domingo, 14 de septiembre de 2014

HECHICERÍAS CLERICALES



Sabido es que el cardenal Benno inculpó públicamente de hechicería al papa Silvestre II por haber mandado construir una cabeza parlante por el estilo de la que poseyó Alberto el Magno e hizo pedazos Tomás de Aquino (4). Se comprobó la acusación, así como también que siempre andaba en compañía de entidades diabólicas (5).
Demasiado conocidos son los fenómenos operados por el obispo de Ratisbona y el “doctor an´gelico” Tomás de aquino para que nos detengamos a describirlos. 

Baste decir que si el prelado católico tuvo suficiente habilidad para sugerir en cruda noche de invierno la sensación de un caluroso día de verano y la idea de que los carámbanos colgantes de los árboles del jardín eran frutos tropicales, también los magos indos operan hoy en día parecidos portentos sin necesidad de auxilio divino ni ayuda diabólica, pues tanto unos como otros son actualización de la potencia inherente a todos los hombres.

Poco antes de estallar la Reforma se promovieron entre el clero escandalosos incidentes con motivo de su mucha afición a las prácticas mágicas y alquímicas. El cardenal Wolsey fue procesado por complicidad con el hechicero Wood, quien declaró explícitamente contra él (6).
El sacerdote Guillermo Stapleton fue procesado por hechicería en el reinado de Enrique VIII (7).

Bienvenido Cellini alude a un sacerdote nigromántico, natural de Sicilia, que cobró fama por sus afortunadas hechicerías, sin que nadie le molestara en el ejercicio de este arte; y según saben los eruditos, refiere Cellini a este propósito que dicho sacerdote conjuró a toda una legión de diablos en el coliseo de Roma; y además, tuvo exacto cumplimiento el vaticinio de que pronto encontraría a su amante en el tiempo y lugar prefijados 

A últimos del siglo XVI apenas había clérigo que no se aficionara al estudio de la magia y alquimia, movidos por el deseo de imitar a Cristo en el exorcismo contra los malignos espíritus (9), de modo que consideraron “sagradas” sus prácticas, al paso que acusaban de nigromancia a los magos laicos.

 Los ocultos conocimientos espigados siglos atrás en los feraces campos de la teurgia, se los reservaba la Iglesia romana como por privilegio exclusivo y enviaba al suplicio a cuantos se atrevían a cazar furtivamente en el coto de la teología, para ellos la scientia scientiarum (la ciencia de las ciencias), o bien a cuantos no podían encubrir sus culpas bajo el hábito monacal (10).


La historia nos ofrece en prueba varios datos estadísticos, pues, según dice Tomás Wright (11), en los quince años transcurridos entre 1580 y 1595, el inquisidor Remigio, presidente del tribunal de Lorena, sentenció a la hoguera a novecientos brujos (12).
Así es que mientras el clero practicaba la hechicería y el arte de evocar legiones de “demonios” sin que el poder civil le molestase en lo más mínimo, se perseguía cruelmente a infelices extraviados y monomaníacos (13). 

Ecclesia non novit sanguinem, exclaman melosamente los teólogos, y en justificación de este aforismo se instituyó sin duda la Santa Inquisición, bajo cuyo estandarte (14) el asesor de la reina Isabel I de Castilla e inquisidor general Tomás de Torquemada sentenció a la hoguera a diez mil reos y puso en el tormento a ochenta mil (15). En ningún país como en España y Portugal estuvieron tan difundidas entre el clero las artes de magia y hechicería, tal vez porque los árabes eran muy entendidos en ciencias ocultas, y en Toledo, Sevilla y Salamanca hubo escuelas superiores de magia. Los cabalistas salmantinos sobresalían en el dominio del saber abstruso, pues conocían las virtudes de las piedras preciosas y otros minerales y los más hondos secretos de la alquimia.

PROCESOS  INQUISITORIALES


Entresaquemos ahora algunos casos demostrativos de la conducta del Santo Oficio en aquellos tiempos:

De los documentos originales del proceso incoado contra la mariscala D’Ancre, durante la regencia de María de Médicis, se infiere que murió en la hoguera por culpa de los clérigos, cuya compañía deseaba como buena italiana. En la iglesia de los agustinos de París se exorcisó a sí misma por creerse embrujada, y como se sintiera con mucho quebranto de salud y violentos dolores de cabeza, le aconsejaron los clérigos italianos y el médico judío de la reina que se aplicara al cuerpo un gallo blanco recién matado. Por todo esto el pueblo de París la acusó de hechicera, y como a tal la procesaron y sentenciaron.

