jueves, 27 de marzo de 2014

ISIS SIN VELO- Capitulo II (Parte II)




OPINIONES  DE  CROOKES


            “El perfeccionamiento y difusión de los métodos científicos facilitarán la exactitud de las observaciones, con estímulos de mayores anhelos de verdad, en los investigadores futuros, cuyos descubrimientos lanzarán los vanos residuos del espiritismo al desconocido antro de la magia y de la nigromancia”.
            

Sin embargo, en 1875 describía el mismo crookes, con profusión de pormenores, los fenómenos producidos por el materializado espíritu llamado Catalina King (10). No cabe suponer que durante dos o tres años seguidos estuviera Crookes sujeto a algtuna sugestión extraña o alucinado por completo, pues la materializada forma de Catalina King se le aparecía en su propio despacho en circunstancias incompatibles con todo fraude, y la vieron y oyeron centenares de testigos. Sin embargo, dice Crookes que jamás creyó que Catalina King fuera un espíritu desencarnado. Aun admitiendo la afirmación de Crookes bajo su sola palabra, tendríamos que la materializada forma había de ser forzosamente una de las entidades enumeradas en la sexta hipótesis, según opina el mismo Crookes (11). Y por cierto, que tan sólo a un hada pudiera aplicarse la poética descripción del insigne físico cuando de ella dice:
            

“Aparece rodeada de un ambiente de vida, y sus dulces y serenos ojos, tan bellos como los pensamientos celestiales, acrecientan con su mirada la diafanidad del aire. Ante su avasalladora presencia, sentimos que no fuera idolatría hincarnos de rodillas” (12). Así es que después de haber escrito en 1870 tan acerbas frases contra el espiritismo y la magia, después de declarar que todo le parecía cosa de superstición, o por lo menos de inexplicable fraude o alucinación de los sentidos, dice Crookes cinco años más tarde:
            “Mayor repugnancia siente mi razón, por contrario al sentido común, a creer que la Catalina King de estos tres pasados años, sea ilusorio efecto de fraudes e imposturas, que creer que sea lo que ella misma afirma ser” (13).
            
Esta observación demuestra concluyentemente:
           
1º  Que si bien Crookes tenía el pleno convencimiento de que la forma materializada Catalina King era una entidad, no creía que fuese el médium, ni difunto alguno, sino, por el contrario, una desconocida fuerza de la naturaleza, propensa a las expansiones del amor y de la alegría retozona.
           
2º  Que a pesar de su absoluta certeza de la existencia de aquella nueva fuerza, no variaba el eminente investigador su escéptica actitud respecto de la cuestión. En una palabra: creía firmemente en el fenómeno, pero negaba que lo produjera la acción del espíritu de un difunto.
           
Nos parece que por lo concerniente a los prejuicios del vulgo, esclarece Crookes un misterio para sumir a las gentes en otro todavía mayor, es decir, que le resulta el obscurum per obscurius, pues al rechazar los despreciables residuos del espiritismo, se sumerge temerariamente el audaz científico en el desconocido limbo de la magia y la nigromancia.
            

Las leyes hasta ahora conocidas de las ciencias físicas, apenas intervienen en los fenómenos espiritistas, por muy objetivos que sean, y aunque de ellos se infieran visiblemente los efectos de una fuerza desconocida, no han podido todavía los científicos comprobarlos a su sabor ni descubrir las condiciones necesarias y suficientes para su producción, porque ello requiere un estudio tan profundo de la trina naturaleza física, psíquica y espiritual del hombre, cual en otro tiempo lo hicieron los magos, teurgos y taumaturgos.
           

Hasta ahora, aun los mismos que, a ejemplo de Crookes, han investigado atenta e imparcialmente los fenómenos psíquicos, prescindieron de la causa como si de antemano la diputaran por investigable y les conturbase lo mismo que la causa primera de los fenómenos cósmicos, cuyos infinitos efectos tan cachazudamente observan y clasifican. Sus procedimientos de investigación igualan en insensatez a aquel que para encontrar las fuentes de un río, caminase hacia la desembocadura. Tan mezquino concepto tienen de la posible acción de las leyes naturales, que, o niegan aun las más sencillas modalidades de fenómenos psíquicos, o han de atribuirlos a milagros que la ciencia rechaza por absurdos, resultando de todo ello desprestigiados los científicos. Si estos hubieran estudiado los llamados “milagros”, en vez de negarlos, de seguro que ya conocerían muchas leyes naturales que los antiguos conocieron. Como dice Bacon: “El convencimiento no dimana de los argumentos, sino de la experimientación”.

