jueves, 27 de marzo de 2014

Isis sin Velo- Capitulo II- (Parte I)

                                



                             CAPÍTULO  II




¡Orgullo! Cuando la razón desfallezca, acude en nuestro
auxilio y llena hasta los bordes el enorme vacío de la mente.

                                                                                                                                    POPE


Pero ¿a qué alterar las obras de la naturaleza? La filosofía
Más profunda será la que nos revele los secretos de la
Naturaleza y nos permita penetrar en ella sin trastornarla.

                                                                                                                                    BULWER


            ¿Le basta al hombre con saber que existe? ¿Le basta tener forma humana para engalanarse con el título de hombre? Estamos en la firme convicción de que para llegar a ser una entidad genuinamente espiritual en el verdadero signficado de esta palabra, debe el hombre regenerarse eliminando de su mente todda impureza egoísta y con ellas la superstición y las preocupaciones, que conviene distinguir de las simpatías y antipatías. Al principio nos vemos arrastrados dentro del negro círculo de la poderosa oleada magnética que emana así de los objetos materiales como de las ideas, y de esta suerte nos invaden los respetos humanos y el temor a la opinión de las gentes.
            Raramente acepta el hombre una idea por la libre acción del propio juicio, sino que, al contrario, se inclina a la opinión dominante en la colectividad. Así tenemos, por ejemplo, que un devoto no pagará exorbitantemente un asiento cómodo en una función religiosa, ni un materialista irá dos veces a escuchar las conferencias de Huxley sobre la evolución porque tal sea su voluntad definida, sino porque tanto a uno como a otro acto asisten personas distinguidas en sociedad, con las que el buen ver exige alternar. Lo mismo sucede en todo lo demás. Si la psicología hubiese tenido su Darwin, de seguro considerara la descendencia moral del hombre invariablemente paralela a su descendencia orgánica, pues en sus serviles manías de remedo ofrece el hombre más semejanza con el mono que en los rasgos exteriores señalados por el insigne antropólogo. Las múltiples variedades de cuadrumanos, burlescas imitaciones del hombre, parecen haber evolucionado con objeto de proporcionar a las gentes de buena ropa los materiales necesarios para el trazado de su árbol genealógico.
            La ciencia se enriquece de día en día con nuevos descubrimientos químicos, físicos, fisiológicos y antropológicos. Los eruditos y doctos han de estar libres de toda preocupación y prejuicio; pero no obstante la libertad que actualmente disfrutan el pensamiento y las opiniones, los científicos no han modificdo su temperamenteo intelectual. Utópico es presumir que el hombre cambie por la evolución y desenvolvimiento de nuevas ideas. Podemos abonar un campo para que cada año dé más copiosos y sazonados frutos; pero si cavamos en lo hondo, encontraremos la misma clase de tierra que al abrir el primer surco.
            No hace todavía muchos años era anatematizado por hereje quien dudaba de los dogmas teológicos. La ciencia ha vencido Vae victis!... Pero el vencedor se atribuye a su vez la misma infalibilidad que develara en el vencido, si bien tampoco puede probar su derecho a ella. Tempora mutantur et nos mutamur in illis, dijo Lotario con apropiada aplicación a este caso. Sin embargo, nos creemos con algún derecho para interrogar a los pontífices de la ciencia.
            Durante muchos años hemos seguido de cerca la marcha del espiritismo moderno, familiarizándonos con sus dos literaturas, europea y norteamericana, presenciando sus interminables controversias y comparando sus contradictorias hipótesis. Muchos espiritistas disidentes, que quisieron profundizar las causas de los fenómenos, llegaron a la conclusión de que, ya fuese por ineptitud de los investigadores, ya por lo misterioso de las fuerzas actuantes, cuanto más frecuentes y diversas eran las manifestaciones psíquicas, más impenetrablemente oculta quedaba su causa.

