miércoles, 24 de febrero de 2016

LA SUBSTANCIA PRIMORDIAL Y EL PENSAMIENTO DIVINO




            Como parecería irracional que conocemos ya todas
             las causas existentes, debe concedérsenos permiso
             para suponer, si fuese necesario, la existencia de un
             agente completamente nuevo.
             Suponiendo que la hipótesis ondulatoria explique
              todos los hechos, lo cual no es todavía perfectamen-
              te seguro, nos hallaremos en el caso de resolver si
              la existencia del éter ondulatorio queda así probada.
              No podemos asegurar de un modo positivo que nin-
              guna otra suposición pueda explicar los hechos. Se
              admite que la hipótesis corpuscular de Newton que-
              dó destruida por la de la ondulación, y al presente no
              existe rival. Sin embargo, sería mucho de desear
              que para todas las hipótesis semejantes se encontra-
              se alguna confirmaión colateral, alguna evidencia
              aliunde del supuesto Éter. Algunas hipótesis consis-
             ten en la suposición de la estructura diminuta de los
             cuerpos y sus operaciones. Dada la naturaleza del
             caso, estas presunciones no pueden ser nunca pro-
             badas por medios directos. Su único mérito consis-
             te en su adaptación para explicar los fenómenos.
             Son ficciones representativas.
             Logic, por ALEJANDRO BAINLL. D., parte II,
            página 133.

            El Éter, ese Proteo hipotético (una de las “ficciones representativas” de la ciencia moderna, que, sin embargo, ha sido aceptada hace tanto tiempo), es uno de los “principios” inferiores de lo que llamamos la Substancia Primordial (Âkâsha en sánscrito), uno de los sueños de los antiguos, que se ha convertido ahora en el sueño de la ciencia moderna. Es la mayor, así como la más atrevida, de las especulaciones que sobreviven de los antiguos filósofos. Para los ocultistas, empero, tanto el Éter como la Substancia Primordial son realidades. Para decirlo claro, el Éter es la Luz Astral, y la Substancia Primordial es el Âkâsha, el Upâdhi del Pensamiento Divino.
            
En el lenguaje moderno, este último estaría mejor llamado Ideación Cósmica, espíritu; y el primero, Substancia Cósmica, Materia. Estos (el Alfa y la Omega del Ser) no son sino las dos facetas de la Existencia Absoluta. A ésta jamás se dirigieron ni la llamaron por ningún nombre en la antigüedad, excepto alegóricamente. En la raza aria más antigua, la inda, el culto de las clases intelectuales nunca consistió, como ente los griegos, en una adoración a la forma y al arte maravilloso, que llevó a los últimos al antropomorfismo. Pero mientras el filósofo griego adoraba la forma, y sólo el sabio indo “percibía la verdadera relación entre la hermosura terrestre y la verdad eterna”, las gentes incultas de todas las naciones nunca han comprendido ninguna de las dos cosas.
            
Ni aun ahora las comprenden. La evolución de la idea de Dios va a la par que la propia evolución intelectual del hombre. Tan  verdad es esto, que el ideal más noble a que el espíritu religioso de una época pueda remontarse, parecerá una caricatura grosera a la mente filosófica de una época posterior. Los mismos filósofos tenían que ser iniciados en los misterios perceptivos, antes de que pudieran asir la idea correcta de los antiguos con relación a este asunto, el más metafísico de todos. De otro modo -fuera de semejante Iniciación- para cada pensador habrá un “hasta aquí llegarás, pero no más allá”, limitado por su capacidad intelectual, de un modo tan claro e infalible, como lo está el progreso de cualquier nación o raza, en su ciclo, por la ley de Karma. Fuera de la Iniciación, los ideales del pensamiento religioso contemporáneo tendrán siempre las alas cortadas, sin poder remontar su vuelo; pues tanto los pensadores idealistas como los realistas, y hasta los librepensadores, no son sino la demostración y producto natural de su época y de todo lo que los rodea. Sus ideales son tan sólo el necesario resultado de sus temperamentos, y la expresión de aquella fase del progreso intelectual que ha alcanzado una nación, en su colectividad. De aquí, como ya se ha observado, que los más altos vuelos de los metafísicos occidentales modernos hayan quedado muy lejos de la verdad. Muchas de las especulaciones agnósticas corrientes sobre la existencia de la “Primera Causa” no son casi más que un materialismo velado; pues sólo es diferente la terminología. Hasta un pensador tan grande como Mr. Herbert Spencer, habla a veces de lo “Incognoscible” en términos que demuestran la influencia letal del pensamiento materialista, el cual, como el mortal Sirocco, ha secado y esterilizado toda corriente de especulación ontológica.
            

Por ejemplo, cuando llama a la “Primera Causa” (lo “Incognoscible”) un “poder que se manifiesta por medio del fenómeno”, y “una energía infinita y eterna”, está bien claro que sólo ha concebido el aspecto físico del Misterio del Ser, o sea tan sólo las Energías de la Substancia Cósmica. El aspecto coeterno de la Realidad Una, la Ideación Cósmica, está en absoluto fuera de consideración; y en cuanto a su Nóumeno, parece no existir en la mente del gran pensador,. Sin duda alguna, este modo de tratar el problema sólo bajo un aspecto es debido, en gran parte, a la práctica perniciosa del Occidente  de subordinar la Conciencia a la Materia, o considerarla como un “producto derivado” del movimiento molecular.
            Desde las primeras edades de la Cuarta Raza (cuando sólo al Espíritu se rendía culto, y cuando el Misterio estaba de manifiesto) hasta los últimos días gloriosos del arte griego, en la aurora del Cristianismo, sólo los helenos se habían atrevido a levantar públicamente un altar al “Dios Desconocido”. Sea lo que fuese lo que San Pablo pueda haber abrigado en su mente profunda, cuando declaró a los atenienses que este “Desconocido” a quien adoraban ignorantemente era el verdadero Dios anunciado por él, aquella Deidad no era “Jehovah”, ni era tampoco “el hacedor del mundo y de todas las cosas”. Pues no se trata del “Dios de Israel”, sino de lo “Desconocido” de los Panteístas antiguos y modernos, que “no mora en los templos construidos con las manos.
            
