martes, 13 de noviembre de 2018

ALGUNOS APUNTES SOBRE LA SIGNIFICACIÓN DE LA FILOSOFÍA OCULTA EN LA VIDA (PARTE II)



                                                                       DIAGRAMA I 

 Vemos en este diagrama (página siguiente) que el cuerpo físico del hombre (o su cuerpo) no participa de las directas y puras ondas de la divina Esencia que fluyen de lo Uno en Tres (lo Inmanifestado) por medio del Logos Manifestado187. Purusha, el Espíritu primordial, toca la humana cabeza y allí se detiene. Pero el hombre espiritual, síntesis de los siete principios, está directamente relacionado con aquél. Aquí hemos de decir algo acerca de la usual enumeración exotérica de los principios. Al principio se dio tan sólo una clasificación aproximada. El Buddhismo Esotérico comienza por Âtmâ, el séptimo, y concluye por el Cuerpo Físico, el primero. Ahora bien; no deben considerarse estrictamente como “Principios” ni Âtmâ, que no es principio individual, sino una radiación del Logos inmanifestado y uno con Él; ni tampoco el Cuerpo Físico, que es la corteza o concha el Hombre Espiritual. Además, el “principio” capital, no mencionado todavía, es el “Huevo Luminoso” (Hiranyagarbha) o la invisible esfera magnética que rodea a todo hombre188. Es él la directa emanación del Rayo Âtmico en su trino aspecto de Creador, Conservador y Destructor (Regenerador) ; y también de Buddhi–Manas. 

El séptimo aspecto de esta aura individual, es la facultad de asumir la forma de su cuerpo y convertirse en el “radiante” y Luminoso Angoeides. Esto es, en rigor, lo que a veces se convierte en la forma llamada Mâyâvi Rüpa. Por lo tanto, según explica la segunda parte del diagrama (representativa del hombre astral), el Hombre Espiritual consta solamente de cinco principios, según enseñan los vedantinos189, quienes substituyen por el físico el cuerpo áurico y funden en uno los dos principios manásicos o de conciencia. Así cuentan cinco principio (Koshas o envolturas) y llaman Âtmâ al sexto, que no es tal “principio”. En esto se funda la crítica de Subba Row acerca de la división expuesta en el Buddhismo Esotérico. Pero veamos ahora cuál es la verdadera enumeración esotérica.
No se había permitido hasta ahora hablar públicamente del cuerpo áurico, a causa de ser tan sagrado. Después de la muerte física, el cuerpo áurico se asimila la esencia de Buddhi y Manas y se convierte en el vehículo de estos principios espirituales, que no son objetivos; y entonces, con la plena radiación de Âtmâ sobre él, se eleva al estado devachanico como Manas–Taijasi. Por esta razón se le designa con varios nombres. Es el Sûtrâtmâ, el plateado “hilo” que “encarna” desde el principio hasta el fin del manvantara, engarzando en su continuidad las perlas de las existencias humanas, es decir, es el espiritual aroma de las personalidades que sigue durante la peregrinación de la vida191. También la materia con que los adeptos forman sus cuerpos astrales, desde el Augoeides y el Mâyâvi Rûpa descendiendo a los menos sutiles. Después de la muerte física, cuando las más etéreas partículas del hombre han absorbido en sí los espirituales principios de Buddhi y Manas Superior y se iluminan con la radiación de Âtmâ, el cuerpo áurico permanece en devachanico estado de conciencia o, en el caso de un adepto completo prefiere el estado de Nirmânakâya192. Tal adepto reside (invisible) en el plano astral, en relación con la Tierra y vive con todos sus primeros menos el Kâma Rûpa y el Cuerpo Físico. En el caso de los que residen en el Devachan, el Linga Sharîra193, robustecido por las partículas materiales que el aura deja tras ella, permanece arrimado al cuerpo muerto, pero fuera de él, y muy luego se desintegra. 

En el caso del pleno adepto, se desintegra sólo el cuerpo físico y desaparece con su causa, el cuerpo animal, el centro de los deseos y pasiones. Pero durante la vida el adepto, todos estos centros están más o menos activos y en constante correspondencia con sus prototipos los centros cósmicos y sus microcosmos, los principios. Únicamente por medio de estos cósmicos espirituales centros, pueden recibir oculta interacción los centros físicos194, porque los orificios o aberturas son canales que conducen al cuerpo las influencias, es decir, las fuerzas cósmicas que la voluntad del hombre atrae y utiliza. Por supuesto, que esta voluntad ha de actuar primeramente por medio de los principios espirituales. Para mayor claridad, pongamos un ejemplo. Si queremos evitar un dolor, pongamos por caso, en el ojo derecho, hemos de atraer hacia él la potente fuerza magnética del principio cósmico correspondiente al ojo derecho y también a Buddhi. Por un poderoso esfuerzo de voluntad, cread una imaginaria línea de comunicación entre el ojo derecho y Buddhi, colocando éste, como si fuese un centro, en la misma parte de la cabeza. 

