domingo, 15 de mayo de 2016

DEMON EST DEUS INVERSUS





            Esta frase simbólica, en sus múltiples formas, es ciertamente muy peligrosa e iconoclasta frente a todas las últimas religiones dualistas, o más bien teologías, y especialmente a la luz del cristianismo. Sin embargo, no sería justo ni exacto decir que el Cristianismo es el que ha concebido y dado luz a Satán. Como “Adversario”, como Poder opuesto requerido por el equilibrio y la armonía de las cosas en el Universo, así como es necesaria la sombra para hacer resaltar la Luz, la Noche para poner más de relieve al Día, y así como el Frío hace apreciar más la bondad del calor, así ha existido siempre Satán. La Homogeneidad es una e indivisible. Pero si el Uno y Absoluto homogéneo no es una mera figura del lenguaje; y si lo Heterogéneo, en su aspecto dual, es su producción, su sombra o reflejo bifurcado, entonces aquella Homogeneidad divina tiene que contener en sí misma tanto la esencia de lo bueno como de lo malo. Si “Dios” es Absoluto, Infinito y Raíz Universal de todas las cosas en la Naturaleza y en su Universo, ¿de dónde viene el Mal o el Demonio, sino de la misma Matriz áurea del Absoluto? Así pues, o tenemos que aceptar la emanación del bien y del mal, de Agathodaemon y de Kakodaemon, como ramas del mismo tronco del Árbol de la Existencia, o tenemos que resignarnos al absurdo de creer en dos Absolutos eternos.
            
Teniendo que buscar el origen de la idea en los mismos principios de la mente humana, es de justicia entretanto conceder lo suyo hasta al Diablo proverbial. La antigüedad no conocía ningún “Dios del mal” aislado, completa y absolutamente malo. El pensamiento pagano representaba al bien y al mal como hermanos gemelos, nacidos de la misma madre, la Naturaleza; tan pronto como aquel pensamiento se perdió, haciéndose arcaico, la Sabiduría se convirtió en Filosofía. En el principio, los símbolos del bien y del mal eran meras abstracciones, Luz y Tinieblas; más tarde, sus tipos fueron  elegidos entre los fenómenos cósmicos más naturales y siempre repetidos periódicamente, el Día y la Noche, o el Sol y la Luna. Luego fueron representados por las Huestes de las Deidades del Sol y de la Luna, y el Dragón de las Tinieblas fue el contraste del Dragón de la Luz. La Hueste de Satán es Hija de Dios, lo mismo que la Hueste de B’ne Alhim, los Hijos de Dios que fueron a “presentarse ante el Señor”, su Padre. “Los Hijos de Dios” se convirtieron en “Ángeles caídos” sólo cuando comprendieron que las hijas de los hombres “eran hermosas”. 

En la filosofía inda, los Suras estaban clasificados entre los dioses más primitivos y resplandecientes, y se convirtieron en Asuras sólo cuando fueron destronados por la fantasía brahmánica. Satán no tomó nunca la forma antropomórfica, individualizada, hasta que se completó la creación por el hombre, de “un Dios personal viviente”; y entonces sólo como una cosa de principal necesidad. Era necesaria una pantalla, un testaferro para explicar la crueldad, los errores y la injusticia demasiado evidentes, perpetrados por aquél a quien se atribuía la perfección, la misericordia y la bondad absolutas. Éste fue el primer efecto kármico de abandonar un Panteísmo filosófico y lógico, para construir, como apoyo para el hombre perezoso, “un Padre misericordioso en el Cielo”, cuyas acciones diarias y de cada momento, como Natura Naturans, la “Madre hermosa, pero fría como el mármol”, desmienten la suposición. Ésta condujo al concepto de los gemelos primitivos Osiris-Tifón, Ormazd-Ahriman, y por último Caín-Abel y el tutti quanti de los opuestos.
            
Habiendo empezado “Dios”, el Creador, por ser sinónimo de Naturaleza, terminó por ser convertido en su autor. Pascal resuelve muy artificiosamente la dificultad, diciendo:

            
La Naturaleza tiene perfecciones para mostrar que es la imagen de Dios; y defectos para indicar que es tan sólo su imagen.

            
Mientras más se profundiza en la obscuridad de las edades prehistóricas, más filosófica aparece la figura prototípica del último Satán. El primer “Adversario”, en forma individual humana, que se encuentra en la antigua literatura puránica, es uno de sus más grandes Rishis y Yoguis - Nârada, llamado “el Productor de las contiendas”.
            
Él es un Brahmaputra, un hijo de Brahmâ, el masculino. Pero más adelante nos ocuparemos de él. Quien sea en realidad el gran “Impostor”, se puede poner en claro, investigando el asunto, con los ojos abiertos y la mente libre de prejuicios, en todas las Cosmogonías y Escrituras antiguas.
            