AUTENTICIDAD  DEL  ALKAHEST


            Los antiguos, y sobre todo los magos y astrólogos caldeos, se distinguieron siempre por su ardiente anhelo de inquirir la verdad en las diversas ramas de la ciencia, pues se esforzaban en penetrar los secretos de la naturaleza, por los mismos métodos de observación y experimentación a que recurren los modernos investigadores; y si estos se resisten a creer que aquéllos ahondaran mucho más en los misterios del universo, no por ello es justo negar que poseyeran vastos conocimientos, ni tampoco acusarles de superstici`´on, pues lejos de haber prueba de estas imputaciones, cada nuevo descubrimiento arqueológico es un testimonio a su favor. 

Nadie les ha superado aún en conocimientos químicos, y a este propósito dice Wendell en su famosa conferencia acerca de Las Artes perdidas, que “la química llegó en tiempos antiguos a una altura no alcanzada ni siquiera bordeada por nosotros”. Conocieron el vidrio maleable que, suspendido de un extremo, se iba distendiendo por su propio peso, hasta adelgazarse en forma de cinta flexible que podía arrollarse a la muñeca, y cuyo secreto de fabricación fuera para nosotros tan difícil como volar hasta la luna. Está históricamente comprobado, que un extranjero llevó a Roma, en tiempo de Tiberio, una copa de cristal que al caer sobre el pavimento de mármol no se rompía, sino que tan sólo se abollaba y era fácil restituirle su primitiva forma a martillazos. 

Si los modernos dudan de ello es porque no saben hacerlo. En Samarcanda y en algunos monasterios del Tíbet, pueden verse hoy día copas y otros objetos de cristal maleable, con añadidura de haber allí quienes afirman que pueden fabricarlos, gracias a su conocimiento del tan ridiculizado alkahest o disolvente universal que, según Paracelso y Van Helmont, es un agente natural “capaz de reducir todos los cuerpos sublunares, así homogéneos como heterogéneos, a su ens primum o substancia primaria, convirtiéndolos en un licor uniforme y potable, que aun mezclado con agua u otro zumo cualquiera no pierde su virtud, y si otra vez se mezcla consigo mismo se convierte en agua pura y elemental”. ¿Qué inconveniente hay en admitir la posibilidad de todo esto? ¿Por qué ha de ser utópico este disolvente? ¿Acaso porque los químicos modernos no lo han descubierto? Sin mucho esfuerzo podemos concebir que todos los cuerpos dimanan de una substancia primaria que de acuerdo con la astornomía, geología y física, debió de ser fluida en su originario estado. ¿Por qué no puede el oro, cuya génesis desconocen los químicos modernos, haber sido primitivamente una substancia básica del oro, un fluido pesado que, como dice Van Helmont, “por su propia naturaleza y por la firme cohesión de sus partículas tomó el estado sólido”? No es, por lo tanto, despropósito creer que haya una substancia universal que reduzca todos los cuerpos a su genérica substancia

Van Helmont la califica de “la sal más poderosa y principal que en su grado máximo de simplicidad, pureza y sutilidad, no se altera al reaccionar sobre otras materias, y tiene suficiente energía para disolver el cuarzo, las piedras preciosas, el vidrio, la sílice, el azufre y los metales, formando una sal roja de peso equivalente al de las materias disueltas con tanta facilidad como el agua caliente disuelve la nieve”.
           
Éste es el fluido que aún hoy se emplea para sumergir el vidrio común y darle maleabilidad.
            
Tenemos una prueba palpable de semejantes posibilidades. Un corresponsal extranjero de la Sociedad Teosófica, famoso médico que hace más de treinta años se dedica al estudio de las ciencias ocultas, ha obtenido el primario elemento del oro al que llama legítimo aceite de oro, que analizado por muchos químicos, se han visto precisados a confesar que no acertaban con el procedimiento de obtención. No debe extrañarnos que este médico se resista a publicar su nombre, pues el ridículo y las preocupaciones vulgares son a veces más peligrosas que la Inquisición antigua. La tierra adámica es de linaje emparentado con el alkahest y uno de los más importantes secretos alquímicos, que ningún cabalista divulgará, pues como dice muy bien en lenguaje simbólico: “daría explicación de las águilas de los alquimistas y las águilas tienen las alas cortadas”. Es un secreto que Tomás Vaughan (Eugenio Filaleteo), tardó veinte años en aprender.

