miércoles, 30 de septiembre de 2015

Una vista Panorámica de las Primeras Razas



            Hay un período de unos cuantos millones de años que cubrir entre la primera raza “sin mente” y los últimos Lemures, altamente inteligentes e intelectuales; hay otro entre la primera civilización de los Atlantes y el período histórico.
            
Como testigos de los Lemures, sólo quedan unos cuantos anales silenciosos en forma de media docena de colosos rotos y de antiguas ruinas ciclópeas. A éstas no se les presta atención por ser “producto de fuerzas naturales ciegas”, según algunos aseguran; o “enteramente modernas”, según otros. La tradición se pasa por alto, con desdén, por el escéptico y el materialista, mientras que los hombres de Iglesia, demasiado celosos, la hacen en todos los casos servidora de la Biblia. Sin embargo, en cuanto una leyenda se niega a armonizarse con la teoría del Diluvio de Noé, es declarada por el clero cristiano “voz delirante y loca de viejas supersticiones”. Niégase la Atlántida, cuando no se la confunde con la Lemuria y otros continentes desaparecidos, porque la Lemuria es quizás, a medias, creación de la Ciencia Moderna, y por tanto, hay que creer en ella; mientras que la Atlántida de Platón es considerada como un sueño, por la mayoría de los científicos.
            
Los creyentes en Platón describen generalmente la Atlántida como una prolongación del África. Sospéchase también que existió un viejo continente en la costa oriental. Pero el África, como continente, nunca formó parte de la Lemuria ni de la Atlántida, como hemos convenido en llamar al Tercero y Cuarto continentes. Sus nombres arcaicos jamás han sido mencionados en los Purânas ni en ninguna otra parte. Pero sólo con que se posea una de las claves Esotéricas, es tarea fácil identificar esas tierras desaparecidas con el sinnúmero de “Tierras de los Dioses”, Devas y Munis, descritas en  los Purânas, en sus Varshas, Dvipas y Zonas. Su Shvetadvipa, durante los primeros días de la Lemuria, se erigía como un pico-gigante surgiendo del fondo del mar; y el área entre el Atlas y Madagascar estuvo ocupada por las aguas hasta el primer período de la Atlántida, después de la desaparición de la Lemuria, cuando el África surgió del fondo del Océano y el Atlas se sumergió a medias.
            
Es, por supuesto, imposible intentar, ni aun en la cabida de varios volúmenes, una relación consecutiva y detallada de la evolución y progreso de las primeras tres Razas; y nos limitaremos, por tanto, a exponer ahora una idea general del asunto. La Raza Primera no tuvo historia propia. De la Raza Segunda puede decirse lo mismo. Por tanto tenemos que conceder cuidadosa atención solamente a los Lemures y Atlantes, antes de intentar la historia de nuestra propia Raza: la Quinta.
            
¿Qué es lo que se conoce de otros continentes, además del nuestro, y qué es lo que la historia conoce o acepta de las primeras Razas? Todo lo que se encuentra fuera de las repulsivas especulaciones de la Ciencia Materialista se moteja con el término desdeñoso de “superstición”. Los sabios de hoy día no quieren creer en nada. ¡Las razas “aladas” y hermafroditas de Platón, y su Edad de Oro, bajo el reino de Saturno y los Dioses, son tranquilamente retrotraídas por Haeckel a su nuevo lugar en la Naturaleza; nuestras Razas Divinas se muestran como descendientes de los monos catarrinos, y nuestro antecesor como un poco de “lodo del mar”!
            
Sin embargo, según se expresa Faber:

            
Las ficciones de la antigua poesía... se verá un día que encierran una parte de verdad histórica.

            
A pesar de los esfuerzos parciales del erudito autor de A Dissertation on the Mysteries of the Cabiri -esfuerzos dirigidos en sus dos volúmenes a obligar a los mitos y símbolos clásicos del antiguo Paganismo “a que apoyen la verdad de la Escritura”-, el tiempo y las investigaciones posteriores han vengado, al menos en parte, la “verdad”, presentándola desnuda. Así ha sucedido que las hábiles componendas de la Escritura son las que han venido a evidenciar, por el contrario, la gran sabiduría del Paganismo Arcaico. Y esto a pesar de la inextricable confusión en que fue puesta la verdad acerca de los Kabiri, los Dioses más misteriosos de la antigüedad, por las extrañas y contradictorias especulaciones del Obispo de Cumberland, del doctor Shuckford, de Cudworth, de Vallancey, etc..., etc., y finalmente, de Faber. Sin embargo, todos estos sabios, desde el primero al último, llegaron a cierta conclusión, formulada por el último del modo siguiente:
            
No tenemos fundamento para creer que la idolatría del mundo de los Gentiles fue una mera invención arbitraria; por el contrario, parece haber sido construida, casi universalmente, sobre recuerdos tradicionales de ciertos sucesos reales. Estos sucesos entiendo que son la destrucción de la primera (la Cuarta, en la Enseñanza Esotérica) raza de la humanidad, por las aguas del Diluvio.
            