Aunque digamos que esta línea es “imaginaria”, adquiere verdadera realidad en cuanto logréis verla con la vista mental y darle una forma y un color. Una cuerda vista en sueños no es, y, sin embargo, es. Además, según el color espectral de que dotemos a la línea, así será su activa influencia. Ahora bien; Buddhi y Mercurio se corresponden mutuamente; y ambos son de color amarillo radiante y dorado. En el sistema humano, el ojo derecho corresponde con Buddhi y Mercurio, y el izquierdo con Manas y Venus o Lucifer. Por lo tanto, si vuestra línea es dorada o plateada, aliviará el dolor; y si roja, lo agravará, porque el rojo es el color de Kâma y corresponde a Marte. Los partidarios de la llamada Ciencia Cristiana y los mentalistas han advertido los efectos sin comprender las causas. Descubrieron ocasionalmente el secreto de producir semejantes resultados por abstracción mental, y los atribuyen a su unión con Dios (ellos sabían si personal o impersonal), siendo sólo mero efecto de uno u otro principio. Sea lo que fuere, están en camino de descubrir, aunque todavía han de divagar durante largo tiempo. Que no incurran los estudiantes esotéricos en el mismo error. Hemos repetido varias veces que los cósmicos planos de sustancia y aun los principios humanos (excepto el plano ínfimo de materia y el cuerpo físico que, según queda expuesto, no son “principios”) no pueden considerarse situados o imaginados en el espacio y en el tiempo. Así como los planos son siete en uno, así nosotros somos siete en uno, en aquella misma absoluta Alma del Mundo, que es a la par material e inmaterial, espiritual e inespiritual, ser y no–ser. 

Todos cuantos estudien los misterios del Yo deben penetrarse bien de esta idea. Recordad que con sólo los sentidos físicos a nuestro servicio, ninguno de nosotros puede esperar percibir más allá de la materia grosera. Para ello es necesario en absoluto valernos de alguno de nuestros siete sentidos espirituales, ya por educación y ejercicio, ya por haber nacido vidente. Sin embargo, por mucha honradez y sinceridad que adornen a un clarividente desconocedor de las verdades ocultas, si no es adepto sus visiones en la luz astral le inducirán a un falso concepto de los moradores de las esferas ocasionalmente vislumbradas, como les sucedió a Swedenborg y otros. Estos siete sentidos nuestros se corresponden con los demás septenarios de la Naturaleza y de nosotros mismos. El aura humana195 tiene, física aunque invisiblemente,siete capas, como las tienen el espacio cósmico y nuestro piel física. Esta aura es la que, según nuestro puro o impuro estado físico y mental, nos abre la vista de otros mundos, o nos la cierra herméticamente, dejándonos tan sólo la de este mundo de materia densa. Cada uno de nuestros siete sentidos físicos (dos de los cuales desconoce todavía la ciencia profana), y cada uno de nuestros siete estados de conciencia196, se corresponde con uno de los siete planos cósmicos, desenvuelve y utiliza uno de los siete sentidos espirituales y está directamente relacionado, en el plano terreno–espiritual, con el cósmico y divino centro de fuerza que lo engendró y que es su creador directo. Cada sentido físico está también relacionado y sometido a la directa influencia de uno de los siete planetas sagrados197. 

 Todo esto pertenecía a los misterios menores, cuyos discípulos se llamaban Mystai (los velados), porque sólo podían ver las cosas como a través de una niebla, como si tuvieran los ojos entornados, por decirlo así, mientras que los iniciados o “videntes” de los misterios mayores se llamaban Epoptai (o sea los que ven las cosas sin velo alguno). Únicamente estos últimos aprendían los verdaderos misterios del Zodíaco y las relaciones y correspondencias entre sus doce signos (dos de ellos secretos), y los diez orificios humanos, que son actualmente, desde luego, por mera diferencia externa, diez en la mujer y tan sólo nueve en el varón. En el tercer tomo de esta obra dijimos que hasta el término de la tercera raza raíz, hasta la separación en sexos del hombre andrógino, los diez orificios existían en el hermafrodita, primero potencial, y después funcionalmente. Así lo indica la evolución del embrión humano. Por ejemplo, la abertura que primero se forma es la cavidad bucal, una especie de “cloaca que comunica con la extremidad anterior del intestino” y que más tarde se transmuta en boca y ano. Esto representa físicamente, en ocultismo, que el Logos se diferencia y emana materia grosera en el plano inferior. Fácilmente puede explicarse la dificultad con que algunos estudiantes tropezarán, para conciliar las correspondencias entre el Zodíaco y los orificios. La magia es coetánea de la tercera raza raíz, cuyos individuos procreaban al principio por Kriyâshakti y acabaron por engendrar según el actual procedimiento198. Como quiera que la mujer quedó con el perfecto número cósmico de diez (el número divino de Jehovah) , se la diputó por más elevadamente espiritual que el hombre. En el antiguo Egipto, las estipulaciones matrimoniales contenían una cláusula según la cual la mujer debía ser la “señora del señor” y su verdadera señora. 

