CAPÍTULO II
¡Orgullo! Cuando la razón desfallezca, acude en nuestro
auxilio y llena hasta los bordes el enorme vacío de la mente.
POPE
Pero ¿a qué alterar las obras de la naturaleza? La filosofía
Más profunda será la que nos revele los secretos de la
Naturaleza y nos permita penetrar en ella sin trastornarla.
BULWER
¿Le
basta al hombre con saber que existe? ¿Le basta tener forma humana para
engalanarse con el título de hombre? Estamos en la firme convicción de que para
llegar a ser una entidad genuinamente espiritual en el verdadero signficado de
esta palabra, debe el hombre regenerarse eliminando de su mente todda impureza
egoísta y con ellas la superstición y las preocupaciones, que conviene
distinguir de las simpatías y antipatías.
Al principio nos vemos arrastrados dentro del negro círculo de la poderosa
oleada magnética que emana así de los objetos materiales como de las ideas, y
de esta suerte nos invaden los respetos humanos y el temor a la opinión de las
gentes.
Raramente
acepta el hombre una idea por la libre acción del propio juicio, sino que, al
contrario, se inclina a la opinión dominante en la colectividad. Así tenemos,
por ejemplo, que un devoto no pagará exorbitantemente un asiento cómodo en una
función religiosa, ni un materialista irá dos veces a escuchar las conferencias
de Huxley sobre la evolución porque tal sea su voluntad definida, sino porque
tanto a uno como a otro acto asisten personas distinguidas en sociedad, con las
que el buen ver exige alternar. Lo mismo sucede en todo lo demás. Si la
psicología hubiese tenido su Darwin, de seguro considerara la descendencia
moral del hombre invariablemente paralela a su descendencia orgánica, pues en
sus serviles manías de remedo ofrece el hombre más semejanza con el mono que en
los rasgos exteriores señalados por el insigne antropólogo. Las múltiples
variedades de cuadrumanos, burlescas imitaciones del hombre, parecen haber
evolucionado con objeto de proporcionar a las gentes de buena ropa los
materiales necesarios para el trazado de su árbol genealógico.
La
ciencia se enriquece de día en día con nuevos descubrimientos químicos,
físicos, fisiológicos y antropológicos. Los eruditos y doctos han de estar
libres de toda preocupación y prejuicio; pero no obstante la libertad que
actualmente disfrutan el pensamiento y las opiniones, los científicos no han
modificdo su temperamenteo intelectual. Utópico es presumir que el hombre
cambie por la evolución y desenvolvimiento de nuevas ideas. Podemos abonar un
campo para que cada año dé más copiosos y sazonados frutos; pero si cavamos en
lo hondo, encontraremos la misma clase de tierra que al abrir el primer surco.
No
hace todavía muchos años era anatematizado por hereje quien dudaba de los dogmas
teológicos. La ciencia ha vencido Vae
victis!... Pero el vencedor se atribuye a su vez la misma infalibilidad que
develara en el vencido, si bien tampoco puede probar su derecho a ella. Tempora mutantur et nos mutamur in illis,
dijo Lotario con apropiada aplicación a este caso. Sin embargo, nos creemos con
algún derecho para interrogar a los pontífices de la ciencia.
Durante
muchos años hemos seguido de cerca la marcha del espiritismo moderno,
familiarizándonos con sus dos literaturas, europea y norteamericana,
presenciando sus interminables controversias y comparando sus contradictorias
hipótesis. Muchos espiritistas disidentes, que quisieron profundizar las causas
de los fenómenos, llegaron a la conclusión de que, ya fuese por ineptitud de
los investigadores, ya por lo misterioso de las fuerzas actuantes, cuanto más
frecuentes y diversas eran las manifestaciones psíquicas, más impenetrablemente
oculta quedaba su causa.
VALÍA DE
LAS PRUEBAS
Los fenómenos psíquicos, que erróneamente
sin duda se llaman espiritistas, están hoy perfectamente comprobados y fuera
inútil negarlos. Aun prescindiendo de los casos de fraude e impostura,
todavía queda mucho para las investigaciones de la ciencia. No es necesario el
valor de Galileo para lanzar al rostro de los académicos el famoso e pur si muove, porque los fenómenos
psíquicos han tomado ya la ofensiva.
