jueves, 1 de octubre de 2015

¿Son los gigantes una ficción?

 
            
En este punto también chocamos con la Ciencia, la cual niega hasta ahora que el hombre haya sido nunca mucho mayor que el término medio de los hombres altos y fuertes que actualmente se encuentran. El Dr. Henry Gregor declara que las tradiciones de los Gigantes se basan en hechos mal digeridos, y se presentan ejemplos de equivocaciones como prueba contraria de las tradiciones. 

Así, en 1613, en una localidad llamada desde tiempo inmemorial el “Campo de los Gigantes” en el bajo Dauphiné, Francia, a cuatro millas de Saint Romans, se encontraron unos huesos enormes profundamente enterrados en el suelo arenoso. Se atribuyeron a restos humanos, y hasta a Teutobodo, el jefe teutón muerto por Mario. Pero las investigaciones posteriores de Cuvier probaron que eran restos fósiles del Dinoterio gigante, de 18 pies de largo. También se señalan los antiguos efidicios como prueba de que nuestros primeros antecesores no eran mucho mayores que nosotros, por no ser entonces las puertas de mayor tamaño que ahora. El hombre más alto de la antigüedad que se conoce, nos dicen, fue el emperador romano Máximo, cuya estatura era sólo de 7 pies y medio. Sin embargo, en nuestros días, vemos todos los años hombres más altos aún. El húngaro que se exhibía en el London Pavilion (Pabellón Londres) tenía cerca de 9 pies. 

En América se exhibía otro gigante de 9 pies y 6 pulgadas de alto; el Danilo montenegrino tenía 8 pies 7 pulgadas. En Rusia y en Alemania se ven a menudo hombres de más de 7 pies entre las clases sociales inferiores. Ahora bien; dado que a los partidarios de la teoría del mono les dice Mr. Darwin que las especies de animales que resultan de los cruzamientos siempre acusan “una tendencia a volver al tipo original”, deberían ellos aplicar la misma ley a los hombres. Si en los días antiguos no hubiese habido tipos de gigantes, no los habría hoy día tampoco.
            
Todo esto se aplica solamente al período histórico. Y si los esqueletos de las edades prehistóricas no han podido hasta ahora probar de un modo innegable, en opinión de la Ciencia, lo que aquí pretendemos, esto es sólo una cuestión de tiempo. Nosotros, en todo caso, negamos positivamente que se haya realmente fracasado. Por otra parte, como ya se ha dicho, la estatura  humana ha cambiado muy poco desde el último Ciclo de la especie. Los gigantes del tiempo viejo se hallan todos enterrados bajo los océanos, y cientos de miles de años de fricción constante por el agua reduciría el bronce a polvo, cuanto más a un esqueleto humano. ¿Y de dónde procede el testimonio de escritores clásicos bien conocidos, de filósofos y de hombres que, por lo demás, jamás han tenido reputación de mentir? Tengamos, además, en cuenta que antes del año 1847, en que Boucher de Perthes lo impuso a la atención de la Ciencia, apenas si se conocía algo del hombre fósil; pues la Arqueología ignoraba complacientemente su existencia. De los gigantes que “habitaban la tierra en aquellos días” antiguos, sólo la Biblia había hablado a los sabios de Occidente; siendo el Zodíaco el testigo solitario llamado a corroborar tal declaración, en las personas de Orión y Atlas, cuyos hombros poderosos se decía que sostenían al mundo.
            
Sin embargo, ni aun los gigantes se han quedado sin sus testigos, y pueden examinarse los dos aspectos de la cuestión. Las tres Ciencias, la geológica, la sidérea y la escritural (esta última en su carácter universal), pueden proporcionarnos las pruebas necesarias. Principiando con la Geología, ésta ha confesado ya que mientras más antiguos son los esqueletos excavados, tanto más grande, más alta y más poderosa es su estructura. Ésta es ya cierta prueba a la mano. Federico Reougemont, que, aunque cree demasiado piadosamente en la Biblia y en el Arca de Noé, no es por eso menos científico, escribe:
             
Todos esos huesos encontrados en los Departamentos de Gard, en Austria, en Lieja, etc.; esos cráneos que recuerdan todos el tipo del negro... y que por razón de su tipo pudieran tomarse equivocadamente por animales, han pertenecido todos a hombres de alta estatura.
             
