martes, 15 de enero de 2019

SOBRE LOS VELOS EXOTÉRICOS Y “LA MUERTE DEL ALMA"



Como corolario de lo expuesto, y antes de entrar en todavía más abstrusas enseñanzas, debemos cumplir nuestra promesa, aclarando por medio de otras aserciones la pavorosa doctrina de la aniquilación personal. Desechad de vuestras mentes todo cuanto hasta aquí hayáis leído en obras tales como El Buddhismo Exotérico, y todo cuanto hayáis creído comprender de hipótesis como la de la octava esfera y la Luna, y la de que el hombre tenga un común antecesor con el simio. Aun lo por mí expuesto en The Theosophist y Lucifer, no debéis tomarlo ni aceptarlo como verdad completa, sino como ideas ampliamente generales, en que apenas se esbozan los pormenores. Sin embargo, algunos pasajes dan tal o cual insinuación, especialmente las notas puestas al pie de los artículos traducidos de las Cartas sobre Magia, de Eliphas Levi 275. Sin embargo, la inmortalidad personal es condicional, pues hay hombres “desalmados” [sin alma], según algunas enseñanzas raramente mencionadas, aunque también se habla de ello hasta en Isis sin Velo 276. 

Asimismo existe un Avîtchi, llamado en rigor infierno, por más que ni geográfica ni psíquicamente tenga relación ni analogía alguna con el buen infierno de los cristianos. La verdad conocida por los ocultistas y adeptos de toda época no podía comunicarse al vulgo; y por ello, aunque casi todos los misterios de la filosofía oculta están medio encubiertos en Isis sin Velo y en los cuatro primeros volúmenes de esta obra, no me consideraba con derecho a ampliar ni a corregir pormenores ajenos. 
El lector puede comparar ahora estos seis volúmenes, y los diagramas y explicaciones de estos estudios, con obras tales como El Buddhismo Esotérico, para resolver por sí mismo. 

 A Paramâtmâ, el Sol espiritual, se le puede considerar fuera del Huevo Áurico del hombre, de la propia suerte que también está fuera del Huevo Macrocósmico o de Brahmâ. Porque, si bien cada átomo y partícula está, por decirlo así, empapado en esta esencia Paramâtmica, es impropio llamar al Paramâtmâ “Principio humano”, ni aun siquiera “Principio universal”, so pena de sugerir una falsa idea del filosófico y puramente metafísico concepto. No es él un principio, sino la causa de todos los principios. Esta última denominación la aplican los ocultistas tan sólo a la sombra de Paramâtmâ, al Espíritu universal que anima al ilimitado Kosmos, en y más allá del espacio y del tiempo. Buddhi sirve como vehículo de esta Paramâtmica sombra. Este Buddhi es universal, como lo es también el Âtmâ humano. En el Huevo Áurico está Prâna, el macrocósmico pentáculo277 de la vida, que contiene en sí el pentagrama representativo del hombre. 

El pentáculo universal debe trazarse con el vértice hacia arriba, como signo de la magia blanca. Por el contrario, el pentáculo humano, con los miembros inferiores hacia arriba en forma de “cuernos de Satanás”, como les llaman los cabalistas cristianos, es el símbolo de la materia, del hombre personal y del mago negro. Porque este pentáculo invertido no representa únicamente a Kâma, el cuarto Principio en la enumeración exotérica, sino que representa también al hombre físico, al animal de carne, con todos sus deseos y pasiones. A fin de comprender debidamente lo que sigue, conviene advertir que Manas puede simbolizarse por un triángulo superior relacionado con el Manas inferior mediante una tenue línea. 

Esta línea es el Antahkarana, el sendero o puente de comunicación, que sirve de lazo entre la personalidad, cuyo cerebro físico está bajo el dominio de la mente animal, y la individualidad reencarnante, el Ego espiritual, Manas, el Manu, el “Hombre Divino”. Este Manu pensante es el único que reencarna. En rigor, las dos mentes, la espiritual y la física o animal, son una, pero están separadas en dos durante la reencarnación. Porque mientras aquella porción de lo Divino que anima a la personalidad, separándose conscientemente del Ego Divino278 como pura, aunque densa sombra, se infunde en el cerebro y sentidos279 del feto, al séptimo mes del embarazo, el Manas superior no se une con la criatura hasta los siete años de edad. Esta desglosada esencia, o mejor dicho, el reflejo o sombra del Manas superior, se convierte, según crece el niño, en un principio distinto pensante del hombre, cuyo principal instrumento es el cerebro físico. 