Es al Demiurgo antropomorfizado, al Creador de Cielos y Tierra, separado de la Hueste colectiva de sus Creadores Compañeros, a quien, por decirlo así, representa y sintetiza. Ahora es el Dios de las Teologías. “El deseo es padre del pensamiento”. Ocurrió una vez que un símbolo filosófico abandonó a la perversa imaginación humana; después tomó la forma de un Dios diabólico, engañador, astuto y celoso.
            
Como los Dragones y otros Ángeles Caídos se describen en otras partes de esta obra, bastarán ahora unas cuantas palabras sobre el tan maltratado Satán. El estudiante debe tener presente que en todo el mundo, excepto en las naciones cristianas, el Diablo no es hasta hoy más que el aspecto opuesto, en la naturaleza dual del llamado Creador. Esto es natural. No puede pretenderse que Dios sea la síntesis de todo el Universo; que sea Omnipresente, Omnisciente e Infinito, y divorciarlo luego del Mal. Como hay mucho más Mal que Bien en el mundo, se deduce lógicamente que o bien Dios tiene que abarcar el Mal y ser causa directa del mismo, o de lo contrario abandonar toda pretensión a la Absolutividad. Los antiguos comprendían esto tan bien, que sus filósofos, a quienes siguen ahora los kabalistas, definían el Mal como el “revestimiento” de Dios, o el Bien; y Demon est Deus inversus es un adagio muy antiguo. Verdaderamente, el Mal no es sino una fuerza ciega competidora en la Naturaleza; es la reacción, la oposición y el contraste -el mal para unos, el bien para otros-. No hay malum in se, sino sólo la Sombra de la Luz, sin la cual ésta no podría tener existencia, ni aun para nuestra percepción. Si el Mal desapareciese, el Bien también desaparecería con él de la Tierra. El “Antiguo Dragón” era Espíritu puro antes de convertirse en Materia; era pasivo antes de ser activo

En la Magia sirio-caldea, tanto Ophis como Ophiomorphos, se juntan en el Zodíaco en el signo Andrógino Virgo Scorpio. Antes de su caída en la tierra, la Serpiente era Ophis-Christos; y después de su caída, se convirtió en Ophiomorphos-Chrestos. En todas partes las especulaciones de los kabalistas tratan al Mal como una Fuerza que es contraria, pero al mismo tiempo esencial para el Bien, dándole la vitalidad y existencia que, de otro modo, no podría tener. No habría Vida posible (en el sentido mayávico) sin la Muerte; ninguna regeneración ni reconstrucción sin destrucción. Las plantas perecerían bajo una luz solar eterna, y lo mismo le sucedería al hombre, que se convertiría en un autómata sin el ejercicio de su libre albedrío, y sin su aspiración hacia la luz, que perdería su ser y su valor para él si no hubiese otra cosa. El Bien es infinito y eterno tan sólo en lo eternamente oculto para nosotros, y por esto nos lo imaginamos eterno. En los planos manifestados, uno equilibra al otro. 

Pocos son los deístas creyentes en un Dios Personal que no hagan de Satán la sombra de Dios, o que, confundiendo a ambos, no crean tener derecho para rogar a su ídolo, pidiéndole su ayuda y protección para la ejecución e inmunidad de sus actos malos y crueles. “No nos hagas caer en la tentación”, es la oración que dirigen a “nuestro Padre en el Cielo”, y no al Diablo, millones de corazones cristianos. Esto lo hacen repitiendo las mismas palabras que ponen en la boca de su Salvador, y sin embargo no se les ocurre pensar en el hecho de que su significado lo contradice por completo Santiago, “el hermano del Señor”.

            
Que no diga hombre alguno cuando siente la tentación, estoy tentado por Dios; pues Dios no puede ser tentado por el mal, ni tienta él a hombre alguno.

            
¿Por qué, pues, decir que el Diablo es quien nos tienta, cuando la Iglesia nos enseña, bajo la autoridad de Cristo, que es Dios quien lo hace? Abrid cualquier libro piadoso en donde se defina la palabra “tentación” en su sentido teológico, y encontraréis en seguida dos definiciones:

            
(1ª) Aquellas aflicciones y penas con las cuales prueba Dios a los suyos
(2ª) Aquellos medios e incitaciones empleadas por el Demonio para engañar y alucinar a la Humanidad.

            
Las enseñanzas de Cristo y de Santiago se contradicen al ser aceptadas literalmente; ¿y qué dogma puede reconciliar las dos si se rechaza el significado oculto?
            
¡Entre las alternativas seducciones, sabio será el filósofo que pueda decidir dónde Dios desaparece para ser reemplazado por el Diablo! Por lo tanto, cuando leemos que “el Demonio es un mentiroso y el padre de la mentira”, que es la mentira encarnada, y se nos dice al mismo tiempo que Satán, el Demonio, era un Hijo de Dios y el más hermoso de sus Arcángeles, antes que creer que el Padre y el Hijo son una Mentira gigantesca, personificada y eterna, preferimos dirigirnos a la filosofía pagana y a la panteísta, para informarnos.
            
