Como
parecería irracional que conocemos ya todas
las
causas existentes, debe concedérsenos permiso
para
suponer, si fuese necesario, la existencia de un
agente completamente nuevo.
Suponiendo
que la hipótesis ondulatoria explique
todos
los hechos, lo cual no es todavía perfectamen-
te
seguro, nos hallaremos en el caso de resolver si
la
existencia del éter ondulatorio queda así probada.
No podemos asegurar de un modo positivo que
nin-
guna
otra suposición pueda explicar los hechos. Se
admite
que la hipótesis corpuscular de Newton que-
dó
destruida por la de la ondulación, y al presente no
existe
rival. Sin embargo, sería mucho de desear
que
para todas las hipótesis semejantes se encontra-
se
alguna confirmaión colateral, alguna evidencia
aliunde del supuesto Éter. Algunas hipótesis consis-
ten
en la suposición de la estructura diminuta de los
cuerpos
y sus operaciones. Dada la naturaleza del
caso,
estas presunciones no pueden ser nunca pro-
badas
por medios directos. Su único mérito consis-
te
en su adaptación para explicar los
fenómenos.
Son
ficciones representativas.
Logic,
por ALEJANDRO BAINLL. D., parte II,
página
133.
El Éter, ese Proteo hipotético (una
de las “ficciones representativas” de la ciencia moderna, que, sin embargo, ha
sido aceptada hace tanto tiempo), es uno de los “principios” inferiores de lo
que llamamos la Substancia Primordial (Âkâsha en sánscrito), uno de los sueños
de los antiguos, que se ha convertido ahora en el sueño de la ciencia moderna.
Es la mayor, así como la más atrevida, de las especulaciones que sobreviven de
los antiguos filósofos. Para los ocultistas, empero, tanto el Éter como la
Substancia Primordial son realidades. Para decirlo claro, el Éter es la Luz
Astral, y la Substancia Primordial es el Âkâsha, el Upâdhi del Pensamiento
Divino.
En el lenguaje moderno, este último
estaría mejor llamado Ideación Cósmica, espíritu; y el primero, Substancia
Cósmica, Materia. Estos (el Alfa y la Omega del Ser) no son sino las dos facetas de la Existencia Absoluta. A
ésta jamás se dirigieron ni la llamaron por ningún nombre en la antigüedad,
excepto alegóricamente. En la raza aria más antigua, la inda, el culto de las
clases intelectuales nunca consistió, como ente los griegos, en una adoración a
la forma y al arte maravilloso, que llevó a los últimos al antropomorfismo.
Pero mientras el filósofo griego adoraba la forma, y sólo el sabio indo
“percibía la verdadera relación entre la hermosura terrestre y la verdad
eterna”, las gentes incultas de todas las naciones nunca han comprendido
ninguna de las dos cosas.
Ni aun ahora las comprenden. La
evolución de la idea de Dios va a la par que la propia evolución intelectual
del hombre. Tan verdad es esto, que el
ideal más noble a que el espíritu religioso de una época pueda remontarse,
parecerá una caricatura grosera a la mente filosófica de una época posterior.
Los mismos filósofos tenían que ser iniciados
en los misterios perceptivos, antes de que pudieran asir la idea correcta
de los antiguos con relación a este asunto, el más metafísico de todos. De otro
modo -fuera de semejante Iniciación- para cada pensador habrá un “hasta aquí
llegarás, pero no más allá”, limitado por su capacidad intelectual, de un modo
tan claro e infalible, como lo está el progreso de cualquier nación o raza, en
su ciclo, por la ley de Karma. Fuera de la Iniciación, los ideales del
pensamiento religioso contemporáneo tendrán siempre las alas cortadas, sin
poder remontar su vuelo; pues tanto los pensadores idealistas como los
realistas, y hasta los librepensadores, no son sino la demostración y producto
natural de su época y de todo lo que los rodea. Sus ideales son tan sólo el
necesario resultado de sus temperamentos, y la expresión de aquella fase del
progreso intelectual que ha alcanzado una nación, en su colectividad. De aquí,
como ya se ha observado, que los más altos vuelos de los metafísicos
occidentales modernos hayan quedado muy lejos de la verdad. Muchas de las
especulaciones agnósticas corrientes sobre la existencia de la “Primera Causa”
no son casi más que un materialismo velado; pues sólo es diferente la
terminología. Hasta un pensador tan grande como Mr. Herbert Spencer, habla a
veces de lo “Incognoscible” en términos que demuestran la influencia letal del
pensamiento materialista, el cual, como el mortal Sirocco, ha secado y
esterilizado toda corriente de especulación ontológica.
Por ejemplo, cuando llama a la “Primera Causa” (lo
“Incognoscible”) un “poder que se manifiesta
por medio del fenómeno”, y “una energía
infinita y eterna”, está bien claro que sólo ha concebido el aspecto físico del Misterio del Ser, o sea tan
sólo las Energías de la Substancia Cósmica. El aspecto coeterno de la Realidad
Una, la Ideación Cósmica, está en absoluto fuera de consideración; y en cuanto
a su Nóumeno, parece no existir en la mente del gran pensador,. Sin duda
alguna, este modo de tratar el problema sólo bajo un aspecto es debido, en gran
parte, a la práctica perniciosa del Occidente
de subordinar la Conciencia a la Materia, o considerarla como un
“producto derivado” del movimiento molecular.
Desde las primeras edades de la
Cuarta Raza (cuando sólo al Espíritu se rendía culto, y cuando el Misterio
estaba de manifiesto) hasta los últimos días gloriosos del arte griego, en la
aurora del Cristianismo, sólo los helenos se habían atrevido a levantar
públicamente un altar al “Dios Desconocido”. Sea lo que fuese lo que San Pablo
pueda haber abrigado en su mente profunda, cuando declaró a los atenienses que
este “Desconocido” a quien adoraban ignorantemente era el verdadero Dios
anunciado por él, aquella Deidad no era
“Jehovah”, ni era tampoco “el hacedor del mundo y de todas las cosas”. Pues no
se trata del “Dios de Israel”, sino de lo “Desconocido” de los Panteístas
antiguos y modernos, que “no mora en los templos construidos con las manos.