ELOGIO  DE  PARACELSO


            A medida que la aurora de las ciencias físicas fue acrecentándose en luz diurna, las ciencias espirituales se sumergieron en cada vez más densas sombras, hasta el punto de negarlas muchos muy rotundamente. A los eminentes psicólogos de otras épocas se les tiene hoy por ignoprantes y supersticiosos, cuando no por saltimbanquis y prestidigitadores, pues el sol de la ciencia brilla en nuestros días con tal esplendor, que parece axiomático que los antiguos nada sabían y estaban envueltos en las brumas de la superstición. Pero olvidan sus detractores que el sol de nuestro tiempo será obscura noche en comparación del luminar futuro, uy que así como los científicos de nuestro siglo tildan de ignorantes a sus antepasados, tal vez sus descendientes digan de ellos que nada sabían.
         
   La marcha del mundo es cíclica. Las razas futuras serán reproducción de otras hace siglos desaparecidas, mientras que la nuestra acaso reproduce la existente diez mil años atrás. Tiempo ha de llegar en que reciban su merecido cuantos hoy detractan úblicamente a los herméticos, pero que en privado consultan sus polvorientos volúmenes para plagiar sus ideas. A este propósito exclama honradamente Pfaff: “¿Quién ha tenido tan claro concepto de la naturaleza como Paracelso? Fue el audaz fundador de la química médica y de innovadoras escuelas, victoriosas en la controversia, y uno de los pensadores que dieron más acertada orientación al estudio de la naturaleza de las cosas. Lo que en sus obras dice acerca de la piedra filosofal, de los pigmeos y gnomos, de los homúnculos, del elixir de larga vida y demás temas hoy aducidos por sus detractores para regatearle méritos, no pude debilitar nuestro agradecimiento y admiración por sus obras y por su noble vida” (14).
           
Muchos médicos, químicos y magnetizadores nutrieron su mente en las obras de Paracelso. De él tomó Hufeland su teoría de las enfermedades infecciosas, a pesar de que Sprengel le llama “el charlatán de la Edad Media”, si bien en cambio reivindica Hemman la memoria del insigne filósofo diputándole noblemente por el químico más ilustre de su época” (15). Lo mismo dicen Molitor (16) y el eminente psicólogo alemán Ennemoser (17), de cuyos estudios sobre Paracelso se infiere que este hermético fue “el más admirable talento de su tiempo”. Pero las lumbreras modernas presumen de aventajarle en sabiduría, y han hundido en el “limbo de la magia” las ideas de los rosacruces acerca de los espíritus elementales, duendes y hadas como si fueran cuentos infantiles (18).
          
  Concedemos de buen grado a los escépticos que en la mitad y más de los fenómenos psíquicos interviene el fraude más o menos hábilmente dispuesto, según prueban recientes manifestaciones de médiums materializados; pero quedan todavía muchísimos otros fenómenos perfectamente auténticos, en espera de comprobación por parte de los científicos que se verán precisados a efectuarla con toda sinceridad, cuando los espiritistas sean lo suficientemente razonables para no proporcionar armas a sus adversarios.

EL  ESPIRITISMO  CLERICAL


            ¿Qué concepto formarán los espiritistas sensibles del espíritu guía que después de haberse servido año tras año de un pobre médium, lo abandona de repente cuando más necesita de su auxilio? Tan sólo seres sin alma ni conciencia pueden hacerse reos de tamaña injusticia. ¿Es acaso por la fuerza de las circunstancias? Mero sofisma. ¿Qué espíritus son esos que no convocan si es necesario un ejército de espíritus amigos para salvar al inocente médium del abismo abierto bajo sus plantas? Lo que sucedió en pasados tiempos puede también suceder en los nuestros. Apariciones hubo antes del espiritismo moderno y fenómenos análogos a los de hoy se produjeron en toda época. Si las presentes manifestaciones psíquicas son ciertas e indudables, también debieron serlo los milagros y proezas taumatúrgicas de la antigüedad, porque los de ayer no tienen mejor testimonio que los de hoy. 