A esto añade Faber:
             
Estoy convencido de que la tradición del hundimiento de la isla Flegia es la misma que la del hundimiento de la isla Atlántida. Ambas me parece que aluden a un gran suceso: al hundimiento del mundo entero bajo las aguas del diluvio, o al alzamiento del agua central, si suponemos que la bóveda de la tierra permaneció en su posición original. En efecto, M. Bailly, en su obra sobre los Atlantes de Platón, cuyo objeto es evidentemente depreciar la autoridad de la cronología bíblica, trata de probar que los Atlantes eran una nación del Norte, muy antigua y muy anterior a los Indos, a los Fenicios y a los Egipcios.
             
En esto está Faber de acuerdo con Bailly, quien se muestra más instruido y con más intuición que los que aceptan la cronología bíblica. Tampoco se equivocaba Bailly al decir que los Atlantes eran lo mismo que los Titanes y Gigantes . Faber adopta tanto más gustoso la opinión de su cofrade francés cuanto que Bailly menciona a Cosme Indicoplesta, que conservaba una antigua tradición acerca de Noé, de que había “habitado en otro tiempo la isla Atlántida”. Que esta isla sea la “Poseidonis” mencionada en el Esoteric Buddhism (8ª edic., págs. 67, 73)  o el Continente de la Atlántida, importa poco. La tradición existe, registrada por un cristiano.
            
Ningún Ocultista pensaría janás en privar a Noé de sus prerrogativa, si se pretendiese que era un Atlante; pues esto demostraría sencillamente que los israelitas han repetido la historia del Manu Vaivasvata, de Xisuthros y tantos otros, y que sólo han cambiado el nombre, lo cual podían hecer con el mismo derecho que cualquiera otra nación o tribu. A lo que nosotros nos oponemos es a la aceptación literal de la cronología bíblica, por ser absurda y estar en desacuerdo tanto con los antecedentes geológicos como con la razón. Por otra parte, si Noé era un Atlante, entonces era un Titán, un Gigante, como lo indica Faber; y si era un Gigante, ¿entonces por qué no lo presentan como tal en el Génesis?.
            
El error de Bailly fue el rechazar la sumersión de la Atlántida, y llamar a los Atlantes, sencillamente, nación del Norte y postdiluviana; la cual, sin embargo, floreció ciertamente, como él dice, antes de la fundación de los imperios Indo, Egipcio y Fenicio. Si él hubiese conocido la existencia de lo que hemos convenido en llamar la Lemuria, hubiera tenido también razón en esto. Porque los Atlantes eran postdiluvianos respecto de los Lemures, y la Lemuria no fue sumergida como la Atlántida, sino que se hundió bajo las olas, debido a temblores de tierra y a fuegos subterráneos, como sucederá un día con la Gran Bretaña y Europa. La ignorancia de nuestros hombres de ciencia es la que no quiere aceptar la tradición de que varios Continentes se han hundido ya, ni la ley periódica que obra durante el Ciclo Manvantárico; esta ignorancia es la causa principal de toda la confusión. Tampoco se equivoca Bailly cuando nos asegura que los indos, egipcios y fenicios vinieron después que los Atlantes, pues estos pertenecían a la Cuarta Raza, mientras que los Arios y su Rama Semítica son de la Quinta. Platón, al paso que repite la historia según los sacerdotes de Egipto la refirieron a Solón, confunde intencionalmente (como lo hacía todo Iniciado) los dos continentes, y aplica a la pequeña isla que se hundió la última todos los sucesos pertenecientes a los dos enormes continentes: el prehistórico y el tradicional. Por tanto, describe la primera pareja, que pobló toda la isla, como habiendo sido formada de la Tierra. Al decir esto, no quiere significar a Adán y Eva, ni tampoco a los antepasados helénicos. Su lenguaje es sencillamente alegórico, y al mencionar la “Tierra” quiere significar la Materia, pues los Atlantes fueron realmente la primera Raza puramente humana y terrestre, toda vez que las que la precedieron eran más divinas y etéreas que humanas y sólidas.
            
