Desde que apareció la literatura teosófica en Inglaterra, se ha hecho
costumbre llamar a sus enseñanzas “Buddhismo Esotérico”. Y habiendo
llegado a ser una costumbre, sucede lo que dice un antiguo refrán basado en
la experiencia de todos los días: “El error se precipita por un plano inclinado,
mientras que la verdad tiene que ir penosamente cuesta arriba.”
Los antiguos aforismos son, con frecuencia, los más sabios. Es difícil que la mente
humana permanezca enteramente libre de prejuicios; y con frecuencia se formulan
opiniones decisivas antes de que un asunto haya sido examinado por completo, bajo
todos sus aspectos.
Digo esto con referencia al doble error que prevalece, ya
limitando la Teosofía al Buddhismo, ya confundiendo los principios de la filosofía
religiosa predicada por Gautama, el Buddha, con las doctrinas presentadas a grandes
rasgos en el Esoteric Buddhism. Difícilmente podría imaginarse nada más erróneo
que esto. Ha facilitado a nuestros enemigos un arma eficaz contra la Teosofía,
porque como ha dicho con mucha razón un eminente sabio pali, en el volumen citado
no había “ni esoterismo ni Buddhismo”. Las verdades esotéricas exhibidas en la obra
de Mr. Sinnett, han cesado de ser esotéricas desde el momento en que han visto la
luz pública; tampoco contiene el libro la religión de Buddha, sino tan solamente unos
cuantos principios de enseñanzas hasta la fecha ocultas, y que son ahora
completadas y explicadas por otras muchas más, en los volúmenes presentes.
Pero
aun estos últimos, a pesar de que dan a luz muchos de los principios fundamentales
de LA DOCTRINA SECRETA del Oriente, sólo levantan una de las puntas del tupido
velo.
Porque a nadie, ni aun al más grande de entre todos los Adeptos vivientes, le
sería permitido, ni podría aunque se le permitiese, declarar de golpe a un mundo
burlón e incrédulo, lo que tan eficazmente ha permanecido oculto durante largas
edades.
El Buddhismo Esotérico es una excelente obra con un título muy desdichado, si bien
no da a entender más que el título de la presente obra: LA DOCTRINA SECRETA. Ha
sido desdichado, porque las gentes siempre acostumbran juzgar las cosas por las apariencias más bien que por su significación, y porque el error se ha hecho ahora tan
universal, que hasta la mayor parte de los miembros de la Sociedad Teosófica han
venido a ser víctimas del mismo.
Desde el principio, sin embargo, los brahmanes y
otros protestaron contra el título; y para hacerme justicia a mí misma, debo decir que
el Buddhismo Esotérico me fue presentado como un volumen completo, y que yo no
tenía la menor noticia de la manera como pensaba el autor escribir la palabra “Budhismo”.
La responsabilidad de esto recae por completo sobre aquellos que habiendo sido
los primeros en llamar la atención sobre el asunto, omitieron indicar la diferencia
que existe entre “Buddhismo”, el sistema religioso de moral predicado por Gautama,
denominado así por su título de Buddha, el “Iluminado”; y “Buddhismo”, de Budha,
“Sabiduría o Conocimiento (Vidyâ)”, la facultad de conocer, procedente de la raíz
sánscrita Budh, conocer. Nosotros los teósofos de la India somos los verdaderos
culpables, si bien por aquel entonces hicimos todo lo posible para corregir el error94.
Hubiera sido fácil evitar esta deplorable confusión; bastaba alterar la escritura de la
palabra, y de común acuerdo, pronunciar y escribir “Budhismo”, en, lugar de
“Buddhismo”.
Esta explicación es absolutamente necesaria al principio de una obra como ésta.
La
Religión de la Sabiduría es la herencia de todas las naciones del mundo, a pesar de la
afirmación que figura en el Buddhismo Esotérico95, de que, “dos años hace (o sea en
1883), ni yo, ni ningún otro europeo viviente, conocíamos el alfabeto de la Ciencia,
aquí por vez primera expresado en forma científica”, etc. Este error debe haberse
deslizado por inadvertencia. La que, estas líneas escribe, conocía todo cuanto fue
“divulgado” en el Buddhismo Esotérico, y mucho más muchos años antes de llegar a
contraer el deber (en 1880) de comunicar una pequeña porción de LA DOCTRINA
SECRETA a dos caballeros europeos, uno de los cuales era el autor de Buddhismo
Esotérico; y sin duda alguna esta escritora posee el indudable privilegio, para ella más
bien equívoco, de ser europea por su nacimiento y por su educación.
Además, una
porción considerable de la filosofía expuesta por Mr. Sinnett fue enseñada en
América, aun antes de publicarse Isis sin Velo, a dos europeos y a mi colega, el
Coronel H.S. Olcott. De los tres maestros que este último ha tenido, el primero fue
un Iniciado húngaro, el segundo egipcio y el tercero indo. Conforme al permiso
otorgado, el Coronel Olcott ha dado publicidad a algunas de estas enseñanzas, de
diversas maneras; si los otros dos no lo han hecho, ha sido simplemente porque no se
les ha permitido, por no haberles llegado todavía su hora para dedicarse a la obra
externa. Pero llegó para otros, y los varios e interesantes libros de Mr. Sinnett son
una prueba tangible de ello.
Es importante, además, tener siempre presente, que ninguna obra teosófica adquiere el menor aumento de valor por razón de pretendida
autoridad.
Âdi o Âdhi Budha, el Uno, o la Primera, y Suprema Sabiduría, es un término usado
por Âryâsanga en sus tratados secretos, y en la actualidad por todos los místicos
Buddhistas del Norte.
Es una palabra sánscrita, y una denominación dada por los
primitivos arios a la Deidad desconocida; no encontrándose la palabra “Brahmâ” ni en
los Vedas ni en las obras primitivas. Significa la Sabiduría Absoluta, y Fitzedward Hall
traduce Âdibhûta, la “primitiva causa increada de todo”. Debieron transcurrir evos de
duración indecible, antes de que el epíteto de Buddha fuera humanizado, por decirlo
así, para aplicarlo a los mortales, y apropiarlo finalmente a uno, cuyas virtudes y
sabiduría incomparables dieron motivo a que le fuera concedido el título de “Buddha
de la Sabiduría inmutable”. Bodha significa la posesión innata de la inteligencia o
entendimiento divino; Buddha, la adquisición de la misma por los esfuerzos y méritos
personales; mientras que Buddhi es la facultad de conocer, el canal por el que el
conocimiento divino llega al Ego, el discernimiento del bien y del mal, y también la
conciencia divina, y el alma espiritual, que es el vehículo de Âtmâ.
“Cuando Buddhi
absorbe nuestro Ego-tismo (lo destruye) con todos sus Víkâras96, Avalokiteshvara, se
nos manifiesta, y se alcanza el Nirvâna o Mukti”; Mukti es lo mismo que Nirvâna, o
sea la libertad de los lazos de Mâyâ, o la ilusión. Bodhi es igualmente el nombre de
un estado particular de condición extática, llamado Samâdhi, durante el cual el
sujeto alcanza el punto más elevado del conocimiento espiritual.
Son unos ignorantes aquellos que, en su ciego y hoy día intempestivo odio al
Buddhismo, y por reacción al Budhismo, niegan sus enseñanzas esotéricas que son
también las de los brahmanes, simplemente porque el nombre les sugiere lo que para
ellos, como monoteístas, son doctrinas perniciosas. Ignorantes, es el término
correcto que debe emplearse para su caso, puesto que la Filosofía Esotérica es la
única capaz de resistir en esta época de materialismo craso e ilógico, los ataques
repetidos a todo cuanto el hombre tiene por más querido y sagrado en su vida
espiritual interna. El verdadero filósofo, el estudiante de la Sabiduría Esotérica,
pierde por completo de vista las personalidades, las creencias dogmáticas y las
religiones especiales.
Además, la Filosofía Esotérica reconcilia todas las religiones,
despoja a cada una de ellas de sus vestiduras humanas exteriores, y demuestra que la
raíz de cada cual es idéntica a la de las demás grandes religiones. Ella prueba la
necesidad de un Principio Divino y Absoluto en la Naturaleza.
Ella no niega la Deidad
como no niega el Sol. La Filosofía Esotérica jamás ha rechazado a Dios en la
Naturaleza, ni a la Divinidad como al Ente abstracto y absoluto. Rehúsa únicamente
aceptar los dioses de las llamadas religiones monoteístas; dioses creados por el
hombre a su propia imagen y semejanza, caricaturas impías y miserables del Siempre Incognoscible. Por lo demás, los archivos que vamos a presentar al lector, abrazan los
principios esotéricos del mundo entero, desde el principio de nuestra humanidad; y
en ellos el ocultismo Buddhista ocupa su lugar correspondiente, y no más.
A la
verdad, las porciones secretas del Dan o Janna (Dhyâna)97
de la metafísica de
Gautama, por grandes que aparezcan a los que no están enterados de los principios
de la Religión de la Sabiduría de la antigüedad, constituyen tan sólo una pequeña
porción del total. El Reformador indo limitó sus enseñanzas públicas al aspecto
puramente moral y fisiológico de la Religión de la Sabiduría, a la ética y al hombre
únicamente. Las cosas “invisibles e incorpóreas”, el misterio del Ser fuera de nuestra
esfera terrestre, no fueron tratados en manera alguna por el gran Maestro en sus
enseñanzas públicas, reservando las verdades ocultas para un círculo selecto de sus
Arhats.
Estos últimos recibían la iniciación en la famosa Cueva Saptaparna (la
Sattapanni de Mahâvansa) cerca del Monte Baibhâr (el Webhára de los manuscritos
palis). Esta cueva estaba en Râjâgriha, la antigua capital de Magadha, y era la Cueva
Cheta de Fa-hian, como justamente sospechan algunos arqueólogos98.
El tiempo y la imaginación humana disminuyeron la pureza y la filosofía de estas
enseñanzas, cuando, durante el curso de su obra de proselitismo, fueron
trasplantadas del círculo secreto y sagrado de los Arhats, a un suelo menos
preparado para las concepciones metafísicas que la India; o sea, en cuanto fueron
llevadas a China, Japón, Siam y Birmania.
La manera como fue tratada la prístina
pureza de estas grandes revelaciones, puede verse estudiando algunas de las
llamadas escuelas buddhistas “esotéricas” de la antigüedad en su aspecto moderno,
no solamente en China y en otros países buddhistas en general, sino hasta en no
pocas escuelas del Tíbet, abandonadas al cuidado de Lamas no iniciados y de
innovadores mongoles.
