domingo, 8 de septiembre de 2019

ISIS SIN VELO T. II - CAPÍTULO V




ALQUIMISTA.-Siempre hablas por enigmas. Dime si eres
aquella fuente de que habla Bernardo Trevigán.
MERCURIO.-No soy la fuente, sino el agua. La fuente me
rodea.-SANDIVOGIO: Nueva luz de Alquimia

Todo cuando nos vanagloriamos de hacer es descubrir
los secretos del organismo humano, saber por qué las partes
se osifican y la sangre se cuaja y aplicar continuos remedios
contra los efectos del tiempo. Esto no es magia, sino el arte de
curar debidamente comprendido.-BULWER LYTTON.

Contempla, ¡oh guerrero! La roja cruz señala la tumba del
poderoso muerto. Dentro arde maravillosa luz que ahuyenta a
los espíritus de tinieblas. Esta lámpara arderá sin consumirse
hasta que se haya cumplido la eterna sentencia... No hay llama
terrena que tan brillante arda.-WALTER SCOTT.




Hay gentes incapaces de apreciar la grandeza mental de los antiguos, aun en lo referente a las ciencias físicas, por más que se les demuestre con toda evidencia su profundo saber y admirables descubrimientos. A pesar de que la experiencia de insospechados inventos les debiera haber hecho más cautos, persisten en negar y, lo que todavía es peor, en ridiculizar cuanto no pueden probar. 

Así, por ejemplo, se burlarán de la eficacia de los talismanes y no sólo les parecerá incomprensible que los siete Espíritus del apocalipsis simbolicen las siete ocultas potestades de la naturaleza, sino que se reirán convulsivamente si algún mago promete obrar prodigios mediante ciertos ritos cabalísticos. No conciben que nadie dotado de buen juicio atribuya secretas virtudes a una figura geométrica trazada en un papel o grabada en un pedazo de metal u otra materia. Pero quienes se tomaron el trabajo de informarse de estos particulares saben que los antiguos llevaron a cabo notables descubrimientos en ciencias psíquicas y físicas, dejando poco por descubrir en sus investigaciones.

SIMBOLISMO  ANTIGUO


            Por nuestra parte, cuando vemos que el pentáculo sintetiza una profunda verdad de la naturaleza, nos parece tan apropiada representación como en su caso las figuras de Euclides o las notaciones químicas. El profano tendrá por absurdo que la fórmula Na 2 CO, simbolice el carbonato sódico y la C2 H6 O el alcohol. Los alquimistas simbolizaban el Azoth o principio creador de la naturaleza (luz astral en la figura que abarca tres conceptos: 1.º, la hipótesis divina; 2.º, la síntesis filosófica; 3.º, la síntesis física; lo que tanto vale: una creencia, una idea y una fuerza. Pero si este símbolo les parece estrambótico a los científicos, en cambio tienen por muy natural que la química moderna exprese, por ejemplo, la reacción del ácido fosforoso con el nitrato argéntico, en la fórmula siguiente:

           PhO3H2 + 2NO3Ag + H2O = PhO4H3 + 2NO3H + Ag2.
           
Si al profano se le puede dispensar que se quede con la boca abierta ante este abracadabra químico, bien valdría que los científicos reprimiesen la risa hasta conocer el significado filosófico del simbolismo antiguo. al menos habrían de evitar la ridiculez en que incurrió De Mirville al confundir el Azoth de los herméticos con el ázoe de los químicos, diciendo muy formalmente que aquéllos adoraban al gas nitrógeno .
           
Si ponemos un trozo de acero en contacto con un imán natural quedará imanado de modo que sin alteración de peso ni mudanza de aspecto comunique la imanación a otro pedazo de acero, porque en su masa habrá penetrado una de las más sutiles fuerzas de la naturaleza. De la propia suerte un talismán, que intrínsecamente es tan sólo un trozo de metal, un pedazo de papel o un fragmento de cualquier otra materia, recibe la influencia del imán superior a todos los imanes, de la voluntad humana, con energía para el bien o para el mal de tan reales efectos como la propiedad adquirida por el acero en su contacto con el imán natural. Dejad que el sabueso olfatee una prenda de ropa perteneciente a un fugado y seguirá su rastro a través de las quebraduras del terreno hasta descubrirle en el paraje donde se oculte. Dad al psicómetra un manuscrito por antiguo que sea y os describirá el carácter del autor y aun tal vez sus rasgos fisonómicos. Entregad al clarividente un rizo de pelo o cualquier objeto de la persona de quien se deseen informes, y podrá por virtud de la simpatía establecida seguir las huellas del ausente durante toda su vida.
            
Saben los ganaderos que las reses jóvenes no deben juntarse con las viejas y los médicos expertos prohiben a los padres dormir con sus hijos. Cuando David era de edad provecta y se hallaba extenuado y débil, cobró nuevas fuerzas por el vigor de la doncella Abigail que compartía su lecho. La difunta emperatriz de Rusia, hermana de Guillermo I de Alemania, quedó tan débil en los últimos años de su vida que los médicos le aconsejaron formalmente que durmiese con una sana y robusta campesina. Según el doctor Kerner, la señora Hauffe, la vidente de Prevost, aseguraba que vivía gracias a las emanaciones magnéticas de las personas que la rodeaban. Esta vidente era sin duda un vampiro magnético que absorbía la vitalidad de cuantos eran lo suficientemente robustos para cedérsela en forma de sangre volatilizada. Kerner afirma que la sola presencia de la vidente de Prevost, avivaba las emanaciones magnéticas de los circunstantes, quienes se resentían de la pérdida de fuerzas.
            
Estos ejemplos de la transmisión fluídica de una a otra persona o a los objetos tocados por ellas, facilitan la comprensión de que concentrando la voluntad en un objeto adquiera éste potencia benéfica o maligna, según el propósito del concentrador.

FOTOGRAFÍAS  AKÂSICAS


Las emanaciones magnéticas, inconscientemente producidas, quedan dominadas por otra de mayor intensidad y opuesto sentido; pero cuando la voluntad dirige conscientemente la fuerza magnética y la aplica a determinado punto, prevalece contra otra más intensa. El mismo efecto produce la humana voluntad en el akâsa, con resultados físicamente objetivos  que se dilatan hasta la curación de las enfermedades por medio de objetos magnetizados puestos en contacto con el enfermo. Sin embargo, en nuestra época parece como si la erudición fuese compañera de mezquinas filosofías, y así vemos que psicólogos de la talla de Maudsley  al relatar las maravillosas curas realizadas por el padre de Swedenborg (análogas a las mil que llevaron a cabo saludadores a quienes Maudsley llama fanáticos), se burla de la firmeza de su fe, sin detenerse a examinar si precisamente en la influencia de esta fe en las fuerzas ocultas estaba el secreto de su virtud saludadora.
            
Ciertamente no acertamos a ver que el moderno químico se diferencie en punto a facultades mágicas del teurgo antiguo sino en que, por conocer el dualismo de la naturaleza, disponía el segundo de un campo de observación doblemente vasto que el del primero. Los antiguos animaban las estatuas y los herméticos hacían visibles, en determinadas condiciones, los espíritus elementales en sus cuatro formas de gnomos, ondinas, sílfides y salamandras. De la combinación del oxígeno con el hidrógeno obtiene el químico agua cuyas diáfanas gotas sirven de ambiente a la vida orgánica y en cuyos intersticios moleculares se diluyen el calor, la electricidad y la luz lo mismo que en el cuerpo humano. Pero ¿de dónde dimana la vida atómica de la gota de agua?, ¿se han aniquilado las peculiares propiedades del oxígeno y del hidrógeno al transmutar su forma en la del agua? 

A esto responde la química moderna diciendo que ignora si los gases componentes del agua conservan o no su misma substancia en el compuesto, y por lo tanto, bien podrían los científicos escépticos aplicarse lo que dice Maudsley de “permanecer tranquilamente resignados en la ignorancia hasta que brote la luz”.

LOS  HOMÚNCULOS


Los modernos investigadores tienen por patraña la aseveración de que Paracelso formó homúnculos mediante ciertas combinaciones desconocidas aún de las ciencias experimentales; pero aun suponiendo que Paracelso no los formara, se sabe que mil años atrás hubo adeptos versados en este linaje de magia que los formaron por análogos procedimientos a los que hoy emplean los químicos para producir animálculos.
            
Hace pocos años, el inglés Crosse llegó a obtener algunos acarias  y otro experimentador afirmaba la posibilidad de fecundar los huevos inertes por medio de una corriente de electricidad negativa que pase a su través.
            
A pesar de las contrarias opiniones, el fruto del amor que, según la Biblia, halló Rubén en el campo y excitó la imaginación de Raquel era la mandrágora cabalística, que ofrece el aspecto de feto humano con cabeza, brazos y piernas, figuradas éstas por las raíces. Cree el vulgo que al arrancarla del suelo exhala un grito y esta superstición no carece de fundamento, pues en efecto, la substancia resinosa que cubre sus raíces produce al resquebrajarse por el arranque un sonido semejante al del grito humano. 

La mandrágora es la planta terrestre que parece formar el anillo de tránsito entre los reinos vegetal y animal, análogamente a lo que en la vida acuática sucede con los pólipos y zoófitos que confusamente participan de los caracteres del vegetal y del animal. A pesar de todo, tal vez haya quien no crea en la producción de homúnculos; pero ningún naturalista enterado de los progresos de las ciencias lo tendrá por imposible, pues, como dice Bain, nadie es capaz de limitar las posibilidades de la existencia.
            
Quedan todavía por escrutar muchos misterios de la naturaleza, y aun de aquellos que se presumen descubiertos, ni uno solo está perfectamente comprendido, pues no hay planta ni mineral cuyas propiedades todas conozcan los naturalistas. ¿Saben por ventura algo de la íntima naturaleza de los minerales y vegetales? ¿Están seguros de que además de sus descubiertas propiedades no haya otras ocultas en la constitución íntima de la planta o de la piedra, que únicamente se manifiesten en relación con otra planta o piedra de la manera que se llama “sobrenatural”? sin embargo, los modernos escépticos desdeñan por absurdas las aseveraciones en que Plinio, Eliano y Diodoro de Sicilia, deslindando la verdad científica de la ficción supersticiosa, atribuyen a determinados vegetales y minerales virtudes desconocidas de los botánicos y mineralogistas contemporáneos.
            
Desde remotísimos tiempos se aplicaron los sabios a descubrir la naturaleza de la fuerza vital; pero a nuestro entender, tan sólo la doctrina secreta puede darnos la clave de este misterio. Las ciencias experimentales sólo ven cinco fuerzas en la naturaleza: una relativa a la masa y cuatro a la constitución molecular. En cambio los cabalistas reconocen siete fuerzas y en las dos adicionales subyace el secreto de la vida. Una de estas otras dos fuerzas es el espíritu inmortal invisiblemente reflejado en toda partícula de materia, así orgánica como inorgánica. En cuanto a la séptima fuerza, sólo cabe decirle al lector que procure descubrirla.
            
Sobre el particular dice Le Conte:

            
¿Cuál es la diferencia esencial entre un organismo vivo y un organismo muerto? En el orden físico-químico no echamos de ver ninguna, pues todas las fuerzas físicas y químicas entresacadas del común depósito para accionar el organismo vivo, subsisten en el muerto hasta la desintegración. Y sin embargo, la diferencia entre ambos es incalculable. ¿Qué fórmulatiene la ciencia experimental para expresar esta inmensa diferencia? ¿Qué se marchó del organismo y adónde fue? Algo hay aquí no averiguado todavía por la ciencia; y precisamente esto que del organismo vivo se escapa en el momento de la muerte es en su más elevada significación la fuerza vital.

Por imposible que le parezca a la ciencia explicar la naturaleza de la vida orgánica ni aun exponer una hipótesis razonable sobre ella, no hay tal imposibilidad para los adeptos y clarividentes, ni siquiera para quien, sin haber llegado a las alturas desde donde se contempla el universo visible reflejado como en límpido espejo en el invisible, tiene no obstante la divina fe arraigada en su íntimo sentido que le da el infalible convencimiento que no es capaz de darle la razón fría; porque entre las contradicciones de los falaces dogmas inventados por el hombre y la mutua repulsión de los sofismas teológicos con que cada credo rebate los argumentos del contrario, surge prevaleciente y triunfante la única verdad común a todas las religiones: Dios y el espíritu inmortal.
            
Por otra parte, también los irracionales alcanzan a percibir algo de lo que en la especie humana está reservado a los clarividentes. A este propósito hemos realizado numerosos experimentos con gatos, perros, monos y cierta vez con un tigre domesticado, cuyas circunstancias no será ocioso referir. Un caballero indo, que residía por entonces en Dindigul y hoy en apartado lugar de las montañas del Ghaut occidental, hipnotizó intensamente un espejo mágico de figura redonda y luna relucientemente negra, y lo puso frente a la vista de un tigre que desde muy cachorro tenía domesticado y era tan sumiso y manso como un perro, hasta el punto de que los chiquillos le importunaban tirándole de las orejas sin más consecuencia que un quejumbroso gruñido. Pero al ponerle el espejo delante clavaba la vista en él como fascinado magnéticamente y daba frenéticos aullidos mientras en sus ojos se reflejaba el mismo terror que pudiera mover a un hombre, hasta dejarse caer por fin en el suelo presa de convulsivo terror, como si viese algo invisible para el ojo humano. 

Al apartar el espejo quedaba el tigre jadeante y caía en un estado de postración del que se recobraba pasadas dos horas. ¿Qué veía el tigre? ¿Qué fantástica visión del invisible mundo animal aterrorizaba a un bruto de índole naturalmente tan fiera? Quizás sólo pueda responder quien operó el fenómeno.