El pensamiento Divino no puede ser definido, ni su significación explicarse, excepto por las innumerables manifestaciones de la Substancia Cósmica, en la que el primero es sentido espiritualmente por los que pueden. Decir esto, después de haberlo definido como la Deidad Desconocida, abstracta, impersonal, asexual, que tiene que colocarse en la raíz de todas las Cosmogonías y su evolución subsiguiente, equivale a no decir absolutamente nada. Es lo mismo que intentar resolver una ecuación trascendental de condición, teniendo a mano, para deducir el verdadero valor de sus términos, sólo cierto número de cantidades desconocidas. Su lugar se encuentra en las primitivas cartas simbólicas antiguas, en las cuales, como ya se ha mostrado, está representado por una oscuridad sin límites, en cuyo fondo aparece el primer punto central en blanco -simbolizando de este modo el Espíritu Materia coevo y coeterno, haciendo su aparición en el mundo fenomenal, antes de su primera diferenciación. Cuando “el Uno se convierte en Dos”, puede entonces nombrársele como Espíritu Materia. Al “Espíritu” pueden referirse todas las manifestaciones de la conciencia, reflejada o directa, y de la “intención inconsciente” -adoptando una expresión moderna usada en la llamada filosofía occidental-, como se evidencia en el Principio Vital, y en la sumisión de la Naturaleza al orden majestuoso de la Ley inmutable. “La Materia” debe ser considerada como lo objetivo en su más pura abstracción, la base existente por sí misma, cuyas manvantáricas diferenciaciones septenarias constituyen la realidad objetiva, base de los fenómenos de cada fase de la existencia consciente. Durante el período del Pralaya Universal, la Ideación Cósmica es inexistente; y los distintos estados diferenciales de la Substancia Cósmica se resuelven nuevamente en el estado primitivo de objetividad abstracta potencial.
           
El impulso manvantárico principia con el redespertar de la Ideación Cósmica, la Mente Universal, simultánea y paralelamente con la primitiva emersión de la Substancia Cósmica -siendo esta última el vehículo manvantárico de la primera- de su estado praláyico indiferenciado. Entonces, la Sabiduría Absoluta se refleja en su Ideación; la cual, por un proceso trascendental, superior e incomprensible a la conciencia humana, se convierte en Energía Cósmica: Fohat.  Vibrando en el seno de la Substancia inerte, Fohat la impulsa a la actividad y guía sus primarias diferenciaciones en todos los Siete planos de la Conciencia Cósmica. De este modo, hay Siete Protilos (como ahora se les llama, mientras que la antigüedad aria los llamaba los Siete Prakritis o Naturalezas), que diversamente sirven como base relativamente homogénea, que en el curso de la creciente heterogeneidad, en la evolución del Universo, se diferencian en los fenómenos maravillosamente complejos que se presentan en los planos de percepción. El término “relativamente” se ha empleado de propósito, porque resultando la existencia misma de semejante proceso de las segregaciones primarias de la Substancia Cósmica indiferenciada, dentro de sus bases septenarias de evolución, nos obliga a considerar el Protilo de cada plano sólo como una fase intermedia que asume la Substancia en su paso desde lo abstracto a la completa objetividad. El término Protilo se debe a Mr. Crookes, el químico eminente que ha dado este nombre a la premateria, si puede llamarse así a las substancias primordiales y puramente homogéneas, sospechadas, ya que no realmente encontradas por la Ciencia en la última composición del átomo. Pero la segregación incipiente de la materia primordial en átomos y moléculas sólo principia después de la evolución de nuestros Siete Protilos. El último de estos es el que Mr. Crookes se ocupa en buscar, por haber percibido recientemente la posibilidad de su existencia en nuestro plano.
            

Se dice que la Ideación Cósmica es no existente durante los períodos praláyicos, por la sencilla razón de que no hay nadie ni nada que perciba sus efectos. No puede haber manifestación de conciencia, de semiconciencia ni siquiera “intención inconsciente”, excepto por medio del vehículo de la Materia; esto es, en este nuestro plan, en donde la conciencia humana, en su estado normal, no puede remontarse más allá de lo que se conoce como metafísica trascendental; pues sólo por medio de una agregación o construcción molecular surge el Espíritu como corriente de subjetividad individual o subconsciente. Y como la Materia que existe fuera de la percepción en una mera abstracción, los dos aspectos de lo Absoluto (Substancia Cósmica e Ideación Cósmica) son mutuamente interdependientes. Hablando con estricta exactitud, para evitar confusiones e interpretaciones erróneas, la palabra “Materia” debería ser aplicada al agregado de objetos de posible percepción, y la palabra “Substancia” a los Nóumenos; pues dado que los fenómenos de nuestro plano son la creación del Ego que percibe -las modificaciones de su propia subjetividad-, todos los “estados de materia que representan el agregado de los objetos percibidos” no pueden tener para los hijos de nuestro plano sino una existencia relativa y puramente fenomenal. Como dirían los modernos idealistas, la cooperación del Sujeto y del Objeto, resulta en el objeto de sensación o fenómeno.
           

Pero esto no conduce necesariamente a la conclusión de que suceda lo mismo en todos los demás planos; de que la cooperación de ambos en los estados de su diferenciación septenaria, resulte en un agregado septenario de fenómenos, que son igualmente no existentes per se, aunque sean realidades concretas para las Entidades de cuya experiencia forman parte; del mismo modo que las rocas y ríos a nuestro alrededor, son reales desde el punto de vista del físico, aunque son ilusiones de los sentidos, sin realidad desde el del metafísico. Sería un error decir y hasta concebir semejante cosa. Desde el punto de la metafísica más elevada, todo el Universo, incluso los Dioses, es una Ilusión (Mâyâ). Pero la ilusión de aquel que es en sí mismo una ilusión difiere en cada plano de conciencia; y no tenemos más derecho a dogmatizar sobre la posible naturaleza de las facultades perceptivas de un Ego que se halla, por ejemplo, en el sexto plano, que el que tenemos para identificar nuestras percepciones con las de una hormiga en su modo de conciencia, o para convertirlas en modelo para la misma. La Ideación Cósmica, enfocada en su principio, o Upâdhi (Base), resulta como conciencia del Ego individual. Su manifestación varía según el grado de Upâdhi. Por ejemplo, por medio de lo conocido como Manas, surge como conciencia mental; y por medio de la construcción más finamente diferenciada de Buddhi, sexto estado de materia (teniendo como base la experiencia de Manas), como una corriente de Intuición Espiritual.
            