Pero aun cuando admitamos la impostura de los dos tercios de manifestaciones psíquicas que torrencialmente van derramándose de uno a otro extremo del globo, ¿qué decir de las indudablemente auténticas? Entre los fenómenos comprobados, hay sublimes, magnas y divinas comunicaciones dadas por médiums, ya profesionales, ya espontáneos. A veces son niños y personas sencillas de cuya boca recibimos enseñanzas, máximas filosóficas, poesías, oraciones inspiradísimas, composiciones musicales y obras pictóricas dignas de los comunicantes. Con frecuencia se han cumplido sus vaticinios, y a veces se elevaron a disquisiciones morales de positiva eficacia. ¿Quiénes son estos espíritus, estas inteligentes potestades, externas sin duda alguna al médium, y con entidad per se. Verdaderamente, son inteligencias tan distintas de los trasgos y duendes, como el día de la noche.
            
Reconocemos la gravedad del caso. Cada vez va generalizándose más la sujeción de los médiums a esos “espíritus” falaces con apariencia, diabólica, cuyos efectos se multiplican perniciosamente. Algunos de los mejores médiums se han retirado de las sesiones públicas y el movimiento espiritista toma cariz de iglesia. Nos atrevemos a pronosticar que si los espiritistas no aprenden en la filosofía a distinguir de espíritus y precaverse de los de mala índole, antes de veinticinco años se habrán refugiado en la iglesia romana huyendo de los “guías y directores a que por tanto tiempo estuvieron aficionados”. Ya empiezan a manifestarse las señales de esta catástrofe. En el reciente Congreso de Filadelfia hubo quienes propusieron fundar una secta de espiritistas cristianos. Esto se deriva de que, separados de la Iglesia e ignorantes de la filosofía de los fenómenos y de la naturaleza de las entidades espirituales, están sumidos en un mar de incertidumbres como buque sin timón ni brújula. No pueden substraerse al dilema: o con Porfirio o con Pío IX.
           

Aunque científicos tan legítimos como Wallace, Crookes, Wagner, Butlerof, Varley, Buchanan, Hare, Reichenbach, Thury, Perty, Morgan, Hoffmann, Goldschmidt, Gregory, Flammarion, Cox y algunos otros creen firmemente en los fenómenos psíquicos, hay entre ellos quienes rechazan la hipótesis de que tengan por causa los espíritus de los difuntos. Por lo tanto, es lógico suponer que si la Catalina King, de Londres, de tan notoria autenticidad, no es el espíritu de un difunto, había de ser forzosamente el condensado fantasma astral de alguna entidad, o bien uno de los duendes de los rosacruces o, en último término, una fuerza natural todavía desconocida. Pero poco importa que sea espíritu angélico o maligno desde el momento en que, según rigurosas comprobaciones, no era una forma sólida y densa, sino una aparición, un aliento, un espíritu. Es una inteligencia que actúa externamente al organismo del médium y, por lo tanto, forzoso es reconocerle existencia, aunque invisible. Pero ¿qué es este alguien impalpable que piensa y habla, si no es persona humana?; ¿cómo manifestaría emoción, remordimiento, temor, alegría y demás afectos anímicos si de por sí no sintiese?; ¿por qué algunas de estas misteriosas manifestaciones se gozan en burlar al investigador sincero y menosprecian los más nobles sentimientos humanos? Tan sólo el verdadero psicólogo es capaz de desentrañar este misterio si cuida de consultar las polvorientas obras de los desdeñados herméticos y teurgos.
           

Dice el famoso platonista (19) Enrique More al replicar a un escéptico de su época llamado Webster, que negaba los fenómenos psíquicos:
           
“Respecto a la opinión sustentada por la mayor parte de los predicadores reformados, de que el demonio tomó la figura de Samuel al aparecerse a Saúl, no merece tenerla en cuenta. Sin embargo, yo creo que en muchas de estas apariciones nigrománticas intervienen espíritus burlones, pero de ningún modo se aparecen las almas de los difuntos. Respecto de la aparición del alma de Samuel, y lo mismo en otros casos de nigromancia, creo que pueden ser debidos a espíritus como los que Porfirio describe, los cuales asumen las más variadas formas y aspectos, de modo que unos aparecen en figura de demonios y otros en la de ángel o en la de algún difunto. Un espíritu de este linaje pudo muy bien personificar a Samuel, por más que Webster lo niegue con burdos y endebles argumentos”.