Opinan
los modernos científicos que, si bien son para ellos un misterio los fenómenos
mediumnímicos, nada prueba que no deriven de anormales condiciones nerviosas de
los médiums, y hasta tanto que no se dilucide esta cuestión, es inadmisible
atribuirlos a espíritus humanos. Verdaderamente, quienes afirman la
intervención de los espíritus han de probar su afirmación; pero si los
científicos quisieran estudiar el asunto de buena fe, con sincero deseo de
esclarecer tan hondo misterio, en vez de desdeñarlo, no habrían de temer
censura alguna. Ciertamente, la mayoría de las comunicaciones mediumnímicas
parecen dadas a propósito para despertar recelos en los investigadores menos
sagaces, porque, aun en los casos en que no hay impostura, suelen ser vulgares
y chabacanas. En los últimos veinte años vimos escritas, de mano de distintos
médiums, comunicaciones dictadas, al decir del comunicante, por Shakespeare,
Byron, Franklin, Pedro el Grande, Napoleón, Josefina y Voltaire; pero nos
causaron el efecto de que Napoleón y su esposa habían olvidado la ortografía,
de que Shakespeare y Byron eran unos fatuos y Voltaire un imbécil. Disculpable
es, por lo tanto, juzgar del aparente embaucamiento, que si tan palpable es el
fraude en la superficie, no será fácil hallar la verdad en el fondo. La
ridícula suplantación de personajes célebres,cuyos nombres aparecen al pie de
vulgarísimas comunicaciones, ha empachado de tal modo a los científicos, que no
pueden digerir la verdad subyacente en los fenómenos psíquicos, como si
juzgaran del fondo del océano por la superficie de las aguas cubiertas de
espuma y escorias. Pero si por una parte no cabe vituperar a quienes al primer
indicio de falsedad entran en recelo, tenemos el derecho de censurarlos por no
llevar adelante sus investigaciones. Tan neciamente proceden estos tales, como
si un buzo repugnara tomar una concha al verla sucia y viscosa, sin tener en
cuenta que con sólo abrirla encontraría la perla. Ni siquiera las negaciones de
las eminencias científicas valen en este caso, pues la repugnancia que sienten
hacia un asunto tan impopular, parece como si hubiera contagiado a la
generalidad de las gentes. Los fenómenos
ahuyentan a los científicos y los científicos rehuyen los fenómenos, dice
Aksakof en un notable artículo sobre mediumnidad, de acuerdo con la comisión
científica de San petersburgo, encargada de investigar los fenómenos psíquicos,
cuyo informe estaba tan poco meditado y lleno de prejuicios, que aun los mismos
escépticos protestaron despectivamente contra su notoria parcialidad.
El
profesor Fisk delata en su obra El Mundo
invisible, la falta de lógica de sus colegas científicos al criticar la
filosofía genuinamente espiritualista, diciendo que según las exactas
definiciones de los conceptos de materia
y espíritu, la existencia del
espíritu es indemostrable por los sentidos, y que por lo tanto, no es posible
fundamentar la filosofía espiritualista en pruebas
científicas. A este propósito transcribiremos el siguiente pasaje de la
citada obra:
“El testimonio de la
existencia del espíritu es inasequible en las condiciones de la vida terrena,
puesto que escapa a toda experimentación, y por numerosas que sean sus pruebas,
no cabe esperanza de hallarlas. Por lo tanto, nuestro fracaso en este empeñao
no es seguramente de valía contra la existencia del espíritu. En este concepto,
la creencia en la vida futura carece de base científica, porque en manera
alguna lo necesita ni es posible someterla a la crítica de los científicos. Los
adelantos de la ciencia física, por rápidos que sean, no podrán en lo futuro
impugnar esta creencia, que lejos de ser contraria a la razón, en nada afecta a
la mentalidad científica ni para nada influye en las conclusiones de las
ciencias experimentales.
JUICIO DE
LOS CIENTÍFICOS
“Si
los científicos reconocieran que el espíritu no es materia ni está regido por
las leyes de la materia, y refrenaran las especulaciones a que les mueve su
conocimiento de las cosas materiales, eliminarían la principal causa de
disgusto que solivianta los sentimientos religiosos de las gentes”.
