OPINIONES DE
CROOKES
“El
perfeccionamiento y difusión de los métodos científicos facilitarán la
exactitud de las observaciones, con estímulos de mayores anhelos de verdad, en
los investigadores futuros, cuyos descubrimientos lanzarán los vanos residuos
del espiritismo al desconocido antro de la magia y de la nigromancia”.
Sin
embargo, en 1875 describía el mismo crookes, con profusión de pormenores, los
fenómenos producidos por el materializado espíritu llamado Catalina King (10).
No cabe suponer que durante dos o tres años seguidos estuviera Crookes sujeto a
algtuna sugestión extraña o alucinado por completo, pues la materializada forma
de Catalina King se le aparecía en su propio despacho en circunstancias
incompatibles con todo fraude, y la vieron y oyeron centenares de testigos. Sin
embargo, dice Crookes que jamás creyó que Catalina King fuera un espíritu
desencarnado. Aun admitiendo la afirmación de Crookes bajo su sola palabra,
tendríamos que la materializada forma había de ser forzosamente una de las
entidades enumeradas en la sexta hipótesis, según opina el mismo Crookes (11).
Y por cierto, que tan sólo a un hada pudiera aplicarse la poética descripción
del insigne físico cuando de ella dice:
“Aparece
rodeada de un ambiente de vida, y sus dulces y serenos ojos, tan bellos como
los pensamientos celestiales, acrecientan con su mirada la diafanidad del aire.
Ante su avasalladora presencia, sentimos que no fuera idolatría hincarnos de
rodillas” (12). Así es que después de haber escrito en 1870 tan acerbas frases
contra el espiritismo y la magia, después de declarar que todo le parecía cosa
de superstición, o por lo menos de inexplicable fraude o alucinación de los
sentidos, dice Crookes cinco años más tarde:
“Mayor
repugnancia siente mi razón, por contrario al sentido común, a creer que la
Catalina King de estos tres pasados años, sea ilusorio efecto de fraudes e
imposturas, que creer que sea lo que ella misma afirma ser” (13).
Esta
observación demuestra concluyentemente:
1º Que si bien Crookes tenía el pleno
convencimiento de que la forma materializada Catalina King era una entidad, no
creía que fuese el médium, ni difunto alguno, sino, por el contrario, una
desconocida fuerza de la naturaleza, propensa a las expansiones del amor y de
la alegría retozona.
2º Que a pesar de su absoluta certeza de la
existencia de aquella nueva fuerza, no variaba el eminente investigador su
escéptica actitud respecto de la cuestión. En una palabra: creía firmemente en
el fenómeno, pero negaba que lo produjera la acción del espíritu de un difunto.
Nos
parece que por lo concerniente a los prejuicios
del vulgo, esclarece Crookes un misterio para sumir a las gentes en otro
todavía mayor, es decir, que le resulta el obscurum
per obscurius, pues al rechazar los
despreciables residuos del espiritismo, se sumerge temerariamente el audaz
científico en el desconocido limbo de la
magia y la nigromancia.
Las
leyes hasta ahora conocidas de las ciencias físicas, apenas intervienen en los
fenómenos espiritistas, por muy objetivos que sean, y aunque de ellos se
infieran visiblemente los efectos de una fuerza desconocida, no han podido
todavía los científicos comprobarlos a su sabor ni descubrir las condiciones
necesarias y suficientes para su producción, porque ello requiere un estudio
tan profundo de la trina naturaleza física, psíquica y espiritual del hombre,
cual en otro tiempo lo hicieron los magos, teurgos y taumaturgos.
Hasta
ahora, aun los mismos que, a ejemplo de Crookes, han investigado atenta e
imparcialmente los fenómenos psíquicos, prescindieron de la causa como si de
antemano la diputaran por investigable y les conturbase lo mismo que la causa
primera de los fenómenos cósmicos, cuyos infinitos efectos tan cachazudamente
observan y clasifican. Sus procedimientos de investigación igualan en
insensatez a aquel que para encontrar las fuentes de un río, caminase hacia la
desembocadura. Tan mezquino concepto tienen de la posible acción de las leyes
naturales, que, o niegan aun las más sencillas modalidades de fenómenos
psíquicos, o han de atribuirlos a milagros que la ciencia rechaza por absurdos,
resultando de todo ello desprestigiados los científicos. Si estos hubieran
estudiado los llamados “milagros”, en vez de negarlos, de seguro que ya
conocerían muchas leyes naturales que los antiguos conocieron. Como dice Bacon:
“El convencimiento no dimana de los argumentos, sino de la experimientación”.
