ALQUIMISTA.-Siempre hablas por enigmas. Dime si eres
aquella fuente de que habla Bernardo Trevigán.
MERCURIO.-No soy la fuente, sino el agua. La fuente me
rodea.-SANDIVOGIO: Nueva
luz de Alquimia
Todo cuando nos vanagloriamos de hacer es descubrir
los secretos del organismo humano, saber por qué las
partes
se osifican y la sangre se cuaja y aplicar continuos
remedios
contra los efectos del tiempo. Esto no es magia, sino
el arte de
curar debidamente comprendido.-BULWER LYTTON.
Contempla, ¡oh guerrero! La roja cruz señala la tumba
del
poderoso muerto. Dentro arde maravillosa luz que ahuyenta
a
los espíritus de tinieblas. Esta lámpara arderá sin
consumirse
hasta que se haya cumplido la eterna sentencia... No
hay llama
terrena que tan brillante arda.-WALTER SCOTT.
Hay gentes incapaces de apreciar la grandeza mental de los antiguos, aun en lo referente a las ciencias físicas, por más que se les demuestre con toda evidencia su profundo saber y admirables descubrimientos. A pesar de que la experiencia de insospechados inventos les debiera haber hecho más cautos, persisten en negar y, lo que todavía es peor, en ridiculizar cuanto no pueden probar.
Así, por ejemplo, se burlarán de la eficacia de los talismanes y no sólo les parecerá incomprensible que los siete Espíritus del apocalipsis simbolicen las siete ocultas potestades de la naturaleza, sino que se reirán convulsivamente si algún mago promete obrar prodigios mediante ciertos ritos cabalísticos. No conciben que nadie dotado de buen juicio atribuya secretas virtudes a una figura geométrica trazada en un papel o grabada en un pedazo de metal u otra materia. Pero quienes se tomaron el trabajo de informarse de estos particulares saben que los antiguos llevaron a cabo notables descubrimientos en ciencias psíquicas y físicas, dejando poco por descubrir en sus investigaciones.
SIMBOLISMO ANTIGUO
Por nuestra parte, cuando vemos que
el pentáculo sintetiza una profunda verdad de la naturaleza, nos parece tan
apropiada representación como en su caso las figuras de Euclides o las
notaciones químicas. El profano tendrá por absurdo que la fórmula Na 2 CO, simbolice el carbonato sódico y la C2 H6 O el
alcohol. Los alquimistas simbolizaban el Azoth
o principio creador de la naturaleza (luz astral en la figura que abarca tres
conceptos: 1.º, la hipótesis divina; 2.º, la síntesis filosófica; 3.º, la
síntesis física; lo que tanto vale: una creencia, una idea y una fuerza. Pero
si este símbolo les parece estrambótico a los científicos, en cambio tienen por
muy natural que la química moderna exprese, por ejemplo, la reacción del ácido
fosforoso con el nitrato argéntico, en la fórmula siguiente:
PhO3H2 + 2NO3Ag
+ H2O = PhO4H3 + 2NO3H + Ag2.
Si al profano se le
puede dispensar que se quede con la boca abierta ante este abracadabra químico,
bien valdría que los científicos reprimiesen la risa hasta conocer el
significado filosófico del simbolismo antiguo. al menos habrían de evitar la
ridiculez en que incurrió De Mirville al confundir el Azoth de los herméticos
con el ázoe de los químicos, diciendo muy formalmente que aquéllos adoraban al
gas nitrógeno .
Si ponemos un trozo
de acero en contacto con un imán natural quedará imanado de modo que sin
alteración de peso ni mudanza de aspecto comunique la imanación a otro pedazo
de acero, porque en su masa habrá penetrado una de las más sutiles fuerzas de
la naturaleza. De la propia suerte un talismán, que intrínsecamente es tan sólo
un trozo de metal, un pedazo de papel o un fragmento de cualquier otra materia,
recibe la influencia del imán superior a todos los imanes, de la voluntad
humana, con energía para el bien o para el mal de tan reales efectos como la
propiedad adquirida por el acero en su contacto con el imán natural. Dejad que
el sabueso olfatee una prenda de ropa perteneciente a un fugado y seguirá su
rastro a través de las quebraduras del terreno hasta descubrirle en el paraje
donde se oculte. Dad al psicómetra un manuscrito por antiguo que sea y os
describirá el carácter del autor y aun tal vez sus rasgos fisonómicos. Entregad
al clarividente un rizo de pelo o cualquier objeto de la persona de quien se
deseen informes, y podrá por virtud de la simpatía establecida seguir las
huellas del ausente durante toda su vida.
Saben los ganaderos que las reses
jóvenes no deben juntarse con las viejas y los médicos expertos prohiben a los
padres dormir con sus hijos. Cuando David era de edad provecta y se hallaba
extenuado y débil, cobró nuevas fuerzas por el vigor de la doncella Abigail que
compartía su lecho. La difunta emperatriz de Rusia, hermana de Guillermo I de
Alemania, quedó tan débil en los últimos años de su vida que los médicos le
aconsejaron formalmente que durmiese con una sana y robusta campesina. Según el
doctor Kerner, la señora Hauffe, la vidente de Prevost, aseguraba que vivía
gracias a las emanaciones magnéticas de las personas que la rodeaban. Esta
vidente era sin duda un vampiro magnético
que absorbía la vitalidad de cuantos eran lo suficientemente robustos para
cedérsela en forma de sangre volatilizada.
Kerner afirma que la sola presencia de la vidente de Prevost, avivaba las emanaciones
magnéticas de los circunstantes, quienes se resentían de la pérdida de fuerzas.
Estos ejemplos de la transmisión
fluídica de una a otra persona o a los objetos tocados por ellas, facilitan la
comprensión de que concentrando la voluntad en un objeto adquiera éste potencia
benéfica o maligna, según el propósito del concentrador.
FOTOGRAFÍAS AKÂSICAS
Las emanaciones magnéticas,
inconscientemente producidas, quedan dominadas por otra de mayor intensidad y
opuesto sentido; pero cuando la voluntad dirige conscientemente la fuerza
magnética y la aplica a determinado punto, prevalece contra otra más intensa.
El mismo efecto produce la humana voluntad en el akâsa, con resultados físicamente objetivos que se dilatan
hasta la curación de las enfermedades por medio de objetos magnetizados puestos
en contacto con el enfermo. Sin embargo, en nuestra época parece como si la
erudición fuese compañera de mezquinas filosofías, y así vemos que psicólogos
de la talla de Maudsley al relatar las maravillosas curas realizadas por el
padre de Swedenborg (análogas a las mil que llevaron a cabo saludadores a
quienes Maudsley llama fanáticos), se burla de la firmeza de su fe, sin
detenerse a examinar si precisamente en la influencia de esta fe en las fuerzas
ocultas estaba el secreto de su virtud saludadora.
Ciertamente no acertamos a ver que
el moderno químico se diferencie en punto a facultades mágicas del teurgo
antiguo sino en que, por conocer el dualismo de la naturaleza, disponía el
segundo de un campo de observación doblemente vasto que el del primero. Los
antiguos animaban las estatuas y los herméticos hacían visibles, en
determinadas condiciones, los espíritus elementales en sus cuatro formas de
gnomos, ondinas, sílfides y salamandras. De la combinación del oxígeno con el
hidrógeno obtiene el químico agua cuyas diáfanas gotas sirven de ambiente a la
vida orgánica y en cuyos intersticios moleculares se diluyen el calor, la
electricidad y la luz lo mismo que en el cuerpo humano. Pero ¿de dónde dimana
la vida atómica de la gota de agua?, ¿se han aniquilado las peculiares
propiedades del oxígeno y del hidrógeno al transmutar su forma en la del agua?
A esto responde la química moderna diciendo que ignora si los gases componentes
del agua conservan o no su misma substancia en el compuesto, y por lo tanto,
bien podrían los científicos escépticos aplicarse lo que dice Maudsley de
“permanecer tranquilamente resignados en la ignorancia hasta que brote la luz”.
LOS HOMÚNCULOS
Los modernos investigadores tienen
por patraña la aseveración de que Paracelso formó homúnculos mediante ciertas combinaciones desconocidas aún de las
ciencias experimentales; pero aun suponiendo que Paracelso no los formara, se
sabe que mil años atrás hubo adeptos versados en este linaje de magia que los
formaron por análogos procedimientos a los que hoy emplean los químicos para
producir animálculos.
Hace pocos años, el inglés Crosse
llegó a obtener algunos acarias y otro experimentador afirmaba la
posibilidad de fecundar los huevos inertes por medio de una corriente de
electricidad negativa que pase a su través.
A pesar de las contrarias opiniones,
el fruto del amor que, según la Biblia, halló Rubén en el campo y excitó la
imaginación de Raquel era la mandrágora cabalística, que ofrece el aspecto
de feto humano con cabeza, brazos y piernas, figuradas éstas por las raíces.
Cree el vulgo que al arrancarla del suelo exhala un grito y esta superstición
no carece de fundamento, pues en efecto, la substancia resinosa que cubre sus
raíces produce al resquebrajarse por el arranque un sonido semejante al del
grito humano.
La mandrágora es la planta terrestre que parece formar el
anillo de tránsito entre los reinos vegetal y animal, análogamente a lo que en
la vida acuática sucede con los pólipos y zoófitos que confusamente participan
de los caracteres del vegetal y del animal. A pesar de todo, tal vez haya quien
no crea en la producción de homúnculos; pero ningún naturalista enterado de los
progresos de las ciencias lo tendrá por imposible, pues, como dice Bain, nadie
es capaz de limitar las posibilidades de la existencia.
Quedan todavía por escrutar muchos
misterios de la naturaleza, y aun de aquellos que se presumen descubiertos, ni
uno solo está perfectamente comprendido, pues no hay planta ni mineral cuyas
propiedades todas conozcan los naturalistas. ¿Saben por ventura algo de la
íntima naturaleza de los minerales y vegetales? ¿Están seguros de que además de
sus descubiertas propiedades no haya otras ocultas en la constitución íntima de la planta o de la piedra, que
únicamente se manifiesten en relación con otra planta o piedra de la manera que
se llama “sobrenatural”? sin embargo, los modernos escépticos desdeñan por
absurdas las aseveraciones en que Plinio, Eliano y Diodoro de Sicilia, deslindando
la verdad científica de la ficción supersticiosa, atribuyen a determinados
vegetales y minerales virtudes desconocidas de los botánicos y mineralogistas
contemporáneos.
Desde remotísimos tiempos se
aplicaron los sabios a descubrir la naturaleza de la fuerza vital; pero a
nuestro entender, tan sólo la doctrina secreta puede darnos la clave de este
misterio. Las ciencias experimentales sólo ven cinco fuerzas en la naturaleza:
una relativa a la masa y cuatro a la constitución molecular. En cambio los
cabalistas reconocen siete fuerzas y
en las dos adicionales subyace el secreto de la vida. Una de estas otras dos
fuerzas es el espíritu inmortal invisiblemente reflejado en toda partícula de
materia, así orgánica como inorgánica. En cuanto a la séptima fuerza, sólo cabe
decirle al lector que procure descubrirla.
Sobre
el particular dice Le Conte:
¿Cuál es la diferencia esencial entre un organismo
vivo y un organismo muerto? En el orden físico-químico no echamos de ver ninguna, pues todas las fuerzas físicas
y químicas entresacadas del común depósito para accionar el organismo vivo,
subsisten en el muerto hasta la desintegración. Y sin embargo, la diferencia
entre ambos es incalculable. ¿Qué fórmulatiene la ciencia experimental para
expresar esta inmensa diferencia? ¿Qué se marchó del organismo y adónde fue?
Algo hay aquí no averiguado todavía por la ciencia; y precisamente esto que del
organismo vivo se escapa en el momento de la muerte es en su más elevada
significación la fuerza vital.
Por imposible que le parezca a la
ciencia explicar la naturaleza de la vida orgánica ni aun exponer una hipótesis
razonable sobre ella, no hay tal imposibilidad para los adeptos y
clarividentes, ni siquiera para quien, sin haber llegado a las alturas desde
donde se contempla el universo visible reflejado como en límpido espejo en el
invisible, tiene no obstante la divina fe
arraigada en su íntimo sentido que le da el infalible convencimiento que no
es capaz de darle la razón fría; porque entre las contradicciones de los
falaces dogmas inventados por el hombre y la mutua repulsión de los sofismas
teológicos con que cada credo rebate los argumentos del contrario, surge
prevaleciente y triunfante la única verdad común a todas las religiones: Dios y
el espíritu inmortal.
Por otra parte, también los
irracionales alcanzan a percibir algo de lo que en la especie humana está
reservado a los clarividentes. A este propósito hemos realizado numerosos
experimentos con gatos, perros, monos y cierta vez con un tigre domesticado, cuyas
circunstancias no será ocioso referir. Un caballero indo, que residía por
entonces en Dindigul y hoy en apartado lugar de las montañas del Ghaut
occidental, hipnotizó intensamente un espejo mágico de figura redonda y luna
relucientemente negra, y lo puso frente a la vista de un tigre que desde muy
cachorro tenía domesticado y era tan sumiso y manso como un perro, hasta el
punto de que los chiquillos le importunaban tirándole de las orejas sin más
consecuencia que un quejumbroso gruñido. Pero al ponerle el espejo delante
clavaba la vista en él como fascinado magnéticamente y daba frenéticos aullidos
mientras en sus ojos se reflejaba el mismo terror que pudiera mover a un
hombre, hasta dejarse caer por fin en el suelo presa de convulsivo terror, como
si viese algo invisible para el ojo humano.
Al apartar el espejo quedaba el
tigre jadeante y caía en un estado de postración del que se recobraba pasadas
dos horas. ¿Qué veía el tigre? ¿Qué fantástica visión del invisible mundo
animal aterrorizaba a un bruto de índole naturalmente tan fiera? Quizás sólo
pueda responder quien operó el fenómeno.
SESIÓN DE
MAGIA
Los mismos efectos se observaron en
una sesión espiritista a la que asistían varios mendicantes indos y un
hechicero sirio semipagano, semicristiano, de Kunankulam. Éramos en suma nueve
circunstantes, siete hombres y dos mujeres, indígena una de ellas. En el
aposento estaba también el tigre del caso anterior, muy entretenido en roer un
hueso, y además había un mono leonino de negro pelaje, perilla y patillas
blancas y ojos chispeantes de penetrante mirada, en que se reflejaba la malicia
cuya personificación poseía el ladino cuadrumano. Cerca de él se restregaba
tranquilamente una oropéndola su dorada cola en una pértiga dispuesta junto al
ventanal de la galería.
