Pocas palabras bastarán para evitar al lector la
confusión dimanante del uso frecuente de ciertos términos en sentido diverso
del acostumbrado. Deseamos no dar lugar a error ni falsedad. La Magia puede
tener para unos lectores una significación y distinta para otros. Nosotros le
daremos la significación que tiene para los sabios y prácticos orientales, y lo
mismo haremos respecto de las palabras ciencia
hermética, ocultismo, hierofante, adepto, brujo, etc., que por otra parte
son de fácil comprensión. Aunque las diferencias entre los términos sean
frecuentemente insignificantes, conviene saber su significado, que vamos a dar
por orden alfabético.
AKÂSA.
– Literalmente en sánscrito significa firmamento;
pero en su místico sentido, significa el cielo invisible, o, como dicen los brahmanes en el sacrificio del Soma (Gyotishtoma Agnishtoma), el dios Akâsa,
o dios Firmamento. De los Vedas se infiere que los indos de cincuenta siglos
atrás le atribuían las mismas propiedades que los lamas tibetanos de hoy,
quienes le consideran como fuente de vida, depósito de toda energía y propulsor
de todo cambio en la materia. En estado latente, coincide el Akâsa con nuestra
idea del éter universal; en estado de actividad, es el Dios omnipotente y
director de todo. En los sacrificios y misterios brahmánicos desempeña el papel
de Sadasya, o presidente de los mágicos efectos de las ceremonias religiosas, y
tiene su sacerdote propio (Hotar) que toma su nombre. Los sacerdotes de la
India y otros países eran antiguamente representantes en la tierra de distintos
dioses, y cada uno de ellos tomaba el nombre de la divinidad en cuyo nombre
obraba.
El
Akâsa es indispensable agente de toda krityâ
u operación mágica, ya religiosa, ya profana. La expresión brahmánica “excitar
el Brahmâ” (Brahmâ jinvati),
significa despertar el poder latente en el fondo de las operaciones mágicas,
pues los sacrificios védicos son magia ceremonial. Este poder del Akâsa o
electricidad oculta, el alkahest de los alquimistas o disolvente
universal, la misma anima mundi, como
luz astral. En el momento del sacrificio está embebida en el espíritu de Brahmâ
y mientras aquél se lleva a cabo es el mismo Brahmâ. Éste es evidentemente el
origen del dogma cristiano de la transubstanciación. En lo que se refiere a los
efectos generales del Akâsa, el autor de una de las obras más modernas de
filosofía oculta: Arte Mágico, da por
vez primera una muy inteligible e interesante explicación del Akâsa, en conexión
con los fenómenos atribuidos a su influencia por fakires y lamas.
ALMA.
– Es el nephesh de la Biblia; el
principio vital, el soplo de vida que todos los animales, incluso los
infusorios, comparten con el hombre. En las traducciones de la Biblia se interpreta
indistintamente por vida, sangre y alma. El texto original del Génesis dice:
“No matemos su nephesh” (25). Así en los demás pasajes.
ALQUIMISTAS.
– De Al y Chemi, el fuego o dios Kham de que tomó nombre el Egipto. Los
rosacruces medioevales como Roberto Fludd, Paracelso, Tomás Vaughan (Eugenio
Filaleteo), Van-Helmont y otros, fueron alquimistas que buscaban el espíritu oculto en la materia
inorgánica. Muchos han acusado a los alquimistas de charlatanería y presunción;
pero no cabe tratar de impostores y mucho menos de insensatos a hombres como
Rogerio Bacon, Agrippa, Enrique Kunrath, y el árabe Geber, el primero que
reveló en Europa algunos secretos químicos. Los sabios de hoy reedifican las
ciencias físicas sobre la base de la teoría atómica de Demócrito, restablecida
por John Dalton, sin recordar que Demócrito de Abdera era alquimista de talento
bastante para profundizar los secretos de la naturaleza y llegar a ser filósofo
hermético. Olaus Borrichias dice que el origen de la Alquimia se pierde en remotísimos
tiempos.
ANTROPOLOGÍA.
– La ciencia del hombre, subdividida en:
Fisiología, que descubre los misterios
de los órganos, y su funcionamiento en el hombre, animales y plantas.