Desde el momento que poseemos la clave del Génesis, la kábala científica y simbólica nos revela el secreto. La Gran Serpiente del Jardín del Edén y el “Señor Dios” son idénticos; y lo mismo sucede con Jehovah y Caín (ese Caín que es mencionado en la Teología como “asesino”, y el que “mintió” a Dios). Jehovah tienta al Rey de Israel para que recuente a su pueblo, y Satán lo tienta para que haga lo mismo en otro sitio. Jehovah se convierte en Serpiente de Fuego, para morder a aquellos de quienes no está contento; y Jehovah anima a la Serpiente de Bronce, que los cura.
            
Estas breves declaraciones aparentemente contradictorias del Antiguo Testamento -contradictorias porque los dos Poderes están separados, en lugar de ser considerados como dos fases de una sola y misma cosa- son los ecos adulterados por el exoterismo y la teología, hasta el punto de quedar desconocidos, de los dogmas universales y filosóficos de la Naturaleza, que tan bien comprendían los Sabios primitivos. Los mismos fundamentos encontramos en varias personificaciones de los Purânas, sólo que son mucho más amplias y filosóficamente significativas.
            
Así, Pulastya, un “Hijo de Dios”, de la primera progenie, es representado como el progenitor de los Demonios, los Râkshasas, los tentadores y devoradores de los hombres. Pishâchâ, un demonio hembra, es hijo de Daksha, también  “Hijo de Dios”, y un Dios, madre de todos los Pischâchas. Los Demonios, llamados así en los Purânas, son unos Diablos extraordinarios cuando se los juzga desde el punto de vista europeo y ortodoxo; pues a todos ellos, los Dânavas, los Daityas, los Pishâchas y los Râkshasas, se los presenta como en extremo piadoso, siguiendo los preceptos de los Vedas, y algunos siendo hasta grandes Yoguis. Pero se oponen al clero y al ritualismo, a los sacrificios y a las formas, lo mismo que lo hacen hasta el presente los Yoguis principales en la India, sin que por ello sean menos respetados aun cuando les es permitido no seguir ninguna casta ni ritual; y de aquí que todos aquellos Gigantes y  Titanes puránicos, sean llamados Diablos. Los misioneros siempre alertas para demostrar, si pueden, que las tradiciones indas no son más que un reflejo de la Biblia judía, han compuesto toda una novela sobre la pretendida identidad de Pulastya con Caín, y de los Râkshasas con los Cainitas, los “Malditos”, la Causa del Diluvio “Noético” (véase la obra del Abate Gorresio, quien “etimologiza” el nombre de Pulastya como significando el “rechazado”, de donde Caín, si os parece bien). Pulastya mora en  Kedara -dice-, lo que significa “sitio ahondado”, una “mina”; ¡y a Caín se le muestra, en la tradición y en la Biblia, como el primer trabajador en metales y, por tanto, un minero!
            
A la vez que es muy probable que los Gibborim, o Gigantes de la Biblia, sean los Râkshasas de los indos, es seguro que unos y otros son los atlantes, y pertenecen a las razas sumergidas. Sea como fuese, ningún Satán sería más constante en maltratar a su enemigo, ni más rencoroso en su odio, que los teólogos cristianos lo son cuando lo maldicen como causante de todos los males. Comparad su modo de vituperar y sus opiniones sobre el demonio, con los puntos de vista filosóficos de los Sabios puránicos y su mansedumbre, semejante a la del Cristo. Cuando Parâshara, cuyo padre fue devorado por un Râkshasa, se preparaba a destruir, por artes mágicas, a toda la raza, su abuelo Vasishtha, después de mostrar al irritado Sabio, por propia confesión, que existen el Mal y el Karma, pero no “malos Espíritus”, dice las siguientes significativas palabras:

            
Calma tu resentimiento: los Râkshasas no son culpables; la muerte de tu padre fue obra del Destino (Karma). La ira es la pasión de los necios; y no sienta bien a ningún sabio. ¿Quién es el que mata? -puede preguntarse-. Cada hombre recoge las consecuencias de sus propios actos. La cólera, hijo mío, es la destrucción de todo lo que el hombre obtiene... e impide alcanzar... la emancipación. Los... sabios evitan la cólera: no te dejes, hijo mío, influir por ella. No permitas sean consumidos esos inofensivos espíritus de la oscuridad; que tu sacrificio cese. La misericordia es el poder de los justos.

