lunes, 16 de mayo de 2016

LA TEOGONÍA DE LOS DIOSES CREADORES



Para comprender perfectamente la idea que forma la base de toda Cosmología antigua es necesario el estudio y análisis comparativo de todas las grandes religiones de la antigüedad; pues sólo con este método puede ponerse en claro la idea fundamental. La ciencia exacta, si pudiera remontarse a tal altura, al indagar las operaciones de la Naturaleza en sus fuentes últimas originales, llamaría a esta idea la Jerarquía de las Fuerzas. El concepto original, trascendental y filosófico era uno. Pero como los sistemas principiaron a reflejar más y más las idiosincrasias de las naciones, en el transcurso de los siglos, y como estas últimas, después de separarse, se establecieron en distintos grupos, evolucionando cada uno de ellos con arreglo a su tendencia nacional o de tribu, velóse gradualmente la idea fundamental con la exuberancia de la fantasía humana. Mientras que las Fuerzas, o mejor dicho, los Poderes inteligentes de la Naturaleza, eran objeto, en algunos países, de honores divinos que difícilmente les correspondían, en otros -como ahora en Europa y en las demás naciones civilizadas-, la sola idea de que tales Fuerzas estén dotadas de inteligencia parece absurda y es declarada anticientífica. Así es que nos sentimos satisfechos ante declaraciones como las que se encuentran en la introducción de Asgard and the Gods; “Cuentos y tradiciones de nuestros Antepasados Septentrionales”, editado por W. S. W. Anson, que dice:

            
Si bien en el Asia Central o a orillas del Indo, en el país de las Pirámides, en las penínsulas griega e italiana, y hasta en el Norte, donde los celtas, teutones y eslavos vivieron errantes, los conceptos religiosos del pueblo asumieron distintas formas, sin embargo, su origen común puede todavía notarse. Señalamos esta relación entre las historias de los Dioses y el pensamiento profundo encerrado en ellas, y su importancia, para que vea el lector que no es un mundo mágico de fantasía divagadora el que se le presenta, sino que... la Vida y la Naturaleza formaban la base de la existencia y de la acción de esas divinidades.

            
Y aunque para cualquier ocultista o estudiante de Esoterismo oriental sea imposible admitir la extraña idea de que “los conceptos religiosos de las naciones más célebres de la antigüedad están relacionados con los albores de la civilización entre las razas germánicas”, se alegra, sin embargo, de ver expresadas verdades como la siguiente: “Estos cuentos de hadas no son historias sin sentido, escritas para regocijar al ocioso; ellas encierran la profunda religión de nuestros antepasados”.
            
Así es. No tan sólo su Religión, sino su Historia igualmente. Porque un mito, ... en griego, significa tradición oral, transmitida de boca en boca de una generación a otra; y hasta en la etimología moderna, el término envuelve la idea de alguna afirmación fabulosa que contiene una verdad importante; la historia de algún personaje extraordinario cuya biografía se ha exagerado, por efecto de la veneración de las generaciones sucesivas, con la fecunda imaginación popular; pero que no es del todo una fábula. Como nuestros antepasados los arios primitivos, creemos firmemente en la personalidad e inteligencia de más de una Fuerza productora de fenómenos en la Naturaleza.
            
Con el transcurso del tiempo, la doctrina arcaica se fue velando; y las naciones perdieron más o menos de vista el Principio Superior y Único de todas las cosas, y empezaron a transferir los atributos abstractos de la Causa sin Causa, a los efectos, causados, que se convirtieron a su vez en causativos, en los Poderes creadores del Universo; las grandes naciones, por temor a profanar la Idea; las más pequeñas, sea porque no pudieron asirla, o porque carecían del poder de concepto filosófico necesario para conservarla en toda su pureza inmaculada. Pero todas ellas, excepción hecha de las de los últimos arios, convertidos hoy en europeos y cristianos, muestran aquella veneración en sus cosmogonías. Como lo expresa Tomás Taylor , el más intuitivo de todos los traductores de los fragmentos griegos, ninguna nación ha concebido jamás al  Principio Único como creador inmediato del Universo visible; porque ningún hombre en su sano juicio creería que el arquitecto que proyectó el edificio que admira, lo haya construido con sus propias manos. Según testimonio de Damascius, en su obra Sobre los Primeros Principios (II... II...’ A...), se referían a aquél llamándolo la “Obscuridad Desconocida”. 

Los babilonios guardaron silencio respecto a este principio: “A ese Dios” -dice Porfirio en su Sobre la Abstinencia (II.. ... ... ...)- “que está sobre todas las cosas no se le debe dirigir lenguaje externo, ni tan siquiera interno...”. Hesíodo principia su Teogonía con las palabras: “De todas las cosas, el Caos fue la primera producida”, dando así a entender que su causa o Productor se debe pasar bajo reverente silencio. Homero en sus poemas no se remonta más allá de la Noche, y presenta a Zeus reverenciándola. Según todos los teólogos antiguos, y las doctrinas de Pitágoras y Platón, Zeus, o el Artífice inmediato del Universo, no es el Dios más elevado; como Sir Christopher Wren, en su aspecto físico humano, no es la Mente que en él produjo sus grandes obras de arte. Así es que no sólo Homero guarda silencio respecto al Principio Primero, sino también respecto a aquellos dos Principios inmediatamente posteriores al Primero, el AEther y el Caos de Orfeo y Hesíodo, y el Límite e Infinidad de Pitágoras y Platón. De este Principio Superior, dice Proclo que es... “la Unidad de Unidades, más allá del primer Adyta, más inefable que todo Silencio, y más oculto que toda Esencia... secreto entre los Dioses inteligibles”. Algo más podría añadirse a lo que escribió Tomás Taylor en 1797, a saber: que los “judíos no parecen haberse remontado más allá... del Artífice inmediato del Universo”, pues “Moisés” presenta una obscuridad sobre la faz del abismo, sin insinuar siquiera que hubiese causa alguna de su existencia”. Nunca han degradado los judíos en su Biblia -obra puramente esotérica, simbólica- a su deidad metafórica, tan profundamente como los cristianos lo han hecho al admitir a Jehovah por su Dios viviente y además personal.
            
Ese Principio Primero o mejor dicho Único era llamado el “Círculo del Cielo”, simbolizado por el hierograma de un Punto dentro de un Círculo o Triángulo Equilátero, representando el Punto al Logos. Así, en el Rig Veda, donde ni siquiera se nombra a Brahmâ, comienza la Cosmogonía con el Hiranyagarbha, el “Huevo Áureo” y Prajâpati (el último sobre Brahmâ), de quien emanan todas las Jerarquías de “Creadores”. La Mónada o Punto, es el origen y la Unidad de que parte el sistema numérico entero. Este Punto es la Causa Primera, pero AQUELLO de que emana, o más bien de lo cual es la expresión o Logos, se deja en silencio. A su vez, el símbolo universal, el Punto dentro del Círculo, no era aún el Arquitecto, sino la Causa de aquel Arquitecto; y el último estaba precisamente en la misma relación con aquélla, como el Punto con respecto a la Circunferencia del Círculo, que, según Hermes Trismegisto, no puede definirse. Muestra Porfirio que la Mónada y la Dúada de Pitágoras son idénticas al Infinito y Finito de Platón en Philebus o lo que Platón llama ... y .... Sólo la última, la Madre, es la substancial; siendo la primera la “Causa de toda Unidad y medida de todas las cosas”; mostrándose así que la Dúada, Mûlaprakriti, el Velo de Parabrahman, es la Madre del Logos y, al mismo tiempo, su Hija -esto es, el objeto de su percepción-, el productor producido y la causa secundaria del mismo. Según Pitágoras, la Mónada vuelve al Silencio y a la Obscuridad en cuanto ha desplegado la Tríada, de la que emanan los 7 números restantes, de los 10 que son base del Universo Manifestado.
            