Psicología, que estudia el alma como
entidad distinta del espíritu, en sus relaciones con el espíritu y con el
cuerpo. La ciencia moderna relaciona generalmente el alma con las condiciones
del sistema nervioso, sin atender a su esencia y naturaleza psíquica. Los
médicos llaman a la Psicología
ciencia de la locura, y en las escuelas de medicina dan el nombre de lunática a la cátedra de esta ciencia.
CALDEOS
o kasdimos. – Al principio una tribu
y después una casta de sabios cabalistas. Eran los sabios y magos de Babilonia,
astrólogos y adivinos. El famoso Hillel, precursor de Jesús en filosofía y
ética, era caldeo. Frank, en su Kabbala,
hace notar la estrecha semejanza de la “doctrina secreta” del Avesta, con la metafísica religiosa de
los caldeos.
DACTYLOS
(daktulos, dedo). – Nombre dado a los
sacerdotes consagrados al culto de Kybelê
(Cibeles). Algunos arqueólogos derivan este nombre de ..., dedo, porque los
dactylos eran diez, como los dedos de las manos, pero no consideramos correcta
esta hipótesis.
DEMIURGOS
o Demiurgo. – Artífice; el Poder Supremo que ha construido el universo. Los
francmasones derivan de esta palabra su frase de “Gran Arquitecto”. El
magistrado principal de algunas ciudades griegas llevaba este título.
DEMONIOS.
– Nombre dado en los pueblos antiguos, y especialmente por los filósofos
alejandrinos, a toda clase de espíritus, buenos y malos, humanos o de otra
naturaleza. Con frecuencia este nombre es sinónimo de dioses o ángeles; pero
algunos filósofos distinguen entre las diversas clases.
DERVICHES,
o “encantadores danzantes”. – Aparte de la austeridad de vida y de las
prácticas de oración y meditación, los santones mahometanos se parecen muy poco
a los fakires indos. Estos pueden llegar a ser sannyasis o santos mendicantes; los primeros jamás irán más allá de
las fases secundarias de las manifestaciones ocultas. El derviche puede ser
también potente hipnotizador, pero jamás se someterá voluntariamente a las
abominables y casi increíbles mortificaciones que el fakir se inflige con
creciente avidez hasta morir entre lentos y crueles tormentos. Las más horribles
operaciones, como desollarse vivo, cortarse los dedos de pies y manos,
amputarse las piernas, sacarse los ojos, enterrarse hasta el cuello y pasar así
muchos meses, son para ellos juegos de niños. Uno de los tormentos más
frecuentes es el tshiddy-parvâday
(26). Consiste en suspender al fakir de uno de los brazos movibles de una
especie de horca que suele verse en las cercanías de los templos. En el extremo
de cada uno de estos brazos, hay una polea a la que está arrollada una cuerda
con un garfio de hierro pendiente, que se clava en la desnuda espalda del
fakir, cuya sangre inunda el suelo, y levantado en alto se le hace girar
alrededor de la horca. Desde el primer momento de tan cruel operación, hasta
que por su propio peso el cuerpo cede rasgado por el garfio y cae sobre las
cabezas de la multitud, ni un solo músculo del rostro del fakir se contrae en
lo más mínimo y queda tan tranquilo, grave y reposado como si saliera de un
refrigerante baño. El fakir se goza en despreciar los mayores tormentos, porque
está convencido de que cuanto más mortifique su cuerpo material, más brillante
y santo será en cuerpo espiritual. El derviche no es capaz de infligirse tales
torturas.
DIOSES
PAGANOS. – El vulgo confunde lastimosamente los dioses con los ídolos del paganismo.
Sin embargo, el verdadero concepto expresado en la palabra dioses, nada tiene de objetivo ni antropomórfico, pues o bien se
refiere a las entidades planetarias y a los espíritus desencarnados de hombres
puros, o bien representa para los iniciados de todas las religiones y escuelas
la manifestación visible de una potestad ordinariamente invisible. Cada una de
estas ocultas potestades tenía por símbolo el dios bajo cuyo nombre se la
invocaba, de suerte que los múltiples dioses de los panteones indio, griego y
egipcio son sencillamente representaciones de las potestades invisibles del
universo. Cuando en los oficios religiosos invoca el brahmán a la diosa Aditya,
representación femenina del sol, actualiza la potencia del espíritu residente
en el sol mediante la palabra de poder (Vâch)
contenida en el mantra empleado en la invocación.
