No es lícito
exponer en una obra impresa los trascendentales métodos de la Kabalah; pero sí describir los varios
procedimientos geométricos y aritméticos, para interpretar ciertos símbolos.
Los métodos de cálculo del Zohar, con
sus tres secciones denominadas: Gematría, Notaricón, Temura, más el Albath y el
Algath, son de muy difícil práctica. Sólo es capaz de comprenderlos el
cabalista que domine su ciencia con verdadera maestría. Más fatigosa labor
requiere aún el simbolismo de Pitágoras, cuya copiosa variedad exigiría años de
estudio para comprender tan sólo la clave general de sus abstrusas doctrinas.
Las principales figuras del simbolismo pitagórico son: el cuadrado (la
tetraktys), el triángulo equilátero, el punto en el círculo, el cubo, el triple
triángulo y finalmente la cuadragésima séptima proposición de Euclides, inventada
por el mismo Pitágoras, quien aparte esta excepción y contra lo que se cree, no
fue autor de los demás símbolos. Millares de años antes se conocían ya en la
India, de donde los trajo el filósofo de Samos, no como curiosidad
especulativa, sino como ciencia demostrada, según afirma Porfirio, tomándolo
del pitagórico Moderatus:
Los
números de Pitágoras eran símbolos jeroglíficos por medio de los cuales
explicaba todas las ideas relativas a
la naturaleza de las cosas.
La fundamental figura geométrica de
la Kabalah, según aparece en el Libro de los Números, y que según la
tradición y la enseñanza oculta dio el mismo Dios a Moisés en el Sinaí contiene la clave del problema del universo en sus grandiosas, aunque sencillas
combinaciones. Dicha figura entraña todas las demás.
El simbolismo de los números, y sus
matemáticas relaciones, es también una rama de la magia, especialmente de la
mental, o sea la adivinación y clarividencia. Los métodos difieren, pero la
idea fundamental es por doquiera la misma. Según indica Kenneth R. H. Mackenzie
en la Real Enciclopedia Masónica:
Un sistema adopta la unidad, otro la
trinidad y un tercero la quinquinidad. Además hay sistemas exagonales,
heptagonales, eneagonales, etc., hasta abismarse la mente en la contemplación
de la ciencia de los números.
Los caracteres devanâgarî, en que
generalmente se escribió el sánscrito, contienen todos los elementos de los
alfabetos hermético, caldeo y hebreo, y además el oculto simbolismo del “sonido
eterno” y el significado dado a cada letra en su relación con las cosas
espirituales y terrenas. Como el alfabeto hebreo tiene tan sólo veintidós
letras y diez números fundamentales, mientras que el devanâgarî consta de
dieciséis vocales y treinta y cinco consonantes con infinidad de combinaciones,
resulta considerablemente más amplio el margen que da este último más su
equivalente, y en una o varias cifras de la tabla de cálculo. Tiene además
muchos otros significados, dependientes de las especiales idiosincrasias y
características de la persona, o sujeto que ha de estudiarse. Así como los
indos pretenden haber recibido los caracteres devanâgarî de la misma Sarasvatî,
inventora del sánscrito, el “lenguaje de los devas”, o dioses (de su panteón
exotérico), del mismo modo la mayor parte de los pueblos antiguos atribuyó
divino origen a su alfabeto y a su idioma respectivo. La Kabalah llama al alfabeto hebrero las “letras de los ángeles”,
comunicadas a los patriarcas, de parecida suerte a como los rishis recibieron
de los devas los caracteres devanâgarî. El Libro
de los Números dice que los caldeos hallaron sus letras trazadas en el
firmamento por las “todavía no asentadas estrellas y cometas”; mientras que los
fenicios atribuían su alfabeto sagrado a los entrelazamientos de las serpientes
divinas. El alfabeto hierático, o natar khari, de los egipcios así como su
lenguaje sacerdotal se relacionan íntimamente con el antiquísimo “lenguaje de
la Doctrina Secreta”. Sus caracteres son devanâgarî, con místicas añadiduras y
combinaciones, en las que entra en gran parte el idioma senzar.
Los ocultistas occidentales conocen
muy bien la eficacia y potencia de los números y letras de los sistemas
citados, pero todavía los ignoran los estudiantes indos no ocultistas. En
cambio, los cabalistas europeos desconocen por lo común los secretos
alfabéticos del esoterismo indo. Al mismo tiempo, la masa general de lectores
occidentales nada absolutamente sabe de ninguno de ellos; y ni siquiera
sospecha cuán profundas huellas dejaron en el cristianismo, los esotéricos
sistemas de numeración del mundo antiguo. Sin embargo, estos sistemas numéricos
resuelven el problema de la cosmogonía para quien los estudie, y el sistema de
figuras geométricas representa los números objetivamente.