Lo mismo dice Lartet, autoridad que atribuye una “alta estatura” a los que fueron sumergidos en el Diluvio -no necesariamente el de “Noé”- y una estatura más pequeña a las razas que vivieron subsiguientemente.
            
En cuanto a la evidencia que proporcionaban los escritores antiguos, no tenemos que molestarnos con la de Tertuliano, que nos asegura que en su tiempo había en Cartago cierto número de gigantes; pues, antes de poder aceptar su testimonio, tendría que probarse su identidad, sino su existencia real. Podemos, sin embargo, dirigirnos a los periódicos de 1858, que hablan de un “sarcófago de gigante” encontrado en el citado año, en el sitio ocupado por aquella ciudad. En cuanto a los antiguos escritores paganos, tenemos el testimonio de Filostrato, que habla de un esqueleto de gigante de 22 codos de largo, así como también de otro de 12 codos, vistos por él mismo en el promontorio de Sigeo. Este esqueleto puede quizás no haber pertenecido, como creía Protesilas, al gigante muerto por Apolo en el sitio de Troya; sin embargo, era de un gigante, como lo era aquel otro descubierto por Messecrates de Stira, en Lemnos, “horrible de contemplar”, según Filostrato . ¿Es posible que los prejuicios lleven a la ciencia al extremo de clasificar a todos estos hombres como necios o como embusteros?
            
Plinio habla de un gigante en quien creyó reconocer a Orión, u Oto, el hermano de Ephialtes. Plutarco declara que Sertorio vio la tumba de Anteo, el Gigante; y Pausanias atestigua la existencia real de las tumbas de Asterio y de Gerion, o de Hilo, hijo de Hércules -todos Gigantes, Titanes y hombres poderosos-. Finalmente, el Abate Pegues afirma, en su curiosa obra Les Volcans de la Grèce, que:
             
En la vecindad de los volcanes de la isla de Tera se encontraron gigantes con cráneos enormes, que yacían bajo piedras colosales, cuya erección, en todos los sitios, ha debido de exigir el uso de fuerzas titánicas, y que la tradición asocia, en todos los países, con las ideas sobre los gigantes, los volcanes y la magia.

            
En la misma obra antes citada, el autor se pregunta por qué en la Biblia y en la tradición, los Gibborim, los gigantes o “poderosos”, los Rephaim, espectros o “fantasmas”; los Nephilim, los “caídos” (irruentes), se nos presentan como idénticos, aunque son “todos hombres”, puesto que la Biblia los llama los primitivos y los poderosos, verbigracia, Nimrod. La Doctrina Secreta explica el misterio. Estos nombres, que pertenecen de derecho sólo a las cuatro Razas precedentes y a los primeros principios de la Quinta, aluden muy claramente a las primeras dos Razas Fantasmas (Astrales), a la Raza “Caída” -la Tercera, y a los Gigantes Atlantes-, la Cuarta, después de la cual “principiaron los hombres a decrecer en estatura”.
            
Bossuet ve la causa de la idolatría universal subsiguiente en el “pecado original”. Seréis como Dioses”, dice la Serpiente del Génesis a Eva, sentando así el primer germen del culto a las falsas divinidades. De aquí proviene, cree él, la idolatría, o el culto y adoración a las imágenes antropomorfizadas o figuras humanas. Pero, si es en esto en lo que se funda la idolatría, entonces las dos iglesias, la griega, y especialmente la latina, son tan idólatras y paganas como cualquiera otra religión. Sólo en la Cuarta Raza fue cuando los hombres, que habían perdido todo derecho a ser considerados divinos, apelaron al culto del cuerpo, en otras palabras, al falicismo. Hasta entonces habían sido verdaderamente Dioses, tan puros y divinos como sus Progenitores; y la expresión de la “Serpiente” alegórica, como se ha indicado suficientemente en las páginas anteriores, no se refiere en modo alguno a la “Caída” fisiológica de los hombres, sino a su adquisición del conocimiento del Bien y del Mal; y este conocimiento les vino prior a su caída. No debe olvidarse que sólo después de su forzada expulsión del Edén fue cuando “Adán conoció a su esposa Eva”. No es nuestra intención, sin embargo, confrontar las enseñanzas de la Doctrina Secreta con la letra muerta de la Biblia hebrea, sino más bien señalar las grandes semejanzas entre las dos, en su sentido esotérico.