El párroco de Barjota, diócesis de Calahorra (España), que vivió en el siglo XVI, fue maravilla de todo el mundo por sus mágicos poderes, y, según aseguraba la voz pública, llegó a trasladarse a lejanos países para presenciar acontecimientos de importancia que sabía que iban a ocurrir y luego los vaticinaba en el pueblo. 

Cuentan las crónicas de este caso que el cura de Barjota tuvo muchos años a su servicio un demonio familiar, con quien últimamente se mostró ingrato y falaz, pues habiéndole revelado una conjuración que se estaba tramando contra la vida del papa, a consecuencia de una aventura de éste con cierta hermosa dama, transportóse el cura a Roma (en cuerpo astral, por supuesto) y descubrió la trama, salvando así la vida del pontífice. Arrepintióse entonces de cuanto hasta allí hiciera y confesóse con el galante papa, que le absolvió de toda culpa. 

De vuelta en su curato, fue preso por pura fórmula en la cárcel de la Inquisición de Logroño, de la que salió rehabilitado al poco tiempo.

En los archivos de la Inquisición de Cuenca está el proceso seguido en el siglo XIV contra el famoso doctor Eugenio Torralba, médico de la casa del almirante de Castilla. Del proceso resulta que un dominico llamado fray Pedro regaló al doctor un demonio llamado Zequiel, a quien vieron y hablaron los cardenales Volterra y Santa Cruz, pudiendo convencerse de que el tal demonio era un benéfico elemental que sirvió fielmente a Torralba hasta la muerte de éste. El tribunal de la Inquisición tuvo en cuenta todas estas circunstancias, y absolvió a Torralba en la vista del proceso, celebrada en Cuenca el 29 de Enero de 1530.

En Alemania, el odio entre católicos y protestantes motivó numerosas acusaciones de hechicería contra estos últimos, sin otro fundamento muchas veces que la enemistad personal o política. En Bamberg y Wurzburgo, donde predominaban los jesuitas, eran más frecuentes los casos de hechicería, y los dignos hijos de Loyola mostraron su astuta labor en aquellas sangrientas tragedias, entre cuyas víctimas se contaron niños de edad temprana (16).

Sobre este asunto dice Wright:

El crimen de muchos de los sentenciados a la hoguera en Alemania por inculpación de hechicería, durante la primera mitad del siglo XVII, no fue otro que su adhesión a las doctrinas de Lutero... Los príncipes alemanes aprovechaban cualquier pretexto para procesar a gente rica, cuyos bienes confiscaban en personal provecho... Los obispos de Bamberg y Wurzburgo eran al propio tiempo soberanos temporales de sus diócesis. 

El de Bamberg, llamado Juan Jorge II, después de infructuosas tentativas para desarraigar el luteranismo, deshonró su reinado con una serie de sangrientos procesos por hechicería, de cuya sustanciación estuvo encargado el vicario general y canciller Federico Forner (17). Entre los años 1625 y 1630 los tribunales de Bamberg y de Zeil vieron unos novecientos procesos, y según las estadísticas oficiales, en la sola ciudad de Wurzburgo murieron en la hoguera seiscientas personas acusadas de hechicería.

Había entre los hechiceros niñas de siete a diez años, de las que veintisiete murieron en la hoguera. Tantos fueron los reos y tan escasa consideración merecían al tribunal, que en vez de por sus nombres los designaban por números. Los jesuitas recibían en secreto las declaraciones de los acusados (18).

PALABRAS  DE  JESÚS


Mal se concilian con semejantes abominaciones perpetradas para satisfacer los apetitos del clero, aquellas dulces palabras de Jesús:

“Dejad a los niños y no los estorbéis de venir a mí, porque de ellos es el reino de los cielos”.-“Y el que escandalizare a uno de estos pequeñitos que en mí creen, mejor fuera que le colgasen del cuello una piedra de molino y lo echasen al mar”.-“Así no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos que perezca uno de estos pequeñitos”  (19).

Pero aquellos sacrificios en el altar de su Moloch no eran  obstáculo para que los codiciosos de riquezas practicasen el negro arte, pues en ninguna clase social abundaron tanto como entre el clero los consultores de “espíritus familiares” durante los siglos XV, XVI y XVII. 

Cierto es que entre las víctimas se contaron algunos sacerdotes católicos; pero si bien se les acusaba de “prácticas nefandas” (20), no había tal, sino que, según testimonio de los cronistas de la época, consistía su culpa en herejía anatematizable y, por lo tanto, más punible que el crimen de hechicería (21).

