lunes, 3 de marzo de 2014

ISIS SIN VELO CAPITULO I (Tercera Parte)



INVESTIGACIONES GEOMÉTRICAS


            Respecto a la eficacia de las investigaciones geométricas, ya no han de contraerse los estudiantes de ocultismo a nuevas conjeturas, sino que pueden seguir la orientación señalada en nuestros días por el insigne geómetra norteamericano Jorge Felt, quien apoyado en los antecedentes sentados por los antiguos egipcios, ha inferido las siguientes consecuencias:
            1ª  Determinar el diagrama fundamental de la geometría plana y del espacio.
            2ª  Establecer proporciones aritméticas en forma geométrica.
            3ª  Inferir la norma geométrica que de tan maravillosa y exacta manera siguieron los egipcios en todas sus construcciones arquitectónicas y escultóricas.
            4ª  Comprobar que de esta misma norma geométrica se valieron los egipcios para los cómputos astronómicos sobre que fundaron casi todo su simbolismo religioso.
            5ª  Descubrir las huellas de la norma geométrica de los egipcios en el arte y arquitectura de Grecia y en las Escrituras hebreas, cuya derivación egipcia resulta de ello evidente.
            6ª  Demostrar que después de investigar durante miles de años las leyes de la naturaleza, llegaron los egipcios a conocer el sistema del universo.
            7ª  Determinar con toda precisión problemas de fisiología, hasta hoy tan sólo sospechados.
            8ª  Que la primitiva ciencia y la primitiva religión, que serán también las últimas, estuvieron comprendidas en la filosofía masónica.
           
A esto podemos añadir por testimonio ocular que los escultores y arquitectos egipcios no forjaban en el yunque de su fantasía las admirables estatuas de sus templos, sino que de modelo les servían las “invisibles entidades del aire” y otros reinos de la naturaleza, cuya visión atribuían ellos, como atribuye también Felt, a la eficacia de alquímicos y cabalísticos procedimientos. Schweigger demuestra el fundamento científico de todos los símbolos mitológicos (31).
            
El descubrimiento de las energías electromagnéticas ha permitido a hipnotólogos tan eminentes como Ennemoser, Schweigger y Bart, en Alemania, Du Potet, en Francia, y Regazzoni, en Italia, señalar casi exactamente la analogía entre los mitos divinos y las energías naturales. El dedo ideico, que tanta importancia tuvo en la magia médica, significa un dedo de hierro, atraído y repelido alternativamente por las fuerzas magnéticas. En Samotracia se empleó con admirables resultados en la curación de enfermedades orgánicas.
          
  Bart aventaja a Schweigger en la interpretación de los mitos antiguos que estudia bajo el doble aspecto espiritual y físico. Trata extensamente de los teurgos, cabires y dáctilos, de Frigia, que fueron magos saludadores. A este propósito, dice: “Cuando tratamos de la estrecha relación entre los dáctilos y las fuerzas magnéticas, no nos referimos tan sólo a la piedra imán y a nuestro concepto de la naturaleza, sino que consideramos el magnetismo en conjunto. Así se comprende cómo los iniciados que se dieron el nombre de dáctilos asombraran a las gentes con sus artes mágicas y realizaran prodigiosas curaciones. A esto añadieron la preceptuación del cultivo de la tierra, la práctica de la moral, el fomento de las ciencias y de las artes, las enseñanzas de los Misterios y las consagraciones secretas. Si todo esto llevaron a cabo los sacerdotes cabires, ¿no recibirían auxilio y guía de los misteriosos espíritus de la naturaleza? (32) De la misma opinión es Schweigger, quien demuestra que los antiguos fenómenos teúrgicos derivaban de fuerzas magnéticas “guiadas por los espíritus”.

 

SIGNIFICADO DE LOS SÍMBOLOS


            No obstante su aparente politeísmo, los antiguos, por lo menos los de las clases ilustradas, eran ya monoteístas muchísimos siglos antes de Moisés. Así lo comprueba el siguiente pasaje entresacado de la primera hoja del Papiro de Ebers: “De Heliópolis vine con los magnates de Hetaat, los Señores de Protección, los dueños de la eternidad y de la salvación. De Sais vine con la Diosa-Madre que me otorgó su protección. El Señor del Universo me enseñó a librar a los dioses de toda enfermedad mortal”. Conviene advertir que los antiguos daban título de dioses a los hombres eminentes, y por lo tanto, la divinización de los mortales y considerarlos como dioses no prueba que fuesen politeístas, de la propia suerte que tampoco sería justo calificar de politeístas a los cristianos porque veneran las imágenes de sus santos. Los norteamericanos de hoy día no merecen ciertamente que de aquí a tres mil años les tilde la posteridad de idólatras, por haber levantado estatuas a Washington. 

