EL HOMBRE SEGÚN
LOS EGIPCIOS
Sabido que Moisés era sacerdote egipcio, o por lo
menos que estaba iniciado en la doctrina esotérica, no es maravilla que dijese:
Y el señor me dio dos
tablas de piedra escritas con el dedo de Dios (63).
Y dio el Señor a
Moisés las dos tablas del testimonio, que eran de piedra, escritas con el dedo
de Dios (64).
La filosofía religiosa de los egipcios consideraba
en el hombre tres principios fundamentales: cuerpo, alma y espíritu; pero
además lo consideraban formado de seis elementos componentes, conviene a saber:
kha, cuerpo físico; khaba, cuerpo astral; ka, principio de vida o alma animal; akh, mente concreta; ba, alma superior; sah, principio cuyas funciones no comenzaban hasta después de la
muerte física.
Durante el
período de purificación, el alma visita con frecuencia el momificado cadáver de
su cuerpo físico, hasta que, ya purificada del todo, se absorbe en el Alma del
mundo, convirtiéndose en un dios menor subordinado al dios mayor Phtah (65), el
Demiurgo egipcio o Creador del mundo material, equivalente al Elohim bíblico.
Según el Ritual egipcio, el alma purificada y unida al superior e increado espíritu, queda más o menos
expuesta a la tenebrosa influencia del dragón Apofis. Si alcanzó el
conocimiento final de los misterios celestiales e infernales, es decir, la
gnosis consiguiente a su perfecta identidad con el espíritu, triunfará de sus
enemigos; de lo contrario, ha de quedar sujeta a la segunda muerte (66).
De conformidad con esta doctrina, dice
alegóricamente el evangelista San Juan:
Y el diablo que los
engañaba fue metido en el estanque de fuego y azufre... Y el infierno y la
muerte fueron arrojados en el estanque del fuego. Ésta es la muerte segunda
(67).
Esta segunda muerte es la desintegración paulatina
del cuerpo astral, cuya materia se restituye a su originario elemento, según
hemos expuesto ya repetidamente; pero puede eludirse tan terrible experiencia
por el conocimiento del Nombre misterioso,
llamado la Palabra por los cabalistas
(68).
Pero ¿qué castigo llevaba aparejada la negligencia
en el conocimiento de la Palabra? El hombre de pura y virtuosa vida no ha de
temer castigo alguno, pues tan sólo queda sujeto a una detención en el mundo
astral, hasta que esté bastante purificado para recibir la Palabra de su Señor
espiritual, perteneciente a la poderosa Hueste; pero si durante la vida
prevalece la naturaleza animal, queda el alma más o menos inconsciente del
espíritu, según el grado de sensibilidad cerebral y nerviosa, hasta que más o
menos tarde acaba por olvidarse de su divina misión en la tierra. Porque si a
manera del vurdalak o vampiro de la
leyenda servia, el cerebro se nutre y vigoriza a expensas del espíritu, la ya
semi-inconsciente alma queda embriagada con los vapores de la vida terrena,
pierde toda esperanza de redención y es incapaz de vislumbrar el brillo del
espíritu y de oír las admoniciones de su “ángel custodio”, de su “dios”.
Entonces convierte el alma sus anhelos a la mayor plenitud de la vida
terrestre, con lo que únicamente puede descubrir los misterios de la naturaleza
física. Todas sus penas y alegrías, esperanzas y temores se contraen a las
vicisitudes de la vida mundana y rechaza cuanto no puede percibir por sus
órganos de actuación sensoria. Poco a poco va muriendo el alma hasta su
completa aniquilación, lo cual ocurre a veces muchos años antes de morir el
cuerpo físico, en cuyo principio vital ha quedado ya absorbida el alma cuando
llega la hora de la muerte. El único residuo de la entidad humana en semejantes
circunstancias es un cadáver astral a manera de bruto o idiota, que impotente
para elevarse a más altas regiones, se disuelve en los elementos de la atmósfera
terrestre.
