sábado, 27 de febrero de 2016

CHAOS: THEOS: KOSMOS



            
Estos tres son el contenido del Espacio, o como lo ha definido un sabio kabalista: “El Espacio, el que todo lo contiene sin ser contenido, es la primitiva corporalidad de la Unidad simple... la extensión sin límites”. Pero, pregunta él de nuevo: “¿Extensión sin límites, de qué?”; y da la contestación correcta: “El Desconocido Contenedor de Todo, la Causa Primera Desconocida”. Ésta es una definición y una contestación que no puede ser más exacta, más esotérica y más verdadera, bajo todos los aspectos de la Enseñanza Oculta.
            
El Espacio, que los sabios modernos, en su ignorancia y en su tendencia iconoclasta a destruir toda idea filosófica antigua, han proclamado ser “una idea abstracta” y un “vacío”, es, en realidad, el Contenedor y el Cuerpo del Universo con sus Siete Principios. Es un Cuerpo de extensión ilimitada, cuyos Principios, según la fraseología ocultista -cada uno de los cuales es a su vez un septenario-, sólo manifiestan en nuestro mundo fenomenal la estructura más densa de sus subdivisiones. “Nadie ha visto jamás los Elementos en su plenitud”, enseña la Doctrina. Tenemos que buscar nuestra Sabiduría en las expresiones originales y sinónimos de los pueblos primitivos. Hasta el último de entre ellos, el judío, muestra en sus enseñanzas kabalísticas la misma idea cuando habla de la Serpiente de siete cabezas del Espacio, llamado el “Gran Mar”.
           
            
Al principio los Alhim crearon los Cielos y la Tierra; los Seis (Sephiroth)... Ellos crearon Seis, y en estos están basadas todas las cosas. Y estos (Seis) dependen de las siete formas del cráneo, hasta la Dignidad de todas las Dignidades.

            
Ahora bien; Viento, Aire y Espíritu han sido siempre sinónimos en todas las naciones. Pneuma (Espíritu) y Anemos (Viento) entre los griegos, Spiritus y Ventus entre los latinos, eran términos convertibles hasta cuando no estaban asociados con la idea original del Aliento de Vida. En las “Fuerzas” de la Ciencia no vemos sino el efecto material del efecto espiritual de uno u otro de los cuatro Elementos primordiales, que nos transmitió la Cuarta Raza, del mismo modo que nosotros transmitiremos el AEther, o más bien la subdivisión densa del mismo, en su plenitud, a la Sexta Raza Raíz.
            
El Caos era llamado sin sentido por los antiguos, porque representaba y contenía en sí mismo -Caos y Espacio siendo sinónimos- todos los Elementos en su estado rudimentario, indiferenciado. Hacían del AEther el quinto Elemento, la síntesis de los otros cuatro, pues el AEther de los filósofos griegos no es sus Residuos (el Éter), que ciertamente conocían mejor que la Ciencia hoy día, los cuales Residuos se supone acertadamente que actúan como agente de muchas Fuerzas que se manifiestan en la Tierra. Su AEther era el Âkâsha de los indos, mientras que el Éter aceptado por la física no es sino una de sus subdivisiones, en nuestro plano: la Luz Astral de los kabalistas, con todos sus efectos, tanto buenos como malos.
            Considerándose como divina a la Esencia del AEther, o el Espacio Invisible, a causa de suponérsele el velo de la Deidad, se la creía el Medio entre esta vida y la otra. Los antiguos creían que cuando las Inteligencias directoras activas, los Dioses, se retiraban de cualquier parte del AEther en nuestro espacio, o de los cuatro reinos que dirigen, entonces aquella región especial quedaba en la posesión del mal, llamado así a causa de la ausencia del bien en ella.
           