SESIÓN  DE  MAGIA


Los mismos efectos se observaron en una sesión espiritista a la que asistían varios mendicantes indos y un hechicero sirio semipagano, semicristiano, de Kunankulam. Éramos en suma nueve circunstantes, siete hombres y dos mujeres, indígena una de ellas. En el aposento estaba también el tigre del caso anterior, muy entretenido en roer un hueso, y además había un mono leonino de negro pelaje, perilla y patillas blancas y ojos chispeantes de penetrante mirada, en que se reflejaba la malicia cuya personificación poseía el ladino cuadrumano. Cerca de él se restregaba tranquilamente una oropéndola su dorada cola en una pértiga dispuesta junto al ventanal de la galería. 

La luz del día penetraba a raudales por las aberturas de la estancia, y de las selvas y bosques vecinos llegaba hasta nosotros el rumoroso eco de miríadas de insectos, aves y cuadrúpedos. Mas para no sofocarnos en el cerrado ambiente de la sala de sesiones, nos acomodamos en el jardín entre los racimos de la erythrina (árbol del coral), como el fuego rojos, y las flores de begonia, como la nieve blancas. Estábamos rodeados de luz, color y perfumes. Para adornar las paredes, cortamos diversidad de ramos de flores y hojas de plantas sagradas, como la suave albahaca, la flor de Vishnú  y las ramas de la higuera santa (Ficus religiosa), con cuyas hojas se entrelazaban las del loto sagrado y de la tuberosa indostánica.
            
Comenzada la sesión, uno de los mendicantes, muy sucio de ropas, pero verdaderamente santo, se puso en contemplación y operó algunos prodigios por su propia voluntad, sin que ni el mono ni la oropéndola mostrasen inquietud alguna, pues tan sólo el tigre temblaba de cuando en cuando y dirigía la vista de uno a otro lado, como si con los fosforescentes ojos siguiera los movimientos de algún ser invisible que se le apareciera objetivamente. El mono perdió su primitiva vivacidad y quedóse acurrucado e inmóvil, mientras la oropéndola se mostraba del todo indiferente. Oíase en la estancia como suave batir de alas y las flores cruzaban el espacio cual si manos invisibles las moviesen. Una de ellas, de azulada corola, cayó encima del mono, que asustado fue a refugiarse bajo la blanca túnica de su amo. Una hora duraron estas manifestaciones, hasta que habiéndose quejado alguien del calor, nos obsequiaron las entidades con una copiosa llovizna deliciosamente perfumada que nos refrigeró sin mojarnos.

FENÓMENOS  MÁGICOS


            
Terminadas por el fakir las operaciones de magia blanca, el hechicero sirio se dispuso a manifestar su poder en aquel linaje de maravillas que los viajeros han divulgado por Occidente. Nos dijo que iba a demostrar la clarividencia de los animales con suficiente acierto para distinguir los buenos de los malos espíritus. Antes de comenzar sus operaciones quemó el hechicero un montón de ramaje resinoso, cuyos humos se levantaron en nube, y poco después observamos todos manifiestas señales de indescriptible terror en el tigre, el mono y la oropéndola. Pusimos nosotros el reparo de que bien podían haberse asustado los animales a la vista de los tizones, por la costumbre tan frecuente en aquel país de encender hogueras para ahuyentar a las alimañas; pero el hichicero se adelantó entonces hacia el amedrentado tigre con una rama de bael  en la mano y se la pasó varias veces por la cabeza, mientras musitaba las fórmulas de encantamiento. 

El tigre dio al punto señales de profundo terror, pues los ojos se le salían de las órbitas como encendidos carbones, echaba espumarajos por la boca, aullaba horriblemente y empezó a dar brincos como si buscase un agujero donde meterse, con la curiosa particularidad de que desde los bosques y selvas vecinos respondían infinidad de ecos a su aullido. Por fin miró más fijamente al punto en que tenía clavados los ojos y, rompiendo de un salto la cadena que lo sujetaba, se lanzó al campo a través de la ventana de la galería, arrastrando tras sí un pedazo de bastidor. El mono se había escapado ya mucho antes y la oropéndola cayó inerte de la pértiga.
            
No les preguntamos ni al fakir ni al hechicero el secreto de sus operaciones, porque de fijo nos hubieran respondido poco más o menos como respondió cierto fakir a un viajero francés, según relata éste como sigue en un periódico neoyorquino. Dice así:

            
Muchos prestidigitadores indos que viven retirados en el silencio de las pagodas dejan tamañitos los juegos de Houdin, pues los hay que efectúan curiosos fenómenos de magnetismo en el primer hombre o animal con quien topan. Esto me ha movido a preguntar si la oculta ciencia de los brahmanes habrá resuelto muchos de los problemas que agitan a la Europa contemporánea.
            
En cierta ocasión estaba yo tomando café con otros invitados en casa de Maxwell, cuando éste ordenó a su criado que introdujera en el salón al hechicero. Era un indo flaco, de rostro macilento y tez broncínea que iba casi desnudo y llevaba enroscadas por todo el cuerpo hasta una docena de serpientes de diversos tamaños, todas ellas de la ponzoñosa especie del cobra indostánico. Al entrar nos saludó diciendo: “Dios sea con vosotros. Soy Chibh-Chondor, hijo de Chibh-Gontnalh-Mava”.
            
Nuestro anfitrión exclamó entonces:
            
-Queremos ver qué sabéis hacer.
            
-Obedezco las órdenes de Siva que me envió aquí –respondió el hechicero sentándose a estilo oriental sobre el pavimento. Al punto irguieron las serpientes la cabeza y silbaron sin señal alguna de irritación. 

Después tomó el hechiero una especie de caramillo que llevaba pendiente del cabello e imitó con su tañido el canto del tailapaca , a cuyo son desenroscáronse las serpientes y una tras otra se deslizaron por el pavimento con un tercio del cuerpo erguido, de modo que se balanceaban al compás de la tocata de su amo. De pronto dejó el caramillo e hizo varios pases sobre las serpientes, cuya mirada cobró tan extraña expresión que todos los circunstantes nos sentimos molestos hasta el punto de apartar de ellas la vista. 

El chokra, que en aquel momento llevaba un braserillo con lumbre para encender los cigarros, cayó al suelo sin fuerzas, quedándose dormido, y lo mismo nos hubiera pasado a todos si el encanto hubiese proseguido algunos minutos más. Pero el hechicero hizo entonces unos cuantos pases sobre el muchacho y en cuanto le dijo: “la lumbre a tu amo”, levantóse rápidamente para, sin la menor vacilación, cumplir lo que se le había ordenado, a pesar de que continuaba dormido, según comprobaron los pellizcos, golpes y estirones que al efecto le dieron los circunstntes. Una vez servida la lumbre, no fue posible apartarle del lado de su amo hasta que se lo mandó el hechicero.
            
Entonces echamos de ver que, paralizadas por los efluvios magnéticos, yacían las serpientes en el suelo, rígidas como bastones, en completa catalepsia hasta que, despertadas por el hechicero, se le volvieron a enroscar por el cuerpo.
            
Le preguntamos si sería capaz de influir en nosotros, y por toda respuesta nos hizo pases en las piernas, que se nos quedaron paralizadas hasta que con la misma facilidad las repuso en su normal estado de movimiento.
            
Chibh-Chondor terminó la sesión apagando las luces con sólo dirigir hacia ellas las manos desde su asiento, moviendo los muebles incluso los divanes en que nos sentábamos, abriendo y cerrando puertas y por último deteniendo y volviendo a soltar la cuerda de un pozo del que en aquel instante sacaba agua el jardinero.
            
Por mi parte, le pregunté al magnetizador si empleaba el mismo procedimiento respecto de los objetos inanimados que de los seres animados, a lo cual me respondió diciendo que su único procedimiento era la voluntad, pues con ella puede el hombre dominar las fuerzas físicas y mentales, ya que es culminación y resumen de todas ellas. Añadió que ni los mismos brahmanes acertarían a responder más concretamente sobre el particular.

            
A mayor abundamiento refiere el coronel Yule  que, según testimonio de Sanang Setzen, los encantadores indos son capaces de operar con su dharani (encanto místico) maravillas tales como clavar estacas en la dura peña; resucitar muertos; transmutar en oro los más bajos metales; filtrarse a través de puertas y paredes; volar por los aires; tocar con la mano a las bestias feroces; adivinar el pensamiento; remontar el curso de las aguas; sentarse en el aire a pierna cruzada; tragarse ladrillos enteros y otros prodigios no menos inexplicables.
            
Análogos portentos atribuyen los escritores de la época a Simón el Mago, de quien dicen que animaba estatuas; se metía en el fuego sin quemarse; volaba como un pájaro; convertía las piedras en pan; mudaba de forma; presentaba dos caras al mismo tiempo; movía los objetos sin tocarlos; abría de lejos las puertas cerradas, etc. El jesuita Delrío se lamenta de que muy piadosos, pero en demasía crédulos príncipes, hubiesen permitido ejecutar en su presencia diabólicas habilidades, como, por ejemplo, “hacer saltar objetos pesados de uno a otro extremo de la mesa sin valerse para ello de imán alguno ni otro medio de contacto”.

FENÓMENO  DEL  TRÍPODE


            
En la ya citada obra  refiere Yule por testimonio de un monje llamado Ricold, que “los tártaros honran sobremanera a los baxitas o sacerdotes de los ídolos, que proceden de la India y son varones de pronfundo saber, austera vida y rígida moralidad, muy versados en artes mágicas y hábiles en tramar ilusiones y predecir los sucesos hasta el punto de que, según se asegura, uno de ellos llegó a volar, aunque la verdad del caso es que no volaba sino que andaba con los pies levantados muy cerca del suelo y hacía ademán de sentarse sin apoyo ni asiento alguno donde sostenerse. De esto fue testigo ocular Ibn Batuta en presencia del sultán Mahomed Tughlak, quien a la sazón tenía la corte en Delhi”.
            
No hace muchos años operaba públicamente este mismo fenómeno un brahman de Madrás, descendiente acaso de aquellos a quienes Apolonio vio andar a dos codos sobre el suelo. Igual prodigio describe Francisco Valentyn, diciendo que en sus días era cosa corriente en la India. Refiere a este propósito que el operante se sienta primeramente sobre tres pértigas dispuestas en forma de trípode, que se van quitando luego una tras otra de modo que el sujeto se quede sentado en el aire. En cierta ocasión, un amigo mío que presenció este fenómeno y no podía creerlo a pesar de verlo, quiso asegurarse de que no había fraude y, al efecto, tanteó en varias direcciones con un palitroque muy largo todo el espacio comprendido entre el cuerpo y el suelo sin encontrar el más leve obstáculo” (18).
            
En la ya referida obra da cuenta Yule de lo que vio en sus viajes y dice a este propósito:

            
Todo cuanto hemos relatado no es nada en comparación de lo que llevan a cabo los prestidigitadores de oficio, y ciertamente que podría tomarse por patraña si no lo atestiguaran tan gran número de autores de muy distintas épocas y diferentes lugares. Uno de estos testigos es el viajero árabe Ibn Batuta que asistió en cierta ocasión a una fiesta de la corte del emir de Khansa. Reunidos los invitados en el patio de palacio, llamó el emir a un esclavo del emperador y le mandó que hiciera sus habilidades. Tomó entonces el hombre una bola de madera con muchos agujeros, por los cuales pasaban largas correas, y asiendo una de ellas lanzó la bola al aire con tal fuerza que la perdimos de vista. En manos del prestidigitador quedó tan sólo el extremo de la correa a la que, agarrándose uno de los muchachos ayudantes, desapareció también de nuestra vista. 

Llamóle entonces el prestidigitador por tres veces, y como nadie respondiese fingió encolerizarse y desapareció asimismo con ademán de encaramarse por la correa en busca del muchacho. A poco rato fueron cayendo al suelo, desde invisible altura, primero una mano, luego un pie, después la otra mano y sucesivamente el otro pie, el tronco y la cabeza del ayudante. Por fin el prestidigitador acalorado y jadeante, con las ropas tintas en sangre, y postrándose ante el emir hasta besar el suelo, díjole en lengua china algo a que el soberano pareció responder con una orden, pues al punto recogió el hechicero los esparcidos miembros, y después de colocarlos en su lugar respectivo dio un puntapié en el suelo, a cuya señal enderezóse el muchacho tan vivo, sano y entero como antes. Fue tal la emoción que despertó en mí este fenómeno, que me sobrecogieron palpitaciones y se me hubo de administrar un cordial. El kaji Afkharuddin, que estaba cerca de mí, exclamó: “¡Vaya! Creo que aquí no ha subido ni bajado nadie por la correa ni tampoco se ha descuartizado ni recompuesto a nadie. Todo esto es juego de manos”.

            
No hay duda de que todo aquello fue juego de manos, ilusión o maya como dicen los indos; pero cuando miles de personas son víctimas de semejante ilusión no debe desatender la ciencia el examen de los medios por los cuales se produce. Seguramente que ni Huxley ni Carpenter han de desdeñar por indigno de su atención el arte por cuyas misteriosas reglas desaparece un hombre de nuestra vista en un aposento de cuya cerrada puerta tenéis la llave y a pesar de no verle en parte alguna oís su voz que sale de diversos puntos de la estancia y la risa con que se burla de vuestra sorpresa. Este misterio es, por lo menos, tan digno de investigación como la causa de que los gallos canten a media noche. Yule copia asimismo el relato de Eduardo Melton, viajero holandés que hacia los años 1670 presenció en Batavia fenómenos análogos a los de que Ibn Batuta fue testigo en 1348. Dice así el relato:


PINÁCULO  DE  ILUSIÓN


Uno de los hechiceros tomó un ovillo de bramante y sosteniéndolo en la mano por un cabo lo lanzó al aire con tal violencia que se perdió de vista. Entonces trepó por el cordel con rapidez asombrosa, y aún estaba yo pensando en cómo habría desaparecido, cuando uno tras otro fueron cayendo todos los miembros de su cuerpo, que otro hechicero de la cuadrilla recogía en un cesto que volcado después los dejó revueltos. Sin embargo, en aquel mismo instante vimos todos con nuestros propios ojos que los miembros se reunían de nuevo para formar el cuerpo del prestidigitador, tan vivo, sano y entero como si no hubiese sufrido el menor daño. Nunca en mi vida me maravillé como entonces, y no me cabe duda de que aquellos pervertidos hombres están ayudados por el diablo.
En las Memorias del emperador Jahangire se relatan las habilidades de siete prestidigitadores bengaleses que actuaron en presencia de este monarca. 

