De
este modo es natural ver que, aun con los escasísimos datos que ha obtenido el
historiador profano, un sueco científico, Rudbeck, tratase de probar, hace dos
siglos, que Suecia era la Atlántida de Platón. Hasta llegó a creer que en la
configuración de la antigua Upsala había encontrado la situación y proporciones
de la capital de la “Atlántida”, según las presentaba el sabio griego. Como
probó Bailly, Rudbeck estaba en un error; pero también lo estaba Bailly, aún
más, pues Suecia y Noruega habían formado parte de la antigua Lemuria, y
también de la Atlántida por el lado de Europa; del mismo modo que la Siberia
oriental y occidental y Mamschatka habían pertenecido a ella, por el de Asia.
Pero, repetimos: ¿cuándo fue esto? Sólo estudiando los Purânas podemos encontrarlo aproximadamente, esto es, si no
queremos tener en cuenta para nada las Enseñanzas Secretas.
Tres
cuartos de siglo han transcurrido desde que Wilford presentó sus imaginarias
teorías acerca de que las islas Británicas eran la “Isla Blanca”, el Atala de
los Purânas. Esto era pura necedad,
toda vez que Atala es una de las siete Dvipas, o Islas, pertenecientes a los
Lokas inferiores, una de las siete regiones de Pâtâla (los antípodas). Además,
según indica Wilford los Purânas la
colocan “en la séptima zona o séptimo clima” -más bien en la medida séptima de
calor-, lo cual la localiza así entre las latitudes 24º y 28º Norte. Por tanto,
debe buscarse en el mismo grado que el Trópico de Cáncer, mientras que
Inglaterra se halla entre las latitudes 50º y 60º. Wilford la llama Atala, la
Atlántida, la Isla Blanca. Su enemigo es llamado el “Demonio Blanco”, el
Demonio del terror, pues dice:
En
sus romances (indos y persas) vemos a Caiscaus que va a la montaña de Az-burj; o As-burj, a cuyo pie se pone el sol, a luchar con el
Divsefid, o demonio blanco, el Târa-daitya de los Purânas, y cuya mansión estaba en el grado séptimo del mundo, correspondiendo a la séptima zona de los
buddistas... o, en otras palabras, a la Isla Blanca.
Ahora
bien; en esto es donde los orientalistas han estado, y están aún, frente a
frente del enigma de la Esfinge, cuya errónea interpretación destruirá siempre
su autoridad -ya que no a sus personas- a los ojos de todos los eruditos
hindúes, Iniciados o no. Pues no hay en los
Purânas, en cuyos detalles contradictorios fundaba Wilford sus
especulaciones, una sola declaración que no tenga varios significados y que no
se aplique tanto al mundo físico como al metafísico. Si los antiguos hindúes
dividían geográficamente la faz del Globo en siete Zonas, Climas, Dvipas, y
alegóricamente en siete Infiernos y siete Cielos, la medida de siete no se
aplicaba en ambos casos a las mismas localidades. Ahora bien; el Polo Norte, el
país del “Meru”, es lo que es la séptima división, por corresponder al séptimo
Principio (o al cuarto metafísicamente) del cálculo Oculto. Representa él la
región de Âtmâ, del Alma y de la Espiritualidad puras. De aquí que Pushkara se
presente como la séptima Zona, o
Dvipa, que circunada el Océano Kshira u Océano de Leche (la blanca región
siempre helada), en el Vishnu y otros
Purânas. Y Pushkara, con sus
dos Varshas, se encuentra directamente al pie del Meru. Pues se ha dicho que:
Los
dos países Norte y Sur del Meru tienen la forma
de arco... (y que) la mitad de la superficie de la tierra está al Sur del
Meru y la otra mitad al Norte del mismo - más
allá del cual está la mitad de Pushkara.
