viernes, 16 de noviembre de 2018

LOS PLANETAS, LOS DÍAS DE LA SEMANA Y SUS CORRESPONDIENTES COLORES Y METALES




En el Diagrama II , los días de la semana no aparecen en el orden usual, sino que están colocados con relación a los colores del espectro y a los correspondientes colores de sus planetas regentes. Los primitivos cristianos tienen la culpa de la confusión introducida en el orden de los días semanales; pues tomaron de los judíos los meses lunares y quisieron entremezclarlos con los planetas solares, hasta el punto de no corresponder el orden de éstos con el de los días actualmente.
Los antiguos colocaban los planetas en el orden siguiente: Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter y Saturno. Además, en la India y el Egipto, las dos naciones más antiguas, dividían el día en cuatro partes, cada una de las cuales estaba bajo la protección y gobierno de un planeta. Con el tiempo cada día tomó el nombre del planeta que presidía su primera porción, o parte matutina.

Los cristianos procedieron al arreglo de la semana con objeto de poner en séptimo lugar el día del Sol o domingo, y así fueron dando a cada día de la semana el nombre del cuarto planeta en turno, es decir comenzando con la Luna (Lunes), ellos los contaron así: Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte; así el Martes, el día cuya primera porción era regida por Marte, llegó a ser el segundo día de la semana y así sucesivamente. Recuérdese que la Luna, como el Sol, reemplazan cada uno a un planeta secreto.
 La actual división del año solar es posterior de algunos siglos al comienzo de la era cristiana; y nuestra semana no es la misma que la de los antiguos y la de los ocultistas.
La división septenaria de las fases lunares es tan vieja como el mundo, y tuvo su origen en los pueblos que computaban el tiempo por lunaciones.

Los hebreos no la empleaban (aunque el segundo capítulo del Génesis parece hablar de ella), pues sólo contaban el séptimo día, o sábado. Hasta la época de los Césares no se nota vestigio alguno de una semana de siete días en ninguna nación, excepto los indos. De la India la tomaron los árabes, y el cristianismo la introdujo en Europa.

La semana de los romanos constaba de ocho días, y la ateniense de diez202. Así, una de las innumerables contradicciones y falacias del cristianismo, es la adopción de la inda semana septenaria del cómputo lunar, conservando al propio tiempo el nombre mitológico de los planetas.
 Los astrólogos modernos, no dan tampoco la correspondencia de los días y los planetas con sus colores respectivos; mientras que los ocultistas pueden comprobar razonadamente todos los pormenores de sus tablas cromáticas. * * *

 Para terminar este primer apunte diremos que los lectores han de agruparse en dos amplios órdenes:.
1º Los que no han desechado del todo las usuales escépticas dudas, pero que anhelan conocer cuanto de verdad haya en las afirmaciones de los ocultistas;
2º Los que ya libres de las trabas del materialismo y de la relatividad, advierten que la real y verdadera dicha ha de buscarse únicamente en el conocimiento y personal experiencia, llamada Brahmavidyâ por los filósofos indos, y el conocimiento de Âdi–buddha203 por los arhats buddhistas. El primer grupo de lectores puede entresacar de estos estudios aquellas explicaciones que de los fenómenos de la vida no pueda darle la ciencia profana.

Aun con tales limitaciones, aprenderán en uno o dos años más de cuanto les hayan enseñado sus colegios y universidades. Respecto de los lectores sinceramente creyentes, quedará premiada su fe al transmutarse en conocimiento. El verdadero conocimiento es privativo del espíritu y sólo puede adquirirse por la mente superior, el único plano en que podemos sondear las profundidades de la omnipenetrante Absolutividad. Quien obedece tan sólo a las leyes establecidas por mentes humanas y vive con arreglo a la falaz legislación de los mortales, toma por estrella guiadora un faro que brilla en el océano de Mâyâ, o de las ilusiones temporales, y que únicamente dura una encarnación.

Las leyes humanas sólo son necesarias para la vida y bienestar físicos del hombre. Son piloto que lo guía a través de los bajíos de una existencia, dueño que con él parte, en el dintel de la muerte. Mucho más feliz es el hombre que en el objetivo plano temporal cumple estrictamente los deberes de la vida diaria, obedece las leyes de su país, y dando al César lo que es del César, lleva en realidad una espiritual y permanente existencia, sin solución de continuidad, sin quebraduras ni intermedios en ninguna de sus etapas, ni siquiera en los altos y descansos de la prolongada peregrinación de la pura vida espiritual.

