lunes, 31 de marzo de 2014

ISIS SIN VELO- Capitulo II (Parte III)




LA  ENERGÍA  ATÓMICA


            Como Dios crea, así crea el hombre. Dadle voluntad lo suficientemente vigorosa y subjetivará las formas mentales, que muchos llaman alucinaciones, aunque para quien las forja sean tan reales como los objetos tangibles. Si aumenta el vigor de la voluntad e inteligentemente la dirige, condensará las formas en objetos visibles. Este es el secreto de los secretos, y quien lo aprende, merece el título de mago.
             Los materialistas nada pueden argüir contra esto, desde el punto en que para ellos es materia el pensamiento. Si tal supusiéramos, tendríamos que el ingenioso mecanismo proyectado por el inventor, las encantadoras escenas surgidas de la mente del poeta, los soberbios lienzos pintados por la viva imaginación del artista, la incomparable estatua cincelada en el pensamiento del escultor, los palacios y castillos planeados por el arquitecto, debieran existir objetivamente, a pesar de ser subjetivos e invisibles, porque el pensamiento, según los materialistas, es materia plasmada en forma. ¿Cómo negar entonces que haya hombres de voluntad lo bastante potente para transportar al mundo visible estas creaciones mentales y revestirlas de materia tangible?
            

Si los científicos franceses no han cosechado laureles en el nuevo campo de investigación, tampoco los cosecharon los científicos ingleses hasta que Crookes se ofreció en holocausto por los pecados del mundo científico. Al cabo de veinte años de desdenes, consiente Faraday en hablar un par de veces de este asunto, no obstante servir su nombre de conjuro contra los hechizos del espiritismo entre cuantos discuten los fenómenos psíquicos, y de ser ya notorio que en su vida vio una mesa giratoria el ilustre físico, que se avergonzaba de haber publicado sus investigaciones sobre tan degradante creencia. No tenemos más que desdoblar unos cuantos olvidados números del Journal des Debats, correspondientes a la época en que actuaba en Inglaterra un notable médium escocés, para restituir a pasados acontecimientos su primitiva lozanía. En uno de dichos números se erige Foucault en campeón del famoso físico inglés, diciendo: “No vaya a creerse que el insigne físico se ha olvidado de sí mismo hasta el extremo de sentarse prosaicamente junto a una mesa rotatorias. Entonces, ¿de qué se avergonzaba el caudillo de la filosofía experimental? Aprovecharemos esta coyuntura para hablar del indicador de Faraday, el famoso aparato que inventó para atrapar a los médiums, es decir, para sorprender los fraudes mediumnímicos, según describe el marqués de Mirville, en La cuestión de los espíritus, esta complicada máquina cuyo recuerdo turba el sueño de los médiums impostores.

LA  FUERZA  MEDIUMNÍMICA


            Para comprobar la impulsión del médium, colocaba Faraday varios discos de cartón adheridos tangencialmente uno con otro por medio de cola, que se desprendían por efecto de una presión continuada. Ahora bien: luego de girar la mesa, si es que a tanto se había atrevido en presencia de Faraday, lo cual no deja de ser significativo, se examinaban los discos, y al ver que habían resbalado en la misma dirección que el giro de la mesa, resultaba de ello la prueba incontrovertible de que el médium había empujado el mueble.
            
Otro aparato de comprobación de los fenómenos psíquicos consistía en un pequeño dinamómetro que delataba el más leve impulso del médium, o, según decía el mismo Faraday, “indicaba el paso del estado pasivo al activo”. Este dinamómetro, indicador del impulso, demostraba tan sólo la acción de una fuerza que emanaba de los observadores o los dominaba. Pero ¿quién ha negado jamás la existencia de una fuerza en estos fenómenos? Todos admitimos que esta fuerza pasa a través del médium, como generalmente sucede, o actúa con entera independencia del mismo, según ocurre bastantes veces. A este propósito, dice de Mirville: “El verdadero misterio está en la desproporción entre la fuerza desplegada por los médiums (que empujaban porque a ello se veían forzados) y los efectos de rotación cuya índole es realmente prodigiosa. En presencia de tan pasmosos efectos, ¿cómo suponer que las liliputienses experiencias de esta índole tengan valor alguno en la tierra de gigantes hace poco descubierta?” (37).
            