Geográficamente,
pues, Pushkara es la América, Septentrional y Meridional; y alegóricamente es
la prolongación de Jambu-dvipa, en medio de la cual se halla el Meru,
pues es el país habitado por seres que viven diez mil años y que están libres
de enfermedad y de decaimiento; donde no existen la virtud ni el vicio, ni
castas ni leyes, porque estos hombres son “de la misma naturaleza que los
Dioses” . Wilford tiende a ver el Meru en el Monte Atlas, y coloca también
allí el Lokâloka. Ahora bien; el Meru, se nos dice que es el Svar-loka, la
mansión de Brahmâ y de Vishnu, y el Olimpo de las regiones exotéricas indias; y
se describe, geográficamente, como “pasando por medio del globo terrestre, y
rebasando por cada lado”. En su parte superior están los Dioses, y en la
inferior, o Polo Sur, la mansión de los Demonios (Infiernos). ¿Cómo, pues,
puede ser el Meru el Monte Atlas? Por otra parte, Târadaitya, un Demonio, no
puede ser colocado en la séptima Zona, si esta última ha de se identificada con
la Isla Blanca, la cual es Shveta-dvipa, por las razones dadas en la nota
anterior.
Wilford
acusa a los brahmanes de “haber mezclado confusamente (islas y países)”, pero
él es quien los ha mezclado y confundido aún más. Cree él que, como el Brahmânda y el Vâyu Purâna dividen el antiguo Continente en siete Dvipas, que se
dice están rodeadas de un vasto océano, más allá del cual se encuentran las
regiones y montañas de Atala, de aquí que:
Es
muy probable que los griegos derivasen sus nociones de la célebre Atlántida, la
cual, no pudiendo ser encontrada después de haber sido una vez descubierta,
supusieron que había sido destruida por alguna conmoción de la Naturaleza.
Como
encontramos alguna dificultad en creer que los sacerdotes egipcios, Platón y
hasta el mismo Homero fundasen todas sus nociones de la Atlántida en Atala
-región inferior situada en el Polo Sur-, preferimos atenernos a las
declaraciones de los Libros Secretos. Creemos en los siete continentes, cuatro
de los cuales han vivido ya su tiempo, el quinto existe aún, y dos aparecerán
en el porvenir. Creemos que cada uno de estos no es estrictamente un continente
con arreglo al sentido moderno de la palabra, sino que cada nombre, desde Jambu
hasta Pushkara se refiere a los nombes geográficos dados: I las tierras
secas que cubren toda la superficie de la Tierra durante el período de una
Raza-Raíz en general; II a lo que queda de éstas después de un Pralaya de Raza
geológico, como, por ejemplo, Jambu; y III a aquellas localidades que entrarán,
después de futuros cataclismos, en la formación de nuevos Continentes
universales, Penínsulas o Dvipas, siendo cada Continente, en cierto
sentido, una región mayor o menor de tierra seca rodeada de agua. Así, pues,
cualquiera que sea la “mescolanza” que esta nomenclatura pueda representar para
el profano, no hay ninguna de hecho para el que posee la clave.
Así,
creemos saber que aun cuando dos de las Islas Puránicas -los Continentes Sexto
y Séptimo- están aún por aparecer, sin embargo, ha habido, o hay tierras que entrarán en la composición de las
futuras regiones secas, de nuevas Tierras cuyas superficies geográficas serán
totalmente cambiadas, como lo fueron las del pasado. Por tanto, encontramos en
los Purânas que Shâka-dvipa es (o
será) un Continente, y que Shanka-dvipa, según lo presente el Vâyu Purâna, es sólo “una isla menor”,
una de las nueve divisiones (a las cuales el Vâyu añade seis más) de Bhâratavarsha. Pues Shankha-dvipa fue
poblada por “Mlechehhas (extranjeros impuros), que adoraban divinidades indas”,
y por tanto, estaban relacionados con la India.
Esto explica a Shankhâsura, Rey
de una parte de Shankha-dvipa, que fue muerto por Krishna; aquel Rey que
residía en el palacio “que era una concha marina, y cuyos súbditos vivían
también en conchas”, dice Wilford.