            
De modo que todos los tales “sacrificios” u oraciones a Dios, pidiendo ayuda, no son otra cosa que actos de Magia Negra. Lo que Parâshara pedía, era la destrucción de los Espíritus de la Obscuridad, por venganza personal. Se le llama pagano, y como tal ha sido condenado por los cristianos, al Infierno Eterno. Sin embargo, en este respecto, ¿son por ventura mejores las plegarias de los reyes y generales, que ruegan antes de cada batalla por la destrucción de sus enemigos? Semejante oración es en todo los casos Magia Negra de la peor especia, oculta como el demonio “Mr. Hyde” bajo la santidad del “Dr. Jekyll”.
            
En la naturaleza humana, el mal denota sólo la polaridad de la Materia y el Espíritu, la “lucha por la vida” entre los dos principios manifestados en el Espacio y en el Tiempo, cuyos principios son uno per se, puesto que tienen sus raíces en lo Absoluto. En el Cosmos, tiene que ser reservado el equilibrio. Las operaciones de los dos opuestos producen armonía, como las fuerzas centrípeta y centrífuga, que, siendo mutuamente interdependientes, son necesarias la una a la otra, “a fin de que ambas puedan existir”. Si una se detuviese, la acción de la otra se convertiría inmediatamente en destructora de sí misma.
            
Puesto que la personificación llamada Satán ha sido analizada ampliamente desde su triple aspecto, en el Antiguo Testamento, en la Teología Cristiana y en la manera de pensar de los antiguos gentiles, los que quieran saber más sobre el asunto deben dirigirse a Isis sin Velo y a la segunda parte del volumen IV de esta obra. El asunto se esboza ahora aquí, y existen muy buenas razones para tratar de dar más explicaciones. Antes de que podamos acercarnos a la evolución del Hombre Físico y Divino, tenemos primero que dominar la idea de la Evolución Cíclica, y conocer las filosofías y creencias de las cuatro Razas que precedieron a la nuestra, y saber qué ideas eran las de aquellos Titanes y Gigantes (Gigantes, en verdad, tanto mental como físicamente). Toda la antigüedad se hallaba impregnada con esa filosofía que enseña la involución del Espíritu en la Materia, el descenso progresivo cíclico; o la evolución activa, consciente de sí. Los gnósticos alejandrinos han divulgado bastante los secretos de la Iniciación, y sus anales están llenos de la “caída de los AEones”, en su doble calidad de Seres Angélicos y de Períodos; siendo los unos la evolución natural de los otros. Por otro lado, las tradiciones orientales en ambos lados del “Agua Negra”, los Océanos que separan los dos Orientes, están igualmente llenas de alegorías sobre la caída del Plerôma, o la de los Dioses y Devas. Todas ellas alegorizan y explican la Caída, como el deseo de aprender y de adquirir conocimiento: el deseo de saber. Ésta es la consecuencia natural de la evolución mental, lo Espiritual llegando a transmutarse en lo Material o Físico. La misma ley de descenso en la materialidad y de reascenso a la espiritualidad se afirmó durante la Era cristiana, habiéndose detenido la reacción precisamente ahora, en nuestra Subraza especial.
            
Lo que fue una alegoría, de triple interpretación, en Pymander, hace quizás diez mil años, destinada a registrar un hecho astronómico, antropológico y hasta químico, a saber, la alegoría de los Siete Rectores abriéndose paso a través de los Siete Círculos de Fuego, quedó empequeñecida en una interpretación material y antropomórfica: la Rebelión y Caída de los Ángeles. La multivocal narración, profundamente filosófica bajo su forma poética, del “Casamiento del Cielo con la Tierra”. El amor de la  Naturaleza por la Forma Divina, y el Hombre Celeste embelesado con su propia hermosura reflejada en la Naturaleza; esto es, el Espíritu atraído hacia la Materia, se ha convertido ahora, bajo la manipulación teológica, en los Siete Rectores desobedeciendo a Jehovah; engendrando la propia admiración el orgullo satánico, seguido de su Caída, pues Jehovah no permitía ningún culto que no le fuera dedicado. En una palabra, los hermosos Ángeles Planetarios, los AEones cíclicos gloriosos de los antiguos, se han sintetizado en su forma más ortodoxa en Samael, el Jefe de los Demonios en el Talmud, “esa Gran Serpiente con Doce Alas, que arrastra consigo, en su caída, al Sistema Solar o los Titanes”. Pero Schemal (alter ego y tipo sabeo de Samael) esotérica y filosóficamente significa el “Año” en su mal aspecto astrológico, con sus doce meses o “Alas” de males inevitables, en la Naturaleza. 

En la Teogonía Esotérica, tanto Schemal como Samael representaban una divinidad particular . Para los kabalistas son el “Espíritu de la Tierra”, el Dios Personal que la gobierna, y por tanto son defacto idénticos a Jehovah. Los mismos talmudistas admiten que Samael es un nombre divino de uno de los siete Elohim. Los kabalistas, además, muestran a los dos, Schemal y Samael, como forma simbólica de Saturno, Cronos; los “Doce Alas” significando los doce meses, y el símbolo en su colectividad representando un ciclo de raza. Jehovah y Saturno son también idénticos en sus símbolos.
             