Con mayor mala fe procedió el profesor Agassiz, cuya reputación científica corría parejas en América con la de Faraday en Inglaterra. El notable antropólogo Buchanan, que ha tratado mejor que nadie en América del espiritismo, habla de Agassiz con justa indignación, pues no tenía motivo para escarnecer los fenómenos que en sí mismo había experimentado. Pero como Faraday y Agassiz están ya desencarnados, vale más ocuparnos de los vivos que de los muertos.
            
Resulta, por lo tanto, que los modernos escépticos niegan una fuerza del todo familiar a los antiguos tiempos. En épocas antediluvianas tal vez jugarían con esta fuerza los chiquillos, como los que describe Bulwer Lytton en La raza futura, juegan con el tremendo vril o agua de Phtha. Los antiguos llamaron a la antedicha fuerza Anima mundi y los herméticos medioevales le dieron los nombres de luz sidérea, leche de la Virgen, magnes y otros varios. Pero los modernos eruditos repudian tales denominaciones, porque tienen sabor de magia, que, según ellos, es grosera superstición.
           
Apolonio y Jámblico afirman que el poderío del hombre que anhela superar a los demás, “no consiste en el conocimiento de las cosas externas, sino en la perfección del alma interna” (38).
            Así llegaron ellos al conocimiento de sus almas divinas cuyos poderes emplearon con toda la sabiduría alcanzada por el estudio esotérico del hermético saber heredado de sus antecesores. Pero los filósofos del día no pueden o no se atreven a llevar sus tímidas miradas más allá de lo comprensible. Para ellos no hay vida futura ni divinos ensueños, que desdeñan por contrarios a la ciencia. Para ellos los antiguos son “ignorantes antepasados”, y miran con despectiva compasión a todo autor que crea inherentes al ser humano las misteriosas ansias de ciencia espiritual.
           
Dice un proverbio persa: “Cuanto más oscuro está el cielo, más brillan las estrellas”. Así, en el negro firmamento de la Edad Media aparecieron los misteriosos Hermanos de la Rosa Cruz, que no organizaron asociaciones ni instituyeron colegios, porque, acosados por todas partes como fieras, los tostaba sin escrúpulo la iglesia católica en cuanto caían en sus manos. A este propósito dice Bayle: “Como la religión prohibe el derramamiento de sangre en su máxima Ecclesia non novit sanguinem, quemaban a las víctimas, cual si al quemarlas no vertiesen su sangre”.
            
Varios de estos místicos, guiados por las enseñanzas aprendidas en manuscritos secretamente conservados de generación en generación, llevaron a cabo descubrimientos que no desdeñarían hoy las ciencias experimentales. El monje Rogerio Bacon, vituperado de charlatán y tenido por aprendiz de artes mágicas, pertenece de derecho, sino de hecho, a la Fraternidad de los estudiantes de ocultismo. Floreció en el siglo XIII con Alberto el Magno y Tomás de Aquino, y sus descubrimientos de la pólvora, de las lentes ópticas y varios mecanismos, fueron atribuidos a hechicería por pacto demoníaco, y de ellos se aprovechan hoy mismo quienes más le escarnecen.

MILAGROS  DE  BACON


            En un drama de la época de Isabel de Inglaterra, escrito por Roberto Green y basado en la historia legendaria de Rogerio Bacon, se dice, que habiendo sido presentado al rey, le pidió éste que demostrase algo de su saber ante la reina, y que él entonces movió la mano y oy´ñose al punto una música tan armoniosa como jamás la oyera ninguno de cuantos la escuchaban. Fue la música en crescendo y de pronto aparecieron cuatro figuras que danzaron un buen espacio, hasta desvanecerse en el aire. Movió de nuevo el monje la mano y súbitamente se difundió por la estancia tan exquisito perfume que parecía hábilmente preparado con los más finos y delicados aromas del mundo. Aseguró después Bacon a uno de los caballeros allí presentes, que iba a presentarle la mujer de quien andaba enamorado, y descorriendo las cortinas de la cámara regia, apareció a los ojos de los circunstantes una cocinera cucharón en mano que desapareció con igual presteza. Encolerizado el orgulloso caballero por aquella humillación, amenazó al monje con su venganza, pero él repuso tranquilamente: “No me amenace vuestra gracia, porque mayor pudiera ser su vergüenza, y ande alerta en decir otra vez que los letrados mienten”.
            