Pero
no harán tal, seguramente, porque por una parte les ha exasperado la noble,
franca y leal rendición al espiritualismo de un hombre tan eminente como
Wallace, y por otra repugnan adoptar una conducta de prudente expectativa como
la de Crookes.
Contra las opiniones expuestas en la
presente obra, se levanta la única objeción de que están basadas en el
sostenido estudio de la magia antigua y de su moderna forma el espiritismo.
Aun ahora que se han vulgarizado los fenómenos de análoga naturaleza, confunden
muchos la magia con la prestidigitación y el ilusionismo. En cuanto a los
fenómenos espiritistas, ya que no sea posible negarlos por su abrumadora
evidencia, se los tiene por alucinación de cuantos los presencian. Al cabo de
muchos años de fomentar el trato de magos, ocultistas, hipnotizadores y demás
profesores del arte en sus dos modalidades blanca y negra, nos creemos con
sobrada idoneidad en tan controvertido y complejo asunto. Nos hemos relacionado
con los fakires de la India y hemos presenciado sus comunicaciones con los
pitris. Hemos observado los procedimientos y actuaciones de los derviches de la
danza aullante; hemos tenido amistoso trato con los marabutos o santones
musulmanes y con los encantadores de serpientes de Damasco y Benares, cuyos
secretos pudimos sorprender. Por consiguiente, nos apena que científicos
desconocedores de todos estos fenómenos y sin oportunidad para estudiarlos, los
achaquen a meras habilidades de prestidigitación. Debieran suspender todo
juicio hasta analizar por completo las fuerzas de la naturaleza, pues resulta
de manifiesta incongruencia, por no decir mala fe, desdeñar asuntos que al fin
y al cabo son de índole psicológica o fisiológica y rechazar sin más ni más la
posibilidad de tan sorprendentes fenómenos.
No
cerjaremos en nuestro empeña, aunque hubiese de repetirse en nuestros días el
insulto lanzado por Faraday, al decir con más espontaneidad que cultura cívica:
“muchos perros aventajan en lógica a algunos espiritistas” (1). Los insultos no
son argumentos y mucho menos pruebas. Porque hombres como Huxley y Tyndall
califiquen el espiritismo de “creencia degradante” y la magia de
“prestidigitación”, no por ello dejará la verdad de serlo. El escepticismo, ya
dimane de un ignorante o de un erudito, es incapaz de invalidar la inmortalidad
del alma. “La razón está sujeta a error”, dice Aristóteles, y así puede ocurrir
que la opinión del más ilustre filósofo sea más equivocada que el vulgar
sentido común de su analfabeto cocinero. En los Cuentos del Califa impío, el sabio, árabe Barrachias-Hassan-Oglu,
dice prudentemente: “Guárdate, ¡oh hijo mío!, de la alabanza propia, porque
embriaga con deleite. Aprovéchate de tu saber, pero respeta asimismo la
sabiduría de tus padres. Y acuérdate, ¡oh amado mío!, de que la luz divina de
la verdad de Allah alumbra a veces más fácilmente una mente rasa que otra que,
por estar repleta de conocimientos, no da cabida al argentino rayo... Tal es el
caso de nuestro sapientísimo cadi”.
Cuando Crookes emprendió en
Londres la investigación de los fenómenos mediumnímicos, recrudecieron las
acritudes y desdenes de los científicos europeos y americanos hacia tan
misterioso problema. el insigne físico fue el primero en presentar al público
uno de aquellos supuestos centinelas que guardaban las puertas cuyo dintel
estaba prohibido atravesar. Después de Crookes, hubo otros científicos que
tuvieron el heroico valor, dada la impopularidad del asunto, de ocuparse en
serio de los fenómenos psíquicos.
Mas
por desgracia la flaqueza de la carne no correspondió a la voluntad del
espíritu, y retrocedieron ante la pesada carga del ridículo, que cayó por
entero sobre los hombros de Crookes. En cuanto al provecho obtenido por este
sabio de sus investigaciones y al agradecimiento de sus propios colegas, basta
leer las Investigaciones de los fenómenos
espiritistas.
