sábado, 3 de octubre de 2015

EVOLUCIÓN DE LAS RAZAS RAÍCES EN LA CUARTA RONDA



CICLO DESCENDENTE
Evolución de la Naturaleza Física e Intelectual, y Retroceso Gradual de la
Espiritualidad


CICLO  ASCENDENTE
Revolución o Reversión de Espiritualidad y Decrecimiento gradual  de la Materialidad y de la mera Inteligencia cerebral


           
Calculando según se nos aconseja, vemos que durante ese período de transición, esto es, en la segunda mitad de la Primera Raza astral-etéreo-espiritual, la humanidad naciente carecía del elemento de la inteligencia cerebral, por estar en su línea descendente. Y como nosotros estamos en situación paralela con ella, en la ascendente, carecemos, por lo tanto, del elemento espiritual, que está ahora reemplazado por el intelectual. Pues téngase bien presente que, como estamos en el período Mánasa de nuestro Ciclo de Razas, o en la Quinta, hemos cruzado, por consiguiente, el punto meridiano del ajustamiento perfecto del Espíritu y la Materia, o el equilibrio entre la inteligencia cerebral y la percepción espiritual. Sin embargo, no hay que olvidar un punto importante.
            
Estamos solamente en la Cuarta Ronda, y en la Quinta es cuando se alcanzará finalmente el completo desarrollo del Manas, como rayo directo del MAHAT Universal; rayo sin impedimentos de Materia. Sin embargo, como cada subraza y nación tienen sus ciclos y gradaciones de desenvolvimiento evolucionario repetidos en menor escala, mucho más tiene que ser así en el caso de una Raza Raíz. Nuestra Raza, pues, como Raza Raíz, ha cruzado la línea ecuatorial y sigue su curso cíclico en el lado espiritual; pero algunas de nuestras subrazas se encuentran aún en el sombrío arco descendente de sus respectivos ciclos nacionales; mientras que otras, las más antiguas, habiendo cruzado el punto medio, que es el que decide si una raza, una nación o una tribu perecerá o vivirá, se hallan en el apogeo del desenvolvimiento espiritual como subrazas.
            
Ahora se comprenderá por qué el Tercer Ojo se transformó gradualmente en una simple glándula, después de la Caída física de aquellos que hemos convenido en llamar Lemures.
            
Es un hecho curioso el que en los seres humanos, los hemisferios cerebrales y los ventrículos laterales se hayan desarrollado especialmente, mientras que en los cerebros de otros mamíferos, son los tálamos ópticos, los cuerpos cuadrigéminos y los cuerpos estriados las partes que más desarrollo han adquirido. Además, se asegura que la inteligencia del hombre puede medirse hasta cierto punto por el desarrollo de las circunvoluciones centrales, y de la parte anterior de los hemisferios cerebrales. Parece un corolario natural de esto que si el desarrollo de la glándula pineal puede considerarse como indicador de las capacidades astrales y propensiones espirituales de un hombre, debe haber un desenvolvimiento correspondiente de esta parte del cráneo, o un aumento en el tamaño de la glándula pineal, a expensas de la parte posterior de los hemisferios cerebrales. Ésta es una especulación curiosa, que sería confirmada en el caso presente. Vemos debajo y detrás el cerebelo, que se cree asiento de todas las propensiones animales del ser humano, y que la Ciencia admite que es el gran centro de todos los movimientos fisiológicos coordinados del cuerpo, tales como andar, comer, etc.; enfrente, la parte anterior del cerebro, los hemisferios cerebrales, la parte especialmente relacionada con el desarrollo de los poderes intelectuales del hombre; y en medio, dominando a ambos, y sobre todo a las funciones animales, la glándula pineal desarrollada, en relación con el hombre altamente evolucionado, o espiritual.
             
Debe tenerse presente que éstas no son más que correspondencias físicas; del mismo modo que el cerebro ordinario humano es el órgano registrador de la memoria, pero no la memoria misma.
            