El Objeto puro aparte de la conciencia nos es desconocido mientras vivimos en el plano de nuestro Mundo de tres dimensiones; pues sólo conocemos los estados mentales que excita en el Ego que percibe. Y en tanto que dure el contraste del Sujeto y el Objeto, esto es, mientras que no disfrutemos más que de nuestros cinco sentidos, y no sepamos el modo de divorciar nuestro Ego, que es todo percepción, de la esclavitud de estos sentidos, será imposible al Yo personal romper la barrera que le separa del conocimiento “ de las cosas en sí mismas”, o sea de la Substancia.
            
Aquel Ego, progresando en un arco de subjetividad ascendente, tiene que agotar las experiencias de todos los planos. Pero hasta que la Unidad se sumerja en el Todo, ya sea en este o en cualquier otro plano, y que tanto el Sujeto como el Objeto se desvanezcan en la negación absoluta del Estado Nirvánico -negación repetimos, sólo desde nuestro plano-, no se llega a escalar aquel pináculo de Omnisciencia, el Conocimiento de las Cosas en sí mismas, y a aproximarse a la solución del enigma aun más importante, ante el cual, hasta el más elevado Dhyân Chohan, tiene que humillarse en el silencio y la ignorancia -el Inexplicable misterio de lo que los vedantinos llaman Parabrahman.
            
Por lo tanto, siendo tal el caso, todos los que han tratado de dar un nombre al Principio Incognoscible, no han hecho más que degradarlo. Hasta el hablar de la Ideación Cósmica -salvo en su aspecto fenomenal- es lo mismo que tratar de embotellar el Caos primordial, o poner una etiqueta a la Eternidad.
            
¿Qué es, pues, la “Substancia Primordial”, ese objeto misterioso del que ha hablado siempre la Alquimia y que se ha convertido en tema de la especulación filosófica de todas las edades? ¿Qué puede ser, finalmente, aun en su prediferenciación fenomenal? Aun aquélla es el Todo de la Naturaleza manifestada, y nada para nuestros sentidos. Se la menciona bajo diferentes nombres en todas las cosmogonías; todas las filosofías se refieren a ella, y está demostrado ser, hasta el presente, el Proteo siempre incomprensible en la Naturaleza. Lo tocamos y no lo sentimos; lo miramos y no lo vemos; lo respiramos y no lo percibimos; lo oímos y lo olemos sin el menor conocimiento de su existencia; pues está en cada molécula de lo que en nuestra ilusión e ignorancia consideramos como Materia en cualquiera de sus estados, o en lo que concebimos como una sensación, un pensamiento, una emoción. En una palabra; es el Upâdhi o vehículo de todos los fenómenos posibles, ya sean físicos, mentales o psíquicos En las primeras frases del Génesis, lo mismo que en la Cosmogonía caldea; en los Purânas de la India y en el Libro de los Muertos de Egipto; en todas partes él abre el ciclo de la manifestación. Es llamado el “Caos” y la Faz de las Aguas incubadas por el Espíritu, procedente de lo desconocido, bajo cualquier nombre que se le dé a ese Espíritu.
           
Los autores de las sagradas Escrituras de la India profundizan más el origen de las cosas evolucionadas que Thales o Job, pues dicen:
            
“De Esto, de este mismo Yo, fue producido el Éter” -dice el Veda .
            
Es, pues, evidente, que es este Éter (nacido del cuarto grado de una emanación de la “Inteligencia asociada con la Ignorancia”) el principio elevado, la Entidad deifica a que rendían culto los griegos y latinos, bajo el nombre de “Pater, Omnipotens AEther”, y “Magnus AEther”, en sus agregados colectivos. La gradación septenaria y las innumerables subdivisiones y diferencias hechas  por los antiguos entre los poderes del Éter  colectivamente (desde su borde externo de efectos, con el cual nuestra Ciencia está tan familiarizada, hasta la “Substancia Imponderable”,  que se admitió como “Éter del Espacio”, y que ahora está a punto de ser rechazada), han constituido siempre un mortificante enigma para todos los ramos del conocimiento.

            
De la Inteligencia (llamada Mahat en los Purânas) asociada con la Ignorania (Ishvara como deidad personal), acompañada de su poder proyectivo, en el cual la cualidad de la torpeza (tamas, insensibilidad) predomina, procede del Éter - del éter, el aire; del aire, el calor; del calor, el agua, y del agua, la tierra, con todo lo que hay en ella.

Los mitólogos y simbologistas de nuestra época, confundios por esta incomprensible glorificación por un lado y degradación por otro, de la misma Entidad deificada y en los mismos sistemas religiosos, caen a menudo en las equivocaciones más ridículas. La Iglesia, firme como una roca en cada uno y en todos sus primeros errores de interpretación, ha hecho del Éter la morada de sus legiones satánicas. Toda la jerarquía de los Ángeles “Caídos” está allí; los Cosmocratores, los “Portadores del Mundo”, según Bossuet; Mundi Tenentes, los “Mantendedores del Mundo”, como los llama Tertuliano; Mundi Domini, “Dominaciones del Mundo”, o más bien Dominadores; los Curbati o “Encorvados”, etc., ¡convirtiendo de este modo a las estrellas y a los orbes celestiales en Demonios!
            
De este modo ha interpretado la Iglesia el versículo: “Pues no luchamos contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra los poderes, contra los directores de las tinieblas de este mundo”. Más adelante menciona San Pablo las malicias espirituales (“wickedness” en los textos ingleses) diseminadas en el Aire -Spiritualia neuitiae coelestibus-; dando los textos latinos varios nombres a estas “malicias”, los “Elementales” inocentes. Pero esta  vez tiene razón la Iglesia, aunque se equivoca al llamarlos demonios. La Luz Astral o Éter inferior está lleno de entidades conscientes, semiconscientes e inconscientes; sólo que la Iglesia tiene menos poder sobre ellos, que sobre los microbios invisibles o que sobre los mosquitos.
            