Las
potestades espirituales son los hotares
o vicarios del supremo Ser, mientras que a su vez el brahmán es, en el momento
de oficiar, el vicario o embajador en la tierra de la invocada potestad
celestial.
DRUIDAS.
– Casta sacerdotal que floreció en las Galias y gran Bretaña.
ESENIOS.
– De asa, el que sana. Secta de
judíos que, según Plinio, vivieron cerca del mar Muerto per millia soeculorum, durante miles de siglos. Han supuesto
algunos si serían fariseos ultrarradicales, y otros, lo que parece más cierto,
los tienen por descendientes de los benim-nabim
de la Biblia, o sean los kenitas y nazaritas. Tenían muchas ideas y prácticas
budistas, y es digno de mención que los sacerdotes de la Gran Madre en Éfeso, la Diana-Bhavanî de múltiples pechos, llevaban
también este nombre. Eusebio y De Quincey dicen que eran los cristianos
primitivos y esto es muy probable. El título de hermano, usado en la Iglesia primitiva, es de origen esenio.
Constituían una comunidad o koinobión
análoga a la de los primeros conventos. Conviene advertir que únicamente los
saduceos o zadokitas, la casta sacerdotal y sus partidarios, perseguían a los
cristianos, pues los fariseos eran por lo general indulgentes y con frecuencia
se declaraban a favor de aquéllos. Jaime el Justo fue fariseo hasta su muerte;
pero Pablo, o Aher, fue tenido por
hereje.
ESPÍRITU.
– Mucha confusión ha producido la discrepancia de los escritores en el empleo
de esta palabra, que por regla general se considera sinónima de alma, sin que
los lexicógrafos se preocupen de separar su respectiva acepción. Esto es
consecuencia natural de la ignorancia orriente, y de haber desdeñado la
distinción adoptada por los antiguos. Más adelante dilucidaremos la
importantísima diferencia entre espíritu
y alma. Baste decir, por ahora, que
el espíritu es el nous de Platón, el
principio inmortal, inmaterial, purísimo y divino del hombre, el coronamiento
de la tríada humana.
ESPÍRITUS
ELEMENTALES. – Criaturas que evolucionan en los cuatro reinos elementales de:
tierra, aire, fuego y agua. Los cabalistas los llaman respectivamente: gnomos,
sílfides, salamandras y ondinas. Podemos llamarlos fuerzas de la naturaleza,
como agentes serviles de la ley general, y también suelen valerse de ellos los
espíritus desencarnados, ya puros o impuros, los Adeptos encarnados, ya
blancos, ya negros, para producir los fenómenos que deseen. Los espíritus
elementales nunca llegan a ser hombres (27).
Bajo
la denominación general de hadas y duendes, los espíritus de los elementos
aparecen en los mitos, fábulas, tradiciones y poesías de todas las naciones
antiguas y modernas. Sus nombres son muchísimos: peris, devas, dijinos,
silvanos, sátiros, faunos, elfos, enanos, trasgos, espectros, sombras, duendes,
ondinas, salamandras, damas blancas, etc. Han sido vistos, temidos, bendecidos,
exorcizados e invocados en todo el mundo y en toda época. ¿Será posible que
estuvieran alucinados cuantos los vieron?
Los
elementales son los principales agentes de los espíritus desencarnados, y
aunque nunca aparecen en las sesiones, producen todos los fenómenos objetivos.
ESPÍRITUS
ELEMENTARIOS. – Propiamente hablando, son las almas desencarnadas de los
depravados que poco antes de la muerte se separaron de su divino espíritu y no
pueden aspirar a la inmortalidad. Eliphas Levi y otros cabalistas, apenas
distinguen entre los espíritus elementarios que fueron hombres, y los demás
seres que pueblan los elementos y son fuerzas ciegas de la naturaleza. Una vez
separadas del cuerpo estas almas (también llamadas cuerpos astrales) de
personas materializadas, quedan irresistiblemente atraídas a la tierra, donde
experimentan una vida temporal y finita en las condiciones que más armonizan
con su naturaleza inferior; y como durante la vida no cultivaron su
espiritualidad, sino que la subordinaron a lo material y grosero, son incapaces
de seguir el elevado camino del ser puro y desencarnado que se aleja de la
sofocante y mefítica atmósfera de la tierra. Después de un período de tiempo
más o menos largo, estas almas materiales empiezan a desintegrarse, hasta que,
a semejanza de la niebla, se disuelven, átomo por átomo, en los elementos
circundantes.