            
Sólo después de su defección de los Neoplatónicos fue cuando Clemente de Alejandría principió a traducir gigantes por serpientes, explicando que “serpientes y gigantes significan demonios”.
            
Se nos dirá que antes de establecer paralelos entre nuestras doctrinas y las de la Biblia, tenemos que presentar mejores pruebas de la existencia de los Gigantes de la Cuarta Raza que la referencia que de ellos se encuentra en el Génesis. A esto contestaremos que las pruebas que damos son más satisfactorias, pues en todo caso se apoyan en testimonios más literarios y científicos que las del Diluvio de Noé tendrán jamás. Hasta las mismas obras históricas de la China, están llenas de tales reminiscencias sobre la Cuarta Raza. En la traducción francesa del Shoo-King, leemos:
            
Cuando los Miao-tse (la raza antediluviana pervertida (explica el anotador) que se retiró en aquellos antiguos días a las cuevas rocosas, y cuyos descendientes se dice que se encuentran aún en las cercanías de Cantón; según nuestros antiguos documentos, hubieron perturbado toda la tierra, por causa de los engaños de Tchy-Yeoo,, ésta se llenó de bandidos... El Señor (Chang-ty,  Rey de la Dinastía Divina), posó su mirada sobre el pueblo y no vio ya en él ningún rastro de virtud. Entonces ordenó a Tchong y a Ly (dos Dhyân Chohans inferiores) que cortasen toda comunicación entre el Cielo y la Tierra. ¡Desde entonces cesaron las subidas y bajadas!.

            
Las “subidas y bajadas” significa una libre comunicación y relación entre los dos Mundos.
            
Como no estamos en situación de exponer una historia completa y detallada de la Tercera y Cuarta Razas, tenemos que reunir ahora tantos hechos aislados referentes a ellas como nos es permitido, especialmente los que se hallan corroborados tanto por los testimonios directos como por los deductivos que se encuentran en la antigua literatura e historia. Cuando los “vestidos de piel” de los hombres se hicieron más densos, y estos cayeron más y más en el pecado físico, la relación entre el Hombre Físico y el Divino Hombre Etéreo se interrumpió. El Velo de Materia entre los dos planos se hizo demasiado denso para que pudiera ser penetrado hasta por el mismo Hombre Interno. Los Misterios del Cielo y de la Tierra, revelados a la Tercera Raza por sus Maestros Celestes en los días de su pureza, se convirtieron en un foco de luz cuyos rayos se debilitaban necesariamente al difundirse y derramarse en un suelo refractario, por lo demasiado material. Entre las masas esos misterios degeneraron en Hechicería y tomaron más tarde la forma de religiones exotéricas, de idolatría llena de supersticiones, y del culto al hombre o al héroe. Solamente un puñado de hombres primitivos -en quienes ardía birllantemente la chispa de la Sabiduría Divina, la cual aumentaba su intensidad a medida que se tornaba más y más tenue a cada edad en los que la empleaban con fines maléficos- permanecieron como custodios electos de los Misterios revelados a la humanidad por los Maestros Divinos. Entre ellos los había que permanecieron en su estado Kumárico desde el principio; y la tradición murmurará lo que la Doctrina Secreta afirma, a saber: que estos electos fueron el germen de una Jerarquía que desde entonces no ha muerto nunca.
            