Dice así el texto:

Decapitaron y descuartizaron los prestidigitadores a un hombre cuyos miembros quedaron esparcidos por el suelo, hasta que a los pocos minutos los cubrió con una sábana uno de los prestidigitadores que, metiéndose por debajo, salió luego seguido del mismo sujeto a quien había visto descuartizar.
            
En otra ocasión tomaron una cadena de cincuenta codos de longitud y lanzándola al aire quedó como sujeta por el extremo opuesto a alguna anilla o gancho invisible. Trajeron luego un perro que se encaramó rápidamente por la cadena hasta desaparecer en los aires. El mismo camino siguieron un cerdo, una pantera, un león y un tigre, sin que nadie supiera cómo desaparecían, pues los prestidigitadores guardaron por fin la cadena en una saco (20).

            
Por nuestra parte hemos presenciado varias veces y en distintos países las suertes de estos prestidigitadores y tenemos el grabado representativo de la escena en que uno de nacionalidad persa tiene ante sí los esparcidos miembros de un hombre recién descuartizado.
            
Tratando ahora de fenómenos mucho más serios y sin olvidar que repugnamos el calificativo de “milagro”, podríamos preguntar si cabe rebatir lógicamente la afirmación de que algunos taumaturgos devolvieron la vida a los muertos. La voluntad del hombre alcanza a veces suficiente poder para reanimar un cuerpo del que todavía no se haya separado por completo el alma. Muchos fakires consintieron en que los enterraran vivos ante miles de testigos, para resucitar algún tiempo después. Si los fakires poseen el secreto de este fenómeno biológico, análogo al aletargamiento de los animales e invernación de las plantas, no hay razón para dudar de que también lo poseyeran sus antecesores los gimnósofos indos y taumaturgos como Eliseo, Apolonio de Tyana, Jesús, Pablo y otros profetas e iluminados cuyo conocimiento de ese algo (que confiesa Le Conte no comprende la ciencia todavía) de los misterios de vida y muerte inescrutables para los modernos científicos, les capacitaba para devolver la vida a los muertos cuyo cuerpo astral no se había separado por completo del físico.
            
Si, como afirma un fisiólogo, en las moléculas del cadáver están remanentes las fuerzas físico-químicas del organismo vivo, nada impide ponerlas nuevamente en acción, con tal de conocer la naturaleza de la fuerza vital y el modo de dirigirla y dominarla. Prescindimos en este argumento de los materialistas, porque para ellos es el cuerpo humano una locomotora que se paraliza en cuanto le faltan el calor y fuerza que la impulsan. Por otra parte, para los teólogos ofrece mayor dificultad el caso, porque a su entender la muerte rompe la unión de cuerpo y alma, de modo que un muerto sólo puede volver a la vida por operación milagrosa, así como tampoco es posible que una vez cortado el cordón umbilical regrese el recién nacido a la vida uterina. Pero el filósofo hermético se interpone victoriosamente entre los irreconciliables bandos de materialistas y teólogos, con su conocimiento de los vehículos sutiles del espíritu y de la fuerza vital que, dirigida por la voluntad, puede aplicarse en sentido positivo o negativo mientras no se desintegren los órganos vitales del cuerpo físico.

LA  VIDA  EN  LA  MUERTE


 Hace dos siglos se tuvieron por absurdas las aseveraciones de Gaffarilo, que posteriormente corroboró el insigne químico Duchesne, respecto a la persistencia de la forma en las cenizas y subsiguiente renacimiento de todo cuerpo natural luego de quemado. Kircher, Digby y Vallemont demostraron que las plantas conservan su forma en las cenizas y esto mismo afirma Oetinger  en el siguiente pasaje:

Al calentar en una redoma cenizas vegetales se formaba una nube oscura que según ascendía tomaba definidamente la forma de la planta cuyas cenizas estaban en la redoma. 
La envoltura terrena queda en el fondo, mientras que la esencia sutil asciende como un espíritu que asume forma concreta, pero desprovista de substancia.

Por lo tanto, si en las cenizas de una planta persiste la forma astral luego de muerto su organismo, no tienen los escépticos motivo para decir que el Ego humano se desvanezca con la muerte del cuerpo físico.
            
El mismo filósofo dice en otro pasaje de su obra:
            
En el momento de la muerte, el alma se exhala porósmosis del cuerpo a través del cerebro y por efecto de la atracción psíquicofísica flota alrededor del cadáver hasta que éste se desintegra; pero si antes se establecen condiciones favorables, puede el alma infundirse de nuevo en el cuerpo y reanudar la vida física. Esto es lo que ocurre durante el sueño y más definidamente en los éxtasis y con mayor maravilla aún al mandato de un adepto. 
Jámblico declara que está lleno de Dios quien puede resucitar a un muerto, pues le obedecen los espíritus subalternos de las esferas superiores y tiene más de Dios que de hombre. Por otra parte, San Pablo, en su Epístola a los Corintios, dice que los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas.

            
Hay quienes por congénita o adquirida facultad pueden dejar a su albedrío el cuerpo físico y actuar y moverse en el astral hasta largas distancias y aparecerse visiblemente a otros. Numerosos e irrecusables testigos refieren multitud de casos de esta índole en que vieron y hablaron con el duplicado de personas residentes en lugares apartadísimos del en que ocurría el fenómeno. Según refieren Plinio  y Plutarco, un tal Hermotina quedaba en éxtasis cuando quería y se trasladaba en su segunda alma a los sitios más distantes.
            
El abate Fretheim, que floreció en el siglo XVII, dice en su obra Esteganografía:

            
Puedo transmitir mis pensamientos a los iniciados, aunque se hallen a centenares de millas, sin palabras ni cartas ni cifras, valiéndome de cierto mensajero incapaz de traición, porque nada sabe y en caso necesario prescindo de él. Si alguno de los con quienes mantengo correspondencia estuviera encerrado en la más profunda mazmorra, podría comunicarle mis pensamientos tan clara y frecuentemente como yo quisiera, de la manera para mí más sencilla, sin supercherías ni auxilio de espíritus.

Cordano actuaba también a voluntad fuera del cuerpo y entonces, según él mismo dice, “parecía como si se abriera una puerta y pasara yo sin obstáculo por ella dejando el cuerpo tras mí”.
            
Refiere una revista científica  que el consejero de Estado, Wesermann, podía sugerir a otros que soñaran en lo que él quisiera o que viesen a un ausente desde lejanísimas distancias. Todo esto lo comprobaron en varias ocasiones científicos de valía, algunos de ellos materialistas a quienes les acertó una frase convenida entre ellos de antemano. Además, muchos vieron el doble de Wasermann en punto muy distante de donde a la sazón se hallaba. Afirman diversos testigos  que mediante el conveniente entrenamiento de dieta y reposo se ponen los fakires el cuerpo en condición tal, que pueden permanecer enterrados por tiempo indefinido. 

El capitán Osborne refiere que durante la estancia de Sir Claudio Wade en la corte de Rundjit Singh, estuvo un fakir metido por tiempo de seis días en un ataúd colocado en una sepultura a un metro bajo el suelo de la estancia, con cuatro centinelas de vista que se relevaban cada dos horas día y noche, para evitar toda superchería. Según testimonio de Sir Claudio Wade, al abrir el ataúd apareció el cuerpo envuelto en un sudario de lino blanco atado con un cordón por la cabeza inclinada sobre el hombro. Tenía los miembros encogidos y el rostro natural. El sirviente roció el cuerpo con agua, y según reconocimiento del médico, no se movía el pulso en parte alguna, pues todo él estaba frío, notándose tan sólo algo de calor en el cerebro.

RESURRECCIÓN  DE  FAKIRES


La falta de espacio nos impide pormenorizar las circunstancias de este caso, y así nos limitaremos a decir que el procedimiento de resurrección consistió en baños y fricciones de agua caliente, en quitar los tapones de algodón y cera que obstruían los oídos y ventanillas de la nariz, después de lo cual frotaron los párpados con manteca clarificada y, lo que parece más extraño, le aplicaron por tres veces una torta de trigo caliente en la coronilla. 
A la tercera aplicación de la torta estremecióse el cuerpo violentamente, se dilataron las ventanas de la nariz, restablecióse la respiración y los miembros recobraron su natural elasticidad, aunque las pulsaciones eran todavía muy débiles. Untaron entonces de grasa la lengua que la tenía vuelta hacia atrás de modo que obturase la garganta, se dilataron las pupilas con su natural brillo y el fakir reconoció a todos los circunstantes y rompió a hablar.
            
Durante nuestra permanencia en la India nos dijo un fakir que la obturación de los orificios tenía por objeto, no sólo evitar la acción del aire en los tejidos, sino también la entrada de gérmenes de putrefacción que, por estar en suspenso la vitalidad, descompondrían el organismo como sucede con la carne expuesta al aire. Por este motivo no se prestan los fakires a este experimento en aquellos puntos de la India meridional donde abundan las perniciosas hormigas blancas que lo devoran todo menos los metales. Así es que, por muy sólido que fuese el ataúd, quedaría expuesto a la voracidad de dichos insectos que pacientemente horadan toda clase de madera por densa que sea y aun los ladrillos y la argamasa.
            
En vista de tantos y tan bien atestiguados casos, la ciencia experimental no tiene más remedio que o recusar por inveraz el múltiple testimonio de personas incapaces de faltar a la verdad, o reconocer que si un fakir puede resucitar al cabo de cuarenta días de enterrado, lo mismo podrá hacer otro fakir; y no cabe, por lo tanto, poner en tela de juicio las resurrecciones de Lázaro, del hijo de la sunamita y de la hija de Jairo.
            
No será ocioso preguntar ahora qué pruebas, aparte de las aparentes, pueden tener los médicos de que un cadáver lo es en realidad. Los más eminentes biólogos convienen en afirmar que la única segura es el estado de descomposición. El doctor Thomson  dice que la inmovilidad, la rigidez, la falta de respiración y el pulso, la vidriación de los ojos y la frigidez no son signos inequívocos de muerte real. En la antigüedad, Demócrito  y Plinio  opinaron que no hay prueba infalible de si un cuerpo está o no muerto. Asclepiades afirmaba que la duda podía ser mayor en cuerpo de mujer que de hombre.
            
El ya citado doctor Thomson refiere varios casos de muerte aparente, entre ellos el del caballero normando Francisco de Neville, a quien por dos veces le tuvieron por muerto y estuvo a punto de que le interraran vivo, pues volvió en sí en el momento de colocar el ataúd en la sepultura.
            
Otro caso es el de la señora Rusell, que al doblar las campanas en sus exequias, se levantó del ataúd exclamando: “Ya es hora de ir a la iglesia”.
            
Diemerbroese refiere que un labriego estuvo tres días de cuerpo presente, pero al ir a enterrarlo volvió en su sentido y tuvo larga vida.
            
En 1836 un respetable ciudadano bruselense cayó en catalepsia y, creyéndole muerto, le amortajaron para enterrarlo; mas al atornilla la tapa del ataúd se incorporó el supuesto difunto y, como si despertara de dormir, pidió tranquilamente una taza de café y el periódico.

LA  MUERTE  REAL


            La fisiología considera el cuerpo humano como un conjunto de moléculas temporalmente agregadas por la misteriosa fuerza vital. Para el materialista no hay entre un cuerpo vivo y otro muerto más diferencia que en el primer caso la fuerza vital es activa y en el segundo queda latente y las moléculas obedecen entonces a una fuerza mayor que las disgrega. Este fenómeno de disgregación es la muerte, si tal puede llamarse la continuación de la vida en las disgregadas moléculas, pues si la muerte es la paralización de la máquina funcional del organismo corpóreo, la muerte real no sobrevendrá hasta que la máquina se destruya y se descompongan sus partes, ya que mientras los órganos estén íntegros, la centrípeta fuerza vital prevalecerá contra la centrífuga fuerza de disgregación. Dice a este propósito Eliphas Levi:

            
El cambio supone movimiento y el movimiento es vida. El cuerpo no se descompondría si no hubiese vida en él. Las moléculas que lo constituyen están vivas y tienden a disgregarse. 
Por lo tanto, no es posible que el pensamiento, el amor, el espíritu se aniquilen cuando periste la vida en la más grosera modalidad de la materia .
            
Dicen los cabalistas que un muerto no lo está del todo en el momento del entierro, pues nada hay de transición violenta en la naturaleza y así no puede ser repentina la muerte, sino gradual; porque del mismo modo que necesita preparación el nacimiento, ha de requerir cierto período la muerte, que, según dice Eliphas Levi, “no puede ser término definitivo como tampoco el nacimiento es principio originario. El nacimiento demuestra la preexistencia del ser, como la muerte es prueba de inmortalidad” los cristianos no vulgares creen por una parte en la resurrección de la hija de Jairo, sin temer por ello la nota de supersticiosos, y en cambio califican de imposturas las resurrecciones de una mujer por Empédocles y de una doncella corintia por Apolonio de Tyana, según refieren respectivamente Diógenes Laercio y Filostrato, como si los taumaturgos paganos hubiesen de ser forzosamente impostores. Al menos los científicos escépticos son más lógicos, pues lo mismo los taumaturgos cristianos que los gentiles son para ellos o mentecatos o charlatanes.
            