En
las orillas del Nilâ (173) había luchas frecuentes entre los Devatâs (Seres
Divinos, Semidioses) y los Daityas (Gigantes); pero siendo esta última tribu la
que prevaleció, su rey y Jefe Shankhâsura, que residía en el Océano, hizo
frecuentes incursiones... de noche.
No
es en las orillas del Nilo, como supone Wilford, sino en las costas del África
Occidental, al Sur de donde está ahora Marruecos, donde tuvieron lugar estas
batallas. Hubo un tiempo en que todo el Desierto de Sahara era un mar, después
un continente tan fértil como el Delta, y luego, después de otra sumersión
temporal, se convirtió en un desierto, parecido a aquella otra soledad, el
Desierto de Shamo o de Gobi. Esto se indica en la tradición Puránica, pues en
la misma página antes citada, se dice:
(La)
gente estaba entre dos fuegos; pues, mientras Shankhâsura saqueaba un lado del
continente, Racacha (o Krauncha), rey de Crauncha-dwip (Krauncha-dvipa),
desolaba el otro; ambos ejércitos... convirtieron
así la más fértil de las regiones en un árido desierto.
Seguro es que Europa fue precedida no sólo por
la última isla de la Atlántida de que habla Platón, sino también por un gran
continente, que primero se dividió, y últimamente se subdividió en siete
penínsulas e islas llamadas (Dvipas). Cubría él todas las regiones Atlánticas
del Norte y del Sur, así como partes del Pacífico, del Norte y Sur, y tenía
islas hasta en el Océano Índico (restos de la Lemuria). Este aserto está
corroborado por los Purânas indios,
por escritores griegos y por tradiciones persas, asiáticas y mahometanas.
Wilford, que confunde lastimosamente las leyendas indas y musulmanas, muestra
esto, sin embargo, claramente. Sus hechos y citas de los Purânas presentan una evidencia
concluyente de que los indos Arios y otras antiguas naciones fueron navegantes
antes que los fenicios, a quienes se atribuye ahora el haber sido los primeros
marinos que aparecieron en los tiempos postdiluvianos. He aquí lo que leemos en
Asiatic Researches:
En
su desesperación, los pocos indígenas que quedaron (en la guerra entre los
Devatâs y Daityas) elevaron sus manos y su corazón a Bhagavân, y exclamaron:
“Que el que nos liberte... sea nuestro rey”; y usaron la palabra ÎT (un término
mágico que Wilford, evidentemente, no
entendió) que tuvo eco en todo el país.
Entonces
estalla una violenta tempestad; las aguas del Kâli se agitan de un modo
extraño, “y aparece sobre las olas... un hombre, llamado después ÎT, a la
cabeza de un ejército numeroso, diciendo
abhayan, o no hay temor”; y
derrotó al enemigo. “El Rey ÎT -explica Wilford- es una encarnación subordinada
a Mrira” -Mrida, ¿una forma de Rudra probablemente?- quien “restableció la paz
y prosperidad en todo el Shamkha-dvipa, por medio de Barbaradêsa, Misrast’hân y
Arva-st’hân, o Arabia”, etc.
Seguramente,
si los Purânas indos dan una
descripción de guerras en continentes e islas situados más allá del África
Occidental, en el Océano Atlántico; si sus escritores hablan de Barbaras y
otras gentes como los Árabes -ellos que nunca se ha sabido que hayan navegado
ni cruzado el Kâlapâni, las Negras Aguas del Océano, en los días de la
navegación fenicia- entonces estos Purânas
tienen que ser más antiguos que los fenicios, a los cuales se les asigna la
época de 2.000 a 3.000 años antes de Cristo. En todo caso, sus tradiciones
tienen que ser más antiguas, pues un adepto escribe:
En el relato anterior, los indos hablan de
esta isla como existiendo, y con gran poderío; por tanto, tiene que haber sido
hace más de once mil años.