En la Cosmogonía Escandinava se expone lo mismo:

            
Al principio había un gran Abismo (Caos); ni el Día ni la Noche existían; el Abismo era Ginnungagap, la vorágine siempre abierta, sin principio ni fin. El Todo-Padre, el Increado, el No Visto, moraba en las profundidades del “Abismo” (Espacio) y quiso y lo que quiso vino a la existencia.

            
Lo mismo que en la cosmogonía inda, la evolución del Universo está dividida en dos partes, que son las llamadas en la India las creaciones Prâkrita y Pâdma. Antes de que los cálidos rayos emanados de la Mansión del Resplandor despierten la vida en las Grandes Aguas del Espacio, aparecen los Elementos de la primera creación, y de ello es formado el Gigante Ymir, u Orgelmir (que significa al pie de la letra barro hirviente), la Materia Primordial diferenciada del Caos. Viene después la Vaca Audumla, la Nutridora, de la que nació Buri, el Productor, cuyo hijo Bör (Born, o el nacido), con Bestla, la hija  de los Gigantes del Hielo (hijos de Ymir), tuvo tres hijos: Odín, Willi y We, o sea el Espíritu, la Voluntad y la Santidad. Esto era cuando aún reinaba la Obscuridad a través del espacio; cuando los Ases, los Poderes Creadores o Dhyân Chohans, aún no se habían desplegado, y cuando el Yggdrasil, el Árbol del Universo, del Tiempo y de la Vida, no había crecido todavía, y no existía aún ningún Walhalla o Recinto de los Héroes. 

Las leyendas escandinavas acerca de la Creación de nuestra Tierra y del Mundo principian con el Tiempo y la Vida humana. Todo lo que la precede,  es para aquéllas la Obscuridad, en la que el Todo-Padre, la Causa de todo, habita. Según observa el editor de Asgard and the Gods, aunque esas leyes encierran la idea de aquel Todo-Padre, causa original de todo, “apenas si se le menciona en los poemas”, no porque, como él piensa, “no fuese capaz la idea de elevarse a conceptos claros acerca de lo Eterno” antes de la predicación del Evangelio, sino a causa de su carácter profundamente esotérico. Por consiguiente, todos los Dioses Creadores o Deidades Personales principian en el período secundario de la Evolución Cósmica. Zeus nace en y de Cronos -el Tiempo. De igual modo es Brahmâ el producto de emanación de Kâla, “la Eternidad y el Tiempo”, siendo Kâla uno de los nombres de Vishnu. De aquí que veamos a Odín como Padre de los Dioses y de los Ases, así como Brahmâ es el Padre de los Dioses y de los Asuras; y he ahí también el carácter andrógino de todos los principales Dioses Creadores, desde la segunda mónada de los griegos hasta el Sephira Adam Kadmon, el Brahmâ o Prajâpati-Vâch de los Vedas, y el andrógino de Platón, que no es sino otra versión del símbolo indo.
            
La mejor definición metafísica de la Teogonía primitiva, en el espíritu de los vedantinos, puede hallarse en las “Notas sobre el Bhagavad-Gitâ”, por T. Subba Row. Parabrahman, lo desconocido y lo Incognoscible, como manifiesta el conferenciante a sus oyentes:

            
No es el Ego, no es el No Yo, ni tampoco es la conciencia... no es Âtmâ siquiera... pero aunque no es en sí un objeto de conocimiento, es, sin embargo, capaz de sostener y dar lugar a toda cosa y a toda clase de existencia, que se convierta en un objeto de conocimiento... (Es) la esencia una, de la cual nace a la existencia un centro de energía... (al que él llama el Logos).

            
Este Logos es el Shabba Brahman de los Indos, al que ni siquiera llama Ishvara (el “Señor” Dios), por temor a la confusión que en el espíritu de las gentes pudiese crear ese término. Es el Avalokiteshvara de los buddhistas, el Verbum de los cristianos en su sentido esotérico verdadero, no en la alteración teológica.

            
En el primer Jnâta o el Ego en el Kosmos, y todos los demás Egos... son tan sólo su reflejo y manifestación... Existe en condición latente en el seno de Parabrahman durante el Pralaya... (Durante el Manvántara) posee una conciencia y una individualidad propias... (Es un centro de energía, pero)... semejantes centros de energía son casi innumerables en el seno de Parabrahman. No debe suponerse que (ni siquiera) este Logos sea (el Creador, o que no sea) más que un solo centro de energía... El número de estos es casi infinito... (Éste) es el primer Ego que aparece en el Kosmos, y es el fin de toda evolución. (Es el Ego abstracto)... Ésta es la primera manifestación  (o aspecto) de Parabrahman... Cuando entra en la existencia como ser consciente... se le aparece Parabrahman, desde su punto de vista objetivo, como Mûlaprakriti. Tened esto muy presente... porque aquí está el origen de toda la dificultad, respecto a Purusha y Prakriti, con que tropiezan los varios escritores sobre filosofía vedantina... Este Mûlaprakriti es material para él (el Logos), de igual modo que cualquier objeto material lo es para nosotros. Este Mûlaprakriti no es Parabrahman, como los atributos de una columna no son la columna misma; Parabrahman es una realidad incondicionada y absoluta, y Mûlaprakriti una especie de velo echado sobre ella. Parabrahman  no puede ser visto tal cual es en sí mismo. Es visto por el Logos con un velo que lo encubre, y ese velo es la poderosa extensión de la Materia Cósmica... Después de haber aparecido Parabrahman como el Ego por una parte y como Mûlaprakriti por otra, obra como energía única por medio del Logos.

            
Y el orador, por medio de un hermoso ejemplo, explica lo que entiende por esa acción de Algo que es Nada, siendo el TODO. Compara el Logos con el Sol, del que irradian la luz y el calor, pero cuya energía, luz y calor existen en un estado desconocido en el Espacio y se difunden en él sólo como luz y calor visibles, no siendo el Sol más que su agente. Ésta es la primera hipóstasis triádica. El cuaternario está formado por la luz vivificante vertida por el Logos.
           
Los kabalistas hebreos presentaban la idea en una forma que esotéricamente es idéntica a la vedantina. Enseñaban que Ain-Soph, aunque es la Causa sin Causa de todo, no puede ser comprendido, localizado, ni nombrado. Por esto, su nombre, Ain - Soph, es un término de negación, “lo Inescrutable, lo Incognoscible y lo Innominable”. Por consiguiente, lo representaron por medio de un Círculo Ilimitado, una Esfera, de la cual la inteligencia humana, en su mayor alcance, sólo podría percibir la bóveda. Alguien que ha descifrado por completo gran parte del sistema kabalístico, en uno de sus significados, en su esoterismo numérico y geométrico, escribe:

            
Cerrad los ojos, y con vuestra conciencia de percepción esforzaos en pensar exteriormente hasta los límites extremos en todas direcciones. Veréis que líneas o rayos iguales de percepción se extienden de la misma manera en todas las direcciones, de tal modo, que vuestro supremo esfuerzo para percibir terminará en la bóveda de una esfera. La limitación de esta esfera será, por fuerza, un Círculo máximo, y los rayos directos del pensamiento en cualquiera y en todas direcciones deben  ser líneas rectas, radios del círculo. Éste debe ser, humanamente hablando, el concepto extremo que abarque el Ain-Soph manifiesto, el cual se formula como una figura geométrica, es decir, un círculo, con sus elementos de circunferencia, curva, y diámetro, línea recta, dividido en radios. Por lo tanto, una forma geométrica es el primer medio cognoscible de relación entre el Ain Soph y la inteligencia del hombre.