El pensamiento Divino no puede ser definido, ni su
significación explicarse, excepto por las innumerables manifestaciones de la
Substancia Cósmica, en la que el primero es sentido
espiritualmente por los que pueden. Decir esto, después de haberlo definido
como la Deidad Desconocida, abstracta, impersonal, asexual, que tiene que
colocarse en la raíz de todas las Cosmogonías y su evolución subsiguiente,
equivale a no decir absolutamente nada. Es lo mismo que intentar resolver una
ecuación trascendental de condición, teniendo a mano, para deducir el verdadero
valor de sus términos, sólo cierto número de cantidades desconocidas. Su lugar se encuentra en las primitivas cartas
simbólicas antiguas, en las cuales, como ya se ha mostrado, está representado
por una oscuridad sin límites, en cuyo fondo aparece el primer punto central en
blanco -simbolizando de este modo el Espíritu Materia coevo y coeterno,
haciendo su aparición en el mundo fenomenal, antes de su primera
diferenciación. Cuando “el Uno se convierte en Dos”, puede entonces nombrársele
como Espíritu Materia. Al “Espíritu” pueden referirse todas las manifestaciones
de la conciencia, reflejada o directa, y de la “intención inconsciente”
-adoptando una expresión moderna usada en la llamada filosofía occidental-, como se evidencia en el Principio Vital, y
en la sumisión de la Naturaleza al orden majestuoso de la Ley inmutable. “La
Materia” debe ser considerada como lo objetivo en su más pura abstracción, la
base existente por sí misma, cuyas manvantáricas diferenciaciones septenarias
constituyen la realidad objetiva, base de los fenómenos de cada fase de la
existencia consciente. Durante el período del Pralaya Universal, la Ideación
Cósmica es inexistente; y los distintos estados diferenciales de la Substancia
Cósmica se resuelven nuevamente en el estado primitivo de objetividad abstracta
potencial.
El impulso manvantárico principia
con el redespertar de la Ideación Cósmica, la Mente Universal, simultánea y
paralelamente con la primitiva emersión de la Substancia Cósmica -siendo esta
última el vehículo manvantárico de la primera- de su estado praláyico
indiferenciado. Entonces, la Sabiduría Absoluta se refleja en su Ideación; la
cual, por un proceso trascendental, superior e incomprensible a la conciencia
humana, se convierte en Energía Cósmica: Fohat.
Vibrando en el seno de la Substancia inerte, Fohat la impulsa a la
actividad y guía sus primarias diferenciaciones en todos los Siete planos de la
Conciencia Cósmica. De este modo, hay Siete Protilos (como ahora se les llama,
mientras que la antigüedad aria los llamaba los Siete Prakritis o Naturalezas),
que diversamente sirven como base relativamente
homogénea, que en el curso de la creciente heterogeneidad, en la evolución del
Universo, se diferencian en los fenómenos maravillosamente complejos que se
presentan en los planos de percepción. El término “relativamente” se ha
empleado de propósito, porque resultando la existencia misma de semejante
proceso de las segregaciones primarias de la Substancia Cósmica indiferenciada,
dentro de sus bases septenarias de evolución, nos obliga a considerar el
Protilo de cada plano sólo como una fase intermedia
que asume la Substancia en su paso desde lo abstracto a la completa
objetividad. El término Protilo se debe a Mr. Crookes, el químico eminente que
ha dado este nombre a la premateria,
si puede llamarse así a las substancias primordiales y puramente homogéneas, sospechadas,
ya que no realmente encontradas por la Ciencia en la última composición del
átomo. Pero la segregación incipiente de la materia primordial en átomos y
moléculas sólo principia después de la evolución de nuestros Siete Protilos. El
último de estos es el que Mr. Crookes se ocupa en buscar, por haber percibido
recientemente la posibilidad de su existencia en nuestro plano.
Se dice que la Ideación Cósmica es
no existente durante los períodos praláyicos, por la sencilla razón de que no
hay nadie ni nada que perciba sus efectos. No puede haber manifestación de
conciencia, de semiconciencia ni siquiera “intención inconsciente”, excepto por
medio del vehículo de la Materia; esto es, en este nuestro plan, en donde la
conciencia humana, en su estado normal,
no puede remontarse más allá de lo que se conoce como metafísica trascendental;
pues sólo por medio de una agregación o construcción molecular surge el
Espíritu como corriente de subjetividad individual o subconsciente. Y como la
Materia que existe fuera de la percepción en una mera abstracción, los dos
aspectos de lo Absoluto (Substancia Cósmica e Ideación Cósmica) son mutuamente
interdependientes. Hablando con estricta exactitud, para evitar confusiones e
interpretaciones erróneas, la palabra “Materia” debería ser aplicada al
agregado de objetos de posible percepción, y la palabra “Substancia” a los
Nóumenos; pues dado que los fenómenos de nuestro
plano son la creación del Ego que percibe -las modificaciones de su propia
subjetividad-, todos los “estados de materia que representan el agregado de los
objetos percibidos” no pueden tener para los hijos de nuestro plano sino una
existencia relativa y puramente fenomenal. Como dirían los modernos idealistas,
la cooperación del Sujeto y del Objeto, resulta en el objeto de sensación o
fenómeno.
Pero esto no conduce necesariamente
a la conclusión de que suceda lo mismo en todos los demás planos; de que la
cooperación de ambos en los estados de su diferenciación septenaria, resulte en
un agregado septenario de fenómenos, que son igualmente no existentes per se, aunque sean realidades concretas
para las Entidades de cuya experiencia forman parte; del mismo modo que las
rocas y ríos a nuestro alrededor, son reales desde el punto de vista del
físico, aunque son ilusiones de los sentidos, sin realidad desde el del
metafísico. Sería un error decir y hasta concebir semejante cosa. Desde el
punto de la metafísica más elevada, todo el Universo, incluso los Dioses, es
una Ilusión (Mâyâ). Pero la ilusión de aquel que es en sí mismo una ilusión
difiere en cada plano de conciencia; y no tenemos más derecho a dogmatizar
sobre la posible naturaleza de las facultades perceptivas de un Ego que se
halla, por ejemplo, en el sexto plano, que el que tenemos para identificar
nuestras percepciones con las de una hormiga en su modo de conciencia, o para convertirlas en modelo para la misma.
La Ideación Cósmica, enfocada en su principio, o Upâdhi (Base), resulta como
conciencia del Ego individual. Su manifestación varía según el grado de Upâdhi.