La diferencia establecida entre los siete estados del Éter - que es uno de los Siete Principios Cósmicos, mientras que el AEther de los antiguos es el Fuego Universal- puede verse en los mandamientos de Zoroastro y de Pselo, respectivamente. El primero dijo: “Consultadlo tan sólo cuando esté sin forma o figura” -absque forma et figura -, lo que significa sin llamas o ascuas. “Cuando tenga una forma, no le hagáis caso”- enseña Pselo- “pero cuando no tiene forma, obedecedle, pues entonces es fuego sagrado, y todo lo que os revele será verdad”. Esto prueba que el Éter, que es en sí un aspecto del Âkâsha, tiene a su vez varios aspectos o “principios”.
            Todas las naciones antiguas deificaban al AEther en su aspecto y potencia imponderables. Virgilio llama a Júpiter Pater Ominipotens AEther, y “el gran AEther”. Los indos también lo han colocado entre sus deidades, bajo el nombre de Âkâsha, la síntesis del Éter. Y el autor del sistema homoemeriano de filosofía, Anaxágoras de Clasomene, creía firmemente que los prototipos espirituales de todas las cosas, lo mismo que sus elementos, se encontraban en  el AEther sin límites, donde eran generados, de donde evolucionaban y adonde volvían: una enseñanza oculta.       
            
Es, pues, claro que del AEther, en su aspecto sintético más elevado, una vez antropomorfizado, surgió la primera idea de una deidad personal creadora. Entre los filósofos indos, los Elementos son tâmasa, esto es, “no iluminados por la inteligencia, a la cual obscurecen”.
            
Tenemos que agotar el asunto del significado místico del Caos Primordial y del Principio Raíz, y mostrar cómo se hallaban relacionados en las filosofías antiguas con el Âkâsha (traducido erróneamente por Éter), y también con Mâyâ, la Ilusión, de la cual Ishvara es el aspecto masculino. Más adelante hablaremos del Principio Inteligente, o más bien de las propiedades inmateriales e invisibles, en  los elementos materiales y visibles, que “brotaron del Caos Primordial”.
           
Porque, “¿qué es el Caos primordial, sino el AEther?” -se pregunta en Isis sin Velo. No el éter moderno; no el que se reconoce ahora como tal, sino el AEther con todas sus propiedades misteriosas y ocultas, conteniendo en sí los gérmenes de la creación universal. El AEther Superior o Âkâsha es la Virgen Celestial, Madre de todas las formas y seres existentes, de cuyo seno, tan pronto como fue “incubado” por el Espíritu Divino, brotaron a la existencia la Materia y la Vida, la Fuerza y la Acción, AEther es el Aditi de los indos y es el Âkâsha. La electricidad, el magnetismo, el calor, la luz y la acción química son tan poco comprendidos aún hoy, que nuevos hechos vienen constantemente a ensanchar el horizonte de nuestro conocimiento. ¿Quién sabe dónde termina el poder de este gigante proteo, el AEther, o cuál es su origen misterioso? ¿Quién, decimos, puede negar el espíritu que obra en él, y despliega de su seno todas las formas visibles?
            
Sería fácil tarea demostrar que las leyendas cosmogónicas de todo el mundo están basadas en el conocimiento por los antiguos de aquellas ciencias que se han aliado en nuestra época para apoyar la doctrina de la evolución; y que una investigación más profunda haría ver que estos antiguos conocían mucho mejor que nosotros hoy el hecho de la evolución misma, tanto en su aspecto físico como en el espiritual.

            Entre los antiguos filósofos, la evolución era un teorema universal, una doctrina que abarcaba el todo, y un principio establecido; mientras que nuestros modernos evolucionistas sólo pueden exponernos meras teorías especulativas; con teoremas particulares, si no completamente negativos. Es inútil que los representantes de nuestra moderna sabiduría cierren el debate y pretendan que es un asunto terminado, sólo porque la oscura fraseología de la relación mosaica... contradiga las explicaciones definidas de la “Ciencia Exacta” .