Éste es, pues, el órgano que ha dado lugar a tantas leyendas y tradiciones, entre otras, la de los hombres de una cabeza pero con dos caras. Leyendas tales pueden verse en varias obras chinas, además de hacerse mención de ellas en los fragmentos caldeos. Aparte de la obra ya citada, el Shan Hai King, compilado por Kung Chia de los grabados de nueve urnas hechas por el emperador (2255 años antes de Cristo), pueden encontrarse en otra obra llamada los Bamboo Books, y en una tercera, el Rh Ya, cuyo autor fue “iniciado, según la tradición, por Chow Kung, tío de Wu Wang, el primer emperador de la dinastía Chow, 1122 años antes de Cristo. Los Bamboo Books contienen los anales antiguos de China encontrados 279 años después de Cristo, al abrir la tumba del rey Seang de Wei, que murió en 295 años antes de Cristo”. Estas dos obras mencionan a hombres con dos caras en una cabeza: una cara delante y otra detrás.
            
Ahora bien; lo que los estudiantes de Ocultismo deben saber es que el “Tercer Ojo”  está indisolublemente relacionado con el Karma. Esta doctrina es tan misteriosa, que son muy pocos los que la conocen.
            
El “Ojo de Shiva” no se atrofió por completo hasta la terminación de la Cuarta Raza. Cuando la espiritualidad y todos los poderes y atributos divinos del Hombre-Deva de la Tercera Raza se hicieron servidores de las pasiones fisiológicas y psíquicas, que acababan de despertarse en el hombre físico, en lugar de ser lo contrario, el Ojo perdió sus poderes. Pero tal era la ley de la evolución, y en estricta verdad, no fue una CAÍDA. El pecado no consistió en usar de los nuevos poderes desarrollados, sino en usarlos mal; en hacer del tabernáculo, destinado a contener un Dios, el templo de todas las iniquidades espirituales. Y si decimos “pecado”, es para que se comprenda nuestro sentido, pues el término más apropiado para este caso sería el de Karma; por otra parte, el lector que se sienta perplejo ante el empleo del término iniquidad “espiritual” en lugar de “física”, debe tener presente que no puede haber iniquidad física. El cuerpo es simplemente el órgano irresponsable, el instrumento, no del hombre psíquico, sino del espiritual. Y en el caso de los Atlantes, el Ser Espiritual fue precisamente el que pecó, porque el Elemento Espíritu era todavía, en aquellos tiempos, el principio “Director” del hombre. Así, pues, en aquellos días fue cuando el Karma más pesado de la Quinta Raza se generó por nuestras Mónadas.
            
Como esta sentencia puede también parecer enigmática, es mejor que la expliquemos para beneficio de los que ignoran las Enseñanzas Teosóficas.
            
Constantemente se hacen preguntas respecto al Karma y a la Reencarnación, y parece ser que reina gran confusión en el asunto. Los que han nacido y se han criado en la fe cristiana, y se han  educado en la idea de que Dios crea una nueva alma para cada recién nacido, son los más perplejos. Preguntan si el número de Mónadas que encarnan en la Tierra es limitado; a lo cual se les contesta afirmativamente. Pues por más incontable que sea, para nosotros, el número de Mónadas que encarnan, sin embargo tiene que haber un límite. Esto es así, aun cuando  tengamos en cuenta el hecho de que desde el tiempo de la Segunda Raza, cuando sus siete Grupos respectivos se revistieron de cuerpos, pueden calcularse varios nacimientos y muertes por cada segundo de tiempo en los evos ya transcurridos. Se ha declarado que Karma-Némesis, cuya sierva es la naturaleza, ajustó todas las cosas de la manera más armoniosa; y que, por tanto, la llegada de nuevas Mónadas cesó  tan pronto como la Humanidad hubo alcanzado su completo desarrollo físico. Ninguna Mónada nueva ha encarnado desde el punto medio de los Atlantes. Tengamos presente que, excepto en los casos de los niños pequeños y de los individuos cuyas vidas terminan violentamente por algún accidente, ninguna Entidad Espiritual puede reencarnar antes de que haya transcurrido un período de muchos siglos; y semejantes intervalos bastan por sí solos para mostrar que el número de Mónadas es necesariamente finito y limitado. Por otra parte, hay que conceder a otros animales un tiempo razonable para su progreso evolucionario.
            
De ahí el aserto de que muchos de nosotros estamos agotando los efectos de causas kármicas malas, engendradas por nosotros en cuerpos Atlantes. La Ley de Karma está intrincadamente entretejida con la de Reencarnación.
            