 Todos los fenómenos de la mente inferior humana desaparecen como el telón de un escenario, y le permiten vivir en la región del más allá, en el plano nouménico, el único real. Si el hombre logra por la supresión, ya que no por el aniquilamiento, de su egoísmo y personalidad, conocerse a sí mismo tal como es, tras el físico velo de Mâyâ, pronto transcenderá toda pena y miseria y toda mudanza de donde dimana la pena. Semejante hombre será físicamente de materia, y sin embargo, vivirá fuera y más allá de ella. Su cuerpo estará sujeto a cambios, pero él permanecerá inmutable en su sempiterna vida, aun en los temporáneos y efímeros cuerpos. Todo esto puede realizarse por el acrecentamiento del inegoísta y universal amor a la Humanidad, por la supresión del egoísmo o personalidad, de que proviene toda humana tristeza y es causa de todo pecado.

 APUNTE II

 En vista de la abstrusa naturaleza de los temas de que tratamos, el presente estudio empezará con la explicación de algunos puntos que quedaron oscuros en el anterior, así como con algunas aclaraciones. definitivas de lo que tenía apariencia de contradicción.

Los astrólogos, de los cuales hay muchos entre los esoteristas, es probable se encuentren suspensos ante algunas afirmaciones completamente contraria a sus enseñanzas; mientras los desconocedores de la materia tal vez se encuentren por de pronto combatidos por quienes hayan estudiado los sistemas esotéricos de la Cábala y la Astrología. Porque téngase presente que nada de lo que se imprima para todo el mundo y lo que el estudiante pueda leer y observar en las bibliotecas y museos públicos, es verdaderamente esotérico; sino que está encubierto de propósito con intencionados “velos”, o por lo menos no puede estudiarse ni comprenderse provechosamente, sin un completo glosario de términos ocultos.

 Por lo tanto, las siguientes enseñanzas explicativas pueden ser de utilidad a los estudiantes, ayudándoles para la mejor comprensión del estudio precedente. En el diagrama I, se ha de observar que los 3, 7 y 10 centros son, respectivamente, como sigue:
 1º El 3 corresponde al mundo espiritual de lo Absoluto, y por lo tanto, a los tres principios superiores del hombre.
 2º El 7 corresponde a los mundos espiritual, psíquico y físico y al cuerpo del hombre.
Lo físico, lo metafísico y lo hiperfísico constituyen la simbólica tríada del hombre en este plano.
 3º El diez, o suma de 3 + 7, es el conjunto del Universo, en todos sus aspectos, así como de su microcosmos, o sea el hombre con sus diez orificios.

 Prescindiendo por de pronto de la década superior (el Kosmos) y de la década inferior (el Hombre), los tres primeros números de la separada septena se refieren directamente al espíritu, alma y envoltura áurica del ser humano, así como también al elevado mundo suprasensorio.

Los cuatro números inferiores, o los cuatro aspectos, corresponden también al hombre, así como también al Kosmos, y su conjunto está sintetizado en lo Absoluto. Si con arreglo a la simbología de todas las religiones orientales concebimos estos tres grados distributivos de existencia contenidos en un Huevo, llamaremos a ese Huevo, Svabhâvat, o el Ser–Todo, en el plano manifestado.

Verdaderamente no tiene este Universo ni centro ni periferia; pero en la individualizada y finita mente del hombre, sí los tiene, como natural consecuencia de las limitaciones del pensamiento humano.

 En el diagrama II, como allí se advierte, no necesitamos detenernos en los números de la columna izquierda, pues no son los números característicos de los principios humanos o de los planetas, sino que se refieren únicamente a las jerarquías de colores y sonidos en el plano metafísico.

Los principios humanos no admiten numeración, porque todos los hombres difieren entre sí, de la propia suerte que tampoco hay en la tierra dos briznas de hierba absolutamente idénticas.