No es, pues, maravilla que al advertir los materialistas únicamente esta “alma racional” o mente, no quieran desglosarla del cerebro y la materia. Pero la Filosofía Oculta ha resuelto hace siglos el problema de la mente, y ha descubierto la dualidad de Manas. El Divino Ego propende hacia Buddhi; y el humano Ego gravita hacia lo inferior, fundido en la Materia, unido con su mitad superior y subjetiva, sólo por el Antahkarana, único lazo de unión durante la vida, entre la conciencia superior del ego y la humana inteligencia de la mente inferior. Para comprender completa y correctamente esta abstrusa doctrina metafísica, es preciso convencerse (aunque en vano me esforcé en convencer de ello a la generalidad de teósofos) de que la única y viviente Realidad es lo que los indos llaman Paramâtmâ y Parabrahman. 

Ésta es la única eterna Esencia Raíz, inmutable e inasequible a nuestros sentidos físicos, pero clara y manifiestamente perceptible a nuestras espirituales naturalezas. Una vez convencidos de esta idea básica, resulta que si la Esencia Raíz es universal, eterna, omnipresente y tan abstracta como el mismo espacio, forzosamente hemos de haber emanado nosotros de esta Esencia, y algún día habremos de restituirnos a ella; y admitido esto, lo demás resulta fácil. Si esto es así, tendremos que la vida y la muerte, el bien y el mal, lo pasado y lo futuro, son palabras sin sentido, o a lo sumo, figuras de dicción. Si el universo objetivo es en sí mismo transitoria falacia, porque tuvo principio y ha de tener fin, también han de ser la vida y la muerte meros aspectos e ilusiones. Son, en efecto, cambio de estado, y nada más. La verdadera vida está en la espiritual conciencia de dicha vida, en una consciente existencia en el espíritu y no en la materia. 

La verdadera muerte es la limitada percepción de la vida, la imposibilidad de tener conciencia, ni siquiera existencia individual, aparte de la forma, o por lo menos de alguna forma material. Quienes sinceramente repudien la posibilidad de la vida consciente divorciada de la materia y de la sustancia cerebral, son unidades muertas. Ahora se comprenderán las palabras del iniciado Pablo: “Porque muertos sois y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios”280. Lo cual significa: Vosotros sois personalmente materia muerta, inconsciente de su peculiar esencia espiritual; y vuestra verdadera vida está oculta con vuestro divino ego (Christos), o fundida con Dios (Âtmâ). Si la vida se aparta de vosotros, sois hombres sin alma. Hablando en términos esotéricos, todo materialista recalcitrante es un hombre muerto, un autómata viviente, por poderoso que sea su cerebro. Escuchemos lo que dice Âryâsanga al tratar de este asunto: Tú eres aquello que no es espíritu ni materia, ni luz ni tinieblas, sino verdaderamente el contenedor y la raíz de todo esto. 

La raíz proyecta a cada aurora su sombra sobre sí misma, y a esta sombra le llamas tu luz y vida, ¡oh pobre forma muerta! (Ésta) vida–luz fluye hacia abajo por el escalonado camino de los siete mundos, de cuyos tramos son las gradas cada vez más densas y oscuras. De esta séptuplemente septenaria escala, eres tú el fiel escalador y modelo; ¡oh diminuto hombre! Éste eres tú, pero no lo sabes. Ésta es la primera lección que se ha de aprender. La segunda consiste en estudiar debidamente los principios del Kosmos y del hombre, clasificándolos en permanentes y perecederos, en superiores e inmortales, e inferiores y mortales; pues sólo así podremos dominar y dirigir, primero los principios cósmicos y personales, y después los impersonales y cósmicos superiores. 

 Una vez podamos hacerlo así, aseguraremos nuestra inmortalidad. Pero tal vez diga alguien: 
“¡Cuán pocos serán capaces de llevar esto a cabo! Quienes lo realizan son grandes adeptos, y nadie es capaz de alcanzar el adeptado en una breve vida.” Ciertamente es así; pero cabe una alternativa.
“Si no puedes ser Sol, sé humilde planeta”281. Y si aun a esto no alcanzáis, procurad al menos manteneros dentro del rayo de alguna estrella menor, de modo que su argentina luz penetre en la lobreguez que sigue el pedregoso sendero de la vida; pues sin esta divina radiación, arriesgamos perder más de lo que presumimos. Por lo tanto, en lo concerniente a los hombres “desalmados” y a la “segunda muerte” del “alma”, mencionados en el tercer volumen de Isis sin Velo, veréis que hablé allí de esas gentes desalmadas y aun del Avîtchi, por más que no le diese este nombre282. 