            
Este Círculo Máximo, que el Esoterismo Oriental reduce al Punto en el Círculo Ilimitado, es el Avalokiteshvara, el Logos o Verbum, del que habla T. Subba Row. Mas este Círculo o Dios manifestado es tan desconocido para nosotros, excepto por medio de su universo manifestado, como lo es el UNO, aunque es más fácil, o mejor dicho, está más al alcance para nuestros conceptos más elevados. Este Logos que yace dormido en el seno de Parabrahman durante el Pralaya, del mismo modo que nuestro “Ego está latente (en nosotros) durante el Sushupti” o sueño; que no puede conocer a Parabrahman más que como Mûlaprakriti -siendo este último un velo cósmico  que es la “potente expansión de la Materia Cósmica”-; es, por consiguiente, sólo un órgano en la creación Cósmica, por medio del cual irradian la Energía y Sabiduría de Parabrahman, desconocido para el Logos, como lo es para nosotros. Además, como el Logos es tan desconocido para nosotros como lo es en realidad Parabrahman para el Logos, tanto el Esoterismo Oriental como la Kábala, a fin de poner al Logos al alcance de nuestros conceptos, han resuelto la síntesis abstracta en imágenes concretas; esto es, en los reflejos o aspectos múltiples de aquel Logos, o Avalokiteshvara, Brahmâ, Ormazd, Osiris, Adam Kadmon, o cualquier otro nombre por el estilo que se le quiera asignar; cuyos aspectos o emanaciones manvantáricas son los Dhyân Chohans, los Elhim, los Devas, los Amshaspends, etc. 

Los metafísicos explican la raíz y el germen de estos últimos, según T. Subba Row, como la primera manifestación de Parabrahman, “la trinidad más elevada que somos capaces de comprender”, que es Mûlaprakriti, el Velo, el Logos, y la Energía Consciente del último, o su Poder y Luz, llamado en el Bhagavad Gitâ Daiviprakriti o “Materia, Fuerza y el Ego, o raíz única del Yo, del cual todas las demás clases de yo son tan sólo una manifestación o un reflejo”. Por lo tanto, únicamente a la Luz de esta Conciencia, de la percepción mental y física, es como puede el Ocultismo práctico hacer visible al Logos por medio de figuras geométricas, las que, estudiadas con atención, no sólo ofrecerán una explicación científica de la existencia verdadera, objetiva, de los “Siete hijos de la Sophia Divina, que es esta luz del Logos; sino que demostrarán también, por medio de otras claves no descubiertas aún, que, con respecto a la Humanidad, esos “Siete Hijos” y sus innumerables emanaciones, centros de energía personificada, son una necesidad absoluta. Suprímanse, y el Misterio del Ser y de la Humanidad jamás será descifrado, ni hecho accesible siquiera.
            
Por medio de esta Luz son creadas todas las cosas. Esta Raíz del Yo mental es también la raíz del Yo físico, porque esta Luz es la permutación, en nuestro mundo manifestado, de Mûlaprakriti, llamado Aditi en los Vedas. En su tercer aspecto se convierte en Vâch  la Hija y la Madre del Logos, de igual modo que Isis es la Hija y la Madre de Osiris, que es Horus, y Moot la Hija, Esposa y Madre de Ammon, en el mito lunar egipcio. En la Kabalah, Sephira es igual a Shekinah, y es, otra síntesis, la Esposa, Hija y Madre del “hombre Celeste”, Adam Kadmon, y hasta es idéntica al mismo, como Vâch es idéntico a Brahmâ, y es llamado el Logos femenino. En el Rig Veda, Vâch es el “Lenguaje Místico”, por cuyo medio el Conocimiento Oculto y la Sabiduría son comunicados al hombre, y así dícese que Vâch “penetró en los Rishis”. Ella es “generada por los dioses”; es la Vâch Divina, la “Reina de los Dioses”, y está unida a los Prajâpatis en su obra de creación, como Sephira lo está a los Sephiroth. Es llamada, además, la “Madre de los Vedas”, “puesto que por sus poderes (como Lenguaje Místico) Brahmâ los reveló, y debido también al poder de ella, produjo el Universo”, es decir, por medio del Lenguaje, y palabras, sintetizadas por la “Palabra” y los números.
            
Pero cuando se habla de Vâch como hija de Daksha, “el Dios que vive en todos los Kalpas”, se demuestra su carácter Mayávico; desaparece durante el Pralaya, absorbida en el Rayo Único, que  todo lo devora.
            
Pero existen dos aspectos distintos en el Esoterismo universal, oriental y occidental, en todas esas personificaciones del Poder femenino en la Naturaleza, o la Naturaleza noumenal y la fenomenal. Uno es su aspecto puramente metafísico, según lo describe el ilustrado orador en sus “Notas sobre el Bhagavad Gitâ”; el otro es terrestre y físico, y al mismo tiempo divino, desde el punto de vista del concepto práctico humano y del Ocultismo. Son todos ellos símbolos y personificaciones del Caos, el “Gran Mar” o las Aguas Primordiales del espacio, el Velo impenetrable entre lo INCOGNOSCIBLE y el Logos de la Creación. “Poniéndose por medio de su mente en relación con Vâch, Brahmâ (el Logos) creó las aguas Primordiales”. El Katha Upanishad se expone aun más claramente.

            
Prajâpati era este Universo. Vâch era su inferior. Unióse a ella... ella produjo esos seres, y volvió a fundirse en Prajâpati.

            
Esto relaciona a Vâch y a Sephira con la Diosa Kwan-Yin, “la Madre Misericordiosa”, la Voz Divina del Alma, hasta en el Buddhismo exotérico mismo; y con el aspecto femenino de Kwan-Shai-Yin, el Logos, el Verbo de la Creación, y al mismo tiempo con la Voz que es audible al Iniciado, según el Buddhismo Esotérico, Bath Kol, la Filia Vocis, la Hija de la voz Divina de los hebreos, que responde desde el Propiciatorio en el Velo del Templo, es un resultado.
            
Y aquí podemos señalar incidentalmente una de las muchas calumnias lanzadas por los “piadosos y buenos” misioneros, en la India, contra la religión del país. La alegoría, en el Shatapatha Brâhmana, según la cual Brahmâ, como Padre de los Hombres, llevó a cabo la obra de procreación mediante contacto incestuoso con su propia hija Vâch, llamada también Sandhyâ, Crepúsculo, y Shatarûpâ, de cien formas, es constantemente echada en cara a los brahmanes, como condenación de su “detestable y falsa religión”. Aparte del hecho, oportunamente olvidado por los europeos, de que el Patriarca Lot resulta culpable del mismo crimen bajo la forma humana, mientras Brahmâ, o más bien Prajâpati, cometió el incesto bajo la forma de un gamo con su hija, que tenía la de una cierva (robit), la lectura esotérica del tercer capítulo del Génesis muestra lo mismo. Existe además, seguramente, un significado cósmico, y no fisiológico, unido a la alegoría inda, puesto que Vâch es una permutación de Aditi y Mûlaprakriti, o el Caos, y Brahmâ una permutación de Nârâyana, el Espíritu de Dios penetrando en la Naturaleza y fecundizándola; por lo tanto, el concepto nada tiene de fálico.
            