AUTENTICIDAD DEL
ALKAHEST
Los
antiguos, y sobre todo los magos y astrólogos caldeos, se distinguieron siempre
por su ardiente anhelo de inquirir la verdad en las diversas ramas de la
ciencia, pues se esforzaban en penetrar los secretos de la naturaleza, por los
mismos métodos de observación y experimentación a que recurren los modernos
investigadores; y si estos se resisten a creer que aquéllos ahondaran mucho más
en los misterios del universo, no por ello es justo negar que poseyeran vastos
conocimientos, ni tampoco acusarles de superstici`´on, pues lejos de haber
prueba de estas imputaciones, cada nuevo descubrimiento arqueológico es un
testimonio a su favor.
Nadie les ha superado aún en conocimientos químicos, y a
este propósito dice Wendell en su famosa conferencia acerca de Las Artes perdidas, que “la química
llegó en tiempos antiguos a una altura no
alcanzada ni siquiera bordeada por nosotros”. Conocieron el vidrio maleable
que, suspendido de un extremo, se iba distendiendo por su propio peso, hasta
adelgazarse en forma de cinta flexible que podía arrollarse a la muñeca, y cuyo
secreto de fabricación fuera para nosotros tan difícil como volar hasta la
luna. Está históricamente comprobado, que un extranjero llevó a Roma, en tiempo
de Tiberio, una copa de cristal que al caer sobre el pavimento de mármol no se
rompía, sino que tan sólo se abollaba y era fácil restituirle su primitiva
forma a martillazos.
Si los modernos dudan de ello es porque no saben hacerlo.
En Samarcanda y en algunos monasterios del Tíbet, pueden verse hoy día copas y
otros objetos de cristal maleable, con añadidura de haber allí quienes afirman
que pueden fabricarlos, gracias a su conocimiento del tan ridiculizado alkahest o disolvente universal que,
según Paracelso y Van Helmont, es un agente natural “capaz de reducir todos los
cuerpos sublunares, así homogéneos como heterogéneos, a su ens primum o substancia primaria, convirtiéndolos en un licor
uniforme y potable, que aun mezclado con agua u otro zumo cualquiera no pierde
su virtud, y si otra vez se mezcla consigo mismo se convierte en agua pura y
elemental”. ¿Qué inconveniente hay en admitir la posibilidad de todo esto? ¿Por
qué ha de ser utópico este disolvente? ¿Acaso porque los químicos modernos no
lo han descubierto? Sin mucho esfuerzo podemos concebir que todos los cuerpos
dimanan de una substancia primaria que de acuerdo con la astornomía, geología y
física, debió de ser fluida en su originario estado. ¿Por qué no puede el oro,
cuya génesis desconocen los químicos modernos, haber sido primitivamente una substancia básica del oro, un fluido
pesado que, como dice Van Helmont, “por su propia naturaleza y por la firme
cohesión de sus partículas tomó el estado sólido”? No es, por lo tanto,
despropósito creer que haya una substancia
universal que reduzca todos los cuerpos a su genérica substancia.
Van Helmont la califica de “la sal más
poderosa y principal que en su grado máximo de simplicidad, pureza y sutilidad,
no se altera al reaccionar sobre otras materias, y tiene suficiente energía
para disolver el cuarzo, las piedras preciosas, el vidrio, la sílice, el azufre
y los metales, formando una sal roja de peso equivalente al de las materias
disueltas con tanta facilidad como el agua caliente disuelve la nieve”.
Éste
es el fluido que aún hoy se emplea para sumergir el vidrio común y darle
maleabilidad.
Tenemos
una prueba palpable de semejantes posibilidades. Un corresponsal extranjero de
la Sociedad Teosófica, famoso médico que hace más de treinta años se dedica al
estudio de las ciencias ocultas, ha obtenido el primario elemento del oro al
que llama legítimo aceite de oro, que
analizado por muchos químicos, se han visto precisados a confesar que no
acertaban con el procedimiento de obtención. No debe extrañarnos que este
médico se resista a publicar su nombre, pues el ridículo y las preocupaciones
vulgares son a veces más peligrosas que la Inquisición antigua. La tierra adámica es de linaje emparentado
con el alkahest y uno de los más
importantes secretos alquímicos, que ningún cabalista divulgará, pues como dice
muy bien en lenguaje simbólico: “daría explicación de las águilas de los alquimistas y las águilas tienen las alas cortadas”.