Pero tanto fanáticos como escépticos debieran reflexionar en las circunstancias de los casos referidos y advertir que en el de la hija de Jairo dice Jesús que no está muerta sino dormida; y en el de la doncella corintia escribe Filostrato que “parecía muerta y como había llovido copiosamente al conducir el cuerpo a la pira, pudo muy bien el refrigerio devolverle en sentido”. Este pasaje demuestra claramente que Filostrato no consideró milagrosa aquella resurrección, sino como efecto de la sabiduría de Apolonio, quien, lo mismo que Asclepiades, era capaz de distinguir a primera vista la muerte real de la aparente.

Una vez rota la unión del espíritu y del alma con el cuerpo, es la resurrección tan imposible como la reencarnación en circunstancias distintas de las requeridas. Como dice Eliphas Levi: “La crisálida se metamorfosea en mariposa, pero no la mariposa en crisálida. La naturaleza impele la vida hacia delante y cierra las puertas tras cuanto por ella pasa. Perecen las formas y persiste el pensamiento sin recordar lo extinto”.

 No hay en nuestros días ninguna Facultad de Medicina capaz de comunicar a sus alumnos el conocimiento que del estado de muerte poseían Asclepiades y Apolonio sin necesidad de dotes excepcionales. Además, las resurrecciones operadas por Jesús y Apolonio tienen en pro de su autenticidad testimonios irrecusables, y aunque en uno y en otro caso estuviese la vida en suspenso, resulta probado que ambos taumaturgos la reanudaron instantáneamente por su propia virtud a los en apariencia muertos.

ANIMACIÓN  SUSPENSA


           
¿Acaso niegan los médicos la posibilidad de estas resurrecciones porque no han dado todavía con el secreto que poseyeron los antiguos teurgos? El atraso de la psicología y la confusión dominante en la fisiología, según confiesan los más sinceros científicos, no son ciertamente muy favorables al redescubrimiento de las ciencias perdidas. Cuando nadie tenía a los profetas por charlatanes ni a los taumaturgos por impostores hubo colegios de vates donde se enseñaban las ciencias ocultas . La magia abonaba a la sazón todas las ciencias físicas y metafísicas, con el estudio alquímico del doble aspecto de la naturaleza; y, por lo tanto, no es maravilla que los antiguos llevaran a cabo descubrimientos insospechados de los físicos modernos, atentos únicamente a la letra muerta.
            
Así es que el toque no está en si es posible resucitar a un muerto, que equivaldría a un milagro de por sí absurdo, sino en saber si la biología tiene medios de puntualizar el momento de la muerte. Los cabalistas opinan que el cuerpo muere al separarse de él definitivamente el Ego con sus vehículos sutiles. Los fisiólogos materialistas, que niegan el espíritu y no admiten otra fuerza que la vital, dicen que la muerte sobreviene al punto de cesar aparentemente la vida, esto es, cuando el corazón cesa de latir y los pulmones de respirar y el cuerpo toma rigidez cadavérica. Sin embargo, los anales médicos abundan en casos de asfixia, catalepsia y letargo que presentan todos los signos aparentes de la muerte  y prueban que ni el médico más experto es capaz de certificar la defunción con absoluta certeza. En dichos casos el cuerpo astral no se ha separado definitivamente del físico y puede volver a infundirse en éste mediante un esfuerzo propio o una influencia extraña que desentorpezca y reanude el funcionalismo orgánico. 

En resumen, mientras no se consume la separación de los cuerpos astral y físico, cabe dar cuerda al reloj y poner de nuevo en movimiento la máquina; pero cuando la separación es definitiva, entonces el organismo se desintegra y antes fuera posible el desquiciamiento del universo que la resurrección del cadáver. En el primer caso, la fuerza de vida está latente como el fuego en el pedernal; en el segundo, se ha extinguido la fuerza.
            
El hipnotizador Du Potet obtuvo casos de profunda clarividencia cataléptica  en que el alma estaba ya tan alejada del cuerpo que le hubiera sido imposible reinfundirse en él sin un poderoso esfuerzo volitivo del hipnotizador; y aun así es preciso que no se haya roto el cordón magnético que liga el cuerpo astral con el físico. Refiriéndose Plutarco al caso de un tal Tespesio que cayó desde muy alto y estuvo tres días como muerto, dice que al volver en sí dio cuenta el accidentado de que se había visto durante aquel intervalo muy diferente de los demás difuntos, pues estos estaban envueltos en un nimbo resplandeciente mientras que él llevaba tras de sí una estela de sombra. La minuciosa y puntualizada descripción que Plutarco pone en boca de Tespesio está corroborada por los clarividentes de toda época, lo que da mayor importancia al testimonio.
            
La opinión de los cabalistas en este punto aparece concretada en el siguiente pasaje de Eliphas Levi:

Cuando una persona cae en el último sueño queda como aletargada antes de tener conciencia de su nuevo estado. Al despertar se le presenta la hermosísima visión del cielo o la horrible pesadilla del infierno, según sus creencias durante la vida terrena. En el segundo caso, retrocede el alma impelida por el terror hacia el cuerpo de que acaba de salir, y éste es el motivo de que, algunas veces, vuelvan a la vida después de enterrado su cadáver.

A este propósito recordaremos el caso de un caballero que al morir dejó algunas mandas a favor de unos sobrinos huérfanos. El hijo, heredero y albacea del difunto, movido por el egoísmo, quemó el testamento la misma noche en que velaba el cadáver de su padre. El alma del muerto, que todavía flotaba alrededor del cuerpo, sintió tan intensamente los efectos de aquella felonía que se infundió nuevamente en su desechada envoltura y levantándose el muerto del túmulo maldijo a su heredero y volvió a caer para no levantarse más.

LOS  HUESOS  DE  ELISEO


            
Dion Boucicault se vale de un incidente de esta naturaleza en su tremebundo drama Luis onceno, cuyo protagonista representaba el actor Carlos Kean con profunda realidad, sobre todo en la escena en que el difunto monarca vuelve a la vida por un instante para asir la corona cuando va a ceñírsela el falso heredero.
            
Eliphas Levi opina que la resurrección no es imposible mientras el organismo esté íntegro y no se haya roto el cordón de enlace entre el cuerpo astral y el físico. Dice sobre este particular que como la naturaleza nunca procede a saltos, la muerte real ha de ir precedida de una especie de letargo o entorpecimiento del que puede sacar a la personalidad una violenta conmoción o el magnetismo de una voluntad poderosa. A esto atribuye levi la resurrección de un muerto al contacto de los huesos de Eliseo, diciendo sobre ello que “el alma del difunto se sobrecogería de terror cuando los ladrones arremetieron contra la fúnebre comitiva de su cadáver cuya profanación quiso evitar reinfundiéndose en él. Nada de sobrenatural hallarán en este fenómeno cuantos crean en la supervivencia del alma; pero los materialistas dirán que es patraña a pesar de cuantos testimonios lo avalen; y en cambio, los teólogos que en todo ven la mano de la Providencia, lo diputan por milagro y atribuiyen la resurrección del muerto al contacto con los huesos de Eliseo. Indudablemente data de esta época la veneración de las reliquias.
            
Razón tiene Balfour Stewart al decir que la ciencia apenas sabe nada de la estructura íntima ni de las propiedades de la materia tanto organizada como inorgánica.
            
Puesto que estamos en terreno firme, adelantaremos otro paso diciendo que el mismo conocimiento y dominio de las fuerzas ocultas, por cuya virtud deja el fakir su cuerpo para volver después a él y dio a Jesús, Apolonio y Eliseo el poder de resucitar muertos, facultaba a los hierofantes para infundir vida, movimiento y palabra en una estatua. Por este mismo conocimiento de las fuerzas ocultas en cuyo número entra la vital, pudo Paracelso formar homúnculos y Aarón convertir su vara, ya en serpiente, ya en vástago florido, y Moisés afligir con plagas a Egipto y el teurgo egipcio de hoy vivificar la pigmea mandrágora. Los cínifes y las ranas de Moisés no son ni más ni menos maravillosas que las bacterias de los biólogos modernos.

            
Pero comparemos ahora la actuación de los antiguos taumaturgos y profetas con la de los modernos médiums que pretenden reproducir cuantas modalidades fenoménicas registra la historia de la psicología. Si nos fijamos en la levitación y sus condiciones manifestativas, echaremos de ver que en todo tiempo y país hubo teurgos, paganos, místicos, cristianos, fakires, indos, magos, adeptos y médiums espiritistas que en estado de trance o éxtasis permanecieron durante mucho rato suspendidos en el aire. Tan incontrovertiblemente está atestiguado este hecho, que no hay necesidad de nuevas pruebas, tanto de las manifestaciones inconscientes de los médiums irresponsables, como de las conscientes de los hierofantes y adeptos de magia superior. Cuando aun apuntaba la actual civilización eruopea, ya era antigua la filosofía oculta y los herméticos habían inferido los atributos del hombre por analogía con los del Creador. Posteriormente, algunos hombres eminentes cuyo nombre fulgura en la historia espiritual de la humanidad, dieron pruebas personales de la inconcebible alteza a que en su educción pueden llegar las divinas facultades del microcosmos.
            
Dice sobre esto Wilder:

Enseñaba Plotino que el amor impele al alma hacia la intimidad de su origen y centro, el eterno Bien. Los ignorantes no aciertan a descubrir la belleza que por sí misma atesora el alma, y la buscan en el mundo exterior; pero el sabio siente la belleza en lo íntimo de su ser, concentra la atención en sí mismo, y desenvolviendo la idea de belleza de dentro a fuera, se eleva hasta la divina fuente de su interno raudal. Lo infinito no puede comprenderse por la razón, sino por otra facultad superior cuyo ejercicio  nos transporta a un estado en que dejando de ser hombres finitos, participamos directamente de la esencia divina. Tal es el estado de éxtasis.
            
... Apolonio de Tyana veía lo pasado, presente y futuro como ante un límpido espejo, y esta facultad es la que pudiéramos llamar fotografía espiritual, pues el alma es la cámara que registra los sucesos pasados, presentes y futuros, de modo que todos por igual los abarque la mente. Más allá de nuestro limitado mundo, no hay sucesión de días, porque todo es como un solo día, y lo pasado y lo futuro coinciden con lo presente.

MEDIACIÓN  Y  MEDIUMNIDAD

           
Estos hombres divinos ¿eran médiums como pretenden los espiritistas de escuela? No por cierto, si se entiende por médium la persona cuyo organismo morbosamente receptivo facilita el desarrollo de condiciones subordinadas a la influencia de los espíritus elementarios y elementales.
            
En cambio era médiums si entendemos por tales a cuantos cuya magnética aura sirve de medio actuante a las entidades espirituales de las esferas superiores. En este sentido toda persona humana puede ser médium .
            
La verdadera mediumnidad se educe en unos individuos espontáneamente, en otros necesita influencias extrañas que la eduzcan y en la mayoría de los casos queda en estado potencial. El aura del individuo está en función recíproca de sus facultades mediumnímicas. 
Todo depende del carácter moral del médium. El aura puede ser densa, turbia y mefítica de modo que repela a las entidades superiores para atraer únicamente a las de ínfima condición que allí se gocen como el cerdo entre inmundicias; o por el contrario puede ser sutil, diáfana, pura y reverberante como el rocío de la mañana. 

Estos celestiales nimbos circuían a hombres tales como Apolonio, Jámblico, Plotino y Porfirio cuyas almas, en perfecta identidad con sus espíritus por efecto de la santidad de vida, atraían las influencias benéficas e irradiaban efluvios de bondad que repelían las malignas. No sólo se asfixian las entidades inferiores en el aura de un taumaturgo, sino en las de cuantos reciben la influencia de él, sea por cercanía eventual o por voluntad deliberada. Esto es mediación y no mediumnidad. Un hombre tal no es médium sino medianero y templo del Dios vivo; pero si la pasión o los malos pensamientos y deseos profanan el templo, se convierte el medianero en nigromántico, porque se etiran entonces las entidades puras y acuden las malignas. Sin embargo, también en este caso hay mediación y no mediumnidad, pues tanto el mago negro como el mago blanco determinan conscientemente su aura y por su propio albedrío atraen a las entidades afines.
            
La mediumnidad, por el contrario, es inconsciente, es inconsciente, pues el aura del médium puede modificarse por circunstancias independientes de su voluntad, de modo que provoque, favorezca o determine manifestaciones psíquico-físicas de carácter ya benéfico, ya maligno. La mediación y la mediumnidad son tan antiguas como el hombre. La segunda es sinónima de obsesión y posesión, pues el cuerpo del médium se somete al dominio de entidades distintas del Ego inmortal. Así lo demuestran los mismo médiums, que se enorgullecen de ser fieles esclavos de sus guías y rechazan indignados la idea de normalizar las manifestaciones. Esta mediumnidad está simbolizada en el mito de Eva, que cede a la sugestión de la serpiente; en el de Pandora, que abre la caja misteriosa y derrama los males sobre el mundo; en el bíblico episodio de la Magdalena, que después de haber estado poseída de siete espíritus malignos, se redime al triunfar de ellos por mediación de un adepto. La mediumnidad, bénefica o maléfica, es siempre pasiva, y felices, por lo tanto, los puros de corazón que gracias a su natural bondad repelen espontáneamente los espíritus malignos. 
La mediumnidad, tal como se practica en nuestros días, es un don menos apetecible que la túnica de Neso.
            
Por el fruto se conoce el árbol. En todo tiempo hubo pasivos médiums y activos medianeros. Los hechiceros, las brujas, los prestidigitadores y encantadores de serpientes, los adivinos y cuantos están poseídos de espíritu familiar hacen de sus facultades mercadería vendible, como, por ejemplo, la famosa pitonisa de Endor que, según la describe Enrique More, recibía estipendio de los consultantes.