Sin embargo Platón debía conocer, como cualquier otro Adepto iniciado, la historia de la Tercera Raza después de su “Caída”, aunque, obligado al silencio y al secreto, nunca demostró su conocimiento. Sin embargo, ahora sería más fácil hacerse cargo, después de conocer aunque no sea más que la cronología aproximada de las naciones orientales -la cual se fundaba toda en los cálculos arios, por los cuales se guiaba-, para  comprender los inmensos períodos de tiempo que han debido transcurrir después de la separación de los sexos, sin mencionar la Primera Raza Raíz, ni aun siquiera la Segunda. Como éstas tienen que quedar fuera de la comprensión inútil hablar detalladamente de la Primera y Segunda Razas, y hasta del primer período de la Tercera. Principiaremos, pues, por el período en que esta última alcanzó por completo el estado humano, para evitar así que el lector no iniciado se confunda y extravíe irremisiblemente.
            
La TERCERA RAZA CAYÓ y no creó más;  ella engendró su progenie. Como en la época de la separación estaba aún sin mente, engendró además una descendencia anómala, hasta que su naturaleza fisiológica ajustó sus instintos en la dirección debida. Lo mismo que los “Señores-Dioses” de la Biblia, los “Hijos de la Sabiduría”, los Dhyân Chohans, la habían prevenido de no tocar el fruto prohibido por la Naturaleza; pero el aviso resultó inútil. Los hombres comprendieron lo impropio -no es preciso decir el pecado- de lo que habían hecho, sólo cuando era demasiado tarde; después que las Mónadas Angélicas de Esferas superiores hubieron encarnado en ellos, dotándoles de entendimiento. Hasta aquel día habían permanecido sencillamente físicos, lo mismo que los animales generados por ellos. Porque ¿cuál es la distinción? La Doctrina enseña que la única diferencia entre los objetos animados e inanimados en la Tierra, entre la estructura animal y la humana, es que en unos están latentes los diversos “Fuegos”, y en otros son activos. Los Fuegos vitales están en todas las cosas, y ni un átomo está privado de ellos. Pero ningún animal posee manifestados los tres “principios” superiores; sólo se hallan sencillamente en estado potencial, latente, y por tanto, no existente. Y así estarían hoy día las formas animales de los hombres si hubiesen sido dejadas tales como salieron de los cuerpos de sus Progenitores, cuyas Sombras eran para desenvolverse, desarrolladas únicamente por los poderes y fuerzas inmanentes en la Materia. Pero, según se dice en el Pymander:

            
Éste es un Misterio que hasta hoy estaba sellado y oculto. La Naturaleza, mezclada con el Hombre, produjo un milagro portentoso; la mezcla armónica de las esencia de los Siete (Pitris, o Gobernadores) y la suya propia; el Fuego, y el Espíritu y la Naturaleza (el Nóumeno de la Materia); los cuales (mezclándose) produjeron siete hombres de sexos opuestos (negativo y positivo) con arreglo a las esencias de los siete Gobernadores.

            
Así dice Hermes, el tres veces gran Iniciado, el “Poder del Pensamiento Divino”. San Pablo, otro Iniciado, llamó a nuestro Mundo “el espejo enigmático de la verdad pura”, y San Gregorio de Nacianceno corroboró a Hermes declarando que:

            Las cosas visibles no son sino la sombra y delineación de cosas que no podemos ver.
             
Es ésta una eterna combinación, y las imágenes se repiten desde el peldaño superior de la Escala del Ser hasta el inferior. La “Caída de los Ángeles” y la “Guerra en los Cielos” son repetidas en todos los planos; el “espejo” inferior desfigura la imagen del “espejo” superior, y cada uno lo repite a su modo. Así, los dogmas cristianos no son sino las reminiscencias de los paradigmas de Platón, quien hablaba de estas cosas con prudencia, como lo haría todo Iniciado. Pero todo esto se halla expresado en estas pocas sentencias del Desatir:
            
Todo lo que hay en la tierra -dice el Señor (Ormuzd)- es la sombra de algo que existe en las esferas superiores. Este objeto luminoso (luz, fuego, etc.) es la sombra de lo que es más luminoso aún que él, y así sucesivamente hasta que llega a mí, que soy la luz de las luces.
             
