INVESTIGACIONES
GEOMÉTRICAS
Respecto
a la eficacia de las investigaciones geométricas, ya no han de contraerse los
estudiantes de ocultismo a nuevas conjeturas, sino que pueden seguir la
orientación señalada en nuestros días por el insigne geómetra norteamericano
Jorge Felt, quien apoyado en los antecedentes sentados por los antiguos
egipcios, ha inferido las siguientes consecuencias:
1ª Determinar el diagrama fundamental de la
geometría plana y del espacio.
2ª Establecer proporciones aritméticas en forma
geométrica.
3ª Inferir la norma geométrica que de tan
maravillosa y exacta manera siguieron los egipcios en todas sus construcciones
arquitectónicas y escultóricas.
4ª Comprobar que de esta misma norma geométrica
se valieron los egipcios para los cómputos astronómicos sobre que fundaron casi
todo su simbolismo religioso.
5ª Descubrir las huellas de la norma geométrica
de los egipcios en el arte y arquitectura de Grecia y en las Escrituras
hebreas, cuya derivación egipcia resulta de ello evidente.
6ª Demostrar que después de investigar durante
miles de años las leyes de la naturaleza, llegaron los egipcios a conocer el
sistema del universo.
7ª Determinar con toda precisión problemas de
fisiología, hasta hoy tan sólo sospechados.
8ª Que la primitiva ciencia y la primitiva
religión, que serán también las últimas, estuvieron comprendidas en la
filosofía masónica.
A
esto podemos añadir por testimonio ocular que los escultores y arquitectos
egipcios no forjaban en el yunque de su fantasía las admirables estatuas de sus
templos, sino que de modelo les servían las “invisibles entidades del aire” y
otros reinos de la naturaleza, cuya visión atribuían ellos, como atribuye
también Felt, a la eficacia de alquímicos y cabalísticos procedimientos.
Schweigger demuestra el fundamento científico de todos los símbolos mitológicos
(31).
El
descubrimiento de las energías electromagnéticas ha permitido a hipnotólogos
tan eminentes como Ennemoser, Schweigger y Bart, en Alemania, Du Potet, en Francia,
y Regazzoni, en Italia, señalar casi exactamente la analogía entre los mitos
divinos y las energías naturales. El dedo ideico,
que tanta importancia tuvo en la magia médica, significa un dedo de hierro,
atraído y repelido alternativamente por las fuerzas magnéticas. En Samotracia
se empleó con admirables resultados en la curación de enfermedades orgánicas.
Bart
aventaja a Schweigger en la interpretación de los mitos antiguos que estudia
bajo el doble aspecto espiritual y físico. Trata extensamente de los teurgos,
cabires y dáctilos, de Frigia, que fueron magos saludadores. A este propósito,
dice: “Cuando tratamos de la estrecha relación entre los dáctilos y las fuerzas
magnéticas, no nos referimos tan sólo a la piedra imán y a nuestro concepto de la
naturaleza, sino que consideramos el magnetismo en conjunto. Así se comprende
cómo los iniciados que se dieron el nombre de dáctilos asombraran a las gentes
con sus artes mágicas y realizaran prodigiosas curaciones. A esto añadieron la
preceptuación del cultivo de la tierra, la práctica de la moral, el fomento de
las ciencias y de las artes, las enseñanzas de los Misterios y las
consagraciones secretas. Si todo esto llevaron a cabo los sacerdotes cabires, ¿no recibirían auxilio y guía de los
misteriosos espíritus de la naturaleza? (32) De la misma opinión es
Schweigger, quien demuestra que los antiguos fenómenos teúrgicos derivaban de
fuerzas magnéticas “guiadas por los espíritus”.
SIGNIFICADO DE LOS SÍMBOLOS
No
obstante su aparente politeísmo, los antiguos, por lo menos los de las clases
ilustradas, eran ya monoteístas muchísimos siglos antes de Moisés. Así lo
comprueba el siguiente pasaje entresacado de la primera hoja del Papiro de Ebers: “De Heliópolis vine con
los magnates de Hetaat, los Señores de Protección, los dueños de la eternidad y
de la salvación. De Sais vine con la Diosa-Madre que me otorgó su protección.