            La existencia del Espíritu en el Mediador común, el Éter, es negada por el materialismo; mientras que la teología hace de él un Dios personal. Los kabalistas sostienen que ambos se equivocan, y dicen que en el Éter, los elementos sólo representan a la materia, las fuerzas cósmicas ciegas de la Naturaleza; y que el Espíritu representa a la inteligencia que las dirige. Las doctrinas cosmogónicas arias, herméticas, órficas y pitagóricas, lo mismo que las de Sanchoniathon y de Beroso, están todas basadas en una fórmula irrefutable, a saber: que el AEther y el Caos, o en lenguaje platónico, la Mente y la Materia, fueron dos principios primitivos y eternos del Universo, independientes por completo de todo lo demás. El primero fue el principio intelectual que todo lo vivifica; y el Caos, un principio fluídico informe, sin “ forma ni sentido”; y de la unión de los dos surgió a la existencia el Universo, o más bien el Mundo Universal, la primera Deidad andrógina, convirtiéndose la Materia Caótica en su cuerpo, y el Éter en su Alma. Según la fraseología de un Fragmento de Hermeias: 

“El Caos, obteniendo el sentido de esta unión con el Espíritu, resplandeció de placer, y de este modo fue producido el Protogonos, la Luz (el Primogénito)”. Esta es la Trinidad universal, basada en los conceptos metafísicos de los antiguos, quienes, razonando por analogía, hicieron del hombre, que es un compuesto de Inteligencia y Materia, el Microcosmo del Macrocosmo, o Gran Universo.

            “La Naturaleza aborrece el Vacío”, decían los peripatéticos, quienes, aunque materialistas a su modo, comprendían quizás por qué Demócrito, con su instructor Leucipo, enseñaban que los primeros principios de todas las cosas contenidas en el Universo eran átomos y un Vacío. El último significa sencillamente la Fuerza o Deidad latente, la cual, antes de su primera manifestación -cuando se convirtió en Voluntad, comunicando el primer impulso a estos Átomos- era la gran Nada, Ain-Soph, o No-Cosa; y por lo tanto, en todos sentidos, un Vacío o Caos.
            
Este Caos, sin embargo, según Platón y los pitagóricos, se convirtió en el “Alma del Mundo”. Según la enseñanza inda, la Deidad, en forma del AEther o Âkâsha, compenetra todas las cosas. Por lo tanto, los teurgistas la llamaban el “Fuego Viviente”, el “Espíritu de la Luz” y algunas veces “Magnes”. Según Platón, la Deidad más elevada misma fue la que construyó el Universo en la forma geométrica del dodecaedro; y su “Primogénito” nació del Caos y de la Luz Primordial, el Sol Central. Este “Primogénito”, sin embargo, era solamente el agregado de la Hueste de los Constructores, las primeras Fuerzas Constructoras, a quienes se llama en las antiguas Cosmogonías los Antepasados, nacidos de lo Profundo, o Caos, y el Primer Punto. Es el llamado Tetragrammaton, a la cabeza de los Siete Sephiroth inferiores. Esta era también la creencia de los caldeos. Filón, el judío, hablando con ligereza de los primeros instructores de sus antepasados, escribe lo siguiente:


            Estos caldeos opinaban que el Kosmos, entre las cosas que existen (?), es un solo Punto, bien siendo él mismo Dios (Theos), o teniendo a Dios en él, comprendiendo el Alma de todas las cosas.

            Chaos, Theos, Kosmos, no son sino los tres símbolos de sus síntesis: el Espacio. No se puede esperar resolver jamás el misterio de esta Tetraktis, ateniéndose a la letra muerta, ni aun de las antiguas filosofías, como ahora existen. Porque aun en éstas, Chaos, Theos, Kosmos y Espacio están identificados de toda Eternidad como Espacio Uno Desconocido, del cual nunca se conocerá quizás la última palabra antes de nuestra Séptima Ronda. Sin embargo, las alegorías y símbolos metafísicos sobre el cubo primitivo y perfecto son notables hasta en los Purânas exotéricos.
             
En estos, Brahmâ es también Theos, que se desenvuelve del Caos o Gran “Mar”, las Aguas sobre las cuales el Espíritu o Espacio -el Espíritu moviéndose sobre la faz del Kosmos futuro e ilimitado- está silenciosamente revoloteando en la primera hora del redespertar. Es también Vishnu durmiendo sobre Ananta-Shesha, la gran Serpiente de la Eternidad, de la cual la teología occidental, ignorante de la Kabalah, única clave que descubre los secretos de la Biblia, ha hecho el Diablo. Es el primer Triángulo o la Tríada pitagórica, el “Dios de los tres Aspectos”, antes de transformarse, por medio de la cuadratura perfecta del círculo Infinito, en el Brahmâ de “cuatro caras”. “De aquel que es, y sin embargo no es, del No Ser, la Causa Eterna, ha nacido el Ser, Purusha” -dice Manu el legislador.