En los libros kabalísticos, principalmente en el Zohar, está muy pronunciada la idea de que todas las cosas objetivas de la Tierra o de este Universo son la “Sombra” (Dyooknah) de la luz o Deidad eterna.
            
La Tercera Raza fue en un principio, de modo preeminente, la “Sombra” brillante de los Dioses, a quienes la tradición destierra sobre la Tierra después de la alegórica Guerra en los Cielos. Ésta fue aún más alegórica en la Tierra, pues fue la Guerra entre el Espíritu y la Materia. Esta guerra durará hasta que el Hombre Interno y Divino adapte su yo externo terrestre a su propia naturaleza espiritual. Hasta entonces las fieras y tenebrosas pasiones de ese yo estarán en lucha constante con su Maestro, el Hombre Divino. Pero el animal será domado un día, porque su naturaleza cambiará, y la armonía reinará una vez más entre los dos como antes de la “Caída”, cuando el mismo hombre mortal era “creado” por los Elementos en lugar de nacer.
            
Lo anterior está claro en todas las grandes Teogonías, principalmente en la griega, lo mismo que en la de Hesiodo. La mutilación de Urano por su hijo Cronos, quien de este modo le condena a la impotencia, no ha sido comprendida nunca por los mitólogos modernos. Sin embargo, es muy clara, y como era universal, debe haber contenido una gran idea abstracta y filosófica, perdida ahora para nuestros sabios modernos. Este castigo de la alegoría, determina verdaderamente “un nuevo período, una segunda fase en el desarrollo de la creación”, como justamente observó Decharme, quien, sin embargo, no intenta explicarlo. Urano trató de poner un impedimento a ese desarrollo o evolución natural,  destruyendo todos sus hijos tan pronto nacían. Urano, que personifica todos los poderes creadores del Caos y en el Caos -el Espacio, o la Deidad No-manifestada-, tiene, pues, que pagar el castigo; pues estos poderes son los que hacen que los Pitris desarrollen de sí mismos hombres primordiales, del mismo modo que más adelante estos hombres desarrollan a su vez a su progenie, sin ningún sentido ni deseo de procrear. La obra de la generación, suspendida por un momento, pasa a manos de Cronos (Chronos), el Tiempo, el cual se une a Rhea (la Tierra; y la Materia en general, en el esoterismo), produciendo así Titanes celestes y terrestres. Todo este simbolismo se relaciona con los misterios de la evolución.     
            
Esta alegoría es la versión exotérica de la Doctrina Secreta dada en esta parte de nuestra obra. Pues en Cronos vemos la misma historia repetida de nuevo. Así como Urano destruyó sus hijos con Goea (que en el mundo de la manifestación es una con Aditi, o el Gran Océano Cósmico), confinándolos al seno de la Tierra, Titaea, así también Cronos, en este segundo período de la creación, destruyó sus hijos con Rhea, devorándolos. Ésta es una alusión a los esfuerzos infructuosos de la Tierra o Naturaleza para crear, por sí sola, “hombres” realmente humanos. El tiempo devora su propia obra inútil. Luego viene Zeus, Júpiter, que destrona a su vez a su padre. Júpiter el Titán, es, en un sentido, Prometeo, y es distinto de Zeus, el gran “Padre de los Dioses”. Él es el “hijo irrespetuoso” en Hesiodo. Hermes le llama el “Hombre Celeste” en el Pymander; y hasta en la Biblia se le ve también bajo el nombre de Adán, y más adelante, por transmutación, bajo el de Ham. Sin embargo, éstas son todas personificaciones de los “Hijos de la Sabiduría”. La confirmación necesaria de que Júpiter pertenece al Ciclo Atlante puramente humano -caso de que Urano y Cronos que le precedieron se crean insuficientes- puede leerse en Hesiodo, que nos dice que:
                      
Los Inmortales hicieron la raza de la Edad de Oro y de Plata (Primera y Segunda Razas); Júpiter hizo la generación de Bronce (una mezcla de dos elementos), la de los Héroes, y la de la Edad de Hierro.
            