Como dice el Catecismo de las Escuelas Internas:
            
El Hombre Interno del Primer *** sólo cambia su cuerpo de vez en cuando; él es siempre el mismo, sin conocer el reposo ni el Nirvâna, desdeñando el Devachan y permaneciendo constantemente sobre la Tierra para la salvación de la humanidad... De los siete Hombres-vírgenes (Kumâras) cuatro se sacrificaron por los pecados del mundo e instrucción de los ignorantes, para permanecer hasta el fin del Manvántara presente. Aun cuando invisibles, siempre están presentes. Cuando la gente dice de uno de ellos “Ha muerto”; vedle, está vivo y bajo otra forma. Ellos son la Cabeza, el Corazón, el Alma y la Semilla del Conocimiento Inmortal (Jnâna). Nunca hables, ¡oh Lanú!, de estos grandes (Mahâ...) delante de la multitud, mencionándolos por sus nombres. Sólo los sabios comprenderán .
            
Estos “Cuatro sagrados son los que han sido alegorizados y simbolizados en el Linga Purâna, que dice que Vâmadeva (Shiva), como Kumâra, nace de nuevo en cada Kalpa (Raza, en este caso), como cuatro jóvenes; cuatro blancos, cuatro rojos, cuatro amarillos y cuatro oscuros o morenos. Tengamos presente que Shiva es, sobre todo y principalmente, un asceta, el patrón de todos los Yogis y Adeptos, y la alegoría se hará completamente comprensible. Lo que encarna en estos Elegidos es el espíritu de la Sabiduría Divina y del mismo casto Ascetismo. Sólo después de casarse y de ser arrancado por los Dioses de su terrible vida ascética, Rudra se convierte en Shiva, un Dios en el Panteón indo, y no de un tipo muy virtuoso y misericordioso. Más elevado que los “Cuatro” sólo hay UNO sobre la Tierra como en los Cielos -ese Ser solitario aún más misterioso- descrito en el volumen I.
            
Ahora tenemos que examinar la naturaleza de los “Hijos de la Llama” y de la “Tenebrosa Sabiduría”, así como el pro y contra de la suposición Satánica.
            
Las sentencias sueltas como las que pudieron ponerse en claro de los fragmentos de ladrillo, a las cuales llama George Smith “La Maldición después de la Caída”, son, por supuesto, alegóricas; sin embargo, corroboran lo que se enseña sobre la verdadera naturaleza de la Caída de los Ángeles en nuestros Libros. Así se dice que el “Señor de la Tierra pronunció su nombre, el Padre Elu (Elohim)”, y lanzó su “maldición”, la cual “oyó el Dios Hea, y su hígado se encolerizó porque su hombre (el Hombre Angélico) había corrompido su pureza”, por lo cual Hea expresa el deseo de que la “sabiduría y conocimiento de un modo hostil le hagan daño (al hombre)”.
            
Esta última frase señala la relación directa del relato caldeo con el gnóstico. Mientras Hea trata de reducir a la nada la sabiduría y conocimiento adquiridos por el hombre, por la facultad consciente e intelectual recientemente adquirida de crear a su vez -arrebatando así el monopolio de la creación de las manos de Dios (los Dioses)-, los Elohim hacen lo mismo en el tercer capítulo del Génesis. Por tanto, los Elohim le echan fuera del Edén.
            
Pero esto no les sirvió de nada. Pues estando el Espíritu de la Sabiduría Divina sobre y en el hombre -verdaderamente la Serpiente de la Eternidad y de todo Conocimiento, ese Espíritu Manásico que le hizo aprender el secreto de la “creación” en el plano Kriyâshaktico, y de la procreación en los planos terrestres- le condujo naturalmente a descubrir la senda de la inmortalidad, a pesar de los celos de todos los Dioses.
            