Así es, que el lector debe tener presente las muy importantes diferencias que
existen entre el Buddhismo ortodoxo, o sea las enseñanzas públicas de Gautama el
Buddha, y su Budhismo esotérico. Su Doctrina Secreta no difiere, sin embargo, en
manera alguna de la de los brahmanes iniciados de su tiempo. El Buddha era hijo del
suelo ario, un indo, un Kshatriya, discípulo de los 96 nacidos dos veces” (los
brahmanes iniciados) o Dvijas.
Sus enseñanzas, por tanto, no podían ser diferentes de
las doctrinas de aquéllos, pues toda la reforma buddhista consistió sencillamente en
revelar una parte de lo que había permanecido secreto para todos los hombres que estaban fuera del “círculo encantado” de los iniciados del Templo y de los ascetas. No
pudiendo, por razón de sus votos, enseñar todo cuanto le había sido comunicado, y a
pesar de que Buddha enseñó una filosofía fundada en la base del verdadero
conocimiento esotérico, participó al mundo únicamente el cuerpo material externo
de aquélla, y guardó su alma para sus elegidos. Muchos orientalistas que se dedican
al chino, han oído hablar de la “doctrina del alma”. Ninguno parece haber
comprendido su verdadera significación e importancia.
Aquella doctrina fue conservada en secreto, en demasiado secreto quizás, dentro
del santuario. El misterio que envolvía su dogma principal y sus aspiraciones más
exaltadas, el Nirvâna, ha llamado e irritado tanto la curiosidad de los sabios que lo
han estudiado, que siendo incapaces de resolverlo de una manera lógica y
satisfactoria desatando el nudo Gordiano, han preferido cortarlo, declarando que el
Nirvâna significa la absoluta aniquilación.
Hacia el final del primer cuarto de este siglo, apareció en el mundo una clase de
literatura especial, cuyas tendencias de año en año se han hecho más definidas.
Basada, según dice ella misma, en las sabias investigaciones de sanscritistas y
orientalistas en general, ha sido considerada como científica. A las religiones, mitos y
emblemas de la India, de Egipto y de otros pueblos antiguos, se les ha hecho decir
todo lo que deseaba el simbologista que expresasen, dando así con frecuencia la ruda
forma exterior, en lugar de la significación interna. Aparecieron en rápida sucesión
obras notabilísimas por sus ingeniosas especulaciones y deducciones formadas en
círculo vicioso, por colocarse generalmente conclusiones anticipadas en vez de
premisas, en los silogismos de varios sabios sánscritas o palis; y así fueron inundadas
las bibliotecas con disertaciones más bien sobre el culto fálico o sexual que sobre el
verdadero simbolismo, contradiciéndose además unas a otras.
Esta es quizás la verdadera razón porque hoy se permite que vean la luz, después de
millares de años del silencio y secreto más profundos, los bosquejos de unas pocas
verdades fundamentales de la Doctrina Secreta de las Edades Arcaicas. Digo de
propósito “unas pocas verdades” porque lo que debe permanecer sin decirse, no
podría contenerse en un centenar de volúmenes como éste, ni puede ser comunicado
a la presente generación de saduceos. Pero aun lo poco que hoy se publica es
preferible a un silencio completo acerca de estas verdades vitales. El mundo actual,
en su loca carrera hacia lo desconocido, que el físico se halla demasiado dispuesto a
confundir con lo incognoscible siempre que el problema escapa a su comprensión,
progresa rápidamente en el plano opuesto al de la espiritualidad. El mundo se ha
convertido hoy en un vasto campo de combate, en un verdadero valle de discordia y
de perpetua lucha, en una necrópolis en donde yacen sepultadas las más elevadas y
más santas aspiraciones de nuestra alma espiritual.
Aquella alma se atrofia y paraliza
más y más a cada generación nueva. Los “amables infieles y cumplidos calaveras” de
la sociedad de que habla Greeley, se interesan bien poco por la renovación de las ciencias muertas del pasado; pero existe una noble minoría de estudiantes
entusiastas, que tienen derecho a aprender las pocas verdades que pueden serles
dadas hoy; y ahora mucho más que hace diez años, cuando Isis sin Velo apareció, o
que cuando las últimas tentativas para explicar los misterios de la ciencia esotérica
fueron publicadas.
Las Estancias preliminares darán motivo a una de las mayores, y quizás más seria
objeción de las que pueden hacerse, en contra de la corrección de la obra y de la
confianza que merezca. ¿Cómo pueden comprobarse las declaraciones contenidas en
ellas? A la verdad, aunque la mayor parte de las obras sánscritas, chinas y mongolas
citadas en los volúmenes presentes, son conocidas por algunos orientalistas, la obra
principal, aquella de la cual las Estancias han sido tomadas, no figura en las
bibliotecas europeas.
El LIBRO DE DZYAN (o DZAN) es completamente
desconocido a nuestros filólogos, o al menos ninguno de ellos ha oído hablar de él
bajo este nombre. Esto es, sin duda alguna, un grave obstáculo para todos aquellos
que siguen los métodos de investigación prescriptos por la ciencia oficial; pero para
los estudiantes de Ocultismo y para todo ocultista verdadero, esto tendrá poca
importancia.
El cuerpo principal de las doctrinas dadas, se encuentra esparcido en
centenares y aun millares de manuscritos sánscritos, algunos ya traducidos, y como
de costumbre desfigurados en sus interpretaciones, y otros esperando todavía que
les llegue el turno. Todo hombre de ciencia, por lo tanto, tiene medios de comprobar
las afirmaciones y la mayor parte de las citas que se hacen.
Será difícil encontrar la
procedencia de unos pocos hechos nuevos (nuevos únicamente para el Orientalista
profano), así como la de algunos pasajes de los Comentarios que se citan. Varias de
las enseñanzas también han sido hasta la fecha transmitidas oralmente; pero aun
estas mismas, hállanse en todo caso indicadas en los casi innumerables volúmenes de
la literatura de los templos brahmánicos, chinos y tibetanos.
Sea como fuese, y cualquiera que sea la suerte reservada a la autora por parte de la
crítica malévola, un hecho es por lo menos completamente cierto. Los miembros de
varias escuelas esotéricas, cuyo centro se halla más allá de los Himalayas y cuyas
ramificaciones pueden encontrarse en China, Japón, la India, el Tíbet y hasta en Siria,
como también en la América del Sur, aseguran que tienen en su poder la suma total
de todas las obras sagradas y filosóficas, tanto manuscritas como impresas, de hecho
todas las obras que se han escrito, en cualesquiera lenguajes o caracteres, desde que
comenzó el arte de la escritura, desde los jeroglíficos ideográficos, hasta el alfabeto
de Cadmo y el Devanâgari.
Constantemente han afirmado que desde la destrucción de la Biblioteca
Alejandrina99, todas las obras que por su carácter hubieran podido conducir a los profanos al descubrimiento final y comprensión de alguno de los misterios de la
Ciencia Secreta, han sido buscadas con diligencia, gracias a los esfuerzos combinados
de los miembros de estas Fraternidades. Y añaden además aquellos que lo saben, que
una vez encontradas todas estas obras fueron destruidas, salvo tres ejemplares de
cada una que fueron guardados cuidadosamente. En la India, los últimos de estos
inestimables manuscritos, fueron guardados en un sitio oculto durante el reinado del
Emperador Akbar.
El profesor Max Müller declara que ni el soborno ni las amenazas de Akbar fueron
capaces de arrancar a los brahmanes el texto original de los Vedas, y sin embargo, se
jacta de que los orientalistas europeos lo poseen100. Es muy dudoso que Europa posea
el texto completo, y quizás reserve el porvenir sorpresas muy desagradables para los
orientalistas.
Se afirma también que todos los libros sagrados de esta especie, cuyo texto no se
hallaba suficientemente velado por el simbolismo, o que contenía referencias
directas a los antiguos misterios, fueron en primer término cuidadosamente
copiados en caracteres criptográficos, tales como para desafiar el arte del más hábil
de los paleógrafos, y destruidos después hasta el último ejemplar. Durante el
reinado de Akbar, algunos cortesanos fanáticos, disgustados por la pecaminosa
curiosidad del Emperador hacia las religiones de los infieles, ayudaron por sí mismos
a los brahmanes a ocultar sus manuscritos. Uno de aquéllos fue Badâonî, el cual
experimentaba un horror no disimulado hacia la manía de Akbar por las religiones
idólatras.
Escribe Badâonî en su Muntakhab at Tawârikh:
Como ellos (los Shrâmanas y Brahmanes) sobrepujan a todos los hombres sabios en sus
tratados de moral y sobre ciencias físicas y religiosas, y alcanzan un altísimo grado en su
conocimiento del porvenir, en su poder espiritual y en la perfección humana, han
presentado pruebas fundadas en razones y en testimonios… y han inculcado sus
doctrinas tan firmemente… que ningún hombre… podía ser capaz de dar lugar a que Su
Majestad dudase, aun cuando las montañas se convirtiesen en polvo, o se desgarraran de
pronto los cielos… S. M. se permitió entrar en averiguaciones referentes a las sectas de
estos infieles, que no pueden ser contados, dado lo numerosos que son, y que poseen un
sinfín de libros revelados101.
Esta obra “se conservó en secreto, y no fue publicada hasta el reinado de Jahângîr”.
Además, en todas las grandes y ricas Lamaserías existen criptas subterráneas y
bibliotecas en cuevas excavadas en la roca, siempre que los Gonpa y Lhakhang se hallen situados en las montañas. Más allá del Tsaydam occidental, en los solitarios
paso de Kuen-lun, existen varios de estos sitios ocultos. A lo largo de las cumbres de
Altyn-tag, cuyo suelo no ha llegado a pisar todavía planta alguna europea, existe una
reducida aldea perdida en una garganta profunda. Es un pequeño grupo de casas, más
bien que un monasterio, con un templo de miserable aspecto, y un Lama anciano, un
ermitaño, que vive próximo a él para estar a su cuidado.
Dicen los peregrinos que sus
galerías y aposentos subterráneos contienen una colección de libros, cuyo número,
según las cifras que se citan, es demasiado grande para poder colocarse ni aun en el
Museo Británico.
Según la misma tradición, las regiones en la actualidad desoladas y áridas del Tarim
(un verdadero desierto en el corazón del Turkestán) estaban cubiertas en la
antigüedad de ciudades ricas y florecientes. Hoy apenas algunos verdes oasis rompen
la monotonía de su terrible soledad. Uno de ellos, que alfombra el sepulcro de una
enorme ciudad, enterrada en el suelo arenoso del desierto, no pertenece a nadie,
pero es visitado con frecuencia por mongoles y buddhistas.