El Señor del Universo me enseñó a
librar a los dioses de toda enfermedad mortal”. Conviene advertir que los
antiguos daban título de dioses a los hombres eminentes, y por lo tanto, la
divinización de los mortales y considerarlos como dioses no prueba que fuesen
politeístas, de la propia suerte que tampoco sería justo calificar de
politeístas a los cristianos porque veneran las imágenes de sus santos. Los
norteamericanos de hoy día no merecen ciertamente que de aquí a tres mil años
les tilde la posteridad de idólatras, por haber levantado estatuas a
Washington.
Tan secreta era la filosofía hermética, que a Volney le pareció que
los antiguos adoraban como divinidades los símbolos materiales y groseros,
siendo así que eran meras representaciones de principios esótericos. También
Dupuis, no obstante haber estudiado detenidamente este problema, equivoca la
significación de los símbolos religiosos y los atribuye exclusivamente a la
astronomía. Eberhart y otros autores alemanes de los siglos XVIII y XIX tratan
de la magia con menores escrúpulos y la derivan de los mitos platónicos del Timeo. Pero ¿cómo era posible que estos
eruditos, sin la agudísima intuición de un Champollión, descubrieran el
significado esotérico de cuanto el velo de Isis no dejaba traslucir sino a los
adeptos? Nadie regatea la valía de Champollión como egiptólogo.
A su juicio,
todo comprueba que los antiguos egipcios fueron esencialmente monoteístas, y
gracias a sus indagaciones está demostrada en los más nimios pormenores la
exactitud de los escritos de Hermes Trismegisto, cuya antigüedad se pierde en
la noche de los tiempos. Sobre ello dice también Ennemoser: “Herodoto, Tales, Parménides,
Empédocles, Orfeo y Pitágoras aprendieron en Egipto y demás países orientales
filosofía natural y teología”. Por nuestra parte recordaremos que en Egipto se
instruyó Moisés y pasó Jesús los años de su primera juventud.
En
aquel país se daban cita todos los estudiantes del mundo conocido antes de la
fundación de Alejandría. A este propósito, pregunta Ennemoser: ¿Por qué se sabe
tan poco de los Misterios al cabo de tanto tiempo y a través de tantos países?
Por el universal y riguroso sigilo de los iniciados, aunque igualmente puede
atribuirse a la pérdida de las obras esotéricas de la más remota antigüedad.
Los libros de Numa, encontrados en la tumba de este monarca y descritos por
Tito Livio, trataban de filosofía natural, pero se mantuvieron en secreto a fin
de no divulgar los misterios de la religión dominante. El senado romano y los
tribunos del pueblo mandaron quemarlos en público” (33).
La magia era una ciencia divina cuyo
conocimiento conducía a la participación en los atributos de la misma Divinidad.
Dice Filo Judeo que “descubre los secretos de la naturaleza y facilita la
contemplación de los poderes celestes” (34).
Con el tiempo degeneró por abuso
en hechicería y se atrajo la animadversión general; pero nosotros hemos de
considerarla tal como fue en los tiempos de su pureza, cuando las religiones se
fundaban en el conocimiento de las fuerzas ocultas de la naturaleza. En Persia
no introdujeron la magia los sacerdotes, como vulgarmente se cree, sino los
magos, cuyo nombre indica la procedencia. Los mobedos o sacerdotes parsis, los
antiguos géberes, se llaman hoy día magois
en dialecto pehlvi (35). La magia es
coetánea de las primeras razas humanas. Casiano menciona un tratado de
magia muy conocido en los siglos IV y V que, según tradición, lo recibió Cam,
hijo de Noé, de manos de Jared, cuarto nieto de Seth, hijo de Adán (36).
Moisés
fue deudor de sus conocimientos a la iniciada Batria, esposa del Faraón y madre
de la princesa egipcia Termutis, que lo salvó de las aguas del Nilo (37). De él
dicen las escrituras cristianas: “Y fue Moisés instruido en toda la sabiduría
de los egipcios y era poderoso en palabras y obras” (38). Justino Mártir,
apoyado en la autoridad de Trogo Pompeyo, afirma que José, hijo de Jacob,
aprendió muchas artes mágicas de los sacerdotes egipcios (39).