Esto conduce, a su vez, a una deducción muy curiosa de un dogma católico romano. Muchos renombrados escritores pertenecientes a la Iglesia Latina admiten una diferencia: que debe distinguirse entre los Titanes Uranos, los Gigantes antediluvianos, que eran también Titanes, y aquellos Gigantes posdiluvianos que los católicos romanos persisten en suponer descendientes del Ham mítico. Más claro: hay que hacer una diferencia entre las Fuerzas opuestas cósmicas primordiales, guiadas por la Ley Cíclica, los Gigantes atlantes humanos, y los grandes Adeptos posdiluvianos, ya sean de la mano Derecha o de la Izquierda. Al mismo tiempo muestran que Miguel, “el generalísimo de la Hueste Celestial combatiente, el Guardia de Corps de Jehovah”, es también, a lo que parece, según Mirville, un Titán, pero con el adjetivo de “divino” añadido al sobrenombre. Así, aquellos “Uranidas” que en todas partes se llaman “Titanes Divinos” -y que habiéndose rebelado contra Cronos, o Saturno, se muestra también, por tanto, que son los enemigos de Samael, que es igualmente uno de los Elohim y sinónimo de Jehovah en su colectividad- son idénticos a Miguel y su Hueste. En una palabra, los papeles están cambiados; todos los combatientes están confundidos, y ningún estudiante puede distinguir con claridad quién es quién. 

Las explicaciones esotéricas pueden, sin embargo, poner algún orden en esta confusión, en que Jehovah se convierte en Saturno, y Miguel y su ejército en Satán y los Ángeles Rebeldes, debido a los esfuerzos indiscretos, de los demasiado fanáticos creyentes, para ver un Diablo en cada Dios pagano. El verdadero significado es mucho más filosófico; y la leyenda de la primera “Caída” de los Ángeles toma un matiz científico cuando se comprende debidamente.
            
Cronos significa la Duración ilimitada, y por tanto, inmutable, sin principio ni fin, más allá de la división del tiempo y más allá del espacio. Esos Ángeles, Genios o Devas, que nacieron para actuar dentro del espacio y del tiempo, esto es, para abrirse paso a través de los Siete Círculos de los planos superespirituales, a las regiones superterrestres, fenomenales o circunscritas, se dice alegóricamente que se rebelaron contra Cronos y combatieron al León, que era entonces el Dios viviente y más elevado. Cuando Cronos, a su vez, es representado mutilando a Urano, su padre, el significado de la alegoría es muy sencillo. El Tiempo Absoluto se ha convertido en finito y condicionado; una porción es substraída al todo, mostrando así que Saturno, el Padre de los Dioses, ha sido transformado de Duración Eterna en período limitado. Cronos con su guadaña echa abajo hasta los ciclos más largos, que para nosotros son como sin fin, pero que, después de todo, son limitados en la Eternidad; y con la misma guadaña destruye a los rebeldes más poderosos. ¡Sí; ni uno solo escapará a la guadaña del tiempo! Ya roguéis a Dios o a los Dioses, o ya os moféis de aquél o de estos, esa guadaña no vacilará una millonésima parte de segundo en su curso ascendente o descendente.
            
Los Titanes de la Teogonía de Hesíodo fueron copiados en Grecia de los Suras y Asuras de la India. Estos Titanes hesiódicos, los Uranidas, que en un tiempo se contaban sólo como seis, se ha descubierto recientemente, en un antiguo fragmento que hace referencia al mito griego, que son siete, llamándose el séptimo Phoreg. Así pues, la identidad con los Siete Rectores se demuestra plenamente. El origen de la Guerra en los Cielos y de la Caída tiene, en nuestra opinión, que buscarse inevitablemente en la India, y en un tiempo quizás mucho más remoto que el que los relatos puránicos dicen sobre el particular. Pues el Târakâmaya fue de una época posterior; y en casi todas las cosmogonías se da cuenta de tres Guerras distintas.
            
La primera Guerra tuvo lugar en la noche de los tiempos, entre los Dioses y los (A)-suras, y duró un Año Divino. En esta ocasión las Deidades fueron derrotadas por los Daityas, bajo el mando de Hrâda. Pero después, debido a un artificio de Vishnu, a quien acudieron en demanda de auxilio los Dioses vencidos, estos últimos derrotaron a los Asuras. En el Vishnu Purâna no se ve intervalo entre ambas guerras. Sin embargo, según la Doctrina Secreta, tiene lugar una Guerra antes de la construcción del Sistema Solar; otra, en la Tierra, cuando la “creación” del hombre; y una tercera Guerra tuvo lugar al final de la Cuarta Raza, entre sus Adeptos y los de la Quinta Raza, esto es, entre los Iniciados de la “Isla Sagrada” y los Brujos de los atlantes. Nos fijaremos en la primera guerra, según la refiere Parâshara, y trataremos de separar los dos relatos, que se hallan mezclados con intención.
            