HOMBRES DESALMADOS
Los videntes, los justos, cuantos lograron el
supremo conocimiento del verdadero hombre, recibieron enseñanzas divinas en
sueños (69) o por otros medios de comunicación. Auxiliados por los espíritus
puros que moran en las regiones de eterna bienaventuranza, predijeron los
videntes el porvenir y previnieron a la humanidad contra futuras contingencias.
Aunque el escepticismo se burle de estas afirmaciones, están corroboradas por
la fe basada en el conocimiento espiritual.
En el ciclo que atravesamos menudean los casos de
muerte de almas y a cada punto tropezamos con gentes desalmadas. No es, por lo
tanto, extraño que Hegel y Schelling hayan fracasado en su tentativa de planear
un abstracto sistema metafísico, cuando hombres que de cultos se precian niegan
de plano contra toda evidencia los palpables fenómenos espiritistas que ocurren
todos los días y a toda hora. Si los materialistas niegan lo concreto, menos
dispuestos todavía estarán para aceptar lo abstracto.
Al comentar el Ritual
egipcio, dice Champollión (70) queen uno de los capítulos se leen
misteriosos diálogos entre el alma y diversas Potestades. Uno de estos diálogos
da valiosa prueba de la eficacia de la Palabra. La escena ocurre en la “Cámara
de las Dos Verdades”, cuyos diversos elementos constitutivos, tales como el
“Portal” y la “Cámara de la verdad”, se alegorizan prosopopéyicamente para
hablar con el alma que solicita entrada y todos se la niegan si no pronuncia
los nombres misteriosos. Ningún estudiante de esoterismo dejará de reconocer la
identidad de estos nombres del Ritual egipcio
con los de los Vedas, la Kábala y los últimos textos induístas.
Magos, cabalistas, místicos, neoplatónicos, teurgos
(71), samanos, brahamanes, budistas y lamas conocieron y confesaron en toda
época la potencia subyacente en estos varios nombres, cuya virtud dimana de la
única e inefable Palabra (72).
Los cabalistas relacionan misteriosamente la virtud
de la fe con esta Palabra, y lo mismo
hicieron los apóstoles, apoyados en las siguientes de Jesús:
Porque en verdad os
digo que si tuvierais fe, cuanto un grano de mostaza..., nada os será imposible
(73).
A lo que añade San Pablo:
Cerca está la palabra
en tu boca y en tu corazón. Ésta es la palabra de fe que predicamos (74).
Sin embargo, aparte de los iniciados, ¿quién puede
envanecerse de conocer su verdadero significado?
Lo mismo que en la antigüedad, es necesaria la fe para creer en los milagros bíblicos;
mas para operarlos es indispensable el conocimiento esotérico de la Palabra. El
doctor Farrar y el canónigo Westcott dicen a una voz que si Cristo no hubiese
obrado milagros no serían los evangelios dignos de fe; pero aun suponiendo que
los obrase, ¿fuera prueba bastante para creer en relatos no escritos de su mano
ni dictados por él? Por otra parte, semejante argumento podría aducirse con
igual valía para demostrar que los milagros obrados por taumaturgos de religión
distinta a la cristiana atestiguan la veracidad de sus respectivas Escrituras,
con lo que se viene a reconocer la igualdad entre los libros canónicos del
cristianismo y del budismo, pues también estos relatan estupendos prodigios.
Además, la razón de que ya no haya taumaturgos cristianos es que han perdido la
Palabra; pero si los viajeros no se han puesto de acuerdo para mentir en este
punto, hay lamas tibetanos y talapines siameses muy capaces de obrar prodigios
mucho mayores que los del Nuevo
Testamento, sin atribuirlos a permisión divina ni a quebranto de las leyes
naturales. El cristianismo contemporáneo da pruebas de estar tan mortecino en
la fe como en las obras, mientras que el budismo rebosa de vida y la demuestra
en obras.
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