Como ya se ha dicho, Aditi-Vâch es el Logos femenino, o Verbo, la Palabra; y en la Kabalah, Sephira es lo mismo. Estos Logos femeninos son todos ellos, en su aspecto noumenal, correlaciones de la Luz, del Sonido y del AEther, mostrando lo bien informados que estaban los antiguos, tanto en Ciencia física, según lo conocen hoy los modernos, como respecto al origen de aquella Ciencia en las esferas espirituales y astrales.

            
Nuestros antiguos escritores decían que Vâch es de cuatro clases. Éstas son llamadas Parâ, Pashyantî, Madhyamâ, Vaikharî. Esta declaración se encuentra en el Rig Veda mismo, y en varios de los Upanishads, Vaikhari Vâch es lo que espresamos nosotros.

            
El Sonido, el Lenguaje, es lo que se hace comprensible y objetivo a uno de nuestros sentidos físicos, y puede ser traído bajo las leyes de la percepción. Por lo tanto:

            
Toda clase de Vaikharî Vâch existe en Madhyamâ... Pashyantî, y últimamente en su forma Parâ... La razón por la cual ese Pravana (18) es llamado Vâch consiste en que estos cuatro principios del gran Kosmos corresponden a estas cuatro formas del Vâch... El Kosmos entero, en su forma objetiva, es Vaikharî Vâch; la Luz del Logos es la forma Madhyamâ, y el Logos mismo la forma Pashyantî; mientras que Parabrahman es el aspecto Parâ (más allá del Nóumeno de todos los Nóumenos) de aquella Vâch.
            
Así pues, Vâch, Shekinah, o la “Música de las Esferas” de Pitágoras, son una cosa, si tomamos como muestra los ejemplos que se encuentran en las tres filosofías religiosas más (aparentemente) distintas en el mundo: la india, la griega y la caldeo-hebrea. Esas personificaciones y alegorías pueden mirarse bajo cuatro aspectos principales y tres secundarios, o siete en total, como en el Esoterismo. La forma Parâ es la Luz y el Sonido, siempre subjetivos y latentes, que existen eternamente en el seno de INCOGNOSCIBLE; cuando se la considera como la ideación del Logos, o su Luz latente, es llamada Pashayantî; y cuando viene a ser aquella Luz expresada, es Madhyamâ.
            
Ahora bien; la definición que nos da la Kabalah es la que sigue:

            
Hay tres clases de Luz, y aquella (la cuarta) que compenetra a las demás: 
1ª La clara y penetrante, la Luz objetiva
2ª La luz reflejada; y 
3ª La Luz abstracta.
           
            
Los Diez Sephiroth, los Tres y los Siete, son llamados en la Kabalah las Diez Palabras, DBRIM (Debarim), los números y las Emanaciones de la Luz Celeste, que es a la vez Adam Kadmon y Sephira, Prajâpati-Vâch o Brahmâ. La Luz, el Sonido y el Número son los tres factores de la creación en la Kabalah. Parabrahman sólo puede ser conocido por medio del punto luminoso, el Logos, que no conoce a Parabrahman, sino sólo a Mûlaprakriti. De igual modo Adam Kadmon sólo conoció a Shekinah, aunque era el Vehículo de Ain - Soph. Y, como Adam Kadmon, es, en la interpretación esotérica, el total de Número Diez, los Sephiroth, siendo él mismo una Trinidad o los tres atributos de la Deidad Incognoscible en Uno. 

“Cuando el Hombre Celeste (o Logos) asumió al principio la forma de la Corona  (Kether), y se identificó con Sephira, hizo emanar de aquélla (la Corona) Siete luces espléndidas”, que formaban Diez en su totalidad; del mismo modo Brahmâ-Prajâpati, cuando se separó de Vâch, siendo, sin embargo, idéntico a ella, hizo aparecer de la Corona a los siete Rishis, los siete Manus o Prajâpati; en la versión esotérica, siempre 3 y 7, que también forman 10. Sólo cuando se dividen en 3 y 7, en la esfera manifestada, forma ... , el andrógino, y ... , o la figura X manifestada y diferenciada.
             
Esto ayudará al estudiante a comprender por qué consideraba Pitágoras a la Deidad, el Logos, como el Centro de Unidad y el Manantial de la Armonía. Decimos que esta Deidad era el Logos, no la Mónada que mora en la Soledad y el Silencio, porque Pitágoras enseñó que, siendo la Unidad indivisible, no es número alguno. Y también es ésta la razón de que se exigiera al candidato, que aspiraba a la admisión en su escuela, el estudio previo como preparación preliminar de las ciencias de la Aritmética, la Astronomía, la Geometría y la Música, consideradas como las cuatro divisiones de la matemáticas. Esto explica igualmente por qué afirmaban los pitagóricos que la doctrina de los Números, la más importante en el Esoterismo, había sido revelada al hombre por las Deidades Celestes; que el Sonido, o la Armonía, había hecho surgir al Mundo del Caos, siendo construido según los principios de la proporción musical; que los siete planetas que rigen el destino de los mortales tienen un movimiento armonioso, y, como dice Censorino:

            
Intervalos correspondientes a los diastemas musicales, dando varios sonidos tan perfectamente consonantes, que producen la más suave melodía, inaudible para nosotros, sólo a causa de la magnitud del sonido, que nuestro oído es incapaz de percibir.

            
En la Teogonía Pitagórica, numerábanse, y expresábanse numéricamente, las Jerarquías de las Huestes Celestes y Dioses. Pitágoras había estudiado en la India la Ciencia Esotérica; y así vemos que sus discípulos dicen:
            
La Mónada (la manifestada) es el principio de todas las cosas. De la Mónada y la Dúada indeterminada (Caos), los Números; de los Números, los Puntos; de los Puntos, las Líneas; de las Líneas, las Superficies; de las Superficies, los Sólidos; de estos, los Cuerpos Sólidos, cuyos elementos son cuatro: el Fuego, el Agua, el Aire, la Tierra; en todos los cuales, transformados (correlacionados) y totalmente cambiados, consiste el Mundo.

            
Y si esto no resuelve el misterio por completo, puede levantar al menos una punta del velo de aquellas maravillosas alegorías que encubren a Vâch, la más misteriosa de todas las Diosas brahmánicas, llamada “la Vaca melodiosa que produce alimento y Agua” -la Tierra con todos sus poderes místicos; y también la “que nos proporciona el alimento y sustento”, la Tierra física. Isis es igualmente la Naturaleza mística y también la Tierra; y sus cuernos de vaca la identifican con Vâch, que después de haber sido reconocida como Parâ en su forma superior, se convierte, en el extremo inferior o material de la creación, en Vaikharî. Por consiguiente, es la Naturaleza mística, aunque  física, con todas sus formas y propiedades mágicas.
            