Tan secreta era la filosofía hermética, que a Volney le pareció que los antiguos adoraban como divinidades los símbolos materiales y groseros, siendo así que eran meras representaciones de principios esótericos. También Dupuis, no obstante haber estudiado detenidamente este problema, equivoca la significación de los símbolos religiosos y los atribuye exclusivamente a la astronomía. Eberhart y otros autores alemanes de los siglos XVIII y XIX tratan de la magia con menores escrúpulos y la derivan de los mitos platónicos del Timeo. Pero ¿cómo era posible que estos eruditos, sin la agudísima intuición de un Champollión, descubrieran el significado esotérico de cuanto el velo de Isis no dejaba traslucir sino a los adeptos? Nadie regatea la valía de Champollión como egiptólogo.

 A su juicio, todo comprueba que los antiguos egipcios fueron esencialmente monoteístas, y gracias a sus indagaciones está demostrada en los más nimios pormenores la exactitud de los escritos de Hermes Trismegisto, cuya antigüedad se pierde en la noche de los tiempos. Sobre ello dice también Ennemoser: “Herodoto, Tales, Parménides, Empédocles, Orfeo y Pitágoras aprendieron en Egipto y demás países orientales filosofía natural y teología”. Por nuestra parte recordaremos que en Egipto se instruyó Moisés y pasó Jesús los años de su primera juventud.
           
En aquel país se daban cita todos los estudiantes del mundo conocido antes de la fundación de Alejandría. A este propósito, pregunta Ennemoser: ¿Por qué se sabe tan poco de los Misterios al cabo de tanto tiempo y a través de tantos países? Por el universal y riguroso sigilo de los iniciados, aunque igualmente puede atribuirse a la pérdida de las obras esotéricas de la más remota antigüedad. Los libros de Numa, encontrados en la tumba de este monarca y descritos por Tito Livio, trataban de filosofía natural, pero se mantuvieron en secreto a fin de no divulgar los misterios de la religión dominante. El senado romano y los tribunos del pueblo mandaron quemarlos en público” (33).
          
  La magia era una ciencia divina cuyo conocimiento conducía a la participación en los atributos de la misma Divinidad. Dice Filo Judeo que “descubre los secretos de la naturaleza y facilita la contemplación de los poderes celestes” (34). 

Con el tiempo degeneró por abuso en hechicería y se atrajo la animadversión general; pero nosotros hemos de considerarla tal como fue en los tiempos de su pureza, cuando las religiones se fundaban en el conocimiento de las fuerzas ocultas de la naturaleza. En Persia no introdujeron la magia los sacerdotes, como vulgarmente se cree, sino los magos, cuyo nombre indica la procedencia. Los mobedos o sacerdotes parsis, los antiguos géberes, se llaman hoy día magois en dialecto pehlvi (35). La magia es coetánea de las primeras razas humanas. Casiano menciona un tratado de magia muy conocido en los siglos IV y V que, según tradición, lo recibió Cam, hijo de Noé, de manos de Jared, cuarto nieto de Seth, hijo de Adán (36).
            
Moisés fue deudor de sus conocimientos a la iniciada Batria, esposa del Faraón y madre de la princesa egipcia Termutis, que lo salvó de las aguas del Nilo (37). De él dicen las escrituras cristianas: “Y fue Moisés instruido en toda la sabiduría de los egipcios y era poderoso en palabras y obras” (38). Justino Mártir, apoyado en la autoridad de Trogo Pompeyo, afirma que José, hijo de Jacob, aprendió muchas artes mágicas de los sacerdotes egipcios (39).