            
En la mitología egipcia, a Knep, el Dios Eterno no revelado, se le representa por una serpiente, emblema de la Eternidad, cercando una vasija de agua, con su cabeza suspendida sobre las aguas, a las cuales incuba con su aliento. En este caso la serpiente es el Agathodaimón, el Buen Espíritu: en su aspecto opuesto es el Kakodaimón, el Mal Espíritu. En los Eddas escandinavos, el rocío de miel, fruto de los dioses y de las abejas creadoras Iggdrasill, cae durante las horas de la noche, cuando la atmósfera está impregnada de humedad; y en las mitologías del Norte tipifica, como principio pasivo de la creación, la formación del Universo de las Aguas. 

Este rocío es la Luz Astral en una de sus combinaciones, y posee propiedades creadoras, así como destructoras. En la leyenda caldea de Beroso, Oannes o Dagon, el hombre pez, al instruir a las gentes, les muestra el mundo en su infancia, creado del Agua, y a todos los seres teniendo origen en esta Materia Prima. Moisés enseña que sólo la Tierra y el Agua pueden producir un Alma Viviente; y en las Escrituras leemos que las hierbas no pudieron crecer hasta que el Eterno hizo llover sobre la Tierra. 

En el Popol Vuh mexicano, el hombre es creado del barro o arcilla (terre glaise), cogida debajo del agua. Brahmâ crea el gran Muni, o primer hombre, sentado en su loto; pero sólo después de haber llamado a la existencia a los espíritus, quienes de este modo gozaron de la vida antes que los mortales; y lo creó del Agua, del Aire y de la Tierra. Los alquimistas sostienen que la Tierra primordial o preadámica, cuando estaba reducida a su primera substancia, era en su segundo período de transformación, semejante a Agua clara, siendo el primero, propiamente, el Alkahest. Esta substancia primordial se dice que contiene en sí misma la esencia de todo lo que contribuye a formar al hombre; no sólo tiene todos los elementos de su ser físico, sino hasta el mismo “aliento de vida” en estado latente y pronto a ser despertado. Esto lo deriva de la “incubación” del “Espíritu de Dios” sobre la faz de las Aguas: el Caos. Realmente esta substancia es el Caos mismo. De ésta era de la que Paracelso pretendía que podía hacer su Homúnculo; he aquí por qué Tales, el gran filósofo natural, sostenía que el Agua era el principio de todas las cosas en la Naturaleza.... Job dice que las cosas muertas se forman debajo de las aguas, y de los habitantes que existen en ellas (7). En el texto original, en lugar de “cosas muertas”, está escrito los Rephaim muertos, los Gigantes u hombres poderosos primitivos, de quienes la Evolución podrá algún día derivar nuestra raza presente.

            “Cuando la creación se hallaba en estado primordial” -dice la Mythologie des Indous, de Polier- “el Universo rudimentario, sumergido en Agua, reposaba en el seno de Vishnu, Brahmâ, el Arquitecto del Mundo, surgido de este Caos y Tinieblas, flotaba (se movía) sobre las aguas, manteniéndose sobre una hoja de loto, sin poder distinguir más que agua y tinieblas”. Viendo un estado de cosas tan aciago, Brahmâ, lleno de consternación, habla consigo mismo así: “¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo?” Entonces oye una voz (9): “Dirige tus pensamientos a Bhagavat”. Brahmâ levantándose de su posición natatoria, se sienta sobre la hoja del loto en actitud de contemplación, y reflexiona sobre el Eterno, quien satisfecho con esta prueba de piedad, dispersa la obscuridad primitiva y abre su entendimiento. “Después de esto, Brahmâ sale del Huevo Universal (el Caos Infinito) como Luz, pues su entendimiento está ahora abierto, y se pone a trabajar. Él se mueve sobre las Aguas eternas, con el Espíritu de Dios en él; y en su capacidad de Agitador de las aguas, él es Vishnu o Nârâyana”.
            
Esto, por supuesto, es exotérico; pero, sin embargo, en su idea principal es lo más idéntico posible a la cosmogonía egipcia, que muestra en sus primeras sentencias a Athtor  o la Madre Noche, la cual representa a la Obscuridad Ilimitada, como Elemento Primitivo que cubría al Abismo Infinito, animada por el Agua y por el espíritu Universal del Eterno, morando sólo en el Caos. De un modo semejante, principia la historia de la creación en las Escrituras judías, con el espíritu de Dios y su Emanación creadora: otra Deidad.
            

