TEÓSOFOS. – nombre dado en el siglo XVI a los
discípulos de Paracelso, que también se llamaban philosophia per ignem (filósofos del fuego). Como los platónicos,
consideraban el alma (...) y el espíritu (...) partículas del gran Archos, o
chispas emitidas por el eterno océano de luz.
La
Sociedad Teosófica, a la que en prueba de cariñosa consideración está dedicada
esta obra, se fundó en Nueva York el año 1875 con objeto de estudiar
experimentalmente los poderes ocultos de la naturaleza y difundir por Occidente
el conocimiento de las religiones de Oriente al par que extender por los países
calificados de “gentiles e incultos” verídicos informes sobre el cristianismo,
sobre todo en las comarcas donde actúan los misioneros. A este propósito, la
Sociedad Teosófica se ha puesto en relación con varias asociaciones e
individuos de Oriente a quienes transmite informes auténticos de la conducta
del clero, cismas, herejías, controversias, disputas, revisiones e
interpretaciones de la Biblia, con otros datos publicados por la prensa
mundial. En los países cristianos se da por válido que el hinduismo, budismo y
sintoísmo han degradado y embrutecido a los pueblos orientales, y precisamente
en estos falsos informes se apoyan los misioneros para recabar pingües
subvenciones. La Sociedad Teosófica desea restablecer la justicia en este
punto, procurando que en todos los países de Oriente se conozca la verdad,
tergiversada y fingida por la parcialidad de los informes referentes a las
enseñanzas cristianas. También pudiéramos decir algo sobre la conducta de los
misioneros a cuantos contribuyen al sostenimiento de las misiones.
TEURGO.
– Palabra compuesta de ... (dios) y ... (obra). Jámblico fundó la primera
escuela experimental de teurgia entre los neoplatónicos alejandrinos, en los
albores del cristianismo; pero ya desde muy remotos tiempos se llamaban teurgos los sacerdotes egipcios, asirios
y babilonios que invocaban a los dioses en los Misterios con propósito de dar
manifestación visible a las entidades espirituales. Los teurgos conocían las
ciencias ocultas enseñadas en los templos. A los discípulos de la escuela
neoplatónica de Jámblico se les llamaba teurgos, porque practicaban la magia ceremonial
y evocaban los espíritus de los héroes, dioses y demonios ... (49). Cuando era
preciso que un espíritu se manifestase visible y tangiblemente, el teurgo había de suministrar de su propio cuerpo
la materia suficiente para la materialización, por el misterioso procedimiento
llamado theopoea, que conocen
perfectamente los fakires modernos y los brahmanes iniciados. Esto mismo dice
el Libro de las Evocaciones que se
conserva en las pagodas, como demostración de que los ritos y ceremonias de la
teurgia alejandrina eran idénticos a los de la antiquísima teurgia brahmánica.
Del Libro de las Evocaciones copiamos el
siguiente pasaje:
“El grihastha (brahmán evocador) ha de
purificarse de toda mancha antes de evocar a los pitris. Arregla el pebetero
con sándalo, incienso y otros perfumes para trazar los círculos mágicos que su
maestro le enseñara, y ahuyenta a los espíritus malignos. Hecho esto, detiene
la respiración y solicita la ayuda del fuego
para que disgregue su cuerpo”. Después pronuncia cierto número de veces la
palabra sagrada y “su alma sale del cuerpo, el cuerpo desaparece y el alma del
espíritu evocado, se infunde en el doble y lo anima”. Vuelve luego el alma del
grihastha a entrar en su cuerpo cuyas partículas sutiles se han agregado
nuevamente, después de formar con sus emanaciones un cuerpo áereo para la
manifestación del evocado espíritu.
El
cuerpo del pitri queda constituido de este modo por las más puras y tenues
partículas del cuerpo del evocador, y entonces puede éste, una vez cumplidas las
ceremonias del sacrificio, comunicarse verbalmente con las almas de los
difuntos y de los pitris y preguntarles acerca de los misterios del Ser y de
las transformaciones del imperecedero.
Antes de
salir del santuario ha de apagar el pebetero y otra vez encenderlo para poner
en libertad a los espíritus malignos que ahuyentó al trazar los círculos
mágicos. La escuela neoplatónica de Jámblico discrepaba de la de Plotino y
Porfirio en que si bien estos creían en la teurgia, repugnaban su práctica por
peligrosa.
Dice
Bulwer Lytton: “Tanto la magia blanca o teurgia,
como la negra o goética, estuvieron
en mucho predicamento durante el primer siglo de la era cristiana” (50). Los
filósofos cuya fama ha llegado hasta nuestros días sin la más tenue mancha,
nunca practicaron otra magia que la blanca o teúrgica.
A
este propósito, dice Porfirio: “El que conoce la naturaleza de las divinas y luminosas apariciones (...)
sabe cuánto importa abstenerse de comer aves (alimentación animal), sobre todo
para quienes anhelan libertarse de las cosas terrenas y reunirse con los dioses
celestiales (51). Aunque Porfirio repugnaba las prácticas teúrgicas, nos
cuenta, en su Vida de Plotino, que un
sacerdote egipcio materializó al demonio familiar, o como ahora se dice, ángel
custodio de Plotino, en presencia de éste y a instancias de un amigo suyo que,
según opina Taylor, sería tal vez el propio Porfirio.