Por ejemplo, por medio de lo conocido como Manas, surge como conciencia mental;
y por medio de la construcción más finamente diferenciada de Buddhi, sexto
estado de materia (teniendo como base la experiencia de Manas), como una
corriente de Intuición Espiritual.
El Objeto puro aparte de la
conciencia nos es desconocido mientras vivimos en el plano de nuestro Mundo de
tres dimensiones; pues sólo conocemos los estados mentales que excita en el Ego
que percibe. Y en tanto que dure el contraste del Sujeto y el Objeto, esto es,
mientras que no disfrutemos más que de nuestros cinco sentidos, y no sepamos el
modo de divorciar nuestro Ego, que es todo percepción, de la esclavitud de
estos sentidos, será imposible al Yo personal
romper la barrera que le separa del conocimiento “ de las cosas en sí mismas”,
o sea de la Substancia.
Aquel Ego, progresando en un arco de
subjetividad ascendente, tiene que agotar las experiencias de todos los planos.
Pero hasta que la Unidad se sumerja en el Todo, ya sea en este o en cualquier
otro plano, y que tanto el Sujeto como el Objeto se desvanezcan en la negación
absoluta del Estado Nirvánico -negación repetimos, sólo desde nuestro plano-, no se llega a escalar aquel pináculo de
Omnisciencia, el Conocimiento de las Cosas en sí mismas, y a aproximarse a la
solución del enigma aun más importante, ante el cual, hasta el más elevado
Dhyân Chohan, tiene que humillarse en el silencio y la ignorancia -el
Inexplicable misterio de lo que los vedantinos llaman Parabrahman.
Por lo tanto, siendo tal el caso,
todos los que han tratado de dar un nombre al Principio Incognoscible, no han
hecho más que degradarlo. Hasta el hablar de la Ideación Cósmica -salvo en su
aspecto fenomenal- es lo mismo que
tratar de embotellar el Caos primordial, o poner una etiqueta a la Eternidad.
¿Qué es, pues, la “Substancia
Primordial”, ese objeto misterioso del que ha hablado siempre la Alquimia y que
se ha convertido en tema de la especulación filosófica de todas las edades?
¿Qué puede ser, finalmente, aun en su prediferenciación fenomenal? Aun aquélla es el Todo
de la Naturaleza manifestada, y nada
para nuestros sentidos. Se la menciona bajo diferentes nombres en todas las
cosmogonías; todas las filosofías se refieren a ella, y está demostrado ser,
hasta el presente, el Proteo siempre incomprensible en la Naturaleza. Lo
tocamos y no lo sentimos; lo miramos y no lo vemos; lo respiramos y no lo
percibimos; lo oímos y lo olemos sin el menor conocimiento de su existencia;
pues está en cada molécula de lo que en nuestra ilusión e ignorancia
consideramos como Materia en cualquiera de sus estados, o en lo que concebimos
como una sensación, un pensamiento, una emoción. En una palabra; es el Upâdhi o
vehículo de todos los fenómenos posibles, ya sean físicos, mentales o psíquicos
En las primeras frases del Génesis,
lo mismo que en la Cosmogonía caldea; en los
Purânas de la India y en el Libro de
los Muertos de Egipto; en todas partes él abre el ciclo de la
manifestación. Es llamado el “Caos” y la Faz de las Aguas incubadas por el
Espíritu, procedente de lo desconocido, bajo cualquier nombre que se le dé a
ese Espíritu.
Los autores de las sagradas
Escrituras de la India profundizan más el origen de las cosas evolucionadas que
Thales o Job, pues dicen:
“De Esto, de este mismo Yo, fue
producido el Éter” -dice el Veda .
Es,
pues, evidente, que es este Éter
(nacido del cuarto grado de una emanación
de la “Inteligencia asociada con la Ignorancia”) el principio elevado, la
Entidad deifica a que rendían culto
los griegos y latinos, bajo el nombre de “Pater, Omnipotens AEther”, y “Magnus
AEther”, en sus agregados colectivos. La gradación septenaria y las
innumerables subdivisiones y diferencias hechas
por los antiguos entre los poderes del Éter colectivamente (desde su borde externo de
efectos, con el cual nuestra Ciencia está tan familiarizada, hasta la
“Substancia Imponderable”, que se
admitió como “Éter del Espacio”, y que ahora está a punto de ser rechazada),
han constituido siempre un mortificante enigma para todos los ramos del
conocimiento.
De la Inteligencia (llamada Mahat en
los Purânas) asociada con la
Ignorania (Ishvara como deidad personal),
acompañada de su poder proyectivo, en
el cual la cualidad de la torpeza (tamas,
insensibilidad) predomina, procede del Éter - del éter, el aire; del aire, el
calor; del calor, el agua, y del agua, la tierra, con todo lo que hay en ella.
Los
mitólogos y simbologistas de nuestra época, confundios por esta incomprensible
glorificación por un lado y degradación por otro, de la misma Entidad deificada
y en los mismos sistemas religiosos, caen a menudo en las equivocaciones más
ridículas. La Iglesia, firme como una roca en cada uno y en todos sus primeros
errores de interpretación, ha hecho del Éter la morada de sus legiones satánicas.
Toda la jerarquía de los Ángeles “Caídos” está allí; los Cosmocratores, los
“Portadores del Mundo”, según Bossuet; Mundi Tenentes, los “Mantendedores del
Mundo”, como los llama Tertuliano; Mundi Domini, “Dominaciones del Mundo”, o
más bien Dominadores; los Curbati o “Encorvados”, etc., ¡convirtiendo de este
modo a las estrellas y a los orbes celestiales en Demonios!
De este modo ha interpretado la
Iglesia el versículo: “Pues no luchamos contra la carne y la sangre, sino
contra los principados, contra los poderes, contra los directores de las
tinieblas de este mundo”. Más adelante menciona San Pablo las malicias
espirituales (“wickedness” en los textos ingleses) diseminadas en el Aire -Spiritualia neuitiae coelestibus-; dando los textos latinos varios nombres a
estas “malicias”, los “Elementales” inocentes. Pero esta vez tiene razón la Iglesia, aunque se
equivoca al llamarlos demonios. La Luz Astral o Éter inferior está lleno de entidades conscientes,
semiconscientes e inconscientes; sólo que la Iglesia tiene menos poder sobre ellos, que sobre los
microbios invisibles o que sobre los mosquitos.