Los primeros Atlantes-Lemures (las encarnaciones divinas) están acusados de haber tomado para sí esposas de una raza inferior, o sea de la raza de los hombres hasta entonces sin mente. Todas las Escrituras antiguas tienen la misma leyenda, más o menos desfigurada. En primer término, la Caída Angélica que transformó a los “Primogénitos” de Dios en Asuras, o en el Ahriman o Tifón de los “paganos” -esto es; si lo que se dice en el Libro de Enoch  y en Hermes, en los Purânas y en la Biblia, se toma literalmente- tiene, al ser leída esotéricamente, el siguiente sencillo significado:
            
Las sentencias, tales como “en su ambición (la de Satán) levantó su mano contra el Santuario del Dios de los Cielos”, etc., debe leerse: Impulsado por la Ley de la Evolución Eterna y del Karma, el Ángel encarnó sobre la Tierra en el Hombre; y como su Sabiduría y Conocimiento son todavía divinos, aunque su Cuerpo es terrestre, él es (alegóricamente) acusado de divulgar los Misterios del Cielo. Él combina y usa los dos con el objeto de la procreación humana, en lugar de la superhumana. En adelante “el hombre engendrará, no creará”. Pero como al hacerlo así tiene que usar su débil Cuerpo como medio de procreación, ese Cuerpo pagará la pena por esta Sabiduría traída del Cielo a la Tierra; de aquí que la corrupción de la pureza física se convierta en una maldición temporal.
            
Los kabalistas de la Edad Media conocían esto bien, puesto que uno de ellos no temió escribir lo siguiente:
            
La Kabalah fue primeramente enseñada por Dios mismo a una selecta Compañía de Ángeles que formaban una escuela teosófica en el Paraíso. Después de la Caída, los Ángeles comunicaron graciosamente esta doctrina celeste al hijo desobediente de la Tierra, para proporcionar a los protoplastas el medio de volver a su prístina nobleza y felicidad.
            
Esto muestra de qué modo fue interpretado por los kabalistas cristianos el incidente de los Hijos de Dios, casándose con las Hijas de los Hombres y comunicándoles los Secretos Divinos del Cielo, según se dice alegóricamente por Enoch y en el sexto capítulo del Génesis. Todo este período puede considerarse como el período pre-humano, el del Hombre Divino, o como ahora lo interpreta la plástica Teología Protestante, el período Pre-Adámico. Pero hasta el mismo Génesis principia su verdadera historia (cap. VI) por los gigantes de “aquellos días” y por los “hijos de Dios” casándose y enseñando a sus esposas, las “hijas de los hombres”.
            
Este período es el que se describe en los Purânas; y relacionándose, como se relaciona, con días que se pierden en las edades arcaicas, y por tanto prehistóricas,  ¿cómo puede ningún antropólogo estar seguro de si la humanidad de aquella época era o no lo que hoy? Todo el personal de los Brâhmanas y Purânas -los Rishis, Prajâpatis, Manus, sus esposas y progenie- pertenecen a ese período prehumano. Todos ellos son la Semilla de la Humanidad, por decirlo así. Alrededor de estos “Hijos de Dios”, los hijos astrales “nacidos de la mente” de Brahmâ, han crecido y se han desarrollado nuestras constituciones físicas, y se han convertido en lo que hoy son. Pues las historias Puránicas de todos estos hombres son las de nuestras Mónadas, en sus diversas e innumerables encarnaciones sobre esta y otras Esferas, sucesos percibidos por el “Ojo de Shiva” de los antiguos Videntes -el “Tercer Ojo” de nuestras Estancias- y descritos alegóricamente. Más tarde fueron desfigurados con fines sectarios; mutilados, pero quedando aún, sin embargo, un fundamento considerable de verdad. La filosofía de tales alegorías no es menos profunda por estar tan densamente velada por la exuberancia de la fantasía.
            