VALÍA  DE  LAS  PRUEBAS


            Los fenómenos psíquicos, que erróneamente sin duda se llaman espiritistas, están hoy perfectamente comprobados y fuera inútil negarlos. Aun prescindiendo de los casos de fraude e impostura, todavía queda mucho para las investigaciones de la ciencia. No es necesario el valor de Galileo para lanzar al rostro de los académicos el famoso e pur si muove, porque los fenómenos psíquicos han tomado ya la ofensiva.
            Opinan los modernos científicos que, si bien son para ellos un misterio los fenómenos mediumnímicos, nada prueba que no deriven de anormales condiciones nerviosas de los médiums, y hasta tanto que no se dilucide esta cuestión, es inadmisible atribuirlos a espíritus humanos. Verdaderamente, quienes afirman la intervención de los espíritus han de probar su afirmación; pero si los científicos quisieran estudiar el asunto de buena fe, con sincero deseo de esclarecer tan hondo misterio, en vez de desdeñarlo, no habrían de temer censura alguna. Ciertamente, la mayoría de las comunicaciones mediumnímicas parecen dadas a propósito para despertar recelos en los investigadores menos sagaces, porque, aun en los casos en que no hay impostura, suelen ser vulgares y chabacanas. En los últimos veinte años vimos escritas, de mano de distintos médiums, comunicaciones dictadas, al decir del comunicante, por Shakespeare, Byron, Franklin, Pedro el Grande, Napoleón, Josefina y Voltaire; pero nos causaron el efecto de que Napoleón y su esposa habían olvidado la ortografía, de que Shakespeare y Byron eran unos fatuos y Voltaire un imbécil. Disculpable es, por lo tanto, juzgar del aparente embaucamiento, que si tan palpable es el fraude en la superficie, no será fácil hallar la verdad en el fondo. La ridícula suplantación de personajes célebres,cuyos nombres aparecen al pie de vulgarísimas comunicaciones, ha empachado de tal modo a los científicos, que no pueden digerir la verdad subyacente en los fenómenos psíquicos, como si juzgaran del fondo del océano por la superficie de las aguas cubiertas de espuma y escorias. Pero si por una parte no cabe vituperar a quienes al primer indicio de falsedad entran en recelo, tenemos el derecho de censurarlos por no llevar adelante sus investigaciones. Tan neciamente proceden estos tales, como si un buzo repugnara tomar una concha al verla sucia y viscosa, sin tener en cuenta que con sólo abrirla encontraría la perla. Ni siquiera las negaciones de las eminencias científicas valen en este caso, pues la repugnancia que sienten hacia un asunto tan impopular, parece como si hubiera contagiado a la generalidad de las gentes. Los fenómenos ahuyentan a los científicos y los científicos rehuyen los fenómenos, dice Aksakof en un notable artículo sobre mediumnidad, de acuerdo con la comisión científica de San petersburgo, encargada de investigar los fenómenos psíquicos, cuyo informe estaba tan poco meditado y lleno de prejuicios, que aun los mismos escépticos protestaron despectivamente contra su notoria parcialidad.
            El profesor Fisk delata en su obra El Mundo invisible, la falta de lógica de sus colegas científicos al criticar la filosofía genuinamente espiritualista, diciendo que según las exactas definiciones de los conceptos de materia y espíritu, la existencia del espíritu es indemostrable por los sentidos, y que por lo tanto, no es posible fundamentar la filosofía espiritualista en pruebas científicas. A este propósito transcribiremos el siguiente pasaje de la citada obra:
“El testimonio de la existencia del espíritu es inasequible en las condiciones de la vida terrena, puesto que escapa a toda experimentación, y por numerosas que sean sus pruebas, no cabe esperanza de hallarlas. Por lo tanto, nuestro fracaso en este empeñao no es seguramente de valía contra la existencia del espíritu. En este concepto, la creencia en la vida futura carece de base científica, porque en manera alguna lo necesita ni es posible someterla a la crítica de los científicos. Los adelantos de la ciencia física, por rápidos que sean, no podrán en lo futuro impugnar esta creencia, que lejos de ser contraria a la razón, en nada afecta a la mentalidad científica ni para nada influye en las conclusiones de las ciencias experimentales.