La numeración es aquí asunto de progreso espiritual y del natural predominio de un principio sobre otro.
En un hombre puede tener el Buddhi el número uno; mientras que en otro, por ejemplo, un sensualista bestial, lo tendrá el Manas inferior. El cuerpo físico, o acaso Prâna, el principio de la vida, predominará y ocupará el primer lugar o plano, en quien goce de robusta salud y rebose vitalidad; pero en otros casos dicho principio ocupará el ínfimo lugar. Además, los colores y metales correspondientes a los planetas y principios humanos, según puede observarse, no son los que conocen exotéricamente los modernos astrólogos y ocultistas occidentales.

 Veamos de dónde los modernos astrólogos adquirieron sus nociones acerca de la correspondencia entre planetas, metales y colores. Y aquí nos acordamos de un orientalista moderno que, juzgando por las apariencias, atribuía a los antiguos acadianos, caldeos, indos y egipcios, la grosera creencia de que el Universo, y lo mismo la Tierra, tenían la forma de una taza puesta boca abajo.

Así lo infería dicho orientalista de las simbólicas representaciones de algunas inscripciones acadianas y de las esculturas asirías. Sin embargo, no debemos explicar aquí por qué se equivocó el asiriólogo; pues todas las mencionadas representaciones son meramente símbolos del Khargakkurra, la Montaña del Mundo, o Monte Meru, y se refieren tan sólo al polo Norte, la tierra de los dioses (véanse los Vol. I y III).

Los asirios exponían como sigue sus enseñanzas exotéricas acerca de los planetas y sus correspondencias. 




Éste es el ordenamiento adoptado hoy por los astrólogos cristianos, con excepción del de los días de la semana, de los que han hecho un deplorable revoltijo al juntar los nombres planetarios solares con las semanas lunares, según se dijo en el Apunte I. Éste es el sistema geocéntrico de Ptolomeo, que representa el Universo según el siguiente diagrama, con la Tierra en el centro y el Sol en el cuarto lugar de los planetas.



Y si diariamente se nos ofrecen pruebas de que la cronología cristiana y el orden de los días de la semana están basados en un error astronómico, ya es tiempo de empezar a reformar la Astrología, que ha llegado a nosotros fundada sobre cimientos un tanto equivocados procedentes de las exotéricas plebes de Caldea y Asiria. Pero las correspondencias dadas en estos apuntes son puramente esotéricas.
De ello se infiere que cuando los planetas de nuestro sistema solar se designan o simbolizan como en el diagrama II, no debe suponerse que se refieran estos nombres a los mismos cuerpos planetarios, sino a los tipos, en un plano puramente físico, de la septenaria naturaleza de los mundos psíquico y espiritual.
Un planeta material sólo puede corresponderse con una cosa también material.

Así, cuando se dice que Mercurio corresponde al ojo derecho, no significa que el planeta objetivo tenga influencia alguna en este órgano visual, sino que el planeta y el órgano se corresponden místicamente por mediación de Buddhi. El hombre deriva su Alma espiritual (Buddhi) de la esencia de los Mânasa Putra o Hijos de Sabiduría, que son los divinos seres o ángeles, que gobiernan y presiden sobre el planeta Mercurio. De la misma manera se indican en correspondencia Venus, Manas y el ojo izquierdo. Exotéricamente no hay tal relación entre los ojos físicos y los planetas físicos; pero la hay esotéricamente; porque el ojo derecho es el “Ojo de la Sabiduría”, es decir, que se corresponde magnéticamente con el oculto centro cerebral a que llamamos204 el “tercer ojo”, mientras que el izquierdo se corresponde con el cerebro inteIectivo, o sea con aquellas células que en el plano físico sirven de órgano a las facultades del pensamiento.

Así lo indica el cabalístico triángulo de Kether, Chokmah y Binah. Chokmah y Binah, la Sabiduría y la Inteligencia, el Padre y la Madre, o también el Padre y el Hijo, están en el mismo plano y reaccionan uno sobre otro. Cuando la conciencia individual se dirige hacia dentro, sobreviene la conjunción de Manas y Buddhi. Esta conjunción es permanente en el hombre espiritualmente regenerado, pues el Manas Superior se adhiere a Buddhi más allá del dintel del Devachan; y entonces se dice que el alma, o mejor dicho, el espíritu (que no debemos confundir con Âtmâ o el Superespíritu), se dice entonces que posee el “Ojo Único”.