Se dice allí que como los Daityas y Asuras cumplían los deberes de sus órdenes (Varnas) respectivas, y seguían el sendero prescrito por la Sagrada escritura, practicando además penitencias religiosas -rara ocupación para Demonios si eran idénticos a nuestros Diablos, como se pretende-, los Dioses no podían destruirlos. Las oraciones dirigidas por los Dioses y Vishnu son curiosas; pues muestran las ideas implicadas en una Deidad antropomórfica. Habiendo huido, después de su derrota, “a las costas del Norte del Océano de Leche (Océano Atlántico)”, los vencidos Dioses dirigieron muchas súplicas “al primero de los Seres, el divino Vishnu”, y entre otras la siguiente:

            
Gloria a ti, que eres uno con los Santos, cuya naturaleza perfecta es siempre bendecida, y atraviesa sin obstáculo todos los elementos permeables. Gloria a ti, que eres uno con la Raza-Serpiente, de doble lengua, impetuoso, cruel, insaciable de goces y colmado de riquezas... Gloria a ti... ¡oh Señor! que no tienes ni color ni extensión, ni tamaño (ghana), ni ninguna cualidad decible, y cuya esencia (rûpa), la más pura entre las puras, es sólo apreciable por los santos Paramarshis (los más grandes Sabios o Rishis). A ti nos humillamos en la naturaleza de Brahmâ, increado, sin decadencia (avyaya); que estás en nuestros cuerpos, y en todos los demás cuerpos, y en todas las criaturas vivientes, y fuera de quien nada existe. Glorificamos a ese Vâsudeva, el señor (de todo) que no tiene mancha, la semilla de todas las cosas, exento de disolución, no nacido, eterno; siendo, en esencia, Paramapadâtmavat (más allá de la condición del Espíritu), y en substancia (rûpa), todo este (Universo).

            
Se cita lo anterior como ejemplo del vasto campo que presentan los Purânas para la crítica contraria y errónea de todo fanático europeo, que forma su opinión sobre una religión que no sea la propia, por sólo la apariencia externa. Cualquier hombre acostumbrado a someter lo que lee a un detenido análisis, verá desde luego lo incongruente de dirigirse a lo aceptado como “Incognoscible”, al Absoluto sin forma y sin atributos, tal como los vedantinos definen a Brahman, como siendo “uno con la Raza-Serpiente, de doble lengua, cruel e insaciable”, asociando así lo abstracto con lo concreto, y poniendo adjetivos a lo que está libre de toda limitación y es incondicionado. Hasta el profesor Wilson, que después de haber vivido en la India rodeado de brahmanes y pandits tantos años, debía de haber sabido mejor a qué atenerse - hasta este mismo erudito no perdió ocasión para criticar en este particular a las Escrituras indas. He aquí cómo se expresa:

            
¡Los Purânas enseñan siempre doctrinas incompatibles! Según este pasaje, el Ser Supremo no es sólo la causa inerte de la creación, sino que ejerce también las funciones de una providencia activa. El Comendador cita un texto del Veda en apoyo de esta opinión: “El Alma Universal, penetrando en los hombres, gobierna su conducta”. Las incongruencias, sin embargo, son tan frecuentes en los Vedas como en los Purânas.

            
Menos frecuentes, en estricta verdad, que en la Biblia Mosaica. Pero son grandes los prejuicios que abrigan los orientalistas, especialmente los doctos “reverendos”. El Alma Universal no es la Causa inerte de la Creación o (Para)Brahman, sino simplemente lo que nosotros llamamos el Sexto Principio del Kosmos Intelectual, en  el plano manifestado del ser. Es Mahat o Mahâbuddhi, la Gran Alma, el Vehículo del Espíritu, la primera reflexión primordial de la CAUSA sin forma, y aquello que está aún más allá del Espíritu. Esto, por lo que respecta a la intempestiva burla del profesor Wilson sobre los Purânas. En cuanto al ruego, aparentemente incongruente a Vishnu, de los Dioses derrotados, si los orientalistas quisiesen tomarse el trabajo, encontrarían la explicación en el texto del Vishnu Purâna. La filosofía enseña que hay un Vishnu como Brahmâ, y un Vishnu en sus dos aspectos. Pero sólo hay un Brahman, “esencialmente Prakriti y Espíritu”.
            