DESINTERÉS  DE  LOS  MEDIANEROS


 En cambio, los medianeros y hierofantes dan pruebas de absoluto desinterés en el ejercicio de sus poderes. Gautama renunció a la herencia del trono para vivir de limosnas; el “Hijo del hombre” no tenía donde reclinar la cabeza; los discípulos del Cristo no habían de llevar oro ni plata encima; Apolonio de Tyana distribuyó su hacienda por mitad entre sus pareitnes y los pobres; Jámblico y Plotino tuvieron nombradía de caritativos y abnegados; los fakires indos viven de limosna; los pitagóricos, esenios y terpeutas temían mancharse las manos con el contacto de las monedas; y finalmente, cuando al apóstol Pedro le ofrecen dinero en cambio de la potestad de infundir el Espíritu Santo por la imposición de manos, responde: “Tu dinero sea contigo en perdición porque has creído que el don de Dios se alcanzaba por dinero. No tienes tu parte ni suerte en este ministerio, porque tu corazón no es recto delante de Dios”. Así vemos que los mediadores fueron hombres identificados con su Yo superior, que recibían auxilio de los espíritus angélicos.
            
Muy lejos estamos de vituperar rigurosamente a los infelices médiums que, por efecto de las avasalladoras influencias que los dominan, se ven incapacitados física y mentalmente de dedicar su actividad a ocupaciones útiles y no tienen más remedio que convertir su mediumnidad en oficio retribuido y nada envidiable por cierto, según ha demostrado la experiencia de estos últimos años.
            
Se cuenta de Plotino que habiéndosele pedido que tributara pública adoración a los dioses respondió muy dignamente: “Los dioses  han de venir a mí”. Jámblico afirmaba, con la corroboración del personal ejemplo, que el alma humana puede comunicarse directamente con entidades espirituales de superior jerarquía; y ahuyentaba cuidadosamente de sus ceremonias teúrgicas  a los espíritus malignos cuya característica enseñaba a sus discípulos. Proclo  creía también en que por la actualización de sus divinas potencias era capaz el hombre de subyugar su naturaleza inferior y convertirse en instrumento de la Divinidad mediante la “mística palabra” que abría la comunicación con las diversas jerarquías espirituales hasta llegar a la unión con Dios. Apolonio de Tyana tenía en menosprecio a los hechiceros y adivinos nigrománticos y afirmaba que la vida austera sutilizaba agudamente los sentidos y educía superiores facultades por cuyo medio era capaz de realizar maravillas. Jesús dijo que el hombre era señor del sábado, y a su voz huían despavoridos los espíritus elementarios que obsesionaban a sus víctimas.
            
Indudablemente tuvieron los antiguos poderosas razones para perseguir a los médiums de oficio. Así se explica que en tiempo de Moisés y posteriormente en las épocas de Samuel y David fomentaran los israelitas el ejercicio de las legítimas profecías y adivinación, la astrología y el vaticinio en colegios a propósito para educir estas facultades, y en cambio desterraran del país o condenaran a muerte, según los casos, a los brujos, nigrománticos y pitonisas, y aun en tiempo de Jesús los médiums maléficos estaban desterrados de las ciudades. ¿Por qué perseguir y matar a los médiums pasivos y por qué consentir y respetar las comunidades de taumaturgos? Porque los antiguos supieron distinguir entre los espíritus angélicos y los diabólicos, entre los elementales y los elementarios, y además estaban seguros de que toda comunicación espiritual, no sujeta a las debidas condiciones, determinaba la ruina del comunicante y de la comunidad a que éste perteneciera.
            
El análisis que de la mediumnidad vamos haciendo podrá parecer extraño y aun repulsivo a muchos espiritistas contemporáneos; pero nada decimos que no enseñara la filosofía antigua con la inmemorial corroboración de la experiencia.

EL  MÉDIUM  PASIVO


Es impropio decir que un médium ha educido sus facultades, pues el médium pasivo no tiene facultad ninguna, sino a lo sumo cierta condición psíquico-física que engendra un aura a propósito para servir de vehículo a las entidades que de él se valen para manifestarse. 
Esta aura se muda con fecuencia dependiente de las causas internas que determinan su variación, según el estado moral del médium, cuyos sentimientos y emociones atraen inconscientemente entidades de naturaleza semejante, las cuales influyen a su vez física, mental y moralmente en el médium. Así es que la potencia mediumnímica está siempre en razón directa de la pasividad y de ésta depende consiguientemente el tanto del peligro. Si el médium es totalmente pasivo  cabe en lo posible que le fuercen al temporáneo abandono de su cuerpo físico, del que de esta suerte se apodera y en él se infunde un elemental, o, lo que es todavía peor, un elementario de horrible malignidad. En estas obsesiones deben inquirirse los motivos de los crímenes trágicamente pasionales.
            
Como quiera que la mediumnidad inconsciente está en función de la pasividad, el único remedio eficaz contra ella es que el médium deje de ser pasivo y revierta su disposición de ánimo a la positiva actividad que resiste toda influencia extraña y contra cuya energía nada pueden las entidades obsesionantes, siempre en acecho de víctimas flacas de cuerpo y mente para arrastrarlas al vicio. Si los elementales milagreros y los demoníacos elementarios fuesen verdaderamente ángeles custodios  ¿cómo no concedieron a sus fieles médiums la dicha terrena o, por lo menos, la salud que pretendieron devolver a los demás en sus papeles de saludadores y curanderos? Los taumaturgos, apóstoles y profetas de la antigüedad eran hombres que por lo regular disfrutaban de robusta salud y su magnético influjo no envolvía jamás gérmenes morbosos de índole moral o física con que agravar la dolencia del enfermo ni tampoco les pudo poner nadie la nefanda nota de vampiros.
            
Si relacionamos ahora los fenómenos de levitación con la mediumnidad por una parte y con la mediación por otra, veremos que en las sesiones espiritistas el pasivo médium queda levantado en alto, o sea levitado, por las entidades que lo dominan, mientras que el activo medianero se levanta en alto durante el éxtasis o el rapto por virtud de su propio anhelo.
            
Acaso se nos objete que hay fenómenos igualmente posibles de producir en presencia de un médium que de un medianero. Así parece inferirse de lo ocurrido con Moisés y los magos de la corte faraónica, pues aunque el caudillo hebreo se atribuya el vencimiento, lo más probable es que sus poderes y los de los magos egipcios fuesen de índole análoga, pero aplicados en sentido respectivamente opuesto que diferenció su eficacia.
            
La tutelar divinidad de los hebreos  prohibió estrictamente toda práctica de magia negra según estaba en boga entre gentiles. ¿Qué diferencia había, pues, entre las abominaciones de “aquellas gentes” y las otras de los profetas? Claramente nos la representa el apóstol San Juan cuando dice: “Carísimos, no queráis creer a todo espíritu; mas probad si los espíritus son de Dios, porque muchos falsos profetas se han levantado en el mundo”. 
Los espiritistas en general y particularmente los médiums no tienen a su alcance otro procedimiento de prueba de los espíritus, que juzgar de su índole:
            
1.º  Por sus palabras y acciones.
            
2.º  Por su prontitud o tardanza en manifestarse.
            
3.º  Por el motivo determinante de la manifestación .

APARICIONES  ESPECTRALES


Un periódico espiritista  publicó un largo artículo cuyo autor trataba de probar que “los prodigios del espiritismo moderno son de carácter idéntico al de las manifestaciones de los patriarcas y apóstoles de la antigüedad”. No podemos por menos de comentar esta afirmación diciendo que dicha identidad se refiere únicamente a la naturaleza de las ocultas fuerzas productoras de los fenómenos; pero en modo alguno a la dirección y sentido en que las apliquen las diversas entidades que de ellas se valgan para manifestarse.
            
Excepto la aparición de Samuel a Saúl por arte de la pitonisa de Endor, no hay en la Biblia ningún otro caso de “evocación de los difuntos”, pues esta práctica estaba condenada por los pueblos antiguos, y así tenemos que tanto el Antiguo Testamento como los poetas Homero y Virgilio la consideran arte nigromántico. Era opinión general entre los antiguos que las “almas bienaventuradas” sólo vuelven a la tierra en rarísimas ocasiones, cuando demandan su aparición motivos poderosísimos en beneficio de la humanidad; pero ni aun en este caso excepcional hay necesidad de evocarla, pues espontáneamente se manifiesta ya por espectración fantástica de sí misma, ya por medio de mensajeros cuyo aspecto objetivo reproduce fielmente la personalidad del difunto. 

En los demás casos tenían los antiguos por nocivo y peligroso el comunicarse con almas que acudieran fácilmente a la evocación, pues solían ser larvas (entidades elementarias o moradores del umbral) del sheol. Horacio describe la ceremonia de la evocación de los espíritus entre los romanos  y Maimónides la análoga entre los judíos; pero siempre se celebraban en parajes elevados y se vertía sangre humana para aplacar la vampírica voracidad de las larvas.
            
En cuanto a materializaciones sin evocación, hay muchos casos en el Antiguo Testamento, aunque no se efectuaban en las mismas circunstancias que hoy día en las sesiones espiritistas, pues por lo visto no era indispensable la obscuridad en aquellos tiempos para la realización del fenómeno. Los tres ángeles se le aparecieron a Abraham en plena luz del día  y en igualdad de circunstancias se aparecieron en el Tabor Moisés y Elías, pues no es probable que Jesús y los apóstoles subieran al monte por la noche. También Jesús se apareció a la Magdalena en el jardín a primera hora de la mañana y lo mismo la tercera vez que se mostró a los apóstoles.
            
Estamos de acuerdo con el autor del artículo referido, que en la vida de Jesús, y aun añadiríamos en el Antiguo Testamento, se echan de ver una serie de manifestaciones psíquicas, pero ninguna de ellas mediumnímica, exepto la aparición de Samuel evocado por la pitonisa de Endor.
            
Cuando Jesús vaticinó a sus discípulos diciéndoles: “Mayores obras que éstas haréis vosotros”, se refería indudablemente a las obras por mediación y el mismo significado tiene la profecía de Joel al decir: “Tiempo vendrá en que se difunda el espíritu divino y profeticen vuestros hijos e hijas y vuestros padres tengan ensueños y vuestros mozos vean cosas de visión”. Parece que este tiempo ha llegado, pues aparte de la mediumnidad mal empleada, tiene el espiritismo sus videntes, sus mártires, sus profetas y sus saludadores que, como Moisés, David y Jeohram, reciben directas comunicaciones gráficas de los espíritus planetarios y desencarnados sin mira alguna de lucro.

DISTINCIONES  FENOMÉNICAS

 En cambio hay muy pocos médiums parlantes que hablen por inspiración, y a la mayoría de ellos se les pueden aplicar aquellas palabras del profeta Daniel:

Y habiendo quedado yo solo, vi esta gran visión, y no quedó fuerza en mí... y oí la voz de sus palabras y oyéndola yacía postrado sobre mi rostro y mi cara estaba pegada con la tierra.

Sin embargo, también hay médiums a quienes se les puede decir como le dijo Samuel a Saúl:

Y vendrá sobre ti el Espíritu del Señor y profetizarás con ellos  y serás mudado en otro hombre.

Pero en ningún pasaje de las escrituras hebreo-cristianas se lee nada referente a guitarras voladoras, tamboriles redoblantes y sonoras campanas que en tenebrosos gabinetes se nos presentan como pruebas irrecusables de la inmortalidad del alma. Cuando los judíos vituperaban a Jesús diciendo: “¿No decimos bien nosotros que eres samaritano y que tienes demonio?”; les respondió Jesús: “Yo no tengo demonio; mas honro a mi Padre y vosotros me habéis deshonrado". En otro pasaje se lee que después de lanzar Jesús un demonio del cuerpo de un mudo y de recobrar éste el habla dijeron los judíos: “En virtud de Beelzebub, príncipe de los demonios, lanza los demonios”. A lo que respondió Jesús: “Pues si yo por virtud de Beelzebub lanzo los demonios, ¿vuestros hijos por quién los lanzan? ”.
            
El autor del citado artículo equipara también los vuelos o levitaciones de Ezequiel y Felipe con los de la señora Guppy y otros médiums modernos; pero ignora u olvida que siendo uno mismo el efecto era distinta la causa en cada caso, según explicamos anteriormente. 
El sujeto puede determinar consciente o inconscientemente la levitación. El prestidigitador determina de antemano la altura a que han de levantarlo y el tiempo que durará la levitación, y con arreglo a este cálculo gradúa las fuerzas ocultas de que se vale. 
El fakir produce el mismo efecto por la acción de su voluntad y conserva el dominio de sus movimientos, excepto cuando cae en éxtasis. Tal es el fenómeno de los sacerdotes siameses que en la pagoda se elevan hasta quince metros de altura cirio en mano y van de imagen en imagen encendiendo las lámparas de las hornacinas con tanta seguridad como si anduviesen por el suelo.
            
Los oficiales de la escuadra rusa que recientemente realizó un viaje de circunavegación y estuvo anclada largo tiempo en puertos japoneses, vieron cómo unos prestidigitadores del país volaban de árbol en árbol sin apoyo ni artificio alguno; y también vieron las suertes de la cucaña y de la escala de cinta.
            
En la India, Japón, Tíbet, Siam y otros países llamados paganos en Europa, a nadie se le ocurre atribuir estos fenómenos a espíritus desencarnados, pues para los orientales nada tienen que ver los pitris (antepasados) con semejantes manifestaciones. Prueba de ello nos dan los nombres con que designan a las entidades elementales productoras de esta clase de fenómenos; y así llaman madanes  a los arteros elementales, mezcla de brutos y monstruos, de maliciosa índole, que infunden en los hechiceros el siniestro poder de herir a personas y animales domésticos con repentinas enfermedades seguidas muchas veces de muerte.