La diferencia establecida entre los
siete estados del Éter - que es uno de los Siete Principios Cósmicos, mientras
que el AEther de los antiguos es el Fuego Universal- puede verse en los
mandamientos de Zoroastro y de Pselo, respectivamente. El primero dijo:
“Consultadlo tan sólo cuando esté sin forma o figura” -absque forma et figura -, lo que significa sin llamas o ascuas.
“Cuando tenga una forma, no le hagáis
caso”- enseña Pselo- “pero cuando no tiene forma, obedecedle, pues entonces
es fuego sagrado, y todo lo que os
revele será verdad”. Esto prueba que el Éter, que es en sí un aspecto del
Âkâsha, tiene a su vez varios aspectos o “principios”.
Todas las naciones antiguas
deificaban al AEther en su aspecto y potencia imponderables. Virgilio llama a
Júpiter Pater Ominipotens AEther, y
“el gran AEther”. Los indos también lo han colocado entre sus deidades,
bajo el nombre de Âkâsha, la síntesis del Éter. Y el autor del sistema
homoemeriano de filosofía, Anaxágoras de Clasomene, creía firmemente que los
prototipos espirituales de todas las cosas, lo mismo que sus elementos, se
encontraban en el AEther sin límites,
donde eran generados, de donde evolucionaban y adonde volvían: una enseñanza
oculta.
Es, pues, claro que del AEther, en
su aspecto sintético más elevado, una vez antropomorfizado, surgió la primera
idea de una deidad personal creadora. Entre los filósofos indos, los Elementos
son tâmasa, esto es, “no iluminados
por la inteligencia, a la cual
obscurecen”.
Tenemos que agotar el asunto del
significado místico del Caos Primordial y del Principio Raíz, y mostrar cómo se
hallaban relacionados en las filosofías antiguas con el Âkâsha (traducido erróneamente
por Éter), y también con Mâyâ, la Ilusión, de la cual Ishvara es el aspecto
masculino. Más adelante hablaremos del Principio Inteligente, o más bien de las
propiedades inmateriales e invisibles, en
los elementos materiales y visibles, que “brotaron del Caos Primordial”.
Porque, “¿qué es el Caos primordial,
sino el AEther?” -se pregunta en Isis sin
Velo. No el éter moderno; no el que se reconoce ahora como tal, sino el
AEther con todas sus propiedades misteriosas y ocultas, conteniendo en sí los gérmenes
de la creación universal. El AEther Superior o Âkâsha es la Virgen Celestial,
Madre de todas las formas y seres existentes, de cuyo seno, tan pronto como fue
“incubado” por el Espíritu Divino, brotaron a la existencia la Materia y la
Vida, la Fuerza y la Acción, AEther es el Aditi de los indos y es el Âkâsha. La
electricidad, el magnetismo, el calor, la luz y la acción química son tan poco
comprendidos aún hoy, que nuevos hechos vienen constantemente a ensanchar el
horizonte de nuestro conocimiento. ¿Quién sabe dónde termina el poder de este
gigante proteo, el AEther, o cuál es su origen misterioso? ¿Quién, decimos,
puede negar el espíritu que obra en él, y despliega de su seno todas las formas
visibles?
Sería fácil tarea demostrar que las
leyendas cosmogónicas de todo el mundo están basadas en el conocimiento por los
antiguos de aquellas ciencias que se han aliado en nuestra época para apoyar la
doctrina de la evolución; y que una investigación más profunda haría ver que
estos antiguos conocían mucho mejor que nosotros hoy el hecho de la evolución
misma, tanto en su aspecto físico como en el espiritual.
Entre los antiguos filósofos, la
evolución era un teorema universal, una doctrina que abarcaba el todo, y un principio establecido;
mientras que nuestros modernos evolucionistas sólo pueden exponernos meras
teorías especulativas; con teoremas particulares,
si no completamente negativos. Es
inútil que los representantes de nuestra moderna sabiduría cierren el debate y
pretendan que es un asunto terminado, sólo porque la oscura fraseología de la
relación mosaica... contradiga las explicaciones definidas de la “Ciencia
Exacta” .
Si nos dirigimos al “Libro de las
Leyes de Manu”, encontramos el prototipo de todas estas ideas. Perdidas en gran
parte en su forma original para el mundo de Occidente, desfiguradas por las
interpolaciones y adiciones posteriores, han conservado, sin embargo, lo
bastante de su antiguo espíritu para demostrar su carácter.
“El Señor existente por Sí Mismo,
desvaneciendo las tinieblas (Vishnu, Nârâyana, etc.), se hizo manifiesto, y
deseando producir seres de su Esencia, creó, al principio, sólo el agua. En
ella sembró semilla. Ésta se convirtió en un Huevo de Oro”.
¿De dónde proviene este Señor
existente por Sí Mismo? Es llamado Esto, y se habla de él como siendo
“Tinieblas imperceptibles, sin cualidades definidas, indescubrible,
incognoscible, como totalmente dormido”. Habiendo morado en aquel Huevo durante
todo un Año Divino, el principio “a quien el mundo llama Brahmâ, hace estallar
este Huevo en dos, y de la porción superior forma el cielo, de la inferior la
tierra, y del centro el firmamento y “el lugar perpetuo de las aguas”.
Pero, inmediatamente después de
estos versículos, hay algo más importante para nosotros, porque corrobora por
completo nuestras enseñanzas esotéricas. En los versículos 14 a 36 se da la
evolución en el orden descrito en la
Filosofía Esotérica. Esto no puede contradecirse fácilmente. Hasta Medhâtithi,
el hijo de Virasvâmin y autor del Comentario el Manubhâsya, cuya época, según los orientalistas occidentales, es de
1.000 (D. de C.), nos ayuda con sus observaciones a la aclaración de la verdad.
No quiso decir más, porque sabía lo que tenía que ser reservado de los
profanos, o bien estaba realmente confundido. Sin embargo, lo que dice muestra
claramente el principio septenario en el hombre y en la Naturaleza.
Principiemos con el capítulo 1 de las Ordenanzas o “Leyes”, después que el
Señor existente por Sí Mismo, el Logos Inmanifestado de las “Tinieblas”
Desconocidas, se manifiesta en el Huevo de Oro. De este “Huevo” de Brahmâ.