Un historiador moderno (39) comenta esta relato, diciendo: “Puede considerarse esto como ejemplo de la clase de manifestaciones resultantes, sin duda, de un conocimiento profundo de las ciencias naturales”. Nadie ha dudado nunca que resultaran de semejantes conocimientos, y no otra cosa dijeron los herméticos, magos, astrólogos y alquimistas. A la verdad, no es culpa suya que las masas ignorantes, excitadas sin escrúpulo por el clero fanático, hayan atribuido a diabólicas influencias los fenómenos psíquicos; y por otra parte, las terribles torturas inquisitoriales retrajeron de la manifestación de sus facultades a los filósofos ocultistas, quienes dijeron en sus obras esotéricas, que “la magia es la aplicación de causas naturales y activas a las cosas pasivas, para determinar efectos prodigiosos, pero completamente naturales”.
          
El fenómeno de la música y de los aromas que Rogerio Bacon opero en la corte de Inglaterra, se ha repetido con frecuencia en nuestra época. Prescindiendo de nuestras personales experiencias, diremos que, según informes de los corresponsables ingleses de la Sociedad Teosófica, hubo casos en que oyeron músicas y percibieron fragancias, sin que nada señalase su procedencia, por cual motivo atribuyeron el fenómeno a la influencia de los espíritus. Uno de dichos corresponsales informó diciendo, que en cierta ocasión la casa donde se celebraban reuniones espiritistas de carácter íntimo quedó impregnada durante muchas semanas de intenso aroma de sándalo. Otro corresponsal describe el fenómeno que llama toque musical. Las mismas potencias capaces de producir hoy estos fenómenos debieron existir y tener idénticas facultades en la época de Bacon. Respecto a las apariciones espectrales, baste decir que también hoy ocurren en las sesiones espiritistas y, por lo tanto, no cabe dudar de los prodigios atribuidos a Bacon en este punto.
          
  En su tratado de Magia Natural, enumera Bautista Porta un catálogo de fórmulas secretas para obtener extraordinarios efectos de las fuerzas ocultas de la naturaleza, pues aunque los magos creían tan firmemente como los espiritistas de hoy en los espíritus invisibles, no fiaban las operaciones mágicas a su entera dirección y auxilio, pues de sobre sabían cuán difícil es ahuyentar a los elementales una vez que se les hayan abierto las puertas de par en par. Aun la misma magia de los antiguos caldeos consistía tan sólo en el profundo onocimiento de las propiedades químicas de las substancias minerales, y únicamente se comunicaban, mediante ceremonias religiosas, con las puras entidades espirituales, cuando el teurgo requería el divino auxilio en asuntos de moral o material interés. Pero tan sólo subjetivamente y por efecto de su pureza de vida y continuadas oraciones podían evocar los espíritus invisibles que despiertan los extáticos sentidos de clarividencia y clariaudiencia. Producían los fenómenos psíquicos mediante la aplicación de las fuerzas naturales y en modo alguno por las artes de prestidigitación de que se valen hoy día los hechiceros.
            
Quienes conocen las secretas fuerzas naturales y emplean con paciente parsimonia las facultades dimanantes de tal conocimiento, laboran por algo superior a la deleznable gloria de una fama efímera, pues sin apetecerla logran la inmortalidad reservada a cuantos olvidándose de sí mismos se entregan por entero al bien del género humano. Iluminados por la luz de la verdad eterna, aquellos rico-pobres alquimistas iban más allá de la común penetración, y sólo diputaban por inescrutable la Causa primera. Su norma constante estaba trazada de consuno por la intrepidez, el deseo de saber, la firme voluntad y el absoluto sigilo. Sus espontáneos impulsos eran la beneficencia, el altruismo y la moderación. La sabiduría era para ellos de mayor estima que el logro mercantil, el lujo, riqueza, pompa y poderío mundano, al paso que no les asustaban ni hambres ni pobrezas ni fatigas ni desprecios humanos, con tal de llevar a cabo su tarea. Pudieron haber reposado en blandos lechos de aterciopeladas colchas, y prefirieron morir en los hospitales y en las márgenes de los caminos, antes que envilecer sus almas cediendo a la nefanda concupiscencia de quienes intentaban hacerles quebrantar sus sagrados votos. Ejemplo de ello nos dan las vidas de Paracelso, Cornelio Agripa y Filaleteo.