La luz del día penetraba a raudales por las
aberturas de la estancia, y de las selvas y bosques vecinos llegaba hasta
nosotros el rumoroso eco de miríadas de insectos, aves y cuadrúpedos. Mas para
no sofocarnos en el cerrado ambiente de la sala de sesiones, nos acomodamos en
el jardín entre los racimos de la erythrina (árbol del coral), como el fuego
rojos, y las flores de begonia, como la nieve blancas. Estábamos rodeados de
luz, color y perfumes. Para adornar las paredes, cortamos diversidad de ramos
de flores y hojas de plantas sagradas, como la suave albahaca, la flor de
Vishnú y las ramas de la higuera santa (Ficus religiosa), con cuyas hojas se entrelazaban las del loto
sagrado y de la tuberosa indostánica.
Comenzada la sesión, uno de los
mendicantes, muy sucio de ropas, pero verdaderamente santo, se puso en
contemplación y operó algunos prodigios por su propia voluntad, sin que ni el
mono ni la oropéndola mostrasen inquietud alguna, pues tan sólo el tigre
temblaba de cuando en cuando y dirigía la vista de uno a otro lado, como si con
los fosforescentes ojos siguiera los movimientos de algún ser invisible que se
le apareciera objetivamente. El mono perdió su primitiva vivacidad y quedóse
acurrucado e inmóvil, mientras la oropéndola se mostraba del todo indiferente.
Oíase en la estancia como suave batir de alas y las flores cruzaban el espacio
cual si manos invisibles las moviesen. Una de ellas, de azulada corola, cayó
encima del mono, que asustado fue a refugiarse bajo la blanca túnica de su amo.
Una hora duraron estas manifestaciones, hasta que habiéndose quejado alguien
del calor, nos obsequiaron las entidades con una copiosa llovizna
deliciosamente perfumada que nos refrigeró sin mojarnos.
FENÓMENOS MÁGICOS
Terminadas por el fakir las
operaciones de magia blanca, el hechicero sirio se dispuso a manifestar su
poder en aquel linaje de maravillas que los viajeros han divulgado por
Occidente. Nos dijo que iba a demostrar la clarividencia de los animales con
suficiente acierto para distinguir los buenos de los malos espíritus. Antes de
comenzar sus operaciones quemó el hechicero un montón de ramaje resinoso, cuyos
humos se levantaron en nube, y poco después observamos todos manifiestas
señales de indescriptible terror en el tigre, el mono y la oropéndola. Pusimos
nosotros el reparo de que bien podían haberse asustado los animales a la vista
de los tizones, por la costumbre tan frecuente en aquel país de encender
hogueras para ahuyentar a las alimañas; pero el hichicero se adelantó entonces
hacia el amedrentado tigre con una rama de bael en la mano y se la pasó
varias veces por la cabeza, mientras musitaba las fórmulas de encantamiento.
El
tigre dio al punto señales de profundo terror, pues los ojos se le salían de
las órbitas como encendidos carbones, echaba espumarajos por la boca, aullaba
horriblemente y empezó a dar brincos como si buscase un agujero donde meterse,
con la curiosa particularidad de que desde los bosques y selvas vecinos
respondían infinidad de ecos a su aullido. Por fin miró más fijamente al punto
en que tenía clavados los ojos y, rompiendo de un salto la cadena que lo
sujetaba, se lanzó al campo a través de la ventana de la galería, arrastrando
tras sí un pedazo de bastidor. El mono se había escapado ya mucho antes y la
oropéndola cayó inerte de la pértiga.
No les preguntamos ni al fakir ni al
hechicero el secreto de sus operaciones, porque de fijo nos hubieran respondido
poco más o menos como respondió cierto fakir a un viajero francés, según relata
éste como sigue en un periódico neoyorquino. Dice así:
Muchos
prestidigitadores indos que viven retirados en el silencio de las pagodas dejan
tamañitos los juegos de Houdin, pues los hay que efectúan curiosos fenómenos de
magnetismo en el primer hombre o animal con quien topan. Esto me ha movido a
preguntar si la oculta ciencia de los brahmanes habrá resuelto muchos de los
problemas que agitan a la Europa contemporánea.
En cierta ocasión
estaba yo tomando café con otros invitados en casa de Maxwell, cuando éste
ordenó a su criado que introdujera en el salón al hechicero. Era un indo flaco,
de rostro macilento y tez broncínea que iba casi desnudo y llevaba enroscadas
por todo el cuerpo hasta una docena de serpientes de diversos tamaños, todas
ellas de la ponzoñosa especie del cobra indostánico. Al entrar nos saludó
diciendo: “Dios sea con vosotros. Soy Chibh-Chondor, hijo de
Chibh-Gontnalh-Mava”.
Nuestro anfitrión
exclamó entonces:
-Queremos ver qué
sabéis hacer.
-Obedezco las órdenes
de Siva que me envió aquí –respondió el hechicero sentándose a estilo oriental
sobre el pavimento. Al punto irguieron las serpientes la cabeza y silbaron sin
señal alguna de irritación.
Después tomó el hechiero una especie de caramillo
que llevaba pendiente del cabello e imitó con su tañido el canto del tailapaca , a cuyo son desenroscáronse las serpientes y una tras otra se deslizaron
por el pavimento con un tercio del cuerpo erguido, de modo que se balanceaban
al compás de la tocata de su amo. De pronto dejó el caramillo e hizo varios pases
sobre las serpientes, cuya mirada cobró tan extraña expresión que todos los
circunstantes nos sentimos molestos hasta el punto de apartar de ellas la
vista.
El chokra, que en aquel
momento llevaba un braserillo con lumbre para encender los cigarros, cayó al
suelo sin fuerzas, quedándose dormido, y lo mismo nos hubiera pasado a todos si
el encanto hubiese proseguido algunos minutos más. Pero el hechicero hizo
entonces unos cuantos pases sobre el muchacho y en cuanto le dijo: “la lumbre a
tu amo”, levantóse rápidamente para, sin la menor vacilación, cumplir lo que se
le había ordenado, a pesar de que continuaba dormido, según comprobaron los
pellizcos, golpes y estirones que al efecto le dieron los circunstntes. Una vez
servida la lumbre, no fue posible apartarle del lado de su amo hasta que se lo
mandó el hechicero.
Entonces echamos de
ver que, paralizadas por los efluvios magnéticos, yacían las serpientes en el
suelo, rígidas como bastones, en completa catalepsia hasta que, despertadas por
el hechicero, se le volvieron a enroscar por el cuerpo.
Le preguntamos si
sería capaz de influir en nosotros, y por toda respuesta nos hizo pases en las
piernas, que se nos quedaron paralizadas hasta que con la misma facilidad las
repuso en su normal estado de movimiento.
Chibh-Chondor terminó
la sesión apagando las luces con sólo dirigir hacia ellas las manos desde su
asiento, moviendo los muebles incluso los divanes en que nos sentábamos,
abriendo y cerrando puertas y por último deteniendo y volviendo a soltar la
cuerda de un pozo del que en aquel instante sacaba agua el jardinero.
Por mi parte, le
pregunté al magnetizador si empleaba el mismo procedimiento respecto de los
objetos inanimados que de los seres animados, a lo cual me respondió diciendo
que su único procedimiento era la voluntad, pues con ella puede el hombre
dominar las fuerzas físicas y mentales, ya que es culminación y resumen de
todas ellas. Añadió que ni los mismos brahmanes acertarían a responder más
concretamente sobre el particular.
A
mayor abundamiento refiere el coronel Yule que, según testimonio de Sanang
Setzen, los encantadores indos son capaces de operar con su dharani (encanto místico) maravillas
tales como clavar estacas en la dura peña; resucitar muertos; transmutar en oro
los más bajos metales; filtrarse a través de puertas y paredes; volar por los
aires; tocar con la mano a las bestias feroces; adivinar el pensamiento;
remontar el curso de las aguas; sentarse en el aire a pierna cruzada; tragarse
ladrillos enteros y otros prodigios no menos inexplicables.
Análogos portentos atribuyen los
escritores de la época a Simón el Mago, de quien dicen que animaba estatuas; se
metía en el fuego sin quemarse; volaba como un pájaro; convertía las piedras en
pan; mudaba de forma; presentaba dos caras al mismo tiempo; movía los objetos
sin tocarlos; abría de lejos las puertas cerradas, etc. El jesuita Delrío se
lamenta de que muy piadosos, pero en demasía crédulos príncipes, hubiesen
permitido ejecutar en su presencia diabólicas
habilidades, como, por ejemplo, “hacer saltar objetos pesados de uno a otro
extremo de la mesa sin valerse para ello de imán alguno ni otro medio de
contacto”.
FENÓMENO DEL
TRÍPODE
En la ya citada obra refiere
Yule por testimonio de un monje llamado Ricold, que “los tártaros honran
sobremanera a los baxitas o
sacerdotes de los ídolos, que proceden de la India y son varones de pronfundo
saber, austera vida y rígida moralidad, muy versados en artes mágicas y hábiles
en tramar ilusiones y predecir los sucesos hasta el punto de que, según se
asegura, uno de ellos llegó a volar, aunque la verdad del caso es que no volaba
sino que andaba con los pies levantados muy cerca del suelo y hacía ademán de
sentarse sin apoyo ni asiento alguno donde sostenerse. De esto fue testigo
ocular Ibn Batuta en presencia del sultán Mahomed Tughlak, quien a la sazón
tenía la corte en Delhi”.
No hace muchos años operaba
públicamente este mismo fenómeno un brahman de Madrás, descendiente acaso de
aquellos a quienes Apolonio vio andar a dos codos sobre el suelo. Igual
prodigio describe Francisco Valentyn, diciendo que en sus días era cosa
corriente en la India. Refiere a este propósito que el operante se sienta
primeramente sobre tres pértigas dispuestas en forma de trípode, que se van
quitando luego una tras otra de modo que el sujeto se quede sentado en el aire.
En cierta ocasión, un amigo mío que presenció este fenómeno y no podía creerlo
a pesar de verlo, quiso asegurarse de que no había fraude y, al efecto, tanteó
en varias direcciones con un palitroque muy largo todo el espacio comprendido
entre el cuerpo y el suelo sin encontrar el más leve obstáculo” (18).
En la ya referida obra da cuenta
Yule de lo que vio en sus viajes y dice a este propósito:
Todo cuanto hemos relatado no es nada en comparación
de lo que llevan a cabo los prestidigitadores de oficio, y ciertamente que
podría tomarse por patraña si no lo atestiguaran tan gran número de autores de
muy distintas épocas y diferentes lugares. Uno de estos testigos es el viajero
árabe Ibn Batuta que asistió en cierta ocasión a una fiesta de la corte del
emir de Khansa. Reunidos los invitados en el patio de palacio, llamó el emir a
un esclavo del emperador y le mandó que hiciera sus habilidades. Tomó entonces
el hombre una bola de madera con muchos agujeros, por los cuales pasaban largas
correas, y asiendo una de ellas lanzó la bola al aire con tal fuerza que la
perdimos de vista. En manos del prestidigitador quedó tan sólo el extremo de la
correa a la que, agarrándose uno de los muchachos ayudantes, desapareció
también de nuestra vista.
Llamóle entonces el prestidigitador por tres veces, y
como nadie respondiese fingió encolerizarse y desapareció asimismo con ademán
de encaramarse por la correa en busca del muchacho. A poco rato fueron cayendo
al suelo, desde invisible altura, primero una mano, luego un pie, después la
otra mano y sucesivamente el otro pie, el tronco y la cabeza del ayudante. Por
fin el prestidigitador acalorado y jadeante, con las ropas tintas en sangre, y
postrándose ante el emir hasta besar el suelo, díjole en lengua china algo a
que el soberano pareció responder con una orden, pues al punto recogió el
hechicero los esparcidos miembros, y después de colocarlos en su lugar
respectivo dio un puntapié en el suelo, a cuya señal enderezóse el muchacho tan
vivo, sano y entero como antes. Fue tal la emoción que despertó en mí este
fenómeno, que me sobrecogieron palpitaciones y se me hubo de administrar un
cordial. El kaji Afkharuddin, que estaba cerca de mí, exclamó: “¡Vaya! Creo que
aquí no ha subido ni bajado nadie por la correa ni tampoco se ha descuartizado
ni recompuesto a nadie. Todo esto es juego de manos”.
No
hay duda de que todo aquello fue juego de manos, ilusión o maya como dicen los indos; pero cuando miles de personas son
víctimas de semejante ilusión no debe desatender la ciencia el examen de los
medios por los cuales se produce. Seguramente que ni Huxley ni Carpenter han de
desdeñar por indigno de su atención el arte por cuyas misteriosas reglas desaparece
un hombre de nuestra vista en un aposento de cuya cerrada puerta tenéis la
llave y a pesar de no verle en parte alguna oís su voz que sale de diversos
puntos de la estancia y la risa con que se burla de vuestra sorpresa. Este
misterio es, por lo menos, tan digno de investigación como la causa de que los
gallos canten a media noche. Yule copia asimismo el relato de Eduardo Melton,
viajero holandés que hacia los años 1670 presenció en Batavia fenómenos
análogos a los de que Ibn Batuta fue testigo en 1348. Dice así el relato:
PINÁCULO DE
ILUSIÓN
Uno de los hechiceros tomó un ovillo de bramante y
sosteniéndolo en la mano por un cabo lo lanzó al aire con tal violencia que se
perdió de vista. Entonces trepó por el cordel con rapidez asombrosa, y aún
estaba yo pensando en cómo habría desaparecido, cuando uno tras otro fueron
cayendo todos los miembros de su cuerpo, que otro hechicero de la cuadrilla
recogía en un cesto que volcado después los dejó revueltos. Sin embargo, en
aquel mismo instante vimos todos con nuestros propios ojos que los miembros se
reunían de nuevo para formar el cuerpo del prestidigitador, tan vivo, sano y
entero como si no hubiese sufrido el menor daño. Nunca en mi vida me maravillé
como entonces, y no me cabe duda de que aquellos pervertidos hombres están
ayudados por el diablo.
En
las Memorias del emperador Jahangire se relatan las habilidades de siete
prestidigitadores bengaleses que actuaron en presencia de este monarca.
Dice
así el texto:
Decapitaron
y descuartizaron los prestidigitadores a un hombre cuyos miembros quedaron
esparcidos por el suelo, hasta que a los pocos minutos los cubrió con una
sábana uno de los prestidigitadores que, metiéndose por debajo, salió luego
seguido del mismo sujeto a quien había visto descuartizar.
En otra ocasión
tomaron una cadena de cincuenta codos de longitud y lanzándola al aire quedó
como sujeta por el extremo opuesto a alguna anilla o gancho invisible. Trajeron
luego un perro que se encaramó rápidamente por la cadena hasta desaparecer en los
aires. El mismo camino siguieron un cerdo, una pantera, un león y un tigre, sin
que nadie supiera cómo desaparecían, pues los prestidigitadores guardaron por
fin la cadena en una saco (20).