Pero con la Cuarta Raza llegamos al período puramente humano. Los que hasta entonces habían sido Seres semidivinos, aprisionados por sí mismos en cuerpos que sólo eran humanos en apariencia, cambiaron fisiológicamente y tomaron para sí esposas que eran completamente humanas y hermosas de contemplar, pero en las cuales habían encarnado Seres inferiores, más materiales. Estos Seres de formas femeninas -Lilith es su prototipo en las tradiciones judías- se llaman en los relatos esotéricos Khado (Dâkini, en sánscrito). Leyendas alegóricas llaman a la principal de estas Liliths, Sangye Khado (Buddha Dâkini, en sánscrito); a todas se les atribuye el arte de “andar por el aire”, y una “grandísima bondad hacia los mortales”; pero sin mente alguna, sólo instinto animal .
            
c)  Éste es el principio de un culto, el cual estaba condenado a degenerar, edades después, en falicismo y culto sexual. Principió por el culto del cuerpo humano -ese “milagro de milagros”, como lo llama un autor inglés- y terminó por el de sus sexos respectivos. Los que tal culto rendían, eran gigantes de estatura; pero no gigantes en conocimientos y sabiduría, aunque ésta venía a ellos más fácilmente que a los hombres de nuestros tiempos modernos. Su ciencia era innata en ellos. Los Lemuro-Atlantes no tenían necesidad de descubrir y fijar en su memoria lo que su PRINCIPIO animador sabía en el momento de su encarnación. Sólo el tiempo, y el embotamiento siempre progresivo de la Materia de que los principios se habían revestido, pudieron, el primero, debilitar la memoria de su conocimiento prenatal, y el segundo, entorpecer y hasta extinguir en ellos todo fulgor de lo espiritual y divino. Así, pues, desde el principio cayeron, víctima de sus naturalezas animales, y criaron “monstruos”, esto es, hombres de variedades distintas de ellos.
            
Hablando de los Gigantes, Creuzer los describe muy bien diciendo que:
            
Aquellos hijos del Cielo y de la Tierra eran dotados a su nacimiento por los Poderes Soberanos, los autores de su ser, con facultades extraordinarias, tanto morales como físicas. Mandaban a los Elementos, conocían los secretos del Cielo y de la Tierra, del mar y del mundo entero, y leían el futuro en las estrellas... Verdaderamente, cuando algo se lee de ellos, parece que no se trata de hombres como nosotros, sino de Espíritus de los Elementos, surgidos del seno de la Naturaleza y teniendo dominio completo sobre ella... Todos estos seres están marcados con un carácter de magia y hechicería...
             
Y así eran esos héroes, ahora legendarios, de las razas prehistóricas, que realmente existieron una vez. Creuzer fue un sabio en su generación, porque no acusó de engaño deliberado, o de torpeza y superstición, a una serie sin fin de filósofos reconocidos que mencionan esas razas, y aseguran que, aun en tiempo de ellos, vieron sus restos fósiles. En aquellos tiempos viejos había escépticos, tantos y tan grandes como hoy día. Pero hasta un Luciano, un Demócrito y un Epicuro se rindieron a la evidencia de los hechos, y demostraron la capacidad distintiva de las grandes inteligencias, que pueden distinguir la ficción del hecho, y la verdad de la exageración y de la falsedad. Los antiguos escritores no eran más necios que nuestros modernos sabios; pues, como observó muy bien el autor de “Notas sobre la Psicología de Aristóteles en relación con el Pensamiento Moderno”, en Mind:
             
La división común de la historia en antigua y moderna es... errónea. Los griegos del siglo IV antes de Cristo eran, por muchos conceptos, modernos; especialmente, podemos añadir, en su escepticismo. No eran muy a propósito para aceptar tan fácilmente fábulas.

            
Sin embargo, los Lemures y los Atlantes, esos “hijos del Cielo y de la Tierra”, fueron verdaderamente marcados con el carácter de brujería; pues la Doctrina secreta les acusa precisamente de lo que, si se creyese, pondría fin a las dificultades de la Ciencia respecto al origen del hombre, o más bien de sus semejanzas anatómicas con el mono antropoide. Se les acusa de haber cometido el (para nosotros) abominable crimen de procrear con llamados “animales”, produciendo así una especie verdaderamente pitecoide, ahora extinguida. Por supuesto, lo mismo que en la cuestión de la generación espontánea -en la cual cree la Ciencia Esotérica, y la enseña-, la posibilidad de semejante cruzamiento entre el hombre y un animal de cualquier clase, será negada. Pero aparte de la consideración de que en aquellos días primitivos, como ya se ha observado, ni los Gigantes Atlantes humanos, ni siquiera los “animales”, eran los hombres fisiológicamente perfectos y los mamíferos que nos son ahora conocidos, las nociones modernas sobre este asunto (incluso las de los fisiólogos) son demasiado inciertas y fluctuantes para negar a priori, en absoluto, un hecho semejante.
            