NOMBRES NUEVOS PARA IDEAS VIEJAS


            Cuando tan insigne filósofo como Enrique More da semejante testimonio, bien vale decir que fundamos sólidamente nuestra opinión. Investigadores muy eruditos, pero también muy escépticos en lo referente a los espíritus en general y a los de los difuntos en particular, se han devanado los sesos durante los últimos veinte años para dar nombres nuevos a una idea antiquísima. Según Crookes, Sergeant y Cox, la causa de los fenómenos es la “fuerza psíquica”; Thury la llama psícoda o fuerza ectérnica; Balfour Stuart, fuerza electro-biológica; Faraday, tan insigne físico como torpe psicólogo, “acción muscular inconsciente” y “cerebración inconsciente”, con otras denominaciones por el estilo; Hamilton, un pensamiento latente; Carpenter, “idea motora capital”. Tantos científicos, tantos nombres.
           
Hace años, el filósofo alemán Schopenhauer afirmó la coexistencia de la materia y de la fuerza, diciendo que el universo es la voluntad manifestada en fuerzas cuyas modalidades corresponden a los diferentes grados de objetividad. Esta doctrina aceptó Vallace al convertirse al espiritualismo, y fue precisamente la expuesta por Platón al decir que “todas las cosas visibles proceden de la invisible y eterna voluntad que las modela, y que los cielos están plasmados en el eterno modelo del “mundo ideal” contenido en el dodecaedro o arquetipo geométrico de la Divinidad” (20). Según Platón, la substancia primaria emanó de la mente demiúrgica (nous) donde desde la eternidad reside la idea del mundo que ha de ser y que es en cuanto la idea emana de la divina mente (21). Las leyes de la naturaleza no son ni más ni menos que las relaciones entre la idea demiúrgica y sus diversas formas de manifestación (22) cuyo número cambia de continuo dentro del tiempo y del espacio.
            Sin embargo, distan mucho de ser estas enseñanzas originales de Platón, pues en los Oráculos caldeos se lee: “Las obras de la naturaleza coexisten con la intelectual (...) y espiritual luz del Padre. Porque el alma (...) adorna el inmenso cielo y lo embellece según voluntad del Padre” (23).
            Por su parte dice Filón, a quien erróneamente se le supone discípulo de Platón: “El mundo incorpóreo estaba ya entonces fundamentado en la mente divina” (24).
            La Teogonía de Mochus admite dos principios: el éter y el aire, de los que procede el Dios manifestado (...) el dios Ulom o universo material y visible (25).
            En los Himnos Órficos, el Eros-Phanes nace del huevo espiritual fecundado por el viento etéreo, símbolo del “espíritu de Dios” que desde toda eternidad cobija la ideación divina (26).
            En el Kathopanishada, el Espíritu divino (Purusha) es preexistente a la substancia primordial con la que se une para engendrar el Mahâ-Atmâ o Brahmâ, es decir, el Espíritu de vida (27), el Anima Mundi, equivalente a la Luz Astral de los teurgos y cabalistas.
            Pitágoras aprendió sus doctrinas en los santuarios de Oriente, encubriéndolas bajo simbolismos numéricos; pero su discípulo Platón las expuso en forma más inteligible, de modo que las comprendieran los no iniciados, aunque manteniendo todavía las fórmulas esotéricas. Así dice que el Pensamiento divino es el padre, la Materia la madre y el Cosmos el hijo (28).
            Según afirma Dunlap (29), en la religión egipcia había un Horus mayor, hermano de Osiris, y un Horus menor, hijo de Osiris y de Isis. El primero simbolizaba la idea del universo, contenida en la mente demiúrgica, la idea “surgida en la obscuridad antes de la creación del mundo”; y el segundo era la misma idea ya emanada del Logos, revestida de materia y actualizada en existencia (30).

FUERZA  CONTRA  FUERZA


            Dicen los Oráculos caldeos: “El Dios del mundo es eterno, ilimitado, joven y viejo y de forma sinuosa” (31).
            La frase “forma sinuosa” es símbolo de la vibración de la luz Astral que los sacerdotes de la antigüedad conocían perfectamente, aunque no tuvieran del éter el mismo concepto que los modernos, pues por éter significaban la Idea eterna, compenetrada en el universo, es decir, la Voluntad que actualizada en energía organiza la materia.
            Dice Van Helmont: “La voluntad es la potencia capital y superior de todas. La voluntad del creador puso en movimiento todas las cosas. La voluntad es atributo de todas las entidades espirituales y se desenvuelve con tanta mayor actividad cuanto más libre está de la materia”.
           