Sólo el conocimiento de los renacimientos constantes de una misma Individualidad a través de todo el Ciclo de Vida; la seguridad de que las mismas Mónadas (entre las cuales se hallan muchos Dhyân Chohans, o los “Dioses “mismos) tienen que pasar a través del “Ciclo de Necesidad”, recompensadas o castigadas por medio de tales renacimientos, de los sufrimientos soportados o de los crímenes cometidos en las vidas anteriores; que esas mismas Mónadas que entraron en los Cascarones vacíos, sin sentido, o Formas Astrales de la Primera Raza emanadas por los Pitris, son las mismas que se hallan ahora entre nosotros (más aún, nosotros mismos quizás); sólo esta doctrina, decimos, puede explicarnos el problema misterioso del Bien y del Mal, y reconciliar al hombre con la aparente injusticia terrible de la vida. Nada que no sea una certeza semejante puede aquietar nuestro sentimiento de justicia en rebelión. Pues cuando el que desconoce la noble doctrina mira en torno suyo y observa las desigualdades del nacimiento y de la  fortuna, de la inteligencia y de las facultades; cuando vemos que se rinden honores a gente necia y disipada, sobre quien la fortuna ha acumulado sus favores por mero privilegio del nacimiento, y su prójimo, con gran inteligencia y nobles virtudes, mucho más meritorio por todos conceptos, perece de necesidad y por falta de simpatía; cuando se ve todo esto y hay que retirarse ante la impotencia para socorrer el infortunio inmerecido, vibrando los oídos y angustiado el corazón con los gritos de dolor en torno de uno, sólo el bendito conocimiento de Karma impide maldecir de la vida y de los hombres, así como de su supuesto Creador.
             
De todas las terribles blasfemias, que son virtualmente acusaciones lanzadas contra su Dios por los monoteístas, ninguna es más grande ni más imperdonable que esa (casi siempre) falsa humildad que hace que el cristiano, aparentemente “piadoso”, asegure, frente a todos los males y golpes inmerecidos, que “tal es la voluntad de Dios”.
            
¡Estúpidos e hipócritas! ¡Blasfemos e impíos fariseos, que hablan al mismo tiempo del misericordioso amor y ternura infinitos de su Dios y Creador para el hombre desdichado, y de ese Dios que azota a las buenas, a las mejores de sus criaturas, desangrándolas hasta la muerte como un Moloch insaciable! Se nos contestará a esto con las palabras de Congreve:

             
¿Pero quién se atreverá a acusar a la Justicia Eterna?

            
La lógica y el simple sentido común, contestamos. Si se nos exige que creamos en el “pecado original”, en sólo una vida en esta Tierra para cada Alma, y en una Deidad antropomórfica que parece haber creado a algunos hombres sólo por el placer de condenarlos al fuego eterno del infierno y esto ya sean buenos o malos, dicen los partidarios de la Predestinación -, ¿por qué, los que estamos dotados de facultades razonadoras, no hemos de condenar a nuestra vez a semejante malvada Deidad? La vida se haría insoportable si tuviese uno que creer en el Dios creado por la impura imaginación del hombre. Afortunadamente, sólo existe en los dogmas humanos y en la imaginación enfermiza de algunos poetas, que creen haber resuelto el problema dirigiéndose a él de este modo:

                           
¡Tú, gran Poder Misterioso, que has revuelto
El orgullo de la humana sabiduría, para confundir
El examen osado y probar la fe
De tus presuntuosas criaturas!

            
Verdaderamente, se necesita una “fe” robusta para creer que es una “presunción” el poner en tela de juicio la justicia del que crea al infeliz hombre pigmeo sólo para “confundirlo” y poner a prueba una “fe”, que por otra parte ese “Poder” puede haber olvidado, si no descuidado, de infundirle, como sucede a veces.
           