La tradición habla
también de inmensos recintos subterráneos, de anchas galerías llenas de ladrillos y
cilindros. Puede ser un rumor sin fundamento, y puede ser un hecho real.
Es muy probable que todo esto provoque una sonrisa de duda. Pero antes de que el
lector ponga en tela de juicio la veracidad de lo dicho, deténgase y reflexione acerca
de los siguientes hechos bien conocidos.
Las investigaciones colectivas de los
orientalistas, y en especial los trabajos verificados durante los últimos años por los
que se han dedicado al estudio de la Filología comparada y de la Ciencia de las
Religiones, les han hecho comprender que un incalculable número de manuscritos, y
aun de obras impresas que se sabe han existido, no se encuentran en la actualidad.
Han desaparecido sin dejar el menor rastro tras de sí. Si no hubiesen sido obras de
importancia, se hubieran podido dejar perecer en el curso ordinario del tiempo, y aun
sus nombres mismos se hubieran borrado de la memoria humana. Pero no es así;
porque, como se asegura ahora, la mayor parte de ellas contenían las verdaderas
claves de obras existentes en la actualidad, y que son enteramente incomprensibles
para la mayor parte de sus lectores, sin aquellos volúmenes adicionales de
comentarios y de explicaciones.
Tal sucede, por ejemplo, con las obras de Lao-tse, el predecesor de Confucio. Se
dice de él que escribió 930 libros sobre ética y religión, y 70 Sobre magia: un millar
entre todos. Su gran obra, el Tao-te-King, el corazón de su doctrina y la escritura
sagrada del Tao-sse, contiene tan sólo, como lo demuestra Estanislao Julien,
“alrededor de 5.000 palabras”
102, en una docena escasa de páginas; aunque el
profesor Max Müller dice que “el texto es ininteligible sin comentarios, de tal modo, que Mr. Julien tuvo que consultar a más de 60 comentadores con motivo de su
traducción, de los cuales el más antiguo procedía del año 163 antes de Cristo”, y no
de época anterior, como vemos. Durante los cuatro siglos y medio que precedieron a
este “más antiguo” de los comentadores, hubo tiempo más que suficiente para
ocultar la verdadera doctrina de Lao-tse a todos, menos a sus sacerdotes iniciados.
Los japoneses, entre quienes se encuentran en la actualidad los más sabios
sacerdotes y adeptos de Lao-tse, se ríen simplemente ante los disparates e hipótesis
de los europeos eruditos en chino; y la tradición afirma que los comentarios que a
nuestros sinólogos de Occidente han llegado, no son los verdaderas documentos
ocultas, sino velos intencionados; y que tanto los verdaderos comentarios, como casi
todos los textos, han desaparecido hace largo tiempo de los ojos de los profanos.
Sobre las obras de Confucio, leemos:
Si nos volvemos a China, nos encontramos con que la religión de Confucio está
fundada en los Cinco King, y en los cuatro libros Shu, en sí mismos de extensión
considerable y acompañados de comentarios voluminosos, sin los cuales ni aun los más
eruditos pueden aventurarse a sondear las profundidades de su canon sagrado103.
Pero no las han sondeado, y ésta es precisamente la queja de los confucionistas,
como lo deploró en 1881 en París uno de los más sabios de éstos.
Si nuestros eruditos dirigen la mirada a la antigua literatura de las religiones
semíticas, a las Escrituras de Caldea, la hermana mayor y maestra, si no el origen, de
la Biblia Mosaica, base y punto de partida del Cristianismo, ¿qué es lo que
encuentran? ¿Qué es lo que queda para perpetuar la memoria de las antiguas
religiones de Babilonia, para consignar en los anales el vasto ciclo de observaciones
astronómicas de los magos caldeos, para justificar la tradición de su literatura
espléndida y eminentemente oculta?
Solamente unos pocos fragmentos que, según
se dice, son de Beroso.
Estos, sin embargo, carecen casi de valor aun como guía para descubrir el carácter
de lo que ha desaparecido; pues pasaron por las manos del Reverendo Obispo de
Cesárea104, aquel que por sí mismo se constituyó en censor y editor de los sagrados
anales de las religiones de los demás; y hasta hoy llevan, indudablemente, el sello de
su mano eminentemente veraz y digna de fe. Porque, ¿cuál es la historia de este
tratado, sobre la en un tiempo gran religión de Babilonia?
Escrito en griego para Alejandro el Grande, por Beroso, sacerdote del templo de
Belo, de conformidad con los anales astronómicos y cronológicos que comprendían
un período de 200.000 años y que conservaban los sacerdotes de aquel templo, se ha perdido. En el primer siglo anterior a nuestra era, Alejandro Polyhistor escribió una
serie de extractos de esta obra, que también se han perdido.
Eusebio hizo uso de
estos extractos para escribir su Chronicon (270-340 de nuestra era).
Los puntas de
semejanza, casi de identidad, entre las Escrituras hebreas y las caldeas105, convertían
a estas últimas en un verdadero peligro para Eusebio, dado su papel de defensor y
campeón de la nueva fe que había adoptado las Escrituras hebreas, y con ellas una
cronología absurda. Ahora bien: es casi seguro que Eusebio no perdonó las tablas
egipcias sincrónicas de Manethon. Tanto es así, que Bunsen106
le acusa de haber
mutilado la historia de la manera más desvergonzada; y tanto Sócrates, historiador
del siglo V, como Sincello, vicepatriarca de Constantinopla al principio del siglo VIII,
le denuncian como el más osado y cínico falsificador. ¿Será, por tanto, probable, que
tratase con mayor respeto los anales caldeas, que por aquel tiempo ya amenazaban a
la nueva religión tan irreflexivamente aceptada?
Así que, con excepción de estos más que dudosos fragmentos, toda la literatura
sagrada de los caldeas ha desaparecido de la vista de los profanos, tan por completo
como la perdida Atlántida. Unos pocos hechos que se hallaban contenidos en la
Historia de Beroso se declararán más adelante y podrán arrojar gran luz acerca del
verdadero origen de los Ángeles Caídos, personificados por Bel y el Dragón.
Volviendo ahora al más antiguo modelo de la literatura aria, el Rig Veda, se
encontrará el estudiante, siguiendo estrictamente los datos suministrados por los
mismos orientalistas, que aunque el Rig Veda contiene sólo unos 10.580 versos, o
1.028 himnos, no se ha comprendido correctamente hasta hoy, a pesar de los
Brâhmanas y de la masa de glosas y comentarios. ¿Y por qué? Evidentemente porque
los Brâhmanas, “los tratados más antiguos y escolásticos acerca de los primitivos
himnos”, requieren ellos mismos una clave, que no han logrado encontrar los
orientalistas.
¿Qué dicen los sabios por lo que hace a la literatura buddhista? ¿Han conseguido
obtenerla completa? No, seguramente.
No obstante los 325 volúmenes del Kanjur y
del Tanjur de los buddhistas del Norte, cada uno de cuyos volúmenes, según se dice,
“pesa de cuatro a cinco libras”, nada, a la verdad, se sabe sobre el verdadero
lamaísmo.
Sin embargo, del canon sagrado se dice que contiene 29.368.000 letras en
el Saddharmâlankâra107, o sea, prescindiendo de tratados y de comentarios, cinco o
seis veces la materia que contiene la Biblia, la cual según el profesor Max Müller, tan sólo contiene 3.567.180 letras. No obstante, pues, estos 325 volúmenes (en realidad
son 333, comprendiendo 108 el Kanjur y 225 volúmenes el Tanjur), “los traductores,
en lugar de proporcionarnos las versiones correctas las han mezclado con sus propios
comentarios, con el propósito de justificar los dogmas de sus diversas esquelas” 108.
Además, “según una tradición conservada por las escuelas buddhistas, tanto del
Norte como del Sur, el canon sagrado buddhista comprendía en su origen 80.000 u
84.000 tratados; pero la mayor parte de ellos se perdieron, y sólo han quedado
6.000”, como dice el profesor a su auditorio. Perdidos para los europeos, por
supuesto. Pero, ¿quién puede tener la seguridad completa de que se han perdido
igualmente para los buddhistas y brahmanes?
Teniendo en cuenta la reverencia de los buddhistas por toda línea escrita sobre
Buddha y la Buena Ley, la pérdida de cerca de 76.000 tratados parece milagrosa. Si
hubiese sido viceversa, cualquier conocedor del curso natural de los sucesos
suscribiría la afirmación de que de estos 76.000 tratados, 5.000 o 6.000 podían haber
sido destruidos durante las persecuciones y las emigraciones procedentes de la India.
Pero como está bien confirmado que los Arhats buddhistas comenzaron su éxodo
religioso con el propósito de propagar la nueva fe más allá de Cachemira y de los
Himalayas, en el año 300 antes de nuestra era109, y que llegaron a China en el año, 61
después de Cristo110, cuando Kazyapa, a invitación del Emperador Ming-ti, fue allí
para enseñar al “Hijo del Cielo” las doctrinas del buddhismo; parece extraño oír
hablar a los orientalistas de semejante pérdida como si fuera realmente posible.
Ni
por un momento parecen conceder la posibilidad de que los textos estén perdidos
solamente para el Occidente y para ellos; o que los pueblos asiáticos posean la no
igualada entereza de conservar sus más sagrados anales fuera del alcance de los
extranjeros, rehusando entregarlos a la profanación y al mal empleo, aun de razas tan
“excesivamente superiores” a ellos mismos.
A juzgar por las lamentaciones expresadas y por las confesiones numerosas de
todos los orientalistas111, puede el público estar bien seguro: 1º De que los eruditos
en las antiguas religiones poseen, a la verdad, muy pocos datos para poder fundar las
conclusiones finales que en general promulgan con referencia a las viejas creencias; y
2º De que tal carencia de datos no les impide en lo más mínimo dogmatizar. Podría
creerse que, gracias a los numerosos anales de la teogonía y misterios egipcios,
conservados en los clásicos y en varios escritos antiguos, los ritos y dogmas del Egipto de los Faraones habrían de ser por lo menos bien comprendidos; y de todos
modos mejor que las filosofías y panteísmo por demás abstrusos de la India, acerca
de cuya religión y lenguaje apenas tenía Europa la menor idea antes del principio de
este siglo.