ETROBACIA.
– Nombre griego, que significa pasear o levantar en el aire; los espiritistas
modernos la llaman levitación. Puede
ser consciente o inconsciente. En el primer caso es magia; en el segundo,
desequilibrio, enfermedad o un poder cuya significación se dilucida en pocas
palabras.
En
un manuscrito siríaco, traducido por Malchus, alquimista del siglo XV, se lee
una explicación simbólica de la etrobacia con respecto a Simón el Mago. Dice
así:
“Simón,
con el rostro en tierra, murmuró: “¡Oh madre Tierra, ruégote me concedas algo
de tu aliento, y yo te daré el mío! ¡Suéltame,
oh madre, y llevaré tus palabras a las estrellas y fielmente volveré después a
ti!” y la tierra, vigorizando sin detrimento su condición, envió a su genio a
infundir algo de su aliento en Simón, mientras él respiraba en ella; y las estrellas se regocijaron a la vista del
Potente”.
Para
comprender esto, es preciso recordar que las electricidades del mismo signo se
repelen y las de signo contrario se atraen. “El más elemental conocimiento de
la química”, dice el profesor Crooke, “nos enseña que mientras los cuerpos de
opuesta naturaleza se combinan enérgicamente, apenas hay afinidad entre dos
metales o dos metaloides de propiedades análogas”.
La
tierra es un cuerpo magnético o un gran imán, como afirmó ya Paracelso hace 300
años. Está cargada de electricidad positiva, que genera continua y
espontáneamente en su centro de movimiento. Los cuerpos humanos y todos los
objetos materiales están cargados de electricidad negativa, lo cual equivale a
decir que los cuerpos orgánicos e inorgánicos generan y se cargan constante e
involuntariamente por sí mismos de electricidad contraria a la de la tierra.
Ahora bien: ¿qué es el peso? Sencillamente la atracción de la tierra. “Sin la
atracción de la tierra nada pesarían nuestros cuerpos”, dice el profesor
Stewart (28), “y si pesáramos doble, experimentaríamos doble atracción”. ¿Cómo
podemos librarnos de esta atracción? Según la ley antes enunciada, la atracción
de nuestro planeta retiene a los cuerpos en la superficie terrestre; pero ¿cómo
explicar que la ley de gravitación haya sido infringida muchas veces por
levitaciones de personas y objetos inanimados? La condición de nuestro sistema
fisiológico, al decir de los filósofos teúrgicos, depende en gran parte de
nuestra voluntad, que bien regulada puede operar entre otros “milagros” el
cambio de polaridad eléctrica, de negativa en positiva, de modo que el
imán-tierra repela el objeto o cuerpo y no ejerza la gravedad acción ninguna.
Será entonces tan natural para el hombre lanzarse al espacio, hasta que la
fuerza repulsiva pierda su eficacia, como antes permanecer sobre la tierra. La
elevación de su vuelo dependerá de la mayor o menor habilidad en cargar su
cuerpo de electricidad positiva. Obtenido este dominio sobre las fuerzas
físicas, la levitación es cosa tan sencilla como el respirar.
El
estudio de las enfermedades nerviosas ha demostrado que, tanto en el
sonambulismo ordinario, como en el hipnótico, parece disminuir el peso del
cuerpo. El profesor Perty cita el caso del sonámbulo Kochler, que flotaba sobre
el agua. La vidente de Prevost no podía permanecer sentada en la bañera, porque
sobrenadaba en el agua del baño. Dice además que Ana Fleiser, enferma de
epilepsia, se mantenía con frecuencia en el aire, según la vio varias veces el
superintendente del hospital, y en otra ocasión se levantó hasta más de dos
metros por encima de su cama, en presencia de testigos fidefignos, entre los
cuales había dos eclesiásticos. En su Historia
de las brujerías de Salem cita Uphame el caso parecido de Margarita Rule.