 En la cita de los papiros egipcios se advierte desde luego la triada superior: Âtmâ–Buddhi–Manas. En el Ritual, llamado ahora Libro de los Muertos, el alma purificada, el Manas dual, aparece “víctima de la tenebrosa influencia del dragón Apofis”, o sea la personalidad física del hombre Kâmarrupico, con sus pasiones. “Si ha logrado el definitivo conocimiento (gnosis) de los misterios celestiales e infernales”, de la magia blanca y negra, la personalidad del difunto “triunfará de su enemigo”. Esto alude al caso de una completa reunión, después de la vida terrena, del Manas inferior, henchido de la “cosecha de la vida”, con su Ego. Pero si Apofis vence al alma, “no puede entonces ésta sustraerse a una segunda muerte”. Estas pocas líneas de un papiro, cuya antigüedad se remonta a millares de años, contienen una completa revelación, que en aquellos días conocían únicamente los hierofantes e iniciados. La “cosecha de la vida” consiste en los más espirituales pensamientos de la personalidad, en la memoria de sus más nobles y altruistas acciones, y en la constante presencia durante su felicidad posterrena de todo cuanto amó con divina y espiritual devoción283. 

Recordemos que, según las enseñanzas, el alma humana, el Manas inferior, es el único y directo medianero entre la personalidad y el Ego Divino. Lo que constituye en esta tierra la personalidad, confundida por la mayor parte de las gentes con la individualidad, es la suma de todas las características mentales, físicas y espirituales que, impresas en el alma humana, producen el hombre. Ahora bien; de todas estas características, únicamente los pensamientos purificados pueden quedar impresos en el Ego superior e inmortal, mediante la reinmersión del alma humana en su esencia, en su originaria fuente, luego de entremezclarse con su Divino Ego durante la vida, para reunirse enteramente a él después de la muerte del hombre físico. Por lo tanto, a menos que Kâma–Manas transmita a Buddhi–Manas semejantes ideaciones personales, y tal conciencia de su “yo” como pueda asimilar el Ego Divino, nada de ese “yo” o personalidad puede sobrevivir en lo eterno. Tan sólo sobrevivirá lo digno de nuestro inmortal dios interno, lo por naturaleza idéntico a la quintaesencia divina, porque en este caso, la mismas “sombras” o emanaciones del Ego Divino son las que ascienden a él, y él las atrae para reintegrarse en su Esencia. Ningún pensamiento noble, ninguna aspiración elevada, ningún anhelo puro, ningún amor inmortal y divino puede aposentarse en el cerebro del hombre carnal, a no ser como directa emanación del Yo superior, mediante el inferior. Todo lo demás, por intelectual que parezca, procede de la “sombra”, de la mente inferior, asociada y entreconfundida con Kâma; y fenece y se aniquila para siempre. 

Pero las ideaciones mentales y espirituales del “yo” personal vuelven a él, como partes de la esencia del Ego, y nunca se marchitan. Así es que de la personalidad únicamente sobreviven y se inmortalizan sus espirituales experiencias, la memoria de cuanto en ella hubo de noble y bueno con la conciencia de su “yo” entremezclada con la de los otros “yoes” personales que le precedieron. No hay inmortalidad para el hombre terreno, aparte del Ego que lo caracteriza, y es el único sobrellevador de todos sus alter egos en la tierra, y su único representante en el estado mental llamado Devachan. Sin embargo, como la personalidad últimamente encarnada tiene derecho a su peculiar estado de dicha, libre y sin mezcla de la memoria de las anteriores personalidades, sólo se disfrutan con plena realidad los resultados felices de la última existencia. El Devachan se compara a menudo al día más feliz entre los millares de “días” de una vida. La intensidad de su dicha pone al hombre en olvido de todos los demás días, hasta borrarse los recuerdos del pasado. Esto es lo que llamamos el estado Devachánico, la remuneración de la personalidad; y en esta antigua enseñanza se funda la confusa idea del cielo cristiano, tomada, como otras muchas, de los misterios egipcios. Tal es el significado del pasaje trascrito en Isis. El alma triunfa de Apofis, el dragón de la carne. 

De allí en adelante, la personalidad vivirá eternamente, con sus más nobles y superiores elementos, con la memoria de sus pasadas acciones, mientras las “características” del “dragón” se extinguen en Kâma Loka. Cabe preguntar cómo puede vivir eternamente, si el período Devachánico no dura más allá de mil a dos mil años. A esto responderemos que vive eternamente, del mismo modo que el conjunto de cotidianos recuerdos vive en la memoria de cada uno de nosotros. Pueden servir de ejemplo los días de cualquier vida personal, y comparar esta vida con la del Ego Divino. Para hallar la clave de muchos misterios psicológicos, basta comprender y recordar cuanto estamos explicando. Algunos espiritistas se han indignado contra la idea de que la inmortalidad sea condicional; y no obstante, tal es la lógica y filosófica verdad. Mucho se ha dicho ya sobre el asunto; pero nadie hasta hoy parece haber comprendido debidamente la enseñanza. Además, no basta con exponer un hecho, sino que el ocultista, o quien vaya en camino de serlo, debe saber también el porqué; pues una vez comprendido, le será más fácil desvanecer las erróneas especulaciones de otros y, lo que más importa, se le ofrecerán oportunidades de salvar a las gentes de una calamidad que, triste es decirlo, es muy frecuente en nuestros días, y de la cual vamos a tratar extensamente. 