En otras palabras, esotéricamente, el “Tercer Ojo” es activo. Mercurio lleva también el nombre de Hermes, y Venus el de Afrodita, y su conjunción en el hombre psico–físico le da, por lo tanto, el nombre de hermafrodita, o andrógino. Sin embargo, el hombre estrictamente espiritual está completamente desligado del sexo. El hombre espiritual se corresponde directamente con los superiores “círculos coloreados”, o divino espectro dimanante del blanco e infinito Círculo Único; mientras que el hombre físico procede de los Saphiroth, llamados las Coces o Sonidos en la filosofía oriental. Estas “Voces” son inferiores a los “Colores”, pues equivalen a los siete Sephiroth llamados las Voces o Sonidos en la filosofía oriental.

Estas “Voces” son inferiores a los “Colores”, pues equivalen a los siete menores o sonidos objetivos que se ven y no se oyen, según indican el Zhar 205 y aun el Antiguo Testamento 206. De la propia suerte se dice que las ventanas de la nariz por donde se inspira el “Hálito de la Vida”207, Corresponden al Sol la derecha y a la Luna la izquierda, porque Brahmâ–Prajâpati y Vach, u Osiris e Isis, son los padres de la vida natural. El cuaternario formado por los ojos y las ventanas de la nariz (Mercurio–Venus y Sol–Luna), son para los cabalistas los ángeles que guardan los cuatro extremos de la Tierra. Lo mismo dice la filosofía esotérica de Oriente, con añadidura de que el Sol no es un planeta, sino el astro central de nuestro sistema, y que la Luna es un planeta muerto, del que se han desprendido todos los principios.

El Sol representa, según el esoterismo oriental, a un planeta invisible que se halla entre Mercurio y el Sol; y la Luna a otro planeta que parece haber ahora desaparecido de la vista. Éstos son los cuatro mâharâjâs208 los “Cuatro Santos Seres” relacionados con Karma y con la Humanidad, con el Kosmos y el Hombre, en todos sus aspectos. Son ellos: El Sol (o su substituto Miguel); la Luna (o su substituto Gabriel); Mercurio (Rafael); y Venus (Uriel). No necesitamos repetir que los mundos planetarios son tan sólo símbolos físicos, y el sistema esotérico casi nunca se refiere a ellos, sino que en dichos nombres simboliza sus fuerzas cósmicas, psíquicas, físicas y espirituales. En resumen, los siete planetas físicos son los Sephiroth inferiores de la Kabalah; y nuestro trino Sol físico, del que únicamente vemos el reflejo, está simbolizado, o mejor dicho, personificado por la Tríada Superior o Corona Sephirotahl209.

 Conviene indicar, además, que los números adscritos a los principios físicos en el diagrama I, aparecen inversamente en las obras exotéricas, porque el orden depende de la escuela a que pertenece el autor. Unas escuelas cuentan tres, otras cuatro, algunas seis y a veces siete, como los buddhistas esotéricos. Según hemos dicho210, la escuela esotérica quedó dividida en dos ramas desde el siglo xiv; una para los discípulos más aventajados o lanus internos, y la otra para los discípulos laicos. El señor Sinnet recibió cartas de un gurú advirtiéndole que no se le podría instruir en la verdadera doctrina esotérica, únicamente comunicada a los juramentados discípulos del círculo interno. (Véase The Mahâtmâ Letters to A. P. Sinnett, pág. 494). Los números y principios no están sobrepuestos como las capas de una cebolla; sino que el estudiante debe apreciar por sí mismo el número adecuado a cada uno de sus principios, cuando llegue la ocasión de estudiar prácticamente. Lo expuesto sugerirá al estudiante la necesidad de conocer los principios por sus nombres y sus respectivas facultades, independientemente de todo sistema numeral, y por su relación con los centros de acciones, colores, sonidos, etc., hasta que éstos lleguen a ser inseparables.

