lunes, 19 de octubre de 2015

Fragmentos adicionales de un comentario sobre los versículos de las Estancia XII


            
El manuscrito de que se han tomado estas explicaciones adicionales pertenece al grupo llamado Tongshaktchi Sangye Songa, o los “Anales de los Treinta y cinco Buddhas de Compasión”, como se les llama exotéricamente. Estos personajes, sin embargo, aunque llamados Buddhas en la religión Buddhista del Norte, pueden llamarse igualmente Rishis, Avatâras, etcétera, pues son “Buddhas que han precedido a Shâkyamuni” sólo para los partidarios septentrionales de la ética predicada por Gautama. Estos grandes Mahâtmâs, o Buddhas, son propiedad universal y común; son Sabios históricos (por lo menos para todos los Ocultistas que creen en tal Jerarquía de Sabios, y a quienes su existencia les ha sido probada por los que saben de la Fraternidad). Se han escogido de entre unos noventa y siete Buddhas de un grupo, y cincuenta y tres de otro , en su mayor parte personajes imaginarios, que son realmente la personificación de los poderes de los primeramente mencionados. 

Estos “Cestos” de escritos de los más antiguos, sobre “hojas de palma”, son guardados muy secretos. Cada manuscrito tiene como apéndice una corta sinopsis de la historia de la subraza a que perteneció el Buddha-Lha particular. El manuscrito especial del que han sido extractados los fragmentos que siguen, y puestos luego en lenguaje más comprensible, se dice que ha sido copiado de tablas de piedra que pertenecieron a un Buddha de los primeros días de la Quinta Raza, que había presenciado el Diluvio y la sumersión de los principales continentes de la Raza Atlante. 

No está muy lejano el día en que mucho si no todo de lo que aquí exponemos de los Anales Arcaicos se encontrará ser exacto. Entonces los simbologistas modernos adquirirán la certidumbre de que el mismo Odin, o el Dios Woden, el Dios más elevado de la mitología alemana y escandinava, es uno de estos treinta y cinco Buddhas; uno de los primeros, verdaderamente, porque el continente al que él y su Raza pertenecían, es también uno de los primeros; tan primitivo, en verdad, que en aquellos días la naturaleza tropical se encontraba en donde ahora se hallan los hielos perpetuos, y se podía cruzar casi por tierra seca desde Noruega, por Irlanda y Groenlandia, a las tierras que al presente circundan la Bahía de Hudson.. De una manera semejante en los días del apogeo de los Gigantes Atlantes, los hijos de los “Gigantes del Oriente”, un peregrino podía hacer un viaje desde lo que hoy se llama el desierto de Sahara, a las tierras que reposan ahora en sueños sin ensueños, en el fondo de las aguas del Golfo de México y el Mar de los Caribes. Sucesos que jamás han sido escritos fuera de la memoria humana, pero que eran religiosamente transmitidos de una generación a otra, y de raza a raza, pueden haberse conservado por la constante transmisión “dentro del libro del cerebro”, y a través de evos sin cuento, con más verdad y exactitud que en cualquier documento o anales escritos. “

Lo que forma parte de nuestras almas es eterno”, dice Thackeray; y ¿qué puede haber más próximo a nuestras Almas que lo que sucede en el albor de nuestras vidas? Esas vidas son innumerables; pero el Alma o Espíritu que nos anima a  través de estas miríadas de existencias es la misma; y aunque el “libro” del cerebro físico puede olvidar sucesos dentro de una vida terrestre, la masa de los recuerdos colectivos jamás abandonará el Alma Divina que en nosotros mora. Sus murmullos podrán ser demasiado tenues; el sonido de sus palabras demasiado alejado del plano que perciben nuestros sentidos físicos; sin embargo, la sombra de los sucesos  que fueron, tanto como la sombra de los sucesos por acontecer, se halla dentro de sus facultades perceptivas, y siempre presente ante su ojo mental.
            
Quizás es la voz del Alma la que dice, a los que creen en la tradición más que en la historia escrita, que lo que vamos a manifestar es en un todo verdad, y se relaciona con hechos prehistóricos.
            