EL  ESPECTRO  SIN  ALMA


            Si los espiritistas quieren mantener la recta noción del mundo espiritual, no deben consentir que los científicos investiguen fenómenos con estricto propósito de experimentación, pues seguramente daría por resultado un parcial redescubrimiento de la magia de Moisés y Paracelso. Bajo la engañosa belleza de sus apariciones espectrales, podrían encubrirse las sílfides y ondinas de los rosacruces, jugueteando en las corrientes de fuerza psíquica y de fuerza ódica.
            Crookes reconoce que la aparición espectral de Catalina King es una entidad, pero recela que no tenga alma y esté animada aquella figura de hermoso cutis por el médium y los concurrentes. También los eruditos autores de El universo invisible dan de mano a su hipótesis electrobiológica y vislumbran la posibilidad de que el éter universal sea el álbum fotográfico de En-Soph, el infinito Ser.
           
  Muy lejos estamos de asegurar que todos los espíritus comunicantes de las sesiones espiritistas pertenezcan a los órdenes de elementales y elementarios, pues muchos de ellos, sobre todo los que hablan por boca y escriben por mano del médium, aparte de otras operaciones, son espíritus de difuntos cuya bondad o malicia depende del carácter moral del médium, del ambiente colectivo de los circunstantes y, mucho más todavía, de la intensidad e índole del propósito. Nada serio puede esperarse cuando la sesión no tiene otro objeto que satisfacer la curiosidad y pasar el tiempo; pero tampoco crea nadie que un espíritu sea capaz de materializarse en carne y hueso, pues lo más que pueden hacer es proyectar su imagen etérea en las ondas atmosféricas, de modo que tanto el cuerpo como el traje causarán al tacto una sensación semejante a la brisa y no la de un objeto densamente material. Es inútil atribuir naturaleza humana a los “espíritus materializados en quienes se advertían los latidos del corazón, y que hablaban con voz sonora, unas veces valiéndose de trompetilla y otras sin haber de recurrir a este instrumento. Difícilmente se olvidan una vez oídas las voces, si cabe darles este nombre, de las apariciones espectrales. La voz de los espíritus puros semeja el trémulo murmullo de una lejana arpa eólica. La voz de un espíritu en pena, y por lo tanto impuro, si no maligno, puede compararse a la voz humana que saliese del fondo de un tonel vacío.
          
  Esta filosofía no es nuestra, sino la de muchísimas generaciones de magos y teurgos que la fundaron en la experiencia. El testimonio de la antigüedad es irrecusable en este punto: ... ... ... (40). Las voces de los espíritus son inarticuladas. La voz de los espíritus consiste en una serie de sonidos de efecto semejante al de una columna de aire comprimido que, ascendiendo de abajo arriba, se derramara en torno del oyente. En el caso de Isabel Eslinger, todos cuantos presenciaron la aparición (41), atestiguaron que habían visto como una columna de nubes. Durante once semanas seguidas observaron diariamente esta aparición, el doctor Kerner y sus hijos, varios sacerdotes luteranos, el abogado Fraas, el grabador Düttenhöfer, los dos médicos Siefer y Sicherer, el juez Heyd, el barón de Hugel y muchas otras personas. Mientras se manifestaba el espectro, permanecía Isabel en su celda orando sin cesar en voz alta, y como al propio tiempo hablaba la aparición, no podía ser un caso de ventriloquismo, aparte que, según los testigos, nada tenía aquella voz de humana ni nadie era capaz de imitar su timbre.

