La
cosmogonía de Hermes es tan alegórica como el sistema mosaico, si bien
externamente concuerda mucho más con las enseñanzas de la Doctrina Secreta y
aun con las de la ciencia moderna. Dice el tres veces gran Trismegisto: “No es
mano la mano que modeló el mundo en la preexistente materia sin forma”; a lo
cual replica el Génesis diciendo: “El
mundo fue creado de la nada”; aunque la
Kabalah niegue tal significado de sus frases preliminares. Ni los
cabalistas, ni los indos arios, han admitido nunca semejante absurdo; pues
según ellos, el fuego, el calor y el movimiento fueron los principales
instrumentos para modelar el mundo, en la materia preexistente. El Parabrahman
y Mûlaprakriti de los vedantinos, corresponden como prototipos al Ain Soph y
Shekinah de los cabalistas. Aditi es el original de Sephira, y los Prajâpatis
son los hermanos mayores de los Sephiroth. La teoría nebular de la ciencia
moderna, con todos sus misterios, está explicada en la cosmogonía de la
doctrina antigua; y el paradójico aunque científico enunciado, según el cual
"“l enfriamiento produce contracción y la contracción produce calor,
resultando por lo tanto que el enfriamiento produce calor"” se nos dice es
el principal agente en la formación de los mundos, y especialmente de nuestro
Sol y sistema solar.
Quienquiera que posea la clave
encontrará el significado de todo esto en los treinta y dos admirables Caminos
de Sabiduría que llevan el signo de “Jah Jehovah Sabaoth” en el Sepher Yetzirah. Respecto de la
interpretación dogmática o teológica de los primeros versículos del Génesis, el
mismo libro la da cumplidamente al hablar de las tres madres: el aire, el agua
y el fuego, que el autor describe como una balanza con el bien en un platillo,
el mal en el otro y el fiel entre ambos.
En todos los países ha sido siempre
el mismo, uno de los nombres secretos de la eterna, única y omnipresente
Deidad, habiéndose conservado hasta hoy, con ligeras variaciones fonéticas, en
los distintos idiomas.
La sagrada sílaba Aum
de los indos, fue el ..... Aion de
los griegos y el Evum (Pan o Todo) de
los romanos.
Al “trigésimo camino” se le llama “comprensión de conjunto” en el Sepher Yetzirah, porque:
Por
su medio, los celestiales adeptos forman juicio de las estrellas y signos
celestes, y sus observaciones de las órbitas son la perfección de la ciencia .
Al
trigésimo segundo y último se le llama allí “comprensión del servicio”, porque
él es:
Un regulador de todos los que están
sirviendo en la obra de los siete planetas, de conformidad con sus huestes.
La
“obra” era la iniciación, durante la cual se comunicaban los misterios
relativos a los “siete Planetas” y también el misterio del “Iniciado-Sol” con
sus siete irradiaciones o rayos separados (gloria y triunfo del ungido, del
Christos); misterio que aclara la enigmática expresión de Clemente de Alejandría
cuando dice:
Porque vemos que muchos de los
dogmas de tales sectas [la filosofía de los griegos y las religiones de los
bárbaros] no han llegado a perder su sentido externo ni se apartan del orden de
la naturaleza [“separando el Cristo” o más bien el Chrestos], y se
corresponden en su origen con la verdad como las partes con el todo.
En Isis sin Velo (II, cap. VIII), hallará el lector una información
mucho más amplia de la que pudiéramos dar aquí sobre el Zohar y su autor, el gran cabalista Simeón Ben Jochai. Se dice que
para estar en posesión de la doctrina oculta del Mercaba y con aptitud para
recibir la “Palabra” vio su vida en peligro, y tuvo que huir al desierto y
refugiarse en una cueva donde permaneció doce años acompañado de sus fieles discípulos
hasta que allí murió finalmente entre prodigios y maravillas. Sus
enseñanzas acerca del origen de la Doctrina Secreta, o de la Sabiduría Secreta,
como él la llama, son iguales a las que hallamos en Oriente, con la excepción
de que pone a “Dios” en el lugar del Jefe de la hueste de espíritus
planetarios, diciendo que en el principio el mismo Dios enseñó esta
Sabiduría a cierto número de ángeles
elegidos; mientras que las enseñanzas orientales difieren en esto según
veremos.