            Si nos dirigimos al “Libro de las Leyes de Manu”, encontramos el prototipo de todas estas ideas. Perdidas en gran parte en su forma original para el mundo de Occidente, desfiguradas por las interpolaciones y adiciones posteriores, han conservado, sin embargo, lo bastante de su antiguo espíritu para demostrar su carácter.
            “El Señor existente por Sí Mismo, desvaneciendo las tinieblas (Vishnu, Nârâyana, etc.), se hizo manifiesto, y deseando producir seres de su Esencia, creó, al principio, sólo el agua. En ella sembró semilla. Ésta se convirtió en un Huevo de Oro”.
            ¿De dónde proviene este Señor existente por Sí Mismo? Es llamado Esto, y se habla de él como siendo “Tinieblas imperceptibles, sin cualidades definidas, indescubrible, incognoscible, como totalmente dormido”. Habiendo morado en aquel Huevo durante todo un Año Divino, el principio “a quien el mundo llama Brahmâ, hace estallar este Huevo en dos, y de la porción superior forma el cielo, de la inferior la tierra, y del centro el firmamento y “el lugar perpetuo de las aguas”.
            Pero, inmediatamente después de estos versículos, hay algo más importante para nosotros, porque corrobora por completo nuestras enseñanzas esotéricas. En los versículos 14 a 36 se da la evolución  en el orden descrito en la Filosofía Esotérica. Esto no puede contradecirse fácilmente. Hasta Medhâtithi, el hijo de Virasvâmin y autor del Comentario el Manubhâsya, cuya época, según los orientalistas occidentales, es de 1.000 (D. de C.), nos ayuda con sus observaciones a la aclaración de la verdad. No quiso decir más, porque sabía lo que tenía que ser reservado de los profanos, o bien estaba realmente confundido. Sin embargo, lo que dice muestra claramente el principio septenario en el hombre y en la Naturaleza.
            Principiemos con el capítulo 1 de las Ordenanzas o “Leyes”, después que el Señor existente por Sí Mismo, el Logos Inmanifestado de las “Tinieblas” Desconocidas, se manifiesta en el Huevo de Oro. De este “Huevo” de Brahmâ.
            11. “Aquello que es la Causa indistinta (indiferenciada), eterna, que es y no es, de Ello salió aquel principio masculino llamado en el mundo Brahmâ”.
            Aquí encontramos, como en todos los sistemas filosóficos genuinos, el mismo “Huevo”, el Círculo o Cero, la Infinidad sin límites, mencionada como Ello, y Brahmâ, la primera Unidad sola, mencionada como el Dios “Masculino”, esto es, el Principio fructificador. Es ello       o 10 (diez), la Década. Solamente en el plano de lo Septenario, o nuestro Mundo, es llamado Brahmâ. En el de la Década Unificada, en el reino de la Realidad, este Brahmâ masculino es una ilusión.
            14. “Del Yo Supremo (Âtmanah) él creó la Mente, que es y no es; y de la Mente, el Ego-ísmo (la Conciencia-Propia), a) el dueño; b) el Señor”.
            a) La mente es Manas. Medhâtithi, el comentador, observa justamente sobre este punto, que es lo contrario de esto, y demuestra desde luego la interpolación y el arreglo, pues Manas es el que brota de Ahamkâra o Conciencia Propia (Universal), lo mismo que Manas en el microcosmo emana de Mahat, o Mahâ-Buddhi (Buddhi en el hombre). Porque Manas es dual. Como Celebrooke ha mostrado y traducido, “la Mente, sirviendo a la vez para el sentido y para la acción, es un órgano por afinidad, que está en estrecha unión con el resto”. “El resto” significa aquí que Manas, nuestro Quinto Principio (quinto, porque el cuerpo fue llamado el primero, lo cual es lo contrario del verdadero orden filosófico) , está en afinidad tanto con Âtmâ-Buddhi como con los cuatro Principios inferiores. De aquí nuestra enseñanza, a saber: que Manas sigue a Âtmâ-Buddhi al Devachan; y que el Manas inferior, esto es, las escorias o residuos inferiores de Manas, permanecen con el Kâma Rûpa en el Limbus o Kâma Loka, la mansión de las “cáscaras”.
            b) Medhâtithi traduce esto como “la conciencia una del Yo” o Ego, y no como el “dueño”, como hacen los orientalistas. También de este modo traducen la sloka siguiente:
            16. “Habiendo él hecho también las partes sutiles de aquellos seis (el gran Yo y los cinco órganos de los sentidos), de brillantez inconmensurable, para entrar en los elementos del Yo (âtmamâtrâsu), creó todos los seres”.
            Mientras que, según Medhâtithi, debió leerse mâtrâbhih, en lugar de “âtmamâtrâsu”, y de este modo hubiera dicho:
            “Después de haber compenetrado las partes sutiles de aquellos seis, de brillantes inconmensurable, por los elementos del yo, creó todos los seres”.
            Esta última interpretación debe de ser la correcta, puesto que Él, el Yo, es lo que llamamos Âtmâ, y constituye así el séptimo principio, la síntesis de los “seis”. Tal es también la opinión del editor del Mânava Dharma Shâstra, quien parece haber penetrado de un modo intuitivo mucho más profundamente en el espíritu de la filosofía, que el traductor, el difunto doctor  Burnell; pues vacila poco entre el texto de Kullûka Bhatta y el comentario de Medhâtithi. Rechaza los tanmâtra, o elementos sutiles, y el âtmamâtra de Kullûka Bhatta, y dice, aplicando los principios al Yo Cósmico:
             “Los seis parecen más bien ser el Manas, más los cinco principios del éter, el aire, el fuego, el agua y la tierra. Habiendo unido cinco porciones de estas seis con el elemento espiritual (el séptimo), él creo (así) todas las cosas existentes... Âtmamâtra es, por lo tanto, el átomo espiritual, opuesto a sus propios elementos elementales, no reflexivos”.
            Del siguiente modo corrige la traducción del versículo 17:
            “Como los elementos sutiles de las formas corporales de este Uno dependen de estos seis, el sabio llama a su forma Sharîra”.
            Y añade que “elementos” significan aquí porciones o partes (o principios), cuya interpretación está confirmada por el versículo 19, que dice:
            “Este (Universo) no eterno nace, pues, del Eterno, por medio de los elementos sutiles de las formas de aquellos siete gloriosísimos principios (Purusha)”.
            Comentando esta enmienda de Medhâtithi, el editor hace la observación de que “probablemente significan los cinco elementos, más la mente (Manas), y la conciencia propia (Ahamkâra); “los elementos sutiles” (significando) como antes “delicadas porciones de forma” (o principios)”. Así lo demuestra el versículo 20, cuando dice de estos cinco elementos o “delicadas porciones de forma” (Rûpa más Manas y Conciencia Propia), que ellos constituyen los “Siete Purusha” o Principios, llamados en los Purânas los “Siete Prâkritis”.
            

Además, estos “cinco elementos” o “cinco porciones” se mencionan en el versículo 27 como “las llamadas porciones atómicas destructibles”, siendo, por lo tanto, “distintas de los átomos del Nyâya”.
            Este Brahmâ creador que surge del Huevo del mundo o Huevo de Oro une en sí mismo ambos principios: femenino y masculino. Es, en una palabra, como todos los Protologos creadores. De Brahmâ, sin embargo, no se podría decir como de Dionisio, “
                  