Como diosa del Lenguaje y del Sonido, y como permutación de Aditi, ella es el Caos, en cierto sentido. De todos modos, es la “Madre de los Dioses”; y de Brahmâ, Îshvara o el Logos, y de Vâch, así como de Adam Kadmon y de Sephira, ha de partir la verdadera teogonía manifestada. Más allá, todo es Obscuridad y especulación abstracta. Con los Dhyân Chohans o dioses, los Videntes, los Profetas  los Adeptos en general, se hallan en terreno firme. Sea como Aditi o como la Sophia Divina de los gnósticos griegos, ella es la madre de los Siete Hijos, los Ángeles de la Faz, del Profundo, o el gran Ser Verde Único del Libro de los Muertos. Dice el Libro de Dzyan, o sea el Conocimiento Verdadero, obtenido por medio de la meditación:
            
La Gran Madre se extiende con el ... , y el ... , y el ... el segundo ... y el ... , en su seno pronta a producirlos, los valientes Hijos de los ... ... ... (o 4.320.000, el Ciclo), cuyos dos Antecesores son el ... (círculo) y el ... (punto).
            
Al principio de cada ciclo de 4.320.000, los Siete, o los Ocho Grandes Dioses según algunas naciones, descendieron para establecer el nuevo orden de cosas y dar impulso al nuevo ciclo. Aquel octavo Dios era el Círculo unificador, o Logos, separado y hecho distinto de su Hueste en el dogma exotérico, así como las tres hipótesis divinas de los antiguos griegos son consideradas ahora en las Iglesias como tres personas distintas. Según se expresa un Comentario:
            
Los Poderosos, cada vez que penetran dentro de nuestro velo mayávico (atmósfera), ejecutan sus grandes obras y dejan tras de sí monumentos imperecederos para conmemorar su visita.
            
Así nos enseñan que las grandes pirámides fueron edificadas bajo su inspección directa, “cuando Dhruva (la entonces Estrella polar) se hallaba en su culminación inferior, y las Krittikâs (Pléyades) la contemplaban de lo alto (se encontraban en el mismo meridiano, pero encima) para vigilar la obra de los Gigantes”. Así pues, como las primeras pirámides fueron construidas al principio de un Año Sideral, bajo Dhruva (Alpha Polaris), esto debe de haber acaecido hace 31.000 años (31.105). Bunsen tenía razón cuando admitía para Egipto una antigüedad superior a 21.000 años; pero esta concesión difícilmente satisface a la verdad y a los hechos en esta cuestión.
            
Según dice Mr. Gerald Massey:

            
Las historias referidas por los sacerdotes egipcios y otros, acerca del cómputo del tiempo en Egipto, empiezan ahora a parecer menos falsas, en opinión de todos los que han escapado a la esclavitud bíblica. Se han encontrado últimamente en Sakkarah inscripciones que mencionan dos ciclos sotiacos... registrados en aquella época, hace ahora unos 6.000 años. Así es que cuando Herodoto estuvo en Egipto, los egipcios habían observado -como es sabido ahora-, por lo menos, cinco diferentes ciclos sotiacos de 1.461 años.
           
Los sacerdotes manifestaron al investigador griego que ellos computaban el tiempo desde una época tan remota, que el Sol había salido dos veces donde entonces se ponía, y se había puesto dos veces donde salía entonces. Esto... sólo puede comprenderse como una verdad en la Naturaleza, por efecto de dos ciclos de precesión, o un período de 51.736 años.

            
Mor Isaac   indica que los antiguos sirios definían su Mundo de los “Regentes” y “Dioses Activos”, del mismo modo que los caldeos. El mundo inferior era el Sublunar -el nuestro-, vigilado por los Ángeles del orden primero o inferior; el inmediato en rango era Mercurio, regido por los Arcángeles; luego seguía Venus, cuyos Dioses eran los Principados; el cuarto era el del Sol, el dominio y región de los Dioses más elevados y poderosos de nuestro sistema, los Dioses solares de todas las naciones; el quinto era Marte, gobernado por las Virtudes; el sexto, el de Bel o Júpiter, regido por las Dominaciones; el séptimo, el Mundo de Saturno, por los Tronos. Estos son los Mundos de la Forma. Sobre estos vienen los Cuatro superiores, formando de nuevo siete, puesto que los Tres más elevados “no son mencionables ni pronunciables”. El octavo, compuesto de 1.122 estrellas, es el dominio de los Querubines; el noveno, perteneciente a las estrellas errantes e innumerables, a causa de su distancia, tiene a los Serafines; en cuanto al décimo, dice Kircher, citando a Mor Isaac, que está compuesto de “estrellas invisibles que, según dijeron, podrían tomarse por nubes, efecto de la masa tan compacta que forman en la zona que llamamos Vía Straminis, la Vía Láctea”; y se apresura a explicar que “éstas son las estrellas de Lucifer sumidas con él en su terrible naufragio”. Lo que viene después y más allá de los diez Mundos (nuestro Cuaternario), o el mundo Arûpa, no podían decirlo los sirios. “Sólo sabían que allí es donde principia el vasto e incomprensible Océano del Infinito, la mansión de la Verdadera Divinidad, sin límite ni fin”.
            
Champollion muestra la misma creencia entre los egipcios. Habiendo hablado Hermes del Padre-Madre e Hijo, cuyo Espíritu -colectivamente el Fiat Divino- da forma al Universo, dice: “Siete Agentes (Medios) fueron también formados para contener a los Mundos Materiales (o manifestados), dentro de sus Círculos respectivos, y la acción de esos Agentes fue llamada Destino”. Luego enumera siete, diez y doce órdenes, cuya explicación detallada aquí exigiría demasiado tiempo.
            
Como el Rig Vidhâna, de igual modo que el Brahmânda Purâna y todas las obras de esta índole, bien describen la eficacia mágica de los Mantras Rig-Védicos o los kalpas futuros, son según declaración del doctor Weber y otros, compilaciones modernas “pertenecientes probablemente sólo a la época de los Purânas”, es inútil señalar al lector sus explicaciones místicas; y tanto vale inspirarnos meramente en los libros arcaicos, por completo desconocidos de los orientalistas. Esas obras explican lo que tanto intriga a los estudiantes, a saber: que los Saptarshis, los “Hijos nacidos de la Mente” de Brahmâ, son citados en la Shatapatha Brâhmana bajo una serie de nombres; bajo otra en el Mahâbhârata; y que el Vâyu Purâna cuenta hasta nueve Rishis en vez de siete, agregando a la lista los nombres de Bhrigu y de Daksha. Mas lo mismo sucede en toda Escritura exotérica. La Doctrina Secreta presenta una larga genealogía de Rishis, pero los separa en muchas clases. Así como los Dioses de los egipcios estaban divididos en siete y hasta en doce Clases, también lo están los Rishis indos en su Jerarquías. Los tres primeros Grupos son: el Divino, el Cósmico y el Sublunar. Después vienen los Dioses Solares de nuestro Sietema, los Planetarios, los Submundanos y los puramente Humanos - los Héroes, y los Mânushi.
            