A lo largo del Nilo y en la superficie de todo el país, existen ahora mismo,
procedentes de exhumaciones anuales y aun diarias, reliquias siempre frescas que
elocuentemente narran su propia historia. Y, sin embargo, no es así. El mismo sabio
filólogo de Oxford confiesa la verdad diciendo:
Contemplamos todavía en pie las pirámides y las ruinas de templos y laberintos con sus
muros cubiertos de inscripciones jeroglíficas y de las extrañas pinturas de dioses y
diosas. En rollos de papiro que parecen desafiar los estragos del tiempo, tenemos
fragmentos de lo que podría llamarse los libros sagrados de los egipcios. Sin embargo de
esto, aunque se ha descifrado mucho concerniente a los antiguos documentos de aquella
raza misteriosa, la fuente principal de la religión de Egipto, y la intención original de su
culto y ceremonias, están muy lejos de haber sido completamente descubiertas para
nosotros112.
Una vez más, ahí están los misteriosos documentos jeroglíficos; mas las claves que
solas podrían hacerlos inteligibles, han desaparecido.
Tan poco enterados están
nuestros grandes egiptólogos de los ritos funerarios de los egipcios, y de las señales
exteriores referentes a las diferencias de sexo en las momias, que han cometido
ridículas equivocaciones. Sólo hace uno o dos años que una de aquéllas fue
descubierta en Bulaq, Cairo.
La momia, que había sido considerada como la esposa
de un faraón poco importante, se ha convertido, gracias a la inscripción de un
amuleto colgado en el cuello, ¡en la de Sesostris, el rey más grande de Egipto!
Sin embargo, habiendo encontrado que “existe una relación natural entre el
lenguaje y la religión”, y que “existió una religión aria común, antes de la separación
de la raza aria”; “una religión semítica común, antes de la separación de la raza
semítica”, y “una religión turania común, antes de la separación de los chinos y de las
otras tribus pertenecientes a la clase turania”; habiendo de hecho descubierto
únicamente “tres antiguos centros de religión” y “tres centros de lenguaje”; y a pesar
de permanecer en la más completa ignorancia, tanto en lo referente a aquellas
religiones y lenguajes primitivos, como en lo relativo a su origen, el profesor no
vacila en declarar que “se ha encontrado una base histórica verdadera para tratar
científicamente de las principales religiones del mundo”.
“Tratar científicamente” de un asunto, no es, en manera alguna, una garantía en pro
de su “base histórica”; y con tal escasez de datos a mano, ningún filólogo, por
eminente que sea, está autorizado para dar sus propias conclusiones como hechos
históricas. Sin duda alguna, que el eminente orientalista ha demostrado por completo y a satisfacción del mundo, que de acuerdo con la ley de Grimm, relativa a
las reglas fonéticas, Odin y Buddha son dos personajes diferentes, y del todo
distintos el uno del otro, y lo ha demostrado científicamente. Sin embargo, cuando
aprovecha la oportunidad de decir a renglón seguido, que Odin “fue adorado como la
deidad suprema durante un período muy anterior a la época de los Vedas y de
Homero” 113, carece de la menor “base histórica” para ello; pero pone a la historia y a
los hechos al servicio de sus propias conclusiones, las cuales podrán ser muy
“científicas” a los ojos de los orientalistas, a pesar de que se hallan muy lejos de la
verdad real.
Las opiniones contradictorias de los diversos filólogos y orientalistas
eminentes, desde Martín Haug hasta el mismo Max Müller, a propósito de los
asuntos de cronología, como sucede en el caso de los Vedas, son una prueba evidente
de que la afirmación no tiene base “histórica” alguna en que apoyarse, siendo a
menudo la “evidencia interna” la luz de un fuego fatuo en vez de un faro seguro que
sirva de guía. Tampoco tiene la moderna ciencia de la mitología comparada,
argumento alguno mejor que oponer a la aseveración de los eruditos escritores que,
durante el siglo pasado, insistieron en que debían de haber existido “fragmentos de
una revelación primitiva hecha a los antecesores del género humano… conservados
en los templos de Grecia y de Italia”. Esto es precisamente lo que todos los Iniciados
y panditas orientales han venido proclamando ante el mundo de tiempo en tiempo.
Y mientras que un eminente sacerdote cingalés aseguró a la que esto escribe, que era
cosa bien sabida que los principales tratados buddhistas, pertenecientes al canon
sagrado, permanecían guardados en países y lugares inaccesibles a los panditas
europeos, el llorado Svámi Dayânand Saravastî, el sanscritista más grande de su
época en la India, declaró a algunos miembros de la Sociedad Teosófica el mismo
hecho, con respecto a antiguas obras brahmánicas.
Cuando se le dijo que el profesor
Max Müller había manifestado a los oyentes de sus Discursos, que la teoría de “que
ha existido una revelación primitiva y sobrenatural, hecha a los padres de la raza
humana, encuentra hoy pocos sostenedores”, aquel hombre, tan santo como sabio, se
echó a reír. Su contestación fue significativa: «Si Mr. Moksh Mooller (así
pronunciaba el nombre) fuera un brahmán y viniese conmigo, podría llevarle a una
caverna gupta (una cripta secreta), cerca de Okhee Math, en los Himalayas, en donde
pronto encontraría que lo que ha cruzado el Kâlapâni (las negras aguas del Océano),
desde la India a Europa, eran sólo fragmentos de copias desechadas de algunos
paisajes tomados de nuestros libros sagrados.
Ha existido una “revelación primitiva”
se conserva todavía; y no se perderá para el mundo, sino que reaparecerá; aunque,
por supuesto, los Mlechchhas114
tendrán que aguardar”.
Habiéndosele interrogado acerca de este punto, no quiso decir más. Esto ocurría en
Meerut en 1880.
Sin duda fue cruel la burla hecha en Calcuta el siglo pasado por los brahmanes al
Coronel Wilford y a Sir William Jones. Pero fue bien merecida, y nadie en este
asunto se hizo acreedor a censuras, más que los misioneros y el mismo Coronel
Wilford. Los primeros, según testimonio del mismo Sir William Jones115, fueron tan
insensatos que llegaron a sostener que “los indos, aun ahora, eran casi cristianos,
porque su Brahmâ, Vishnu y Maheza, no eran otra cosa más que la trinidad cristiana”
116.
Fue una buena lección; hizo a los sabios orientalistas doblemente cautos, pero
quizás ha dado lugar también a que algunos de ellos se hayan vuelto en exceso
suspicaces, y ha sido causa, por reacción, de que el péndulo de las conclusiones
precedentes oscilase de modo exagerado en el sentido opuesto. Porque “aquella
primera provisión del mercado brahmánico”, ofrecida a la demanda del Coronel
Wilford, ha producido ahora en los orientalistas la necesidad evidente y el deseo de
declarar a casi todos los manuscritos sánscritos arcaicos, tan modernos, que
justificasen plenamente a los misioneros, al aprovecharse de la oportunidad. Que así
lo hacen, y hasta donde alcanzan sus facultades mentales, pruébanlo las absurdas
tentativas llevadas a cabo últimamente, para demostrar que toda la narración
Puránica acerca de Krishna ¡era un plagio de la Biblia hecho por los brahmanes!
Pero
los hechos citados por el profesor de Oxford en sus Conferencias, relativas a las al
presente famosas interpolaciones hechas en beneficio del Coronel Wilford, aunque
más tarde para disgusto suyo, no se oponen a las conclusiones que debe sacar
inevitablemente el que estudie la Doctrina Secreta. Porque, si los resultados
demuestran que ni el Nuevo ni aun el Antiguo Testamento han tomado cosa alguna
de la religión más antigua de brahmanes y buddhistas, no se sigue de aquí que los
judíos no hayan tomado cuanto sabían de los anales caldeos, que fueron mutilados
más tarde por Eusebio. Por lo que respecta a los caldeos, es seguro que adquirieron
sus primitivos conocimientos de los brahmanes; pues Rawlinson muestra una
indudable influencia védica en la mitología primitiva de Babilonia; y hace mucho
tiempo- que el Coronel Vans Kennedy declaró, con notable exactitud, que Babilonia
fue, por razón de su origen, centro de la sabiduría brahmánica y sánscrita. Pero todas
estas pruebas deben perder su valor en presencia de la última teoría del profesor
Max Müller. Cuál sea ésta, todo el mundo lo sabe.
El código de las leyes fonéticas ha
llegado a ser un disolvente universal de todas las identificaciones y “conexiones”
entre los dioses de muchos pueblos. Así, aunque la Madre de Mercurio (Buddha,Thoth-Hermes, etc.), era Maia; a pesar de que la madre de Gautama Buddha se llamó
también Mâyâ; y aunque la madre de Jesús era asimismo Mâyâ (Ilusión, porque
María es Mare, el Mar, simbólicamente la gran Ilusión), sin embargo, estos tres
personajes no tienen entre sí conexión alguna, ni pueden tenerla, desde que Bopp “ha
establecido su código de leyes fonéticas”.
En su afán de reunir las muchas madejas de la historia no escrita, es a la verdad
atrevimiento de parte de nuestros orientalistas, negar a priori todo lo que no encaja
en sus conclusiones especiales. Así, mientras diariamente se hacen nuevos
descubrimientos de grandes artes y ciencias, que existieron allá en la noche de los
tiempos, niégase hasta el mismo conocimiento de la escritura a algunas de las
naciones más antiguas, considerándolas bárbaras en lugar de cultas. Sin embargo,
todavía se encuentran las huellas de una civilización inmensa, hasta en el Asia
Central.
Esta civilización es indudablemente prehistórica. ¿Y cómo podría existir
civilización alguna sin literatura en una u otra forma, y sin anales ni crónicas? El
sentido común basta para suplir los eslabones rotos en la historia de las naciones que
fueron. La gigantesca y no interrumpida muralla de montañas que bordea toda la
meseta del Tíbet, desde el curso superior del río Khuan-Khé hasta las colinas de
Karakorum, fue testigo de una civilización que duró millares de años, y podría revelar
a la humanidad bien extraños secretos. Las porciones Oriental y Central de aquellas
regiones –el Nanchang y el Alty-Tâgh– estuvieron un tiempo cubiertas de ciudades
que bien podrían competir con Babilonia. Un completo período geológico ha pasado
sobre aquella tierra, desde que tales ciudades exhalaron su postrer aliento, como lo
atestiguan los montes de arenas movedizas y el suelo estéril, y ahora muerto, de las
inmensas llanuras centrales de la cuenca del Tarim. Los territorios fronterizos de
estos países, es lo que solamente, de un modo superficial, conocen los viajeros.