El Zohar enseña que los elementos primordiales -la trinidad de Fuego, Aire y Agua-, los Cuatro Puntos Cardinales y todas las Fuerzas de la Naturaleza, son los que forman colectivamente la Voz de la Voluntad, Memrab, o el Verbo, el Logos del TODO Absoluto Silencioso. “El Punto indivisible, ilimitado y desconocido”, se extiende sobre el espacio y forma de este modo un Velo, El Mûlaprakriti o Parabrahman, que oculta a este Punto Absoluto.
            

En las cosmogonías de todas las naciones, los Arquitectos sintetizados por el Demiurgo (en la Biblia, los Elohim o Alhim) son los que forman el Kosmos del Caos, y son el Theos colectivo andrógino, Espíritu y Materia. “Por medio de una serie (yom) de fundamentos (hasoth), los Alhim trajeron a la existencia el cielo y la tierra”

En el Génesis lo primero es Alhim, luego Jahva-Alhim, y finalmente, Jehovah, después de la separación de los sexos en el cap. IV. Es de notar que en ninguna parte, excepto en ésta, o más bien la última, de las Cosmogonías de nuestra Quinta Raza, se usa el inefable e impronunciable NOMBRE  -símbolo de la Deidad Desconocida, que sólo se empleaba en los MISTERIOS- en relación con la “Creación” del Universo. Los Agitadores, los Corredores, los Theos (de ...., correr) son los que hacen la obra de formación; son los mensajeros de la Ley Manvantárica, que ahora se han convertido, dentro del Cristianismo, sencillamente en los “Mensajeros” (Malachim). 

Éste parece ser el caso también en el Hinduismo o primitivo Brâhamanismo. Pues en el Rig Veda no es Brahmâ quien crea, sino los Prajâpatis, los “Señores del Ser” que son también los Rishis; la palabra Rishi, según el profesor Mahadeo Kunte, está relacionada con la palabra mover, conducir, que se les aplica en su carácter terrestre cuando, como Patriarcas, conducen a sus huestes en los Siete Ríos.
            

Además, la misma palabra “Dios” en singular, que abarca a todos los dioses, o Theoi, vino a las naciones civilizadas “superiores” de un origen extraño, tan completa y eminentemente fálico como el Lingham de la India, del que se habla allí de un modo tan sincero como abierto. El intento de derivar la palabra Dios del sinónimo anglosajón Good (Bueno), es una idea que se ha abandonado; pues en ninguna otra lengua, desde el Khoda persa hasta el Deus latino, se ha encontrado ejemplo de que un nombre de Dios sea derivado del atributo de Bondad (Goodness). A las razas latinas les viene del Dyaus ario (el Día); a las eslavas del Baco Griego (Bagh-bog), y a las razas sajonas, directamente del Yod, o Jod hebreo. Este último es ... la letra numeral 10, lo femenino y lo masculino, y Yod es el gancho fálico. De aquí el Godh sajón, el Gott alemán y el God inglés. Este término simbólico puede decirse que representa al creador de la Humanidad física en el plano terrestre; pero seguramente no tuvo nada que ver con la Formación o “Creación”  del Espíritu, de los Dioses o del Kosmos.
            
Chaos-Theos-Kosmos, la Triple Deidad, es todo en todo. Por lo tanto, se dice que es masculino y femenino, bueno y malo, positivo y negativo; toda la serie de cualidades opuestas. Cuando se halla en estado latente, en Pralaya, no es cognoscible, y se convierte en la Incognoscible Deidad. Sólo puede ser conocida en sus funciones activas; por tanto como Materia-Fuerza y Espíritu viviente, correlaciones y manifestación, o expresión, en el plano visible, de la Unidad última por siempre desconocida.
            
A su vez, esta Triple Unidad es la productora de los Cuatro elementos Primitivos, que son conocidos, en nuestra Naturaleza terrestre visible, por los siete (hasta ahora los cinco) Elementos, cada uno divisible en cuarenta y nueve -siete veces siete- subelementos, de los cuales la química conoce unos setenta. Todos los Elementos Cósmicos, tales como el Fuego, el Aire, el Agua y la Tierra, participan de las cualidades y defectos de sus Primarios, y son, en su naturaleza, Bien y Mal, Fuerza o Espíritu, y Materia, etc.; y, por lo tanto, cada uno de ellos es a la vez Vida y Muerte, Salud y Enfermedad, Acción y Reacción. Están constantemente formando Materia bajo el impulso incesante del Elemento Uno, el Incognoscible, representado en el mundo de los fenómenos por el AEther. Ellos son los “Dioses inmortales que dan nacimiento y vida a todo”.
          