Esta ignorancia está expresada de un modo verdadero y hermoso en la alabanza de los Yogins a Brahmâ, “el sostenedor de la tierra”, cuando dicen:

            
Aquellos que no han practicado la devoción conciben de una manera errónea la naturaleza del mundo. Los ignorantes, que no perciben que este Universo es de la Naturaleza de la Sabiduría, y lo juzgan sólo como un objeto de percepción, están perdidos en el Océano de la ignorancia espiritual. Pero aquellos que conocen la verdadera Sabiduría, y cuyas mentes son puras, contemplan todo este mundo como uno con el Conocimiento Divino, como uno contigo, ¡oh Dios! Sé favorable, ¡oh Espíritu universal!.

            
Por lo tanto, no es Vishnu “la causa inerte de la creación”, que ejerce “las funciones de una Providencia Activa”; sino el Alma Universal, la que Eliphas Lévi llama, en su aspecto material, Luz Astral. Y esta Alma, en su aspecto doble de Espíritu y Materia, es el verdadero Dios antropomórfico de los deístas; pues este Dios es una personificación de ese Agente Creador Universal, a la vez puro e impuro, debido a su condición manifestada y a su diferenciación en este mundo Mâyâvico: Dios y el Diablo, verdaderamente. Pero el profesor Wilson no llegó a ver cómo Vishnu, bajo este aspecto, se parece estrechamente al Señor Dios de Israel, “especialmente en su conducta de engañador, tentador y astuto”.
            
En el Vishnu Purâna, está esto del modo más claro posible; pues se dice allí que:

            
A la conclusión de sus oraciones (stotra), los Dioses vieron a la Deidad Soberana Hari (Vishnu), armado con la concha, el disco y la maza, cabalgando sobre Garuda.

            
Ahora bien; Garuda es el Ciclo Manvantárico, como se hará ver oportunamente. Vishnu, por lo tanto, es la Deidad en el Espacio y el Tiempo; el Dios peculiar de los Vaishnavas. Tales Dioses son llamados de tribu o de raza; esto es, uno de los varios Dhyânis, Dioses o Elohim, uno de los cuales era generalmente elegido por algún motivo especial, por una nación o por una tribu, y así se convertía gradualmente en “un Dios sobre todos los Dioses”, “el Dios más elevado”, como Jehovah, Osiris, Bel o cualquier otro de los Siete Regentes.
            
“El árbol se conoce por su fruto”; la naturaleza de un Dios por sus acciones. Tenemos que juzgar estas acciones por la letra muerta de las narraciones, o aceptarlas alegóricamente. Si comparamos a los dos -a Vishnu como defensor y campeón de los derrotados Dioses; y a Jehovah, defensor y campeón del “pueblo escogido”, llamado así sin duda por antífrasis, puesto que fueron los judíos los que eligieron a este Dios “celoso”-, encontraremos que ambos usan del engaño y la astucia. 
Hacen esto basados en el principio de que “el fin justifica los medios”, a fin de poder vencer a sus respectivos adversarios y enemigos -los Demonios-. Así, mientras que, según los kabalistas, Jehovah asume la forma de la Serpiente tentadora en el Jardín del Edén, envía a Satán con la misión especial de tentar a Job, consume y cansa a Faraón con Saraï, la mujer de Abraham, y “endurece” el corazón de otro Faraón contra Moisés, a fin de que no faltase oportunidad para lanzar las “más grandes plagas sobre sus víctimas”; Vishnu aparece en su Purâna echando mano de una estratagema no menos indigna de un Dios respetable.
            
Los Dioses derrotados se dirigen a Vishnu del modo siguiente:

            
Ten compasión de nosotros, ¡oh Señor! y protégenos, pues a ti venimos a pedirte socorro contra los Daityas (Demonios). Ellos se han apoderado de los tres mundos y se han apropiado las ofrendas que constituyen nuestra parte, teniendo cuidado de no quebrantar los preceptos del Veda. Aun cuando nosotros, lo mismo que ellos, somos parte de ti mismo... metidos (como están)... en los senderos prescritos por la santa escritura... es imposible para nosotros destruirlos. ¡Tú, cuya sabiduría es inmensurable (Ameyâtman), dinos alguna treta con la cual podamos llegar a exterminar a los enemigos de los Dioses!
            
Cuando el poderoso Vishnu oyó este ruego, emitió de su cuerpo una forma ilusoria (Mâyâmoha, el “engañador por medio de la ilusión”) que dio a los Dioses diciéndoles: “Este Mâyâmoha seducirá por completo a los Daityas, de modo que, apartándose de la Senda de los Vedas, puedan ser destruidos... Id y no temáis. Que esta visión engañadora os preceda. Ella os hará este día un gran servicio, ¡oh Dioses!”.
            
Después de esto, el gran Engaño (Mâyâmoha) marchó (a la Tierra) y vio a los Daityas ocupados en penitencias ascéticas y aproximándose a ellos, bajo la figura de un Digambara (mendicante desnudo) con la cabeza afeitada... les habló así, con suave acento: “Señores de la raza Daitya, ¿por qué practicáis esas penitencias?”, etcétera.         