En el
interior de aquellas arenosas planicies hay agua y se encuentran frescos oasis
florecientes, donde ningún pie europeo se ha aventurado a penetrar, temeroso de un
suelo en la actualidad traicionero. Entre estos verdes oasis existen algunos por
completo inaccesibles, aun para los indígenas profanos que viajan por el país.
Los huracanes pueden “arrebatar las arenas y cubrir llanuras enteras”; pero son
impotentes para destruir lo que está fuera de su alcance. Los subterráneos
construidos en las entrañas de la tierra, aseguran los tesoros allí encerrados; y como
las entradas se hallan ocultas, no hay peligro de que nadie los descubra, aun cuando
varios ejércitos invadiesen los arenosos desiertos, en donde
Ni pozo, ni arbusto, ni vivienda se divisan
Y la cordillera forma una áspera defensa
En torno de las áridas llanuras del desierto…
Mas no es necesario enviar al lector al través del desierto, puesto que las mismas
pruebas en favor de la existencia de antiguas civilizaciones se encuentran en puntos
relativamente poblados de aquella región.
El oasis de Tchertchen, por ejemplo,
situado a unos 4.000 pies sobre el nivel del río Tchertchen-Darya, está rodeado al
presente en todas direcciones por ruinas de ciudades arcaicas. Unos 3.000 seres
humanos representan allí los restos de cien razas y naciones extinguidas, cuyos
nombres mismos desconocen por completo nuestros etnólogos. Un antropólogo se
encontraría muy apurado si tuviera que proceder a clasificarlos, dividirlos y
subdividirlos; tanto más cuanto que los descendientes respectivos de todas aquellas
razas y tribus antediluvianas saben tan poco en lo referente a sus propios
antepasados como si hubiesen caído de la Luna. Cuando se les pregunta acerca de su
origen, contestan que no saben de dónde vinieron sus padres; pero que han oído
decir que sus primeros, o primitivos, ascendientes fueron gobernados por los grandes
Genios de aquellos desiertos. Esto podría atribuirse a ignorancia y superstición; pero
en vista de las enseñanzas de la Doctrina Secreta, la respuesta puede considerarse
fundada en la tradición primitiva. Sólo la tribu del Khoorassan pretende haber venido
del país conocido hoy como Afghanistán, mucho tiempo antes de Alejandro, y
presenta conocimientos legendarios en corroboración de este hecho.
El viajero ruso
Coronel Prjevalsky (ahora General) encontró casi tocando al oasis de Tchertchen las
ruinas de dos inmensas ciudades, la más antigua de las cuales, según la tradición
local, fue destruida hace 3.000 años por un héroe gigante, habiéndolo sido la otra
por los mongoles en el siglo décimo de nuestra era.
El emplazamiento de ambas ciudades hállase cubierto ahora, por virtud de las arenas
movedizas y del viento del desierto, de reliquias extrañas y heterogéneas; fragmentos de
porcelana, utensilios de cocina y huesos humanos. Los indígenas encuentran con
frecuencia monedas de cobre y de oro, lingotes de plata fundida, diamantes y turquesas,
y, lo que es todavía más notable, vidrio roto… Ataúdes de un material o madera
incorruptible también, donde se encuentran cuerpos embalsamados y conservados
admirablemente… Las momias de los hombres revelan individuos de una estatura y
robustez extraordinarias, y con ondeadas cabelleras… Se encontró una bóveda con doce
cadáveres. Otra vez en un ataúd separado, encontramos el de una muchacha. Sus ojos
estaban cerrados con discos de oro, y sus mandíbulas fuertemente sujetas por un aro de
oro que le cogía la barba hasta la parte superior de la cabeza. Estaba vestida con túnica
de lana, ceñida, tenía el pecho cubierto de estrellas de oro y los pies desnudos117.
A esto añade el famoso viajero que durante todo su camino a lo largo del río
Tchertchen, llegaron a sus oídos leyendas referentes a veintitrés ciudades sepultadas
hace mucho tiempo por las arenas movedizas del desierto. La misma tradición existe
en el Lob-nor y en el oasis de Kerya. Las huellas de tal civilización juntamente con estas y parecidas tradiciones nos dan
derecho para conceder crédito a otras leyendas, autorizadas por indos y mongoles
educados y eruditos, que hablan de inmensas bibliotecas salvadas de las arenas y de
otros varios restos del antiguo Saber Mágico, todo lo cual se halla depositado en
lugares seguros.
Recapitulando: La Doctrina Secreta fue la religión universalmente difundida del
mundo antiguo y prehistórico. Las pruebas de su difusión, los anales auténticos de su
historia, una serie completa de documentos que demuestran su carácter y su
presencia en todos los países, juntamente con las enseñanzas de todos sus grandes
Adeptos, existen hasta hoy en las criptas secretas de las bibliotecas pertenecientes a
la Fraternidad Oculta.
Esta afirmación se acredita con los hechos siguientes: la tradición de los millares de
pergaminos antiguos salvados cuando la Biblioteca Alejandrina fue destruida; los
millares de obras sánscritas desaparecidas en la India durante el reinado de Akbar; la
tradición universal existente, tanto en la China como en el Japón, de que los
verdaderos textos antiguos con los comentarios que únicamente pueden hacerlos
inteligibles, y que suman muchos miles de volúmenes, hace mucho tiempo que están
fuera del alcance de manos profanas; la desaparición de la vasta literatura sagrada y
oculta de Babilonia; la pérdida de las claves que podrían únicamente resolver los mil
enigmas contenidos en los anales de los jeroglíficos egipcios; la tradición existente
en la India de que los verdaderos comentarios secretos, únicos que pueden hacer
inteligibles los Vedas, aunque no son visibles para los profanos, están a disposición
del Iniciado, ocultos en cuevas y criptas secretas; y la idéntica creencia de los
buddhistas, por lo que hace a sus libros sagrados.
Los ocultistas afirman que todos éstos existen, a cubierto de la expoliación de
manos occidentales, para reaparecer en una época más ilustrada, por la cual, según
las palabras del llorado Svámi Dayânand Sarasvatî, “los Mlechchhas (proscritos,
salvajes, aquellos que se hallan fuera de la civilización aria) tendrán que esperar
todavía”.
No es culpa de los iniciados que tales documentos estén hoy “perdidos” para el
profano, ni ha sido su conducta aconsejada por el egoísmo, o por deseo alguno de
monopolizar el sagrado saber que da la vida. Había algunas partes de la Ciencia
Secreta que debían permanecer ocultas a los profanos durante edades sin cuento.
Mas esto era debido a que el comunicar a la multitud secretos de una importancia
tan tremenda, sin estar preparada para ello, hubiera sido equivalente a entregar a un
niño una vela encendida y meterle en un polvorín.
La respuesta a una pregunta que, con frecuencia, hacen los que se dedican a estos
estudios, al encontrarse con una afirmación como la anterior, puede bosquejarse
aquí.Comprendemos –dicen– la necesidad de ocultar a la masa secretos tales como el
del Vril, o el de la fuerza que destruye rocas, descubierta por J. W. Keeley, de
Filadelfia; pero lo que no podemos comprender es cómo puede haber peligro alguno
en la revelación de una doctrina puramente filosófica, tal como, por ejemplo, la de la
evolución de las Cadenas Planetarias.
El peligro está en que doctrinas tales como la de la Cadena Planetaria, o la de las
siete Razas, suministran desde luego una guía segura para el descubrimiento de la
séptuple naturaleza del hombre; pues cada uno de los principios humanos está en
correlación con un plano, con un planeta y con una raza; y los principios humanos, en
todos los planos, son correlativos a fuerzas ocultas de naturaleza séptuple; siendo las
correspondientes a los planos más elevados, de una potencia formidable. Así es, que
cualquiera clasificación septenaria proporciona desde luego una guía segura para
descubrir poderes ocultos tremendos, cuyo abuso sería origen de males incalculables
para la humanidad; una guía que quizás no lo sea para la generación presente, en
especial para los occidentales, protegidos por su propia ceguera y por su ignorante
incredulidad materialista en lo referente a las cosas ocultas, pero una guía que
hubiera sido, sin embargo, de un efecto bien real en los primeros siglos de la Era
cristiana, en que se trataba de gentes convencidas por completo de la realidad del
Ocultismo, y que entrando en un ciclo dé degradación, hallábanse predispuestas a
abusar de los poderes ocultos, y a ejercer la hechicería de la peor especie.
Los documentos se ocultaron, es verdad; pero nunca hicieron un secreto ni del
conocimiento mismo, ni de su existencia real, los Hierofantes del Templo, en el cual
siempre han sido los MISTERIOS una disciplina y un estímulo para la virtud. Éstas
son novedades bien antiguas, y repetidas veces fueron dadas a conocer por los
grandes Adeptos, desde Pitágoras y Platón, hasta los neoplatónicos. La nueva
religión de los nazarenos fue la que verificó un cambio desventajoso, en la regla de
conducta seguida durante siglos.
Además hay un hecho bien conocido –hecho curioso corroborado a la escritora por
un respetable caballero, agregado muchos años a una embajada rusa– y es que
existen varios documentos en las Bibliotecas Imperiales de San Petersburgo, que
demuestran que en una época tan reciente como la en que la Francmasonería y las
Sociedades Secretas de místicos florecían libremente en Rusia, o sea a fines del
último siglo y principios del presente, más de un místico ruso se dirigió al Tíbet a
través de los montes Urales, para adquirir el saber y la iniciación en las desconocidas
criptas del Asia Central; y más de uno volvió después con un tesoro de conocimientos
que nunca hubiera podido adquirir en parte alguna de Europa. Varios casos podrían
citarse, juntamente con nombres bien conocidos, si no fuera porque tal publicidad
podría molestar a los parientes, que hoy viven, de los últimos Iniciados.
El que quiera
saberlo puede consultar los anales y la historia de la Francmasonería en los archivos de la metrópoli rusa, y podrá asegurarse por sí mismo de la realidad de los hechos
citados.
Esto es una corroboración de lo afirmado antes muchas veces, desgraciadamente
con demasiada indiscreción.
En lugar de producir beneficios a la humanidad, los
cargos virulentos de invención deliberada y de impostura, lanzados de propósito
sobre los que tan sólo afirmaban un hecho real, si bien poco conocido, han
engendrado únicamente mal Karma para los calumniadores. Pero el daño ya está
hecho, y no debe rehusarse la verdad por más tiempo, sean cuales fueren las
consecuencias.
¿Es la Teosofía una nueva religión? –se nos pregunta–. De ningún modo: no es una
“religión” ni es “nueva” su filosofía; pues como ya se ha declarado, es tan antigua
como el hombre pensador. Sus principios no se han publicado ahora por vez primera,
sino que han sido cautelosamente comunicados y enseñados por más de un Iniciado
europeo, especialmente por el extinto Ragón.