  
Compárese esta fe ciega con la creencia filosófica, basada según toda clase de pruebas razonables y la experiencia de la vida, en Karma-Némesis, o la Ley de Retribución. Esta Ley, sea Consciente o Inconsciente, no predestina nada ni a nadie. Existe desde la Eternidad y en ella, verdaderamente, pues es la ETERNIDAD misma; y como tal, puesto que ningún acto puede ser coigual con la Eternidad, no puede decirse que actúa, porque es la ACCIÓN misma. No es la ola que ahoga al hombre, sino la acción personal del náufrago voluntario que va deliberadamente y se coloca bajo la acción impersonal de las leyes que gobiernan el movimiento del Océano. El Karma no crea nada ni proyecta nada. El hombre es el que imagina y crea las causas, y la Ley Kármica ajusta sus efectos, cuyo ajustamiento no es un acto, sino la armonía universal que tiende siempre a tomar su posición original, lo mismo que una rama que, doblada a la fuerza, rebota con el vigor correspondiente. Si sucede que disloca el brazo que trató de doblarla fuera de su posición natural, ¿debemos decir que la rama fue la que rompió nuestro brazo, o que fue nuestra propia insensatez la que nos produjo tal desgracia? Karma no ha tratado jamás de destruir la libertad intelectual e  individual, como el Dios inventado por los monoteístas. No ha envuelto sus decretos en la oscuridad intencionalmente para confundir al hombre; ni castiga al que ose investigar sus misterios. Antes al contrario, aquel que por medio del estudio y la meditación descubre sus intrincados senderos, y arroja luz en sus oscuros caminos, en cuyas revueltas perecen tantos hombres a causa de su ignorancia del laberinto de la vida, trabaja por el bien de sus semejantes. Karma es una Ley absoluta y Eterna en el Mundo de la Manifestación; y como sólo puede haber un Absoluto, sólo una Causa siempre presente, los creyentes en Karma no pueden ser considerados como ateos o materialistas, y menos aún como fatalistas; pues Karma es uno con lo Incognoscible, del cual es un aspecto, en sus efectos en el mundo fenomenal.
            
Así, pues, íntimamente, o más bien indisolublemente unida a Karma, hállase la Ley de Renacimiento o de la reencarnación de la misma Individualidad espiritual, en una larga, casi interminable serie de Personalidades. Estas últimas son como los diversos personajes que un mismo actor representa, con cada uno de los cuales ese actor se identifica y es identificado por el público, por espacio de algunas horas. El hombre interno, o verdadero, que personifica tales caracteres, sabe durante todo aquel tiempo que él es Hamlet, sólo por el breve plazo de unos cuantos actos, los cuales, sin embargo, en el plano de la ilusión humana, representa toda la vida de Hamlet. Sabe  también que la noche antes fue el Rey Lear, que a su vez es la transformación del Otelo de otra noche anterior a aquélla. Y aun cuando se supone que el personaje exterior, visible, ignora esta circunstancia -y en la vida real esta ignorancia es desgraciadamente demasiado verdadera-, sin embargo la Individualidad permanente lo sabe muy bien, siendo la atrofia del Ojo “espiritual” en el cuerpo físico lo que impide que este conocimiento no se imprima en la conciencia de la falsa Personalidad.
            
Se nos dice que los hombres de la Tercera Raza-Raíz poseyeron un Tercer Ojo físico, hasta cerca del período medio de la tercera subraza de la Cuarta Raza-Raíz, cuando la consolidación y perfeccionamiento del organismo humano fue causa de que desapareciera de la anatomía externa del hombre. Sin embargo, psíquica y espiritualmente, su percepción mental y visual duró hasta cerca de la terminación de la Cuarta Raza, cuando sus funciones, debido a la condición material y depravada de la humanidad, se extinguieron totalmente. Esto fue anterior a la sumersión de la masa del Continente Atlante. Y ahora podemos volver a los Diluvios y a sus muchos “Noés”.
            
El estudiante tiene que tener presente que ha habido varios Diluvios semejantes al que menciona el Génesis, y tres mucho más importantes, que se describirán en el tomo IV (Parte 3, Sección 6), dedicada al asunto de los “Continentes Sumergidos” prehistóricos. Para evitar, sin embargo, conjeturas erróneas respecto de la pretensión de que la Doctrina Esotérica comparte en gran modo las leyendas que contienen las Escrituras indas; que, además, la cronología de estas últimas es casi la de la primera, sólo que explicada y esclarecida; y que, finalmente, la creencia de que el Manu Vaivasvata -¡qué nombre genérico en verdad!- fue el Noé de los Arios y el prototipo del patriarca bíblico; todo esto (que pertenece también a las creencias de los Ocultistas) necesita una nueva explicación en la presente oportunidad.

H.P Blavatsky D.S T III




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