Muy poco ha de conocer la fraseología de los orientales quien no advierta en el citado pasaje del Libro de los Muertos, y en las páginas de Isis, una alegoría de las enseñanzas esotéricas, y “velos” en las palabras “alma” y “segunda muerte”. La palabra “alma” se refiere indistintamente a Buddhi–Manas y Kâma–Manas. Respecto de la frase “segunda muerte”, el calificativo de “segunda” denota que los “Principios” han de sufrir varias muertes durante su encarnación; y por lo tanto, únicamente los ocultistas comprenden el verdadero sentido de tal afirmación. Porque tenemos: 1º La muerte del cuerpo físico; 2º La muerte del alma animal en Kâma–Loka; 3º La muerte del astral Linga Sharîra, siguiendo la del cuerpo; 4º La metafísica muerte, del inmortal Ego Superior, cada vez que “cae en la materia” o encarna en una nueva personalidad. 

El alma animal, o Manas inferior, la sombra del Ego Divino que de él se desglosa para animar a la personalidad, no puede en modo alguno sustraerse de la muerte en Kâma Loka, en todo caso, aquella porción de sombra que, como residuo terrestre, no puede quedar asimilada al ego. Por lo tanto, el principal y más importante secreto relativo a la “segunda muerte”, fue y es en las enseñanzas esotéricas, la terrible posibilidad de la muerte del alma, esto es, su separación del ego durante la vida terrena. Es una muerte real (aunque con probabilidades de resurrección), que no deja vestigio alguno en la persona, pero que la convierte moralmente en un cadáver vivo. Difícil es advertir el motivo de que estas enseñanzas se hayan mantenido hasta hoy en tan riguroso secreto, cuando tanto bien hubieran causado si se difundieran entre las masas, o por lo menos, entre los creyentes en la reencarnación. Pero así fue, y no me considero con derecho a criticar la prohibición, que por mi parte mantuve hasta ahora, con promesa de no publicar la enseñanza que se me comunicó. Pero ahora recibí licencia de proclamarla a las gentes, y revelar sus dogmas en primer término a los esoteristas; quienes, luego de comprendido en toda su entereza este dogma de la “segunda muerte”, tendrán el deber de enseñarlo a otros, y advertir a todos los teósofos del peligro que encierra. Para esclarecer la enseñanza, he de ir aparentemente por caminos trillados, aunque en realidad la expongo con nueva luz y nuevos pormenores. 

En The Teosophist y en Isis hice sobre ella alguna insinuación, pero no logré darme a entender. Voy a explicarla punto por punto.

D.S TVI

 NOTAS 

 274 Téngase en cuenta que jamás se han publicado las prácticas del verdadero Râja Yoga. 275 Véase: “Stray Thoughts on Death and Satan”, en The Theosophist, III. núm. 1. Véase también: “Fragments of Occult Truth”, III y IV. 276 II, 368 y siguientes. 277 Estrella de cinco puntas. – N. del T. 278 La esencia del Ego Divino es “pura llama”; una entidad a la que nada puede añadirse y de la que nada puede quitarse. Por lo tanto, no queda ella disminuida por las innumerables mentes inferiores, que de ella se desprenden como chispas de la hoguera. Sirva esto de respuesta a la objeción de un esoterista que preguntaba cuál era la inextinguible esencia de la misma y única Individualidad capaz de suministrar un intelecto humano para cada nueva personalidad en que se encarna. 279 El cerebro, o máquina de pensar, no se limita a la cabeza; sino que, como saben los fisiólogos no materialistas, todos los órganos del cuerpo humano, el corazón, el hígado, los pulmones, etc., así como los nervios y músculos tienen, por decirlo así, su peculiar cerebro o máquina de pensar. Como nuestro cerebro no interviene en las operaciones colectivas e individuales de cada órgano, preguntamos quién los guía tan certeramente en sus incesantes funciones; quién los mueve a operar, no como piezas de un reloj (según alegan algunos materialistas), que al menor tropiezo o rotura se paran, sino como entidades dotadas de instinto. Decir que es la Naturaleza, es no decir nada; porque, después de todo, la Naturaleza no es ni más ni menos que el conjunto de todas esas funciones, la suma de cualidades y atributos físicos, mentales, etcétera, en el universo y el hombre; la totalidad de agentes y fuerzas guiadas por leyes inteligentes. 280 Epístola a los Colosenses, 3–3. 281 Libro de los Preceptos de Oro. 282 Léase desde el último párrafo de página 367 hasta el fin del primer párrafo de página 370 [edición inglesa] y compárese lo escrito entonces con lo que expreso actualmente. 283 Véase Key to Theosophy, págs. 147, 148 y siguientes

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