Más de un gran erudito ha declarado que no ha existido jamás ningún fundador
religioso, sea ario, semita o turanio, que haya inventado una nueva religión o
revelado una nueva verdad.
Todos aquellos fundadores fueron transmisores, no
maestros originales. Fueron autores de formas y de interpretaciones nuevas; pero las
verdades en que se apoyaban sus enseñanzas, eran tan antiguas como la humanidad.
Así escogían y enseñaban a las masas una o más de las muchas verdades reveladas
oralmente a la humanidad en un principio, y conservadas y perpetuadas por
transmisión personal, hecha de una a otra generación de iniciados en el Adyta de los
templos, durante los Misterios –realidades visibles tan sólo para los Sabios y
Videntes verdaderos–. Así es como cada nación ha recibido a su vez algunas de las
verdades susodichas, bajo el velo de su simbolismo propio, local y especial, el cual,
andando el tiempo, desarrolló un culto más o menos filosófico, un Panteón bajo un
disfraz mítico. Por esto Confucio (en la cronología histórica un legislador muy
antiguo y un sabio muy moderno en la historia del mundo) es señalado
enfáticamente por el Dr. Legge118
como transmisor no como autor. Como él mismo
decía: “yo únicamente transmito; no puedo crear cosas nuevas. Creo en los antiguos,
y por lo tanto, los amo” 119.
También los ama la que escribe estas líneas, y cree, por tanto, en los antiguos, y en
los modernos herederos de su Sabiduría. Y creyendo en ambos, transmite ahora lo
que ha recibido y aprendido por sí misma, a todos aquellos que quieran aceptarlo.
Para aquellos que rechacen su testimonio, que será la inmensa mayoría, no guardará
el menor resentimiento, pues están en su derecho negando, del mismo modo que ella usa del suyo propio al afirmar; siendo lo cierto que las dos partes contemplan la
Verdad desde dos puntos de vista por completo diferentes. De acuerdo con las reglas
de la crítica científica, el orientalista tiene que desechar a priori cualquiera
declaración que no pueda demostrar por sí mismo. ¿Y cómo podría un sabio
occidental aceptar puramente de oídas aquello acerca de lo cual nada conoce? A la
verdad, lo que se da a luz en estos volúmenes, ha sido entresacado así de enseñanzas
orales como escritas.
Esta presentación primera de las doctrinas esotéricas está
basada sobre Estancias que constituyen los anales de un pueblo que la etnología
desconoce. Están escritas aquéllas, según se afirma, en una lengua que se halla
ausente del catálogo de los lenguajes y dialectos que conoce la filología; se asegura
que han surgido de una fuente que la ciencia repudia: esto es, el Ocultismo; y
finalmente son ofrecidas al público por el intermedio de una persona desacreditada
sin cesar ante el mundo, por todos cuantos odian las verdades venidas a deshora, o
por los que tienen alguna preocupación particular que defender. Así es que el
repudio de estas enseñanzas es cosa que puede esperarse, y aun debe esperarse de
antemano.
Ninguno de los que se llaman a sí mismos “eruditos”, en cualquiera de las
ramas de la ciencia exacta, se permitirá mirar estas enseñanzas seriamente. Durante
este siglo serán escarnecidas y rechazadas a priori; pero en este siglo únicamente,
porque en el siglo xx de nuestra Era, comenzarán a conocer los eruditos que la
Doctrina Secreta no ha sido ni inventada ni exagerada, sino por el contrario, tan sólo
bosquejada; y finalmente, que sus enseñanzas son anteriores a los Vedas. No es esto
una pretensión de profetizar, sino una sencilla afirmación fundada en el
conocimiento de los hechos. En cada siglo tiene lugar una tentativa para demostrar al
mundo que el Ocultismo no es una superstición vana. Una vez que la puerta quede
algo entreabierta, se irá abriendo más y más en los siglos sucesivos. Los tiempos son
a propósito para conocimientos más serios que los hasta la fecha permitidos, si bien
tienen todavía que ser muy limitados.
¿No han sido los mismos Vedas escarnecidos, rechazados y llamados una
“falsificación moderna” no hace todavía cincuenta años? ¿ No hubo una época en la
que se declaró al sánscrito hijo del griego, y un dialecto derivado de este último,
según Lemprière y otros eruditos?
El profesor Max Müller dice que hasta 1820, los
libros sagrados de los brahmanes, los de los magos y los de los buddhistas, “eran
desconocidos; dudábase hasta de su existencia misma, y no existía ni un solo erudito
que hubiese podido traducir una línea de los Vedas … del Zend Avesta… o del
Tripitaka buddhista; y ahora está demostrado que los Vedas pertenecen a la
antigüedad más remota, siendo su conservación casi una maravilla”.
Lo mismo se dirá de la Doctrina Secreta Arcaica cuando se den pruebas innegables
de su existencia y de sus anales. Pero tendrán que pasar siglos antes que se publique
mucho más de ella. Hablando de la clave para los misterios del Zodiaco, casi perdida
para el mundo, hizo ya observar la escritora en Isis sin Velo, hará unos diez años, que:“A la dicha clave deben dársele siete vueltas antes de todo el sistema pueda ser
divulgado. Le daremos nosotros una vuelta tan sólo, permitiendo, con esto al
profano que perciba una vislumbre del misterio. ¡Feliz aquel que comprenda el todo!”
Lo mismo puede decirse del Sistema Esotérico en su totalidad. Una vuelta y no más
se dio a la llave, en Isis sin Velo. En estos volúmenes se explica mucho más. En
aquellos días apenas conocía la escritora la lengua en que la obra fue escrita, y había
prohibición de hablar con la libertad de ahora, acerca de muchas cosas. En el siglo XX,
algún discípulo mejor informado, y con cualidades muy superiores, podrá ser enviado
por los Maestros de Sabiduría para dar pruebas definitivas e irrefutables de que
existe una Ciencia llamada Gupta Vidyâ: y que, a manera de las fuentes del Nilo en
un tiempo misteriosas, la fuente de todas las religiones y filosofías en la actualidad
conocidas por el mundo, ha permanecido durante muchas épocas olvidada y perdida
para los hombres, pero ha sido encontrada por fin.
A una obra tal como ésta, no podía servir de introducción un simple prefacio,
necesitaba más bien un volumen; un volumen que exponga hechos, no meras
disquisiciones, puesto que LA DOCTRINA SECRETA no es un tratado o serie de
teorías vagas, sino que contiene todo cuanto puede darse al mundo en este siglo.
Sería inútil publicar en estas páginas aquellas porciones de las enseñanzas
esotéricas que han salido al presente del misterio, sin que se establezca primero la
autenticidad, o por lo menos la probabilidad de la existencia de semejantes
enseñanzas. Las afirmaciones que van a hacerse, tienen que presentarse garantizadas
por varias autoridades, tales corno la de los antiguos filósofos, la de los escritores
clásicos y aun la de eruditos Padres de la Iglesia, algunos de los cuales conocían estas
doctrinas por haberlas estudiado, por haber visto y leído obras escritas acerca de
ellas; y hasta hubo entre ellos quienes fuesen iniciados personalmente en los
antiguos Misterios, durante cuya celebración se representaban alegóricamente las
doctrinas ocultas. La escritora habrá de citar nombres históricos y dignos de
confianza, y autores bien conocidos, antiguos y modernos, de reconocida
competencia, juicio recto y veracidad; así como también nombrará a alguno de los
más famosos en las artes y ciencias secretas, juntamente con los misterios de estas
últimas, tal corno han sido divulgados, o mejor dicho, parcialmente presentados ante
el público, en su extraña forma arcaica.
Cómo debe hacerse esto, cuál es el medio mejor para lograr tal objeto, ha sido
siempre la cuestión.
A fin de esclarecer el plan que nos proponemos, pongamos un
ejemplo. Cuando un viajero procedente de países bien explorados, llega de pronto a
las fronteras de una terra incognita, circundada y oculta a la vista por una formidable
barrera de rocas infranqueables, puede, sin embargo, negarse a reconocer que se ha
visto burlado en sus planes de exploración. Le es imposible pasar adelante. Pero si no
puede visitar la región misteriosa personalmente, puede, sí, encontrar medio de examinarla desde la distancia más corta a que pueda llegar. Auxiliado de su
conocimiento de los países que ha dejado atrás, puede adquirir una idea general y
bastante correcta de la perspectiva que hay más allá de las barreras, tan sólo con
subir a la más elevada altura que delante de sí tiene. Una vez allí, puede extender la
mirada a su placer, comparando lo que confusamente percibe con lo que acaba de
dejar atrás; pues ya, gracias a sus esfuerzos, se encuentra más allá de la línea de las
nieblas y de las cimas cubiertas de nubes.
Tal punto de observación preliminar no puede ser ofrecido en estos seis volúmenes
a aquellos deseen comprender de un modo más correcto los misterios de los
períodos prearcaicos citados en los textos. Pero si el lector tiene paciencia y quiere
echar una ojeada al presente estado de las diversas creencias existentes en Europa,
compararlas y contraponerlas a lo que la historia refiere de las épocas que
directamente precedieron y siguieron a la era cristiana, podrá encontrar todo esto en
un futuro volumen de la presente obra120.
En dichos volúmenes se hará una breve recapitulación de todos los Adeptos
principales conocidos en la historia; y se dará noticia de cómo los Misterios
decayeron, después de lo cual comenzó a desaparecer y a borrarse de la memoria de
los hombres, al fin de modo definitivo, la naturaleza verdadera de la Iniciación y de la
Ciencia Sagrada.
Desde aquel tiempo sus enseñanzas se hicieron ocultas, y la Magia
fue conocida muy frecuentemente bajo un nombre venerable, pero a menudo
expuesto a interpretaciones erróneas, de Filosofía Hermética. Así como el verdadero
Ocultismo había prevalecido entre los místicos durante los siglos que precedieron a
nuestra era, así la Magia, o más bien la Hechicería con sus artes ocultas, siguió al
comienzo del Cristianismo.
Grandes y celosos fueron los esfuerzos llevados a cabo por el fanatismo durante
aquellos primeros siglos, para borrar hasta la menor huella de la obra mental e
intelectual de los paganos; pero todo ha sido en balde, aunque el mismo espíritu del
oscuro genio del fanatismo y de la intolerancia, haya adulterado sistemáticamente
desde entonces, todas las brillantes páginas escritas en los períodos anteriores al
Cristianismo.