11. “Aquello que es la Causa
indistinta (indiferenciada), eterna, que es
y no es, de Ello salió aquel principio masculino llamado en el mundo
Brahmâ”.
Aquí encontramos, como en todos los
sistemas filosóficos genuinos, el mismo “Huevo”, el Círculo o Cero, la
Infinidad sin límites, mencionada como Ello, y Brahmâ, la primera Unidad
sola, mencionada como el Dios “Masculino”, esto es, el Principio fructificador.
Es ello o 10 (diez), la Década.
Solamente en el plano de lo Septenario, o nuestro
Mundo, es llamado Brahmâ. En el de la Década Unificada, en el reino de la
Realidad, este Brahmâ masculino es una ilusión.
14. “Del Yo Supremo (Âtmanah) él creó la Mente, que es y no es; y de la Mente, el Ego-ísmo
(la Conciencia-Propia), a) el dueño; b) el Señor”.
a)
La mente es Manas. Medhâtithi, el comentador, observa justamente sobre este
punto, que es lo contrario de esto, y demuestra desde luego la interpolación y
el arreglo, pues Manas es el que brota de Ahamkâra o Conciencia Propia
(Universal), lo mismo que Manas en el microcosmo emana de Mahat, o Mahâ-Buddhi
(Buddhi en el hombre). Porque Manas es dual. Como Celebrooke ha mostrado y
traducido, “la Mente, sirviendo a la vez
para el sentido y para la acción, es un órgano por afinidad, que está en
estrecha unión con el resto”. “El resto” significa aquí que Manas, nuestro
Quinto Principio (quinto, porque el
cuerpo fue llamado el primero, lo
cual es lo contrario del verdadero orden filosófico) , está en afinidad tanto
con Âtmâ-Buddhi como con los cuatro Principios inferiores. De aquí nuestra
enseñanza, a saber: que Manas sigue a Âtmâ-Buddhi al Devachan; y que el Manas
inferior, esto es, las escorias o residuos inferiores de Manas, permanecen con
el Kâma Rûpa en el Limbus o Kâma Loka, la mansión de las “cáscaras”.
b)
Medhâtithi traduce esto como “la conciencia una del Yo” o Ego, y no como el
“dueño”, como hacen los orientalistas. También de este modo traducen la sloka
siguiente:
16. “Habiendo él hecho también las
partes sutiles de aquellos seis (el gran Yo y los cinco órganos de los
sentidos), de brillantez inconmensurable, para entrar en los elementos del Yo (âtmamâtrâsu), creó todos los seres”.
Mientras que, según Medhâtithi, debió
leerse mâtrâbhih, en lugar de “âtmamâtrâsu”, y de este modo hubiera
dicho:
“Después de haber compenetrado las
partes sutiles de aquellos seis, de brillantes inconmensurable, por los
elementos del yo, creó todos los seres”.
Esta última interpretación debe de
ser la correcta, puesto que Él, el Yo, es lo que llamamos Âtmâ, y constituye
así el séptimo principio, la síntesis de los “seis”. Tal es también la opinión
del editor del Mânava Dharma Shâstra,
quien parece haber penetrado de un modo intuitivo mucho más profundamente en el
espíritu de la filosofía, que el traductor, el difunto doctor Burnell; pues vacila poco entre el texto de
Kullûka Bhatta y el comentario de Medhâtithi. Rechaza los tanmâtra, o elementos sutiles, y el âtmamâtra de Kullûka Bhatta, y dice, aplicando los principios al Yo
Cósmico:
“Los seis parecen más bien ser el Manas, más los cinco principios del
éter, el aire, el fuego, el agua y la tierra. Habiendo unido cinco porciones de
estas seis con el elemento espiritual (el séptimo),
él creo (así) todas las cosas existentes... Âtmamâtra
es, por lo tanto, el átomo espiritual, opuesto a sus propios elementos
elementales, no reflexivos”.
Del siguiente modo corrige la
traducción del versículo 17:
“Como los elementos sutiles de las
formas corporales de este Uno dependen de estos seis, el sabio llama a su forma
Sharîra”.
Y añade que “elementos” significan
aquí porciones o partes (o principios), cuya interpretación está confirmada por
el versículo 19, que dice:
“Este (Universo) no eterno nace, pues,
del Eterno, por medio de los elementos sutiles de las formas de aquellos siete gloriosísimos principios
(Purusha)”.
Comentando esta enmienda de
Medhâtithi, el editor hace la observación de que “probablemente significan los
cinco elementos, más la mente (Manas),
y la conciencia propia (Ahamkâra); “los elementos sutiles” (significando) como antes “delicadas porciones de
forma” (o principios)”. Así lo demuestra el versículo 20, cuando dice de estos
cinco elementos o “delicadas porciones de forma” (Rûpa más Manas y Conciencia
Propia), que ellos constituyen los “Siete Purusha” o Principios, llamados en
los Purânas los “Siete Prâkritis”.
Además, estos “cinco elementos” o
“cinco porciones” se mencionan en el versículo 27 como “las llamadas porciones
atómicas destructibles”, siendo, por lo tanto, “distintas de los átomos del
Nyâya”.
Este Brahmâ creador que surge del
Huevo del mundo o Huevo de Oro une en sí mismo ambos principios: femenino y
masculino. Es, en una palabra, como todos los Protologos creadores. De Brahmâ,
sin embargo, no se podría decir como de Dionisio, “
“ un Jehovah lunar, Baco
verdaderamente, con David bailando desnudo ante su símbolo en el arca; pues ningunas Dionisias licenciosas han sido
establecidas nunca en nombre y honor suyo. Todo el tal culto fálico era
exotérico, y los grandes símbolos universales fueron desnaturalizados en todo
el mundo, lo mismo que los de Krishna lo son ahora por los Vallabâchâras de
Bombay, los partidarios del Dios “niño”. Pero ¿son estos dioses populares la verdadera Deidad? ¿Son ellos la cúspide y la síntesis de la
creación séptuple, incluso el hombre? ¡Imposible! Cada uno y todos, tanto
paganos como cristianos, son uno de los peldaños de la escala septenaria de la
Conciencia Divina. Ain-Soph se dice también que se manifiesta por medio de las Siete Letras del nombre de Jehovah, a
quien, habiendo usurpado el lugar de lo Ilimitado Desconocido, le dieron sus
devotos sus Siete Ángeles de la Presencia -sus Siete Principios. Pero,
verdaderamente, se les menciona en casi todas las escuelas. En la filosofía
Sânkhya pura, Mahat, Ahamkâra y los cinco Tanmâtras, son llamados los siete
Prakritis, o Naturalezas, y se cuentan desde Mahâ-Buddhi, o Mahat, hasta la
Tierra .