Eliphas Levi, en su Dogma y ritual de la alta magia, tan menospreciado por Des Mousseaux, sólo revela de las ceremonias secretas lo que los clérigos medioevales practicaban con el consentimiento tácito, ya que no expreso, de la Iglesia. El exorcista penetraba en el círculo de actuación a media noche, revestido de sobrepelliz nuevo, estola sembrada de caracteres sagrados y gorro puntiagudo, en cuyo frente estaba escrito en hebreo, con una pluma nueva mojada en la sangre de una paloma blanca, el inefable nombre Tetragrámmaton.

Anheloso el exorcista de ahuyentar a los miserables espíritus que frecuentan los lugares donde hay tesoros escondidos, rocía el círculo de actuación con las sangres de un cordero negro y de un pichón blanco, y después conjura a las potestades infernales (22) y almas condenadas, en los poderosos nombres de Jehovah, Adonai, Elohah y Sabaoth (23). 

Los malignos espíritus se resistían al conjuro, diciéndole al exorcista que era pecador y por lo tanto no podía contar con ellos para apoderarse del tesoro; pero él replicaba que, como “la sangre de Cristo había lavado todas sus culpas” (24), les conjuraba de nuevo a salir de allí, porque eran fantasmas malditos y ángeles protervos. Una vez ahuyentados los espíritus malignos, el exorcista confortaba a la pobre alma en nombre del Salvador y la dejaba al cuidado de los ángeles buenos que, según parece, eran menos poderosos que el exorcista, pues el rescatado tesoro quedaba en manos del clero. 

Añade Howit que el calendario eclesiástico señalaba los días más favorables para la práctica del exorcismo, y en caso de que los demonios se resistiesen al conjuro, recurría el exorcista a sahumerios de azufre, asafétida, ruda y hiel de oso (25).

LAS  SIETE  ABOMINACIONES


Tal es el clero y tal la Iglesia que en el siglo XIX sostiene en los Estados Unidos cinco mil sacerdotes para enseñar a las gentes la falibilidad de la ciencia y la infalibilidad del obispo de Roma. ya dijimos que, según confesión de un eminente prelado, no es posible eliminar de los dogmas teológicos el concepto de Satanás, sin menoscabo de la perpetuidad de la Iglesia, pero aunque desapareciera el príncipe del pecado no desaparecería el pecado, pues quedarían la Biblia y los Artículos de la fe, es decir, la supuesta revelación divina y la necesidad de intérpretes que presuman de inspirados. 

Conviene, por lo tanto, investigar la autenticidad de la Biblia y analizar sus páginas, por ver si en efecto contienen la palabra de Dios o si son simple compendio de antiguas tradiciones y rancios mitos. Hemos de interpretarlas con nuestro propio criterio, a ser posible, y aplicar a los presuntuosos maestros de hermenéutica aquellas palabras de Salomón:

Seis cosas aborrece el Señor y la séptima la detesta su alma: ojos altivos, lengua mentirosa, manos que derraman sangre inocente, corazón que maquina designios pésimos, pies ligeros para correr al mal, testigo falso que profiere mentiras y aquel que siembra discordias entre los hermanos (26).

¿Cuál de estas acusaciones pueden rechazar los hombres que dejaron sus huellas en el Vaticano?
Dice San Agustín:

Cuando los demonios quieren insinuarse en las criaturas, comienzan por ceder a los deseos de ellas, pues con propósito de atraer a los hombres les fingen obediencia para seducirlos... Porque ¿cómo es posible saber, si los mismos demonios no lo dicen, qué les gusta y qué les disgusta, y qué evocación puede reducirlos a la obediencia; en una palabra, toda esa ciencia de los magos (27).


A esta expresiva disertación replicaremos que ningún mago negó jamás que hubiese aprendido su arte de los “espíritus”, ya fuera un agente por cuyo medio actuaran, ya por haber sido iniciado en la ciencia por quienes la conocieron antes de él. Pero ¿de quién aprendía el exorcista?, ¿de quién aprende el sacerdote que autocráticamente se inviste de autoridad, no sólo sobre los magos sino también sobre los “espíritus”, a quienes califica de demonios o diablos cuando obedecen a otro? 

En alguna parte debe de haber aprendido el arte de exorcizar, y de alguien recibido los poderes de que alardea. Sin duda responderán los teólogos que, en cuanto se refiere a los seglares, es preciso convenir con San Agustín que los mismos demonios han de enseñarles la evocación a propósito para someterlos a obediencia; pero que en cuanto a los clérigos, reciben el conocimiento por revelación y por el don del Espíritu Santo que descendió sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego, infundiéndoles a ellos y a sus sucesores la virtud del exorcismo, aunque lo practiquen por anhelo de fama o apetencia de lucro (28).

No hay comentarios:

Publicar un comentario