Por
nuestra parte hemos presenciado varias veces y en distintos países las suertes
de estos prestidigitadores y tenemos el grabado representativo de la escena en
que uno de nacionalidad persa tiene ante sí los esparcidos miembros de un
hombre recién descuartizado.
Tratando ahora de fenómenos mucho
más serios y sin olvidar que repugnamos el calificativo de “milagro”, podríamos
preguntar si cabe rebatir lógicamente la afirmación de que algunos taumaturgos
devolvieron la vida a los muertos. La voluntad del hombre alcanza a veces
suficiente poder para reanimar un cuerpo del que todavía no se haya separado
por completo el alma. Muchos fakires consintieron en que los enterraran vivos
ante miles de testigos, para resucitar algún tiempo después. Si los fakires
poseen el secreto de este fenómeno biológico, análogo al aletargamiento de los
animales e invernación de las plantas, no hay razón para dudar de que también
lo poseyeran sus antecesores los gimnósofos indos y taumaturgos como Eliseo,
Apolonio de Tyana, Jesús, Pablo y otros profetas e iluminados cuyo conocimiento
de ese algo (que confiesa Le Conte no
comprende la ciencia todavía) de los misterios de vida y muerte inescrutables
para los modernos científicos, les capacitaba para devolver la vida a los
muertos cuyo cuerpo astral no se había separado por completo del físico.
Si, como afirma un fisiólogo,
en las moléculas del cadáver están remanentes las fuerzas físico-químicas del
organismo vivo, nada impide ponerlas nuevamente en acción, con tal de conocer
la naturaleza de la fuerza vital y el modo de dirigirla y dominarla.
Prescindimos en este argumento de los materialistas, porque para ellos es el
cuerpo humano una locomotora que se paraliza en cuanto le faltan el calor y
fuerza que la impulsan. Por otra parte, para los teólogos ofrece mayor
dificultad el caso, porque a su entender la muerte rompe la unión de cuerpo y
alma, de modo que un muerto sólo puede volver a la vida por operación
milagrosa, así como tampoco es posible que una vez cortado el cordón umbilical
regrese el recién nacido a la vida uterina. Pero el filósofo hermético se
interpone victoriosamente entre los irreconciliables bandos de materialistas y
teólogos, con su conocimiento de los vehículos sutiles del espíritu y de la
fuerza vital que, dirigida por la voluntad, puede aplicarse en sentido positivo
o negativo mientras no se desintegren los órganos vitales del cuerpo físico.
LA VIDA
EN LA MUERTE
Hace
dos siglos se tuvieron por absurdas las aseveraciones de Gaffarilo, que
posteriormente corroboró el insigne químico Duchesne, respecto a la persistencia
de la forma en las cenizas y subsiguiente renacimiento de todo cuerpo natural
luego de quemado. Kircher, Digby y Vallemont demostraron que las plantas
conservan su forma en las cenizas y esto mismo afirma Oetinger en el
siguiente pasaje:
Al calentar en una redoma cenizas vegetales se formaba
una nube oscura que según ascendía tomaba definidamente la forma de la planta
cuyas cenizas estaban en la redoma.
La envoltura terrena queda en el fondo,
mientras que la esencia sutil asciende como un espíritu que asume forma concreta, pero desprovista de substancia.
Por lo tanto, si en
las cenizas de una planta persiste la forma astral luego de muerto su
organismo, no tienen los escépticos motivo para decir que el Ego humano se desvanezca con la muerte
del cuerpo físico.
El mismo filósofo dice en otro
pasaje de su obra:
En el momento de la
muerte, el alma se exhala porósmosis del cuerpo a través del cerebro y por
efecto de la atracción psíquicofísica flota alrededor del cadáver hasta que
éste se desintegra; pero si antes se establecen condiciones favorables, puede
el alma infundirse de nuevo en el cuerpo y reanudar la vida física. Esto es lo
que ocurre durante el sueño y más definidamente en los éxtasis y con mayor
maravilla aún al mandato de un adepto.
Jámblico declara que está lleno de Dios
quien puede resucitar a un muerto, pues le obedecen los espíritus subalternos
de las esferas superiores y tiene más de Dios que de hombre. Por otra parte,
San Pablo, en su Epístola a los Corintios,
dice que los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas.
Hay quienes por congénita o
adquirida facultad pueden dejar a su albedrío el cuerpo físico y actuar y
moverse en el astral hasta largas distancias y aparecerse visiblemente a otros.
Numerosos e irrecusables testigos refieren multitud de casos de esta índole en
que vieron y hablaron con el duplicado
de personas residentes en lugares apartadísimos del en que ocurría el fenómeno.
Según refieren Plinio y Plutarco, un tal Hermotina quedaba en éxtasis
cuando quería y se trasladaba en su segunda
alma a los sitios más distantes.
El abate Fretheim, que floreció en
el siglo XVII, dice en su obra Esteganografía:
Puedo transmitir mis pensamientos a los iniciados,
aunque se hallen a centenares de millas, sin palabras ni cartas ni cifras,
valiéndome de cierto mensajero incapaz de traición, porque nada sabe y en caso
necesario prescindo de él. Si alguno de los con quienes mantengo
correspondencia estuviera encerrado en la más profunda mazmorra, podría comunicarle
mis pensamientos tan clara y frecuentemente como yo quisiera, de la manera para
mí más sencilla, sin supercherías ni auxilio de espíritus.
Cordano
actuaba también a voluntad fuera del cuerpo y entonces, según él mismo dice,
“parecía como si se abriera una puerta y pasara yo sin obstáculo por ella
dejando el cuerpo tras mí”.
Refiere una revista científica que el consejero de Estado, Wesermann, podía sugerir a otros que soñaran en lo
que él quisiera o que viesen a un ausente desde lejanísimas distancias. Todo
esto lo comprobaron en varias ocasiones científicos de valía, algunos de ellos
materialistas a quienes les acertó una frase convenida entre ellos de antemano.
Además, muchos vieron el doble de Wasermann en punto muy distante de donde a la
sazón se hallaba. Afirman diversos testigos que mediante el conveniente
entrenamiento de dieta y reposo se ponen los fakires el cuerpo en condición
tal, que pueden permanecer enterrados por tiempo indefinido.
El capitán Osborne
refiere que durante la estancia de Sir Claudio Wade en la corte de Rundjit
Singh, estuvo un fakir metido por tiempo de seis días en un ataúd colocado en
una sepultura a un metro bajo el suelo de la estancia, con cuatro centinelas de
vista que se relevaban cada dos horas día y noche, para evitar toda
superchería. Según testimonio de Sir Claudio Wade, al abrir el ataúd apareció
el cuerpo envuelto en un sudario de lino blanco atado con un cordón por la
cabeza inclinada sobre el hombro. Tenía los miembros encogidos y el rostro
natural. El sirviente roció el cuerpo con agua, y según reconocimiento del
médico, no se movía el pulso en parte alguna, pues todo él estaba frío,
notándose tan sólo algo de calor en el
cerebro.
RESURRECCIÓN DE
FAKIRES
La
falta de espacio nos impide pormenorizar las circunstancias de este caso, y así
nos limitaremos a decir que el procedimiento de resurrección consistió en baños
y fricciones de agua caliente, en quitar los tapones de algodón y cera que
obstruían los oídos y ventanillas de la nariz, después de lo cual frotaron los
párpados con manteca clarificada y, lo que parece más extraño, le aplicaron por
tres veces una torta de trigo caliente en la coronilla.
A la tercera aplicación
de la torta estremecióse el cuerpo violentamente, se dilataron las ventanas de
la nariz, restablecióse la respiración y los miembros recobraron su natural
elasticidad, aunque las pulsaciones eran todavía muy débiles. Untaron entonces
de grasa la lengua que la tenía vuelta hacia atrás de modo que obturase la
garganta, se dilataron las pupilas con su natural brillo y el fakir reconoció a
todos los circunstantes y rompió a hablar.
Durante
nuestra permanencia en la India nos dijo un fakir que la obturación de los
orificios tenía por objeto, no sólo evitar la acción del aire en los tejidos,
sino también la entrada de gérmenes de putrefacción que, por estar en suspenso
la vitalidad, descompondrían el organismo como sucede con la carne expuesta al
aire. Por este motivo no se prestan los fakires a este experimento en aquellos puntos
de la India meridional donde abundan las perniciosas hormigas blancas que lo
devoran todo menos los metales. Así es que, por muy sólido que fuese el ataúd,
quedaría expuesto a la voracidad de dichos insectos que pacientemente horadan
toda clase de madera por densa que sea y aun los ladrillos y la argamasa.
En
vista de tantos y tan bien atestiguados casos, la ciencia experimental no tiene
más remedio que o recusar por inveraz el múltiple testimonio de personas
incapaces de faltar a la verdad, o reconocer que si un fakir puede resucitar al
cabo de cuarenta días de enterrado, lo mismo podrá hacer otro fakir; y no cabe,
por lo tanto, poner en tela de juicio las resurrecciones de Lázaro, del hijo de
la sunamita y de la hija de Jairo.
No
será ocioso preguntar ahora qué pruebas, aparte de las aparentes, pueden tener
los médicos de que un cadáver lo es en realidad. Los más eminentes biólogos
convienen en afirmar que la única segura es el estado de descomposición. El
doctor Thomson dice que la inmovilidad, la rigidez, la falta de
respiración y el pulso, la vidriación de los ojos y la frigidez no son signos
inequívocos de muerte real. En la antigüedad, Demócrito y Plinio opinaron que no hay prueba infalible de si un cuerpo está o no muerto. Asclepiades
afirmaba que la duda podía ser mayor en cuerpo de mujer que de hombre.
El
ya citado doctor Thomson refiere varios casos de muerte aparente, entre ellos
el del caballero normando Francisco de Neville, a quien por dos veces le
tuvieron por muerto y estuvo a punto de que le interraran vivo, pues volvió en
sí en el momento de colocar el ataúd en la sepultura.
Otro
caso es el de la señora Rusell, que al doblar las campanas en sus exequias, se
levantó del ataúd exclamando: “Ya es hora de ir a la iglesia”.
Diemerbroese
refiere que un labriego estuvo tres días de cuerpo presente, pero al ir a
enterrarlo volvió en su sentido y tuvo larga vida.
En
1836 un respetable ciudadano bruselense cayó en catalepsia y, creyéndole
muerto, le amortajaron para enterrarlo; mas al atornilla la tapa del ataúd se
incorporó el supuesto difunto y, como si despertara de dormir, pidió
tranquilamente una taza de café y el periódico.
LA MUERTE
REAL
La
fisiología considera el cuerpo humano como un conjunto de moléculas temporalmente
agregadas por la misteriosa fuerza vital. Para el materialista no hay entre un
cuerpo vivo y otro muerto más diferencia que en el primer caso la fuerza vital
es activa y en el segundo queda latente y las moléculas obedecen entonces a una
fuerza mayor que las disgrega. Este fenómeno de disgregación es la muerte, si
tal puede llamarse la continuación de la vida en las disgregadas moléculas,
pues si la muerte es la paralización de la máquina funcional del organismo
corpóreo, la muerte real no sobrevendrá hasta que la máquina se destruya y se
descompongan sus partes, ya que mientras los órganos estén íntegros, la
centrípeta fuerza vital prevalecerá contra la centrífuga fuerza de
disgregación. Dice a este propósito Eliphas Levi:
El cambio supone movimiento y el movimiento es vida.
El cuerpo no se descompondría si no hubiese vida en él. Las moléculas que lo
constituyen están vivas y tienden a disgregarse.
Por lo tanto, no es posible
que el pensamiento, el amor, el espíritu se aniquilen cuando periste la vida en
la más grosera modalidad de la materia .
Dicen
los cabalistas que un muerto no lo está del todo en el momento del entierro,
pues nada hay de transición violenta en la naturaleza y así no puede ser
repentina la muerte, sino gradual; porque del mismo modo que necesita
preparación el nacimiento, ha de requerir cierto período la muerte, que, según
dice Eliphas Levi, “no puede ser término definitivo como tampoco el nacimiento
es principio originario. El nacimiento demuestra la preexistencia del ser, como
la muerte es prueba de inmortalidad” los cristianos no vulgares creen por una
parte en la resurrección de la hija de Jairo, sin temer por ello la nota de
supersticiosos, y en cambio califican de imposturas las resurrecciones de una
mujer por Empédocles y de una doncella corintia por Apolonio de Tyana, según
refieren respectivamente Diógenes Laercio y Filostrato, como si los taumaturgos
paganos hubiesen de ser forzosamente impostores. Al menos los científicos
escépticos son más lógicos, pues lo mismo los taumaturgos cristianos que los
gentiles son para ellos o mentecatos o charlatanes.
Pero tanto fanáticos como escépticos
debieran reflexionar en las circunstancias de los casos referidos y advertir
que en el de la hija de Jairo dice Jesús que no está muerta sino dormida; y en el de la doncella corintia
escribe Filostrato que “parecía muerta
y como había llovido copiosamente al conducir el cuerpo a la pira, pudo muy
bien el refrigerio devolverle en sentido”. Este pasaje demuestra
claramente que Filostrato no
consideró milagrosa aquella resurrección, sino como efecto de la sabiduría de
Apolonio, quien, lo mismo que Asclepiades, era capaz de distinguir a primera
vista la muerte real de la aparente.
Una vez rota la unión del
espíritu y del alma con el cuerpo, es la resurrección tan imposible como la
reencarnación en circunstancias distintas de las requeridas. Como dice Eliphas
Levi: “La crisálida se metamorfosea en mariposa, pero no la mariposa en
crisálida. La naturaleza impele la vida hacia delante y cierra las puertas tras
cuanto por ella pasa. Perecen las formas y persiste el pensamiento sin recordar
lo extinto”.
No hay en nuestros días ninguna
Facultad de Medicina capaz de comunicar a sus alumnos el conocimiento que del
estado de muerte poseían Asclepiades y Apolonio sin necesidad de dotes
excepcionales. Además, las resurrecciones operadas por Jesús y Apolonio tienen
en pro de su autenticidad testimonios irrecusables, y aunque en uno y en otro
caso estuviese la vida en suspenso, resulta probado que ambos taumaturgos la
reanudaron instantáneamente por su propia virtud a los en apariencia muertos.