El antiguo y ya familiar método de enumerar los principios, que se expuso en The Theosophist y en el Buddhismo Esotérico, determinan otra aparente y embarazosa contradicción, aunque en realidad no lo sea en modo alguno. Los principios números 3 y 2 (Linga Sharîra y Prâna o Jîva) aparecen en dicho método inversamente a como los da el diagrama I, que da el orden esotérico, según el cual, el Linga Sharîra es el vehículo de Prâna o Jîva (el principio vital), y por lo tanto, ha de ser necesariamente inferior a Prâna, y no superior como supone la anterior numeración exotérica.

Los principios no están superpuestos, y así no pueden numerarse correlativamente; su orden depende del predominio de unos u otros, y difiere, por consiguiente, en cada individuo. El Linga Sharîra es el antetipo protoplásmico, o doble, del cuerpo físico, que es su imagen. En tal concepto le llama el diagrama II progenitor del cuerpo físico, es decir, la madre fecundada por Prâna, el padre.

La mitología egipcia simbolizaba esta idea en el nacimiento de Horus, el hijo de Osiris e Isis; aunque, como todos los mitos sagrados, tenga a la vez una triple significación espiritual y una séptuple significación psiquicofísica. Para terminar, podemos decir, en rigor de verdad, que Prâna, el principio vital, no tiene número, puesto que compenetra a todos los demás principios, o al total humano. Así es que cada uno de los siete números puede aplicarse exotéricamente a Prâna–Jîva, como se aplican esotéricamente al cuerpo áurico. Según indicaba Pitágoras, el Kosmos no fue formado por el número o por medio del número, sino geométricamente, es decir, según las proporciones numéricas. *

A quienes desconozcan las exotéricas naturalezas astrológicas atribuidas en la práctica a los cuerpos planetarios, podrá serles útil que las expongamos aquí, al modo del Diagrama II, en relación con su predominio en el cuerpo humano, colores, metales, etc.; explicando al mismo tiempo por qué la filosofía genuina esotérica difiere de las pretensiones astrológicas


Vemos, por lo tanto, que la influencia del sistema solar en la exotérica Astrología cabalística, queda distribuida por este método entre todo el cuerpo humano, los metales primarios y la escala cromática, desde el blanco al negro; pero el esoterismo no reconoce como colores ni el blanco ni el negro, pues se atiene estrictamente a los siete colores solares naturales del espectro.

El blanco y el negro son tintes artificiales. Pertenecen a la Tierra, y únicamente los percibimos gracias a la especial construcción de nuestros órganos físicos. El blanco es la carencia de todos los colores, y por lo tanto, no es color. El negro es sencillamente la carencia de luz, y por lo tanto, es el aspecto negativo del blanco. Los siete colores del espectro son emanaciones directas de las siete Jerarquías de Seres, cada una de las cuales tiene una directa influencia y relación con uno de los principios humanos, puesto que cada una de estas Jerarquías es, en realidad, originaria y creadora fuente del respectivo principio humano. A cada color del espectro se le llama en ocultismo el “Padre del Sonido” que le corresponde; y el sonido a su vez es la Palabra, o Logos, de su Pensamiento–Padre. Ésta es la razón del porqué los sensitivos relacionan cada color con un sonido determinado, según admite ya la ciencia moderna217. Pero el negro y el blanco son colores negativos, y no tienen representación en el mundo subjetivo. La Astrología cabalística define como sigue la influencia predominante de los cuerpos planetarios en el cerebro humano. Hay, según dice, siete grupos primarios de facultades, de los que seis funcionan por medio del cerebro, y el séptimo por el cerebelo. Esto es correctamente esotérico. Pero no lo es cuando dice que Saturno preside las facultades afectivas, Mercurio las intelectuales, Júpiter las simpáticas, el Sol las reguladoras, Marte las egoístas, Venus las tenaces y la Luna las instintivas. Porque, en primer lugar, los planetas físicos tan sólo pueden presidir sobre el cuerpo físico y las funciones meramente físicas.

Todas las facultades mentales, emotivas, psíquicas y espirituales son influidas por las ocultas propiedades de la escala de causas dimanantes de las Jerarquías de los Espíritus Gobernadores de los planetas; pero no por los mismos planetas. Esta escala, según queda expuesta en el diagrama II, conduce al estudiante a la percepción de:
1º El color;
2º El sonido;
3º El sonido se materializa en el espíritu de los metales (los elementales metálicos) ;
 4º Los elementales se materializan en los metales físicos;
5º La esencia armónica vibratoria y radiante pasa luego a las plantas para darles color y aroma, cuyas “propiedades” dependen de la vibración de esta energía por unidad de tiempo;
6º De las plantas pasa a los animales;
7º Culmina finalmente en los “principios” del hombre.