Por ahora sin embargo, sólo nos ocupamos de los Dioses Precósmicos Divinos, los Prajâpatis o los Siete Constructores. Este Grupo encuéntrase infaliblemente en todas las Cosmogonías. Efecto de la pérdida de los documentos arcaicos egipcios, pues según M. Máspero, “los materiales y datos históricos que se poseen para el estudio de la historia de la evolución religiosa en Egipto no son completos ni muchas veces inteligibles”, y hay que apelar para ver corroboradas las declaraciones de la Doctrina Secreta, parcial e indirectamente, a los antiguos himnos e inscripciones sepulcrales. Una de éstas muestra que Osiris, como Brahmâ-Prajâpati, Adam Kadmon, Ormazd y tantos otros Logos, era el jefe y la síntesis del Grupo de “Creadores” o Constructores. Antes de que se convirtiese Osiris en el “Uno” y más elevado de Egipto, se le rendía culto en Abydos como Jefe o Guía de la Hueste Celestial de los Constructores pertenecientes al más elevado de los tres órdenes. El himno grabado en la estela votiva de una tumba de Abydos (tercer registro) se dirige a Osiris en estos términos:

            
Yo te saludo, Osiris, hijo mayor de Seb; tú el más grande sobre los seis Dioses nacidos de la Diosa Nu (el Agua primordial); tú el gran favorito de tu padre Ra; Padre de Padres, Rey de la duración, Amo en la eternidad... que, en cuanto salieron estos del seno de tu Madre, reuniste todas las Coronas y ceñiste el Uraeus (serpiente o naja)  en tu cabeza; Dios multiforme, cuyo nombre es desconocido, y que tiene muchos nombres en ciudades y provincias.

            
Saliendo Osiris del Agua Primordial, coronado con el Uraeus, que es el emblema serpentino del Fuego Cósmico, y siendo el séptimo sobre los seis Dioses Primarios nacidos de la Madre Paterna, Nu y Nut, el Cielo, ¡quién puede ser él, sino el primer Prajâpati, el primer Sephira, el primer Amshaspend, Ormazd! Es indudable que este último Dios solar y cósmico ocupaba, al principio de la evolución religiosa, la misma posición que el Arcángel, “cuyo nombre era secreto”. Este Arcángel era Miguel, el representante sobre la tierra del Dios Oculto judío, en una palabra, es su “Faz” la que, decían, precedía a los judíos cual “Columna de Fuego”. Burnouf dice: “Los siete Amshaspends, que seguramente son nuestros Arcángeles, también designan las personificaciones de las Virtudes Divinas”. Y esos Arcángeles, por lo tanto, son también ciertamente los Saptarshis de los indos, aunque es casi imposible clasificar a cada uno de ellos con su prototipo y paralelo pagano, puesto que, como sucede respecto a Osiris, todos tienen “muchos nombres en las ciudades y provincias”. Sin embargo, algunos de los más importantes se describirán en su orden.
            
Un punto queda, pues, demostrado de manera indudable. Cuanto más se estudian sus Jerarquías y se descubre su identidad, más pruebas se adquieren de que no existe entre los Dioses personales pasados y presentes que nos son conocidos desde los albores de la historia, uno solo que no pertenezca al tercer período de la manifestación cósmica. Encontramos en todas las religiones a la Deidad Oculta formando la base fundamental; luego el Rayo de la misma que cae en la Materia Cósmica primordial, la primera manifestación; después el producto andrógino, la Fuerza dual abstracta Macho y Hembra personificada, el segundo período; ésta sepárase, finalmente, en el tercero, en Siete Fuerzas, llamadas los Poderes Creadores por todas las antiguas religiones, y las Virtudes de Dios por los cristianos. Las últimas explicaciones y calificaciones metafísicas abstractas no han impedido a las Iglesias romana y griega rendir culto a esas “Virtudes” bajo las personificaciones y nombres distintos de los siete Arcángeles. En el Libro de Druschim, en el Talmud, se hace una distinción entre esos grupos, que es la explicación kabalística correcta. Dice así:

            
Hay tres Grupos (u órdenes) de Sephiroth: 
1º Los Sephiroth llamados los “Atributos Divinos” (abstractos); 
2º Los Sephiroth físicos o siderales (personales); un grupo de siete, el otro de diez
3º Los Sephiroth metafísicos, o perífrasis de Jehovah, que son los tres primeros Sephiroth (Kether, Chochman y Binah), siendo los siete restantes los siete Espíritus (personales) de la Presencia (también de los planetas).

            
La misma división tiene que aplicarse a la primaria, secundaria y terciaria evolución de Dioses en cada teogonía, si se desea traducir esotéricamente el significado. No debemos confundir las personificaciones puramente metafísicas de los atributos abstractos de la Deidad, con su reflejo: los Dioses Siderales. Este reflejo, sin embargo, es en realidad la expresión objetiva de la abstracción; Entidades vivientes y los modelos formados según aquel Prototipo divino. Además, los tres Sephiroth metafísicos, o la “perífrasis de Jehovah”, no son Jehovah; este último mismo, con los títulos adicionales de Adonai, Elohim, Sabbaoth y los numerosos nombres que se le prodigan, es quien es la perífrasis del Shaddai (...), el Omnipotente. El nombre, por cierto, es una circunlocución, una figura demasiado exagerada de retórica judía, y siempre ha sido denunciada por los ocultistas. Para los kabalistas judíos, y hasta para los alquimistas cristianos y rosacruces, Jehovah era un biombo conveniente, unificado por el repliegue de sus muchos tableros, y adoptado como substituto; el nombre de un Sephira individual, siendo tan bueno como otro cualquiera, para aquellos que estaban en el secreto. El Tetragrammaton, el Inefable, la “Suma Total” sideral, no fue inventado con otro propósito que el de extraviar al profano, y simbolizar la vida y la generación. El nombre secreto verdadero y que no puede pronunciarse -la “Palabra que no es palabra”- debe buscarse en los siete nombres de las Siete primerras Emanaciones, o los “Hijos del Fuego”, en  las Escrituras secretas de todas las grandes naciones, y hasta en el Zohar, la doctrina kabalística de la más pequeña de todas ellas, la judía. Esa palabra, compuesta de siete letras en todas las lenguas, se encuentra envuelta en los restos arquitectónicos de todos los grandes edificios sagrados del mundo; desde los restos ciclópeos en la Isla de Pascua -parte de un continente sumergido en los mares, hace más bien cerca de 4.000.000 de años (32) que de 20.000- hasta las primeras pirámides egipcias.
            
Más adelante trataremos más a fondo este asunto y ofreceremos datos prácticos para probar las afirmaciones hechas en el texto.
            
Por ahora, basta indicar, con unos cuantos ejemplos, la verdad de lo que ha sido afirmado al principio de esta obra, o sea que ninguna Cosmogonía en todo el mundo, con la excepción única de la cristiana, ha atribuido jamás a la Causa Más Elevada y Única, al Principio Universal Deífico, la creación inmediata de nuestra Tierra, del hombre o de algo relacionado con estos. Lo mismo se aplica esta afirmación a la Kabalah hebrea o caldea que al Génesis, si este último hubiese sido alguna vez por completo comprendido, y, lo que es aún más importante, correctamente traducido (33). En todas partes, o bien existe un Logos -una “Luz que brilla en la Obscuridad”, verdaderamente-, o el Arquitecto de los Mundos, está esotéricamente en número plural. La Iglesia latina, como siempre paradójica, al aplicar sólo a Jehovah el epíteto de Creador, adopta una letanía completa de nombres para las Fuerzas activas de este último, nombres que  revelan el secreto. Pues si dichas Fuerzas nada tenían que ver con la llamada “Creación”, ¿por qué darles los nombres de Elohim (Alhim), palabra plural, Obreros y Energías Divinas (...), piedras celestiales incandescentes (lapides igniti coelorum); y en particular, Sostenes del Mundo (K...), Gobernadores o Regentes del Mundo (Rectores Mundi), Ruedas del Mundo (Rotae), Auphanim, Llamas y Poderes, Hijos de Dios (B’ne Alhim), Consejeros Vigilantes, etc.?
            