            
Finalmente, los Daityas fueron seducidos por las astutas frases del Mâyâmoha, lo mismo que Eva lo fue con los consejos de la Serpiente. Se hicieron apóstatas de los Vedas. El Dr. Muir traduce el pasaje de este modo:

            
El gran Engañador, empleando la ilusión, sedujo luego a otros Daityas por medio de diversas clases de herejía. En muy poco tiempo, estos Asuras (Daityas) inducidos al error por el Engañador (que era Vishnu), abandonaron todo el sistema fundado sobre los mandamientos del triple Veda. Algunos difamaron a los Vedas; otros al ceremonial del sacrificio; y otros a los brahmanes. Ésta (exclamaron) es una doctrina que no sufre la discusión; la matanza (de los animales en los sacrificios) no puede producir méritos religiosos. (El decir que) las oblaciones de manteca consumida por el fuego producen recompensas futuras, es cosa de niños... Si es un hecho que a un animal muerto en el sacrificio se le exalta a los cielos, ¿por qué no mata el devoto a su propio padre?... Las frases infantiles, grandes Asuras, no bajan del firmamento; sólo los asertos fundados en el razonamiento es lo que yo acepto y lo que aceptan las personas (inteligentes) como vosotros. De esta manera y de diferentes modos fueron perturbados los Daityas por el gran Engañador (la Razón)... Cuando los Daityas penetraron en la senda del error, las Deidades reunieron todas sus energías y se aproximaron para dar la batalla. Luego siguió un combate entre los Dioses y los Asuras; y estos últimos, que habían abandonado el buen camino, fueron destrozados por los primeros. En otro tiempo se hallaban defendidos con la armadura de la justicia que llevaban; pero cuando destruyeron a ésta, perecieron.

             
Sea lo que fuese lo que se piense de los indos, ningún enemigo suyo puede considerarlos como necios. Un pueblo cuyos santos y sabios han dejado al mundo las filosofías más grandes y sublimes deben de haber conocido la diferencia entre lo justo y lo injusto. Hasta el salvaje puede distinguir lo blanco de lo negro, lo bueno de lo malo, y la sinceridad y la veracidad, del engaño y de la falsedad. Los que han narrado este suceso en la biografía de su Dios deben de haber visto que en este caso era Dios el Archiengañador; y que los Daityas, que “nunca violaron los preceptos de los Vedas”, eran los que tenían el lado luminoso en aquel caso, y eran los verdaderos “Dioses”. De aquí que debe de haber habido y exista un significado secreto oculto bajo esta alegoría. En ninguna clase de la sociedad, en ninguna nación, son considerados el engaño y la astucia como virtudes divinas -excepto quizás en las clases clericales de los teólogos y del Jesuitismo moderno.
            
El Vishnu Purâna , como todas las demás obras de esta clase, pasó más tarde a manos de los brahmanes de los templos, y los antiguos manuscritos han sido, indudablemente, adulterados por los sectarios. Pero hubo un tiempo en que los Purânas eran obras esotéricas, y lo son todavía para los Iniciados que pueden leerlas con la clave que poseen.
            
Que los brahmanes Iniciados den alguna vez a conocer todo el significado de estas alegorías es un asunto que no concierne a la escritora. El objeto que se propone es demostrar que, honrando a los Poderes Creadores en sus múltiples formas, ningún filósofo hubiera podido aceptar, ni ha aceptado nunca, lo externo de la alegoría como su verdadero espíritu, excepto, quizás, algunos filósofos pertenecientes a las razas cristianas “superiores y civilizadas” de nuestra época. Pues, como se ha mostrado, Jehovah no es en lo mínimo superior a Vishnu en punto de ética. Por esto los ocultistas, y hasta algunos kabalistas, ya consideren o no a estas Fuerzas creadoras como Entidades vivientes y conscientes -y no vemos por qué no han de ser aceptadas como tales-, no confundirán nunca la Causa con el Efecto, ni aceptarán el Espíritu de la Tierra por Parabrahman, o Ain Soph. De todos modos, ellos conocen bien la verdadera naturaleza de lo que los griegos llaman Padre AEther, Júpiter-Titán, etc. Saben que el Alma de la Luz Astral es divina, y que su cuerpo -las ondas de Luz en los planos inferiores- es infernal. Esta Luz está simbolizada en el Zohar por la “Cabeza-Mágica”, la Doble Cara sobre la Doble Pirámide; la Pirámide negra levantándose frente a un campo blanco puro, con una Cabeza y Cara blancas dentro de su Triángulo negro; la Pirámide Blanca, invertida -reflejo de la primera en las obscuras Aguas-, mostrando la reflexión negra de la cara Blanca.
            
Ésta es la Luz Astral, o Demon est Deus inversus.

H.P.B   D.S TII


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