SABIDURÍA
DE LOS ANTIGUOS
En determinadas ramas de la ciencia, sabían
los antiguos más de lo que hasta ahora han descubierto los modernos. Aunque
muchos repugnen confesarlo, así lo reconocen algunos sabios. El doctor A. Todd Thomson,
que publicó la obra Ciencias ocultas,
escrita por Salverte, dice a este propósito: “Los conocimientos científicos de
los primitivos tiempos de la sociedad humana eran mucho mayores de lo que los
modernos suponen, pero estaban cuidadosamente velados en los templos a los ojos
del vulgo y tan sólo a disposición de los sacerdotes”. Al tratar de la cábala,
dice Baader que “no sólo debemos a los judíos la ciencia sagrada, sino también
la profana”.
Orígenes,
discípulo de escuela platónica de Alejandría, afirma que además de la doctrina
enseñada por Moisés al pueblo en general, reveló a los setenta ancianos algunas
“verdades ocultas de la ley” con mandato de no transmitirlas más que a los
merecedores de conocerlas.
San
Jerónimo dice que los judíos de Tiberíades y Lida eran singulares maestros en
hermenéutica mística. Por último, Ennemoser se muestra firmemente convencido de
que las obras del areopagita Dionisio están inspiradas en la cábala hebrea, lo
cual nada tiene de extraño si consideramos que los agnósticos o cristianos
primitivos fueron continuadores, con distinto nombre, de la escuela de los
esenios. Molitor reivindica la cábala hebrea y dice sobre este punto: “Ha
pasado ya el tiempo en que la teología y las ciencias eran esclavas de la
vulgaridad y la incongruencia; pero como el racionalismo revolucionario no ha
dejado otro rastro que su propia ineficacia con estropeamiento de las verdades
positivas, hora es de reconvertir la mente a la misteriosa revelación de donde,
como de vivo manantial, brota nuestra salvación... los antiguos misterios de
Israel, que contienen todos los secretos de hoy, debieran servir para
establecer la teología sobre profundos principios teosóficos y dar base firme a las ciencias especulativas.
De esta suerte se abrirían nuevos caminos en el laberinto de mitos, símbolos y
organización política de las sociedades primitivas. Las tradiciones antiguas
encierran el método de enseñanza seguido en las escuelas de profetas que Samuel
no fundó, sino que tan sólo restauró, y cuyo objeto era instruir a los
candidatos en conocimientos que les hicieran dignos de la iniciación en los
Misterios mayores, una de cuyas enseñanzas era la magia distintamente seprada
en dos opuestos linajes: la blanca o divina y la negra o diabólica. Cada una de
estas ramas se subdivide a su vez en dos modalidades: activa y contemplativa.
Por la magia divina se relaciona el hombre con el mundo para conocer las cosas
ocultas y realizar buenas obras. Por la magia diabólica se esfuerza el hombre
en adquirir dominio sobre los espíritus y perpetrar diabólicas fechorías y
delitos de lesa naturaleza” (40).
El
clero de las tres principales iglesias cristianas, lagriega, la romana y la
protestante, se desconcierta ante los fenómenos espiritistas producidos por los
médiums. Todavía no hace mucho tiempo, papistas y protestantes condenaban a la
hoguera y a la horca, o cuando no, mandaban asesinar a los infelices médiums
por cuyo organismo se comunicaban las entidades astrales y a veces las
desconocidas fuerzas de la naturaleza. En esta persecución sobresalía la
iglesia romana, cuyas manos están tintas en sangre de inocentes víctimas
sacrificadas a un Moloch implacable, que tal parece el Dios de sus creencias.
Ansía la iglesia romana reanudar tan cruenta labor, pero la ligan de pies y
manos el espíritu del siglo y el universal sentimiento de libertad religiosa
contra el que diariamente prorrumpe en invectivas.
La iglesia griega es, por el
contrario, de benigna condición y más conforme con las enseñanzas de Cristo por
su sencilla aunque ciega fe; pero si bien hace muchos siglos que ocurrió el
cisma de Oriente y no hay relación alguna entre las iglesias griega y latina,
los pontífices romanos fingen ignorar este hecho y se arrogan audazmente la
jurisdicción en todos los países de religión griega o protestante. A este
propósito dice Draper: “La Iglesia insiste en que el Estado no debe inmiscuirse
en la jurisdicción eclesiástica, y como el protestantismo es una rebeldía, no
le cabe derecho alguno, ni siquiera en las diócesis de países protestantes
donde el prelado católico es el pastor
legítimo y la única autoridad espiritual" (41).