“ un Jehovah lunar, Baco verdaderamente, con David bailando desnudo ante su símbolo en el arca; pues ningunas Dionisias licenciosas han sido establecidas nunca en nombre y honor suyo. Todo el tal culto fálico era exotérico, y los grandes símbolos universales fueron desnaturalizados en todo el mundo, lo mismo que los de Krishna lo son ahora por los Vallabâchâras de Bombay, los partidarios del Dios “niño”. Pero ¿son estos dioses populares la verdadera Deidad? ¿Son ellos la cúspide y la síntesis de la creación séptuple, incluso el hombre? ¡Imposible! Cada uno y todos, tanto paganos como cristianos, son uno de los peldaños de la escala septenaria de la Conciencia Divina. Ain-Soph se dice también que se manifiesta por medio de las Siete Letras del nombre de Jehovah, a quien, habiendo usurpado el lugar de lo Ilimitado Desconocido, le dieron sus devotos sus Siete Ángeles de la Presencia -sus Siete Principios. Pero, verdaderamente, se les menciona en casi todas las escuelas. En la filosofía Sânkhya pura, Mahat, Ahamkâra y los cinco Tanmâtras, son llamados los siete Prakritis, o Naturalezas, y se cuentan desde Mahâ-Buddhi, o Mahat, hasta la Tierra .
            Sin embargo, por desfigurada que haya sido por Esdras, para propósitos rabínicos, la versión original elohística; por repulsivo que sea a veces hasta el significado esotérico en los pergaminos hebreos -que lo es mucho más que pueda serlo su velo o vestidura externa-, una vez eliminadas las porciones que versan sobre Jehovah, los Libros Mosaicos están llenos de conocimientos puramente ocultos de inestimable valor, especialmente los primeros seis capítulos.
           

Leídos con la ayuda de la Kabalah, se encuentra un templo sin rival de verdades ocultas, un pozo de bellezas profundamente escondidas, bajo formas cuya estructura visible, a pesar de su aparente simetría, no puede resistir la crítica de la fría razón ni revelar su edad, pues pertenece a todas las edades. Hay más sabiduría en los Purânas y en la Biblia, oculta bajo sus fábulas exotéricas, que en toda la ciencia y hechos exotéricos de la literatura del mundo; y más verdadera Ciencia Oculta, que en el conocimiento exacto de todas las academias. O, hablando de un modo más claro y acentuado: hay tanta sabiduría esotérica en algunas partes de los Purânas y del Pentateuco exotéricos, como de tontería y de imaginación infantil intencionada, cuando se leen bajo el solo aspecto de la letra muerta y de las interpretaciones asesinas de las grandes religiones dogmáticas, y especialmente de sus sectas.
            

Que lea cualquiera los primeros versículos del Génesis y que reflexione sobre ellos. Allí “Dios” ordena a otro “Dios”, quien obedece su orden. Así se lee hasta en la misma cuidada traducción protestante inglesa de la edición autorizada por el rey Jaime I.
            En el “principio” (la lengua hebrea no tiene palabra para expresar la idea de la Eternidad) , “Dios” hizo los Cielos y la Tierra; y esta última “estaba vacía y sin forma”, mientras que el primero no es de hecho tal Cielo, sino lo “Profundo”, el Caos, con las tinieblas sobre su faz (13).
            “Y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las Aguas” o Gran Océano del Espacio Infinito. Y este Espíritu es Nârâyana o Vishnu.
            “Y Dios dijo: hágase el firmamento...” y “Dios”, el segundo, obedeció e “hizo el firmamento”. “Y Dios dijo: hágase la luz”, y “hubo la luz”. Ahora bien; la última no significa luz en modo alguno, sino el Adam Kadmon andrógino como en la Kabalah, o Sephira (la Luz Espiritual), pues los dos son uno; o los Ángeles secundarios, según el Libro de los Números caldeo, siendo los primeros los Elohim, que son el agregado de aquel Dios “formador”. ¿Pues a quién se dirige aquella orden? ¿Y quién es el que ordena? Lo que ordena es la Ley Eterna, y el que obedece los Elohim, la cantidad conocida operando en x  y con x, o el coeficiente de la cantidad desconocida, las Fuerzas de la Fuerza Una. Todo esto es Ocultismo, y se encuentra en las Estancias arcaicas. No tiene importancia alguna el que llamemos a estas “Fuerzas” los Dhyân Chohans, o los Auphanim como lo hace Ezequiel.
           
“La Luz una Universal, que es Tinieblas para el hombre, es por siempre existente” -dice el Libro de los Números caldeo-. De ella procede periódicamente la Energía, la cual se refleja en lo Profundo o Caos, depósito de los Mundos futuros, y que una vez despierta, agita y fructifica las Fuerzas latentes, que son sus siempre eternas y presentes potencialidades. Entonces despiertan de nuevo los Brahmâs y los Buddhas -las Fuerzas coeternas- y un nuevo Universo surge a la existencia.
            
En el Sepher Yetzirab, el Libro Kabalístico de la Creación, el autor ha repetido evidentemente las palabras de Manu. En él se representa a la Substancia Divina como siendo lo único existente desde la eternidad absoluta y sin límites, y como habiendo emitido de sí misma el Espíritu (14). “Uno es el Espíritu del Dios vivo; ¡bendito sea Su nombre que por siempre vive! Voz, Espíritu y Verbo, esto es el Espíritu Santo”. Y ésta es la Trinidad abstracta kabalista, antropomorfizada por los Padres cristianos con tan poco escrúpulo. De este Triple Uno emanó todo el Kosmos. Primero, del Uno emanó el número Dos o Aire (el Padre), el Elemento creador; y luego el número Tres, Agua (la Madre), procedió del Aire; el Éter o Fuego completa el Cuatro Místico, el Arbo-al. “Cuando lo Escondido de lo Oculto quiso revelarse, hizo primero un Punto (el Punto Primordial o el Primer Sephira, Aire o Espíritu Santo) figurado en una Forma sagrada (los Diez Sephiroth o el Hombre Celeste), y lo cubrió con una Vestidura rica y espléndida: que es el Mundo”.
            “Hizo el Viento Su mensajero, al Fuego flamígero Su servidor”, dice el Yetzirab, mostrando el carácter cósmico de estos últimos Elementos euhemerizados (humanizados), y que el Espíritu compenetra todos los átomos en el Kosmos.
            Pablo llama a los Seres Cósmicos invisibles los “Elementos”. Pero actualmente los Elementos han sido degradados y limitados a los átomos, de los cuales nada se sabe hasta ahora, y que son tan sólo “hijos de la necesidad”, como lo es también el Éter. Según decimos en Isis sin Velo:

            Los pobres Elementos primordiales han sido desterrados hace mucho tiempo, y nuestros ambiciosos físicos rivalizan en quién será el primero en añadir una substancia simple más a la nidada volátil de las setenta y tantas.