FORMAS  MATERIALIZADAS


            Más adelante daremos copiosas pruebas entresacadas de autores antiguos acerca de esta evidente verdad. Por ahora repetiremos que ningún espíritu de los llamados humanos por los espiritistas ha demostrado suficientemente su condición. Los espíritus desencarnados pueden comunicar su influencia subjetivamente a los médiums y producir manifestaciones objetivas a través de estos, pero no por sí mismos. Pueden disponer del cuerpo del médium y expresar sus conceptos y deseos por los diversos procedimientos del fenomenalismo psíquico, pero no materializar lo inmaterial, es decir, su divina esencia. Así es que toda materialización genuina está determinada o por la voluntad del espíritu aparecido, o por los espíritus duendísticos que son generalmente demasiado groseros para merecer el nombre de diablos. Rara vez son capaces los espíritus de dominar a estos seres sin alma, siempre dispuestos a tomar nombres pomposos; pero cuando los dominan, quedan sujetos como polichinelas a cuanto les dicta el alma inmortal. Sin embargo, este dominio requiere condiciones generalmente desconocidas aún de los espiritistas más asiduos concurrentes a las sesiones, pues no a todo el que quiere le es dable evocar espíritus humanos. Uno de los más poderosos estímulos de los difuntos, es el intenso amor a sus deudos en la tierra, que irresistiblemente los empuja hacia la corriente de luz astral, cuyas vibraciones enlazan el alma del ser amado con el alma universal. Otro requisito importantísimo es la armonía y pureza mental de los circunstantes.
           
Si este razonamiento es erróneo, si las formas materializadas que aparecen en oscuros aposentos, salidas de estancias aún más oscuras, fuesen espíritus de difuntos, ¿a qué establecer diferencias entre ellas y los fantasmas que de súbito aparecen sin gabinete de preparación ni médium comunicante? ¿Quién no ha oído hablar de las almas en pena que vagan por los lugares donde se perpetró algún crimen o vuelven movidas de irresistibles ansias de necesidad no satisfecha y cuyas manos tienen el tacto de la carne viva de modo que apenas cabe distinguirlas de los vivos?
           
Conocemos casos auténticos de súbitas apariciones espectrales, sin analogía alguna con las incipientes materializaciones de nuestros días. El periódico Medium and Day Break, del 8 de Septiembre de 1876, publicó una carta de una señora que durante sus viajes por el continente presenció un fenómeno en una casa encantada. Dice uno de sus párrafos: “En el oscuro rincón de la biblioteca resonó un extraño ruido y al volver la vista eché de ver una nube de vapor luminoso... el espíritu apegado a la tierra vagaba por el lugar maldito de sus fechorías”.
           
Este espíritu era indudablemente un elemental auténtico que por espontánea determinación se hizo visible, como lo son todos los espectros, pero impalpable, o, a lo sumo, dando al tacto una sensación como si se metiera de pronto la mano en el agua o se palpara una nube de vapor acuoso. Según la descripción, era luminoso y vaporoso, por lo que bien podemos colegir que sería la sombra personal del espíritu apegado a la tierra por el remordimiento de crímenes propios, o a consecuencia de los ajenos. La muerte encierra profundos misterios y las modernas materializaciones sólo sirven para ridiculizarlos a los ojos de los indiferentes. A esto pueden replicar los espiritistas diciendo que, por declaración explícitamente pública, hemos presenciado personalmente dichas formas materializadas. No tenemos reparo en reiterar el testimonio y decir que en tales formas reconocimos la representación visible de conocidos, amigos y aun parientes, y escuchamos de ellos palabras en idiomas orientales desconocidos del médium y de todos los circunstantes, excepto de nosotros mismos. Nadie dejó de considerar este hecho como prueba concluyente de las facultades del médium, un zafio labriego llamado Vermont; pero aquellas formas no eran de las personalidades que aparentaban ser, sino sencillamente simulaciones suyas, plasmadas vívidamente por espíritus elementales y elementarios. No habíamos tocado hasta ahora este punto, porque la masa general de espiritistas no estaba preparada ni para escuchar siquiera, cuanto menos para creer en los espíritus elementales y elementarios. Desde entonces se ha discutido públicamente este punto y ya no resulta tan aventurado entregar a la voracidad de la crítica la canosa filosofía de los antiguos, porque la cultura general ha evolucionado lo bastante para tomarla en consideración y estudiarla sin apasionamiento. Dos años de agitación mental han mejorado notablemente la mentalidad colectiva.
            