ANIMACIÓN SUSPENSA
¿Acaso
niegan los médicos la posibilidad de estas resurrecciones porque no han dado
todavía con el secreto que poseyeron los antiguos teurgos? El atraso de la
psicología y la confusión dominante en la fisiología, según confiesan los más
sinceros científicos, no son ciertamente muy favorables al redescubrimiento de
las ciencias perdidas. Cuando nadie tenía a los profetas por charlatanes ni a
los taumaturgos por impostores hubo colegios de vates donde se enseñaban las
ciencias ocultas . La magia abonaba a la sazón todas las ciencias físicas y
metafísicas, con el estudio alquímico del doble aspecto de la naturaleza; y, por
lo tanto, no es maravilla que los antiguos llevaran a cabo descubrimientos
insospechados de los físicos modernos, atentos únicamente a la letra muerta.
Así es que el toque no está en si es
posible resucitar a un muerto, que equivaldría a un milagro de por sí absurdo,
sino en saber si la biología tiene medios de puntualizar el momento de la
muerte. Los cabalistas opinan que el cuerpo muere al separarse de él
definitivamente el Ego con sus vehículos sutiles. Los fisiólogos materialistas,
que niegan el espíritu y no admiten otra fuerza que la vital, dicen que la
muerte sobreviene al punto de cesar aparentemente la vida, esto es, cuando el
corazón cesa de latir y los pulmones de respirar y el cuerpo toma rigidez
cadavérica. Sin embargo, los anales médicos abundan en casos de asfixia,
catalepsia y letargo que presentan todos los signos aparentes de la muerte y prueban que ni el médico más experto es capaz de certificar la defunción con
absoluta certeza. En dichos casos el cuerpo astral no se ha separado definitivamente
del físico y puede volver a infundirse en éste mediante un esfuerzo propio o
una influencia extraña que desentorpezca y reanude el funcionalismo orgánico.
En resumen, mientras no se consume la separación de los cuerpos astral y
físico, cabe dar cuerda al reloj y poner de nuevo en movimiento la máquina;
pero cuando la separación es definitiva, entonces el organismo se desintegra y
antes fuera posible el desquiciamiento del universo que la resurrección del
cadáver. En el primer caso, la fuerza de vida está latente como el fuego en el
pedernal; en el segundo, se ha extinguido la fuerza.
El hipnotizador Du Potet obtuvo
casos de profunda clarividencia cataléptica en que el alma estaba ya tan
alejada del cuerpo que le hubiera sido imposible reinfundirse en él sin un
poderoso esfuerzo volitivo del hipnotizador; y aun así es preciso que no se
haya roto el cordón magnético que liga el cuerpo astral con el físico.
Refiriéndose Plutarco al caso de un tal Tespesio que cayó desde muy alto y estuvo
tres días como muerto, dice que al volver en sí dio cuenta el accidentado de
que se había visto durante aquel intervalo muy diferente de los demás difuntos,
pues estos estaban envueltos en un nimbo resplandeciente mientras que él
llevaba tras de sí una estela de sombra. La minuciosa y puntualizada
descripción que Plutarco pone en boca de Tespesio está corroborada por los
clarividentes de toda época, lo que da mayor importancia al testimonio.
La opinión de los cabalistas en este
punto aparece concretada en el siguiente pasaje de Eliphas Levi:
Cuando una persona cae en el último sueño queda como
aletargada antes de tener conciencia de su nuevo estado. Al despertar se le
presenta la hermosísima visión del cielo o la horrible pesadilla del infierno,
según sus creencias durante la vida terrena. En el segundo caso, retrocede el
alma impelida por el terror hacia el cuerpo de que acaba de salir, y éste es el
motivo de que, algunas veces, vuelvan a la vida después de enterrado su
cadáver.
A
este propósito recordaremos el caso de un caballero que al morir dejó algunas
mandas a favor de unos sobrinos huérfanos. El hijo, heredero y albacea del
difunto, movido por el egoísmo, quemó el testamento la misma noche en que
velaba el cadáver de su padre. El alma del muerto, que todavía flotaba
alrededor del cuerpo, sintió tan intensamente los efectos de aquella felonía
que se infundió nuevamente en su desechada envoltura y levantándose el muerto
del túmulo maldijo a su heredero y volvió a caer para no levantarse más.
LOS HUESOS
DE ELISEO
Dion Boucicault se vale de un
incidente de esta naturaleza en su tremebundo drama Luis onceno, cuyo protagonista representaba el actor Carlos Kean
con profunda realidad, sobre todo en la escena en que el difunto monarca vuelve
a la vida por un instante para asir la corona cuando va a ceñírsela el falso
heredero.
Eliphas Levi opina que la
resurrección no es imposible mientras el organismo esté íntegro y no se haya
roto el cordón de enlace entre el cuerpo astral y el físico. Dice sobre este
particular que como la naturaleza nunca procede a saltos, la muerte real ha de
ir precedida de una especie de letargo o entorpecimiento del que puede sacar a
la personalidad una violenta conmoción o el magnetismo de una voluntad
poderosa. A esto atribuye levi la resurrección de un muerto al contacto de los
huesos de Eliseo, diciendo sobre ello que “el alma del difunto se
sobrecogería de terror cuando los ladrones arremetieron contra la fúnebre
comitiva de su cadáver cuya profanación quiso evitar reinfundiéndose en él.
Nada de sobrenatural hallarán en este fenómeno cuantos crean en la
supervivencia del alma; pero los materialistas dirán que es patraña a pesar de
cuantos testimonios lo avalen; y en cambio, los teólogos que en todo ven la
mano de la Providencia, lo diputan por milagro y atribuiyen la resurrección del
muerto al contacto con los huesos de Eliseo. Indudablemente data de esta época
la veneración de las reliquias.
Razón tiene Balfour Stewart al decir
que la ciencia apenas sabe nada de la estructura íntima ni de las propiedades
de la materia tanto organizada como inorgánica.
Puesto que estamos en terreno firme,
adelantaremos otro paso diciendo que el mismo conocimiento y dominio de las
fuerzas ocultas, por cuya virtud deja el fakir su cuerpo para volver después a
él y dio a Jesús, Apolonio y Eliseo el poder de resucitar muertos, facultaba a
los hierofantes para infundir vida, movimiento y palabra en una estatua. Por
este mismo conocimiento de las fuerzas ocultas en cuyo número entra la vital,
pudo Paracelso formar homúnculos y Aarón convertir su vara, ya en serpiente, ya
en vástago florido, y Moisés afligir con plagas a Egipto y el teurgo egipcio de
hoy vivificar la pigmea mandrágora. Los cínifes y las ranas de Moisés no son ni
más ni menos maravillosas que las bacterias de los biólogos modernos.
Pero comparemos ahora la actuación
de los antiguos taumaturgos y profetas con la de los modernos médiums que
pretenden reproducir cuantas modalidades fenoménicas registra la historia de la
psicología. Si nos fijamos en la levitación y sus condiciones manifestativas,
echaremos de ver que en todo tiempo y país hubo teurgos, paganos, místicos,
cristianos, fakires, indos, magos, adeptos y médiums espiritistas que en estado
de trance o éxtasis permanecieron durante mucho rato suspendidos en el aire.
Tan incontrovertiblemente está atestiguado este hecho, que no hay necesidad de
nuevas pruebas, tanto de las manifestaciones inconscientes de los médiums
irresponsables, como de las conscientes de los hierofantes y adeptos de magia
superior. Cuando aun apuntaba la actual civilización eruopea, ya era antigua la
filosofía oculta y los herméticos habían inferido los atributos del hombre por
analogía con los del Creador. Posteriormente, algunos hombres eminentes cuyo nombre
fulgura en la historia espiritual de la humanidad, dieron pruebas personales de
la inconcebible alteza a que en su educción pueden llegar las divinas
facultades del microcosmos.
Dice sobre esto Wilder:
Enseñaba Plotino que el amor impele al alma hacia la
intimidad de su origen y centro, el eterno Bien. Los ignorantes no aciertan a
descubrir la belleza que por sí misma atesora el alma, y la buscan en el mundo
exterior; pero el sabio siente la belleza en lo íntimo de su ser, concentra la
atención en sí mismo, y desenvolviendo la idea de belleza de dentro a fuera, se
eleva hasta la divina fuente de su interno raudal. Lo infinito no puede
comprenderse por la razón, sino por otra facultad superior cuyo ejercicio nos transporta a un estado en que dejando de
ser hombres finitos, participamos directamente de la esencia divina. Tal es el
estado de éxtasis.
... Apolonio de Tyana
veía lo pasado, presente y futuro como ante un límpido espejo, y esta facultad
es la que pudiéramos llamar fotografía
espiritual, pues el alma es la cámara que registra los sucesos pasados,
presentes y futuros, de modo que todos por igual los abarque la mente. Más allá
de nuestro limitado mundo, no hay sucesión de días, porque todo es como un solo
día, y lo pasado y lo futuro coinciden con lo presente.
MEDIACIÓN Y
MEDIUMNIDAD
Estos hombres divinos ¿eran médiums
como pretenden los espiritistas de escuela? No por cierto, si se entiende por
médium la persona cuyo organismo morbosamente receptivo facilita el desarrollo
de condiciones subordinadas a la influencia de los espíritus elementarios y
elementales.
En cambio era médiums si entendemos
por tales a cuantos cuya magnética aura sirve de medio actuante a las entidades
espirituales de las esferas superiores. En este sentido toda persona humana
puede ser médium .
La verdadera mediumnidad se educe en
unos individuos espontáneamente, en otros necesita influencias extrañas que la
eduzcan y en la mayoría de los casos queda en estado potencial. El aura del
individuo está en función recíproca de sus facultades mediumnímicas.
Todo
depende del carácter moral del médium. El aura puede ser densa, turbia y
mefítica de modo que repela a las entidades superiores para atraer únicamente a
las de ínfima condición que allí se gocen como el cerdo entre inmundicias; o
por el contrario puede ser sutil, diáfana, pura y reverberante como el rocío de
la mañana.
Estos celestiales nimbos circuían a hombres tales como Apolonio,
Jámblico, Plotino y Porfirio cuyas almas, en perfecta identidad con sus
espíritus por efecto de la santidad de vida, atraían las influencias benéficas
e irradiaban efluvios de bondad que repelían las malignas. No sólo se asfixian
las entidades inferiores en el aura de un taumaturgo, sino en las de cuantos
reciben la influencia de él, sea por cercanía eventual o por voluntad
deliberada. Esto es mediación y no mediumnidad. Un hombre tal no es médium sino medianero y templo del Dios vivo; pero si la pasión o los malos
pensamientos y deseos profanan el templo, se convierte el medianero en nigromántico,
porque se etiran entonces las entidades puras y acuden las malignas. Sin
embargo, también en este caso hay mediación
y no mediumnidad, pues tanto el mago negro como el mago blanco determinan conscientemente su aura y por su propio albedrío
atraen a las entidades afines.
La mediumnidad, por el contrario, es
inconsciente, es inconsciente, pues el aura del médium puede modificarse por
circunstancias independientes de su voluntad, de modo que provoque, favorezca o
determine manifestaciones psíquico-físicas de carácter ya benéfico, ya maligno.
La mediación y la mediumnidad son tan antiguas como el hombre. La segunda es
sinónima de obsesión y posesión, pues el cuerpo del médium se
somete al dominio de entidades distintas del Ego inmortal. Así lo demuestran
los mismo médiums, que se enorgullecen de ser fieles esclavos de sus guías y
rechazan indignados la idea de normalizar las manifestaciones. Esta mediumnidad
está simbolizada en el mito de Eva, que cede a la sugestión de la serpiente; en
el de Pandora, que abre la caja misteriosa y derrama los males sobre el mundo;
en el bíblico episodio de la Magdalena, que después de haber estado poseída de
siete espíritus malignos, se redime al triunfar de ellos por mediación de un
adepto. La mediumnidad, bénefica o maléfica, es siempre pasiva, y felices, por lo tanto, los puros de corazón que gracias a
su natural bondad repelen espontáneamente los espíritus malignos.
La
mediumnidad, tal como se practica en nuestros días, es un don menos apetecible
que la túnica de Neso.
Por el fruto se conoce el árbol. En
todo tiempo hubo pasivos médiums y activos medianeros. Los hechiceros, las
brujas, los prestidigitadores y encantadores de serpientes, los adivinos y
cuantos están poseídos de espíritu familiar hacen de sus facultades mercadería
vendible, como, por ejemplo, la famosa pitonisa de Endor que, según la describe
Enrique More, recibía estipendio de los consultantes.
DESINTERÉS DE
LOS MEDIANEROS
En
cambio, los medianeros y hierofantes dan pruebas de absoluto desinterés en el
ejercicio de sus poderes. Gautama renunció a la herencia del trono para vivir
de limosnas; el “Hijo del hombre” no tenía donde reclinar la cabeza; los
discípulos del Cristo no habían de llevar oro ni plata encima; Apolonio de Tyana
distribuyó su hacienda por mitad entre sus pareitnes y los pobres; Jámblico y
Plotino tuvieron nombradía de caritativos y abnegados; los fakires indos viven
de limosna; los pitagóricos, esenios y terpeutas temían mancharse las
manos con el contacto de las monedas; y finalmente, cuando al apóstol Pedro le
ofrecen dinero en cambio de la potestad de infundir el Espíritu Santo por la
imposición de manos, responde: “Tu dinero sea contigo en perdición porque has
creído que el don de Dios se alcanzaba por dinero. No tienes tu parte ni suerte
en este ministerio, porque tu corazón no es recto delante de Dios”. Así
vemos que los mediadores fueron hombres identificados con su Yo superior, que
recibían auxilio de los espíritus angélicos.
Muy lejos estamos de vituperar
rigurosamente a los infelices médiums que, por efecto de las avasalladoras
influencias que los dominan, se ven incapacitados física y mentalmente de
dedicar su actividad a ocupaciones útiles y no tienen más remedio que convertir
su mediumnidad en oficio retribuido y nada envidiable por cierto, según ha
demostrado la experiencia de estos últimos años.
Se cuenta de Plotino que
habiéndosele pedido que tributara pública adoración a los dioses respondió muy
dignamente: “Los dioses han de venir a mí”. Jámblico afirmaba, con la
corroboración del personal ejemplo, que el alma humana puede comunicarse
directamente con entidades espirituales de superior jerarquía; y ahuyentaba
cuidadosamente de sus ceremonias teúrgicas a los espíritus malignos cuya
característica enseñaba a sus discípulos. Proclo creía también en que por
la actualización de sus divinas potencias era capaz el hombre de subyugar su
naturaleza inferior y convertirse en instrumento de la Divinidad mediante la
“mística palabra” que abría la comunicación con las diversas jerarquías
espirituales hasta llegar a la unión con Dios. Apolonio de Tyana tenía en
menosprecio a los hechiceros y adivinos nigrománticos y afirmaba que la vida
austera sutilizaba agudamente los sentidos y educía superiores facultades por
cuyo medio era capaz de realizar maravillas. Jesús dijo que el hombre era señor del sábado, y a su voz huían
despavoridos los espíritus elementarios que obsesionaban a sus víctimas.