Para
comprender las ideas que de lo deífico y de lo abstruso tuvieron los antiguos,
es preciso estudiar el origen de las representaciones simbólicas de los
primitivos filósofos. Los Libros de
Hermes son los más antiguos depositarios de la simbología numérica, en el
ocultismo occidental. Según ellos, el número diez es la Madre del Alma y en él se unen la Vida y la Luz.
Porque según el sagrado anagrama Teruph del Libro
de las Claves (Números), el uno (1)
nació del espíritu y el diez (10), de
la materia: “la unidad ha hecho el diez y el diez la unidad”; lo que equivale
al conocido aforismo panteísta: “Dios en la naturaleza y la naturaleza en
Dios”.
La Gematría cabalística es
aritmética y no geométrica. Ella constituye un método para descifrar el
significado oculto de las letras, palabras y frases, mediante la aplicación a
las letras de una palabra su sentido numérico, así en la forma externa como en
el significado intrínseco. Como dice Ragon:
La cifra 1 simbolizaba al hombre viviente (un cuerpo en pie), pues es el
único ser que puede mantenerse en dicha posición. Añadiéndole al 1 una cabeza, resulta la letra P que simboliza la paternidad, la
potencia creadora. La R simboliza al
hombre en actitud de andar (con el pie hacia delante), esto es, iens, iturus.
La traza de los caracteres se acomodó
también al lenguaje hablado, pues cada letra es una figura a la vez fonética e
ideográfica, como por ejemplo la F,
que es un sonido cortante, como el del aire precipitándose en el espacio:
furia, fuga, fogonazo, son todas palabras que expresan y pintan lo que
significan.
Lo transcrito no pertenece, empero,
a la Gematría, sino a la primitiva y filosófica formación de las letras, con su
figura simbólica. La Temura es otro método cabalístico, por cuyo medio un
anagrama puede ocultar un misterio. Así, en el Sepher Yetzirah, leemos: “Uno, esto es el Espíritu del Alahim de
Vidas”. En los más antiguos diagramas cabalísticos los Sephiroth (el siete y el tres) están representados por ruedas o
círculos, y Adam Kadmon, el primer hombre, por una columna vertical. “Ruedas y
serafines y las santas criaturas” (Chioth),
dice el rabino Akiba. En otro sistema cabalístico denominado albath se disponen
las letras del alfabeto por pares en tres filas. Los pares de la primera valen diez numéricamente; y en el sistema de
Simeón ben Shetah
, el par superior es el más sagrado y va precedido de la
cifra pitagórica 1, y un cero, formando el 10.
Todos los seres, desde la primaria
emanación divina, o “Dios manifestado”, hasta la más ínfima existencia atómica,
“tienen su número particular, que de los demás los distingue y es fuente de sus
atributos, cualidades y destinos”. El azar, como enseñaba Cornelio Agrippa, es
en realidad sólo una progresión desconocida; y el tiempo es una sucesión de
números. De aquí que, siendo lo porvenir una combinación de azar y tiempo,
puedan utilizarse para calcular los ocultistas el resultado de un suceso o el
porvenir de una persona.
Dice Pitágoras:
Entre los dioses y los números hay
una misteriosa relación en que se funda la ciencia de la aritmancia. El alma es un mundo autocinemático; el alma se contiene
a sí misma y es el cuaternario, la tetraktys [el cubo perfecto].
Hay números nefastos y fastos, es
decir, maléficos y benéficos. Así mientras el 3 –primer número impar (puesto
que el uno subsiste por sí mismo)-, es la divina figura o triángulo, el 2 lo
repudiaron en cambio los pitagóricos, porque representaba la materia, el
principio pasivo y malo, el número de Mâyâ, la ilusión.
Al paso que el número uno simbolizaba armonía y orden, el
principio del bien (el Dios único designado en latín por la palabra Solus, de la que se deriva la de Sol,
como símbolo de la Divinidad), el número dos
expresó la idea contraria. Así empezó la ciencia del bien y del mal. Todo
lo que es doble, falso y opuesto a la realidad única, era descrito como
binario. También expresaba toda idea natural de contraste, como el día y la
noche, luz y tinieblas, calor y frío, humedad y sequía, salud y enfermedad,
verdad y error, macho y hembra, etc.... Los romanos consagraban a Plutón el
segundo mes del año; y el segundo día de este mes celebraban sacrificios
expiatorios en honor de los manes, de cuyo rito se deriva el establecido y
copiado más tarde por la Iglesia latina. El pontífice Juan XIX instituyó en
1003 la fiesta de los muertos, señalándoles el dos de Noviembre, segundo mes de
Otoño.
Por otra parte, el triángulo, una
perfecta figura geométrica, ha gozado de gran predicamento en todos los países.