PRETENSIONES
DE ROMA
A
pesar de no haber hecho caso ninguno los protestantes de los decretos y
encíclicas del papa ni de las invitaciones a los concilios ecuménicos ni de las
excomuniones despectivamente recibidas, persiste la iglesia romana en su
temeraria conducta, que llegó a grado máximo de insensatez cuando en 1864
excomulgó Pío IX con público anatema al emperador de Rusia por cismático
indigno de pertenecer al gremio de la Iglesia católica (42). Sin embargo, desde
la conversión de los eslavos al cristianismo, no han consentido ni los zares ni
el pueblo ruso unirse a la iglesia de Roma. ¿Por qué no alega también el papa
jurisdicción eclesiástica sobre los budistas tibetanos o sobre los espectros de
los antiguos hyk-sos?
Los
fenómenos mediumnímicos ocurren en todas partes sin distinción de religiones,
nacionalidades e individuos, y la fuerza que los produce puede manifestarse,
igualmente en el monarca y en el mendigo. Ni siquiera el vicario de Dios, el
pontífice Pío IX, logró rehuir la visita del incómodo huésped, pues desde los
cincuenta años de su edad se vio acometido de frecuentes arrebatos y
transportes, que en el Vaticano atribuían a visiones
divinas y los médicos diagnosticaban de ataques epilépticos, no faltando
entre el pueblo quienes los achacasen a la obsesión espectral de Peruggia,
Castelfidardo y Mentana.
Se le
podía aplicar la famosa execración de Shakespeare:
Brillan las azuladas luces. Ya es media noche y frío
temblor estremece mis carnes. Hacia mí llegan las almas de mis víctimas (43).
El príncipe de Hohenlohe tuvo mucha fama a
principios del siglo XIX por sus dotes saludadoras, y era muy notable médium.
Ciertamente, las aptitudes mediumnímicas y los fenómenos por su virtud
producidos, no son privativos de ninguna época ni país, sino cualidades
inherentes a la naturaleza psicológica del microcosmos.
Los
que en Rusia llaman klikuchy
(energúmenos) y yourodevoy (semiidiotas)
se ven asaltados frecuentemente por perturbaciones nerviosas que el clero y el
populacho atribuyen a posesión diabólica. Estos infelices se agolpan a las
puertas de las catedrales sin atreverse a entrar por temor de que el demonio
que les posee no los derribe al suelo. En Voroneg, Kiew, Kazan y en todas las
poblaciones donde se veneran reliquias de santos milagrosos, abundan este
linaje de médiums inconscientes de repugnante aspecto, que se agrupan en los
vestíbulos y atrios de los templos. Durante la celebración del oficio divino,
en el acto de alzar, o cuando el coro entona el Ejey Cheruvim, todos aquellos maniáticos empiezan a dar voces
semejantes a aullidos, cacareos, ladridos, rebuznos y rugidos entre espantosas
convulsiones.
El clero y el vulgo explican piadosamente este fenómeno diciendo
que el espíritu inmundo no puede
resistir la santidad de la oración. Algunas almas caritativas acuden en socorro
de aquellos infelices, con pócimas calmantes y oportunas limosnas. A menudo
solicita el público la intervención de un sacerdote para exorcizar a los
poseídos, y así lo hace aquél, unas veces por caridad y otras mediante el
estipendio de unas cuantas monedas de plata. Sin embargo, entre los supuestos
energúmenos hay tal o cual clarividente y vaticinador, aunque por lo general trafican
con sus aptitudes, sin que nadie les moleste al ver el lastimero estado en que
les pone el arrebato. mAs, por otra parte, ¿qué razón habría para que el clero
concitase contra ellos los ánimos de las gentes diciendo que son brujos?
Es de
sentido común y al par de justicia, que en todo caso el culpable no es la
víctima poseída, sino el demonio poseedor. Si el exorcismo no tiene otras
consecuencias que proporcionar al paciente un fuerte resfriado, entonces se le
abandona en manos de Dios y de la caridad pública. Sin embargo, por muy ciega y
supersticiosa que sea la fe conducente a semejantes extravíos, no entraña
ofensa para el hombre ni para el verdadero
Dios. No sucede lo mismo en los cleros romano y protestante, de los que nos
ocuparemos en el transcurso de esta obra, con excepción de algunos eminentes
pensadores de ambas confesiones. Necesitamos saber en qué se fundan para tratar
como infieles predestinados al infierno eterno a los indos, chinos,
espiritistas y cabalistas.