Ante nosotros se hallan algunos
estudios sintéticos y cabalísticos sobre el sagrado Libro de Enoch y el Taro (Rota). En el prefacio del manuscrito
original de un ocultista de Occidente, se leen estas palabras:
No
hay más que una Ley, un Principio, un Agente, una Verdad y una Palabra. Como es
arriba es abajo. Todo cuanto existe, resulta de la cantidad y del equilibrio.
Este
triple epígrafe y el axioma de Eliphas Levi, muestran la identidad del
pensamiento entre Oriente y Occidente acerca de la Doctrina Secreta, que, según
nos dice el mismo manuscrito, es:
La llave de las cosas ocultas, la
llave del santuario. Es la sagrada palabra que da al adepto la suprema razón
del ocultismo y sus misterios. Es la quinta esencia de las filosofías y de los
dogmas; es el alfa y el omega; es la luz, la vida y la sabiduría universal.
El
Taro, o Rota, del sagrado Libro de Enoch,
da además en el prefacio esta explicación:
La antigüedad de este libro se
pierde en la noche de los tiempos. Su
origen es indo, y se retrotrae a una época muy anterior a Moisés... Está
escrito en planchas sueltas, que en un principio fueron de oro fino y otros
metales preciosos... Su estilo es simbólico, y sus combinaciones se adaptan a
todos los anhelos del espíritu. Aunque alterado por el tiempo, conserva, sin
embargo, gracias a la ignorancia de los curiosos, su primitivo carácter en los
principales tipos y figuras.
Éste es el Rota de Enoch, llamado
ahora Taro de Enoch, al que, según vimos, alude De Mirville diciendo que “las
planchas metálicas no destruidas por el diluvio” fueron usadas por la “magia
diabólica” que él atribuye a Caín. Escaparon del diluvio por la sencilla razón
de que este cataclismo no fue “universal” en la plena acepción de la palabra.
Dícese que el libro es de “origen indo” porque se remonta a los arios de la
primera subraza de la quinta raza raíz, antes de la completa destrucción del
último reducto de la Atlántida. Pero, aunque su origen se confunde con el de
los antepasados de los indos primitivos, no se conoció primeramente en India.
Su origen es más antiguo y sus huellas han de buscarse más allá de los
Himalayas, la nívea cordillera. Su cuna fue aquella misteriosa comarca cuya
situación nadie ha podido determinar, y que es desesperación de geógrafos y
teólogos cristianos. En esa ignota comarca coloca el brahmán su Kailâsa, el
monte Sumeru y el Pârvatî-Pamir, transformado por los griegos en el Paropamiso.
Las tradiciones acerca del Edén se
refieren a esta comarca, que todavía subsiste, y de la cual derivaron los
griegos su Parnaso. Tal es el origen de muchos personajes bíblicos, ya
hombres, semidioses, héroes y algunos (muy pocos), mitos, dobles astronómicos
de los primeros. Entre estos se cuenta Abram. Según la leyenda, era un brahmán
caldeo cuyo nombre se transformó más tarde, después de que repudió sus
Dioses y abandonó su Ur (pur,
“ciudad”?) de caldea, en A-brahm (o A-braham) que significa “no brahmán”.
Abram, emigró así y llegó a ser “padre de muchos pueblos”. El estudiante de
ocultismo ha de tener presente que los dioses y héroes de los antiguos
panteones (de la Biblia inclusive),
tienen tres biografías por así decir, cada una paralela a las demás y relativa
a un aspecto del héroe: la histórica, la astronómica y la mítica. Ésta
relaciona íntimamente las dos primeras, cuyas verdades encubre simbólicamente.
Los lugares guardan correspondencia con sucesos astronómicos y aun psíquicos.