Asegura Pausanias que cuatro siglos después de la batalla de Maratón, se oían en el campo los relinchos de los caballos y el vocerío de los combatientes. Suponiendo que vagasen por aquel lugar los espíritus de los soldados muertos en la batalla, resultaría que aparecieron en figura espectral o fantástica, y no en forma materializada. Pero ¿qué causa tenían los relinchos? ¿Eran los espíritus de los caballos? Si admitimos, contra toda verdad, que los caballos tienen alma, habremos de confesar que el alma inmortal de los soldados muertos relinchaba para reproducir con mayor y más dramática viveza la bélica escena. Repetidas veces se han visto aparecer fantasmas de animales domésticos, y el testimonio en este caso es tan fidedigno como el referente a las apariciones de espectros humanos. ¿Quién simula entonces la figura espectral de estos animales? ¿Los espíritus humanos? La cuestión está encerrada en un dilema: o los animales tienen alma y espíritu como el hombre, o forzosamente hemos de aceptar con Porfirio la existencia en el mundo invisible de una especie de demonios maliciosos y embusteros, una clase de seres intermedios entre el hombre y los dioses, que se complacen en asumir cuantas formas les viene bien remedar, desde la del hombre a la de los animales (42).

ESPÍRITUS  ELEMENTARIOS


            Pero antes de resolver la cuestión de si los espectros zoóticos, con tanta frecuencia aparecidos, están animados por el espíritu del animal, conviene examinar cuidadosamente su manera de conducirse. ¿Proceden estos espectros en armonía con las costumbres, instintos y características de sus congéneres en vida? ¿Muestran los fieros su natural acometividad y los mansos su peculiar timidez, o bien se descubre en estos contrariamente a su índole la maligna disposición de molestar al hombre en vez de rehuir su presencia? Muchas víctimas de estas obsesiones, como por ejemplo en el caso de Salem y otros hechizos igualmente comprobados, afirmaron haber visto entrar en sus aposentos fantasmasde perros, gatos, cerdos y otros animales, que se les subían a la cama y les hablaban incitándoles al suicidio y otros crímenes. En el auténtico caso de Isabel Eslinger, descrito por Kerner, el espectro del cura de Wimmenthal ( 43) iba acompañado de un enorme perro negro, que, según declaración de numerosos testigos, saltaba a las camas de los presos. En cierta ocasión se apareció el cura con un cordero y en otra con dos. Además, la mayor parte de los acusados en el proceso de Salem confesaron que por encargo de la hechicera habían hecho sortilegios y maquinado maldades valiéndose de unos pájaros amarillos que se les posaban en los hombros y en las vigas del techo (44).
          
  Por lo tanto, so pena de invalidar los múltiples testimonios de todo país y época y atribuir el monopolio de la clarividencia a los modernos médiums, hemos de reconocer que los espectros de animales denotan los peores rasgos de la más depravada naturaleza humana, a pesar de no ser en modo alguno humanos. ¿Qué serán, entonces, sino elementales? Descartes fue uno de los pocos que se atrevieron a decir que a la medicina oculta se le deberían descubrimientos destinados a dilatar los dominios de la filosofía; y Brierre de Boismont, no sólo compartía esta esperanza, sino que explícitamente manifestaba sus simpatías por el supernaturalismo a que llamaba el “magno credo universal”. Dice a este propósito: “Creo, de acuerdo con Guizot, que la existencia de la sociedad está íntimamente ligada a lo sobrenatural y es inútil que el racionalismo moderno lo rechace por no saber explicar las íntimas causas de los fenómenos a pesar del positivismo de que alardea. Lo sobrenatural está universalmente arraigado en el fondo de todos los corazones. Los hombres de mayor talento son sus más ardorosos discípulos (45).
            
Colón descubrió el continente americano, y Américo Vespucio le usurpó la nombradía del descubrimiento. Paracelso redescubrió las secretas propiedades del imán (el hueso de Horus, como le llamaban los antiguos, que doce siglos atrás se valían de él en los Misterios teúrgicos) y fundó la escuela teúrgico-magnética de la Edad Media. Sin embargo, Mesmer, que tres siglos después de Paracelso continuó su escuela, usurpó la fama al insigne filósofo ígneo, que acabó sus días en un hospital. Tal es el mundo. Los nuevos descubrimientos son hijos de la ciencia antigua. Los hombres se suceden sin alteración de la naturaleza humana.

FIN DEL CAPITULO II






No hay comentarios:

Publicar un comentario