Después de esto envía su fatal presente, Pandora, a Epimeteo. Hesiodo llama a este presente de la primera mujer, “un don fatal”. Fue un castigo, explica, enviado al hombre “por el robo del fuego (divino creador)”. La aparición de ella en la Tierra es la señal de toda clase de males. Antes de que apareciese, las razas humanas vivían dichosas, libres de enfermedades y sufrimientos; así como a las mismas razas se las hace vivir bajo el gobierno de Yima, en el Vendidâd mazdeísta.
            
Pueden encontrarse también dos Diluvios en la tradición universal, comparando atentamente a Hesiodo, el Rig Veda, el Zend Avesta, etc.; pero ningún primer hombre se menciona en ninguna Teogonía, salvo en la Biblia. En todas partes el hombre de nuestra Raza aparece después de un cataclismo de agua. Después de esto, la tradición sólo menciona los diversos continentes o islas que se hundieron bajo las olas del Océano a su debido tiempo. Los Dioses y los mortales tienen un origen común, según Hesiodo; y Píndaro hace la misma declaración. Deucalión y Pirra, que se escaparon del Diluvio construyendo un Arca como la de Noé, piden a Júpiter que reanime  la raza humana que había hecho perecer bajo las aguas de la inundación. En la mitología eslavona, todos los hombres se ahogaron, y sólo quedaron dos ancianos, un hombre y su mujer. Entonces, Pram’zimas, el “amo de todo”, les aconsejó que saltasen siete veces sobre las rocas de la Tierra, y nacieron siete razas (parejas) nuevas, de las que provienen las nueve tribus Lituanias. Como lo comprendió bien el autor de Mithologie de la Grèce Antique, las Cuatro Edades significan períodos de tiempo, y son también una alusión alegórica a las Razas. según él dice:
            
Las razas sucesivas, destruidas y reemplazadas por otras, sin período de transición alguno, son caracterizadas en Grecia por el nombre de los metales, para expresar su valor siempre decreciente. El oro, el más brillante y precioso de todos, símbolo de esplendor..., califica la primera raza... Los hombres de la segunda raza, los de la Edad de Plata, son ya muy inferiores a los de la primera. Criaturas inertes y débiles, toda su vida no es más que una infancia larga y estúpida... Desaparecen... Los hombres de la Edad de Bronce son robustos y violentos (la Tercera Raza)..., su fuerza es extremada. “Tenían armas de bronce, habitaciones de bronce; no usaban más que el bronce. El hierro, el metal negro, no era aún conocido”. La cuarta raza es, según Hesiodo, la de los héroes que cayeron ante Tebas , o bajo las murallas de Troya.
             
De modo que, como se encuentran las cuatro Razas mencionadas por los poetas griegos más antiguos, aunque de un modo muy confuso y anacrónico, nuestras doctrinas se ven, una vez más, corroboradas en los clásicos. Pero todo esto es “mitología” y poesía. ¿Qué puede la Ciencia Moderna decir, ante tales euhemerizaciones de antiguas ficciones? El veredicto no es difícil de prever. Por tanto, hay que tratar de contestar anticipadamente, y probar que en el dominio de esta misma Ciencia hay tanta parte constituida por ficciones y especulaciones empíricas, que ningún hombre de saber tiene el menor derecho, con una viga tan pesada en su propio ojo, a señalar la paja en el ojo del Ocultista, aun suponiendo que esta paja sea tal y no una invención de su propia fantasía.

40 ENTONCES LA TERCERA Y CUARTA CRECIERON EN ORGULLO. “SOMOS LOS REYES ; SOMOS LOS DIOSES”(a)

41TOMARON ESPOSAS DE HERMOSA APARIENCIA. ESPOSAS PROCEDENTES DE LOS SIN MENTE, LOS DE CABEZA ESTRECHA. ENGENDRARON MONSTRUOS,DEMONIOS PERVERSOS, MACHO Y HEMBRA, TAMBIÉN KHADO, CON MENTES LIMITADA b).