De este modo quedó la Historia cautiva de los antiguos misterios, hasta llegar
a ser la gran esfinge del siglo XIX. Pero en vez de devorar ella a los
demasiado obstinados preguntones que quieren descifrarla a toda costa, el
moderno Edipo la ha profanado y mutilado, ahogándola después en el mar de la
especulación. Esto nos lo demuestran no tan sólo las secretas enseñanzas que al
fin y al cabo se comunican con mucha parsimonia, sino también los simbologistas
profanos y hasta los geómetras. El distinguido masón de Cincinnati, Mr. Ralston
Skinner, en su obra La clave de los
Misterios hebraico-egipcios, estudia el enigma de un dios tan poco divino
como el Hah-ve bíblico; y para completar este estudio se ha constituido una
sociedad de eruditos, presidida por un caballero de Ohio y cuatro
vicepresidentes, uno de los cuales es el conocido astrónomo y egiptólogo Piazzi
Smyth. El mismo problema estudia el director del Real Observatorio de Escocia
en su obra titulada: Maravillas,
Misterios y Enseñanzas de la Gran Pirámide, faraónica de nombre y humana de
hecho. Trata de probar en esta obra, igualmente que el autor norteamericano
antes citado, que el sistema de medidas actualmente usado en Inglaterra es el
mismo que los egipcios emplearon en la construcción de su pirámide; o como
Skinner dice textualmente, que “el codo antiguo y la pulgada inglesa” se
derivan de la “medida fundamental” de los Faraones. De ella se “derivaron”
muchas otras medidas, según quedará plenamente demostrado antes de terminar el
siglo XX. En las religiones occidentales, no solamente está todo relacionado
con medidas, figuras geométricas y cómputos cronológicos que se ven en la mayor
parte de los personajes históricos, sino que estos se relacionan también
con el cielo y la tierra en verdad, pero con los cielos y tierra de la India
aria, no con los de Palestina.
Los prototipos de casi todos los
personajes bíblicos deben buscarse en la teogonía primera de la India. Los
Patriarcas o “Hijos de la Tierra” proceden de los Hijos de Brahmâ “Nacidos de
la Mente”, o mejor dicho de los Dhyâni-Pitris (“Padres de los Dioses”) o “Hijos
de la Luz”. Porque así como, según nos dice el Manu-Smriti, el Rig Veda
y sus tres Vedas hermanos han sido “elaborados con fuego, aire y sol”, o sea
Agni, Indra y Surya, así también el Antiguo Testamento fue innegablemente
“elaborado” por los más ingeniosos cerebros de cabalistas hebreos, parte en
Egipto y parte en Babilonia, “asiento desde su origen de la literatura
sánscrita y de las enseñanzas brahmánicas”, como declaró el coronel Vans
Kennedy. Uno de los tipos copiados fue el de Abram o Abraham, en cuyo seno
esperan descansar después de la muerte todos los judíos ortodoxos, estando
situado en "“l cielo de las nubes" o Abhra.
Desde los días de Abraham a los del
Taro de Enoch parece transcurrir muchísimo tiempo; y sin embargo, ambos están
estrechamente ligados por más de un vínculo. Según ha indicado Gaffarel, los cuatro
animales simbólicos de la vigésima prima clave del Taro en el tercer
septenario, son los Terafines de los judíos, inventados y adorados por Terah,
padre de Abram, y usados en los oráculos del Urim y Thummim. Además, Abraham es
astronómicamente la medida solar y una porción del Sol, mientras que Enoch
significa el año solar, lo mismo que Hermes o Thot; y Thot, numéricamente,
“equivale a Moisés, o Hermes” “el señor de los reinos inferiores y maestro de
sabiduría”, según nos dice Skinner. Pero como el Taro, lo mismo que la
masonería y el ocultismo, “es invención del infierno”, a juzgar por una de las
últimas bulas del papa, resulta evidente la relación. El Taro contiene los
misterios de las transformaciones de los personajes míticos en cuerpos celestes
o en constelaciones y viceversa. La “rueda de Enoch” es el símbolo más antiguo
de cuantos se conocen, pues se le encuentra en China. Eliphas Levi afirma que
este símbolo era patrimonio de todos los pueblos antiguos, si bien su
significado se ha mantenido en impenetrable secreto.
Vemos por lo tanto que ni el Libro
de Enoch (su “Rueda”), ni el Zohar, ni obra alguna cabalística,
contienen pura y simplemente la Sabiduría hebrea. Siendo la doctrina en sí
misma el resultado de muchos milenios de ejercicio mental, ha de constituir el
mejor lazo entre los adeptos de todos los países. Sin embargo, el Zohar es la obra que más copiosamente
enseña las prácticas de ocultismo; si bien conviene atender para ello a los
signos secretos estampados al margen del original, pues de nada sirven en punto
a ocultismo las traducciones y comentarios que de esta obra han hecho varios
críticos. Dichos signos entrañan ocultas enseñanzas, aparte de las metafísicas
interpretaciones y aparentes absurdos creídos por el historiador Josefo, quien
por no estar iniciado expuso la letra
muerta, como la había aprendido.
H.P. Blavatsky D.S TV
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