Y Paracelso, por sobrenombre “el divino”, añade: “La fe ha de ser la corroboradora de la imaginación, pues por la fe se establece la voluntad... en todas las obras mágicas, es requisito indispensable la firmeza de voluntad... Las artes no tienen reglas fijas y ciertas, porque los hombres no saben imaginar ni creer en el resultado eficaz de lo que imaginan”. La negativa energía de la incredulidad y el escepticismo, aplicada en la misma dirección, pero en sentido contrario y con igual intensidad, es la única potencia capaz de resistir a la positiva energía del espiritualismo y de equilibrarla dinámicamente. 

No les ha de maravillar, por lo tanto, a los espiritistas que la presencia de escépticos empedernidos o de quienes asistan a las sesiones con preconcebida animosidad, sea impedimento para la manifestación fenoménica, pues si no hay en la tierra ningún poder consciente sin otro opuesto a su acción, ¿qué tiene de extraño quje el poder inconsciente de un médium quede paralizado de pronto por otro poder opuesto y también inconscientemente ejercido? Tyndall y Faraday se engrieron de que no ocurriera fenómeno alguno mientras estuvieron presentes en las sesiones. Sin embargo, esto debiera haber demostrado a tan eminentes físicos la existencia de una fuerza merecedora de su atención, pues si las manifestaciones hubiesen sido fraudulentas en grado bastante para engañar a los concurrentes, no se librara del engaño ni el mismo Tyndall, a pesar de su valía científica, no acorde por cierto con su falta de maliciosa observación. Nadie ha superado en obras milagrosas a Jesús, y sin embargo, la corriente de su voluntad tropezó a veces con el escepticismo de las gentes, según corrobora aquel pasaje que dice: “Y no obró allí prodigios a causa de la incredulidad de las gentes”.
          
  En la filosofía de Schopenhauer se vislumbran estos mismos conceptos, y no harían mal los modernos investigadores si la estudiaran, pues en ella encontrarían singulares hipótesis basadas en ideas antiguas, aparte de especulaciones acerca de los nuevos fenómenos psíquicos que les ahorraran el trabajo de pergeñar otras. Las fuerzas psíquica, ecténica y electro-biológica, el pensamiento latente, la cerebración inconsciente y todas las hipótesis forjadas por los modernos investigadores, pueden resumirse en dos palabras: la luz astral de los cabalistas.

OPINIONES  DE  SCHOPENHAUER


            Los valientes conceptos de Schopenhauer difieren completamente de los de la mayoría de experimentadores. Dice el ilustre filósofo: “En realidad no cabe distinguir entre materia y espíritu. La gravitación de una piedra es tan inexplicable como el pensamiento en el cerebro humano. Si no sabemos por qué cae al suelo un objeto material, tampoco sabremos si este objeto es o no capaz de pensar... Aun en las mismas ciencias físicas, tan pronto como pasamos de lo experimental a lo especulativo, de lo físico a los metafísico, nos atajan el paso las enigmáticas fuerzas de cohesión, afinidad, gravitación, etc., cuyo misterio es para nuestros sentidos tan profundo como la voluntad y el pensamiento humanos. Entonces nos vemos frente a frente de las inescrutables fuerzas de la naturaleza. ¿Dónde está, pues, esa materia que presumís de conocer tan bien y con la que os creéis familiarizados hasta el punto de deducir de ella todas vuestras teorías y de atribuirle cuanto os parece? Nuestra razón y nuestros sentidos sólo son capaces de conocer lo superficial, pero jamás penetrarán en la íntima substancia de las cosas. Tal era la opinión de Kant. Si admitís algo espiritual en el hombre, forzosamente habéis de admitirlo también en la piedra. Si vuestra muerta y pasiva materia tiene la propiedad de gravitar, atraer, repeler y fulgurar, no es razón negarle la de pensar como piensa el cerebro. En suma: cada partícular del llamado espíritu puede substituirse equivalentemente por otra de materia, y cada partícula de materia, por otra de espíritu... Así resulta que la cartesiana división de las cosas en materia y espíritu es filosóficamente inexacta, y conviene diferenciarlas en voluntad y manifestación, con la ventaja de espiritualizar todas las cosas, pues lo real y objetivo, los cuerpos y la materia de la división cartesiana, los consideramos como manifestación dimanante de la voluntad” (32).
          