Sin embargo, por desfigurada que
haya sido por Esdras, para propósitos rabínicos, la versión original
elohística; por repulsivo que sea a veces hasta el significado esotérico en los pergaminos hebreos -que
lo es mucho más que pueda serlo su velo o vestidura externa-, una vez
eliminadas las porciones que versan sobre Jehovah, los Libros Mosaicos están
llenos de conocimientos puramente ocultos de inestimable valor, especialmente
los primeros seis capítulos.
Leídos con la ayuda de la Kabalah, se encuentra un templo sin
rival de verdades ocultas, un pozo de bellezas profundamente escondidas, bajo
formas cuya estructura visible, a
pesar de su aparente simetría, no puede resistir la crítica de la fría razón ni
revelar su edad, pues pertenece a todas las edades. Hay más sabiduría en los Purânas y en la Biblia, oculta bajo sus fábulas exotéricas, que en toda la ciencia
y hechos exotéricos de la literatura
del mundo; y más verdadera Ciencia Oculta, que en el conocimiento exacto de
todas las academias. O, hablando de un modo más claro y acentuado: hay tanta
sabiduría esotérica en algunas partes de los Purânas y del Pentateuco
exotéricos, como de tontería y de imaginación infantil intencionada, cuando
se leen bajo el solo aspecto de la letra muerta y de las interpretaciones
asesinas de las grandes religiones dogmáticas, y especialmente de sus sectas.
Que lea cualquiera los primeros
versículos del Génesis y que
reflexione sobre ellos. Allí “Dios” ordena a otro “Dios”, quien obedece su
orden. Así se lee hasta en la misma cuidada
traducción protestante inglesa de la edición autorizada por el rey Jaime I.
En el “principio” (la lengua hebrea
no tiene palabra para expresar la idea de la Eternidad) , “Dios” hizo los
Cielos y la Tierra; y esta última “estaba vacía y sin forma”, mientras que el
primero no es de hecho tal Cielo, sino lo “Profundo”, el Caos, con las
tinieblas sobre su faz (13).
“Y el Espíritu de Dios se movía
sobre la faz de las Aguas” o Gran Océano del Espacio Infinito. Y este Espíritu
es Nârâyana o Vishnu.
“Y Dios dijo: hágase el firmamento...”
y “Dios”, el segundo, obedeció e “hizo
el firmamento”. “Y Dios dijo: hágase la luz”, y “hubo la luz”. Ahora bien; la
última no significa luz en modo alguno, sino el Adam Kadmon andrógino como en
la Kabalah, o Sephira (la Luz
Espiritual), pues los dos son uno; o los Ángeles secundarios, según el Libro
de los Números caldeo, siendo los
primeros los Elohim, que son el agregado de aquel Dios “formador”. ¿Pues a quién se dirige aquella orden? ¿Y quién es
el que ordena? Lo que ordena es la Ley Eterna, y el que obedece los Elohim, la
cantidad conocida operando en x y con x,
o el coeficiente de la cantidad desconocida, las Fuerzas de la Fuerza Una. Todo
esto es Ocultismo, y se encuentra en las Estancias arcaicas. No tiene
importancia alguna el que llamemos a estas “Fuerzas” los Dhyân Chohans, o los
Auphanim como lo hace Ezequiel.
“La Luz una Universal, que es
Tinieblas para el hombre, es por siempre existente” -dice el Libro de los Números caldeo-. De ella
procede periódicamente la Energía, la cual se refleja en lo Profundo o Caos,
depósito de los Mundos futuros, y que una vez despierta, agita y fructifica las
Fuerzas latentes, que son sus siempre eternas y presentes potencialidades.
Entonces despiertan de nuevo los Brahmâs y los Buddhas -las Fuerzas coeternas-
y un nuevo Universo surge a la existencia.
En el Sepher Yetzirab, el Libro Kabalístico de la Creación, el autor ha
repetido evidentemente las palabras de Manu. En él se representa a la
Substancia Divina como siendo lo único existente desde la eternidad absoluta y
sin límites, y como habiendo emitido de sí misma el Espíritu (14). “Uno es el
Espíritu del Dios vivo; ¡bendito sea Su nombre que por siempre vive! Voz,
Espíritu y Verbo, esto es el Espíritu Santo”. Y ésta es la Trinidad
abstracta kabalista, antropomorfizada por los Padres cristianos con tan poco
escrúpulo. De este Triple Uno emanó todo el Kosmos. Primero, del Uno emanó el
número Dos o Aire (el Padre), el Elemento creador; y luego el número Tres, Agua
(la Madre), procedió del Aire; el Éter o Fuego completa el Cuatro Místico, el
Arbo-al. “Cuando lo Escondido de lo Oculto quiso revelarse, hizo primero
un Punto (el Punto Primordial o el Primer Sephira, Aire o Espíritu Santo)
figurado en una Forma sagrada (los Diez Sephiroth o el Hombre Celeste), y lo
cubrió con una Vestidura rica y espléndida: que es el Mundo”.
“Hizo el Viento Su mensajero, al
Fuego flamígero Su servidor”, dice el Yetzirab,
mostrando el carácter cósmico de estos últimos Elementos euhemerizados
(humanizados), y que el Espíritu compenetra todos los átomos en el Kosmos.
Pablo
llama a los Seres Cósmicos invisibles los “Elementos”. Pero actualmente los
Elementos han sido degradados y limitados a los átomos, de los cuales nada se
sabe hasta ahora, y que son tan sólo “hijos de la necesidad”, como lo es
también el Éter. Según decimos en Isis
sin Velo:
Los pobres Elementos primordiales
han sido desterrados hace mucho tiempo, y nuestros ambiciosos físicos rivalizan
en quién será el primero en añadir una substancia simple más a la nidada
volátil de las setenta y tantas.