La historia misma, en sus inseguros anales, ha conservado bastante de
lo que ha sobrevivido de aquellos períodos, para arrojar una luz imparcial sobre el
conjunto. Deténgase, pues, el lector un momento en compañía de la que escribe
estas líneas en el punto de observación elegido, y fije toda su atención en los 1.000
años que, correspondiendo a los períodos anterior y posterior al Cristianismo, se
hallan divididos en dos partes por el año Uno de la Natividad. Este suceso, sea o no
correcto, desde el punto de vista histórico ha sido, no obstante, erigido en el primero
de los múltiples baluartes levantados contra la vuelta posible de una sola vislumbre a las tan odiadas religiones del pasado: odiadas y temidas por lanzar tan vívida luz
sobre la interpretación nueva e intencionalmente velada de lo que ahora se llama la
“Nueva Ley”.
Por sobrehumanos que fuesen los esfuerzos de los primeros Padres de la Iglesia
para borrar la Doctrina Secreta de la memoria de los hombres, todos ellos han
fracasado. La verdad jamás puede ser destruida; de aquí que fracasase la tentativa de
hacer desaparecer por completo de la faz de la tierra todo vestigio de la antigua
Sabiduría, y de encadenar y amordazar a cuantos pudiesen dar testimonio de ella. Si
se considera los millares y quizás millones de manuscritos quemados, los
monumentos reducidos a polvo con sus por demás indiscretas inscripciones y
símbolos pictóricos, la multitud de ermitaños y ascetas primitivos vagando entre las
ruinas de las ciudades del alto y el bajo Egipto, y por desiertos y montañas, por valles
y cordilleras, buscando con ardor obeliscos y columnas, rollos y pergaminos para
destruirlos si contenían el símbolo de la Tau, o cualquier otro signo que la nueva fe
se hubiese apropiado, se comprenderá fácilmente que haya quedado tan poco de los
anales del pasado. A la verdad, el endiablado espíritu fanático del cristianismo
primitivo y de la Edad Media, así como el del islamismo, gustaron siempre vivir en las
tinieblas y la ignorancia, y ambos han hecho
…el sol de sangre, la tierra una tumba.
La tumba un infierno, y el infierno mismo una obscuridad más lóbrega.
Ambas religiones han conquistado sus prosélitos con la punta de la espada; ambas
han construido sus templos sobre enormes hecatombes de víctimas humanas. En el
pórtico del siglo I de nuestra era, brillaron fatídicamente las palabras ominosas “EL
KARMA DE ISRAEL”. Sobre los umbrales del nuestro podrán leer los profetas del
porvenir otras palabras que harán referencia al Karma de la historia falsificada
astutamente, de los sucesos desnaturalizados de propósito y de los grandes
caracteres calumniados ante la posteridad y destruidos hasta hacer imposible su
reconocimiento, entre los dos carros de Jagannâtha: Fanatismo y Materialismo; el
uno aceptando demasiado, y el otro negándolo todo. Sabio es aquel que se mantiene
en el punto medio y que cree en la justicia eterna de las cosas.
Dice Faiza Dîwân, el “testigo de los maravillosos discursos de un librepensador que
pertenece a un millar de sectas”:
En la asamblea del día de la resurrección, cuando las cosas pasadas sean perdonadas,
los pecados de la Kabah serán perdonados en gracia al polvo de las iglesias Cristianas.
A esto contesta el profesor Max Müller:
Los pecados del Islam son indignos como el polvo del Cristianismo; en el día de la
resurrección, tanto mahometanos como cristianos, verán la vanidad de sus doctrinas religiosas.
Los hombres luchan por la religión en la tierra; en el cielo encontrarán que sólo
existe una religión verdadera: la adoración del ESPÍRITU DE DIOS121.
En otras palabras, “NO HAY RELIGIÓN (o LEY) SUPERIOR A LA VERDAD”
—(Satyât Nâsti Paro Dharmah)— el lema del Mahârâjah de Benares, adoptado por la
Sociedad Teosófica.
Como ya se ha dicho en el Prefacio, LA DOCTRINA SECRETA no es una versión de
Isis sin Velo, como se pensó en un principio. Es más bien una obra que explica la otra,
y aunque por completo independiente de ella, es, sin embargo, su indispensable
corolario. Mucho de lo que contenía Isis era de difícil comprensión para los teósofos
de entonces. LA DOCTRINA SECRETA ilustrará ahora muchos problemas que
quedaron sin resolver en aquella obra, en especial en sus primeras páginas, las cuales
no han sido nunca comprendidas.
No pudo echarse allí una rápida ojeada sobre el panorama del Ocultismo, por
tratarse en Isis simplemente de lo que tenía relación con los sistemas filosóficos
comprendidos en nuestros tiempos históricos, y con los diversos simbolismos de las
naciones desaparecidas. En la presente obra se exponen detalladamente la
cosmogonía y la evolución de las cuatro Razas que han precedido a nuestra quinta
Raza humana, dándose a luz ahora dos grandes volúmenes122
que explican lo que se
dijo sólo en la primera página de Isis sin Velo, y en algunas alusiones esparcidas acá y
allá en toda la obra. No podía intentarse presentar el vasto catálogo de las Ciencias
Arcaicas en los actuales volúmenes, antes que hubiésemos tratado de tan tremendos
problemas como los de la Evolución cósmica y planetaria, y el del gradual
desenvolvimiento de las misteriosas humanidades y razas que precedieron a nuestra
Humanidad Adámica.
Por lo tanto, la tentativa presente para aclarar algunos
misterios de la Filosofía Esotérica, no tiene a la verdad nada que ver con la obra
anterior. Permítase a la que estas líneas escribe, explicar lo dicho por medio de un
ejemplo.
El volumen I de Isis, comienza con una referencia a “un libro antiguo”.
Es tan antiguo, que aunque nuestros modernos anticuarios meditasen sobre sus
páginas durante un tiempo indefinido, no llegarían a ponerse de acuerdo acerca de la
clase de material sobre que está escrito.
Es el único ejemplar original que hoy día existe.
Es el documento hebreo más antiguo, referente a la sabiduría oculta —el Siphrah
Dzenioutha–; es una compilación del mismo, verificada en tiempos en que el primero era
ya considerado como una reliquia literaria. Una de sus viñetas representa a la Esencia Divina emanando de ADAM123, a manera de arco luminoso que pasa a formar un círculo;
y, después de haber llegado al punto superior de su circunferencia, la Gloria inefable
retrocede y vuelve a la tierra, llevando en su vórtice un tipo de humanidad superior. A
medida que se aproxima más y más a nuestro planeta, la emanación se hace más y más
obscura, hasta que al tocar la tierra es ya negra como la noche.
Este libro tan antiguo es la obra original de la cual fueron compilados los muchos
volúmenes del Kiu-tí. Y no solamente este último y el Siphrah Dzenioutha, sino que
también el Sepher Yetzirah124
–la obra atribuida por los kabalistas hebreos a su
Patriarca Abraham (!); el Shu-King, la biblia primitiva de la China; los volúmenes
sagrados del Thoth-Hermes, egipcio; los Purânas de la India; el Libro de los Números
caldeo, y el Pentateuco mismo, todos han sido derivados de aquel pequeño volumen
padre. Dice la tradición que fue escrito en senzar, la lengua secreta sacerdotal,
conforme a las palabras de los Seres Divinos que lo dictaron a los Hijos de Luz en el
Asia Central, en los comienzos de nuestra Quinta Raza: pues hubo un tiempo en que
este lenguaje (el senzar) era conocido de los Iniciados de todas las naciones, cuando
los antepasados de los toltecas lo comprendían tan bien como los habitantes de la
perdida Atlántida, que lo habían heredado a su vez de los sabios de la Tercera Raza,
los Mânus-his, quienes lo aprendieron directamente de los Devas de las Razas
Primera y Segunda.
La viñeta de que se habla en Isis, se refiere a la evolución de estas
Razas y a la de las Razas Cuarta y Quinta de nuestra Humanidad durante la Ronda o
Manvantara Vaivasvata; estando cada Ronda constituida por los Yugas de los siete
períodos de la Humanidad, cuatro de los cuales han pasado ya en nuestro Ciclo de
Vida, y debiendo alcanzarse muy pronto el punto medio del quinto. Este dibujo es
simbólico como cualquiera comprenderá perfectamente, y abarca el fondo desde el
principio.
El antiguo libro, después de haber descrito la evolución cósmica y
explicado el origen de todas las cosas que existen en la tierra, incluso el hombre
físico; después de hacer la verdadera historia de las Razas, desde la Primera hasta la
Quinta (la nuestra), se detiene. Hace alto al principio del Kâli Yuga, hace ahora
exactamente 4.989 años, cuando acaeció la muerte de Krishna, el resplandeciente
dios del Sol, héroe y reformador vivo y efectivo.
Pero hay otro libro. Ninguno de sus poseedores le considera como muy antiguo,
pues nació a los comienzos de la Edad Negra, y tiene tan sólo la antigüedad de ella, o sea unos 5.000 años.
Dentro de unos nueve años125, terminará el primer ciclo de los
5.000 primeros, que comenzó con el gran ciclo del Kâli Yuga, y entonces se cumplirá
la última profecía contenida en aquel libro, que es el primer volumen de profecías
referentes a la Edad Negra. No tenemos que esperar mucho tiempo, y muchos de
nosotros veremos la aurora del Nuevo Ciclo, a cuya conclusión no pocas cuentas y
litigios se habrán pagado y zanjado entre las razas. El volumen II de las profecías se
halla casi terminado, habiéndose preparado desde los tiempos de Shankarâchârya, el
gran sucesor de Buddha.
Debe llamarse la atención acerca de otro punto importante, que es el principal de
los que constituyen la serie de pruebas en pro de la existencia de una Sabiduría
primitiva y universal, por lo menos para los kabalistas cristianos y para los eruditos.
Sus enseñanzas fueron, al menos, conocidas en parte por varios Padres de la Iglesia.
Se sostiene, con fundamentos puramente históricos que Orígenes, Synesio y aun
Clemente de Alejandría, habían sido iniciados en los misterios, antes de añadir al
Neoplatonismo de la escuela Alejandrina, el sistema de los gnósticos, bajo velo
cristiano. Y más aún: algunas de las doctrinas de las escuelas secretas, aunque no
todas ciertamente, se conservan en el Vaticano; y desde entonces, se han convertido
en parte y porción de los Misterios, bajo la forma de adiciones desfiguradas, hechas
por la Iglesia Latina al programa cristiano original. Tal es el dogma de la Inmaculada
Concepción, en la actualidad materializada.