Un examen atento de los Comentarios haría pensar a uno que el Ser con el cual criaron los recién “Encarnados” era llamado “animal” no porque no fuese un ser humano, sino más bien porque era muy distinto física y mentalmente de las razas más perfectas que se habían desarrollado fisiológicamente en una época anterior. Recuérdese la Estancia VII y lo que se dice en la Sloka 24, a saber: que cuando los “Hijos de la Sabiduría” vinieron a encarnar la primera vez, algunos encarnaron por completo, otros proyectaron en las formas sólo un resplandor o Chispa, mientras que algunas de las Sombras quedaron sin llenar y perfeccionar hasta la Cuarta Raza. Esas razas, pues, que “permanecieron destituidas de conocimiento”, y también las que se quedaron “sin mente”, permanecieron como estaban, aún después de la separación natural de los sexos. Ellas fueron las que llevaron a cabo el primer cruzamiento por decirlo así, y criaron monstruos; y de los descendientes de estos fue de donde los Atlantes escogieron sus esposas. Adán y Eva, con Caín y Abel, se supuso que eran la única familia humana en la Tierra. Sin embargo, vemos que Caín fue a la tierra de Nod y tomó allí esposa. Es evidente que sólo una raza se suponía bastante perfecta para ser llamada humana; y, aun en nuestros días, al paso que los Singaleses consideran a los Vedhas de sus bosques no más que como animales parlantes, algunos ingleses, en su arrogancia, creen firmemente que toda la demás familia humana, especialmente los indios morenos, son de raza inferior. Por otra parte, hay naturalistas que han considerado seriamente el problema de si algunas tribus salvajes, como, por ejemplo, los bosquimanos, pueden considerarse como hombres. El Comentario, describiendo como un bípedo a esa especie (o raza) de animales, “hermosos de contemplar”, dice:
            
Tenían forma humana, pero con las extremidades inferiores, desde la cintura abajo, cubiertas de pelo.
            
De aquí la raza de los sátiros, quizás.
            
Si los hombres existían hace dos millones de años, deben de haber sido, lo mismo que los animales, por completo diferentes, física y anatómicamente, de lo que ahora son, y más próximos entonces al tipo del animal mamífero puro, que en el día. Sea como quiera, sabemos que el mundo animal ha criado estrictamente inter se, esto es, con arreglo al género y especie, sólo después de la aparición, en esta Tierra, de la Raza Atlante. Según ha indicado el autor de la hábil obra Modern Science and Modern Thought, la idea de negarse a criar con otras especies, o que la esterilidad sea el solo resultado de semejante ayuntamiento, “parece ser una deducción prima facie, más bien que una ley absoluta” aun ahora. Demuestra él que:
             
Especies diferentes crían, efectivamente, a menudo, juntas, como se ve en el caso familiar del caballo y el asno. Es verdad que en este caso la mula es estéril... Pero la regla no es universal, y muy recientemente una nueva raza híbrida, la del leporino, o liebre-conejo, ha sido criado y es perfectamente fértil.
             
La progenie del lobo y del perro es también presentada como ejemplo, como también la de otros animales domésticos; también zorros y perros, y el moderno ganado suizo presentado por Rütimeyer como descendiente de “tres distintas especies de bueyes fósiles, el Bos longifrons y Bos frontosus”. Además, algunas de las especies, como la familia del mono, que tan claramente se parece al hombre en estructura física, contiene, según se nos dice:
             
Numerosas ramas que gradualmente se suceden unas a otras, pero cuyos extremos difieren mucho más entre sí que lo que el hombre difiere de lo más elevado de la serie del mono.