Es un secreto que Tomás Vaughan (Eugenio Filaleteo), tardó veinte años en
aprender.
ELOGIO DE
PARACELSO
A
medida que la aurora de las ciencias físicas fue acrecentándose en luz diurna,
las ciencias espirituales se sumergieron en cada vez más densas sombras, hasta
el punto de negarlas muchos muy rotundamente. A los eminentes psicólogos de
otras épocas se les tiene hoy por ignoprantes y supersticiosos, cuando no por
saltimbanquis y prestidigitadores, pues el sol de la ciencia brilla en nuestros
días con tal esplendor, que parece axiomático que los antiguos nada sabían y
estaban envueltos en las brumas de la superstición. Pero olvidan sus
detractores que el sol de nuestro tiempo será obscura noche en comparación del
luminar futuro, uy que así como los científicos de nuestro siglo tildan de
ignorantes a sus antepasados, tal vez sus descendientes digan de ellos que nada sabían.
La marcha
del mundo es cíclica. Las razas futuras serán reproducción de otras hace siglos
desaparecidas, mientras que la nuestra acaso reproduce la existente diez mil
años atrás. Tiempo ha de llegar en que reciban su merecido cuantos hoy
detractan úblicamente a los herméticos, pero que en privado consultan sus polvorientos
volúmenes para plagiar sus ideas. A este propósito exclama honradamente Pfaff:
“¿Quién ha tenido tan claro concepto de la naturaleza como Paracelso? Fue el
audaz fundador de la química médica y de innovadoras escuelas, victoriosas en
la controversia, y uno de los pensadores que dieron más acertada orientación al
estudio de la naturaleza de las cosas. Lo que en sus obras dice acerca de la
piedra filosofal, de los pigmeos y gnomos, de los homúnculos, del elixir de
larga vida y demás temas hoy aducidos por sus detractores para regatearle
méritos, no pude debilitar nuestro agradecimiento y admiración por sus obras y
por su noble vida” (14).
Muchos
médicos, químicos y magnetizadores nutrieron su mente en las obras de
Paracelso. De él tomó Hufeland su teoría de las enfermedades infecciosas, a
pesar de que Sprengel le llama “el charlatán de la Edad Media”, si bien en
cambio reivindica Hemman la memoria del insigne filósofo diputándole noblemente
por el químico más ilustre de su época” (15). Lo mismo dicen Molitor (16) y el
eminente psicólogo alemán Ennemoser (17), de cuyos estudios sobre Paracelso se
infiere que este hermético fue “el más admirable talento de su tiempo”. Pero
las lumbreras modernas presumen de aventajarle en sabiduría, y han hundido en el
“limbo de la magia” las ideas de los rosacruces acerca de los espíritus
elementales, duendes y hadas como si fueran cuentos infantiles (18).
Concedemos
de buen grado a los escépticos que en la mitad y más de los fenómenos psíquicos
interviene el fraude más o menos hábilmente dispuesto, según prueban recientes
manifestaciones de médiums materializados; pero quedan todavía muchísimos otros
fenómenos perfectamente auténticos, en espera de comprobación por parte de los
científicos que se verán precisados a efectuarla con toda sinceridad, cuando
los espiritistas sean lo suficientemente razonables para no proporcionar armas
a sus adversarios.
EL ESPIRITISMO
CLERICAL
¿Qué
concepto formarán los espiritistas sensibles del espíritu guía que después de
haberse servido año tras año de un pobre médium, lo abandona de repente cuando
más necesita de su auxilio? Tan sólo seres sin alma ni conciencia pueden hacerse reos de tamaña injusticia. ¿Es
acaso por la fuerza de las circunstancias? Mero sofisma. ¿Qué espíritus son
esos que no convocan si es necesario un ejército de espíritus amigos para
salvar al inocente médium del abismo abierto bajo sus plantas? Lo que sucedió
en pasados tiempos puede también suceder en los nuestros. Apariciones hubo antes del espiritismo moderno y fenómenos análogos a
los de hoy se produjeron en toda época. Si las presentes manifestaciones
psíquicas son ciertas e indudables, también debieron serlo los milagros y
proezas taumatúrgicas de la antigüedad, porque los de ayer no tienen mejor
testimonio que los de hoy.
Pero aun cuando admitamos la impostura de los dos
tercios de manifestaciones psíquicas que torrencialmente van derramándose de
uno a otro extremo del globo, ¿qué decir de las indudablemente auténticas?