 El marido se comprometía a “obedecer a su esposa” para la producción de resultados alquímicos, tales como el elixir de la vida y la piedra filosofal; pues los alquimistas varones necesitaban al efecto la ayuda espiritual de la mujer. Pero ¡ay del alquimista que tomara este auxilio en su muerto sentido de unión sexual! Semejante sacrilegio lo arrastraría a la magia negra y fuera irremediable su fracaso. Los verdaderos alquimistas de la antigüedad se ayudaban de mujeres de edad, evitando escrupulosamente toda relación con las jóvenes; y si acaso alguno de ellos era casado, trataba a su propia esposa como hermana algunos meses antes de proceder a la operación alquímica y mientras la llevaba a cabo. 

 En Isis sin Velo 199 se explicó ya el error de creer que los antiguos sólo conocían diez signos del Zodíaco. Los antiguos conocieron los doce, pero los consideraron de distinto modo que nosotros, pues resumieron en un solo signo los de Virgo y Escorpión, teniendo en cuenta que se referían directa y simbólicamente al primario hombre dual, y a su separación en sexos. Cuando la reforma del Zodíaco, se añadió el duodécimo signo de Libra, si bien es un signo meramente equilibrante, en el punto de conversión de la humanidad separada en sexos. El estudiante ha de aprender debidamente todo esto. Entretanto, recapitulemos cuanto queda dicho: 

 1º Todo ser humano es una encarnación de su Dios, o lo que tanto vale, es uno con su “Padre en los Cielos”, como dijo el iniciado Jesús. Hay tantos dioses en el cielo como hombres en la tierra; y, sin embargo, todos estos dioses son en realidad uno, porque al terminar cada período de actividad se reconcentran, como los rayos del Sol poniente, en el Luminar patrio, en el Logos inmanifestado, que a su vez se funde en lo Absoluto. ¿Podemos decir que estos nuestros “Padres” sean individual o colectivamente nuestros dioses personales, en caso alguno? 

El Ocultismo responde resueltamente que nunca. Todo lo que un hombre vulgar puede conocer de su “Padre” es lo que de sí mismo, por sí mismo y en sí mismo conozca. El alma de su “Padre Celestial” está encarnada en él. Esta alma es él mismo, si logra asimilarse la divina Individualidad mientras mora en su concha física. En cuanto a invocar a este Espíritu, tanto valdría esto como esperar ser oídos por el Absoluto. Nuestras oraciones y ruegos serán vanos, a menos que a las potenciales palabras no añadamos potentes actos y si no hacemos que nuestra aura sea tan pura y divina que el Dios interno pueda actuar externamente, es decir, que llegue a ser algo así como una Potestad extraña. Así iniciados, santos y hombres puros han podido ser capaces de ayudar a otros, tanto como a sí mismos, en las necesidades, y obrar lo que inconsideradamente se llaman “milagros”, con el auxilio y por mediación de su Dios interno, que sólo ha puesto en condiciones de actuar en el plano externo. 

 2º La palabra Aum u Om, correspondiente al Triángulo superior, cuando la pronuncia un hombre puro y santo, vigorizará o despertará, no sólo las Potestades menos excelsas de los elementos y espacios interplanetarios, sino a su Yo superior o “Padre” interno. Pronunciada debidamente por un hombre de vulgar bondad, le ayudará a robustecer su moralidad, sobre todo si entre dos “Aum” medita de propósito acerca de su Aum interno, y concentra toda su atención en la inefable gloria. Pero ¡ay de quien pronuncie la sagrada palabra después de cometer algún pecado trascendental!; porque atraerá a su impura fotosfera, fuerzas y presencias invisibles, que de otro modo no hubieran podido abrirse paso en la divina envoltura. Aum es el prototipo de Amen. Esta última palabra no es hebrea, sino que, como la de Aleluya, la tomaron judíos y griegos de los caldeos. La palabra Aleluya se encuentra frecuentemente repetida en ciertas inscripciones mágicas grabadas sobre vasos y urnas de las ruinas de Nínive y Babilonia. Amén no significa “así sea”, ni “verdaderamente”, sino que en la remotísima antigüedad significó casi lo mismo que Aum. 