  En The Philosophical Writings of Solomon ben Yehudab Ibn Gebirol, tratando de la estructura del Universo, se dice:

            R. Yehudad principió, está escrito: “Elohim dijo: Hágase un firmamento en medio de las aguas”. ¡Venid, ved! Cuando el Santo... creó al Mundo, creó 7 cielos. Arriba. Creó 7 tierras Abajo, 7 mares, 7 días, 7 ríos, 7 semanas, 7 años, 7 tiempos, y 7.000 años que el Mundo ha sido. El Santo está en el séptimo de todo.

            
Esto, además de demostrar una extraña identidad con la cosmogonía de los Purânas (16), corrobora, respecto al número siete, todas nuestras enseñanzas, tales como se dieron brevemente en el Esoteric Buddhism.
            
Los indos tienen una serie interminable de alegorías para expresar esta idea. En el Caos Primordial, antes que se desarrollase en los Sapta Samudra o Siete Océanos -emblema de las Siete Gunas o Cualidades condicionadas, compuesta de Trigunas (Sattva, Rajas y Tamas)-, están latentes Amrita, o la Inmortalidad, y Visha o el Veneno, la Muerte, el Mal. Esto se encuentra en el alegórico mazar del Océano por los Dioses. Amrita está fuera de toda Guna, pues es incondicionado per se; pero una  vez caído en la creación fenomenal, se mezcló con el Mal, el Caos, con el Theos latente en él, antes que el Kosmos fuera evolucionado. De aquí que veamos a Vishnu, personificación de la Ley eterna, llamando periódicamente al Kosmos a la actividad, o, en fraseología alegórica, produciendo por medio del mazar del Océano Primitivo o el Caos sin límites, la Amrita de la Eternidad, reservada tan sólo para los Dioses y Devas; teniendo que emplear en la labor a los Nâgas y Asuras, o los demonios del Indoísmo exotérico. Toda la alegoría es altamente filosófica, y la encontramos repetida en todos los sistemas antiguos de Filosofía. Así lo vemos en Platón, quien habiendo abrazado por completo las ideas que Pitágoras había traído de la India, las compiló y publicó en una forma más inteligible que los numerales misteriosos originales del Sabio griego. Así, según Platón, el Kosmos es el “Hijo”, teniendo por Padre y Madre, respectivamente, al Pensa  miento Divino y la Materia .
           
“Los egipcios”, dice Dunlap, “distinguen entre un Horus viejo y otro joven; el primero es el hermano de Osiris, y el segundo el hijo de Osiris e Isis” . El primero es la Idea del Mundo permaneciendo en la Mente del demiurgo, “nacida en las Tinieblas antes de la Creación del Mundo”. El segundo es esta Idea surgiendo del Logos, revistiéndose de materia, y tomando existencia real.
            
Los Oráculos Caldeos hablan del “Dios del Mundo, eterno, sin límites, joven y viejo, de forma sinuosa” (20). Esta “forma sinuosa” es una figura para expresar la moción vibratoria de la Luz Astral, la cual conocían perfectamente los antiguos sacerdotes, bien que el nombre “Luz Astral” fuese inventado por los martinistas.
           
La ciencia moderna señala con el dedo del desprecio las supersticiones de la Cosmolatría. La Ciencia, sin embargo, antes de reírse, debiera, siguiendo el consejo de un sabio francés, “reformar por completo su propio sistema de educación cosmo-neumatológica” - Satis eloquentiae sapientiae parum! A la Cosmolatría, lo mismo que al panteísmo, en su última expresión, se la puede definir con las mismas palabras con que el Purâna describe a Vishnu:

            
Es únicamente la causa ideal de las potencias que han de crearse en la obra de la creación; y de él proceden las potencias que han de ser creadas, después que se han convertido en la causa real. Fuera de esta causa ideal, no hay ninguna otra a la que el mundo pueda ser referido... Por medio de la potencia de esta causa, todas las cosas creadas llegan a manifestarse por su propia naturaleza .

H.P. Blavatsky D.S T II

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