 Así vemos que la Divina Esencia de nuestros celestiales Progenitores, atraviesa las siete etapas comprensivas de la transmutación del espíritu en materia y de la reconversión de la materia en espíritu. 
Así como en la Naturaleza hay sonidos inaudibles, así hay colores invisibles, pero sin embargo audibles.
La fuerza creadora, en su incesante trabajo de transformación, produce colores, sonidos y números, en forma de gradaciones vibratorias que agregan y disgregan átomos y molécula. Aunque invisible e inaudible para nosotros en pormenor, podemos oír la síntesis del conjunto en el plano material. Esto es lo que los chinos llaman Kung o “el Gran Tono”. Según confesión de la misma ciencia, los músicos afirman que la actual tónica del mundo físico es el fa medio del piano.

Lo oímos distintamente en las voces de la Naturaleza, en los rumores del océano, en los murmullos de la selva, en el lejano bullicio de las ciudades, en el viento, en la tormenta, y en todo cuanto suena y resuena en este mundo. A los oídos de quien escucha llegan todas estas voces en definido tono de inapreciable diapasón, que, como hemos dicho, es el fa de la escala diatónica. Estos pormenores descubrirán al estudiante de ocultismo la diferencia que existe entre las nomenclaturas y simbolismos exotéricos y esotéricos. En resumen, la Astrología cabalística, tal como se practica en Europa, es la ciencia semisecreta adaptada al círculo externo, pero no al interno. Además, se la deja frecuentemente incompleta o se la extravía de intento para encubrir la verdad. Mientras que la Astrología cabalística simboliza y adapta sus correspondencias al aparente aspecto de las cosas, la Filosofía esotérica, que trata preeminentemente de la esencia de las cosas, acepta dichos símbolos con el exclusivo fin de abarcar el conjunto, y ofrece un significado a la vez espiritual, psíquico y físico.

Sin embargo, aun la misma Astrología occidental ha realizado excelente labor al coadyuvar al mantenimiento de una Doctrina Secreta entre los peligros medievales y su tenebrosa mojigatería, conservándola hasta nuestro tiempo, en que se ha desvanecido ya todo peligro. Exotéricamente se enumeran los planetas por el orden de sus radios geocéntricos, o sea de su distancia desde la Tierra considerada como centro, conviene a saber: Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus, Mercurio y Luna. En los tres primeros vemos simbolizada la celestial tríada (Brahmâ, Vishnu y Shiva) del supremo poder en el manifestado universo físico; mientras que los otros cuatro simbolizan el terrenal cuaternario que preside sobre las naturales y físicas etapas de las estaciones del año, partes del día, edades de la vida, puntos cardinales y elementos, como sigue:



Pero la ciencia esotérica no se satisface con analogías en el plano puramente objetivo de los sentidos físicos; y por lo tanto, es de absoluta necesidad dar más amplias enseñanzas sobre este punto, explicando con toda lucidez el verdadero significado de la palabra magia.