He aquí la razón:
Ni con una ni con dos rectas se
puede trazar en Geometría una figura perfecta. Para ello se necesitan tres
rectas, cuya conjunción constituye un triángulo o figura geométrica perfecta,
la más sencilla. Por lo tanto, el triángulo simbolizó desde un principio y
continúa simbolizando lo Eterno, y la primaria perfección. La palabra apelativa
de la Divinidad empezaba en griego por la letra delta de forma triangular equilátera ....., cuyos tres lados
simbolizan la Trinidad, los tres reinos, o la naturaleza divina. Así en casi
todas las lenguas latinas el nombre de Dios empieza por D. En el centro del
triángulo simbólico, campea la letra hebrea Jor,
la inicial de Jehovah, el espíritu animador, el fuego, el principio
generador representado en los idiomas septentrionales por la letra G, inicial
de “God”, que filosóficamente
significa la generación.
Según afirma acertadamente Ragon, la
Trimûrti induísta está personificada en el mundo de las ideas por la Creación,
la Conservación y la Destrucción, o Brahmâ, Vishnu y Shiva; y en el mundo de la
materia por la tierra, el Agua y el Fuego o Sol. El símbolo de la Trimûrti es
el loto, la flor que vive por virtud de la tierra, del agua y del sol. El
loto, consagrado a Isis, tuvo la misma significación en Egipto; pero como esta
planta no medra en Palestina ni en Europa, el simbolismo cristiano la reemplazó
por el nenúfar o la azucena. Tanto en la Iglesia latina como en la griega se ve
en los cuadros de la Anunciación al arcángel Gabriel con el trínico símbolo de
las azucenas en la mano ante la Virgen María; y en lo alto del altar el ojo de
la Providencia dentro de un triángulo en substitución del yod o God, hebreo.
Como
dice Ragon, hubo un tiempo realmente, en que los guarismos y las letras
significaban algo más que un simple sonido.
Su carácter era entonces más noble.
La forma de cada signo tenía sentido completo y una doble interpretación
adecuada a una doctrina dual, además del significado de la palabra. Así,
cuando los sabios querían escribir algo que sólo comprendieran los doctos,
inventaban una novela, una fábula, una conseja o cualquier otra ficción con
personajes humanos y lugares geográficos cuyos caracteres literales descubrían
lo que el autor significaba en su narración. Tales fueron todas las invenciones
religiosas.
Cada denominación y vocablo tenía su
fundamento. El nombre de una planta o de un mineral denotaba desde luego su
naturaleza a los iniciados, que fácilmente echaban de ver la esencia de cada
cosa cuando estaba representada por tales caracteres. La escritura china ha
conservado hasta hoy gran parte de este gráfico y pictórico simbolismo, aunque
se ha perdido el secreto del sistema en conjunto. Sin embargo, aún ahora, hay
en China quienes en una sola página pueden escribir la materia de un volumen
entero; habiendo perdurado hasta nuestros días los símbolos a la vez
históricos, alegóricos y astronómicos.
Además, existe entre los iniciados
un lenguaje universal, que los adeptos, y aun los discípulos, de cualquiera
nacionalidad, entienden como si fuera su propio idioma. Los europeos, por el
contrario, sólo poseemos un signo gráfico común a todos los idiomas: el &
(y). Existe un lenguaje más rico en términos metafísicos que ningún otro de los
existentes cuyas palabras están expresadas por signos comunes. La llamada
lítera pitagórica, o sea la ..... griega (Y), podía representar varias ideas y servir de secreta respuesta a varias preguntas, pues era como un símbolo
para muchas cosas, la Magia blanca y negra por ejemplo. Supongamos que uno
preguntaba a otro: ¿A qué escuela de magia pertenece tal o cual cosa? Si el
preguntado trazaba la Y con el brazo derecho más grueso que el izquierdo,
significaba con ello que pertenecía “a la mano derecha o magia blanca”; pero si
trazaba la letra del modo ordinario, con el brazo o rama izquierda más gruesa
que la derecha significaba lo contrario. En Asia, y especialmente en los
caracteres devanâgarî, cada letra tenía varios significados secretos.
Entre el más sagrado conocimiento
cabalístico, se cuentan las interpretaciones del oculto sentido de las obras
apocalípticas, cuya clave da la Kabalah.
Asegura San Jerónimo que la Escuela de los Profetas conoció y enseñó estas
interpretaciones, lo cual es muy posible. El erudito hebraísta Molitor, dice en
su obra sobre la tradición:
Las
veintidós letras del alfabeto hebreo eran consideradas como una emanación o
expresión visible de las divinas fuerzas inherentes al inefable nombre.
Estas
letras tienen su equivalente y sustituto numérico, como sucede en los demás
sistemas. Por ejemplo, la duodécima y la sexta letras del alfabeto valen
dieciocho en un nombre; y las demás letras de este nombre añadidas o sumadas se
cambian por la cifra correspondiente, quedando así todas estas cifras sujetas a
un procedimiento algebraico que las transforma de nuevo en letras; después de
lo cual estas últimas revelan al investigador “los más ocultos secretos de la
divina Permanencia (la eternidad en su inmutabilidad) en lo porvenir”.
H.P. Blavatsky D.S TV
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