Indudablemente tuvieron los antiguos
poderosas razones para perseguir a los médiums de oficio. Así se explica que en
tiempo de Moisés y posteriormente en las épocas de Samuel y David fomentaran
los israelitas el ejercicio de las legítimas profecías y adivinación, la
astrología y el vaticinio en colegios a propósito para educir estas facultades,
y en cambio desterraran del país o condenaran a muerte, según los casos, a los
brujos, nigrománticos y pitonisas, y aun en tiempo de Jesús los médiums
maléficos estaban desterrados de las ciudades. ¿Por qué perseguir y matar a los
médiums pasivos y por qué consentir y respetar las comunidades de taumaturgos?
Porque los antiguos supieron distinguir entre los espíritus angélicos y los
diabólicos, entre los elementales y los elementarios, y además estaban seguros
de que toda comunicación espiritual, no sujeta a las debidas condiciones,
determinaba la ruina del comunicante y de la comunidad a que éste perteneciera.
El análisis que de la mediumnidad
vamos haciendo podrá parecer extraño y aun repulsivo a muchos espiritistas
contemporáneos; pero nada decimos que no enseñara la filosofía antigua con la
inmemorial corroboración de la experiencia.
EL MÉDIUM
PASIVO
Es
impropio decir que un médium ha educido sus facultades, pues el médium pasivo
no tiene facultad ninguna, sino a lo sumo cierta condición psíquico-física que
engendra un aura a propósito para servir de vehículo a las entidades que de él
se valen para manifestarse.
Esta aura se muda con fecuencia dependiente de las
causas internas que determinan su variación, según el estado moral del médium,
cuyos sentimientos y emociones atraen inconscientemente entidades de naturaleza
semejante, las cuales influyen a su vez física, mental y moralmente en el
médium. Así es que la potencia mediumnímica está siempre en razón directa de la
pasividad y de ésta depende consiguientemente el tanto del peligro. Si el
médium es totalmente pasivo cabe en lo posible que le fuercen al
temporáneo abandono de su cuerpo físico, del que de esta suerte se apodera y en
él se infunde un elemental, o, lo que es todavía peor, un elementario de
horrible malignidad. En estas obsesiones deben inquirirse los motivos de los
crímenes trágicamente pasionales.
Como quiera que la mediumnidad
inconsciente está en función de la pasividad, el único remedio eficaz contra
ella es que el médium deje de ser pasivo
y revierta su disposición de ánimo a la positiva actividad que resiste toda
influencia extraña y contra cuya energía nada pueden las entidades
obsesionantes, siempre en acecho de víctimas flacas de cuerpo y mente para
arrastrarlas al vicio. Si los elementales milagreros y los demoníacos
elementarios fuesen verdaderamente ángeles custodios ¿cómo no concedieron
a sus fieles médiums la dicha terrena o, por lo menos, la salud que pretendieron
devolver a los demás en sus papeles de saludadores y curanderos? Los
taumaturgos, apóstoles y profetas de la antigüedad eran hombres que por lo
regular disfrutaban de robusta salud y su magnético influjo no envolvía jamás
gérmenes morbosos de índole moral o física con que agravar la dolencia del
enfermo ni tampoco les pudo poner nadie la nefanda nota de vampiros.
Si relacionamos ahora los fenómenos
de levitación con la mediumnidad por una parte y con la mediación por otra,
veremos que en las sesiones espiritistas el pasivo médium queda levantado en
alto, o sea levitado, por las entidades que lo dominan, mientras que el activo
medianero se levanta en alto durante el éxtasis o el rapto por virtud de su
propio anhelo.
Acaso se nos objete que hay fenómenos
igualmente posibles de producir en presencia de un médium que de un medianero.
Así parece inferirse de lo ocurrido con Moisés y los magos de la corte
faraónica, pues aunque el caudillo hebreo se atribuya el vencimiento, lo más
probable es que sus poderes y los de los magos egipcios fuesen de índole
análoga, pero aplicados en sentido respectivamente opuesto que diferenció su
eficacia.
La tutelar divinidad de los hebreos prohibió estrictamente toda práctica de magia negra según estaba en boga
entre gentiles. ¿Qué diferencia había, pues, entre las abominaciones de
“aquellas gentes” y las otras de los profetas? Claramente nos la representa el
apóstol San Juan cuando dice: “Carísimos, no queráis creer a todo espíritu; mas
probad si los espíritus son de Dios, porque muchos falsos profetas se han
levantado en el mundo”.
Los espiritistas en general y particularmente los
médiums no tienen a su alcance otro procedimiento de prueba de los espíritus,
que juzgar de su índole:
1.º
Por sus palabras y acciones.
2.º
Por su prontitud o tardanza en manifestarse.
3.º
Por el motivo determinante de la manifestación .
APARICIONES ESPECTRALES
Un
periódico espiritista publicó un largo artículo cuyo autor trataba de
probar que “los prodigios del espiritismo moderno son de carácter idéntico al
de las manifestaciones de los patriarcas y apóstoles de la antigüedad”. No
podemos por menos de comentar esta afirmación diciendo que dicha identidad se
refiere únicamente a la naturaleza de las ocultas fuerzas productoras de los
fenómenos; pero en modo alguno a la dirección y sentido en que las apliquen las
diversas entidades que de ellas se valgan para manifestarse.
Excepto la aparición de Samuel a
Saúl por arte de la pitonisa de Endor, no hay en la Biblia ningún otro caso de “evocación de los difuntos”, pues esta
práctica estaba condenada por los pueblos antiguos, y así tenemos que tanto el Antiguo Testamento como los poetas
Homero y Virgilio la consideran arte nigromántico. Era opinión general
entre los antiguos que las “almas bienaventuradas” sólo vuelven a la tierra en
rarísimas ocasiones, cuando demandan su aparición motivos poderosísimos en
beneficio de la humanidad; pero ni aun en este caso excepcional hay necesidad
de evocarla, pues espontáneamente se manifiesta ya por espectración fantástica
de sí misma, ya por medio de mensajeros cuyo aspecto objetivo reproduce
fielmente la personalidad del difunto.
En los demás casos tenían los antiguos
por nocivo y peligroso el comunicarse con almas que acudieran fácilmente a la
evocación, pues solían ser larvas (entidades elementarias o moradores del
umbral) del sheol. Horacio
describe la ceremonia de la evocación de los espíritus entre los romanos y
Maimónides la análoga entre los judíos; pero siempre se celebraban en parajes
elevados y se vertía sangre humana para aplacar la vampírica voracidad de las
larvas.
En cuanto a materializaciones sin
evocación, hay muchos casos en el Antiguo
Testamento, aunque no se efectuaban
en las mismas circunstancias que hoy día en las sesiones espiritistas, pues por
lo visto no era indispensable la obscuridad en aquellos tiempos para la
realización del fenómeno. Los tres ángeles se le aparecieron a Abraham en plena
luz del día y en igualdad de circunstancias se aparecieron en el Tabor
Moisés y Elías, pues no es probable que Jesús y los apóstoles subieran al monte
por la noche. También Jesús se apareció a la Magdalena en el jardín a primera
hora de la mañana y lo mismo la tercera vez que se mostró a los apóstoles.
Estamos de acuerdo con el autor del
artículo referido, que en la vida de Jesús, y aun añadiríamos en el Antiguo Testamento, se echan de ver una
serie de manifestaciones psíquicas, pero ninguna de ellas mediumnímica, exepto
la aparición de Samuel evocado por la pitonisa de Endor.
Cuando Jesús vaticinó a sus
discípulos diciéndoles: “Mayores obras que éstas haréis vosotros”, se refería
indudablemente a las obras por mediación y el mismo significado tiene la
profecía de Joel al decir: “Tiempo vendrá en que se difunda el espíritu divino
y profeticen vuestros hijos e hijas y vuestros padres tengan ensueños y
vuestros mozos vean cosas de visión”. Parece que este tiempo ha llegado, pues
aparte de la mediumnidad mal empleada, tiene el espiritismo sus videntes, sus
mártires, sus profetas y sus saludadores que, como Moisés, David y Jeohram,
reciben directas comunicaciones gráficas de los espíritus planetarios y
desencarnados sin mira alguna de lucro.
DISTINCIONES FENOMÉNICAS
Y habiendo quedado yo solo, vi esta gran visión, y no quedó fuerza en mí... y oí la voz de
sus palabras y oyéndola yacía postrado sobre mi rostro y mi cara estaba pegada
con la tierra.
Sin embargo, también hay médiums a
quienes se les puede decir como le dijo Samuel a Saúl:
Y vendrá sobre ti el Espíritu del Señor y profetizarás
con ellos y serás mudado en otro hombre.
Pero en ningún pasaje de las
escrituras hebreo-cristianas se lee nada referente a guitarras voladoras,
tamboriles redoblantes y sonoras campanas que en tenebrosos gabinetes se nos
presentan como pruebas irrecusables de la inmortalidad del alma. Cuando los
judíos vituperaban a Jesús diciendo: “¿No decimos bien nosotros que eres
samaritano y que tienes demonio?”; les respondió Jesús: “Yo no tengo demonio;
mas honro a mi Padre y vosotros me habéis deshonrado". En otro pasaje se
lee que después de lanzar Jesús un demonio del cuerpo de un mudo y de recobrar
éste el habla dijeron los judíos: “En virtud de Beelzebub, príncipe de los
demonios, lanza los demonios”. A lo que respondió Jesús: “Pues si yo por virtud
de Beelzebub lanzo los demonios, ¿vuestros hijos por quién los lanzan? ”.
El autor del citado artículo
equipara también los vuelos o levitaciones de Ezequiel y Felipe con los de la
señora Guppy y otros médiums modernos; pero ignora u olvida que siendo uno
mismo el efecto era distinta la causa en cada caso, según explicamos
anteriormente.
El sujeto puede determinar consciente o inconscientemente la
levitación. El prestidigitador determina de antemano la altura a que han de
levantarlo y el tiempo que durará la levitación, y con arreglo a este cálculo
gradúa las fuerzas ocultas de que se vale.
El fakir produce el mismo efecto por
la acción de su voluntad y conserva el dominio de sus movimientos, excepto
cuando cae en éxtasis. Tal es el fenómeno de los sacerdotes siameses que en la
pagoda se elevan hasta quince metros de altura cirio en mano y van de imagen en
imagen encendiendo las lámparas de las hornacinas con tanta seguridad como si
anduviesen por el suelo.
Los oficiales de la escuadra rusa
que recientemente realizó un viaje de circunavegación y estuvo anclada largo
tiempo en puertos japoneses, vieron cómo unos prestidigitadores del país
volaban de árbol en árbol sin apoyo ni artificio alguno; y también vieron
las suertes de la cucaña y de la escala de cinta.
En la India, Japón, Tíbet, Siam y
otros países llamados paganos en Europa, a nadie se le ocurre atribuir estos
fenómenos a espíritus desencarnados, pues para los orientales nada tienen que
ver los pitris (antepasados) con semejantes manifestaciones. Prueba de ello nos
dan los nombres con que designan a las entidades elementales productoras de
esta clase de fenómenos; y así llaman madanes a los arteros elementales, mezcla de brutos y monstruos, de maliciosa
índole, que infunden en los hechiceros el siniestro poder de herir a personas y
animales domésticos con repentinas enfermedades seguidas muchas veces de
muerte.
LOS MADANES
DE ORIENTE
El mâdán shudâla es el vampiro
de los occidentales y vaga por los cementerios, por los lugares donde se han
perpetrado crímenes y por los gólgotas de las poblaciones. Dicen los
orientales que el mâdán shudâla tiene
el cuerpo mitad de fuego, mitad de agua, por lo que actúa indistintamente en
ambos elementos y por consentimiento de Siva puede asumir la forma que desee y
metamorfosear las cosas. Por esta razón ayuda al prestidigitador en todos los
fenómenos de ilusionismo en que interviene el fuego y anubla la vista de los
espectadores para que vean lo que en
realidad no hay.
El mâdán shûla es un trasgo malévolo, muy hábil en obras de alfarería
y fumistería. A sus amigos no les hace daño alguno, pero persigue sañudamente a
quien provoca su cólera. Gustan los shûlas
de lisonjas y elogios, y como su habitual morada son las cavidades
subterráneas, deellos ha de valerse el prestidigitador en las suertes de
plantaciones y crecimientos rápidos de los vegetales. El mâdán kumil es la ondina
de los cabalistas o espíritu elemental del agua, de carácter alegre, que ayuda
solícitamente a sus amigos en cuanto se relaciona con las lluvias y la
hidromancia.
El mâdán poruthû es el elemental atléticamente forzudo que interviene
en los fenómenos de levitación, en la doma de fieras y en todos los que
requieren esfuerzo muscular.
Resulta, por lo tanto, que cada
modalidad de manifestación psíquico-física está presidida por un orden de
entidades elementales.
Reanudando ahora el examen de las
levitaciones producidas en los modernos círculos espiritistas,
recordaremos que al tratar de Simón el Mago nos referimos a la explicación que
de esta clase de fenómenos dieron los antiguos. Veamos, pues, cuál es la
hipótesis más admisible respecto de los médiums que, según los espiritistas
fenoménicos, actúan inconscientemente por intervención de los espíritus
desencarnados. La etrobacia consciente, en condiciones electromagnéticas, es
facultad primitiva de los adeptos cuya potente voluntad repele toda influencia
extraña.
Así tenemos que la levitación ha de
efectuarse siempre con arreglo a una ley tan inexorable como la de gravedad,
pero que también deriva de la atracción molecular. Supone la ciencia que la
energía eléctrica condensó primordialmente en torbellino la nebulosa materia
todavía indiferenciada; y por otra parte la teoría unitaria de la química
moderna se funda en las polaridades eléctricas de los átomos.
Los tifones, remolinos, tornados,
ciclones y huracanes son meteoros causados indudablemente por la energía
eléctrica que favorecida por la sequedad del suelo y de la atmósfera puede
acumularse en cantidad e intensidad suficientes para elevar enormes masas de
agua y comprimir simultáneamente grandes masas atmosféricas con ímpetu más que
poderoso para abatir bosques enteros, descuajar rocas, pulverizar edificios y
asolar dilatadas comarcas.