Mientras tanto, existe una furiosa
guerra en la química moderna sobre la cuestión de términos. Se nos niega el
derecho de llamar a estas substancias “elementos químicos”; pues según Platón,
no son ellas los “principios primordiales de las esencias por sí mismas
existentes, de las cuales se formó el Universo”. Semejantes ideas, asociadas
con la palabra “elemento”, eran bastante buenas para la antigua filosofía
griega, pero la ciencia moderna las rechaza; pues, como dice el profesor
Crookes, “son términos desgraciados”, y la ciencia experimental “no quiere nada
con ninguna clase de esencias, excepto con aquellas que pueden verse, olerse o
gustarse. Las demás las deja a los metafísicos...” ¡Debemos sentirnos
agradecidos hasta por esto!
Esta “Substancia Primordial” es
llamada por algunos el Caos. Platón y los pitagóricos la denominaban el Alma
del Mundo, después de haber sido impregnada por el Espíritu de aquello que
incuba las Aguas Primitivas o Caos. Reflejándose en él -dicen los kabalistas-,
el Principio incubador “creó” la fantasmagoría de un Universo visible
manifestado. El Caos antes, y el Éter después de esa “reflexión”, es siempre la
deidad que compenetra todo el Espacio y todas las cosas. Es el Espíritu
invisible a imponderable de las cosas, y el fluido invisible aunque bien
tangible, que radia de los dedos del magnetizador saludable; pues es la
Electricidad Vital, la Vida misma. El Marqués de Mirville le daba,
irrisoriamente, el nombre de “Todopoderoso nebuloso” y los teurgistas y
ocultistas lo denominaban hasta el presente “Fuego Vivo”; y no hay un indo,
entre los que practican cierta clase de meditación al amanecer, que no conozca
sus efectos. Es el “Espíritu de Luz” y Magnes. Como lo expresó con verdad un
adversario nuestro, Magus y Magnes son dos ramas que salen del mismo tronco, y
que producen las mismas resultantes. Y en esta denominación de “Fuego Vivo”
podemos descubrir también el significado de la confusa sentencia del Zend Avesta, que dice que hay “un Fuego
que da el conocimiento del futuro, la ciencia y el lenguaje amable”; esto es,
desarrolla una elocuencia extraordinaria en la sibila, en el sensitivo y hasta
en algunos oradores. Escribiendo sobre este asunto, en Isis sin Velo dijimos que era:
El Caos de los antiguos, el Fuego
Sagrado de Zoroastro, o el Atash-Behram de los parsis; el fuego de Hermes, el
fuego de Elmes de los antiguos alemanes; el Relámpago de Cibeles; la Antorcha
encendida de Apolo; la Llama en el altar de Pan; el Fuego inextinguible del
templo de la Acrópolis y del de Vesta; la Llama de fuego del yelmo de Plutón;
las Chispas brillantes en los tocados de los Dióscuros, en la cabeza de la
Gorgona, en el yelmo de Palasy en el báculo de Mercurio; el Ptah-Ra egipcio; el
Zeus Cataibates griego (el descendiente) de Pausanias; las Lenguas de Fuego de
Pentecostés; la Zarza ardiente de Moisés; el Pilar de Fuego del Éxodo y la Lámpara encendida de Abraham;
el Fuego Eterno del “abismo sin fondo”; los vapores del oráculo de Delfos; la
Luz Sideral de los rosacruces; el Âkâsha de los Adeptos indos; la Luz Astral de
Eliphas Lévi; el Aura Nerviosa y el Fluido de los magnetizadores; el Od de Reichenbach; el Psychod y Fuerza
Ecténica de Thury; la “Fuerza Psíquica” de Sergeant Cox, y el magnetismo
atmosférico de algunos naturalistas; el galvanismo, y por último, la
electricidad; todos estos no son sino nombres distintos para diferentes
manifestaciones o efectos de la misma Causa misteriosa que todos lo compenetra,
al Archaeus griego.
Ahora añadimos: es todo esto y mucho
más. Este “Fuego se menciona en todos los Libros Sagrados indos, así como
también en las obras kabalísticas. El Zohar
lo explica como el “Fuego Blanco Oculto, en el Risha Havurah”, la Cabeza
Blanca, cuya Voluntad hace emanar el fluido ígneo en 370 corrientes en todas
direcciones del Universo. Es idéntico a la “Serpiente que corre con 370
saltos”, del Siphra Dzenioutha, la
cual, cuando el “Hombre Perfecto”, el Metraton, es elevado, esto es, cuando el Hombre Divino habita en el hombre animal,
se convierte en tres Espíritus, o Âtmâ-Buddhi-Manas, en nuestra fraseología
teosófica.
Por tanto, el Espíritu o Ideación
Cósmica, y la Substancia Cósmica -uno de cuyos principios es el Éter- son uno, e incluyen a los Elementos en el
sentido que les atribuye San Pablo. Estos Elementos son la Síntesis velada que
representa a los Dhyân Chohans, Devas, Sephiroth, Amshaspends, Arcángeles,
etc., etc. El Éter de la Ciencia -el Ilus de Beroso o el Protilo de la Química-
constituye, por decirlo así, el material relativamente tosco, del cual los
Constructores mencionados, siguiendo el plan trazado eternamente para ellos en
el Pensamiento Divino, forman los Sistemas en el Kosmos. Son “mitos”, se nos
dice. No más mito que el Éter y los Átomos, contestamos nosotros. Estos últimos
son necesidades absolutas de la Ciencia Física, y los Constructores son una
absoluta necesidad de la Metafísica. “Nunca los habéis visto”, es la objeción
que se nos echa en cara. Y preguntamos a los materialistas: ¿Habéis visto jamás
al Éter o a vuestros Átomos, o tan siquiera a vuestra Fuerza? Además, uno de
los más grandes evolucionistas occidentales de nuestros días, el
co-”descubridor” con Darwin, míster A. R. Wallace, al discutir lo inadecuado de
la Selección Natural para explicar por sí sola la forma física del Hombre,
admite la acción directiva de “inteligencias superiores”, como “parte necesaria de las grandes leyes que rigen
al Universo material”.
Estas
“inteligencias superiores” son los Dhyân Chohans de los ocultistas.
Verdaderamente, hay pocos mitos en
cualquiera de los sistemas religiosos dignos de tal nombre que no tengan un
fundamento histórico, así como científico. Los “mitos” -dice con justicia
Pococke- “se prueba ahora que son fábulas, en la precisa proporción en que dejamos de entenderlos; eran verdades en la proporción en que eran antes entendidos”.