42 CONSTRUYERON ELLOS TEMPLOS PARA EL CUERPO HUMANO, RENDÍAN CULTO A VARÓN Y HEMBRA (c). ENTONCES EL TERCER OJO CESÓ DE FUNCIONAR (d).
           
a)  Tales fueron los primeros hombres físicos verdaderos, cuya primera cualidad característica fue el orgullo. El recuerdo de esta Tercera Raza y de los gigantescos Atlantes es el que se ha transmitido de unas razas y generaciones a otras hasta los días de Moisés, y que ha encontrado forma objetiva en los gigantes antediluvianos, esos terribles hechiceros y magos, de quienes la Iglesia Romana ha conservado unas leyendas tan vívidas y al mismo tiempo tan desfiguradas. Cualquiera que haya leído y estudiado los Comentarios de la Doctrina Arcaica reconocerá fácilmente en algunos de estos Atlantes a los prototipos de los Minrods, de los Constructores de la Torre de Babel, de los Hamitas y todos esos  tutti quanti de “maldecida memoria”, según se expresa la literatura teológica; en una palabra, de aquellos que han proporcionado a la posteridad los tipos ortodoxos de Satán. Y esto nos conduce naturalmente a inquirir la ética religiosa de estas Razas primeras, por mítica que sea.
            
¿Cuál fue la religión de la Tercera y Cuarta Razas? En el sentido ordinario del término, ni los Lemures ni tampoco su progenie los Lemuro-Atlantes, tenían ninguna; pues no conocían los dogmas, ni tenían que creer por la fe. Tan pronto como se abrió al entendimiento el ojo mental del hombre, la Tercer Raza se sintió una con el siempre presente, así como siempre desconocido e invisible. Todo, la Deidad Universal Única. Dotado de poderes divinos y sintiendo en sí mismo a su Dios interno, cada uno sentía que era un Dios-Hombre en su naturaleza, aunque un animal en su ser físico. La lucha entre los dos principió el mismo día que probaron el fruto del Árbol de la Sabiduría; lucha por la vida entre lo espiritual y lo psíquico, lo psíquico y lo físico. Los que dominaron los “principios” inferiores, obteniendo la subyugación del cuerpo, se unieron a los “Hijos de la Luz”. Los que cayeron víctima de sus naturalezas inferiores, se convirtieron en esclavos de la Materia. De “Hijos de la Luz y de la Sabiduría”, concluyeron por ser “Hijos de las Tinieblas”. Cayeron en la batalla de la vida mortal con la Vida Inmortal, y todos los que cayeron así, fueron la semilla de las futuras generaciones de Atlantes.
            
Así, pues, en el amanecer de su conciencia, el hombre de la Tercera Raza-Raíz no tenía creencias que pudieran llamarse religión. Esto es; no sólo ignoraba las “brillantes religiones llenas de pompa y oro”, sino hasta todo sistema de fe o de culto externo. Pero si el término se define como la unión de las masas en una forma de reverencia hacia los que sentimos superiores a nosotros, y de respeto (como el sentimiento que expresa el niño hacia el padre amado), entonces hasta los primeros Lemures, desde el principio mismo de su vida intelectual, tuvieron una religión, y una de las más hermosas. ¿No tenían a los brillantes Dioses de los Elementos a su alrededor, y hasta dentro de ellos mismos?. ¿No pasaban su infancia, no eran criados y atendidos por aquellos que les habían dado el ser y los habían traído a la vida consciente inteligente? Se nos asegura que así fue, y lo creemos. Pues la evolución del Espíritu en la Materia no hubiera podido tener nunca lugar, ni hubiese recibido su primer impulso, si los brillantes Espíritus no hubiesen sacrificado sus esencias supra etéreas respectivas para animar al hombre de barro, dotando a cada uno de sus “principios” internos, con una parte, o más bien con un reflejo, de esta esencia. Los Dhyânis de los Siete Cielos -los siete planos del Ser- son los Nóumenos de los Elementos actuales y futuros, lo mismo que los Ángeles de los Siete Poderes de la Naturaleza -cuyos efectos groseros percibimos en lo que la Ciencia ha tenido a bien llamar “modos de movimiento”, fuerzas imponderables, y qué sé yo qué más- son los Nóumenos aún más superiores de Jerarquías aún más elevadas.
            
Aquellos remotísimos tiempos eran la “Edad de Oro”; la Edad en que los “Dioses andaban por la tierra, y se mezclaban libremente con los mortales”. Cuando concluyó, los Dioses se fueron, esto es, se hicieron invisibles, y las generaciones posteriores terminaron por adorar sus reinos: los Elementos.
            