Entre los fenómenos comprobados, hay sublimes, magnas y divinas comunicaciones
dadas por médiums, ya profesionales, ya espontáneos. A veces son niños y
personas sencillas de cuya boca recibimos enseñanzas, máximas filosóficas,
poesías, oraciones inspiradísimas, composiciones musicales y obras pictóricas
dignas de los comunicantes. Con frecuencia se han cumplido sus vaticinios, y a
veces se elevaron a disquisiciones morales de positiva eficacia. ¿Quiénes son
estos espíritus, estas inteligentes potestades, externas sin duda alguna al
médium, y con entidad per se.
Verdaderamente, son inteligencias tan
distintas de los trasgos y duendes, como el día de la noche.
Reconocemos
la gravedad del caso. Cada vez va generalizándose más la sujeción de los
médiums a esos “espíritus” falaces con apariencia,
diabólica, cuyos efectos se multiplican perniciosamente. Algunos de los mejores
médiums se han retirado de las sesiones públicas y el movimiento espiritista
toma cariz de iglesia. Nos atrevemos a pronosticar que si los espiritistas no
aprenden en la filosofía a distinguir de espíritus y precaverse de los de mala
índole, antes de veinticinco años se habrán refugiado en la iglesia romana
huyendo de los “guías y directores a que por tanto tiempo estuvieron
aficionados”. Ya empiezan a manifestarse las señales de esta catástrofe. En el
reciente Congreso de Filadelfia hubo quienes propusieron fundar una secta de
espiritistas cristianos. Esto se
deriva de que, separados de la Iglesia e ignorantes de la filosofía de los
fenómenos y de la naturaleza de las entidades espirituales, están sumidos en un
mar de incertidumbres como buque sin timón ni brújula. No pueden substraerse al
dilema: o con Porfirio o con Pío IX.
Aunque
científicos tan legítimos como Wallace, Crookes, Wagner, Butlerof, Varley,
Buchanan, Hare, Reichenbach, Thury, Perty, Morgan, Hoffmann, Goldschmidt,
Gregory, Flammarion, Cox y algunos otros creen firmemente en los fenómenos
psíquicos, hay entre ellos quienes rechazan la hipótesis de que tengan por
causa los espíritus de los difuntos. Por lo tanto, es lógico suponer que si la
Catalina King, de Londres, de tan notoria autenticidad, no es el espíritu de un
difunto, había de ser forzosamente el condensado fantasma astral de alguna
entidad, o bien uno de los duendes de los rosacruces o, en último término, una
fuerza natural todavía desconocida. Pero poco importa que sea espíritu angélico
o maligno desde el momento en que, según rigurosas comprobaciones, no era una
forma sólida y densa, sino una aparición, un aliento, un espíritu. Es una inteligencia que actúa externamente al
organismo del médium y, por lo tanto, forzoso es reconocerle existencia, aunque
invisible. Pero ¿qué es este alguien impalpable que piensa y habla, si no es
persona humana?; ¿cómo manifestaría emoción, remordimiento, temor, alegría y demás
afectos anímicos si de por sí no sintiese?; ¿por qué algunas de estas
misteriosas manifestaciones se gozan en burlar al investigador sincero y
menosprecian los más nobles sentimientos humanos? Tan sólo el verdadero
psicólogo es capaz de desentrañar este misterio si cuida de consultar las
polvorientas obras de los desdeñados herméticos y teurgos.
Dice
el famoso platonista (19) Enrique More al replicar a un escéptico de su época
llamado Webster, que negaba los fenómenos psíquicos:
“Respecto
a la opinión sustentada por la mayor parte de los predicadores reformados, de
que el demonio tomó la figura de Samuel al aparecerse a Saúl, no merece tenerla
en cuenta. Sin embargo, yo creo que en muchas de estas apariciones
nigrománticas intervienen espíritus
burlones, pero de ningún modo se aparecen las almas de los difuntos.
Respecto de la aparición del alma de Samuel, y lo mismo en otros casos de
nigromancia, creo que pueden ser debidos a espíritus como los que Porfirio
describe, los cuales asumen las más variadas formas y aspectos, de modo que
unos aparecen en figura de demonios y otros en la de ángel o en la de algún
difunto. Un espíritu de este linaje pudo muy bien personificar a Samuel, por más que Webster lo niegue con burdos y
endebles argumentos”.