CONCLUSIONES DE
CROOKES
Al
cabo de algún tiempo, los individuos designados para comprobar los experimentos
de Crookes, hubieron de atestiguar, de acuerdo con éste, las siguientes
conclusiones:
1ª Que los fenómenos presenciados personalmente
por ellos mismos, eran auténticos y de imposible simulación, por lo que no
había más remedio que admitir la actuación de una fuerza desconocida.
2ª Que no les era posible afirmar si los
fenómenos tenían por causa la acción de espíritus desencarnados, o entidades
análogas; pero que eran innegables y contrariaban muchas hipótesis
establecidas, así como también las leyes naturales (2).
3ª Que no obstante la combinación de esfuerzos
para invalidar los fenómenos, hubieron de cerciorarse de su indisputable
realidad, vislumbrando en ellos una fuerza natural, de ley todavía ignorada
(3).
Esto
es precisamente lo que no satisfizo a los escépticos, porque antes de publicar
el informe se había vaticinado la derrota de los espiritistas, y tal confesión
por parte de los comisionados, hería en lo más vivo el amor propio de cuantos
rehuyeron timoratamente las investigaciones. Era ya demasiado que burlasen las
pesquisas de tan expertos físicos, unos vulgares y nefandos fenómenos tenidos
hasta entonces, en opinión general de los doctos, por consejas de ayas o
entretenimiento de criadas histéricas, y relegados al olvido por el Instituto
de Francia. Una oleada de indignación cubrió el informe de los comisionados,
según el mismo Crookes relata en su folleto La
fuerza psíquica, encabezado muy hábilmente con la siguiente cita de
Galvani: “Dos opuestas sectas me combaten: la de los que saben algo y la de los
que no saben nada; pero estoy seguro de haber descubierto una de las mayores
fuerzas naturales”.
Después
dice Crookes:
“Tenían
por seguro que el resultado de mis experimentos coincidiría con sus prejuicios
y no deseaban la verdad, sino la
corroboración de sus preconcebidas afirmaciones; pero al ver que los hechos
resultantes de mis experiencias diferían de su opinión, se retractaron de sus
anteriores excitaciones para la investigación de los fenómenos, diciendo: “Home
es un hábil hechicero que nos ha engañado a todos”. “De la misma manera podía
Crookes investigar las artimañas de un prestidigitador indo”. “Crookes debiera
presentar testigos más fidedignos para que le creyéramos”. “La cosa es
demasiado absurda para tomarla en serio”. “Si es imposible, no puede ser”.
(Nunca declaré yo que fuera imposible, sino que era cierto). “A los
investigadores se les ha sugestionado y por ello imaginaron ver lo que jamás
hubo”. Así otros subterfugios por el estilo” (4).
Todos
cuantos de este modo se expresaron, redarguyeron además con hipótesis tan
pueriles como la “cerebración inconsciente”, la contracción muscular
involuntaria y la archiridícula del “chasquido de la rótula”, ansiosos de
quitar toda importancia a la aparición de la nueva fuerza, hasta que al cabo de
ignominiosos tropiezos se resolvieron al silencio, envueltos en el manto de la
dignidad, no sin sacrificar a sus colegas en el altar de la opinión pública;
pero al salir del palenque de la investigación, donde quedan campeones no tan
temerosos, es muy posible que no vuelvan a entrar en él estos infortunados
experimentadores (5).
Es
mucho más cómodo negar la realidad de los fenómenos psíquicos desde abrigadas
posiciones, que señalarles lugar apropiado entre los fenómenos naturalesclasificados
por las ciencias de observación. ¿Pero cómo podrán lograrlo si dichos fenómenos
corresponden a la psicología que con sus ocultas y misteriosas fuerzas es país
desconocido para la ciencia moderna? Así es que impotentes para explicar cuanto
directamente procede de la naturaleza del alma humana, cuya existencia niegan
los más de ellos, e incapaces por otra parte de confesar su ignorancia,
arremeten vengativamente los científicos contra quienes sin presumir de sabios
creen en el testimonio de sus sentidos.