Pero
puede aducirse otra prueba de la gran antigüedad de estos indos arios que
describieron la última isla superviviente de la Atlántida, o más bien de aquel
resto de la parte oriental, del Continente que pereció poco después del
levantamiento de las dos Américas - los dos Varshas de Pushkara. Y
describieron lo que conocían, porque habían morado una vez en él. Esto puede
demostrarse, además, con un cálculo astronómico de un Adepto que critica a
Wilford. Recordando lo que este orientalista había manifestado respecto del
Monte Ashburj, “a cuyo pie se pone el sol”, donde ocurrió la guerra entre los
Devatâs y los Daityas , dice:
Consideraremos, pues, la latitud y longitud
de la perdida isla y del Monte Ashburj que ha quedado. Fue en el séptimo grado
el mundo, esto es, en el séptimo clima (el cual está entre la latitud de 24 a
28 grados Norte) ...Esta isla, hija del Océano, se ha descrito muchas veces
como estando al Oeste; y al sol se le presenta como poniéndose al pie de su
montaña (Ashburj, Atlas, Tenerife o Nilâ, no importa el nombre), y luchando con
el Demonio Blanco de la “Isla Blanca”.
Ahora bien; si consideramos esta declaración
desde su aspecto astronómico, como Krishna es el Sol encarnado (Vishnu), un
Dios solar, y como se dice que mató el
Div-sefid, el Demonio Blanco -una personificación posible de los antiguos habitantes del pie del Atlas-, puede quizás
que sólo sea una representación de los rayos verticales del Sol. Por otra
parte, estos habitantes, los Atlantes, según hemos visto, son acusados por
Diodoro de maldecir diariamente al
Sol, y de luchar siempre contra su influencia. Esto es, sin embargo, una
interpretación astronómica. Ahora quedará probado que Shankhâsura, y
Shankha-dvipa, y toda su historia, es también geográfica y etnológicamente la
Atlántida de Platón bajo la vestimenta inda.
Se
ha observado que, puesto que en los relatos Puránicos la isla existe todavía, estos relatos tienen que
tener más de los 11.000 años que han transcurrido desde que Shankha-dvipa, o la
Poseidonis de la Atlántida, desapareció. Pero ¿no puede ser posible que los
indos conocieran esta isla aún antes? Volvamos de nuevo a las demostraciones
astronómicas que aclaran perfectamente este punto, si con el referido Adepto
consideramos que:
En el tiempo en que el “coluro” tropical del
verano pasaba por las Pléyades, cuando Cor Leonis se hallaba sobre el ecuador,
y cuando Leo estaba vertical a Ceilán al ponerse el sol, entonces Tauro estaría
vertical a la isla de la Atlántida al mediodía.
Esto
quizás explique por qué los singaleses, herederos de los Râkshasas y Gigantes
de Lankâ y descendientes directos de Sinha, o Leo, estuvieron relacionados con
Shakha-dvipa o Poseidonis (la Atlántida de Platón). Sólo que, como el Sphinxiad de Mackey indica, esto tiene
que haber ocurrido hace unos 23.000 años, astronómicamente;
en cuyo tiempo la oblicuidad de la eclíptica tuvo que haber sido más de 27
grados, y por consiguiente, Tauro debe de haber pasado sobre la Atlántida o
Shankha-dvipa. Y que esto era así se demuestra claramente. Dicen los
Comentarios:
El toro sagrado Nandi fue traído de Bhârata
a Shankha para encontrarse con Rishabha (Tauro) en cada Kalpa. Pero cuando los
de la Isla Blanca (descendientes originalmente de Shveta-dvipa) (181), que se
habían mezclado con los Daityas (Gigantes) de la tierra de iniquidad, se
hubieron vuelto negros por el pecado, entonces Nandi permaneció por siempre en
la Isla Blanca (o Shveta-dvipa) ... Los del Cuarto Mundo (Raza) perdieron AUM.
Asburj, o Azburj,
ya sea o no el pico de Tenerife, era un volcán cuando principió la sumersión de
la “Atala Occidental”, o Infierno, y los que se salvaron refirieron lo sucedido
a sus hijos. La Atlántida de Platón pereció entre el agua por debajo y el fuego
por encima, pues la gran montaña no cesó de vomitar llamas.