Los Atlantes, primera progenie del hombre semidivino después de su separación en sexos, y por tanto, los primeros engendrados y los mortales que primeramente nacieron al modo humano, fueron los primeros “sacrificadores” al Dios de la Materia. Son ellos, en el oscuro y remoto pasado, en edades más que prehistóricas, el prototipo sobre el cual se construyó el gran símbolo de Caín, los primeros antropomorfistas que adoraron la Forma y la Materia, culto que pronto degeneró en personal, y que luego condujo al falicismo que reina supremo hasta hoy día en el simbolismo de todas las religiones exotéricas de rituales, dogmas y formas, Adán y Eva se convirtieron en materia, o proporcionaron el terreno, o sea Caín y Abel: este último, como suelo portador de vida; el primero, como “agricultor de este terreno o campo”.
            
De este modo fue cómo los primeros Atlantes, nacidos en el Continente Lemur, se separaron desde sus primeras tribus en buenos y en malos; en los que adoraban al Espíritu invisible de la Naturaleza, cuyo Rayo siente el hombre dentro de sí mismo, o Panteístas, y en los que rendían un culto fanático a los Espíritus de la Tierra, los Poderes antropomórficos, cósmicos y tenebrosos, con quienes se aliaron. Estos fueron los primeros Gibborim, los “hombres poderosos... famosos” en aquellos días, que en la Quinta Raza son los Kabirim, Kabiri, para los egipcios y fenicios; Titanes, para los griegos, y Râkshasas y Daityas para las razas indias.
            
Tal fue el origen secreto y misterioso de todas las subsiguientes y modernas religiones especialmente del culto de los hebreos ulteriores a su dios de tribu. Al mismo tiempo, esta religión sexual estaba estrechamente relacionada con los fenómenos astronómicos, sobre los cuales se basaba, y con los que, por decirlo así, se confundía. Los Lemures gravitaron hacia el Polo Norte o el Cielo de sus Progenitores: el Continente Hiperbóreo; los Atlantes hacia el Polo Sur, el “Abismo”, cósmica y terrestremente considerado, de donde soplan las pasiones ardientes convertidas en huracanes por los Elementales Dragones y Serpientes, proviniendo de aquí los Dragones y Serpientes buenos y malos, y también los nombres dados a los “Hijos de Dios” -Hijos del Espíritu y de la Materia-, los Magos buenos y malos. Éste es el origen de la naturaleza doble y triple del hombre. La leyenda de los “Ángeles Caídos”, en su significado esotérico, contiene la clave de las múltiples contradicciones del carácter humano; señala ella el secreto de la conciencia de sí en el hombre; es el eje en que gira todo un Ciclo de vida; la historia de su evolución y desarrollo.
            
La comprensión exacta de la Antropogénesis Esotérica depende de que esta doctrina sea bien entendida. Da ella la clave de la enojosa cuestión del Origen del Mal; y muestra cómo el hombre mismo es el que ha dividido al Uno en varios aspectos contrarios.
             
El lector no deberá, por tanto, sorprenderse de que dediquemos tanto espacio para intentar dilucidar este difícil y oscuro asunto cada vez que se presenta. Necesariamente hay que decir mucho sobre su aspecto simbólico; pues haciéndolo así, se dan indicaciones al estudiante pensador para el mejor éxito de sus investigaciones, y se da más luz de este modo que la que se puede proporcionar con las frases técnicas de una exposición filosófica más formal. Los llamados “Ángeles Caídos” son la Humanidad misma. El Demonio del Orgullo, de la Lujuria, de la Rebelión y del Odio no existía antes de la aparición del hombre físico consciente. El hombre es quien ha engendrado y criado al demonio, y le ha permitido desarrollarse en su corazón; él es también quien ha contagiado al Dios que mora en él mismo, enlazando al Espíritu puro con el Demonio impuro de la Materia. Y si el dicho kabalístico demon est Deus inversus encuentra su corroboración metafísica y teórica en la Naturaleza dual manifestada, su aplicación práctica se encuentra solamente en la Humanidad.
            
Debe haberse hecho ya evidente que nuestras enseñanzas tienen muy pocas probabilidades de ser imparcialmente oídas, al presuponer, como lo hacemos: 

a) la aparición del Hombre primero que la de los otros mamíferos, y aun antes de los períodos de los grandes reptiles; 

b) que los Diluvios Periódicos y los Períodos Glaciales se deben a la perturbación kármica del eje; y principalmente, 

c) el nacimiento del hombre de un Ser Superior, o lo que el Materialismo llamaría un Ser sobrenatural, aunque sólo es super-humano