JUICIO  DE  LOS  CIENTÍFICOS


            “Si los científicos reconocieran que el espíritu no es materia ni está regido por las leyes de la materia, y refrenaran las especulaciones a que les mueve su conocimiento de las cosas materiales, eliminarían la principal causa de disgusto que solivianta los sentimientos religiosos de las gentes”.
            Pero no harán tal, seguramente, porque por una parte les ha exasperado la noble, franca y leal rendición al espiritualismo de un hombre tan eminente como Wallace, y por otra repugnan adoptar una conducta de prudente expectativa como la de Crookes.
            Contra las opiniones expuestas en la presente obra, se levanta la única objeción de que están basadas en el sostenido estudio de la magia antigua y de su moderna forma el espiritismo. Aun ahora que se han vulgarizado los fenómenos de análoga naturaleza, confunden muchos la magia con la prestidigitación y el ilusionismo. En cuanto a los fenómenos espiritistas, ya que no sea posible negarlos por su abrumadora evidencia, se los tiene por alucinación de cuantos los presencian. Al cabo de muchos años de fomentar el trato de magos, ocultistas, hipnotizadores y demás profesores del arte en sus dos modalidades blanca y negra, nos creemos con sobrada idoneidad en tan controvertido y complejo asunto. Nos hemos relacionado con los fakires de la India y hemos presenciado sus comunicaciones con los pitris. Hemos observado los procedimientos y actuaciones de los derviches de la danza aullante; hemos tenido amistoso trato con los marabutos o santones musulmanes y con los encantadores de serpientes de Damasco y Benares, cuyos secretos pudimos sorprender. Por consiguiente, nos apena que científicos desconocedores de todos estos fenómenos y sin oportunidad para estudiarlos, los achaquen a meras habilidades de prestidigitación. Debieran suspender todo juicio hasta analizar por completo las fuerzas de la naturaleza, pues resulta de manifiesta incongruencia, por no decir mala fe, desdeñar asuntos que al fin y al cabo son de índole psicológica o fisiológica y rechazar sin más ni más la posibilidad de tan sorprendentes fenómenos.
            No cerjaremos en nuestro empeña, aunque hubiese de repetirse en nuestros días el insulto lanzado por Faraday, al decir con más espontaneidad que cultura cívica: “muchos perros aventajan en lógica a algunos espiritistas” (1). Los insultos no son argumentos y mucho menos pruebas. Porque hombres como Huxley y Tyndall califiquen el espiritismo de “creencia degradante” y la magia de “prestidigitación”, no por ello dejará la verdad de serlo. El escepticismo, ya dimane de un ignorante o de un erudito, es incapaz de invalidar la inmortalidad del alma. “La razón está sujeta a error”, dice Aristóteles, y así puede ocurrir que la opinión del más ilustre filósofo sea más equivocada que el vulgar sentido común de su analfabeto cocinero. En los Cuentos del Califa impío, el sabio, árabe Barrachias-Hassan-Oglu, dice prudentemente: “Guárdate, ¡oh hijo mío!, de la alabanza propia, porque embriaga con deleite. Aprovéchate de tu saber, pero respeta asimismo la sabiduría de tus padres. Y acuérdate, ¡oh amado mío!, de que la luz divina de la verdad de Allah alumbra a veces más fácilmente una mente rasa que otra que, por estar repleta de conocimientos, no da cabida al argentino rayo... Tal es el caso de nuestro sapientísimo cadi”.
Cuando Crookes emprendió en Londres la investigación de los fenómenos mediumnímicos, recrudecieron las acritudes y desdenes de los científicos europeos y americanos hacia tan misterioso problema. el insigne físico fue el primero en presentar al público uno de aquellos supuestos centinelas que guardaban las puertas cuyo dintel estaba prohibido atravesar. Después de Crookes, hubo otros científicos que tuvieron el heroico valor, dada la impopularidad del asunto, de ocuparse en serio de los fenómenos psíquicos.
            Mas por desgracia la flaqueza de la carne no correspondió a la voluntad del espíritu, y retrocedieron ante la pesada carga del ridículo, que cayó por entero sobre los hombros de Crookes. En cuanto al provecho obtenido por este sabio de sus investigaciones y al agradecimiento de sus propios colegas, basta leer las Investigaciones de los fenómenos espiritistas.

