La ciencia de la
religión apenas está en su infancia... Durante los últimos cincuenta años se
han descubierto, de extraordinaria y casi
milagrosa manera, documentos auténticos de las principales religiones del
mundo (48). Tenemos ya los libros canónicos del budismo, el Zend-Avesta de
Zoroastro y los himnos del Rig-veda, que han revelado la existencia de
religiones anteriores a la mitología que en Homero y Hesíodo aparece como
desmoronada ruina (49).
En
su vehemente deseo de dilatar los dominios de la fe ciega, los primeros
teólogos cristianos ocultaron tanto como les fue posible las fuentes de su
ciencia, y al efecto se dice que entregaron a las llamas cuantos tratados de
cábala, magia y ocultismo hallaban a mano, creyendo equivocadamente que con los
últimos gnósticos habían desaparecido los manuscritos más peligrosos de esta
índole; pero algún día se echará de ver el error, y de “extraordinaria y casi
milagrosa manera” aparecerán otros importantes documentos auténticos.
Los monjes de algunos puntos de
Oriente, como por ejemplo los del monte Athos y del desierto de Nitria, así
como los rabinos que en Palestina se pasan la vida comentando el Talmud,
conservan una curiosa tradición, según la cual de los tres incendios de la
biblioteca de Alejandría (el de Julio César, el de las turbas cristianas y el
del general árabe Omar) se salvaron muchísimo volúmenes, como puede inferirse del
siguiente relato:
En el año 51 antes de J. C., cuando se disputaban el
trono la princesa Cleopatra y su hermano Dionisio Ptolomeo, estalló
fortuitamente en la biblioteca de Alejandría un incendio que consumió unos
cuantos volúmenes, por lo que fue preciso hacer algunas reparaciones en el
edificio (Bruckión), que a la sazón
contenía unos 700.000 volúmenes, encuadernados en madera o pergamino a prueba de fuego. Con motivo de las
reparaciones, fueron trasladados a casa de un empleado de la biblioteca los más
valiosos manuscritos de ejemplar único
que afortunadamente se libraron de las llamas.
Cuando después de la batalla de Farsalia, quiso César deponer del trono de Egipto a Ptolomeo y colocar en él a Cleopatra, hubo de sitiar a Alejandría y durante el sitio mandó incendiar la flota egipcia fondeada en el puerto. El incendio se propagó a los edificios vecinos al muelle, y de allí a la parte de la ciudad donde estaba la famosa biblioteca. Pero como el fuego tardó algunas horas en prender en este edificio, pudieron entretanto los bibliotecarios, con ayuda de centenares de esclavos, poner en lugar seguro los más valiosos volúmenes.
Además se salvaron de las llamas muchos manuscritos encuadernados en pergamino incombustible, al paso que se quemaron casi todos los encuadernados en madera. Un erudito oficinista de la biblioteca, llamado Theodas, dejó escritos en griego, latín y caldeo-siriaco todos los pormenores del suceso.
Se dice que todavía se conserva en un monasterio griego una copia de este manuscrito, según pudo comprobar por sí misma la persona que nos refirió esta tradición, quien asegura, además, que cuando se cumpla cierta profecía, otros muchos podrán ver dicha copia y enterarse por ella de en dónde hallar importantísimos documentos de la antigüedad, que la mayor parte se conservan en Tartaria e India (50).
Cuando después de la batalla de Farsalia, quiso César deponer del trono de Egipto a Ptolomeo y colocar en él a Cleopatra, hubo de sitiar a Alejandría y durante el sitio mandó incendiar la flota egipcia fondeada en el puerto. El incendio se propagó a los edificios vecinos al muelle, y de allí a la parte de la ciudad donde estaba la famosa biblioteca. Pero como el fuego tardó algunas horas en prender en este edificio, pudieron entretanto los bibliotecarios, con ayuda de centenares de esclavos, poner en lugar seguro los más valiosos volúmenes.
Además se salvaron de las llamas muchos manuscritos encuadernados en pergamino incombustible, al paso que se quemaron casi todos los encuadernados en madera. Un erudito oficinista de la biblioteca, llamado Theodas, dejó escritos en griego, latín y caldeo-siriaco todos los pormenores del suceso.
Se dice que todavía se conserva en un monasterio griego una copia de este manuscrito, según pudo comprobar por sí misma la persona que nos refirió esta tradición, quien asegura, además, que cuando se cumpla cierta profecía, otros muchos podrán ver dicha copia y enterarse por ella de en dónde hallar importantísimos documentos de la antigüedad, que la mayor parte se conservan en Tartaria e India (50).
Un monje del referido
monasterio griego nos enseñó una copia del manuscrito, que apenas entendimos
por no estar muy fuertes en lenguas muertas; pero el monje nos lo tradujo con
tal fidelidad que recordamos perfectamente el siguiente pasaje: “Cuando la
reina del sol (Cleopatra) regresó a la casi destruida ciudad donde el fuego
había devorado la gloria del mundo y
vio los montones de volúmenes de carbonizado foliaje e intacta encuadernación,
lloró de rabiosa furia y maldijo la mezquindad de sus antepasados, que
escatimaron en el texto de los manuscritos el pergamino que tan sólo emplearon
en las encuadernaciones”.
Más adelante se burla delicadamente de la reina porque cree que se han quemado casi todos los volúmenes de la biblioteca, siendo así que cientos y aun miles de los más valiosos estaban seguros en casa de los empleados, bibliotecarios, estudiantes y filósofos.
Más adelante se burla delicadamente de la reina porque cree que se han quemado casi todos los volúmenes de la biblioteca, siendo así que cientos y aun miles de los más valiosos estaban seguros en casa de los empleados, bibliotecarios, estudiantes y filósofos.
Muchos
y muy ilustrados coptos que residen en el Asia Menor, Egipto y Palestina están
seguros de que tampoco se han perdido los volúmenes de otras bibliotecas
posteriores a la famosa de Alejandría, y dicen sobre ello que se salvaron todos
los de la de Atalo III de Pérgamo, regalada por Antonio a Cleopatra. Afirman
también que cuando en el siglo IV empezaron los cristianos a preponderar en
Alejandría, y Anatolio, obispo de Laodicea, se desató en invectivas contra la
religión del país, los filósofos paganos y los teurgos expertos tomaron
exquisitas precauciones para conservar el depósito de la sabiduría sagrada. El
famoso teurgo y filósfo Antonino acusó al obispo Teófilo (hombre de villana y
miserable reputarción) de sobornar a los esclavos del Serapión para que
substrajeran volúmenes que él vendía después muy caros a los forasteros. La historia
nos enseña que en el año 389 este obispo Teófilo prevaleció contra los
filósofos paganos, y que su no menos indigno sucesor Cirilo mandó asesinar a
Hypatia.
Aunque el historiador Suidas da
algunos pormenores acerca de Antonino (a quien llama Antonio) y de su elocuente
amigo Olimpio, el defensor del serapión, es muy deficiente la historia en lo
tocante a los poquísimos libros que de siglo en siglo han llegado hasta el
nuestro, ni tampoco se muestra explícita por lo que se refiere a lo acaecido durante
los cinco primeros siglos del cristianismo, según relatan numerosas tradiciones
populares de Oriente, que, no obstante su aparente inverosimilitud, descubren
mucho y buen grano entre la paja del relato. No es extraño que los naturales
repugnen comunicar estas tradiciones, pues fácilmente se revuelven contra ellos
los viajeros, tanto escépticos como fanáticos.
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