SABIDURÍA DE LOS ANTIGUOS


            En determinadas ramas de la ciencia, sabían los antiguos más de lo que hasta ahora han descubierto los modernos. Aunque muchos repugnen confesarlo, así lo reconocen algunos sabios. El doctor A. Todd Thomson, que publicó la obra Ciencias ocultas, escrita por Salverte, dice a este propósito: “Los conocimientos científicos de los primitivos tiempos de la sociedad humana eran mucho mayores de lo que los modernos suponen, pero estaban cuidadosamente velados en los templos a los ojos del vulgo y tan sólo a disposición de los sacerdotes”. Al tratar de la cábala, dice Baader que “no sólo debemos a los judíos la ciencia sagrada, sino también la profana”.
            
Orígenes, discípulo de escuela platónica de Alejandría, afirma que además de la doctrina enseñada por Moisés al pueblo en general, reveló a los setenta ancianos algunas “verdades ocultas de la ley” con mandato de no transmitirlas más que a los merecedores de conocerlas.
           
San Jerónimo dice que los judíos de Tiberíades y Lida eran singulares maestros en hermenéutica mística. Por último, Ennemoser se muestra firmemente convencido de que las obras del areopagita Dionisio están inspiradas en la cábala hebrea, lo cual nada tiene de extraño si consideramos que los agnósticos o cristianos primitivos fueron continuadores, con distinto nombre, de la escuela de los esenios. Molitor reivindica la cábala hebrea y dice sobre este punto: “Ha pasado ya el tiempo en que la teología y las ciencias eran esclavas de la vulgaridad y la incongruencia; pero como el racionalismo revolucionario no ha dejado otro rastro que su propia ineficacia con estropeamiento de las verdades positivas, hora es de reconvertir la mente a la misteriosa revelación de donde, como de vivo manantial, brota nuestra salvación... los antiguos misterios de Israel, que contienen todos los secretos de hoy, debieran servir para establecer la teología sobre profundos principios teosóficos y dar base firme a las ciencias especulativas. 

De esta suerte se abrirían nuevos caminos en el laberinto de mitos, símbolos y organización política de las sociedades primitivas. Las tradiciones antiguas encierran el método de enseñanza seguido en las escuelas de profetas que Samuel no fundó, sino que tan sólo restauró, y cuyo objeto era instruir a los candidatos en conocimientos que les hicieran dignos de la iniciación en los Misterios mayores, una de cuyas enseñanzas era la magia distintamente seprada en dos opuestos linajes: la blanca o divina y la negra o diabólica. Cada una de estas ramas se subdivide a su vez en dos modalidades: activa y contemplativa. Por la magia divina se relaciona el hombre con el mundo para conocer las cosas ocultas y realizar buenas obras. Por la magia diabólica se esfuerza el hombre en adquirir dominio sobre los espíritus y perpetrar diabólicas fechorías y delitos de lesa naturaleza” (40).
           
El clero de las tres principales iglesias cristianas, lagriega, la romana y la protestante, se desconcierta ante los fenómenos espiritistas producidos por los médiums. Todavía no hace mucho tiempo, papistas y protestantes condenaban a la hoguera y a la horca, o cuando no, mandaban asesinar a los infelices médiums por cuyo organismo se comunicaban las entidades astrales y a veces las desconocidas fuerzas de la naturaleza. En esta persecución sobresalía la iglesia romana, cuyas manos están tintas en sangre de inocentes víctimas sacrificadas a un Moloch implacable, que tal parece el Dios de sus creencias. Ansía la iglesia romana reanudar tan cruenta labor, pero la ligan de pies y manos el espíritu del siglo y el universal sentimiento de libertad religiosa contra el que diariamente prorrumpe en invectivas.

 La iglesia griega es, por el contrario, de benigna condición y más conforme con las enseñanzas de Cristo por su sencilla aunque ciega fe; pero si bien hace muchos siglos que ocurrió el cisma de Oriente y no hay relación alguna entre las iglesias griega y latina, los pontífices romanos fingen ignorar este hecho y se arrogan audazmente la jurisdicción en todos los países de religión griega o protestante. A este propósito dice Draper: “La Iglesia insiste en que el Estado no debe inmiscuirse en la jurisdicción eclesiástica, y como el protestantismo es una rebeldía, no le cabe derecho alguno, ni siquiera en las diócesis de países protestantes donde el prelado católico es el pastor legítimo y la única autoridad espiritual" (41).