NOMBRES
NUEVOS PARA IDEAS VIEJAS
Cuando
tan insigne filósofo como Enrique More da semejante testimonio, bien vale decir
que fundamos sólidamente nuestra opinión. Investigadores muy eruditos, pero
también muy escépticos en lo referente a los espíritus en general y a los de
los difuntos en particular, se han devanado los sesos durante los últimos
veinte años para dar nombres nuevos a una idea antiquísima. Según Crookes,
Sergeant y Cox, la causa de los fenómenos es la “fuerza psíquica”; Thury la
llama psícoda o fuerza ectérnica; Balfour Stuart, fuerza
electro-biológica; Faraday, tan insigne físico como torpe psicólogo, “acción
muscular inconsciente” y “cerebración inconsciente”, con otras denominaciones
por el estilo; Hamilton, un pensamiento latente; Carpenter, “idea motora
capital”. Tantos científicos, tantos nombres.
Hace
años, el filósofo alemán Schopenhauer afirmó la coexistencia de la materia y de
la fuerza, diciendo que el universo es la voluntad manifestada en fuerzas cuyas
modalidades corresponden a los diferentes grados de objetividad. Esta doctrina
aceptó Vallace al convertirse al espiritualismo, y fue precisamente la expuesta
por Platón al decir que “todas las cosas visibles proceden de la invisible y
eterna voluntad que las modela, y que los cielos están plasmados en el eterno
modelo del “mundo ideal” contenido en el dodecaedro o arquetipo geométrico de
la Divinidad” (20). Según Platón, la substancia primaria emanó de la mente
demiúrgica (nous) donde desde la
eternidad reside la idea del mundo que ha de ser y que es en cuanto la idea emana de la divina
mente (21). Las leyes de la naturaleza no son ni más ni menos que las
relaciones entre la idea demiúrgica y sus diversas formas de manifestación (22)
cuyo número cambia de continuo dentro del tiempo y del espacio.
Sin
embargo, distan mucho de ser estas enseñanzas originales de Platón, pues en los
Oráculos caldeos se lee: “Las obras
de la naturaleza coexisten con la intelectual (...) y espiritual luz del Padre.
Porque el alma (...) adorna el inmenso cielo y lo embellece según voluntad del
Padre” (23).
Por
su parte dice Filón, a quien erróneamente se le supone discípulo de Platón: “El
mundo incorpóreo estaba ya entonces fundamentado en la mente divina” (24).
La
Teogonía de Mochus admite dos principios: el éter y el aire, de los que procede
el Dios manifestado (...) el dios Ulom o universo material y visible (25).
En
los Himnos Órficos, el Eros-Phanes nace del huevo espiritual
fecundado por el viento etéreo, símbolo del “espíritu de Dios” que desde toda
eternidad cobija la ideación divina
(26).
En
el Kathopanishada, el Espíritu divino
(Purusha) es preexistente a la substancia primordial con la que se une para
engendrar el Mahâ-Atmâ o Brahmâ, es decir, el Espíritu de vida (27), el Anima Mundi,
equivalente a la Luz Astral de los
teurgos y cabalistas.
Pitágoras
aprendió sus doctrinas en los santuarios de Oriente, encubriéndolas bajo
simbolismos numéricos; pero su discípulo Platón las expuso en forma más
inteligible, de modo que las comprendieran los no iniciados, aunque manteniendo
todavía las fórmulas esotéricas. Así dice que el Pensamiento divino es el padre, la Materia la madre y el Cosmos
el hijo (28).
Según
afirma Dunlap (29), en la religión egipcia había un Horus mayor, hermano de
Osiris, y un Horus menor, hijo de Osiris y de Isis. El primero simbolizaba la idea del universo, contenida en la mente
demiúrgica, la idea “surgida en la obscuridad antes de la creación del mundo”;
y el segundo era la misma idea ya emanada del Logos, revestida de materia y
actualizada en existencia (30).
FUERZA CONTRA
FUERZA
Dicen
los Oráculos caldeos: “El Dios del
mundo es eterno, ilimitado, joven y viejo y de forma sinuosa” (31).
La frase
“forma sinuosa” es símbolo de la vibración de la luz Astral que los sacerdotes
de la antigüedad conocían perfectamente, aunque no tuvieran del éter el mismo
concepto que los modernos, pues por éter significaban la Idea eterna, compenetrada en el universo, es decir, la Voluntad que actualizada en energía organiza la materia.
Dice Van
Helmont: “La voluntad es la potencia capital y superior de todas. La voluntad
del creador puso en movimiento todas las cosas. La voluntad es atributo de
todas las entidades espirituales y se desenvuelve con tanta mayor actividad
cuanto más libre está de la materia”.