CONCLUSIONES  DE  CROOKES


            Al cabo de algún tiempo, los individuos designados para comprobar los experimentos de Crookes, hubieron de atestiguar, de acuerdo con éste, las siguientes conclusiones:
1ª  Que los fenómenos presenciados personalmente por ellos mismos, eran auténticos y de imposible simulación, por lo que no había más remedio que admitir la actuación de una fuerza desconocida.
            2ª  Que no les era posible afirmar si los fenómenos tenían por causa la acción de espíritus desencarnados, o entidades análogas; pero que eran innegables y contrariaban muchas hipótesis establecidas, así como también las leyes naturales (2).
            3ª  Que no obstante la combinación de esfuerzos para invalidar los fenómenos, hubieron de cerciorarse de su indisputable realidad, vislumbrando en ellos una fuerza natural, de ley todavía ignorada (3).
            Esto es precisamente lo que no satisfizo a los escépticos, porque antes de publicar el informe se había vaticinado la derrota de los espiritistas, y tal confesión por parte de los comisionados, hería en lo más vivo el amor propio de cuantos rehuyeron timoratamente las investigaciones. Era ya demasiado que burlasen las pesquisas de tan expertos físicos, unos vulgares y nefandos fenómenos tenidos hasta entonces, en opinión general de los doctos, por consejas de ayas o entretenimiento de criadas histéricas, y relegados al olvido por el Instituto de Francia. Una oleada de indignación cubrió el informe de los comisionados, según el mismo Crookes relata en su folleto La fuerza psíquica, encabezado muy hábilmente con la siguiente cita de Galvani: “Dos opuestas sectas me combaten: la de los que saben algo y la de los que no saben nada; pero estoy seguro de haber descubierto una de las mayores fuerzas naturales”.
            Después dice Crookes:
            “Tenían por seguro que el resultado de mis experimentos coincidiría con sus prejuicios y no deseaban la verdad, sino la corroboración de sus preconcebidas afirmaciones; pero al ver que los hechos resultantes de mis experiencias diferían de su opinión, se retractaron de sus anteriores excitaciones para la investigación de los fenómenos, diciendo: “Home es un hábil hechicero que nos ha engañado a todos”. “De la misma manera podía Crookes investigar las artimañas de un prestidigitador indo”. “Crookes debiera presentar testigos más fidedignos para que le creyéramos”. “La cosa es demasiado absurda para tomarla en serio”. “Si es imposible, no puede ser”. (Nunca declaré yo que fuera imposible, sino que era cierto). “A los investigadores se les ha sugestionado y por ello imaginaron ver lo que jamás hubo”. Así otros subterfugios por el estilo” (4).
            Todos cuantos de este modo se expresaron, redarguyeron además con hipótesis tan pueriles como la “cerebración inconsciente”, la contracción muscular involuntaria y la archiridícula del “chasquido de la rótula”, ansiosos de quitar toda importancia a la aparición de la nueva fuerza, hasta que al cabo de ignominiosos tropiezos se resolvieron al silencio, envueltos en el manto de la dignidad, no sin sacrificar a sus colegas en el altar de la opinión pública; pero al salir del palenque de la investigación, donde quedan campeones no tan temerosos, es muy posible que no vuelvan a entrar en él estos infortunados experimentadores (5).
            Es mucho más cómodo negar la realidad de los fenómenos psíquicos desde abrigadas posiciones, que señalarles lugar apropiado entre los fenómenos naturalesclasificados por las ciencias de observación. ¿Pero cómo podrán lograrlo si dichos fenómenos corresponden a la psicología que con sus ocultas y misteriosas fuerzas es país desconocido para la ciencia moderna? Así es que impotentes para explicar cuanto directamente procede de la naturaleza del alma humana, cuya existencia niegan los más de ellos, e incapaces por otra parte de confesar su ignorancia, arremeten vengativamente los científicos contra quienes sin presumir de sabios creen en el testimonio de sus sentidos.
            “Un puntapié tuyo, ¡oh Júpiter!, es suave”, dice el poeta Tretiakowsky en una antigua tragedia rusa. Lo mismo podemos decir respecto de los vastos conocimientos de los dioses mayores de la ciencia, en cuestiones menos abstrusas; mas aunque no imitemos su conducta, tampoco hemos de desconceptuarlos ante la opinión pública. Pero por desgracia, no son los dioses quienes más alto claman.