PRETENSIONES DE ROMA


            A pesar de no haber hecho caso ninguno los protestantes de los decretos y encíclicas del papa ni de las invitaciones a los concilios ecuménicos ni de las excomuniones despectivamente recibidas, persiste la iglesia romana en su temeraria conducta, que llegó a grado máximo de insensatez cuando en 1864 excomulgó Pío IX con público anatema al emperador de Rusia por cismático indigno de pertenecer al gremio de la Iglesia católica (42). Sin embargo, desde la conversión de los eslavos al cristianismo, no han consentido ni los zares ni el pueblo ruso unirse a la iglesia de Roma. ¿Por qué no alega también el papa jurisdicción eclesiástica sobre los budistas tibetanos o sobre los espectros de los antiguos hyk-sos?
           
  Los fenómenos mediumnímicos ocurren en todas partes sin distinción de religiones, nacionalidades e individuos, y la fuerza que los produce puede manifestarse, igualmente en el monarca y en el mendigo. Ni siquiera el vicario de Dios, el pontífice Pío IX, logró rehuir la visita del incómodo huésped, pues desde los cincuenta años de su edad se vio acometido de frecuentes arrebatos y transportes, que en el Vaticano atribuían a visiones divinas y los médicos diagnosticaban de ataques epilépticos, no faltando entre el pueblo quienes los achacasen a la obsesión espectral de Peruggia, Castelfidardo y Mentana.
           
  Se le podía aplicar la famosa execración de Shakespeare:

            Brillan las azuladas luces. Ya es media noche y frío temblor estremece mis carnes. Hacia mí llegan las almas de mis víctimas (43).

            El príncipe de Hohenlohe tuvo mucha fama a principios del siglo XIX por sus dotes saludadoras, y era muy notable médium. Ciertamente, las aptitudes mediumnímicas y los fenómenos por su virtud producidos, no son privativos de ninguna época ni país, sino cualidades inherentes a la naturaleza psicológica del microcosmos.
            
Los que en Rusia llaman klikuchy (energúmenos) y yourodevoy (semiidiotas) se ven asaltados frecuentemente por perturbaciones nerviosas que el clero y el populacho atribuyen a posesión diabólica. Estos infelices se agolpan a las puertas de las catedrales sin atreverse a entrar por temor de que el demonio que les posee no los derribe al suelo. En Voroneg, Kiew, Kazan y en todas las poblaciones donde se veneran reliquias de santos milagrosos, abundan este linaje de médiums inconscientes de repugnante aspecto, que se agrupan en los vestíbulos y atrios de los templos. Durante la celebración del oficio divino, en el acto de alzar, o cuando el coro entona el Ejey Cheruvim, todos aquellos maniáticos empiezan a dar voces semejantes a aullidos, cacareos, ladridos, rebuznos y rugidos entre espantosas convulsiones. 

El clero y el vulgo explican piadosamente este fenómeno diciendo que el espíritu inmundo no puede resistir la santidad de la oración. Algunas almas caritativas acuden en socorro de aquellos infelices, con pócimas calmantes y oportunas limosnas. A menudo solicita el público la intervención de un sacerdote para exorcizar a los poseídos, y así lo hace aquél, unas veces por caridad y otras mediante el estipendio de unas cuantas monedas de plata. Sin embargo, entre los supuestos energúmenos hay tal o cual clarividente y vaticinador, aunque por lo general trafican con sus aptitudes, sin que nadie les moleste al ver el lastimero estado en que les pone el arrebato. mAs, por otra parte, ¿qué razón habría para que el clero concitase contra ellos los ánimos de las gentes diciendo que son brujos? 

Es de sentido común y al par de justicia, que en todo caso el culpable no es la víctima poseída, sino el demonio poseedor. Si el exorcismo no tiene otras consecuencias que proporcionar al paciente un fuerte resfriado, entonces se le abandona en manos de Dios y de la caridad pública. Sin embargo, por muy ciega y supersticiosa que sea la fe conducente a semejantes extravíos, no entraña ofensa para el hombre ni para el verdadero Dios. No sucede lo mismo en los cleros romano y protestante, de los que nos ocuparemos en el transcurso de esta obra, con excepción de algunos eminentes pensadores de ambas confesiones. Necesitamos saber en qué se fundan para tratar como infieles predestinados al infierno eterno a los indos, chinos, espiritistas y cabalistas.