  Estas opiniones corroboran lo que ya dijimos acerca de las diversas denominaciones dadas a una misma cosa, como si los adversarios disputaran sobre palabras. Llámese fuerza, energía, electricidad, magnetismo, voluntad o potencia espiritual a la causa del fenómeno, siempre será la parcial manifestación del alma, encarnada o desencarnada, de una partícula de la inteligente, omnipotente e individual Voluntad que llena la naturaleza toda y a que, por insuficiencia de lenguaje humano para expresar los conceptos psicológicos, llamamos Dios.
            Las ideas que sobre este punto exponen algunos filósofos modernos son erróneas en muchos aspectos, desde el punto de vista cabalístico. Hartmann califica sus propias opiniones de prejuicio instintivo y afirma que la experimentación no ha de tener por objeto la materia propiamente dicha, sino las fuerzas que en ella actúan, de lo cual infiere que la llamada materia es tan sólo agregación de fuerzas atómicas, pues de lo contrario sería la materia una palabra sin sentido científico. Mas a pesar de su sincera confesión, de que nada saben con seguridad acerca de ella (33), los experimentadores físicos, fisiólogos y químicos divinizan la materia. Todo fenómeno con cuya explicación no aciertan, sirve de incienso en el altar de la diosa predilecta de la ciencia.
          
  Nadie trata tan magistralmente este asunto como Schopenhauer en su Parerga. Estudia detenidamente el magnetismo animal, la terapéutica simpática, la profecía, la magia, los agüeros, las apariciones espectrales y otros fenómenos psíquicos, respecto de lo cual dice: “Todas estas manifestaciones son ramas del mismo árbol y prueban irrefutablemente la existencia de una categoría de seres pertenecientes a un orden de la naturaleza muy distinto del que se basa en las leyes del espacio, del tiempo y de la adaptación. Este otro orden es mucho más profundo porque es el originario y directo, y de nada valen las comunes leyes de la naturaleza que tan sólo atañen a la forma. Por lo tanto, bajo el régimen de este orden superior, ni el tiempo ni el espacio pueden separar a las entidades individuales, y la separación determinada por las formas corpóreas no son barreras infranqueables para el intercambio de pensamientos y la inmediata acción de la voluntad. De este modo pueden ocurrir cambios por procedimientos completamente diferentes de la causalidad física, es decir, mediante la voluntad manifestada en acción, externamente al individuo. Así resulta que el carácter peculiar de las antedichas manifestaciones es la visión y acción a distancia, tanto respecto del tiempo como del espacio. Esta acción a distancia es precisamente la característica fundamental de la llamada magia, porque es la acción inmediata de nuestra voluntad, una acción independiente de las condiciones causales de la acción física, es decir, del contacto material.
            
“Además, estas manifestaciones contradicen lógica y esencialmente el materialismo, y aún el naturalismo, porque de ellas se infiere que el orden de cosas consideradas por estas dos últimas escuelas como absolutas y exclusivamente legítimas, resultan, por el contrario, superficiales y fenoménicas, en cuyo fondo hay algo aparte y del todo independiente de sus propias leyes. Por lo tanto, estas manifestaciones psíquicas son las más importantes de cuantas se han ofrecido al estudio de observación, por lo menos desde el punto de vista puramente filosófico, y todo científico está obligado a conocerlas” (34).
           
La comparación entre los filosóficos conceptos de Schopenhauer y las superficiales generalidades de algunos académicos franceses, nos servirá tan sólo para acreditar la valía intelectual de ambas escuelas. Ya hemos visto que la alemana trata profundamente las cuestiones filosóficas y ahora podemos cotejarla con lo mejor de cuanto el astrónomo Babinet y el químico Boussingault nos dicen de los fenómenos psíquicos. En el curso de 1854 a 1855, presentaron estos dos distinguidos intelectuales a la Academia de Ciencias de París, una memoria en la que corroboraban y al mismo tiempo aclaraban la demasiado compleja hipótesis con que el doctor Chevreuil explicaba el fenómeno de las mesas rotatorias, investigado por la comisión científica de que formaba parte. Dice así:

LAS  MESAS  ROTATORIAS


            “Respecto a los supuestos movimientos y oscilaciones de ciertas mesas, no puede atribuírseles otra causa que las invisibles e involuntarias vibraciones del sistema muscular del experimentador, de modo que la continuada contracción de los músculos acaba por establecer una serie de vibraciones que determinan un temblor visible cuyo efecto es la rotación de la mesa, con energía bastante para acelerar el movimiento y para transmutarlo en resistencia cuando se le quiere detener. De aquí que no ofrezca dificultad alguna la clara explicación física del fenómeno” (35).
           