Hay ya cerca de tres siglos expuso
Gilbert la opinión de que la tierra es un enorme imán. Hoy amplían algunos
físicos esta opinión diciendo que también el hombre es un imán y que esta
propiedad encubre el secreto de las mutuas atracciones y repulsiones
personales. Prueba de ello tenemos entre los concurrentes a las sesiones
espiritistas, y a este propósito dice Nicolás Wagner, catedrático de la
universidad de San Petersburgo:
El calor o tal vez la electricidad de los concurrentes situados alrededor de la mesa debe
concentrarse en el mueble y determinar el movimiento con el concurso de la
fuerza psíquica, es decir, la resultante de todas las fuerzas del organismo,
cuya magnitud e intensidad está en función de la índole de cada persona... Las
condiciones de temperatura y humedad influyen en las manifestaciones
fenoménicas cuyo poder de producción reside en el médium.
Esto
supuesto y recordando que según los herméticos hay en la naturaleza modalidades
todavía más sutiles de energía, cabe comparar al médium con el sistema de imágenes
de la máquina eléctrica de Wild y suponerlo, por lo tanto, capaz de engendrar
una corriente astral bastante poderosa para levantar en su vórtice el peso de
un cuerpo humano, aunque sin comunicarle movimiento giratorio, pues en este
caso, al contrario de lo que sucede en los remolinos, la fuerza dirigida por la
inteligencia impele al cuerpo rectilíneamente.
LEVITACIONES DEL
MÉDIUM Y DEL
ADEPTO
La
levitación del médium es, según se ve, un fenómeno puramente mecánico, pues su
inerte cuerpo queda impelido en ascenso por el vórtice que engendran las
entidades elementales y a veces las elementarias, aunque también puede tener el
fenómeno causas morbosas como en el caso de los sonámbulos del doctor Perty.
Por el contrario, la levitación del
adepto es un fenómeno electromagnético dimanante del cambio de polaridad de su
cuerpo, de modo que sea de signo igual a la de la tierra y contrario a la de la
atmósfera, que lo elevará por atracción sin que el adepto pierda la conciencia.
Seguramente dirán los científicos
que las levitaciones producidas por los torbellinos no tienen punto de
comparación con las levitaciones de personas, pues en un aposento no pueden
formarse vórtices, sino que si un médium se levanta en el aire es por efecto de
las leyes dinámicas de la naturaleza y del espíritu. Cuantos conocen estas
leyes afirman que de una reunión de personas cuya excitación mental reaccione
sobre el organismo físico se desprenden emanaciones electromagnéticas que,
cuando suficientemente intensas, llegan a perturbar el ambiente circundante
hasta el punto de producir un vórtice eléctrico de intensidad bastante para que
ocurran fenómenos insólitos. Así se comprende que las vueltas de los derviches
y las danzas salvajes, estremecimientos, gesticulaciones, músicas y gritería de
los devotos tengan por finalidad la producción de fenómenos psíquico-físicos.
También explica esta circunstancia la exacerbación del sentimiento religioso.
Pero todavía conviene examinar otro
punto. Si el médium es un núcleo magnético al par que un conductor eléctrico,
estará sujeto a las mismas leyes que los conductores metálicos y le atraerá el
imán de donde deriva la fuerza. Por lo tanto, si las invisibles entidades que
presiden las manifestaciones espiritistas concentran por encima del médium un
núcleo magnético de potencia conveniente, fácil será que se vea atraído hacia
dicho núcleo a pesar de la gravedad terrestre. sabido es que cuando el médium
no se da cuenta del proceso fenoménico es preciso admitir la intervención de
una entidad directora que actúa según dejamos dicho. Huelgan mayores pruebas de
ello que las suministradas, no sólo en nuestras personales investigaciones a
que no damos autoridad alguna, sino en las que Crookes y otros científicos
desapasionados llevaron a cabo en distintas épocas y países, aunque los
escépticos se resistan a reconocer la autenticidad de sus resultados.
No hace muchos años, el de 1836,
llegaron a noticia del público ciertos fenómenos tan singulares si no más que
las manifestaciones ocurridas en nuestros días. La publicación de la
correspondencia entre los famosos hipnotizadores franceses Deleuze y Billot
suscitó animadas discusiones en todos los círculos sociales. Billot creía
firmemente en la aparición de espíritus porque los había visto, oído y tocado.
Deleuze estaba tanto o más convencido de ello que el mismo Billot y aseguraba
que no había verdad tan inconcusamente demostrada como la inmortalidad del alma
y el retorno de los difuntos, pues en varias ocasiones le trajeron objetos
materiales desde largas distancias y recibió comunicaciones sobre asuntos de
excepcional importancia. Se extrañaba Deleuze de que los seres espirituales
pudieran transportar objetos materiales, y aunque menos intuitivo que Billot,
convenía con éste en que la cuestión del espiritismo no es de razones sino de
hechos.
OPINIÓN DEL
PROFESOR WAGNER
A
esta misma conclusión vino a parar el profesor Wagner de San Petersburgo ,
quien dice al refutar a su contrincante Shkliarevsky:
Mientras las manifestaciones espiritistas fueron
esporádicas y de poca importancia, pudimos engañarnos los científicos con las
hipótesis de la acción muscular inconsciente o de la cerebración también
inconsciente, y desdeñar todo lo demás como si fuesen artificios de
prestidigitación... Pero los fenómenos son ya demasiado sorprendentes y los
espíritus se muestran en formas materializadas que, cualquier escéptico como
vos mismo, puede palpar a su gusto y aún pesarlas y medirlas. No es posible
resistirnos a la evidencia por más tiempo, so pena de frisar con la locura.
Procurad, pues, convenceros humildemente de la posibilidad de hechos que
parecen imposibles.
El
médium es un sujeto magnetizado por el flujo de la luz astral, y de la
intensidad de este flujo y de las condiciones orgánicas del médium dependerá la
receptividad magnética de éste y su remanencia magnética, de la propia suerte
que el acero conserva la imanación por mucho más tiempo que el hierro, a pesar
de que el acero no es ni más ni menos que hierro carburizado. La receptividad
magnética del médium puede ser congénita o haberse educido por procedimientos
hipnóticos, por influencia de entidades psíquicas o también por esfuerzos de la
propia voluntad. Además, dicha receptividad parece tan hereditaria como otras
cualidades psíquicofísicas, pues los padres de la mayoría de los médiums
famosos manifestaron indicios de mediumnidad. Los sujetos hipnóticos se
transportan fácilmente a las más altas modalidades de clarividencia y
mediumnidad, según afirman de consuno los expertos hipnotizadores Gregory,
Deleuze, Puysegur, Du Potet y otros.
Respecto de la saturación magnética
por esfuerzo de la propia voluntad, basta atender a los relatos de los
sacerdotes japoneses, chinos, siameses, indos, tibetanos y egipcios, así como
de los místicos y ascetas del cristianismo, para convencernos de su realidad.
La dilatada persistencia en el propósito de subyugar la materia determina una
condición psíquicofísica enque, no sólo se anulan las sensaciones externas,
sino que puede quedar el cuerpo con apariencias de muerte. El éxtasis fortalece
de tal modo la voluntad, que el extático atrae a sí con la fuerza absorbente de
los vórtices las entidades moradoras en la luz astral, que acrecientan todavía
más su energía psíquica.
Los fenómenos hipnóticos no admiten
otra hipótesis explicativa que la proyección de una corriente magnética desde
el hipnotizador al sujeto; y por lo tanto, si la voluntad del primero es lo
suficientemente poderosa para proyectar dicha corriente, no le será difícil
invertir el sentido en que la dirige y atraerla hacia sí del depósito universal
como algunos suponen. Pero aun admitiendo que la corriente magnética tenga por
originario manantial el mismo cuerpo del hipnotizador, sin que pueda en
consecuencia atraerla de ningún punto externo, resultará que si es capaz de
engendrar fluido bastante para saturar al sujeto o el objeto sobre que lo
proyecte, tampoco ha de serle difícil proyectarla sobre sí mismo. Buchanan echa de ver que los movimientos del cuerpo están orientados por los órganos
frenológicos, y así la agresividad tiende a bajar y retroceder, mientras que la
firmeza retrocede elevándose y la esperanza se eleva adelantándose.
Los
ocultistas conocen tan bien este principio, que explican la involuntaria
levitación de sus cuerpos diciendo que al fijar el pensamiento en muy alto
punto, se satura el cuerpo de luz astral y sigue entonces la aspiración de la
mente y se eleva en el aire con tanta facilidad como un corcho retenido en el
fondo flota, una vez suelto, en la superficie del agua. La misma explicación
conviene al vértigo de las alturas y a la atracción del abismo, pues en estos
casos imaginamos temerosamente la caída, y el cuerpo propende a seguir la
dirección del pensamiento, a menos que se rompa el hechizo fascinador. Por esto
los niños cuya mente no está vigorizada todavía ni tienen experiencia de
semejantes accidentes, no muestran emoción alguna en igualdad de circunstancias.
EL MOVIMIENTO
CONTINUO
Tan por imposible como el movimiento
continuo tienen los científicos el elixir de larga vida que aseguraron los
filósofos herméticos haber descubierto, aprovechándose de él para prolongar su
existencia más allá de los ordinarios términos, e igualmente les parece quimera
la transmutación de los metales en oro y la eficacia del disolvente universal.
El movimiento continuo es para ellos una imposibilidad
física; el elixir de larga vida, una extravagancia fisiológica; y el
disolvente universal, un absurdo químico. A tanto llega el escepticismo de un
siglo que ha coronado con la cúpula del protoplasma el edificio de la filosofía
positivista.
Balfour Stewart considera “imposible el movimiento continuo mientras la ciencia no conozca acabadamente las leyes naturales de que todavía apenas sabe lo necesario para escudriñar el plan y sentir el espíritu de la naturaleza”. Si esta negación de Stewart no tiene mejor fundamento que la de su colega Babinet, fácil será rebatirla con sólo considerar que el universo es prueba convincente del movimiento continuo y no lo es menor la teoría atómica que ha venido a vigorizar las agotadas mentes de los investigadores científicos. El telescopio, al dilatar el espacio, y el microscopio, al revelar el diminuto mundo contenido en una gota de agua, han demostrado igualmente la continuidad del movimiento, y si como es arriba es también abajo, nadie se atreverá a negar la posibilidad de que cuando los científicos comprendan mejor la conservación de la energía y admitan las dos modalidades energéticas de los cabalistas, sean capaces de construir un mecanismo sin rozamientos, que por sí mismo resarza el consumo de energía.
Lo cierto es que el mecánico a quien se deba el hallazgo del movimiento continuo será capaz de comprender por analogía todos los secretos de la naturaleza, porque el progreso está en razón directa de la resistencia.
Lo mismo podemos decir del elixir de larga vida, de la vida física se entiende; pues el alma debe la inmortalidad a su divina unión con el inmortal espíritu. Pero el concepto de continuo o perpetuo no es equivalente al de infinito. Los cabalistas nunca afirmaron la posibilidad del movimiento interminable ni de la vida física sin fin. Según el axioma hermético, únicamente la Causa primera y sus directas emanaciones, nuestros espíritus son incorruptibles y eternos; pero por el conocimiento de algunas fuerzas naturales, todavía ocultas a las miradas de los materialistas, aseguran los herméticos que es posible prolongar indefinidamente el movimiento mecánico y la vida física.
La piedra filosofal tiene más de una significación relacionada con su misterioso origen. Dice sobre esto el profesor Wilder:
El estudio de la alquimia era más universal de lo que suponen algunos tratadistas y auxiliaba si acaso no se identificaba con las ocultas ciencias de magia, necromancia y astrología, tal vez porque en su origen todas eran modalidades del espiritualismo que siempre existió en la historia del género humano.
Lo
más sorprendente es que los mismos que consideran el cuerpo humano como una
“máquina de digerir” pongan objeciones a la idea de que esta máquina
funcionaría sin rozamientos si fuera posible lubrificar sus moléculas con un
equivalente de la metalina. Según el Génesis,
el cuerpo del hombre fue formado de barro o polvo de la tierra; pero esta
alegoría contradice a los modernos investigadores que afirman haber descubierto
los constituyentes inorgánicos del cuerpo humano. Si el autor del Génesis sabía esto y Aristóteles enseñó
la identidad del principio vital de plantas, animales y hombres, parece que
nuestra filiación de la madre tierra se estableció hace largo tiempo.
ELIXIR DE
LARGA VIDA
Elie de Beaumont ha reafirmado
recientemente la antigua doctrina de Hermes, según la cual tiene la tierra
circulación análoga a la de la sangre en el cuerpo humano. Pues si tan antigua
como el tiempo es la enseñanza de que la naturaleza absorbe continuamente del
depósito universal de energía la necesaria para reparar la consumida, ¿por qué
ha de ser el hijo diferente del padre?; ¿por qué no ha de poder el hombre, por
el descubrimiento de la fuente y naturaleza de esta restauradora energía,
extraer de la misma tierra el elixir o quintiesenciado jugo con que reparar sus
fuerzas? Tal pudo haber sido el
secreto de los alquimistas. Si se detiene la circulación de los fluidos
terrestres resultará estancamiento, podredumbre y muerte; si se detiene la
circulación de los humores en el cuerpo humano resultará la parálisis y demás
dolencias propias de la edad senil seguidas de muerte. Si los alquimistas
hubiesen descubierto alguna mixtura química de bastante eficacia para mantener
expeditos los sistemas vasculares ¿no lograran fácilmente todo lo demás?
Por otra parte, si las aguas que a flor de tierra manan de ciertas fuentes minerales tienen virtud curativa y restaurente, no será despropósito decir que si en las entrañas de la tierra pudiéramos recoger las primeras gotas destiladas en el alambique de la naturaleza, nos convenceríamos de que después de todo no era un mito la fuente de juventud. Afirma Jennings que algunos adeptos extraían el elixir de larga vida de los secretos laboratorios químicos de la naturaleza; y Roberto Boyle menciona un vino medicinal de propiedades cordiales, que el doctor Lefevre ensayó con admirable éxito en una anciana. La alquimia es tan antigua como la tradición. “El primer documento histórico que sobre el particular tenemos, dice Guillermo Godwin, es un edicto de Diocleciano (año 300 de la era cristiana), en el que mandaba entregar a las llamas cuantos tratados del arte de hacer oro y plata se encontraran en Egipto. Este edicto demuestra la antigüedad de dicho arte, entre cuyos más conspicuos adeptos cita la fábula de Salomón, Pitágoras y Hermes”.
Respecto al segundo agente alquímico, es decir el alkahest o disolvente universal, por cuya virtud se operaban las transmutaciones, ¿es idea tan absurda que no merezca la menor consideración en esta época de químicos descubrimiento? ¿Y qué valor daremos al histórico testimonio de alquimistas que fabricaron oro y lo pusieron en circulación? Prueba de ello nos dan Libavio, Gebero, Arnaldo, Tomás de Aquino, Bernardo Comes, Joannes, Penoto, el árabe Geber, patriarca de la alquimia europea, Eugenio Filaletes, Porta, Rubeo, Dornesio, Vogelio, Ireneo Filaletes y muchos otros alquimistas y herméticos medievales. ¿Habremos de tener por locos y visionarios a tan insignes eruditos, filósofos y sabios?