Los judíos iniciados (Tanaïm) la empleaban con igual objeto y con parecido resultado que los arios iniciados emplearon la palabra Aum, pues el valor numérico de AMeN en caracteres hebreos es 91, equivalente a la suma de YHVH200 = 26 y ADoNaY = 65 ó 91. Ambas palabras denotan la afirmación del ser o la existencia de nuestro asexual “Señor” interno. 3º La ciencia esotérica enseña que todo sonido del mundo visible despierta su correspondiente sonido en los reinos invisibles, y pone en acción alguna fuerza oculta de la Naturaleza. Además, cada sonido se corresponde con un color, un número201 y una sensación en uno u otro plano. Todos los sonidos tienen su eco en los elementos superiores, y aun en el plano físico, y ponen en acción las vidas que hormiguean en la atmósfera terrestre. Por lo tanto, a no ser que pronunciemos mentalmente la oración y la dirijamos a nuestro “Padre” en el silencio y soledad de nuestro “cerrado aposento”, determinaremos resultados antes desastrosos que benéficos, porque las masas desconocen por completo los potentes efectos que así producen. Para producir saludables efectos ha de pronunciar la oración “quien sepa hacerse oír en el silencio”, de modo que ya no sea un ruego, sino un mandato. ¿Por qué se dice prohibió Jesús a sus oyentes que fuesen a las sinagogas públicas? Seguramente que no todos los orantes eran hipócritas y embusteros, ni fariseos que gustaban demostrarse devotos a la vista de las gentes. Suponemos que algún motivo tendría para ello; el mismo motivo por el cual los ocultistas prohíben a sus discípulos ir a los lugares concurridos, entrar en las iglesias y asistir a sesiones espiritistas, etc., a menos que se pongan a tono con los circunstantes. 

 La advertencia dada a los principiantes de que no se mezclen con las multitudes, tal vez parezca supersticiosa; pero es verdaderamente eficaz cuando falta conocimiento oculto. Según saben bien los buenos astrólogos, los días de la semana no se corresponden ordenadamente con los planetas cuyos nombres llevan. Esto consiste en que los antiguos indos y egipcios dividían el día en cuatro partes y ponían cada día de la semana bajo la protección de un planeta, según corroboran las prácticas mágicas; y cada día, como acertadamente dice Dionisio Casio, recibió el nombre del planeta que protegía y guiaba su primera porción. Por lo tanto, debe el estudiante precaverse contra las “Potestades del Aire” (elementales), que pululan en los sitios públicos, llevando una sortija del metal consagrado al planeta correspondiente al día, o bien, una joya del color peculiar de este planeta. Sin embargo, la protección más eficaz es una conciencia tranquila y un firme deseo de beneficiar a la Humanidad.

D.S TVI

NOTAS 

187 Parte superior del diagrama. 
188 Lo mismo ocurre con los animales, vegetales y aun los minerales. Reichenbach nunca entendió lo que le dijeron los sensitivos y clarividentes. Es el flúido rnagnético, aúrico u ódico, que emana del hombre, pero también es algo más. 
189 Véase en el tomo I, 
191, la enumeración vedantina exotérica. 
190 El Manas superior e inferior son dos aspectos de un solo principio. 
191 Véase Lucifer, enero de 1889, pág. 408, “Dialogue upon the Mysteries of After–Life”. 
192 Estado del que por extrema purificación de todo su sistema transcienden las mismas divinas ilusiones devachanicas. 
193 El alter ego del cuerpo físico, que durante la vida está dentro de la envoltura carnal, mientras que el aura radiante está fuera. 
194 Los siete orificios superiores y la tríada inferior. 
195 El amnios del hombre físico en todas las épocas de la vida. 
196 Estos siete estados son: 1º Vigilia; 2º Ensueño; 3º Sueño natural; 4º Sueño hipnótico; 5º Estado psíquico; 6º Estado superpsíquico; 7º Estado puramente espiritual. 
197 Véase tomo II. 
198 Véase tomo I. 
199 Obra citada, II, págs. 456, 461, 465 y siguientes (ed. inglesa). 
200 Jod–Hevah o los masculino–femenino del plano terrestre, según idearon los judíos, pero que ahora significa Jehovah; aunque real y literalmente significa: “Dador de ser” y “receptor de vida”. 201 Una Potestad espiritual, psíquica o física.

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