Se ha supuesto a menudo, y como siempre injustamente, que China, país casi tan antiguo como la India, no tenía Cosmogonía. Según dicen, era desconocida para Confucio, y se lamentan de que los buddhistas extendieron su Cosmogonía sin introducir en ella un Dios Personal. El Yi King, “la esencia misma del pensamiento antiguo y la obra combinada de los más venerados sabios”, no llega a exponer una Cosmogonía definida. Sin embargo, existe una, y muy clara. Sólo que como Confucio no admitía una vida futura, y los buddhistas chinos rechazan la idea de Un Creador, aceptando una Causa única y sus innumerables efectos, han sido mal comprendidos por los creyentes en un Dios Personal. El “Gran Extremo”, como principio “de los cambios” (transmigraciones), es la más corta (y quizás la más sugestiva de todas las Cosmogonías) para quienes, como los confucionistas, aman la virtud por sí misma, y se esfuerzan en hacer el bien desinteresadamente, sin aspirar perpetuamente a la recompensa y provecho. El “Gran Extremo” de Confucio produce “Dos Figuras”. Estas dos producen a su vez “las Cuatro Imágenes”; y éstas, a su turno, los “Ocho Símbolos”. 
Laméntase alguien de que aun cuando los confucionistas ven en ellos el “cielo, la tierra y el hombre en miniatura”, se puede ver todo cuanto se quiera. Sin duda alguna, y así sucede respecto de muchos símbolos, especialmente en los de las religiones más recientes. Mas los que saben algo acerca de los números ocultos, ven en estas “Figuras” el símbolo, aunque tosco, de una Evolución progresiva armoniosa del Kosmos y de sus Seres, tanto Celestiales como Terrestres. Y cualquiera que haya estudiado la evolución numérica en la cosmogonía primitiva de Pitágoras -contemporáneo de Confucio- jamás dejará de hallar en su Tríada, Tetractis y Década, surgiendo de la Mónada Única y solitaria, la misma idea. Confucio es objeto de burla por parte de su biógrafo cristiano, por “hablar de adivinación”, antes y después de este pasaje, y le representan diciendo:

            
Los ocho símbolos determinan buena y mala suerte y conducen a grandes acciones. No hay imágenes imitables mayores que el cielo y la tierra. No hay cambios mayores que las cuatro estaciones (significando el Norte, Sur, Este y Oeste, etc.). No hay imágenes suspendidas más brillantes que el sol y la luna. En la preparación de cosas para uso, ninguna existe mayor que el sabio. Para determinar la buena y mala suerte, nada hay más grande que las pajas adivinatorias y la tortuga.
           
            
Así pues, se ríen con desprecio de las “pajas adivinatorias” y de la “tortuga”, del “conjunto simbólico de líneas” y del gran sabio que las observa, cuando se convierten en una y dos, y dos se convierten en cuatro, y cuatro se convierten en ocho, y la otra serie de “tres y seis”, sólo porque sus luminosos símbolos no son comprendidos.
            
Del mismo modo, sin duda alguna, el autor y sus colegas ridiculizarán las Estancias dadas en nuestro texto, porque representan precisamente la misma idea. El antiguo mapa arcaico de Cosmogonía está lleno de líneas al estilo de Confucio, de círculos concéntricos y puntos. Sin embargo, todos estos representan los conceptos más abstractos y filosóficos de la Cosmogonía de nuestro Universo. De todos modos, esto responderá mejor, quizá, a las necesidades y objetos científicos de nuestra época, que los ensayos cosmogónicos de San Agustín y del Venerable Beda, aunque estos fueron publicados más de mil años después de los de Confucio.
            
Confucio, uno de los más grandes sabios del mundo antiguo, creía en la antigua magia y la practicaba él mismo, “si consideramos como verdaderas las afirmaciones de Kià-yü”, y “la ensalzaba hasta las nubes en el Yi-kin”, según su reverendo crítico nos dice. Sin embargo, aun en su época, es decir, 600 años antes de J. C., Confucio y su escuela enseñaban la esfericidad de la tierra y hasta el sistema heliocéntrico; mientras que, próximamente tres veces 600 años después del filósofo chino, los Papas de Roma amenazaban y hasta quemaban “herejes” por afirmar lo mismo. Ríense de él porque habla de la “Tortuga Sagrada”. Ninguna persona despreocupada puede hallar gran diferencia entre una Tortuga y un Cordero, como aspirantes a lo sagrado, puesto que ambos son símbolos y nada más. El Buey, el Águila, el León y a veces la Paloma son los “animales sagrados” de la Biblia de Occidente; los tres primeros se ven agrupados en derredor de los Evangelistas; y el cuarto, asociada con estos una faz humana, es un Seraph, es decir, una “serpiente de fuego”, el Agathodaemon gnóstico probablemente.
            
La elección es curiosa, y muestra cuán paradójicos fueron los primeros cristianos en sus selecciones. Pues, ¿por qué eligieron esos símbolos del paganismo egipcio, cuando el águila nunca se menciona en el Nuevo Testamento, excepto una vez, al referirse Jesús a ella como comedora de carroña, y en el Antiguo Testamento se la llama impura; cuando es comparado el León con Satán, rugiendo ambos y buscando hombres a quienes devorar; y los bueyes son echados del Templo? Por otra parte, la Serpiente, presentada como ejemplo de sabiduría, es considerada ahora como el símbolo del Diablo. Bien puede decirse, en verdad, que la perla esotérica de la religión de Cristo, degradada en la teología cristiana, ha elegido una concha extraña e impropia en que nacer y desarrollarse.
            
Como se ha explicado, los Animales Sagrados y las Llamas o Chispas, dentro del Santo Cuatro, se refieren a los Prototipos de todo cuanto se encuentra en el Universo en el Pensamiento Divino, en la Raíz, que es el Cubo Perfecto, o el fundamento del Kosmos, colectiva e individualmente. Todos ellos tienen una relación oculta con las Formas Cósmicas primordiales, y con las primeras concreciones, obra y evolución del Kosmos.
            
En las primeras cosmogonías exotéricas indas, no es siquiera el Demiurgo quien crea. Pues en uno de los Purânas se dice:

            
El gran Arquitecto del Mundo imprime el primer impulso al movimiento rotatorio de nuestro sistema planetario, pasando por turno por cada planeta y cuerpo.

             
Esta acción es la que “hace girar a cada esfera sobre sí misma, y todas ellas en derredor del Sol. Después de esta acción, “los Brahmândica”, los Pitris Solares y Lunares, los Dhyân Chohans, “son quienes se encargan de sus esferas respectivas (tierras y planetas) hasta el fin del Kalpa”. Los Creadores son los Rishis, que en su mayoría son considerados como autores de los Mantras, o Himnos, del Rig Veda. Algunas veces son siete, otras veces diez, cuando se convierten en Prajâpati, el Señor de los Seres; luego vuelven a convertirse en los siete y en los catorce Manus, como representantes de los siete y catorce Ciclos de Existencia o Días de Brahmâ, respondiendo de este modo a los siete AEones, cuando, al fin del primer período de la Evolución, se transforman en los siete Rishis estelares, los Saptarshis; mientras que sus Dobles humanos aparecen en esta tierra como Héroes, Reyes y Sabios.
            