LOS  MADANES  DE  ORIENTE


El mâdán shudâla es el vampiro de los occidentales y vaga por los cementerios, por los lugares donde se han perpetrado crímenes y por los gólgotas  de las poblaciones. Dicen los orientales que el mâdán shudâla tiene el cuerpo mitad de fuego, mitad de agua, por lo que actúa indistintamente en ambos elementos y por consentimiento de Siva puede asumir la forma que desee y metamorfosear las cosas. Por esta razón ayuda al prestidigitador en todos los fenómenos de ilusionismo en que interviene el fuego y anubla la vista de los espectadores para que vean lo que en realidad no hay.
            
El mâdán shûla es un trasgo malévolo, muy hábil en obras de alfarería y fumistería. A sus amigos no les hace daño alguno, pero persigue sañudamente a quien provoca su cólera. Gustan los shûlas de lisonjas y elogios, y como su habitual morada son las cavidades subterráneas, deellos ha de valerse el prestidigitador en las suertes de plantaciones y crecimientos rápidos de los vegetales. El mâdán kumil  es la ondina de los cabalistas o espíritu elemental del agua, de carácter alegre, que ayuda solícitamente a sus amigos en cuanto se relaciona con las lluvias y la hidromancia.
            
El mâdán poruthû es el elemental atléticamente forzudo que interviene en los fenómenos de levitación, en la doma de fieras y en todos los que requieren esfuerzo muscular.
            
Resulta, por lo tanto, que cada modalidad de manifestación psíquico-física está presidida por un orden de entidades elementales.
            
Reanudando ahora el examen de las levitaciones producidas en los modernos círculos espiritistas, recordaremos que al tratar de Simón el Mago nos referimos a la explicación que de esta clase de fenómenos dieron los antiguos. Veamos, pues, cuál es la hipótesis más admisible respecto de los médiums que, según los espiritistas fenoménicos, actúan inconscientemente por intervención de los espíritus desencarnados. La etrobacia consciente, en condiciones electromagnéticas, es facultad primitiva de los adeptos cuya potente voluntad repele toda influencia extraña.
            
Así tenemos que la levitación ha de efectuarse siempre con arreglo a una ley tan inexorable como la de gravedad, pero que también deriva de la atracción molecular. Supone la ciencia que la energía eléctrica condensó primordialmente en torbellino la nebulosa materia todavía indiferenciada; y por otra parte la teoría unitaria de la química moderna se funda en las polaridades eléctricas de los átomos.
            
Los tifones, remolinos, tornados, ciclones y huracanes son meteoros causados indudablemente por la energía eléctrica  que favorecida por la sequedad del suelo y de la atmósfera puede acumularse en cantidad e intensidad suficientes para elevar enormes masas de agua y comprimir simultáneamente grandes masas atmosféricas con ímpetu más que poderoso para abatir bosques enteros, descuajar rocas, pulverizar edificios y asolar dilatadas comarcas.
            
Hay ya cerca de tres siglos expuso Gilbert  la opinión de que la tierra es un enorme imán. Hoy amplían algunos físicos esta opinión diciendo que también el hombre es un imán y que esta propiedad encubre el secreto de las mutuas atracciones y repulsiones personales. Prueba de ello tenemos entre los concurrentes a las sesiones espiritistas, y a este propósito dice Nicolás Wagner, catedrático de la universidad de San Petersburgo:

            
El calor o tal vez la electricidad de los concurrentes situados alrededor de la mesa debe concentrarse en el mueble y determinar el movimiento con el concurso de la fuerza psíquica, es decir, la resultante de todas las fuerzas del organismo, cuya magnitud e intensidad está en función de la índole de cada persona... Las condiciones de temperatura y humedad influyen en las manifestaciones fenoménicas cuyo poder de producción reside en el médium.

Esto supuesto y recordando que según los herméticos hay en la naturaleza modalidades todavía más sutiles de energía, cabe comparar al médium con el sistema de imágenes de la máquina eléctrica de Wild y suponerlo, por lo tanto, capaz de engendrar una corriente astral bastante poderosa para levantar en su vórtice el peso de un cuerpo humano, aunque sin comunicarle movimiento giratorio, pues en este caso, al contrario de lo que sucede en los remolinos, la fuerza dirigida por la inteligencia impele al cuerpo rectilíneamente.

LEVITACIONES  DEL  MÉDIUM  Y  DEL  ADEPTO


            
La levitación del médium es, según se ve, un fenómeno puramente mecánico, pues su inerte cuerpo queda impelido en ascenso por el vórtice que engendran las entidades elementales y a veces las elementarias, aunque también puede tener el fenómeno causas morbosas como en el caso de los sonámbulos del doctor Perty.
            
Por el contrario, la levitación del adepto es un fenómeno electromagnético dimanante del cambio de polaridad de su cuerpo, de modo que sea de signo igual a la de la tierra y contrario a la de la atmósfera, que lo elevará por atracción sin que el adepto pierda la conciencia.
            
Seguramente dirán los científicos que las levitaciones producidas por los torbellinos  no tienen punto de comparación con las levitaciones de personas, pues en un aposento no pueden formarse vórtices, sino que si un médium se levanta en el aire es por efecto de las leyes dinámicas de la naturaleza y del espíritu. Cuantos conocen estas leyes afirman que de una reunión de personas cuya excitación mental reaccione sobre el organismo físico se desprenden emanaciones electromagnéticas que, cuando suficientemente intensas, llegan a perturbar el ambiente circundante hasta el punto de producir un vórtice eléctrico de intensidad bastante para que ocurran fenómenos insólitos. Así se comprende que las vueltas de los derviches y las danzas salvajes, estremecimientos, gesticulaciones, músicas y gritería de los devotos tengan por finalidad la producción de fenómenos psíquico-físicos. También explica esta circunstancia la exacerbación del sentimiento religioso.
            
Pero todavía conviene examinar otro punto. Si el médium es un núcleo magnético al par que un conductor eléctrico, estará sujeto a las mismas leyes que los conductores metálicos y le atraerá el imán de donde deriva la fuerza. Por lo tanto, si las invisibles entidades que presiden las manifestaciones espiritistas concentran por encima del médium un núcleo magnético de potencia conveniente, fácil será que se vea atraído hacia dicho núcleo a pesar de la gravedad terrestre. sabido es que cuando el médium no se da cuenta del proceso fenoménico es preciso admitir la intervención de una entidad directora que actúa según dejamos dicho. Huelgan mayores pruebas de ello que las suministradas, no sólo en nuestras personales investigaciones a que no damos autoridad alguna, sino en las que Crookes y otros científicos desapasionados llevaron a cabo en distintas épocas y países, aunque los escépticos se resistan a reconocer la autenticidad de sus resultados.
            
No hace muchos años, el de 1836, llegaron a noticia del público ciertos fenómenos tan singulares si no más que las manifestaciones ocurridas en nuestros días. La publicación de la correspondencia entre los famosos hipnotizadores franceses Deleuze y Billot suscitó animadas discusiones en todos los círculos sociales. Billot creía firmemente en la aparición de espíritus porque los había visto, oído y tocado. Deleuze estaba tanto o más convencido de ello que el mismo Billot y aseguraba que no había verdad tan inconcusamente demostrada como la inmortalidad del alma y el retorno de los difuntos, pues en varias ocasiones le trajeron objetos materiales desde largas distancias y recibió comunicaciones sobre asuntos de excepcional importancia. Se extrañaba Deleuze de que los seres espirituales pudieran transportar objetos materiales, y aunque menos intuitivo que Billot, convenía con éste en que la cuestión del espiritismo no es de razones sino de hechos.

OPINIÓN  DEL  PROFESOR  WAGNER


            A esta misma conclusión vino a parar el profesor Wagner de San Petersburgo , quien dice al refutar a su contrincante Shkliarevsky:

            Mientras las manifestaciones espiritistas fueron esporádicas y de poca importancia, pudimos engañarnos los científicos con las hipótesis de la acción muscular inconsciente o de la cerebración también inconsciente, y desdeñar todo lo demás como si fuesen artificios de prestidigitación... Pero los fenómenos son ya demasiado sorprendentes y los espíritus se muestran en formas materializadas que, cualquier escéptico como vos mismo, puede palpar a su gusto y aún pesarlas y medirlas. No es posible resistirnos a la evidencia por más tiempo, so pena de frisar con la locura. Procurad, pues, convenceros humildemente de la posibilidad de hechos que parecen imposibles.

            
El médium es un sujeto magnetizado por el flujo de la luz astral, y de la intensidad de este flujo y de las condiciones orgánicas del médium dependerá la receptividad magnética de éste y su remanencia magnética, de la propia suerte que el acero conserva la imanación por mucho más tiempo que el hierro, a pesar de que el acero no es ni más ni menos que hierro carburizado. La receptividad magnética del médium puede ser congénita o haberse educido por procedimientos hipnóticos, por influencia de entidades psíquicas o también por esfuerzos de la propia voluntad. Además, dicha receptividad parece tan hereditaria como otras cualidades psíquicofísicas, pues los padres de la mayoría de los médiums famosos manifestaron indicios de mediumnidad. Los sujetos hipnóticos se transportan fácilmente a las más altas modalidades de clarividencia y mediumnidad, según afirman de consuno los expertos hipnotizadores Gregory, Deleuze, Puysegur, Du Potet y otros.
            
Respecto de la saturación magnética por esfuerzo de la propia voluntad, basta atender a los relatos de los sacerdotes japoneses, chinos, siameses, indos, tibetanos y egipcios, así como de los místicos y ascetas del cristianismo, para convencernos de su realidad. La dilatada persistencia en el propósito de subyugar la materia determina una condición psíquicofísica enque, no sólo se anulan las sensaciones externas, sino que puede quedar el cuerpo con apariencias de muerte. El éxtasis fortalece de tal modo la voluntad, que el extático atrae a sí con la fuerza absorbente de los vórtices las entidades moradoras en la luz astral, que acrecientan todavía más su energía psíquica.
            
Los fenómenos hipnóticos no admiten otra hipótesis explicativa que la proyección de una corriente magnética desde el hipnotizador al sujeto; y por lo tanto, si la voluntad del primero es lo suficientemente poderosa para proyectar dicha corriente, no le será difícil invertir el sentido en que la dirige y atraerla hacia sí del depósito universal como algunos suponen. Pero aun admitiendo que la corriente magnética tenga por originario manantial el mismo cuerpo del hipnotizador, sin que pueda en consecuencia atraerla de ningún punto externo, resultará que si es capaz de engendrar fluido bastante para saturar al sujeto o el objeto sobre que lo proyecte, tampoco ha de serle difícil proyectarla sobre sí mismo. Buchanan  echa de ver que los movimientos del cuerpo están orientados por los órganos frenológicos, y así la agresividad tiende a bajar y retroceder, mientras que la firmeza retrocede elevándose y la esperanza se eleva adelantándose. 

Los ocultistas conocen tan bien este principio, que explican la involuntaria levitación de sus cuerpos diciendo que al fijar el pensamiento en muy alto punto, se satura el cuerpo de luz astral y sigue entonces la aspiración de la mente y se eleva en el aire con tanta facilidad como un corcho retenido en el fondo flota, una vez suelto, en la superficie del agua. La misma explicación conviene al vértigo de las alturas y a la atracción del abismo, pues en estos casos imaginamos temerosamente la caída, y el cuerpo propende a seguir la dirección del pensamiento, a menos que se rompa el hechizo fascinador. Por esto los niños cuya mente no está vigorizada todavía ni tienen experiencia de semejantes accidentes, no muestran emoción alguna en igualdad de circunstancias.

EL  MOVIMIENTO  CONTINUO


Tan por imposible como el movimiento continuo tienen los científicos el elixir de larga vida que aseguraron los filósofos herméticos haber descubierto, aprovechándose de él para prolongar su existencia más allá de los ordinarios términos, e igualmente les parece quimera la transmutación de los metales en oro y la eficacia del disolvente universal. El movimiento continuo es para ellos una imposibilidad física; el elixir de larga vida, una extravagancia fisiológica; y el disolvente universal, un absurdo químico. A tanto llega el escepticismo de un siglo que ha coronado con la cúpula del protoplasma el edificio de la filosofía positivista.
            
Balfour Stewart considera “imposible el movimiento continuo mientras la ciencia no conozca acabadamente las leyes naturales de que todavía apenas sabe lo necesario para escudriñar el plan y sentir el espíritu de la naturaleza”. Si esta negación de Stewart no tiene mejor fundamento que la de su colega Babinet, fácil será rebatirla con sólo considerar que el universo es prueba convincente del movimiento continuo y no lo es menor la teoría atómica que ha venido a vigorizar las agotadas mentes de los investigadores científicos. El telescopio, al dilatar el espacio, y el microscopio, al revelar el diminuto mundo contenido en una gota de agua, han demostrado igualmente la continuidad del movimiento, y si como es arriba es también abajo, nadie se atreverá a negar la posibilidad de que cuando los científicos comprendan mejor la conservación de la energía y admitan las dos modalidades energéticas de los cabalistas, sean capaces de construir un mecanismo sin rozamientos, que por sí mismo resarza el consumo de energía.
            
Lo cierto es que el mecánico a quien se deba el hallazgo del movimiento continuo será capaz de comprender por analogía todos los secretos de la naturaleza, porque el progreso está en razón directa de la resistencia.
            
Lo mismo podemos decir del elixir de larga vida, de la vida física se entiende; pues el alma debe la inmortalidad a su divina unión con el inmortal espíritu. Pero el concepto de continuo o perpetuo no es equivalente al de infinito. Los cabalistas nunca afirmaron la posibilidad del movimiento interminable ni de la vida física sin fin. Según el axioma hermético, únicamente la Causa primera y sus directas emanaciones, nuestros espíritus son incorruptibles y eternos; pero por el conocimiento de algunas fuerzas naturales, todavía ocultas a las miradas de los materialistas, aseguran los herméticos que es posible prolongar indefinidamente el movimiento mecánico y la vida física.
            