EL
CÉNTRICO SOL ESPIRITUAL
Lejos
de nosotros el intento, no ya de blasfemia, sino ni siquiera de irreverencia
contra el divino Poder, por el que existen todas las cosas visibles e
invisibles y ante cuya majestad y perfección absoluta se abisma la mente. Nos
basta el convencimiento de que Él existe y que Él es la sabiduría infinita. Nos
basta tener como las demás criaturas una centella de su esencia. Reverenciamos
al supremo infinito e ilimitado poder, al céntrico
SOL ESPIRITUAL, cuya luz nos ilumina y cuya voluntad nos circunda. Es el Dios
de los profetas antiguos y de los profetas modernos; el Dios cuya naturaleza
sólo cabe vislumbrar en los mundos evocados a la existencia por su potente
FIAT; el Dios cuya revelación está cifrada por su propia mano en los
imperecederos símbolos de la armonía universal del Cosmos. Él es el único
evangelio infalible.
Dice
Plutarco en el Teseo, que los
geógrafos antiguos llenaban las márgenes de sus mapas con el trazado de
comarcas desconocidas cuyos epígrafes advertían que más allá sólo había arenales
poblados de fieras y quebrados por ciénagas infranqueables. Poco menos hacen
los modernos científicos y teólogos, pues mientras estos pueblan el mundo
invisible de ángeles y demonios, aquéllos afirman sentenciosamente que nada hay más allá de la materia.
Sin embargo, muchos de nuestros empedernidos
escépticos pertenecen a las logias masónicas. Todavía existen, aunque sólo de
nombre, los rosacruces que tanto sobresalieron en las artes curativas durante
la Edad Media. Podrán derramar lágrimas sobre la tumba de su respetable maestro
Hiram Abiff, pero en vano buscarán el sitio donde estuvo la rama de acacia.
Sólo queda la letra muerta; el espíritu se desvaneció. Parecen coristas
ingleses o alemanes que en el cuarto acto de Hernani bajan a la cripta de Carlomagno para entonar el coro de la
conspiración en lengua extraña. Así los modernos caballeros del sagrado Arco,
aunque bajen todas las noches “por los nueve arcos a las entrañas de la
tierra”, jamás descubrirán el sagrado delta de Enoch. Los caballeros del Valle
del Norte y del Valle del Sur, tal vez se figuren que la iluminación despunta
en su mente y que según adelanten en la masonería irá rasgándose el velo de la
superstición, la tiranía y el despotismo; pero todo esto serán vanas palabras
mientras renieguen de su madre la magia y desconozcan a su hermano gemelo el
espiritismo.
En verdad que podéis dejar vuestros sitiales, ¡oh Caballeros de
Oriente!, y sentaros en el suelo con la cabeza entre las manos en apostura
triste, porque valor os sobra para deplorar vuestra suerte. Desde que Felipe el
Hermoso de Francia abolió la orden de los Templarios, nadie ha venido a
resolver vuestras dudas, no obstante tantas pretensiones en contrario.
Verdaderamente, venís errantes de Jerusalén en busca del perdido tesoro del
lugar santo. ¿Lo hallastéis? ¡Ay!, no; porque el lugar santo está profanado y
abatidas cayeron las columnas de sabiduría, fuerza y belleza. En adelante
vagaréis en tinieblas y caminaréis humildemente por selvas y montes en busca de
la palabra perdida. ¡Andad! No la encontraréis mientras reduzcáis vuestras
jornadas a siete ni aún a siete veces
siete, porque camináis en tinieblas que sólo puede disipar la fulgurante
antorcha de la verdad, sostenida por los legítimos descendientes de Ormazd. Tan
sólo ellos pueden enseñaros a pronunciar correctamente el nombre revelado a
Enoch, Jacob y Moisés. ¡Pasad! Hasta que vuestro R. S. W. Sepa multiplicar 333
de modo que resulten 666, el número de la bestia apocalíptica, debéis ser
prudentes y manteneros sub-rosa.
Para demostrar
que no estaban desprovistas de fundamento científico las nociones de los
antiguos respecto de los ciclos humanos, concluiremos este capítulo con una de
las más remotas tradiciones referentes a la evolución de nuestro planeta.
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