“La levitación, dice el profesor Perty, ocurre con mayor frecuencia en los
sujetos extáticos que en los sonámbulos”. Estamos acostumbrados a considerar la
gravitación como ley absoluta e inalterable, y nos parece inadmisible la idea
de una completa o parcial levitación que la contraríe. Sin embargo, en estos
fenómenos la gravitación queda anulada por fuerzas materiales. En muchas
enfermedades, como por ejemplo en las calenturas nerviosas, el peso del cuerpo
humano parece aumentar, pero en los éxtasis disminuye. Por lo tanto, pueden
haber fuerzas físicas contrarias a la gravedad.
La
revista de Madrid: Criterio Espiritista
cita el interesante caso de una joven labradora de cerca de Santiago, que se
suspendía en el aire al colocar horizontalmente sobre ella, a una distancia de
medio metro, dos barras de hierro magnetizadas.
Si los
médicos observasen a estos individuos levitados, verían que están electrizados
en el mismo signo que el suelo, el cual, según la ley de gravedad, debería
atraerlos, o al menos evitar su levitación. Y si los desequilibrios
físico-nerviosos o los éxtasis espirituales producen inconscientemente los
mismos efectos, tendremos que esta fuerza puede ser dirigida y regulada a
voluntad.
EVOLUCIÓN.
– Desarrollo de los órdenes de animales superiores procedentes de los
inferiores. La ciencia moderna sólo estudia la evolución física y nada sabe de
la espiritual, que obligaría a los contemporáneos a confesar su inferioridad
respecto de los antiguos filósofos y psicólogos. Los sabios de la antigüedad se
elevaban hasta el INCOGNOSCIBLE, para tomar por punto de partida la primera
manifestación del invisible, el inevitable, que por razonamiento estrictamente
lógico, es el Ser creador, necesario en absoluto, el Demiurgo del Universo. La
evolución comienza, según ellos, en el espíritu puro, que desciende
gradualmente hasta tomar forma visible y tangible de materia. Llegados a este
punto, discurren conforme a la teoría de Darwin, pero sobre más amplias y
extensas fases.
El Rig-Veda-Samhita (29) el libro más
antiguo del mundo, al que nuestros más prudentes eruditos asignan dos o tres
mil años de antigüedad sobre la era cristiana, dice en el “Himno de los
Marutes”:
“El No Ser y el Ser están en el supremo cielo, en la cuna de Daksha, en el regazo de Aditi”. (Mandala 1, versículo 166).
“
En la primera época de los dioses, el Ser (la Divinidad comprensible) nació del No-ser (la Divinidad incomprensible). Después nacieron las Regiones invisibles y de ellas, Uttânapada”.
En la primera época de los dioses, el Ser (la Divinidad comprensible) nació del No-ser (la Divinidad incomprensible). Después nacieron las Regiones invisibles y de ellas, Uttânapada”.
“De
Uttânapada nació la Tierra, y de ella las Regiones visibles. Daksha nació de
Aditi, y Aditi de Daksha”. (Ídem).
Aditi es el Infinito, y Daksha es daksha-pitarah, que significa literalmente el padre de los dioses; pero Max-Müller y Roth dicen que significa padres de la fuerza que “conservan, poseen y conceden las facultades”. De todos modos, es fácil ver que “Daksha, nacido de Aditi, y Aditi de Daksha”, significa lo que los modernos llaman “correlación de fuerzas”. Así se infiere del siguiente párrafao traducido por Müller:
“Considero a Agni como el origen de toda existencia, o padre de la fuerza” (III, 27, 2). Esta misma idea, clara y evidente, prevaleció en las doctrinas de los zoroastrianos, magos y filósofos del fuego de la Edad Media. Agni es el dios del fuego, del Éter Espiritual, la verdadera substancia de la esencia divina, del Dios Invisible presente en cada átomo de Su creación y llamado por los Rosacruces “Fuego Celestial”. Si cuidadosamente comparamos los versos de este mandala, uno de los cuales dice: “El Cielo es su padre, la Tierra su madre, Soma su hermano y Aditi su hermana” (I, 191, 6) (30) con la Tabla Esmeraldina de Hermes, hallaremos el mismo substrato metafísico y filosófico en idéntica doctrina.
“Como todas las cosas han sido producidas por medio de un Ser, así también todas las cosas han sido producidas de esta única cosa por adaptación: “Su padre es el sol; su madre la luna”... etc. Separa la tierra del fuego, lo sutil de lo grosero... Lo que he dicho sobre la operación del sol es compelto”. (Tabla Esmeraldina) (31).

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