La piedra filosofal tiene más de una significación relacionada con su misterioso origen. Dice sobre esto el profesor Wilder:

            
El estudio de la alquimia era más universal de lo que suponen algunos tratadistas y auxiliaba si acaso no se identificaba con las ocultas ciencias de magia, necromancia y astrología, tal vez porque en su origen todas eran modalidades del espiritualismo que siempre existió en la historia del género humano.

Lo más sorprendente es que los mismos que consideran el cuerpo humano como una “máquina de digerir” pongan objeciones a la idea de que esta máquina funcionaría sin rozamientos si fuera posible lubrificar sus moléculas con un equivalente de la metalina. Según el Génesis, el cuerpo del hombre fue formado de barro o polvo de la tierra; pero esta alegoría contradice a los modernos investigadores que afirman haber descubierto los constituyentes inorgánicos del cuerpo humano. Si el autor del Génesis sabía esto y Aristóteles enseñó la identidad del principio vital de plantas, animales y hombres, parece que nuestra filiación de la madre tierra se estableció hace largo tiempo.

ELIXIR  DE  LARGA VIDA


Elie de Beaumont ha reafirmado recientemente la antigua doctrina de Hermes, según la cual tiene la tierra circulación análoga a la de la sangre en el cuerpo humano. Pues si tan antigua como el tiempo es la enseñanza de que la naturaleza absorbe continuamente del depósito universal de energía la necesaria para reparar la consumida, ¿por qué ha de ser el hijo diferente del padre?; ¿por qué no ha de poder el hombre, por el descubrimiento de la fuente y naturaleza de esta restauradora energía, extraer de la misma tierra el elixir o quintiesenciado jugo con que reparar sus fuerzas? Tal pudo haber sido el secreto de los alquimistas. Si se detiene la circulación de los fluidos terrestres resultará estancamiento, podredumbre y muerte; si se detiene la circulación de los humores en el cuerpo humano resultará la parálisis y demás dolencias propias de la edad senil seguidas de muerte. Si los alquimistas hubiesen descubierto alguna mixtura química de bastante eficacia para mantener expeditos los sistemas vasculares ¿no lograran fácilmente todo lo demás? 

Por otra parte, si las aguas que a flor de tierra manan de ciertas fuentes minerales tienen virtud curativa y restaurente, no será despropósito decir que si en las entrañas de la tierra pudiéramos recoger las primeras gotas destiladas en el alambique de la naturaleza, nos convenceríamos de que después de todo no era un mito la fuente de juventud. Afirma Jennings que algunos adeptos extraían el elixir de larga vida de los secretos laboratorios químicos de la naturaleza; y Roberto Boyle menciona un vino medicinal de propiedades cordiales, que el doctor Lefevre ensayó con admirable éxito en una anciana. La alquimia es tan antigua como la tradición. “El primer documento histórico que sobre el particular tenemos, dice Guillermo Godwin, es un edicto de Diocleciano (año 300 de la era cristiana), en el que mandaba entregar a las llamas cuantos tratados del arte de hacer oro y plata se encontraran en Egipto. Este edicto demuestra la antigüedad de dicho arte, entre cuyos más conspicuos adeptos cita la fábula de Salomón, Pitágoras y Hermes”. 

Respecto al segundo agente alquímico, es decir el alkahest o disolvente universal, por cuya virtud se operaban las transmutaciones, ¿es idea tan absurda que no merezca la menor consideración en esta época de químicos descubrimiento? ¿Y qué valor daremos al histórico testimonio de alquimistas que fabricaron oro y lo pusieron en circulación? Prueba de ello nos dan Libavio, Gebero, Arnaldo, Tomás de Aquino, Bernardo Comes, Joannes, Penoto, el árabe Geber, patriarca de la alquimia europea, Eugenio Filaletes, Porta, Rubeo, Dornesio, Vogelio, Ireneo Filaletes y muchos otros alquimistas y herméticos medievales. ¿Habremos de tener por locos y visionarios a tan insignes eruditos, filósofos y sabios?
            
Pico de la Mirándola, en su tratado: De Auro cita dieciocho casos en que personalmente presenció la obtención artificial de oro. Tomás Vaughan  fue una vez a la tienda de un orfebre para vender oro por valor de 1.200 marcos; pero como el orfebre advirtiera suspicazmente que el oro era demasiado puro para proceder de una mina, huyó despavorido sin recoger siquiera el dinero que ya tenía dispuesto para el pago.
Según Marco Polo, en unas montañas del Tíbet, a las que llama Chingintalas, hay vetas de la misma substancia constitutiva de las salamandras. Dice sobre el particular:

            
Porque en verdad, la salamandra no es ningún animal como se figuran las gentes, sino una substancia que se encuentra en la tierra... Un turco llamado Zurficar me dijo que durante tres años había estado en aquella comarca buscando salamandras para el gran Khan, y que para cogerlas cavaba en la montaña hasta encontrar cierta veta cuya substancia se dividía al machacarla en una especie de fibras por el estilo de las de la lana, que después de secas pueden batanearse, lavarse e hilarse para fabricar tejidos no muy blancos al principio, pero que después de echados al fuego y tenidos allí un rato aventajan a la misma nieve.

Esta substancia mineral es el asbestos, según atestiguan varios autores, entre ellos el Rdo. 
A. Williamson, quien dice que la hay en Shantung. Pero no tan sólo es materia textil, sino que también se extrae de él un aceite de propiedades verdaderamente extraordinarias cuyo secreto poseen algunos lamas tibetanos y adeptos indos. Al frotar el cuerpo con este aceite no deja señal ni mancha alguna, y aunque la parte frotada se friegue después con jabón y agua fría o caliente, no por ello pierde su virtud la untura, de modo que la persona así ungida puede permanecer impunemente entre el fuego más violento sin que, a menos de sofocarse, sufra daño alguno. Asimismo tiene dicho aceite la propiedad de que combinado con otra substancia (cuyo nombre no podemos revelar) y puesto después al relente de la luna en ciertas noches designadas por los astrólogos, engendra extraños seres que al principio parecen infusorios, pero que luego crecen y se desarrollan. 

Hoy día es Cachemira la comarca en donde hay mayor número de magos místicos. 
Las diversas sectas religiosas de este país son plantel de sabios y adeptos y siempre se les atribuyeron sobrenaturales poderes. Pero no todos los químicos modernos son tan dogmáticos que nieguen la posibilidad de transmutar los metales en oro. Peisse, Desprez y el mismo Luis Figuier que lo niega todo, están, según parece, muy lejos de tenerla por absurda. Sobre este particular dice Wilder:

No consideran los físicos tan absurda como se ha querido inferir la posibilidad de transmutar los elementos en la primaria forma que se supone tuvieron en la masa ígnea, de cuyo enfriamiento resultó, según los geólogos, la corteza terrestre. hay entre los metales analogías a veces tan íntimas, que parecen señalarles idéntico origen. Por lo tanto, bien pudieron los alquimistas haber dedicado su actividad a investigaciones de esta índole, así como Lavoisier, Davy, Faraday y otros contemporáneos se han aplicado a descubrir los misterios de la química.
           


TIERRA  PREADÁMICA

Un erudito teósofo norteamericano que ejerce la medicina y ha estudiado ciencias ocultas y alquimia durante treinta años, logró reducir los elementos a su forma originaria, obteniendo lo que llama “tierra preadámica”, porque da precipitado térreo en el agua destilada que, cuando se agita, presenta vivos y opalescentes colores.
            
Como si los alquimistas se divirtiesen con la ignorancia de los profanos, dicen que “el secreto de la obtención consiste en una amalgama de sal y azufre en triple combinación con el azoth  después de sublimar y fijar por tres veces.
            
¡Qué ridículo absurdo!, exclamarán los químicos modernos. Pero los discípulos del insigne Hermes comprenden el significado de esta fórmula tan perfectamente como un alumno de química de la Universidad de Harvard entiende al catedrático, cuando por ejemplo éste le dice:
         
Con un grupo hidroxílico obtendremos únicamente compuestos monoatómicos, con dos grupos hidroxílicos podremos formar en el mismo núcleo combinaciones diatónicas; con tres grupos hidroílicos obtendremos cuerpos triatómicos, entre los cuales se cuenta una substancia muy conocida, la glicerina:


            Él alquimista dice por su parte:

Únete a las cuatro letras del tetragrama dispuestas de la manera siguiente: Las letras del nombre inefable están allí, aunque no las descubras a primera vista. Contienen, cabalísticamente, el incomunicable axioma. A esto llaman mágico arcano los maestros.

El arcano es la cuarta emanación del akâsha, el principio de vida, que en su tercera transmutación está representado por el ardiente sol, el ojo del mundo o de Osiris, como le llamaron los egipcios, que vigila celosamente a su joven hija, esposa y hermana Isis, nuestra madre tierra, de la que dice Hermes Trismegisto que “su padre es el sol y su madre la luna”. Primero la atrae y acaricia y después la repele con proyectora fuerza. Al estudiante hermético le toca vigilar sus movimientos y adueñarse de sus corrientes sutiles para guiarlas y dirigirlas con auxilio del athanor o palanca de Arquímedes de los alquimistas. ¿Qué es este misterioso athanor? ¿Pueden decírnoslo los físicos que diariamente lo ven y examinan? En verdad lo ven; ¿pero entienden los secretos y cifrados caracteres que el divino dedo trazó en las conchas del mar, en las hojas que tiemblan al beso de la brisa, en el resplandeciente astro cuyos rayos son para ellos rayas más o menos luminosas de hidrógeno?

EL  SAGRADO  TETRAGRAMA


“Dios es el gran geómetra” decía Platón. Dos mil años más tarde ha dicho Oersted que “las leyes de la naturaleza son los pensamientos de Dios”. Y el solitario estudiante de filosofía hermética sigue repitiendo: “Sus pensamientos son inmutables y, por lo tanto, hemos de buscar la verdad en la perfecta armonía y equilibrio de todas las cosas”. Partiendo de la indivisible Unidad, advierte el estudiante hermético que de ella emanan dos fuerzas contrarias que por medio de la primera actúan equilibradamente de modo que las tres se resumen en una: la eterna Mónada pitagórica. El punto primordial es un círculo que se transforma en cuaternario o cuadrado perfecto, en uno de cuyos cardinales ángulos aparece una letra del mirífico nombre, el sagrado TETRAGRAMA. Son los cuatro Buddhas que llegan y se van; la Tetractys pitagórica absorbida por el único y eterno No-Ser.


 Según tradición, el iniciado Isarim encontró en Hebrón sobre el cadáver de Hermes la llamada Tabla Esmeraldina, que comprendía en pocas máximas la substancia de la sabiduría hermética. Nada de nuevo ni de extraordinario dirán estas máximas a quienes las lea tan sólo con los ojos del cuerpo, pues empiezan por decir que no tratan de ficciones, sino de cosas ciertas y verdaderas. A continuación transcribimos algunas de dichas máximas:


Lo que está abajo es como lo que está arriba y lo que está arriba es como lo que está abajo para realizar las maravillas de una sola cosa. Así como todas las cosas han sido producidas por mediación de un solo ser, así también este ser produjo todas las cosas por adaptación.
            
Su padre es el sol; su madre, la luna.
            
Es causa de perfección en el universo mundo. Su poder es perfecto si se transmuta en tierra. Prudente y juiciosamente separa la tierra del fuego, lo sutil de lo grosero.
            
Sube sagazmente de la tierra al cielo y baja después del cielo a la tierra para unir el poder de las cosas superiores al de las inferiores. De este modo tendrás la luz del mundo entero y las tinieblas se alejarán de ti.
            
Esta cosa es más fuerte en la misma fortaleza, porque sobrepuja a las sutiles y penetra en las sólidas.
            
De ella fue formado el mundo.
            
Esta cosa a que misteriosamente aluden las máximas herméticas es el mágico agente del universo, la luz astral cuya correlación de fuerzas produce el alkahest, la piedra filosofal y el elixir de larga vida. Los filósofos  herméticos daban a este mágico agente los nombres de: Azoth, Virgen Celeste, Magnes, Máximo y Anima Mundi. Las ciencias físicas lo conocen tan sólo por sus vibratorias modalidades de calor, luz, electricidad y magnetismo; pero como los científicos ignoran las propiedades espirituales y la oculta potencia que el éter entraña, niegan todo cuanto no comprenden. La ciencia explica al pormenor las cristalinas formas de los copos de nieve en variadísimos prismas exagonales de que nacen infinidad de tenuísimas agujas divergentes recíprocamente en ángulos de 60º; pero ¿es capaz la ciencia de explicar la causa de esa infinita variedad de formas delicadamente exquisitas cada una de las cuales es de por sí una perfectísima figura geométrica? Estas níveas formas que parecen flores y estrellas cuajadas, tal vez son (sépalo la ciencia materialista) lluvia de mensajes que desde los mundos superiores dejan caer manos espirituales para que aquí abajo los lean los ojos del espíritu.
            
La cruz filosófica extiende opuestamente sus brazos en las respectivas direcciones horizontal y perpendicular; esto es: la anchura y altura divididas por el divino geómetra en el punto de intersección. Esta cruz es a un tiempo mágico y científico cuaternario que el ocultista toma por base cuando está inscrita en el cuadrado perfecto. En su mística área se halla la clave de todas las ciencias así naturales como metafísicas. Es símbolo de la existencia humana porque los puntos de la cruz inscrita en el círculo señalan el nacimiento, la vida, la muerte y la INMORTALIDAD. Todas las cosas de este mundo son una trinidad complementada por el cuaternario y todo elemento es divisible con arreglo a este principio. La fisiología podrá dividir al hombre ad infinitum, como las ciencias físicas han subdividido los cuatro elementos primordiales en varios otros, pero no jamás podrá alterar ninguno de ellos. eL nacimiento, la vida y la muerte serán siempre una trinidad no completada hasta el término del ciclo. Aun cuando la ciencia llegase a mudar en aniquilación la ansiada inmortalidad, subsistiría el cuaternario, porque Dios geometriza. Y algún día podrá la alquimia hablar desembarazadamente de su sal, mercurio, azufre y azoth, así como de sus símbolos y miríficos caracteres, y decir con un químico moderno que “las fórmulas no son juego de la fantasía, pues en ellas está poderosamente justificada la posición de cada letra”.