En
definitiva, podemos dejar sentado que los teurgos evocan los espíritus de los
héroes y los dioses y obran otros prodigios por virtud sobrenatural.
YAJNA.
– Dicen los brahmanes que el Yajna
existe desde la eternidad y procede del Ser Supremo (Brahmâ-Prajapati), en quien está latente “sin principio”. Es el Yajna la clave de la traividya (ciencia tres veces sagrada),
que contiene los versículos del Rig Veda, donde se enseñan los yaajs (misterios del sacrificio). “El Yajna existe en todo tiempo tan
invisible como la energía almacenada en un acumulador eléctrico, cuya
actualización requiere únicamente el debido manejo del aparato. Suponen los
brahmanes que el Yajna se dilata
desde el ahavaniya (fuego del
sacrificio) hasta los cielos, en forma de puente o escala por la cual puede el
sacrificador comunicarse con el mundo espiritual y aun elevarse en vida hasta
las moradas de los dioses” (52).
El Yajna es una modalidad del akâsa, y para
actualizarla es preciso que el sacerdote pronuncie mentalmente la Palabra perdida bajo el impulso del poder de la voluntad.
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ADVERTENCIA.
– Conviene anteponer a la conclusión de este capítulo preliminar, unas cuantas
palabras explicativas del plan de la obra, que en modo alguno lleva por objeto
revolucionar el mundo científico ni tampoco imbuir en la mente del lector las
opiniones y juicios personales de la autora, sino que más bien es un compendio
de las religiones, filosofías y tradiciones del género humano en toda época, y
su exégesis desde el punto de vista de las enseñanzas esotéricas, que los
países cristianos no conocen ni siquiera en fragmentos que atestigüen su valía.
Los infortunados filósofos de la Edad Media fueron los últimos que publicaron
tratados sobre la doctrina secreta cuyo conocimiento asumían, y desde entonces,
poquísimos autores se han atrevido en sus obras a ponerse enfrente de los
prejuicios y arrostrar las persecuciones, pues tuvieron por norma no escribir
para el público, sino tan sólo para quienes poseyeran la clave de su lenguaje.
Pero como la muchedumbre del vulgo no comprendía sus enseñanzas, los motejó a todos ellos de charlatanes y
visionarios. De aquí el creciente desdén con que se ha venido mirando la
nobilísima ciencia del espíritu.
En lo
tocante a la pretendida infabilidad de la ciencia y teología, la autora se ha
visto en la precisión, aun a riesgo de parecer difusa, de comparar
repetidamente las ideas, conclusiones y alegatos de los científicos y teólogos
modernos con las de los antiguos filósofos y sacerdotes, porque la única manera
de fijar con certeza la prioridad de los descubrimientos científicos y de las
enseñanzas religiosas es yuxtaponer paralelamente las ideas más alejadas en el
tiempo. Para el presente etudio nos han servido de base los fracasos de la
ciencia moderna en sus investigaciones experimentales y la facilidad con que
los científicos eluden la explicación de cuantos fenómenos no les consiente
comprender su ignorancia de las leyes del mundo causal.
Como quiera que el estudio
de la psicología ha estado tan descuidado en occidente como atendido en
oriente, donde dicha ciencia ha llegado a una altura que pocos investigadores
europeos podrían alcanzar aunque allá mismo fueren a estudiarla, examinaremos
también la actitud en que conspicuas autoridades científicas se han colocado
respecto de los modernos fenómenos psíquicos que, desde Rochester, se han
difundido por el mundo entero. Queremos demostrar cuán inevitables fueron sus
numerosos fracasos y que reincidirán en ellos mientras no recurran a los
brahmanes y lamas del lejano oriente, en solicitud de que les enseñen el alfabeto de la verdadera ciencia. Ningún cargo
hacemos a los científicos que forzosamente no se infiera de sus propias
opiniones; y si nuestras citas y referencias de la antigua sabiduría les
despojan de laureles que creyeron bien ganados, no será culpa nuestra, sino de
la verdad. Ningún filósofo digno de este nombre es capaz de ufanarse con ajenos
merecimientos.
La
titánica lucha, hoy más empeñada que nunca, entre el materialismo y el
espiritualismo, nos ha determinado con preocupación constante a recopilar en
los capítulos de esta obra, como armas en arsenal, el mayor número posible de
hechos favorables al triunfo del espiritualismo.
El
materialismo de hoy, niño enfermizo y deforme, ha nacido del brutal ayer, y si
no le atajamos los pasos, podría erigirse en nuestro dueño. Es el materialismo
la bastarda progenie de la Revolución francesa, promovida por la mojigatería,
la intolerancia y las persecuciones religiosas. Para evitar que se amortigüen
las aspiraciones espirituales, que se desvanezca toda esperanza y se disipe la
intuición que tenemos de Dios y la vida futura, es preciso dejar en completa
desnudez la falsedad de la teología moderna y distinguir escrupulosamente entre
la religión divina y los dogmas humanos.
Nuestra
voz se levanta en pro de la libertad espiritual y en contra de toda tiranía
científica o teológica.
Hemos
de añadir ahora que en el transcurso de la obra llamaremos arcaica la época anterior a Pitágoras; antigua la comprendida entre Pitágoras y Mahoma; y medioeval la que transcurre entre Mahoma
y Lutero. Sin embargo, también llamaremos antigua la época prehistórica.
Fin de Ante el Velo.
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