Añádese a esto la declaración de que una parte de la Humanidad en la Tercera Raza -todas las Mónadas de hombres que habían alcanzado el punto más alto del Mérito y del Karma en el Manvántara precedente- debió sus naturalezas psíquicas y racionales a Seres divinos, uniéndose hipostáticamente en sus Quintos Principios; y la Doctrina Secreta tiene que perder su pleito, no sólo a los ojos del Materialismo, sino también a los del Cristianismo dogmático. Pues tan pronto como este último sepa que estos Ángeles son idénticos a sus Espíritus “Caídos”, esta doctrina Esotérica será proclamada la más terriblemente herética y perniciosa. El Hombre Divino moraba en el animal, y por lo tanto, cuando tuvo lugar la separación fisiológica en el curso natural de la evolución -cuando también “toda la creación animal fue desatada”, y los machos fueron atraídos hacia las hembras-, aquella raza cayó, no porque hubiesen comido del Fruto del Conocimiento y conociesen el Bien y el Mal, sino porque no sabían otra cosa. Impulsados por el instinto creador sin sexo, las primeras subrazas habían desarrollado una raza intermedia, en la que como se ha indicado en las Estancias, los Dhyân Chohans superiores encarnaron. “Cuando hayamos comprobado la extensión del universo (y sepamos todo lo que hay en él), multiplicaremos nuestra raza” -contestaron los Hijos de la Voluntad y del Yoga a sus hermanos de la misma raza, que les invitaban a hacer lo que ellos-. Esto significa que los grandes Adeptos y Ascetas Iniciados se “multiplicarán”, esto es, producirán otra vez hijos inmaculados “nacidos de la mente” en la Séptima Raza-Raíz.
            
Así se halla afirmado en los Vishnu y Brahma Purânas, en el Mahâbhârata y en el Harivamsha. Además, en una parte del Pushkara Mâhâtmya, la separación de los sexos está alegorizada por Daksha, quien viendo que su progenie nacida por la voluntad, los “Hijos de la Yoga pasiva”, no quieren crear hombres, “convierte la mitad de sí mismo en una mujer”, con quien tuvo hijas”, las hembras futuras de la Tercera Raza que engendró los Gigantes de la Atlántida, llamados la Cuarta Raza. En el Vishnu Purâna se dice sencillamente que Daksha, el padre de la humanidad, estableció la relación sexual como medio de poblar el mundo.
            
Afortunadamente para la Especie Humana, la “Raza Electa” se había ya convertido en el vehículo de encarnación de los Dhyânis más elevados (intelectual y espiritualmente), antes de que la humanidad se hubiese hecho completamente material. Cuando las últimas subrazas -exceptuando algunas de las más inferiores- de la Tercera Raza perecieron juntamente con el gran Continente Lemur, las “Semillas de la Trinidad de la Sabiduría”, habían adquirido ya el secreto de la inmortalidad en la Tierra, el don que permite a la misma Gran Personalidad pasar ad libitum de un cuerpo gastado a otro.    
           
            
b)  La primera Guerra que se conoció en la Tierra, el primer derramamiento de sangre humana, fue el resultado de abrirse los ojos y los sentidos del hombre, lo cual le hizo ver que las hijas de sus hermanos eran más hermosas que la suya, y también sus esposas. Se cometieron raptos antes del de las Sabinas, y hubo Menelaos a quienes robaron sus Helenas antes de que la Quinta Raza hubiese nacido. Los Titanes o Gigantes eran los más fuertes; sus adversarios, los más sabios. Esto tuvo lugar durante la Cuarta Raza, la de los Gigantes.
            
Porque “había Gigantes”, en verdad, en los antiguos tiempos. La serie de la evolución del mundo animal es una garantía de que lo mismo se verificó en las razas humanas. Más bajo aún en el orden de la creación, encontramos testimonios respecto del mismo tamaño relativo en la flora que marcha pari passu con la fauna. Los lindos helechos que recogemos y secamos entre las hojas de nuestro libro favorito son los descendientes de los helechos gigantescos que crecían durante el período Carbonífero.
            
Las escrituras y fragmentos de obras científicas y filosóficas; en una palabra, casi todos los anales que nos ha legado la antigüedad, contienen referencias a los gigantes. Nadie puede dejar de reconocer a los Atlantes de la Doctrina Secreta en los Râkshasas de Lankâ, los adversarios vencidos por Râma. ¿Es posible que estos relatos no sean más que el producto de la mera fantasía? Prestemos al asunto un momento de atención.

Continua...

H.P.Blavartsky D.S T III


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