Y
Paracelso, por sobrenombre “el divino”, añade: “La fe ha de ser la
corroboradora de la imaginación, pues por la fe se establece la voluntad... en
todas las obras mágicas, es requisito indispensable la firmeza de voluntad...
Las artes no tienen reglas fijas y ciertas, porque los hombres no saben
imaginar ni creer en el resultado eficaz de lo que imaginan”. La negativa
energía de la incredulidad y el escepticismo, aplicada en la misma dirección,
pero en sentido contrario y con igual intensidad, es la única potencia capaz de
resistir a la positiva energía del espiritualismo y de equilibrarla
dinámicamente.
No les ha de maravillar, por lo tanto, a los espiritistas que la
presencia de escépticos empedernidos o de quienes asistan a las sesiones con
preconcebida animosidad, sea impedimento para la manifestación fenoménica, pues
si no hay en la tierra ningún poder consciente
sin otro opuesto a su acción, ¿qué tiene de extraño quje el poder inconsciente de un médium quede
paralizado de pronto por otro poder opuesto y también inconscientemente
ejercido? Tyndall y Faraday se engrieron de que no ocurriera fenómeno alguno
mientras estuvieron presentes en las sesiones. Sin embargo, esto debiera haber
demostrado a tan eminentes físicos la existencia de una fuerza merecedora de su
atención, pues si las manifestaciones hubiesen sido fraudulentas en grado
bastante para engañar a los concurrentes, no se librara del engaño ni el mismo
Tyndall, a pesar de su valía científica, no acorde por cierto con su falta de
maliciosa observación. Nadie ha superado en obras milagrosas a Jesús, y sin
embargo, la corriente de su voluntad tropezó a veces con el escepticismo de las
gentes, según corrobora aquel pasaje que dice: “Y no obró allí prodigios a
causa de la incredulidad de las gentes”.
En
la filosofía de Schopenhauer se vislumbran estos mismos conceptos, y no harían
mal los modernos investigadores si la estudiaran, pues en ella encontrarían
singulares hipótesis basadas en ideas antiguas, aparte de especulaciones acerca
de los nuevos fenómenos psíquicos que
les ahorraran el trabajo de pergeñar otras. Las fuerzas psíquica, ecténica y
electro-biológica, el pensamiento latente, la cerebración inconsciente y todas
las hipótesis forjadas por los modernos investigadores, pueden resumirse en dos
palabras: la luz astral de los
cabalistas.
OPINIONES DE
SCHOPENHAUER
Los
valientes conceptos de Schopenhauer difieren completamente de los de la mayoría
de experimentadores. Dice el ilustre filósofo: “En realidad no cabe distinguir
entre materia y espíritu. La gravitación de una piedra es tan inexplicable como el
pensamiento en el cerebro humano. Si no sabemos por qué cae al suelo un objeto material, tampoco sabremos si este
objeto es o no capaz de pensar... Aun en las mismas ciencias físicas, tan pronto
como pasamos de lo experimental a lo especulativo, de lo físico a los
metafísico, nos atajan el paso las enigmáticas fuerzas de cohesión, afinidad,
gravitación, etc., cuyo misterio es para nuestros sentidos tan profundo como la
voluntad y el pensamiento humanos. Entonces nos vemos frente a frente de las
inescrutables fuerzas de la naturaleza. ¿Dónde está, pues, esa materia que presumís de conocer tan bien
y con la que os creéis familiarizados hasta el punto de deducir de ella todas
vuestras teorías y de atribuirle cuanto os parece? Nuestra razón y nuestros
sentidos sólo son capaces de conocer lo superficial, pero jamás penetrarán en
la íntima substancia de las cosas. Tal era la opinión de Kant. Si admitís algo espiritual en el hombre, forzosamente
habéis de admitirlo también en la piedra. Si vuestra muerta y pasiva materia
tiene la propiedad de gravitar, atraer, repeler y fulgurar, no es razón negarle
la de pensar como piensa el cerebro. En suma: cada partícular del llamado
espíritu puede substituirse equivalentemente por otra de materia, y cada
partícula de materia, por otra de espíritu... Así resulta que la cartesiana
división de las cosas en materia y espíritu es filosóficamente inexacta, y
conviene diferenciarlas en voluntad y
manifestación, con la ventaja de
espiritualizar todas las cosas, pues lo real y objetivo, los cuerpos y la
materia de la división cartesiana, los consideramos como manifestación
dimanante de la voluntad” (32).