LOS  MONOS  DE  LA  CIENCIA


            El elocuente Tertuliano llama a Satán y sus retoños “monos de Dios”, porque remedan las obras del creador. Suerte tienen los filosofastros del día que no haya un nuevo Tertuliano para inmortalizarlos despectivamente como los “monos de la ciencia”.
            Pero volvamos a los verdaderos científicos. Dice Aksakof: “Los fenómenos de carácter meramente objetivo demandan la investigación de científicos que los expliquen; pero los pontífices de la ciencia quedan desconcertados ante una cuestión tan sencilla a primera vista, pues parece como si al tratar de ella se vieran en la precisión de faltar, no sólo a la suprema ley moral: la verdad, sino a la suprema ley científica: la experimentación... Advierten que algo muy importante hay en el fondo de todo ello, pues los casos de Hare, crookes, Morgan, Varley, Wallace y Butleroff sembraron entre ellos el pánico y temen que, de retroceder un paso, se vean precisados a abandonar todo el terreno. Los principios consagrados por el tiempo, las especulativas contemplaciones de toda una vida, de toda una generación, dependen de un sencillo vuelco de la suerte” (6). Ante experimentos tales como los de Crookes, Wallace, Hare y de la Sociedad Dialéctica, ¿qué cabe esperar de las lumbreras de erudición? La actitud respecto de fenómenos innegables es ya, por sí misma, otro fenómeno sencillamente incomprensible, a menos que admitamos una enfermedad psíquica tan contagiosa como la hidrofobia que, sin exigir nada por el descubrimiento, llamaríamos psicofobia científica. Deben de haber aprendido ya a estas horas en la amarga escuela de la experiencia, que las ciencias experimentales tienen su límite, pues mientras haya en la naturaleza un solo misterio inexplicado, es muy peligroso pronunciar la palabra imposible.
            En su Investigación de los fenómenos del espiritismo, somete Crookes a sus lectores las ocho hipótesis siguientes, respecto de los fenómenos observados:
            1ª  Los fenómenos son resultado de tretas, fraudes, combinaciones mecánicas y juegos de manos. Los médiums son impostores, y los concurrentes imbéciles.
            2ª  Los concurrentes son víctimas de alucinación e imaginan presenciar fenómenos sin realidad objetiva.
            3ª  Los fenómenos son resultado de la acción cerebral, ya consciente, ya inconsciente.
            4ª  El espíritu del médium se compenetra con el de todos o parte de los concurrentes.
            5ª  El espíritu maligno asume la personalidad que le place, con propósito de perjudicar a la religión y perder las almas de los hombres (7).
            6ª  Los fenómenos resultan de la acción de entidades no pertenecientes a la especie humana, pero que viven en la tierra y son capaces de manifestar su presencia en algunas ocasiones. En todo tiempo, y según la época, recibieron estas entidades los diversos nombres de gnomos, hadas, salamandras, sílfides, ondinas, ogros, duendes, trasgos, genios, diablos, enanos, etc. (8).
            7ª  Los fenómenos se deben a la acción de las almas de los difuntos (9).
            8ª  La energía psíquica opera, por medio de las entidades aludidas, en las cuatro hipótesis inmediatamente precedentes.
            La primera hipótesis sólo es válida en casos, por desgracia demasiado frecuentes, pero no tiene importancia alguna con relación a los fenómenos de por sí. Las segunda y tercera son los últimos reductos en que se guarecen los escépticos y materialistas, a quienes puede aplicarse el aforismo jurídico: Adhuc sub judice lis est. Por lo tanto, sólo hemos de analizar las otras cuatro hipótesis en las que podremos incluir la octava.

            En prueba de lo muy expuesta a error que está toda opinión científica, compararemos los diversos artículos que sobre los fenómenos espiritistas escribió Crookes desde 1870 a 1875. De uno de ellos entresacamos el siguiente pasaje:

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