EL CÉNTRICO SOL ESPIRITUAL


            Lejos de nosotros el intento, no ya de blasfemia, sino ni siquiera de irreverencia contra el divino Poder, por el que existen todas las cosas visibles e invisibles y ante cuya majestad y perfección absoluta se abisma la mente. Nos basta el convencimiento de que Él existe y que Él es la sabiduría infinita. Nos basta tener como las demás criaturas una centella de su esencia. Reverenciamos al supremo infinito e ilimitado poder, al céntrico SOL ESPIRITUAL, cuya luz nos ilumina y cuya voluntad nos circunda. Es el Dios de los profetas antiguos y de los profetas modernos; el Dios cuya naturaleza sólo cabe vislumbrar en los mundos evocados a la existencia por su potente FIAT; el Dios cuya revelación está cifrada por su propia mano en los imperecederos símbolos de la armonía universal del Cosmos. Él es el único evangelio infalible.
           
  Dice Plutarco en el Teseo, que los geógrafos antiguos llenaban las márgenes de sus mapas con el trazado de comarcas desconocidas cuyos epígrafes advertían que más allá sólo había arenales poblados de fieras y quebrados por ciénagas infranqueables. Poco menos hacen los modernos científicos y teólogos, pues mientras estos pueblan el mundo invisible de ángeles y demonios, aquéllos afirman sentenciosamente que nada hay más allá de la materia.
            
 Sin embargo, muchos de nuestros empedernidos escépticos pertenecen a las logias masónicas. Todavía existen, aunque sólo de nombre, los rosacruces que tanto sobresalieron en las artes curativas durante la Edad Media. Podrán derramar lágrimas sobre la tumba de su respetable maestro Hiram Abiff, pero en vano buscarán el sitio donde estuvo la rama de acacia. Sólo queda la letra muerta; el espíritu se desvaneció. Parecen coristas ingleses o alemanes que en el cuarto acto de Hernani bajan a la cripta de Carlomagno para entonar el coro de la conspiración en lengua extraña. Así los modernos caballeros del sagrado Arco, aunque bajen todas las noches “por los nueve arcos a las entrañas de la tierra”, jamás descubrirán el sagrado delta de Enoch. Los caballeros del Valle del Norte y del Valle del Sur, tal vez se figuren que la iluminación despunta en su mente y que según adelanten en la masonería irá rasgándose el velo de la superstición, la tiranía y el despotismo; pero todo esto serán vanas palabras mientras renieguen de su madre la magia y desconozcan a su hermano gemelo el espiritismo. 

En verdad que podéis dejar vuestros sitiales, ¡oh Caballeros de Oriente!, y sentaros en el suelo con la cabeza entre las manos en apostura triste, porque valor os sobra para deplorar vuestra suerte. Desde que Felipe el Hermoso de Francia abolió la orden de los Templarios, nadie ha venido a resolver vuestras dudas, no obstante tantas pretensiones en contrario. Verdaderamente, venís errantes de Jerusalén en busca del perdido tesoro del lugar santo. ¿Lo hallastéis? ¡Ay!, no; porque el lugar santo está profanado y abatidas cayeron las columnas de sabiduría, fuerza y belleza. En adelante vagaréis en tinieblas y caminaréis humildemente por selvas y montes en busca de la palabra perdida. ¡Andad! No la encontraréis mientras reduzcáis vuestras jornadas a siete ni aún a siete veces siete, porque camináis en tinieblas que sólo puede disipar la fulgurante antorcha de la verdad, sostenida por los legítimos descendientes de Ormazd. Tan sólo ellos pueden enseñaros a pronunciar correctamente el nombre revelado a Enoch, Jacob y Moisés. ¡Pasad! Hasta que vuestro R. S. W. Sepa multiplicar 333 de modo que resulten 666, el número de la bestia apocalíptica, debéis ser prudentes y manteneros sub-rosa.

           
  Para demostrar que no estaban desprovistas de fundamento científico las nociones de los antiguos respecto de los ciclos humanos, concluiremos este capítulo con una de las más remotas tradiciones referentes a la evolución de nuestro planeta.

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