            El gorila y el chimpancé, por ejemplo.
            
Así, pues, la observación de Mr. Darwin -¿o es que debemos decir la observación de Linneo?- natura non facit saltum, no sólo es corroborada por la Ciencia Esotérica, sino que (si hubiese alguna probabilidad de que la verdadera doctrina fuese aceptada por otros que sus partidarios directos), reconciliaría la teoría moderna de la evolución en más de un aspecto, si no por completo, con los hechos, así como también con el fracaso absoluto de los antropólogos en la busca del “eslabón perdido” en las formaciones geológicas de nuestra Cuarta Ronda.
            
En otra parte demostraremos que la Ciencia Moderna, aunque inconscientemente, defiende nuestro caso con lo mismo que admite, y que Quatrefages tiene mucha razón cuando dice en su última obra que es mucho más probable que se llegue a descubrir que el mono antropoide es descendiente del hombre, que no que estos dos tipos tengan un fantástico antecesor común, que no se encuentra en ninguna parte. Así, pues, la sabiduría de los compiladores de las antiguas Estancias es vindicada a lo menos por un eminente hombre de ciencia, y el Ocultista prefiere creer, como siempre lo ha hecho, lo que dice el Comentario, de que:
            
El hombre fue el prime animal (mamífero) así como el más elevado que apareció en esta creación (esta Cuarta Ronda). Luego vinieron animales aún mayores; y por último, el hombre mudo que anda a gatas. (Pues) los Râkshasas (Demonios-Gigantes) y Daityas (Titanes) del Dvipa (Continente) Blanco corrompieron a sus antepasados (los del hombre mudo).
            
Por otra parte, como vemos, hay antropólogos que han seguido la pista al hombre hasta una época que destruye en gran parte la aparente barrera que existe entre la cronología de la Ciencia Moderna y la Doctrina Arcaica. Es verdad que los hombres de ciencia ingleses, por regla general, han declinado el someterse a la sanción de la hipótesis aun del hombre Terciario, y todos ellos miden la antigüedad del Homo Primigenius por sus propias luces y prejuicios. A la verdad, Huxley se aventura a especular sobre la posibilidad del hombre Plioceno o Mioceno; el profesor Seeman y Mr. Grant Allen han relegado su advenimiento al Eoceno; pero, por regla general, los hombres científicos ingleses consideran que no se puede avanzar, sin peligro de error, más allá del Cuaternario. Desgraciadamente los hechos no se acomodan con la prudente reserva de estos últimos. La  escuela francesa de Antropología, basando sus opiniones en los descubrimientos de l’Abbé Bourgeois, Capellini y otros, ha aceptado, casi sin excepción, la doctrina de que seguramente se encuentran rastros de nuestros antecesores en el Mioceno, al paso que M. de Quatrefages se inclina ahora a admitir el hombre de la Época Secundaria. Más adelante compararemos estas apreciaciones con las cifras que se dan en los libros exotéricos brahmánicos, que se aproximan a las Enseñanzas Esotéricas.

            
d)  “Entonces el Tercer Ojo cesó de funcionar” -dice la Sloka- porque el HOMBRE se había hundido demasiado profundamente en el cieno de la Materia.
            
¿Cuál es el significado de esta extraña declaración de la Sloka 42, referente al Tercer Ojo de la Tercera Raza, el cual había muerto y no funcionaba ya?

            
Ahora debemos exponer algunas otras Enseñanzas Ocultas, respecto de este punto así como de otros. Hay que ampliar la historia de la Tercera y Cuarta Razas, a fin de arrojar más luz sobre el desarrollo de la humanidad presente; y mostrar cómo las facultades puestas en actividad por el ejercicio Oculto devuelven al hombre la posición que ocupaba anteriormente, con referencia a la percepción y a la conciencia espiritual. Pero hay que explicar, primeramente, el fenómeno del Tercer Ojo.

H.P.Blavatsky D.S T III

No hay comentarios:

Publicar un comentario