Estas
opiniones corroboran lo que ya dijimos acerca de las diversas denominaciones
dadas a una misma cosa, como si los adversarios disputaran sobre palabras.
Llámese fuerza, energía, electricidad, magnetismo, voluntad o potencia
espiritual a la causa del fenómeno, siempre será la parcial manifestación del alma, encarnada o desencarnada, de una
partícula de la inteligente, omnipotente e individual Voluntad que llena la naturaleza toda y a que, por insuficiencia de
lenguaje humano para expresar los conceptos psicológicos, llamamos Dios.
Las ideas
que sobre este punto exponen algunos filósofos modernos son erróneas en muchos
aspectos, desde el punto de vista cabalístico. Hartmann califica sus propias
opiniones de prejuicio instintivo y
afirma que la experimentación no ha de tener por objeto la materia propiamente
dicha, sino las fuerzas que en ella actúan, de lo cual infiere que la llamada
materia es tan sólo agregación de fuerzas atómicas, pues de lo contrario sería
la materia una palabra sin sentido científico. Mas a pesar de su sincera
confesión, de que nada saben con seguridad acerca de ella (33), los
experimentadores físicos, fisiólogos y químicos divinizan la materia. Todo fenómeno con cuya explicación no
aciertan, sirve de incienso en el altar de la diosa predilecta de la ciencia.
Nadie
trata tan magistralmente este asunto como Schopenhauer en su Parerga. Estudia detenidamente el
magnetismo animal, la terapéutica simpática, la profecía, la magia, los
agüeros, las apariciones espectrales y otros fenómenos psíquicos, respecto de
lo cual dice: “Todas estas manifestaciones son ramas del mismo árbol y prueban
irrefutablemente la existencia de una categoría de seres pertenecientes a un
orden de la naturaleza muy distinto del que se basa en las leyes del espacio,
del tiempo y de la adaptación. Este otro orden es mucho más profundo porque es
el originario y directo, y de nada valen las comunes leyes de la naturaleza que
tan sólo atañen a la forma. Por lo tanto, bajo el régimen de este orden
superior, ni el tiempo ni el espacio pueden separar a las entidades
individuales, y la separación determinada por las formas corpóreas no son
barreras infranqueables para el intercambio de pensamientos y la inmediata
acción de la voluntad. De este modo pueden ocurrir cambios por procedimientos
completamente diferentes de la causalidad física, es decir, mediante la
voluntad manifestada en acción, externamente al individuo. Así resulta que el
carácter peculiar de las antedichas manifestaciones es la visión y acción a distancia, tanto respecto del tiempo como del
espacio. Esta acción a distancia es precisamente la característica fundamental
de la llamada magia, porque es la acción inmediata de nuestra voluntad, una
acción independiente de las condiciones causales de la acción física, es decir,
del contacto material.
“Además,
estas manifestaciones contradicen lógica y esencialmente el materialismo, y aún
el naturalismo, porque de ellas se infiere que el orden de cosas consideradas
por estas dos últimas escuelas como absolutas y exclusivamente legítimas,
resultan, por el contrario, superficiales y fenoménicas, en cuyo fondo hay algo
aparte y del todo independiente de
sus propias leyes. Por lo tanto, estas manifestaciones psíquicas son las más
importantes de cuantas se han ofrecido al estudio de observación, por lo menos
desde el punto de vista puramente filosófico, y todo científico está obligado a
conocerlas” (34).
La
comparación entre los filosóficos conceptos de Schopenhauer y las superficiales
generalidades de algunos académicos franceses, nos servirá tan sólo para
acreditar la valía intelectual de ambas escuelas. Ya hemos visto que la alemana
trata profundamente las cuestiones filosóficas y ahora podemos cotejarla con lo
mejor de cuanto el astrónomo Babinet y el químico Boussingault nos dicen de los
fenómenos psíquicos. En el curso de 1854 a 1855, presentaron estos dos
distinguidos intelectuales a la Academia de Ciencias de París, una memoria en
la que corroboraban y al mismo tiempo aclaraban la demasiado compleja hipótesis
con que el doctor Chevreuil explicaba el fenómeno de las mesas rotatorias,
investigado por la comisión científica de que formaba parte. Dice así:
LAS MESAS
ROTATORIAS
“Respecto
a los supuestos movimientos y oscilaciones de ciertas mesas, no puede
atribuírseles otra causa que las invisibles
e involuntarias vibraciones del sistema muscular del experimentador, de modo
que la continuada contracción de los músculos acaba por establecer una serie de
vibraciones que determinan un temblor
visible cuyo efecto es la rotación de la mesa, con energía bastante para
acelerar el movimiento y para transmutarlo en resistencia cuando se le quiere
detener. De aquí que no ofrezca dificultad alguna la clara explicación física
del fenómeno” (35).