 PROXIMO: LO QUE EN REALIDAD ES LA MAGIA

 D.S TVI

NTAS


202 Véase Notice sur le Calendrier, por J. H. Ragon.

203 La Sabiduría primordial.
204 Véase vol. III. Las Razas con el “Tercer Ojo”.
 205 II, 81, 6.
206 “Y el pueblo vió las voces”. La interpretación correcta es “voces” o “sones”, y no “truenos” como hasta ahora ha solido traducirse (Éxodo, XX, 18). Estas voces o sones son los Sephiroth. – Véase la obra de Frank: Die Kabbala, 152 y sig.
207 Génesis, II, 7.
208 Véase tomo I.
209 En corroboración de lo expuesto podemos citar las obras de Orígenes, quien dice que “los siete daimones gobernantes” (genios o netarios) son Miguel (el Sol, en figura de león), Júpiter o Sur figura de toro, etc. Los siete son los “Espíritus de la Presencia” o Sephiroth. El árbol sephirotal es el árbol de los planetas divinos según lo dio Porfirio, o árbol de Porfirio, como se llama comúnmente.
210 Tomo I.
211 Esotéricamente, verde, pues no hay negro en los colores del prisma.
212 Esotéricamente, azul claro. El color púrpura se compone de encarnado y azul, y según el ocultismo oriental, el azul es la esencia espiritual del púrpura, al paso que el encarnado es su base material. El ocultismo atribuyó a Júpiter el color azul, porque Saturno, su padre, es verde, y el azul claro contiene como color espectral gran porción de verde. Además, el cuerpo áurico contiene mucha parte del color del Manas inferior si el hombre es un materialista sensual, así como abunda el matiz oscuro cuando predomina el Manas superior.
213 Esotéricamente no puede relacionarse el Sol con el ojo derecho, nariz, ni órgano alguno, pues, según hemos dicho, no es un planeta, sino el astro central. Lo consideraron como planeta los astrólogos post–cristianos, que nunca fueron iniciados. Además, el verdadero color del Sol es azul, y si nos parece amarillo es por efecto de que su atmósfera absorbe vapores (generalmente metálicos). Todo es Mâyâ en nuestro planeta.
214 Esotéricamente, añil, o azul oscuro, que es el complemento del amarillo en el espectro. (Físicamente, el complemento del amarillo, o sea el color que le falta para componer el blanco, es el violado. Aquí debe referirse al complemento “esotérico”. El azul es “la esencia espiritual del púrpura” o violado. [Véase este mismo volumen].) El amarillo es un color simple o primitivo. Manas es de naturaleza dual como su símbolo sidéreo el planeta Venus, lucero matutino y vespertino; y así la diferencia entre el Manas superior y el inferior, cuya esencia deriva de la jerarquía gobernadora de Venus, se expresa por el azul oscuro y el verde. El Manas inferior se asemeja al color verde del espectro solar que aparece entre el amarillo y el azul oscuro, o Manas superior. El añil es el intensificado color del firmamento, que denota la propensión siempre ascendente del Manas hacia Buddhi, o celeste Alma Espiritual. Este color se obtiene de la planta indigofera tinctoria, cuyas ocultas propiedades la relacionan con el cobre y que se emplea muchísimo en las operaciones de magia blanca en la India. La afinidad con el cobre la indica el que el añil adquiere brillo cobrizo, cuando se le frota con alguna substancia dura. Otra propiedad del tinte es su insolubilidad en el agua y aun en el éter, y que pesa menos que cualquier otro líquido conocido. En Oriente no se admitió jamás símbolo alguno, sin contar como base una razón lógica y demostrable. Por esto, desde los tiempos primitivos, los simbologistas orientales relacionaron la mente espiritual del hombre con el azul intenso (añil de Newton), o verdadero azul, sin mezcla de verde; y la mente animal con el verde puro.
215 Esotéricamente, amarillo, porque el color del Sol es anaranjado, y Mercurio está tan próximo al Sol en distancia como en color. El planeta substituido por el Sol estaba todavía más cerca de éste que lo está actualmente Mercurio, y era uno de los más elevados y secretos planetas. Dícese que desapareció de la vista humana al fin de la tercera raza.
216 Esotéricamente, violado, tal vez porque es el color que toma un rayo de Sol al atravesar una lámina muy delgada de plata; y también porque la Luna refleja sobre la tierra la prestada luz del Sol, así como en el cuerpo humano resplandecen las cualidades tomadas de su doble, el hombre aéreo o etérico. Del mismo modo que la forma astral arranca la serie de principios humanos en el plano terrestre, hacia el Manas inferior, así también del rayo violado arranca la serie de colores del prisma hasta el verde. El astral como principio, y el violado como color, son los más refrangibles de todos los principios y colores. Además, todas estas correspondencias de cuerpos celestiales y terrenales, de colores y sonidos, entrañan el mismo gran misterio del ocultismo. En suma, y para hablar con claridad, la misma ley de relación existe entre la Luna y la Tierra, los cuerpos astral y físico del hombre, como entre el rayo violado del espectro y los colores añil y azul. Pero ya seguiremos hablando de esto.
217 Francis Galton, Human Faculty.

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