Por otra parte, si las aguas que a flor de tierra manan de ciertas fuentes minerales tienen virtud curativa y restaurente, no será despropósito decir que si en las entrañas de la tierra pudiéramos recoger las primeras gotas destiladas en el alambique de la naturaleza, nos convenceríamos de que después de todo no era un mito la fuente de juventud. Afirma Jennings que algunos adeptos extraían el elixir de larga vida de los secretos laboratorios químicos de la naturaleza; y Roberto Boyle menciona un vino medicinal de propiedades cordiales, que el doctor Lefevre ensayó con admirable éxito en una anciana. La alquimia es tan antigua como la tradición. “El primer documento histórico que sobre el particular tenemos, dice Guillermo Godwin, es un edicto de Diocleciano (año 300 de la era cristiana), en el que mandaba entregar a las llamas cuantos tratados del arte de hacer oro y plata se encontraran en Egipto. Este edicto demuestra la antigüedad de dicho arte, entre cuyos más conspicuos adeptos cita la fábula de Salomón, Pitágoras y Hermes”.
Respecto al segundo agente alquímico, es decir el alkahest o disolvente universal, por cuya virtud se operaban las transmutaciones, ¿es idea tan absurda que no merezca la menor consideración en esta época de químicos descubrimiento? ¿Y qué valor daremos al histórico testimonio de alquimistas que fabricaron oro y lo pusieron en circulación? Prueba de ello nos dan Libavio, Gebero, Arnaldo, Tomás de Aquino, Bernardo Comes, Joannes, Penoto, el árabe Geber, patriarca de la alquimia europea, Eugenio Filaletes, Porta, Rubeo, Dornesio, Vogelio, Ireneo Filaletes y muchos otros alquimistas y herméticos medievales. ¿Habremos de tener por locos y visionarios a tan insignes eruditos, filósofos y sabios?
Pico de la Mirándola, en su tratado: De Auro cita dieciocho casos en que personalmente presenció la obtención artificial de oro. Tomás Vaughan fue una vez a la tienda de un orfebre para vender oro por valor de 1.200 marcos; pero como el orfebre advirtiera suspicazmente que el oro era demasiado puro para proceder de una mina, huyó despavorido sin recoger siquiera el dinero que ya tenía dispuesto para el pago.
Según Marco Polo, en unas montañas
del Tíbet, a las que llama Chingintalas,
hay vetas de la misma substancia constitutiva de las salamandras. Dice sobre el
particular:
Porque en verdad, la salamandra no es ningún animal como se figuran las gentes, sino una substancia que se encuentra en la tierra... Un turco llamado Zurficar me dijo que durante tres años había estado en aquella comarca buscando salamandras para el gran Khan, y que para cogerlas cavaba en la montaña hasta encontrar cierta veta cuya substancia se dividía al machacarla en una especie de fibras por el estilo de las de la lana, que después de secas pueden batanearse, lavarse e hilarse para fabricar tejidos no muy blancos al principio, pero que después de echados al fuego y tenidos allí un rato aventajan a la misma nieve.
Esta
substancia mineral es el asbestos, según atestiguan varios autores, entre ellos el Rdo.
A. Williamson, quien dice que la hay en Shantung. Pero no tan sólo es materia textil, sino que también se extrae de él un aceite de propiedades verdaderamente extraordinarias cuyo secreto poseen algunos lamas tibetanos y adeptos indos. Al frotar el cuerpo con este aceite no deja señal ni mancha alguna, y aunque la parte frotada se friegue después con jabón y agua fría o caliente, no por ello pierde su virtud la untura, de modo que la persona así ungida puede permanecer impunemente entre el fuego más violento sin que, a menos de sofocarse, sufra daño alguno. Asimismo tiene dicho aceite la propiedad de que combinado con otra substancia (cuyo nombre no podemos revelar) y puesto después al relente de la luna en ciertas noches designadas por los astrólogos, engendra extraños seres que al principio parecen infusorios, pero que luego crecen y se desarrollan.
Hoy día es Cachemira la comarca en donde hay mayor número de magos místicos.
Las diversas sectas religiosas de este país son plantel de sabios y adeptos y siempre se les atribuyeron sobrenaturales poderes. Pero no todos los químicos modernos son tan dogmáticos que nieguen la posibilidad de transmutar los metales en oro. Peisse, Desprez y el mismo Luis Figuier que lo niega todo, están, según parece, muy lejos de tenerla por absurda. Sobre este particular dice Wilder:
A. Williamson, quien dice que la hay en Shantung. Pero no tan sólo es materia textil, sino que también se extrae de él un aceite de propiedades verdaderamente extraordinarias cuyo secreto poseen algunos lamas tibetanos y adeptos indos. Al frotar el cuerpo con este aceite no deja señal ni mancha alguna, y aunque la parte frotada se friegue después con jabón y agua fría o caliente, no por ello pierde su virtud la untura, de modo que la persona así ungida puede permanecer impunemente entre el fuego más violento sin que, a menos de sofocarse, sufra daño alguno. Asimismo tiene dicho aceite la propiedad de que combinado con otra substancia (cuyo nombre no podemos revelar) y puesto después al relente de la luna en ciertas noches designadas por los astrólogos, engendra extraños seres que al principio parecen infusorios, pero que luego crecen y se desarrollan.
Hoy día es Cachemira la comarca en donde hay mayor número de magos místicos.
Las diversas sectas religiosas de este país son plantel de sabios y adeptos y siempre se les atribuyeron sobrenaturales poderes. Pero no todos los químicos modernos son tan dogmáticos que nieguen la posibilidad de transmutar los metales en oro. Peisse, Desprez y el mismo Luis Figuier que lo niega todo, están, según parece, muy lejos de tenerla por absurda. Sobre este particular dice Wilder:
No consideran los físicos tan absurda como se ha
querido inferir la posibilidad de transmutar los elementos en la primaria forma
que se supone tuvieron en la masa ígnea, de cuyo enfriamiento resultó, según
los geólogos, la corteza terrestre. hay entre los metales analogías a veces tan
íntimas, que parecen señalarles idéntico origen. Por lo tanto, bien pudieron
los alquimistas haber dedicado su actividad a investigaciones de esta índole,
así como Lavoisier, Davy, Faraday y otros contemporáneos se han aplicado a
descubrir los misterios de la química.
TIERRA PREADÁMICA
Un erudito
teósofo norteamericano que ejerce la medicina y ha estudiado ciencias ocultas y
alquimia durante treinta años, logró reducir los elementos a su forma
originaria, obteniendo lo que llama “tierra preadámica”, porque da precipitado
térreo en el agua destilada que, cuando se agita, presenta vivos y opalescentes
colores.
Como si los alquimistas se divirtiesen con la ignorancia de los profanos, dicen que “el secreto de la obtención consiste en una amalgama de sal y azufre en triple combinación con el azoth después de sublimar y fijar por tres veces.
¡Qué ridículo absurdo!, exclamarán los químicos modernos. Pero los discípulos del insigne Hermes comprenden el significado de esta fórmula tan perfectamente como un alumno de química de la Universidad de Harvard entiende al catedrático, cuando por ejemplo éste le dice:
Con un grupo hidroxílico obtendremos únicamente
compuestos monoatómicos, con dos grupos hidroxílicos podremos formar en el
mismo núcleo combinaciones diatónicas; con tres grupos hidroílicos obtendremos
cuerpos triatómicos, entre los cuales se cuenta una substancia muy conocida, la
glicerina:
Él
alquimista dice por su parte:
Únete
a las cuatro letras del tetragrama dispuestas de la manera siguiente: Las
letras del nombre inefable están allí, aunque no las descubras a primera vista.
Contienen, cabalísticamente, el incomunicable axioma. A esto llaman mágico
arcano los maestros.
El
arcano es la cuarta emanación del akâsha, el principio de vida, que en su tercera transmutación está representado por el
ardiente sol, el ojo del mundo o de Osiris, como le llamaron los egipcios, que
vigila celosamente a su joven hija, esposa y hermana Isis, nuestra madre
tierra, de la que dice Hermes Trismegisto que “su padre es el sol y su madre la
luna”. Primero la atrae y acaricia y después la repele con proyectora fuerza.
Al estudiante hermético le toca vigilar sus movimientos y adueñarse de sus
corrientes sutiles para guiarlas y dirigirlas con auxilio del athanor o palanca de Arquímedes de los
alquimistas. ¿Qué es este misterioso athanor?
¿Pueden decírnoslo los físicos que diariamente lo ven y examinan? En verdad lo
ven; ¿pero entienden los secretos y cifrados caracteres que el divino dedo
trazó en las conchas del mar, en las hojas que tiemblan al beso de la brisa, en
el resplandeciente astro cuyos rayos son para ellos rayas más o menos luminosas
de hidrógeno?
EL SAGRADO
TETRAGRAMA
“Dios
es el gran geómetra” decía Platón. Dos mil años más tarde ha dicho
Oersted que “las leyes de la naturaleza son los pensamientos de Dios”. Y el
solitario estudiante de filosofía hermética sigue repitiendo: “Sus pensamientos
son inmutables y, por lo tanto, hemos de buscar la verdad en la perfecta
armonía y equilibrio de todas las cosas”. Partiendo de la indivisible Unidad,
advierte el estudiante hermético que de ella emanan dos fuerzas contrarias que
por medio de la primera actúan equilibradamente de modo que las tres se resumen
en una: la eterna Mónada pitagórica. El punto primordial es un círculo que se
transforma en cuaternario o cuadrado perfecto, en uno de cuyos cardinales
ángulos aparece una letra del mirífico nombre, el sagrado TETRAGRAMA. Son los
cuatro Buddhas que llegan y se van;
la Tetractys pitagórica absorbida por
el único y eterno No-Ser.
Lo que está abajo es como lo que está arriba y lo que
está arriba es como lo que está abajo para realizar las maravillas de una sola
cosa. Así como todas las cosas han sido producidas por mediación de un solo
ser, así también este ser produjo todas las cosas por adaptación.
Su padre es el sol; su madre, la luna.
Es causa de perfección en el universo mundo. Su poder es perfecto si se transmuta en tierra. Prudente y juiciosamente separa la tierra del fuego, lo sutil de lo grosero.
Sube sagazmente de la tierra al cielo y baja después del cielo a la tierra para unir el poder de las cosas superiores al de las inferiores. De este modo tendrás la luz del mundo entero y las tinieblas se alejarán de ti.
Esta cosa es más fuerte en la misma fortaleza, porque sobrepuja a las sutiles y penetra en las sólidas.
De ella fue formado el mundo.
Esta cosa a que misteriosamente aluden las máximas herméticas es el mágico agente del universo, la luz astral cuya correlación de fuerzas produce el alkahest, la piedra filosofal y el elixir de larga vida. Los filósofos herméticos daban a este mágico agente los nombres de: Azoth, Virgen Celeste, Magnes, Máximo y Anima Mundi. Las ciencias físicas lo conocen tan sólo por sus vibratorias modalidades de calor, luz, electricidad y magnetismo; pero como los científicos ignoran las propiedades espirituales y la oculta potencia que el éter entraña, niegan todo cuanto no comprenden. La ciencia explica al pormenor las cristalinas formas de los copos de nieve en variadísimos prismas exagonales de que nacen infinidad de tenuísimas agujas divergentes recíprocamente en ángulos de 60º; pero ¿es capaz la ciencia de explicar la causa de esa infinita variedad de formas delicadamente exquisitas cada una de las cuales es de por sí una perfectísima figura geométrica? Estas níveas formas que parecen flores y estrellas cuajadas, tal vez son (sépalo la ciencia materialista) lluvia de mensajes que desde los mundos superiores dejan caer manos espirituales para que aquí abajo los lean los ojos del espíritu.
La cruz filosófica extiende opuestamente sus brazos en las respectivas direcciones horizontal y perpendicular; esto es: la anchura y altura divididas por el divino geómetra en el punto de intersección. Esta cruz es a un tiempo mágico y científico cuaternario que el ocultista toma por base cuando está inscrita en el cuadrado perfecto. En su mística área se halla la clave de todas las ciencias así naturales como metafísicas. Es símbolo de la existencia humana porque los puntos de la cruz inscrita en el círculo señalan el nacimiento, la vida, la muerte y la INMORTALIDAD. Todas las cosas de este mundo son una trinidad complementada por el cuaternario y todo elemento es divisible con arreglo a este principio. La fisiología podrá dividir al hombre ad infinitum, como las ciencias físicas han subdividido los cuatro elementos primordiales en varios otros, pero no jamás podrá alterar ninguno de ellos. eL nacimiento, la vida y la muerte serán siempre una trinidad no completada hasta el término del ciclo. Aun cuando la ciencia llegase a mudar en aniquilación la ansiada inmortalidad, subsistiría el cuaternario, porque Dios geometriza. Y algún día podrá la alquimia hablar desembarazadamente de su sal, mercurio, azufre y azoth, así como de sus símbolos y miríficos caracteres, y decir con un químico moderno que “las fórmulas no son juego de la fantasía, pues en ellas está poderosamente justificada la posición de cada letra”.
TRANSMUTACIÓN DE
METALES
Sobre
la materia de que vamos tratando, dice Peisse:
Dos palabras acerca de la alquimia. ¿Qué debemos
pensar del arte hermético? ¿Cabe creer en la transmutación de los metales en
oro? Los positivistas, los despreocupados del siglo XIX saben muy bien que Luis
Figuier, doctor en ciencias y en medicina y catedrático de análisis químico de
la Escuela de Farmacia de París, vacila, duda y está indeciso en esta cuestión.
Conoce a varios alquimistas (pues sin duda los hay) que, apoyados en los
modernos descubrimientos de la química, y sobre todo en la teoría de los
equivalentes atómicos expuesta por Dumas, afirman que los metales no son
cuerpos simples o elementos en el riguroso sentido de la palabra y que en
consecuencia pueden obtenerse por descomposiciones químicas... Esto me mueve a
dar un paso adelante y a confesar ingenuamente que no me sorprendería de que
alguien hiciese oro.