Ciertamente
que esta hipótesis resulta tan clara como una nebulosa de las observadas por el
astrónomo Babinet en noche de niebla. Pero, no obstante su claridad, le falta
la importantísima condición del sentido común. No sabemos si Babinet acepta o
no como último recurso la afirmación de Hartmann respecto a que “los visibles efectos de la materia son efectos de la fuerza”, y que para
tener claro concepto de la materia debemos tenerlo previamente de la fuerza. La
escuela a que pertenece Harmann, cuyos principios aceptan en parte los sabios
alemanes, enseña que el problema de la materia sólo puede resolverlo aquella fuerza
a cuyo conocimiento llama Schopenhauer “ciencia mágica” o “acción de la
voluntad”. Por lo tanto, es preciso saber ante todo si las “vibraciones
involuntarias del sistema muscular del experimentador” que al fin y al cabo son
“efectos de la materia” están determinadas por una voluntad externa al experimentador o propia de él. Si lo primero, sería un
epiléptico inconsciente, según Babinet; si lo segundo, atribuye las respuestas
inteligentes de la mesa parlante a un “ventriloquismo inconsciente”. Sabemos que,
según la escuela alemana, toda acción de la voluntad se manifiesta en fuerza, y
las manifestaciones de las fuerzas atómicas son acciones individuales de la
voluntad, que dan por resultado la espontánea precipitación de los átomos en
imágenes concretas, ya forjadas subjetivamente por la voluntad. De acuerdo con
su maestro Leucipo, enseñaba Demócrito que los átomos en el vacío fueron el principio de todas las
cosas existentes en el universo, entendiendo por vacío, en sentido cabalístico, la Divinidad latente cuya primera manifestación es la voluntad que comunica el primer impulso a los átomos que, al
cohesionarse, constituyen la materia. Sin embargo, el nombre de vacío es menos apropiado que su sinónimo
caos, porque, según los
peripatéticos, “la naturaleza tiene horror al vacío”.
Las
alegorías, aparte de otros elementos de juicio, demuestran que, mucho antes de
Demócrito, estaban yha familiarizados los antiguos con la idea de la
indestructibilidad de la materia. Movers define el concepto fenicio de la ideal
luz solar, diciendo que era la espiritual influencia emanada del supremo Dios, Iao, la luz tan sólo concebible por la
mente, el principio así físico como espiritual de todas las cosas del cual
emana el alma. Es la esencia masculina o sabiduría, mientras que el caos es la
esencia femenina. Así tenemos, que la materia y el espíritu eran ya para los
fenicios los dos principios coeternos e infinitos. Esta teoría es tan antigua
como el mundo, y no fue Demócrito su autor, pues la intuición del hombre
precedió al ulterior desenvolvimiento de su razón. Las escuelas materialistas
son incapaces de explicar los fenómenos ocultos, porque niegan a Dios, en quien
reside la Voluntad. Su desconocimiento de los fenómenos psíquicos, y lo absurdo
de las hipótesis con que pretenden explicarlos, dimanan de que a priori desdeñan cuanto puede
empujarles a trasponer los límites de las ciencias experimentales y entrar en
los dominios de la psicología o de la que no fuera incongruente llamar
fisiología metafísica. Los filósofos antiguos afirmaban que todas las cosas
visibles e invisibles surgían a la existencia por manifestación de la Voluntad,
a que Platón llamó Idea divina, y que
así como esta Idea da existencia objetiva a la materia con sólo enfocar su
voluntad en un centro de fuerzas localizadas, así también el hombre, el
microcosmos respecto del macrocosmos, da forma objetiva a la materia en
proporción del vigor de su voluntad. Los átomos imaginarios (36) son como
operarios movidos automáticamente a influjo de la Voluntad universal que en
ellos se enfoca y, manifestada en fuerza, los pone en actividad. El proyecto
del futuro edificio está en la mente del Arquitecto y es reflejo de su voluntad
que, abstracta desde el momento de concebirlo, se concreta en cuanto los átomos
imaginarios obedecen a los puntos, líneas y formas trazadas en la mente del
divino geómetra.
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