miércoles, 26 de febrero de 2014

El Hombre segun los Egipcios- Isis sin Velo Tomo IV.



EL  HOMBRE  SEGÚN  LOS  EGIPCIOS


Sabido que Moisés era sacerdote egipcio, o por lo menos que estaba iniciado en la doctrina esotérica, no es maravilla que dijese:

Y el señor me dio dos tablas de piedra escritas con el dedo de Dios (63).
Y dio el Señor a Moisés las dos tablas del testimonio, que eran de piedra, escritas con el dedo de Dios (64).

La filosofía religiosa de los egipcios consideraba en el hombre tres principios fundamentales: cuerpo, alma y espíritu; pero además lo consideraban formado de seis elementos componentes, conviene a saber: kha, cuerpo físico; khaba, cuerpo astral; ka, principio de vida o alma animal; akh, mente concreta; ba, alma superior; sah, principio cuyas funciones no comenzaban hasta después de la muerte física.
 Durante el período de purificación, el alma visita con frecuencia el momificado cadáver de su cuerpo físico, hasta que, ya purificada del todo, se absorbe en el Alma del mundo, convirtiéndose en un dios menor subordinado al dios mayor Phtah (65), el Demiurgo egipcio o Creador del mundo material, equivalente al Elohim bíblico. Según el Ritual egipcio, el alma purificada y unida al superior e increado espíritu, queda más o menos expuesta a la tenebrosa influencia del dragón Apofis. Si alcanzó el conocimiento final de los misterios celestiales e infernales, es decir, la gnosis consiguiente a su perfecta identidad con el espíritu, triunfará de sus enemigos; de lo contrario, ha de quedar sujeta a la segunda muerte (66).
De conformidad con esta doctrina, dice alegóricamente el evangelista San Juan:

Y el diablo que los engañaba fue metido en el estanque de fuego y azufre... Y el infierno y la muerte fueron arrojados en el estanque del fuego. Ésta es la muerte segunda (67).

Esta segunda muerte es la desintegración paulatina del cuerpo astral, cuya materia se restituye a su originario elemento, según hemos expuesto ya repetidamente; pero puede eludirse tan terrible experiencia por el conocimiento del Nombre misterioso, llamado la Palabra por los cabalistas (68).
Pero ¿qué castigo llevaba aparejada la negligencia en el conocimiento de la Palabra? El hombre de pura y virtuosa vida no ha de temer castigo alguno, pues tan sólo queda sujeto a una detención en el mundo astral, hasta que esté bastante purificado para recibir la Palabra de su Señor espiritual, perteneciente a la poderosa Hueste; pero si durante la vida prevalece la naturaleza animal, queda el alma más o menos inconsciente del espíritu, según el grado de sensibilidad cerebral y nerviosa, hasta que más o menos tarde acaba por olvidarse de su divina misión en la tierra. Porque si a manera del vurdalak o vampiro de la leyenda servia, el cerebro se nutre y vigoriza a expensas del espíritu, la ya semi-inconsciente alma queda embriagada con los vapores de la vida terrena, pierde toda esperanza de redención y es incapaz de vislumbrar el brillo del espíritu y de oír las admoniciones de su “ángel custodio”, de su “dios”. Entonces convierte el alma sus anhelos a la mayor plenitud de la vida terrestre, con lo que únicamente puede descubrir los misterios de la naturaleza física. Todas sus penas y alegrías, esperanzas y temores se contraen a las vicisitudes de la vida mundana y rechaza cuanto no puede percibir por sus órganos de actuación sensoria. Poco a poco va muriendo el alma hasta su completa aniquilación, lo cual ocurre a veces muchos años antes de morir el cuerpo físico, en cuyo principio vital ha quedado ya absorbida el alma cuando llega la hora de la muerte. El único residuo de la entidad humana en semejantes circunstancias es un cadáver astral a manera de bruto o idiota, que impotente para elevarse a más altas regiones, se disuelve en los elementos de la atmósfera terrestre.

HOMBRES  DESALMADOS


Los videntes, los justos, cuantos lograron el supremo conocimiento del verdadero hombre, recibieron enseñanzas divinas en sueños (69) o por otros medios de comunicación. Auxiliados por los espíritus puros que moran en las regiones de eterna bienaventuranza, predijeron los videntes el porvenir y previnieron a la humanidad contra futuras contingencias. Aunque el escepticismo se burle de estas afirmaciones, están corroboradas por la fe basada en el conocimiento espiritual.
En el ciclo que atravesamos menudean los casos de muerte de almas y a cada punto tropezamos con gentes desalmadas. No es, por lo tanto, extraño que Hegel y Schelling hayan fracasado en su tentativa de planear un abstracto sistema metafísico, cuando hombres que de cultos se precian niegan de plano contra toda evidencia los palpables fenómenos espiritistas que ocurren todos los días y a toda hora. Si los materialistas niegan lo concreto, menos dispuestos todavía estarán para aceptar lo abstracto.
Al comentar el Ritual egipcio, dice Champollión (70) queen uno de los capítulos se leen misteriosos diálogos entre el alma y diversas Potestades. Uno de estos diálogos da valiosa prueba de la eficacia de la Palabra. La escena ocurre en la “Cámara de las Dos Verdades”, cuyos diversos elementos constitutivos, tales como el “Portal” y la “Cámara de la verdad”, se alegorizan prosopopéyicamente para hablar con el alma que solicita entrada y todos se la niegan si no pronuncia los nombres misteriosos. Ningún estudiante de esoterismo dejará de reconocer la identidad de estos nombres del Ritual egipcio con los de los Vedas, la Kábala y los últimos textos induístas.
Magos, cabalistas, místicos, neoplatónicos, teurgos (71), samanos, brahamanes, budistas y lamas conocieron y confesaron en toda época la potencia subyacente en estos varios nombres, cuya virtud dimana de la única e inefable Palabra (72).
Los cabalistas relacionan misteriosamente la virtud de la fe con esta Palabra, y lo mismo hicieron los apóstoles, apoyados en las siguientes de Jesús:
Porque en verdad os digo que si tuvierais fe, cuanto un grano de mostaza..., nada os será imposible (73).

A lo que añade San Pablo:

Cerca está la palabra en tu boca y en tu corazón. Ésta es la palabra de fe que predicamos (74).

Sin embargo, aparte de los iniciados, ¿quién puede envanecerse de conocer su verdadero significado?

Lo mismo que en la antigüedad, es necesaria la fe para creer en los milagros bíblicos; mas para operarlos es indispensable el conocimiento esotérico de la Palabra. El doctor Farrar y el canónigo Westcott dicen a una voz que si Cristo no hubiese obrado milagros no serían los evangelios dignos de fe; pero aun suponiendo que los obrase, ¿fuera prueba bastante para creer en relatos no escritos de su mano ni dictados por él? Por otra parte, semejante argumento podría aducirse con igual valía para demostrar que los milagros obrados por taumaturgos de religión distinta a la cristiana atestiguan la veracidad de sus respectivas Escrituras, con lo que se viene a reconocer la igualdad entre los libros canónicos del cristianismo y del budismo, pues también estos relatan estupendos prodigios. Además, la razón de que ya no haya taumaturgos cristianos es que han perdido la Palabra; pero si los viajeros no se han puesto de acuerdo para mentir en este punto, hay lamas tibetanos y talapines siameses muy capaces de obrar prodigios mucho mayores que los del Nuevo Testamento, sin atribuirlos a permisión divina ni a quebranto de las leyes naturales. El cristianismo contemporáneo da pruebas de estar tan mortecino en la fe como en las obras, mientras que el budismo rebosa de vida y la demuestra en obras.

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