TRANSMUTACIÓN  DE  METALES

Sobre la materia de que vamos tratando, dice Peisse:

Dos palabras acerca de la alquimia. ¿Qué debemos pensar del arte hermético? ¿Cabe creer en la transmutación de los metales en oro? Los positivistas, los despreocupados del siglo XIX saben muy bien que Luis Figuier, doctor en ciencias y en medicina y catedrático de análisis químico de la Escuela de Farmacia de París, vacila, duda y está indeciso en esta cuestión. Conoce a varios alquimistas (pues sin duda los hay) que, apoyados en los modernos descubrimientos de la química, y sobre todo en la teoría de los equivalentes atómicos expuesta por Dumas, afirman que los metales no son cuerpos simples o elementos en el riguroso sentido de la palabra y que en consecuencia pueden obtenerse por descomposiciones químicas... Esto me mueve a dar un paso adelante y a confesar ingenuamente que no me sorprendería de que alguien hiciese oro. 

Una sola pero suficiente razón daré de ello, y es que el oro no ha existido siempre, pues sin duda debió su formación a algún proceso químico o de otra índole en el seno de la materia ígnea del globo  y quizás hay actualmente oro en vías de formación. Los supuestos elementos químicos son, con toda probabilidad, productos secundarios en la formación de la masa terrestre. así se ha demostrado respecto del agua que para los antiguos era uno de los más importantes elementos. Hoy día podemos hacer agua. ¿Por qué no podríamos hacer oro? El eminente experimentador Desprez ha logrado fabricar el diamante, y aunque este diamante sea un diamante científico, un diamante filosófico sin valor comercial acaso, no por ello flaquea mi posición dialéctica. Por otra parte, no se trata de simples conjeturas, pues todavía vive el adepto alquimista Teodoro Tiffereau, ex preparador de química en la Escuela Profesional Superior de Nantes, quien el año 1853 envió a las corporaciones científicas una comunicación en que subrayando las palabras decía: “He descubierto el procedimiento para obtener oro artificial. He obtenido oro”.

El cardenal de Rohán, la famosa víctima de la conspiración llamada del collar de diamantes, aseguró que había visto cómo el conde de Cagliostro fabricaba oro y diamantes. Suponemos que los partidarios de la hipótesis de Hunt no aceptarán la de Peisse, pues opinan que los yacimientos metalíferos son efecto de la vida orgánica. En consecuencia, nos atendremos a las enseñanzas de los filósofos antiguos dejando que unos y otros disputen hasta conciliar sus divergencias de modo que nos revelen la verdadera naturaleza del oro, diciéndonos si es producto de la interna alquimia volcánica o filtrada secreción de la superficie terrestre.
            
El profesor Balfour Stewart, a quien nadie se atreverá a calificar de retrógrado pues más fácil y frecuentemente que sus colegas admite los errores de la ciencia moderna, se muestra tan indeciso como otros en esta cuestión, diciendo que “la luz perpetua es tan sólo un nombre más del movimiento continuo y tan quimérica como éste, pues no disponemos de medio alguno para restaurar el consumo de combustible”. Añade Stewart que una luz perpetua ha de ser obra de mágico poder y, por lo tanto, no de esta tierra, en donde las modalidades de energía son transitorias; y al argumentar de esta suerte parece como si supusiera que los filósofos heméticos hubiesen afirmado que la luz perpetua fuese una de tantas luces terrestres producidas por la combustión de materias lucíferas. En este punto se han interpretado siempre torcidamente las ideas de los antiguos filósofos.

JUICIO  SOBRE  LOS  ANTIGUOS


Muchos hombres de talento, que en un principio se aferraron a la incredulidad, advirtieron su error y mudaron de opinión después de estudiar la doctrina secreta. Pero resulta evidente la contradicción en que incurre Balfour Stewart cuando al comentar las máximas filósoficas de Bacon, a quien llama patriarca de las ciencias experimentales, dice que “es preciso ir con cautela antes de menospreciar por inútil ninguna rama de conocimientos o modalidades de pensar”, para salir después desechando por absolutamente imposibles las afirmaciones de los alquimistas. Según Stewart, opinaba Aristóteles que la luz no es corpórea ni emanación de cuerpo alguno, sino energía actual; y aunque reconoce la poderosa mentalidad de los antiguos y su notorio genio, dice que flaqueaban en el conocimiento de las ciencias físicas y, por consiguiente, no fueron prolíficas sus ideas. Pero Stewart olvida que Demócrito estableció la teoría atómica muchos siglos antes de que la expusiera Dalton y que los antiquísimos Oráculos caldeos y posteriormente Pitágoras enseñaron que el éter es el agente universal.
            
Toda esta nuestra obra es una protesta contra el inicuo modo de juzgar a los antiguos cuyas ideas es preciso tener examinadas muy a fondo antes de criticarlas y convencerse por personal juicio de si se “acomodaban a los hechos”.
            
No hay necesidad de repetir, por haberlo dicho muchas veces, lo que todo científico debe saber, esto es, que la esencia de los conocimientos antiguos estaba en poder de los sacerdotes, quienes nunca confiaban su ciencia a la escritura, sino que la transmitían oralmente a los iniciados. Así pues, lo poco que referente al universo material y espiritual expusieron en sus tratados, no es bastante para que la posteridad pueda formar exacto juicio de su saber.
            
Por lo tanto, ¿quién de cuantos menosprecian la doctrina secreta por contraria a la filosofía e indigna de análisis científico, se atreverá a decir que ha estudiado a los antiguos y está al corriente de cuanto sabían? ¿Quién será capaz de afirmar con fundamento que sabe más que los antiguos porque los antiguos sabían muy poco si acaso sabían algo? La doctrina secreta abarca el alpha y el omega de la ciencia universal y en ella está la piedra angular y la clave de odos los conocimientos antiguos y modernos. Tan sólo esta doctrina, tildada de antifilosófica, encubre lo absoluto en la filosofía de los misteriosos problemas de la vida y de la muerte.
            
Dice Paley que únicamente por sus efectos conocemos las fuerzas de la naturaleza. Parafraseando este enunciado, diremos que únicamente por sus efectos conoce la posteridad los capitales descubrimientos de los antiguos. Si un profano lee en un tratado de alquimia las especulaciones de los rosacruces relativas al oro y a la luz, le causarán sorpresa, por no entender poco ni mucho pasajes tan en apariencia confusos como el siguiente:

            
El oro hermético es el producto de los rayos del sol o de luz invisible, mágicamente difundida por el cuerpo del mundo. La luz es oro sublimado y mágicamente extraído, por la imperceptible atracción estelar, de las profundidades de la materia. El oro es el depósito de la luz que de él mismo brota. La luz del mundo celeste es sutil, vaporosa, oro mágicamente sublimado o el espíritu de la llama. El oro atrae las naturalezas inferiores de los metales y con él las identifica por intensificación y multiplicación.

Sin embargo, los hechos son hechos y podemos aplicar al ocultismo en general y a la alquimia en particular lo que Billot dice respecto del espiritismo, conviene a saber, que no es cuestión de opiniones sino de hecho. Los cintíficos afirman la imposibilidad de las lámparas inextinguibles; pero no obstante, en toda época hubo y también hay en la nuestra quienes encontraron brillantes lámparas perpetuas en bóvedas cerradas hacía ya muchos siglos; y no falta quien posea el secreto de mantener vivas estas luces por centenares de años. También los científicos califican de charlatanería y farse el espiritismo antiguo y moderno, la magia y el hipnotismo. Sin embargo, hay en el haz de la tierra ochocientos millones de personas en su cabal juicio que creen en dichos fenómenos. ¿Quiénes son más fidedignos? Dice Luciano  que Demócrito no creía en milagros, pero se esforzaba en descubrir el procedimiento empleado por los teurgos para operarlos. 

Esta opinión del “filósofo optimista” es de la mayor importancia para nosotros, puesto que fue discípulo de los magos establecidos en Abdera por Jerjes y además estudió durante muchos años magia entre los sacerdotes egipcios. De los ciento nueve años que vivió este filósofo, empleó noventa en experimentos, cuyos resultados fue anotando en un libro que, según Petronio, trataba de la naturaleza. Y además de negar Demócrito los milagros, afirmaba que cuantos fenómenos había presenciado personalmente, aun los más increíbles, eran efecto de ocultas leyes naturales.

LOS  LIBROS  DE  EUCLIDES


Draper  encomia a los aristotélicos en menoscabo de los pitagóricos y platónicos, diciendo que nunca se atreverá a negar nadie las proposiciones de Euclides. Sin embargo, verídicos autores, entre ellos Lemprière, afirman que no todos los quince libros de los Elementos son de Euclides, sino que éste, no obstante su talento geométrico, fue el primero que compiló en ordenación científica los teoremas y demostraciones debidos a Pitágoras, Thales y Eudoxio, interpolando algunos postulados de su invención. Si estos autores están en lo cierto, mayor gratitud han de sentir los modernos hacia aquel sol de la ciencia metafísica que se llamó Pitágoras, por haber salido de su escuela hombres como el universalmente famoso geómetra y cosmógrafo Eratóstenes, el no menos célebre Arquímedes y aun el mismo Ptolomeo, no obstante sus pertinaces errores. Sin la experimentación científica de estos sabios y sin los fragmentos de sus obras que sirvieron de base a las teorías de Galileo, los pontífices del siglo XIX tal vez se hallaran todavía sujetos al yugo de la Iglesia y supeditados a la cosmogonía de San Agustín y el venerable Beda, que consideraba la tierra como una majestuosa llanura en cuyo torno volteaba la bóveda celeste.
            
Nuestro siglo parece condenado a humillantes confesiones. La ciudad italiana de Feltre erige un monumento en memoria de Pánfilo Castaldi, ilustre inventor de los caracteres movibles de imprenta, a quien, según reza la inscripción, rinde Italia este honroso tributo por largo tiempo diferido. Mas apenas levantada la estatua, aconseja el coronel Yule a los feltranos que la conviertan en honrosa cal, demostrándoles que, además de Marco Polo, muchos viajeros habían traído de China caracteres movibles de madera y libros impresos con ellos. En las imprentas de las lamacerías tibetanas hemos visto estos caracteres movibles que allí se conservan por curiosidad, pues son antiquísimos y se emplearon hasta los primeros tiempos del budismo tibetano, por lo que debieron conocerse en China mucho antes de la era cristiana.
            
Digno de meditación es el siguiente pasaje del profesor Roscoe:

Es preciso desarrollar con fruto las verdades incipientes. No sabemos cómo ni cuándo, pero ningún científico duda de que ha de llegar día en que la humanidad pueda aprovecharse de los más recónditos secretos de la naturaleza. ¿Quién hubiera vaticinado que el movimiento de las patas del cadáver de una rana al contacto de dos metales distintos habría de llevarnos en pocos años al descubrimiento de la telegrafía eléctrica?

EL  RAYO  VIOLADO


Dice el mismo Roscoe que hallándose en compañía de Kirchhoff y Bunsen, cuando estos dos insignes físicos investigaban la naturaleza de las rayas de Fraunhoffer, les pasó a los tres como un relámpago la idea de que hay hierro en el sol. Esta es una prueba más que añadir a las muchas en pro de que la mayor parte de los descubrimientos no son hijos del raciocinio, sino de la intuición. El porvenir nos reserva no pocos relámpagos de esta índole. Advirtamos que uno de los últimos descubrimientos de la ciencia moderna, el magnífico espectro verde de la plata, no tiene nada de nuevo, pues no obstante “la escasez e inferioridad de sus instrumentos ópticos” ya lo conocían los antiguos químicos y físicos. Desde la época de Hermes estuvieron siempre asociados el metal plata y el color verde. La luna o Astarté (plata hermética) es uno de los símbolos capitales de los rosacruces. Dice un axioma hermético que “las afinidades de la naturaleza son causa eficiente del esplendor y variedad de los colores que están misteriosamente relacionados con los sonidos” los cabalistas colocan la “naturaleza media” en directa conexión con la luna; y precisamente la raya verde de la plata ocupa en el espectro el punto medio entre las demás. 

Los sacerdotes egipcios cantaban en honor de Serapis  un himno compuesto de las siete vocales, y al son de la séptima vocal y al séptimo rayo del sol naciente respondía la estatua de Memnon. Con esto coincide el naciente descubrimiento de las maravillosas propiedades del rayo violado, el séptimo del espectro prismático, que a todos supera en potencia química y corresponde a la séptima nota de la escala musical. La teoría de los rosacruces, que compara el universo con un instrumento musical, es análoga a la enseñanza pitagórica de la música de las esferas. Sonidos y colores son números espirituales; y así como los siete rayos prismáticos proceden de un punto de los cielos, así también las siete potestades de la naturaleza son cada una un número y las siete radiaciones de la Unidad o SOL céntrico y espiritual. ¡Feliz quien comprende los números espirituales y advierte su influencia!, exclama Platón. Y feliz, añadiríamos nosotros, quien en medio del laberinto de fuerzas correlacionadas descubre su origen en el invisible sol.
            
Los experimentadores futuros lograrán la honra de demostrar que los sonidos musicales influyen maravillosamente en la lozanía de la vegetación. Y terminando el capítulo con esta quimera científica, pasaremos a recordarle al paciente lector algo que los antiguos sabían y que los modernos presumen saber.

BLAVATSKY




















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