            Mientras tanto, existe una furiosa guerra en la química moderna sobre la cuestión de términos. Se nos niega el derecho de llamar a estas substancias “elementos químicos”; pues según Platón, no son ellas los “principios primordiales de las esencias por sí mismas existentes, de las cuales se formó el Universo”. Semejantes ideas, asociadas con la palabra “elemento”, eran bastante buenas para la antigua filosofía griega, pero la ciencia moderna las rechaza; pues, como dice el profesor Crookes, “son términos desgraciados”, y la ciencia experimental “no quiere nada con ninguna clase de esencias, excepto con aquellas que pueden verse, olerse o gustarse. Las demás las deja a los metafísicos...” ¡Debemos sentirnos agradecidos hasta por esto!
            

Esta “Substancia Primordial” es llamada por algunos el Caos. Platón y los pitagóricos la denominaban el Alma del Mundo, después de haber sido impregnada por el Espíritu de aquello que incuba las Aguas Primitivas o Caos. Reflejándose en él -dicen los kabalistas-, el Principio incubador “creó” la fantasmagoría de un Universo visible manifestado. El Caos antes, y el Éter después de esa “reflexión”, es siempre la deidad que compenetra todo el Espacio y todas las cosas. Es el Espíritu invisible a imponderable de las cosas, y el fluido invisible aunque bien tangible, que radia de los dedos del magnetizador saludable; pues es la Electricidad Vital, la Vida misma. El Marqués de Mirville le daba, irrisoriamente, el nombre de “Todopoderoso nebuloso” y los teurgistas y ocultistas lo denominaban hasta el presente “Fuego Vivo”; y no hay un indo, entre los que practican cierta clase de meditación al amanecer, que no conozca sus efectos. Es el “Espíritu de Luz” y Magnes. Como lo expresó con verdad un adversario nuestro, Magus y Magnes son dos ramas que salen del mismo tronco, y que producen las mismas resultantes. Y en esta denominación de “Fuego Vivo” podemos descubrir también el significado de la confusa sentencia del Zend Avesta, que dice que hay “un Fuego que da el conocimiento del futuro, la ciencia y el lenguaje amable”; esto es, desarrolla una elocuencia extraordinaria en la sibila, en el sensitivo y hasta en algunos oradores. Escribiendo sobre este asunto, en Isis sin Velo dijimos que era:          

            
El Caos de los antiguos, el Fuego Sagrado de Zoroastro, o el Atash-Behram de los parsis; el fuego de Hermes, el fuego de Elmes de los antiguos alemanes; el Relámpago de Cibeles; la Antorcha encendida de Apolo; la Llama en el altar de Pan; el Fuego inextinguible del templo de la Acrópolis y del de Vesta; la Llama de fuego del yelmo de Plutón; las Chispas brillantes en los tocados de los Dióscuros, en la cabeza de la Gorgona, en el yelmo de Palasy en el báculo de Mercurio; el Ptah-Ra egipcio; el Zeus Cataibates griego (el descendiente) de Pausanias; las Lenguas de Fuego de Pentecostés; la Zarza ardiente de Moisés; el Pilar de Fuego del Éxodo y la Lámpara encendida de Abraham; el Fuego Eterno del “abismo sin fondo”; los vapores del oráculo de Delfos; la Luz Sideral de los rosacruces; el Âkâsha de los Adeptos indos; la Luz Astral de Eliphas Lévi; el Aura Nerviosa y el Fluido de los magnetizadores; el Od de Reichenbach; el Psychod y Fuerza Ecténica de Thury; la “Fuerza Psíquica” de Sergeant Cox, y el magnetismo atmosférico de algunos naturalistas; el galvanismo, y por último, la electricidad; todos estos no son sino nombres distintos para diferentes manifestaciones o efectos de la misma Causa misteriosa que todos lo compenetra, al Archaeus griego.

            
Ahora añadimos: es todo esto y mucho más. Este “Fuego se menciona en todos los Libros Sagrados indos, así como también en las obras kabalísticas. El Zohar lo explica como el “Fuego Blanco Oculto, en el Risha Havurah”, la Cabeza Blanca, cuya Voluntad hace emanar el fluido ígneo en 370 corrientes en todas direcciones del Universo. Es idéntico a la “Serpiente que corre con 370 saltos”, del Siphra Dzenioutha, la cual, cuando el “Hombre Perfecto”, el Metraton, es elevado, esto es, cuando el Hombre Divino habita en el hombre animal, se convierte en tres Espíritus, o Âtmâ-Buddhi-Manas, en nuestra fraseología teosófica.
            
Por tanto, el Espíritu o Ideación Cósmica, y la Substancia Cósmica -uno de cuyos principios es el Éter- son uno, e incluyen a los Elementos en el sentido que les atribuye San Pablo. Estos Elementos son la Síntesis velada que representa a los Dhyân Chohans, Devas, Sephiroth, Amshaspends, Arcángeles, etc., etc. El Éter de la Ciencia -el Ilus de Beroso o el Protilo de la Química- constituye, por decirlo así, el material relativamente tosco, del cual los Constructores mencionados, siguiendo el plan trazado eternamente para ellos en el Pensamiento Divino, forman los Sistemas en el Kosmos. Son “mitos”, se nos dice. No más mito que el Éter y los Átomos, contestamos nosotros. Estos últimos son necesidades absolutas de la Ciencia Física, y los Constructores son una absoluta necesidad de la Metafísica. “Nunca los habéis visto”, es la objeción que se nos echa en cara. Y preguntamos a los materialistas: ¿Habéis visto jamás al Éter o a vuestros Átomos, o tan siquiera a vuestra Fuerza? Además, uno de los más grandes evolucionistas occidentales de nuestros días, el co-”descubridor” con Darwin, míster A. R. Wallace, al discutir lo inadecuado de la Selección Natural para explicar por sí sola la forma física del Hombre, admite la acción directiva de “inteligencias superiores”, como “parte necesaria de las grandes leyes que rigen al Universo material”.
            