Habiendo dado de este modo la Doctrina Esotérica del Oriente la nota fundamental que, como puede verse, es bajo su forma de alegoría, tan científica como filosófica y poética, todos los pueblos han seguido su dirección. Antes de ocuparnos de verdades esotéricas, hemos de desentrañar la idea fundamental que yace en el fondo de las religiones exotéricas, si queremos evitar que sean rechazadas las primeras. Además, todos los símbolos, en todas las religiones nacionales, pueden leerse esotéricamente; siendo una prueba de haber sido correctamente comprendidos, la concordancia extraordinaria de todos ellos, al ser traducidos en sus números y formas geométricas correspondientes, por mucho que los signos y símbolos puedan variar exteriormente  entre sí. 

Porque en su origen todos aquellos símbolos son idénticos. Considerad, por ejemplo, las primeras frases en diferentes Cosmogonías; en todos los casos siempre se trata de un Círculo, un Huevo o una Cabeza. Siempre está asociada la Obscuridad con ese primer símbolo, y lo rodea, como se ha mostrado en los sistemas indo, egipcio, caldeo, hebreo y hasta escandinavo. De ahí los cuervos negros, las palomas negras, aguas negras y aun llamas negras; la séptima lengua de Agni, el Dios-Fuego, siendo llamado Kâli, el “Negro”, porque era una llama negra vacilante. Dos palomas “negras” huyeron de Egipto, y estableciéndose en las encinas de Dodona, dieron sus nombres a los Dioses griegos. Noé suelta un cuervo “negro” después del Diluvio, que es el símbolo del Pralaya Cósmico, después del cual empezó la verdadera creación o evolución de nuestra tierra y de la humanidad. Los cuervos “negros” de Odín revolotearon en derredor de la Diosa Saga, y “le hablaron en voz baja del pasado y del futuro”. Ahora bien; ¿cuál es el verdadero significado de todas estas aves negras? Es que todas ellas están relacionadas con la primitiva Sabiduría, que mana de la Fuente precósmica de Todo, simbolizada por la Cabeza, el Círculo o el Huevo; y todas tienen un significado idéntico y se refieren al Hombre primordial Arquetipo, Adam Kadmon, el origen creador de todas las cosas, que está compuesto de la Hueste de los Poderes Cósmicos, los Dhyân Chohans Creadores, más allá de los cuales todo es Tinieblas.
            
Analicemos la sabiduría de la Kabalah, aunque velada y falseada como lo está hoy día, para explicar en su lenguaje numérico un significado aproximado, al menos respecto a la palabra “cuervo”. Éste es su valor numérico, según se encuentra en el Origen de las Medidas:

            
El término Cuervo sólo es empleado una vez, y tomado como Eth-h’ orebv  ... = 678, ó 113 x 6; mientras que la Paloma es mencionada cinco veces. su valor es 71, y 71 x 5 = 355. Seis diámetros, o el Cuervo, cruzándose, dividirían la circunferencia del círculo, de 355, en 12 partes o compartimientos; y 355 subdividido por cada unidad por 6, sería igual a 213-0, o la Cabeza (“principio”) del primer versículo del Génesis. Éste, dividido o subdividido del mismo modo por 2, o el 355 por 12, daría 213-2, o la palabra B’râsh, ... o la primera palabra del Génesis, con su prefijo prepositivo, significando, astronómicamente, la misma forma general concretada que aquí se ha determinado.

            
Ahora bien; el sentido secreto del primer versículo del Génesis, siendo: “En Râsh (B’râsh) o Cabeza, se desarrollaron los Dioses, los Cielos y la Tierra”, fácil es comprender el significado esotérico del Cuervo, desde el momento en que semejante significado de la Inundación, o Diluvio de Noé, está comprobado. Cualesquiera que puedan ser los otros muchos significados de esta alegoría emblemática, el principal es el de un nuevo Ciclo y una nueva Ronda, nuestra Cuarta Ronda. El Cuervo o el Eth-h’ orebv, admite el mismo valor numérico que la Cabeza, y no volvió al Arca, mientras que la paloma volvió, llevando la rama de olivo; cuando Noé, el nuevo hombre de la nueva Raza (cuyo prototipo es Vaivasvata Manu), se preparaba a abandonar el Arca, la Matriz o Argha de la Naturaleza terrestre, es el símbolo del hombre puramente espiritual, sin sexo y andrógino de las tres primeras Razas, que desaparecieron de la tierra para siempre. Numéricamente, Jehovah, Adam, Noé, son uno en la Kabalah. A lo sumo, pues, es la Deidad descendiendo sobre el Ararat, y más tarde sobre el Sinaí, para encarnarse en el hombre, su imagen, por medio del procedimiento natural, la matriz de la madre, cuyos símbolos son el Arca, el Monte (Sinaí), etcétera, en el Génesis. La alegoría judía es astronómica y fisiológica, más bien que antropomórfica.
            
Y aquí es donde radica el abismo entre los sistemas ario y semítico, aunque fundados ambos en la misma base. Según lo ha demostrado un expositor de la Kabalah:

            
La idea fundamental en que está cimentada la filosofía de los hebreos era la de que Dios contenía todas las cosas en sí mismo, y que el hombre era su imagen; el hombre, incluyendo a la mujer (como Andróginos; y que) la geometría (y los números y medidas aplicables a la astronomía) están contenidos en los términos hombre y mujer; y la incongruencia aparente de semejante modo desaparecía, mostrando la relación del hombre y de la mujer con un sistema particular de números, medidas y geometría, por los períodos parturientos, que proporcionaban el lazo de unión entre los términos usados y los hechos mostrados, y perfeccionaban el modo empleado.

            
Se arguye que, siendo la causa primera absolutamente incognoscible, “el símbolo de su primera manifestación comprensible era el concepto de un círculo con su línea de diámetro, de modo que a la vez presentase la idea de la geometría, del falicismo y de la astronomía”; y esto se aplicó finalmente a la “significación, sencillamente, de los órganos generadores humanos”. De aquí que el ciclo entero de acontecimientos, desde Adán y los Patriarcas hasta Noé, se haya aplicado a objetos fálicos y astronómicos, los unos rigiendo a los otros, como, por ejemplo, los períodos lunares. De aquí también que el Génesis de los hebreos principie después de su salida del Arca, al fin del diluvio, esto es, en la Cuarta Raza. Con el pueblo ario es distinto.
             
Jamás ha rebajado el Esoterismo Oriental a la Deidad Única Infinita, la que contiene todas las cosas, hasta semejantes usos; y esto queda demostrado por la ausencia de Brahmâ en el Rig-Veda, y por las modestas posiciones que en él ocupan Rudra y Vishnu, que siglos después se convirtieron en los poderosos y grandes Dioses, los “Infinitos” de los credos exotéricos. Pero ni siquiera ellos, a pesar de ser “Creadores” los tres, son los “Creadores” y “antecesores directos de los hombres”. Vemos allí que estos antecesores ocupan un puesto aun inferior en la escala, y son llamados los Prajâpatis, los Pitris, nuestros Antepasados Lunares, etc., pero jamás el Dios Único Infinito. 

La Filosofía Esotérica presenta sólo al hombre físico como creado a imagen de la Deidad; la cual Deidad, sin embargo, no es más que los “Dioses Menores”. El Yo Supremo, el Ego verdadero, es el único que es divino y es Dios.

H.P.B  D.S TII

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