Una sola pero suficiente razón daré de ello, y es que el oro no ha existido siempre, pues sin duda debió su formación a algún proceso químico o de otra índole en el seno de la materia ígnea del globo y quizás hay actualmente oro en vías de formación. Los supuestos elementos químicos son, con toda probabilidad, productos secundarios en la formación de la masa terrestre. así se ha demostrado respecto del agua que para los antiguos era uno de los más importantes elementos. Hoy día podemos hacer agua. ¿Por qué no podríamos hacer oro? El eminente experimentador Desprez ha logrado fabricar el diamante, y aunque este diamante sea un diamante científico, un diamante filosófico sin valor comercial acaso, no por ello flaquea mi posición dialéctica. Por otra parte, no se trata de simples conjeturas, pues todavía vive el adepto alquimista Teodoro Tiffereau, ex preparador de química en la Escuela Profesional Superior de Nantes, quien el año 1853 envió a las corporaciones científicas una comunicación en que subrayando las palabras decía: “He descubierto el procedimiento para obtener oro artificial. He obtenido oro”.
Una sola pero suficiente razón daré de ello, y es que el oro no ha existido siempre, pues sin duda debió su formación a algún proceso químico o de otra índole en el seno de la materia ígnea del globo y quizás hay actualmente oro en vías de formación. Los supuestos elementos químicos son, con toda probabilidad, productos secundarios en la formación de la masa terrestre. así se ha demostrado respecto del agua que para los antiguos era uno de los más importantes elementos. Hoy día podemos hacer agua. ¿Por qué no podríamos hacer oro? El eminente experimentador Desprez ha logrado fabricar el diamante, y aunque este diamante sea un diamante científico, un diamante filosófico sin valor comercial acaso, no por ello flaquea mi posición dialéctica. Por otra parte, no se trata de simples conjeturas, pues todavía vive el adepto alquimista Teodoro Tiffereau, ex preparador de química en la Escuela Profesional Superior de Nantes, quien el año 1853 envió a las corporaciones científicas una comunicación en que subrayando las palabras decía: “He descubierto el procedimiento para obtener oro artificial. He obtenido oro”.
El
cardenal de Rohán, la famosa víctima de la conspiración llamada del collar de
diamantes, aseguró que había visto cómo el conde de Cagliostro fabricaba oro y
diamantes. Suponemos que los partidarios de la hipótesis de Hunt no aceptarán
la de Peisse, pues opinan que los yacimientos metalíferos son efecto de la vida
orgánica. En consecuencia, nos atendremos a las enseñanzas de los filósofos
antiguos dejando que unos y otros disputen hasta conciliar sus divergencias de
modo que nos revelen la verdadera naturaleza del oro, diciéndonos si es
producto de la interna alquimia volcánica o filtrada secreción de la superficie
terrestre.
El profesor Balfour Stewart, a quien nadie se atreverá a calificar de retrógrado pues más fácil y frecuentemente que sus colegas admite los errores de la ciencia moderna, se muestra tan indeciso como otros en esta cuestión, diciendo que “la luz perpetua es tan sólo un nombre más del movimiento continuo y tan quimérica como éste, pues no disponemos de medio alguno para restaurar el consumo de combustible”. Añade Stewart que una luz perpetua ha de ser obra de mágico poder y, por lo tanto, no de esta tierra, en donde las modalidades de energía son transitorias; y al argumentar de esta suerte parece como si supusiera que los filósofos heméticos hubiesen afirmado que la luz perpetua fuese una de tantas luces terrestres producidas por la combustión de materias lucíferas. En este punto se han interpretado siempre torcidamente las ideas de los antiguos filósofos.
JUICIO SOBRE
LOS ANTIGUOS
Muchos hombres de talento, que en un
principio se aferraron a la incredulidad, advirtieron su error y mudaron de
opinión después de estudiar la doctrina secreta. Pero resulta evidente la
contradicción en que incurre Balfour Stewart cuando al comentar las máximas
filósoficas de Bacon, a quien llama patriarca de las ciencias experimentales,
dice que “es preciso ir con cautela antes
de menospreciar por inútil ninguna rama de conocimientos o modalidades de
pensar”, para salir después desechando por absolutamente imposibles las afirmaciones de los alquimistas. Según
Stewart, opinaba Aristóteles que la luz no es corpórea ni emanación de cuerpo
alguno, sino energía actual; y aunque reconoce la poderosa mentalidad de los
antiguos y su notorio genio, dice que flaqueaban en el conocimiento de las
ciencias físicas y, por consiguiente, no fueron prolíficas sus ideas. Pero Stewart olvida que Demócrito
estableció la teoría atómica muchos siglos antes de que la expusiera Dalton y
que los antiquísimos Oráculos caldeos y posteriormente Pitágoras enseñaron que
el éter es el agente universal.
Toda esta nuestra obra es una protesta contra el inicuo modo de juzgar a los antiguos cuyas ideas es preciso tener examinadas muy a fondo antes de criticarlas y convencerse por personal juicio de si se “acomodaban a los hechos”.
No hay necesidad de repetir, por haberlo dicho muchas veces, lo que todo científico debe saber, esto es, que la esencia de los conocimientos antiguos estaba en poder de los sacerdotes, quienes nunca confiaban su ciencia a la escritura, sino que la transmitían oralmente a los iniciados. Así pues, lo poco que referente al universo material y espiritual expusieron en sus tratados, no es bastante para que la posteridad pueda formar exacto juicio de su saber.
Por lo tanto, ¿quién de cuantos menosprecian la doctrina secreta por contraria a la filosofía e indigna de análisis científico, se atreverá a decir que ha estudiado a los antiguos y está al corriente de cuanto sabían? ¿Quién será capaz de afirmar con fundamento que sabe más que los antiguos porque los antiguos sabían muy poco si acaso sabían algo? La doctrina secreta abarca el alpha y el omega de la ciencia universal y en ella está la piedra angular y la clave de odos los conocimientos antiguos y modernos. Tan sólo esta doctrina, tildada de antifilosófica, encubre lo absoluto en la filosofía de los misteriosos problemas de la vida y de la muerte.
Dice
Paley que únicamente por sus efectos conocemos las fuerzas de la naturaleza.
Parafraseando este enunciado, diremos que únicamente por sus efectos conoce la
posteridad los capitales descubrimientos de los antiguos. Si un profano lee en
un tratado de alquimia las especulaciones de los rosacruces relativas al oro y
a la luz, le causarán sorpresa, por no entender poco ni mucho pasajes tan en
apariencia confusos como el siguiente:
El oro hermético es el producto de los rayos del sol o de luz invisible, mágicamente difundida por el cuerpo del mundo. La luz es oro sublimado y mágicamente extraído, por la imperceptible atracción estelar, de las profundidades de la materia. El oro es el depósito de la luz que de él mismo brota. La luz del mundo celeste es sutil, vaporosa, oro mágicamente sublimado o el espíritu de la llama. El oro atrae las naturalezas inferiores de los metales y con él las identifica por intensificación y multiplicación.
Sin
embargo, los hechos son hechos y podemos aplicar al ocultismo en general y a la
alquimia en particular lo que Billot dice respecto del espiritismo, conviene a
saber, que no es cuestión de opiniones
sino de hecho. Los cintíficos afirman
la imposibilidad de las lámparas
inextinguibles; pero no obstante, en toda época hubo y también hay en la
nuestra quienes encontraron brillantes lámparas perpetuas en bóvedas cerradas
hacía ya muchos siglos; y no falta quien posea el secreto de mantener vivas
estas luces por centenares de años. También los científicos califican de
charlatanería y farse el espiritismo antiguo y moderno, la magia y el
hipnotismo. Sin embargo, hay en el haz de la tierra ochocientos millones de
personas en su cabal juicio que creen en dichos fenómenos. ¿Quiénes son más
fidedignos? Dice Luciano que Demócrito no creía en milagros, pero se
esforzaba en descubrir el procedimiento empleado por los teurgos para
operarlos.
Esta opinión del “filósofo optimista” es de la mayor importancia para nosotros, puesto que fue discípulo de los magos establecidos en Abdera por Jerjes y además estudió durante muchos años magia entre los sacerdotes egipcios. De los ciento nueve años que vivió este filósofo, empleó noventa en experimentos, cuyos resultados fue anotando en un libro que, según Petronio, trataba de la naturaleza. Y además de negar Demócrito los milagros, afirmaba que cuantos fenómenos había presenciado personalmente, aun los más increíbles, eran efecto de ocultas leyes naturales.
Esta opinión del “filósofo optimista” es de la mayor importancia para nosotros, puesto que fue discípulo de los magos establecidos en Abdera por Jerjes y además estudió durante muchos años magia entre los sacerdotes egipcios. De los ciento nueve años que vivió este filósofo, empleó noventa en experimentos, cuyos resultados fue anotando en un libro que, según Petronio, trataba de la naturaleza. Y además de negar Demócrito los milagros, afirmaba que cuantos fenómenos había presenciado personalmente, aun los más increíbles, eran efecto de ocultas leyes naturales.
LOS LIBROS
DE EUCLIDES
Draper encomia a los
aristotélicos en menoscabo de los pitagóricos y platónicos, diciendo que nunca
se atreverá a negar nadie las proposiciones de Euclides. Sin embargo, verídicos
autores, entre ellos Lemprière, afirman que no todos los quince libros de los Elementos son de Euclides, sino que
éste, no obstante su talento geométrico, fue el primero que compiló en ordenación científica los teoremas y
demostraciones debidos a Pitágoras, Thales y Eudoxio, interpolando algunos
postulados de su invención. Si estos autores están en lo cierto, mayor gratitud
han de sentir los modernos hacia aquel sol de la ciencia metafísica que se
llamó Pitágoras, por haber salido de su escuela hombres como el universalmente
famoso geómetra y cosmógrafo Eratóstenes, el no menos célebre Arquímedes y aun
el mismo Ptolomeo, no obstante sus pertinaces errores. Sin la experimentación
científica de estos sabios y sin los fragmentos de sus obras que sirvieron de
base a las teorías de Galileo, los pontífices del siglo XIX tal vez se hallaran
todavía sujetos al yugo de la Iglesia y supeditados a la cosmogonía de San
Agustín y el venerable Beda, que consideraba la tierra como una majestuosa
llanura en cuyo torno volteaba la bóveda celeste.
Nuestro siglo parece condenado a humillantes confesiones. La ciudad italiana de Feltre erige un monumento en memoria de Pánfilo Castaldi, ilustre inventor de los caracteres movibles de imprenta, a quien, según reza la inscripción, rinde Italia este honroso tributo por largo tiempo diferido. Mas apenas levantada la estatua, aconseja el coronel Yule a los feltranos que la conviertan en honrosa cal, demostrándoles que, además de Marco Polo, muchos viajeros habían traído de China caracteres movibles de madera y libros impresos con ellos. En las imprentas de las lamacerías tibetanas hemos visto estos caracteres movibles que allí se conservan por curiosidad, pues son antiquísimos y se emplearon hasta los primeros tiempos del budismo tibetano, por lo que debieron conocerse en China mucho antes de la era cristiana.
Digno de meditación es el siguiente pasaje del profesor Roscoe:
Es preciso desarrollar con fruto las verdades
incipientes. No sabemos cómo ni cuándo,
pero ningún científico duda de que ha de llegar día en que la humanidad pueda
aprovecharse de los más recónditos secretos de la naturaleza. ¿Quién hubiera
vaticinado que el movimiento de las patas del cadáver de una rana al contacto
de dos metales distintos habría de llevarnos en pocos años al descubrimiento de
la telegrafía eléctrica?
EL RAYO
VIOLADO
Dice el mismo Roscoe que hallándose
en compañía de Kirchhoff y Bunsen, cuando estos dos insignes físicos
investigaban la naturaleza de las rayas de Fraunhoffer, les pasó a los tres
como un relámpago la idea de que hay
hierro en el sol. Esta es una prueba más que añadir a las muchas en pro de que
la mayor parte de los descubrimientos no son hijos del raciocinio, sino de la
intuición. El porvenir nos reserva no pocos relámpagos de esta índole.
Advirtamos que uno de los últimos descubrimientos de la ciencia moderna, el magnífico
espectro verde de la plata, no tiene nada de nuevo, pues no obstante “la
escasez e inferioridad de sus instrumentos ópticos” ya lo conocían los antiguos
químicos y físicos. Desde la época de Hermes estuvieron siempre asociados el
metal plata y el color verde. La luna o Astarté (plata hermética) es uno de los
símbolos capitales de los rosacruces. Dice un axioma hermético que “las
afinidades de la naturaleza son causa eficiente del esplendor y variedad de los
colores que están misteriosamente relacionados con los sonidos” los cabalistas
colocan la “naturaleza media” en directa conexión con la luna; y precisamente
la raya verde de la plata ocupa en el espectro el punto medio entre las demás.
Los sacerdotes egipcios cantaban en honor de Serapis un himno compuesto de las siete vocales, y al son de la séptima vocal y al séptimo rayo del sol naciente respondía la estatua de Memnon. Con esto coincide el naciente descubrimiento de las maravillosas propiedades del rayo violado, el séptimo del espectro prismático, que a todos supera en potencia química y corresponde a la séptima nota de la escala musical. La teoría de los rosacruces, que compara el universo con un instrumento musical, es análoga a la enseñanza pitagórica de la música de las esferas. Sonidos y colores son números espirituales; y así como los siete rayos prismáticos proceden de un punto de los cielos, así también las siete potestades de la naturaleza son cada una un número y las siete radiaciones de la Unidad o SOL céntrico y espiritual. ¡Feliz quien comprende los números espirituales y advierte su influencia!, exclama Platón. Y feliz, añadiríamos nosotros, quien en medio del laberinto de fuerzas correlacionadas descubre su origen en el invisible sol.
Los sacerdotes egipcios cantaban en honor de Serapis un himno compuesto de las siete vocales, y al son de la séptima vocal y al séptimo rayo del sol naciente respondía la estatua de Memnon. Con esto coincide el naciente descubrimiento de las maravillosas propiedades del rayo violado, el séptimo del espectro prismático, que a todos supera en potencia química y corresponde a la séptima nota de la escala musical. La teoría de los rosacruces, que compara el universo con un instrumento musical, es análoga a la enseñanza pitagórica de la música de las esferas. Sonidos y colores son números espirituales; y así como los siete rayos prismáticos proceden de un punto de los cielos, así también las siete potestades de la naturaleza son cada una un número y las siete radiaciones de la Unidad o SOL céntrico y espiritual. ¡Feliz quien comprende los números espirituales y advierte su influencia!, exclama Platón. Y feliz, añadiríamos nosotros, quien en medio del laberinto de fuerzas correlacionadas descubre su origen en el invisible sol.
Los experimentadores futuros lograrán la honra de demostrar que los sonidos musicales influyen maravillosamente en la lozanía de la vegetación. Y terminando el capítulo con esta quimera científica, pasaremos a recordarle al paciente lector algo que los antiguos sabían y que los modernos presumen saber.
BLAVATSKY
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