He aquí lo que dice uno de los pasajes:
            
LOS REYES DE LA LUZ HAN PARTIDO INDIGNADOS. LOS PECADOS DE LOS HOMBRES SE HAN HECHO TAN NEGROS QUE LA TIERRA SE ESTREMECE EN SU AGONÍA... LAS AZULADAS SEDES PERMANECEN VACÍAS. ¿QUIÉNES ENTRE LAS (RAZAS) MORENAS, QUIÉNES ENTRE LAS ROJAS NI AUN ENTRE LAS NEGRAS, PUEDE OCUPAR LAS SEDES DE LOS BENDITOS, LAS SEDES DE LA SABIDURÍA Y DE LA PIEDAD? ¿QUIÉN PUEDE ASUMIR LA FLOR DEL PODER, LA PLANTA DEL DORADO TALLO Y DE LA FLOR AZUL?
            
Los “Reyes de la Luz” es el nombre que se da en todos los antiguos anales a los Soberanos de las Dinastías Divinas. Las “Azuladas Sedes” está traducido como “Tronos Celestiales” en algunos documentos. La “Flor del Poder” es ahora el Loto; lo que puede haber sido en aquel tiempo, ¿quién lo sabe?
            
El escritor prosigue, como el difunto Jeremías, lamentando el destino de su pueblo. Habían perdido sus Reyes “Azules” (Celestiales) “los del color deva”, de complexión lunar; y “los de faz refulgente (dorada)” partieron “a la Tierra de la Dicha, la Tierra del Fuego y del Metal”, o de acuerdo con las reglas del simbolismo, a las tierras situadas al Norte y Este, de donde “las Grandes Aguas han sido barridas, absorbidas por la Tierra y disipadas en el Aire”. Las razas sabias habían percibido “los Dragones negros de la tempestad, llamados por los Dragones de la Sabiduría”, y “huyeron conducidas por los resplandecientes Protectores del País más Excelente”, los grandes Adeptos antiguos, probablemente los que los indos mencionan como sus Rishis y Manus. Uno de ellos era el Manu Vaivasvata.
            
Los “de color amarillo” son los antepasados de los que hoy clasifica la Etnología como turanios, mogoles, chinos y otras naciones antiguas; y la tierra a que huyeron no fue otra que el Asia Central. Allí nacieron razas completamente nuevas; allí vivieron y murieron hasta la separación de las naciones. Pero esta “separación” no se verificó ni en las localidades que la Ciencia Moderna señala, ni del modo que se dice que los arios se dividieron y separaron, según el profesor Max Müller y otros arianistas. Cerca de dos terceras partes de un millón de años han transcurrido desde aquella época. Los gigantes de rostro amarillo de los días postatlantes tuvieron tiempo sobrado de dividirse en los tipos más heterogéneos y diversos, en su confinamiento obligado en una parte del mundo, con la misma sangre de raza y sin ninguna infusión o mezcla extraña, durante un período de cerca de 700.000 años. Lo mismo se ve en África; en ninguna parte existe tal variedad extraordinaria de tipos, desde el negro hasta el casi blanco, desde los hombres gigantescos hasta las razas enanas; y esto sólo a causa de su forzado aislamiento. Los africanos no han abandonado su continente durante cientos de miles de años. Si mañana desapareciese Europa apareciendo otras tierras en su lugar, y si las tribus africanas se separasen y esparciesen sobre la superficie de la Tierra, dentro de cien mil años formarían ellas la masa de las naciones civilizadas. Los descendientes de nuestras naciones más cultas, que pudieran haber sobrevivido en  alguna isla sin medios de cruzar los nuevos mares, serían los que caerían en un estado de relativo salvajismo. Así que la razón que se da para dividir a la humanidad en razas superiores e inferiores cae por tierra y se convierte en una ilusión.
            