Esto explica las grandes persecuciones
emprendidas por la Iglesia Católica Romana contra el Ocultismo, la Masonería y el
Misticismo heterodoxo en general.
Los días de Constantino fueron el último punto crítico en la historia, el período de
la lucha suprema que terminó en el mundo occidental con la destrucción de las
antiguas religiones en favor de la nueva, construida sobre sus cuerpos. Desde
entonces, la perspectiva de un pasado remoto, más allá del Diluvio y del Jardín del
Edén, comenzó a ser interceptada a las indiscretas miradas de la posteridad por
modo forzoso e implacable, y recurriendo a toda clase de medios lícitos e ilícitos. Se
cerraron todas las salidas; se destruyeron todos cuantos documentos podían hallarse
a mano. Y, sin embargo queda todavía lo suficiente, aun entre estos documentos
mutilados, para autorizarnos a decir que hay en ellos toda la prueba que se requiere
para demostrar la existencia efectiva de una Doctrina Matriz. Se han salvado de los
cataclismos geológicos y políticos bastantes fragmentos para narrarnos la historia; y
todos los que sobreviven, demuestran hasta la saciedad que la actual Sabiduría
Secreta fue en un tiempo la fuente original, la corriente perenne siempre fluyendo,
de la cual se alimentaban los riachuelos (las religiones posteriores de todos los
pueblos), desde la primera hasta la última. Este período que comienza con Buddha y
Pitágoras y termina con los neoplatónicos y los gnósticos, es el único foco que nos muestra la historia, donde por última vez convergen brillantes rayos de luz
emanados de edades remotísimas, y no obscurecidos por el fanatismo.
Esto demuestra la necesidad a que la escritora de estas líneas ha estado siempre
sometida, de tener que explicar los hechos procedentes de un pasado muy lejano, por
medio de la evidencia adquirida en períodos históricos, aun a riesgo de sufrir una vez
más la acusación de falta de método y de sistema, pues no tenía otro medio a su
disposición. Deben darse a conocer al público los esfuerzos de muchos adeptos que
ha habido en el mundo, de poetas y escritores clásicos iniciados de todas las épocas,
para conservar en los anales de la humanidad el conocimiento por lo menos de la
existencia de tal filosofía, ya que no el de sus verdaderos principios.
Los Iniciados de
1888 permanecerían a la verdad incomprensibles, y aparecerían corno un mito
imposible, si no se demostrase que Iniciados semejantes han vivido el todas las
demás épocas de la historia. Esto puede hacerse únicamente citando los capítulos y
versículos de las obras en que pueden encontrarse mencionados estos grandes
personajes que fueron precedidos y seguidos por una serie larga e interminable de
otros Maestros en las artes ocultas, así anteriores como posteriores al diluvio. Sólo
de este modo podrá demostrarse, con un fundamento semitradicional y
semihistórico, que el conocimiento oculto y los poderes que al hombre confiere, no
son ficciones en manera alguna, sino cosas tan antiguas como el mundo mismo.
Nada tengo, por lo tanto, que decir a mis jueces pasados y futuros, ya sean críticos
serios, ya derviches literarios, aulladores que juzgan una obra por la popularidad o
impopularidad del autor, y que sin mirar apenas su contenido, se agarran, a manera
de bacilos mortíferos, a los puntos más débiles del cuerpo. Tampoco me preocuparé
de aquellos calumniadores lunáticos, pocos por fortuna, que esperan llamar la
atención del público lanzando el descrédito sobre todo autor cuyo nombre sea más
conocido que el suyo, y ladran y echan espuma ante su misma sombra. Éstos
sostuvieron durante algunos años que las doctrinas expuestas en el Theosophist, y
más tarde en el Esoteric Buddhism, habían sido inventadas por la presente escritora; y
haciendo por fin un completo cambio de frente, han denunciado a Isis sin Velo y a
todas las demás obras como plagio de Eliphas Lévi (!), Paracelso (!!) y mirabile dictu,
del buddhismo y brâhamanismo (!!!). Esto equivale a acusar a Renan de haber robado
su Vida de Jesús de los Evangelios, y a Max Müller sus Libros Sagrados del Oriente o
sus Chips de las filosofías de los brahmanes y de Gautama el Buddha. Pero al público
en general y a los lectores de LA DOCTRINA SECRETA puedo repetirles lo que he
venido diciendo durante todo este tiempo, y sintetizo ahora en las palabras de
Montaigne:
Señores: “Aquí tengo un ramillete de flores escogidas; nada hay en él mío, sino el cordón
que las ata”.
Romped el “cordón”, hacedlo pedazos si os parece. En cuanto al ramillete de
hechos, jamás seréis capaces de destruirlo. Todo lo que podéis es ignorarlos y nada
más.
Concluiremos con algunas palabras más, referentes a este primer volumen. En una
introducción que sirve de prefacio a una parte de la obra que se ocupa
principalmente de cosmogonía, el sacar a relucir ciertas cuestiones podría ser
considerado como fuera de lugar; pero otra consideración además de las ya citadas
me ha obligado a tratar de ellas. Es inevitable que cada uno de los lectores juzgue las
afirmaciones hechas desde el punto de vista de sus conocimientos, experiencias y
conciencia propia, fundándose en lo que haya aprendido ya. Este es un hecho que la
escritora debe tener siempre presente; de aquí la necesidad de referirse con
frecuencia en este primer volumen a materias que propiamente corresponden a la
última parte de la obra, pero que no pueden pasarse en silencio, so pena de que el
lector mire al libro como un cuento de hadas, o como una ficción de algún cerebro
moderno.
Así, el Pasado ayudará a demostrar el Presente, y este último servirá para apreciar
mejor el Pasado.
Los errores del día tienen que ser explicados y extirpados, y sin
embargo, es más que probable, y en el presente caso cierto de toda certeza, que una
vez más el testimonio de las edades pasadas y la historia no lograrán hacer impresión
más que en los entendimientos intuitivos lo cual equivale a decir sobre muy pocos.
Pero en éste como en los casos análogos, los sinceros y los fieles pueden consolarse
presentando al escéptico saduceo moderno la prueba matemática y conmemorativa
de su obstinación y endurecido fanatismo. Todavía existe en los archivos de la
Academia de Francia la famosa ley de probabilidades, deducida por ciertos
matemáticos en beneficio de los escépticos, valiéndose de un procedimiento
algebraico. Dice así: si dos personas reconocen la evidencia de un hecho, y le
comunican así cada una de ellas 5/6 de certidumbre, este hecho tendrá entonces 35/36
de certidumbre; esto es, su probabilidad estará en relación con su improbabilidad en
la proporción de 35 a 1. Si reúnen tres evidencias semejantes, la certidumbre vendrá
a ser de 215/216.
La conformidad de diez personas, cada una de las cuales preste 1/2 de
certidumbre, producirá 1.023/1.024, etc., etc. El ocultista puede darse por satisfecho con
esta certidumbre, y no necesita más.
D.S TI
NOTAS
94 Véase The Theosophist de junio de 1883.
95 Prefacio de la edición original
96 Cambios o modificaciones. - N. de los Traductores
97 Dan, en la moderna fonética china y tibetana Chhan, es el nombre general de las escuelas esotéricas
y su literatura. En los antiguos libros, la palabra Janna se define como “la reforma de uno mismo por
medio de la meditación y el conocimiento” un segundo nacimiento interno. De aquí Dzan Djan
fonéticamente, el libro de Dzyan. Véase Edkins, Chinese Buddhism, pág. 129, nota.
98 Mr. Beglor, ingeniero jefe en Buddha Gâya y arqueólogo distinguido, fue el primero en descubrirla,
según creemos.
99 Véase Isis sin Velo, vol. II.
100 Introduction to the Science of Relígion, pág. 23.
101 Aim i Akbâri, traducido por el Dr. Blochmann, citado por Max Müller, ob. cit.
102 Tao-te-King, pág. XXVII.
103 Max Müller, Ob. cit., pág. 114.
104 Eusebio.
105 Encontradas y demostradas únicamente ahora, merced a los descubrimientos verificados por
George Smith (véase su Chaldean Account of Genesis); y que, gracias a aquel falsificador armenio, han
extraviado a todas las “naciones civilizadas” durante unos 1.500 años, haciéndoles aceptar las
derivaciones judías como directa Revelación Divina.
106 Egypt's Place in History, I, 200.
107 Spence Hardy: The Legends and Theories of the Buddhists, pág. 66.
108 E. Schlagintweit: Buddhism in Tibet, pág. 77.
109 Lassen: (Ind. Altertumskunde, II, 1.072), habla de un monasterio buddhista erigido en los montes
Kailâs el año 137 antes de nuestra era; y el General Cunningham, de otro anterior.
110 Rey. J. Edkins: Chinese Buddhism, pág. 87.
111 Véanse como ejemplo los discursos de Max Müller.
112 Ob. cit., pág. 118.
113 Ob. cit., pág. 318.
114 Asiatic Researches, I, pág. 272.
115 Extranjeros, no pertenecientes a la raza aria. -N. de los Traductores.
116 Véase Max Müller, Ob. cit., pág. 288 y sig. Esto se refiere a la hábil falsificación en hojas insertas en
un antiguo monasterio puránico, escritas en sánscrito arcaico y correcto, de todo cuanto los panditas
habían oído al Coronel Wilford acerca de Adam y Abraham, Noé y sus tres hijos, etc.
117 De una conferencia de N. M. Prjevalsky.
118 Lün-Yü (§ I. a)., Schott: Chinesische Literatur, pág. 7, citado por Max Müller.
119 Life and Teachings of Confucius, pág. 96.
120 En la edición de 1888 decía: “en el Volumen III de esta obra”.
121 Ob. cit., pág. 257.
122 De la primera edición inglesa.
123 El nombre es usado en el sentido de la palabra griega ánthropos.
124 El rabino Jeshoshua Ben Chananea, que murió hacia el año 72 de nuestra Era, declaró abiertamente
que había hecho “milagros” por medio del libro Sepher Yetzirah, y desafiaba a los escépticos. Franck,
citando el Talmud babilónico, habla de otros dos taumaturgos, los rabinos Chanina y Oshoi. (Véase
Jerusalem Talmud, Sanhedrín, cap. VII, &; y Franck, Kabalah, págs. 55, 56). Muchos de los ocultistas,
alquimistas y kabalistas de la Edad Media han pretendido lo mismo, y aun el último mago moderno,
Eliphas Lévi, lo asegura públicamente en sus obras sobre magia.
125 Publicóse la primera edición original de LA DOCTRINA SECRETA en 1888. - N. del T.
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