“Un
puntapié tuyo, ¡oh Júpiter!, es suave”, dice el poeta Tretiakowsky en una
antigua tragedia rusa. Lo mismo podemos decir respecto de los vastos
conocimientos de los dioses mayores de la ciencia, en cuestiones menos
abstrusas; mas aunque no imitemos su conducta, tampoco hemos de
desconceptuarlos ante la opinión pública. Pero por desgracia, no son los dioses
quienes más alto claman.
LOS MONOS
DE LA CIENCIA
El
elocuente Tertuliano llama a Satán y sus retoños “monos de Dios”, porque
remedan las obras del creador. Suerte tienen los filosofastros del día que no
haya un nuevo Tertuliano para inmortalizarlos despectivamente como los “monos
de la ciencia”.
Pero
volvamos a los verdaderos científicos. Dice Aksakof: “Los fenómenos de carácter
meramente objetivo demandan la investigación de científicos que los expliquen;
pero los pontífices de la ciencia quedan desconcertados ante una cuestión tan
sencilla a primera vista, pues parece como si al tratar de ella se vieran en la
precisión de faltar, no sólo a la suprema ley moral: la verdad, sino a la
suprema ley científica: la experimentación... Advierten que algo muy importante
hay en el fondo de todo ello, pues los casos de Hare, crookes, Morgan, Varley,
Wallace y Butleroff sembraron entre ellos el pánico y temen que, de retroceder
un paso, se vean precisados a abandonar todo el terreno. Los principios
consagrados por el tiempo, las especulativas contemplaciones de toda una vida,
de toda una generación, dependen de un sencillo vuelco de la suerte” (6). Ante
experimentos tales como los de Crookes, Wallace, Hare y de la Sociedad
Dialéctica, ¿qué cabe esperar de las lumbreras de erudición? La actitud
respecto de fenómenos innegables es ya, por sí misma, otro fenómeno
sencillamente incomprensible, a menos que admitamos una enfermedad psíquica tan
contagiosa como la hidrofobia que, sin exigir nada por el descubrimiento,
llamaríamos psicofobia científica.
Deben de haber aprendido ya a estas horas en la amarga escuela de la
experiencia, que las ciencias experimentales tienen su límite, pues mientras
haya en la naturaleza un solo misterio inexplicado, es muy peligroso pronunciar
la palabra imposible.
En
su Investigación de los fenómenos del
espiritismo, somete Crookes a sus lectores las ocho hipótesis siguientes,
respecto de los fenómenos observados:
1ª Los fenómenos son resultado de tretas,
fraudes, combinaciones mecánicas y juegos de manos. Los médiums son impostores,
y los concurrentes imbéciles.
2ª Los concurrentes son víctimas de alucinación
e imaginan presenciar fenómenos sin realidad objetiva.
3ª Los fenómenos son resultado de la acción
cerebral, ya consciente, ya inconsciente.
4ª El espíritu del médium se compenetra con el
de todos o parte de los concurrentes.
5ª El espíritu maligno asume la personalidad que
le place, con propósito de perjudicar a la religión y perder las almas de los
hombres (7).
6ª Los fenómenos resultan de la acción de
entidades no pertenecientes a la especie humana, pero que viven en la tierra y
son capaces de manifestar su presencia en algunas ocasiones. En todo tiempo, y
según la época, recibieron estas entidades los diversos nombres de gnomos,
hadas, salamandras, sílfides, ondinas, ogros, duendes, trasgos, genios,
diablos, enanos, etc. (8).
7ª Los fenómenos se deben a la acción de las
almas de los difuntos (9).
8ª La energía psíquica opera, por medio de las
entidades aludidas, en las cuatro hipótesis inmediatamente precedentes.
La
primera hipótesis sólo es válida en casos, por desgracia demasiado frecuentes,
pero no tiene importancia alguna con relación a los fenómenos de por sí. Las
segunda y tercera son los últimos reductos en que se guarecen los escépticos y
materialistas, a quienes puede aplicarse el aforismo jurídico: Adhuc sub judice lis est. Por lo tanto,
sólo hemos de analizar las otras cuatro hipótesis en las que podremos incluir
la octava.
En prueba
de lo muy expuesta a error que está toda opinión científica, compararemos los
diversos artículos que sobre los fenómenos espiritistas escribió Crookes desde
1870 a 1875. De uno de ellos entresacamos el siguiente pasaje:
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