El “Monstruo vomitador de fuego” fue el
único que sobrevivió de entre las ruinas de la desgraciada isla.
¿Es
que se acusa también a los griegos, a quienes se atribuye haber hecho suya una
ficción inda (Atala), y haber inventado otra de ella (la Atlántida), de haber
tomado de ellos sus nociones geográficas y el número siete?
“La
famosa Atlántida ya no existe, pero casi ni se puede dudar de que existiera”,
dice Proclo; “pues Marcelo, que escribió una historia sobre los asuntos
etíopes, dice que tal gran isla existió una vez, y esto lo prueban los que
escribieron historias acerca del mar externo. Pues ellos cuentan que en este tiempo había siete islas en el Mar Atlántico, consagradas a
Proserpina; y además de éstas, tres de inmensa magnitud consagradas a
Plutón..., (Júpiter), y Neptuno. Y, además, los habitantes de la última isla
(Poseidonis) conservaban la memoria de
las prodigiosas dimensiones de la isla Atlántida, según lo habían referido
sus antepasados, y que ella gobernó durante mucho tiempo todas las islas del
mar Atlántico. Desde esta isla puede
pasase a otras grandes islas más allá, las cuales no están lejos de la tierra
firme, cerca de la cual está el verdadero mar”.
Estos
siete dvipas (traducidos erróneamente por islas) constituyen, según Marcelo, el
cuerpo de la famosa Atlántida... Esto muestra evidentemente que la Atlántida es el antiguo continente...
La Atlántida fue destruida después de una violenta borrasca (?); esto es bien
conocido de los puránicos, algunos de los cuales aseguran que, a consecuencia
de esta espantosa convulsión de la naturaleza, desaparecieron seis de los
Dvipas.
Ya se han dado bastante pruebas para
satisfacer al mayor escéptico. No obstante, se añadirán pruebas directas
basadas en la Ciencia exacta. Sin
embargo, aun cuando se escribieran volúmenes, de nada servirían para aquellos
que no quieren ver ni oír sino por los ojos y oídos de sus autoridades
respectivas.
De
aquí la enseñanza de los escoliadores católicos romanos, a saber: Que Hermón,
el monte de la tierra de Mizpeth -que significa “anatema”, “destrucción”- es lo
mismo que Monte Armón. Como prueba de esto, citan muchas veces a Josefo
afirmando que, aun en su tiempo, se descubrían en él diariamente enormes huesos
de gigantes. Pero era la tierra de Balaam, el profeta a quien el “Señor amaba”.
Y tan mezclados están los hechos y personajes en el cerebro de los mencionados
escoliadores, que cuando el Zohar
explica que “las aves” que inspiraron a Balaam significan “Serpientes”, esto
es, los Hombres Sabios y adeptos en cuya Escuela había aprendido los misterios
de la profecía, aprovechan de nuevo la ocasión para mostrar al Monte Hermón,
habitado por los “dragones alados del Mal, cuyo jefe es Samael” - ¡el Satán
judío! Según dice Spencer:
A estos espíritus impuros encadenados en el
Monte Hermón del Desierto fue enviado el chivo de Israel, el cual tomó el
nombre de uno de ellos (Azaz (y) el).
No
es así, decimos nosotros. El Zohar
tiene la explicación siguiente acerca de la práctica de la magia, la cual es
llamada en hebreo Nehhaschim o las “Obras de las Serpientes”. Dice (part. III, col. 302):
Es
llamada Nehhaschim porque los magos (Kabalistas prácticos) trabajan rodeados por la luz de la Serpiente
Primordial, que perciben en el cielo como una zona luminosa compuesta de
miríadas de pequeñas estrellas.
Esto
significa sencillamente la Luz Astral, llamada así por los Martinistas, por
Eliphas Lévi, y ahora por todos los Ocultistas modernos.
H.P Blavatsky D.S T III
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