La idea prevaleciente más definida
que se encuentra en todas las antiguas enseñanzas, con referencia a la
Evolución Cósmica, y a la primera “creación” de nuestro Globo con todos sus
productos orgánicos e inorgánicos
-palabra extraña para usarla un ocultista- es que todo el Kosmos ha surgido del
Pensamiento Divino. Este Pensamiento impregna la Materia, que es coeterna con
la Realidad Única; y todo lo que vive y alienta se desenvuelve de las
emanaciones del Uno Inmutable, Prabrahman-Mûlaprakriti, la Raíz Una Eterna. El
primero de estos, en su aspecto del Punto Central vuelto hacia dentro, por
decirlo así, en regiones por completo inaccesibles a la inteligencia humana, es
la Abstracción Absoluta; mientras que en su aspecto de Mûlaprakriti, la Eterna
Raíz del todo da a los menos una idea confusa del Misterio del Ser.
Por lo tanto, se enseñaba en los
templos internos que este Universo visible de Espíritu y Materia no es sino la
Imagen concreta de la Abstracción ideal; él fue construido sobre el modelo de
la primera Idea Divina. De este modo, nuestro Universo ha existido desde la
Eternidad en estado latente. El Alma que anima este Universo puramente
espiritual, es el Sol Central, la deidad misma más elevada. No fue el Uno quien
construyó la forma concreta de la idea, sino el Primer Engendrado; y, como fue
construido en la figura geométrica del dodecaedro (21), el Primer Engendrado
“tuvo a bien emplear 12.000 años en su creación” Este número está expresado en
la cosmogonía tyrrhenia, que muestra al hombre creado en el sexto
milenium. Esto concuerda con la teoría egipcia de los 6.000 “años” , y con
el cómputo hebreo. Pero ésta es su forma exotérica. El cómputo secreto explica
que los “12.000 y los 6.000 años” son Años de Brahmâ, un día de Brahmâ, siendo
igual a 4.320.000.000 de años. Sanchoniathon , en su Cosmogonía, declara que cuando el Viento (Espíritu) se enamoró de
sus propios principios (el Caos), tuvo lugar una unión íntima, cuya conexión
fue llamada Photos (........ ) y de ésta surgió la semilla de todo. Y el Caos
no conoció su propia producción, pues era insensible; pero de su abrazo con el
Viento fue generado Môt, o el Ilus (limo) . De éste procedieron los Esporos
de la creación y la generación del Universo.
Zeus-Zên (AEther), y Chthonia (la
Tierra Caótica) y Metis (el Agua), sus esposas; Osiris -que también representa
al AEther, la primera emanación de la Deidad Suprema, Amun, origen primitivo de
la Luz- e Isis-Latona, la Diosa Tierra y el Agua otra vez; Mithras, el
Dios nacido de la roca, símbolo del Fuego del Mundo masculino, o la Luz
Primordial personificada; y Mithra, la Diosa del Fuego, su madre y su mujer a
la vez -el elemento puro del Fueo, el principio activo o masculino, considerado
como luz y calor en conjunción con la Tierra y el agua, o la materia, el
elemento femenino o pasivo de la generación Cósmica-; Mithras, que es el hijo
de Bordj, la montaña del mundo persa , de la cual fue él exhalado como un
rayo radiante de luz. Brahmâ, el Dios del fuego y su prolífica consorte; y el
Agni indo, la deidad refulgente, de cuyo cuerpo brotan mil corrientes de gloria
y siete lenguas de fuego, y en cuyo
honor ciertos brahmanes conservan hasta el presente un fuego perpetuo; Shiva,
personificado por Meru, la montaña del mundo de los indos, el terrorífico Dios
del Fuego, que dice la leyenda, ha descendido del cielo, como el Jehová judío,
“en un pilar de fuego”; y una docena más de deidades arcaicas de doble sexo;
todas proclaman claramente su significado oculto. ¿Y qué podrían significar
estos mitos dobles, sino el principio psíquico químico de la creación
primordial; la Primera Evolución en su triple manifestación de Espíritu, Fuerza
y Materia; la correlación divina en
su punto de partida, alegorizada por el matrimonio del Fuego y del Agua,
productos del Espíritu electrizador (la unión del principio activo masculino
con el elemento pasivo femenino), que se convierten en los padres de su hijo
telúrico, la Materia Cósmica, la Materia Prima, cuya Alma es el AEther, y cuya
sombra es la Luz Austral?.
Pero los fragmentos de los sistemas
cosmogónicos que han llegado hasta nosotros son ahora rechazados como fábulas
absurdas. Sin embargo, la Ciencia Oculta, que ha sobrevivido hasta de la Gran
Inundación que sumergió a los gigantes antediluvianos, y con ellos hasta su
memoria misma (salvo los anales reservados en la Doctrina Secreta, la Biblia y otras Escrituras), aun conserva
la Clave de todos los problemas del mundo.
Apliquemos esta Clave a los raros
fragmentos de Cosmogonías por largo tiempo olvidadas, y por medio de sus
esparcidas parcelas, tratemos de restablecer la que una vez fue Cosmogonía
Universal de la Doctrina Secreta. La Clave sirve para todas. Nadie puede
estudiar seriamente las antiguas filosofías sin percibir que la semejanza
sorprendente de conceptos entre todas, muy a menudo en su forma exotérica e
invariablemente en su espíritu oculto, es el resultado, no de la mera coincidencia,
sino de un designio marcado; y que durante la juventud de la humanidad hubo un
solo lenguaje, un conocimiento y una religión universales, cuando no había
iglesias, ni credos, ni sectas, sino cuando cada hombre era un sacerdote para
sí mismo. Y si se demuestra que ya en aquellas edades, ocultas a nuestra vista
por el crecimiento exuberante de la tradición, el pensamiento religioso humano
se desarrollaba en simpatía uniforme en todas las partes del globo; entonces se
hará evidente que, sea cual fuese la latitud en que haya nacido, ya sea en el
frío Norte, o en el ardiente Mediodía, en Oriente o en Occidente, ese
pensamiento fue inspirado por las mismas revelaciones, y el hombre fue criado
bajo la sombra protectora del mismo Árbol
del Conocimiento.
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