Ciertamente que esta hipótesis resulta tan clara como una nebulosa de las observadas por el astrónomo Babinet en noche de niebla. Pero, no obstante su claridad, le falta la importantísima condición del sentido común. No sabemos si Babinet acepta o no como último recurso la afirmación de Hartmann respecto a que “los visibles efectos de la materia son efectos de la fuerza”, y que para tener claro concepto de la materia debemos tenerlo previamente de la fuerza. La escuela a que pertenece Harmann, cuyos principios aceptan en parte los sabios alemanes, enseña que el problema de la materia sólo puede resolverlo aquella fuerza a cuyo conocimiento llama Schopenhauer “ciencia mágica” o “acción de la voluntad”. Por lo tanto, es preciso saber ante todo si las “vibraciones involuntarias del sistema muscular del experimentador” que al fin y al cabo son “efectos de la materia” están determinadas por una voluntad externa al experimentador o propia de él. Si lo primero, sería un epiléptico inconsciente, según Babinet; si lo segundo, atribuye las respuestas inteligentes de la mesa parlante a un “ventriloquismo inconsciente”. Sabemos que, según la escuela alemana, toda acción de la voluntad se manifiesta en fuerza, y las manifestaciones de las fuerzas atómicas son acciones individuales de la voluntad, que dan por resultado la espontánea precipitación de los átomos en imágenes concretas, ya forjadas subjetivamente por la voluntad. De acuerdo con su maestro Leucipo, enseñaba Demócrito que los átomos en el vacío fueron el principio de todas las cosas existentes en el universo, entendiendo por vacío, en sentido cabalístico, la Divinidad latente cuya primera manifestación es la voluntad que comunica el primer impulso a los átomos que, al cohesionarse, constituyen la materia. Sin embargo, el nombre de vacío es menos apropiado que su sinónimo caos, porque, según los peripatéticos, “la naturaleza tiene horror al vacío”.

           
Las alegorías, aparte de otros elementos de juicio, demuestran que, mucho antes de Demócrito, estaban yha familiarizados los antiguos con la idea de la indestructibilidad de la materia. Movers define el concepto fenicio de la ideal luz solar, diciendo que era la espiritual influencia emanada del supremo Dios, Iao, la luz tan sólo concebible por la mente, el principio así físico como espiritual de todas las cosas del cual emana el alma. Es la esencia masculina o sabiduría, mientras que el caos es la esencia femenina. Así tenemos, que la materia y el espíritu eran ya para los fenicios los dos principios coeternos e infinitos. Esta teoría es tan antigua como el mundo, y no fue Demócrito su autor, pues la intuición del hombre precedió al ulterior desenvolvimiento de su razón. Las escuelas materialistas son incapaces de explicar los fenómenos ocultos, porque niegan a Dios, en quien reside la Voluntad. Su desconocimiento de los fenómenos psíquicos, y lo absurdo de las hipótesis con que pretenden explicarlos, dimanan de que a priori desdeñan cuanto puede empujarles a trasponer los límites de las ciencias experimentales y entrar en los dominios de la psicología o de la que no fuera incongruente llamar fisiología metafísica. Los filósofos antiguos afirmaban que todas las cosas visibles e invisibles surgían a la existencia por manifestación de la Voluntad, a que Platón llamó Idea divina, y que así como esta Idea da existencia objetiva a la materia con sólo enfocar su voluntad en un centro de fuerzas localizadas, así también el hombre, el microcosmos respecto del macrocosmos, da forma objetiva a la materia en proporción del vigor de su voluntad. Los átomos imaginarios (36) son como operarios movidos automáticamente a influjo de la Voluntad universal que en ellos se enfoca y, manifestada en fuerza, los pone en actividad. El proyecto del futuro edificio está en la mente del Arquitecto y es reflejo de su voluntad que, abstracta desde el momento de concebirlo, se concreta en cuanto los átomos imaginarios obedecen a los puntos, líneas y formas trazadas en la mente del divino geómetra.

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