino tan sólo a los iniciados”. El mismo sigilo prevalecía en todas
las religiones de la antigüedad.
Pero vemos que ni el Zohar ni ningún otro tratado cabalístico contienen doctrina
puramente judía, sino que, como
resultado de milenios de estudio, es común patrimonio de todos los adeptos del
mundo. Sin embargo, el Zohar en su
texto original y con los signos secretos del margen, no según traducción y comentario
de los críticos modernos, es la obra que enseña mayor suma de ocultismo
práctico. Los signos secretos encierran las instrucciones ocultas para
esclarecer las interpretaciones metafísicas y manifiestos absurdos en que de
tal modo se engañó Josefo, por haber expuesto la letra muerta según la había recibido por profanos conductos (6).
Las enseñanzas de magia práctica que dan el Zohar y otros tratados cabalísticos,
sólo aprovecharían a quienes acertaran a leerlas interiormente. Los apóstoles cristianos, por lo menos los que
obraban milagros a voluntad (7),
debieron estar enterados de esta ciencia, y así no es bien que los cristianos
tachen de superstición los talismanes, amuletos y piedras mágicas con que su
poseedor logra ejercer en otra persona aquella misteriosa influencia llamada
vulgarmente “mal de ojo”. En las colecciones arqueológicas, así públicas como
particulares, pueden verse todavía piedras convexas con enigmáticas
inscripciones rebeldes a toda hermenéutica, como por ejemplo, la cornerina blanca
descrita por King (8), cuyos reverso y anverso están cubiertos de inscripciones
que sólo pueden interpretar los adeptos. De los talismanes que en su citada
obra nos da King a conocer, se infiere que el evangelista San Juan, el
iluminado de Patmos, estaba muy instruido en la ciencia cabalística, pues alude
claramente a la cornerina blanca y la llama alba
petra o piedra de iniciación, que por lo general lleva grabada la palabra premio y se le entregaba al neófito
luego de vencidas felizmente las pruebas del primer grado de iniciación.
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