Estas “inteligencias superiores” son los Dhyân Chohans de los ocultistas.
            Verdaderamente, hay pocos mitos en cualquiera de los sistemas religiosos dignos de tal nombre que no tengan un fundamento histórico, así como científico. Los “mitos” -dice con justicia Pococke- “se prueba ahora que son fábulas, en la precisa proporción en que dejamos de entenderlos; eran verdades en la proporción en que eran antes entendidos”.
            La idea prevaleciente más definida que se encuentra en todas las antiguas enseñanzas, con referencia a la Evolución Cósmica, y a la primera “creación” de nuestro Globo con todos sus productos orgánicos e inorgánicos -palabra extraña para usarla un ocultista- es que todo el Kosmos ha surgido del Pensamiento Divino. Este Pensamiento impregna la Materia, que es coeterna con la Realidad Única; y todo lo que vive y alienta se desenvuelve de las emanaciones del Uno Inmutable, Prabrahman-Mûlaprakriti, la Raíz Una Eterna. El primero de estos, en su aspecto del Punto Central vuelto hacia dentro, por decirlo así, en regiones por completo inaccesibles a la inteligencia humana, es la Abstracción Absoluta; mientras que en su aspecto de Mûlaprakriti, la Eterna Raíz del todo da a los menos una idea confusa del Misterio del Ser.

            Por lo tanto, se enseñaba en los templos internos que este Universo visible de Espíritu y Materia no es sino la Imagen concreta de la Abstracción ideal; él fue construido sobre el modelo de la primera Idea Divina. De este modo, nuestro Universo ha existido desde la Eternidad en estado latente. El Alma que anima este Universo puramente espiritual, es el Sol Central, la deidad misma más elevada. No fue el Uno quien construyó la forma concreta de la idea, sino el Primer Engendrado; y, como fue construido en la figura geométrica del dodecaedro (21), el Primer Engendrado “tuvo a bien emplear 12.000 años en su creación” Este número está expresado en la cosmogonía tyrrhenia, que muestra al hombre creado en el sexto milenium. Esto concuerda con la teoría egipcia de los 6.000 “años” , y con el cómputo hebreo. Pero ésta es su forma exotérica. El cómputo secreto explica que los “12.000 y los 6.000 años” son Años de Brahmâ, un día de Brahmâ, siendo igual a 4.320.000.000 de años. Sanchoniathon , en su Cosmogonía, declara que cuando el Viento (Espíritu) se enamoró de sus propios principios (el Caos), tuvo lugar una unión íntima, cuya conexión fue llamada Photos (........ ) y de ésta surgió la semilla de todo. Y el Caos no conoció su propia producción, pues era insensible; pero de su abrazo con el Viento fue generado Môt, o el Ilus (limo) . De éste procedieron los Esporos de la creación y la generación del Universo.
            
Zeus-Zên (AEther), y Chthonia (la Tierra Caótica) y Metis (el Agua), sus esposas; Osiris -que también representa al AEther, la primera emanación de la Deidad Suprema, Amun, origen primitivo de la Luz- e Isis-Latona, la Diosa Tierra y el Agua otra vez; Mithras, el Dios nacido de la roca, símbolo del Fuego del Mundo masculino, o la Luz Primordial personificada; y Mithra, la Diosa del Fuego, su madre y su mujer a la vez -el elemento puro del Fueo, el principio activo o masculino, considerado como luz y calor en conjunción con la Tierra y el agua, o la materia, el elemento femenino o pasivo de la generación Cósmica-; Mithras, que es el hijo de Bordj, la montaña del mundo persa , de la cual fue él exhalado como un rayo radiante de luz. Brahmâ, el Dios del fuego y su prolífica consorte; y el Agni indo, la deidad refulgente, de cuyo cuerpo brotan mil corrientes de gloria y siete lenguas de fuego, y en cuyo honor ciertos brahmanes conservan hasta el presente un fuego perpetuo; Shiva, personificado por Meru, la montaña del mundo de los indos, el terrorífico Dios del Fuego, que dice la leyenda, ha descendido del cielo, como el Jehová judío, “en un pilar de fuego”; y una docena más de deidades arcaicas de doble sexo; todas proclaman claramente su significado oculto. ¿Y qué podrían significar estos mitos dobles, sino el principio psíquico químico de la creación primordial; la Primera Evolución en su triple manifestación de Espíritu, Fuerza y Materia; la correlación divina en su punto de partida, alegorizada por el matrimonio del Fuego y del Agua, productos del Espíritu electrizador (la unión del principio activo masculino con el elemento pasivo femenino), que se convierten en los padres de su hijo telúrico, la Materia Cósmica, la Materia Prima, cuya Alma es el AEther, y cuya sombra es la Luz Austral?.

            Pero los fragmentos de los sistemas cosmogónicos que han llegado hasta nosotros son ahora rechazados como fábulas absurdas. Sin embargo, la Ciencia Oculta, que ha sobrevivido hasta de la Gran Inundación que sumergió a los gigantes antediluvianos, y con ellos hasta su memoria misma (salvo los anales reservados en la Doctrina Secreta, la Biblia y otras Escrituras), aun conserva la Clave de todos los problemas del mundo.

            
Apliquemos esta Clave a los raros fragmentos de Cosmogonías por largo tiempo olvidadas, y por medio de sus esparcidas parcelas, tratemos de restablecer la que una vez fue Cosmogonía Universal de la Doctrina Secreta. La Clave sirve para todas. Nadie puede estudiar seriamente las antiguas filosofías sin percibir que la semejanza sorprendente de conceptos entre todas, muy a menudo en su forma exotérica e invariablemente en su espíritu oculto, es el resultado, no de la mera coincidencia, sino de un designio marcado; y que durante la juventud de la humanidad hubo un solo lenguaje, un conocimiento y una religión universales, cuando no había iglesias, ni credos, ni sectas, sino cuando cada hombre era un sacerdote para sí mismo. Y si se demuestra que ya en aquellas edades, ocultas a nuestra vista por el crecimiento exuberante de la tradición, el pensamiento religioso humano se desarrollaba en simpatía uniforme en todas las partes del globo; entonces se hará evidente que, sea cual fuese la latitud en que haya nacido, ya sea en el frío Norte, o en el ardiente Mediodía, en Oriente o en Occidente, ese pensamiento fue inspirado por las mismas revelaciones, y el hombre fue criado bajo la sombra protectora del mismo Árbol del Conocimiento.

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