Tales son los hechos que presentan los Anales Arcaicos. Comparándolos con algunas teorías modernas de la evolución, minus la Selección Natural, estas declaraciones aparecen muy razonables y lógicas. Así, mientras los arios son los descendientes del Adán  amarillo, de la raza gigantesca ario-atlante, altamente civilizada; los semitas, y con ellos los judíos, son los del Adán rojo; de modo que, tanto De Quatrefages como los escritores del Génesis mosaico tienen razón. Porque si el capítulo V del libro primero de Moisés pudiera compararse con las genealogías que se encuentran en nuestra Biblia Arcaica, se observaría en ellas el período desde Adán a Noé, aunque, por supuesto, bajo nombres distintos, estando los años de los respectivos Patriarcas convertidos en períodos, y siendo el todo simbólico y alegórico. En el manuscrito de que nos estamos ocupando, son muchas y frecuentes las referencias al gran conocimiento y civilización de las naciones Atlantes que muestran el régimen de algunas de ellas y la naturaleza de sus artes y ciencias. Si de la Tercera Raza-Raíz, los Lemuro atlantes, se ha dicho ya que pereció “con sus elevadas civilizaciones y Dioses”, ¡cuánto más puede decirse esto de los Atlantes!
            
De la Cuarta Raza es de donde los arios primitivos adquirieron su conocimiento del “conjunto de cosas maravillosas” (de) el Sabhâ y Mayasabhê mencionados en el Mahâbârata, el don de Mayasura a los Pândavas. De ellos aprendieron la aeronáutica, la Vimâna Vidyâ, el “conocimiento de volar en vehículos aéreos”, y por tanto, sus grandes conocimientos de meteorografía y meteorología. De ellos también heredaron los arios su más valiosa ciencia de las virtudes ocultas de las piedras preciosas y otras de la Química, o más bien, la Alquimia, la Mineralogía, Geología, Física y astronomía.
            
Varias veces se ha hecho la escritora la siguiente pregunta: ¿Es original la historia del Éxodo, por lo menos en sus detalles, según se refiere en el Antiguo Testamento? ¿O es, como la historia de Moisés y muchas otras, sencillamente otra versión de las leyendas que se contaban de los Atlantes? Porque, ¿quién puede dejar de ver la gran semejanza de los rasgos fundamentales, al oír referir la historia de estos últimos? Recuérdese la cólera de “Dios” ante la obstinación de Faraón, su orden a los “elegidos” de despojar a los egipcios, antes de partir, de sus “joyas de plata y joyas de oro”, y finalmente, los egipcios y su Faraón ahogados en el Mar Rojo. Léase luego el fragmento siguiente de la historia primitiva en el Comentario:
            
Y el “Gran Rey de la Faz resplandeciente”, el jefe de todos los de faz amarilla se entristeció al ver los pecados de los de faz negra.
            
Envió él sus vehículos aéreos (Vimânas) a todos los jefes hermanos (jefes de otras naciones y tribus) con hombres piadosos dentro, diciendo:
            
“Preparaos. Alzaos vosotros, hombres de la Buena Ley, y cruzad la tierra mientras esté (aún) seca”.
            
“Los Señores de la tempestad se aproximan. Sus carros se aproximan a la Tierra. Solamente una noche y dos días más vivirán los Señores de la Obscura Faz (los hechiceros) en esta tierra paciente. Está ella condenada y tienen que hundirse con ella. Los Señores inferiores de los Fuegos (los Gnomos y los Elementales del Fuego) están preparando sus Agnyastras mágicas (armas de fuego construidas por medio de la Magia). Pero los Señores de mirada Tenebrosa (“Mal Ojo”) son más fuertes que ellos (los Elementales), y estos son los esclavos de los poderosos. Están ellos versados en el Astra (Vidyâ, el conocimiento mágico más elevado). Venid y usad los vuestros (esto es, vuestro poderes mágicos, para contrarrestar los de los Hechiceros). Que los Señores de la Faz resplandeciente (los Adeptos de la Magia Blanca) hagan que los Vimânas de los Señores de la Obscura Faz pasen a sus manos (o posesión), a fin de que ninguno (de los Hechiceros) pueda escapar por su medio de las aguas, evitar la Vara de las Cuatro (Deidades Kármicas) y salvar a sus perversos (secuaces o pueblos)”.
            
“Que los de Faz Amarilla envíen sueño de sí mismos (¿mesmericen?) a los de  Faces Negras. Que aun a ellos (los Hechiceros) se les evite el dolor y el sufrimiento. Que todos los hombres fieles a los Dioses Solares aten (paralicen) a los hombres que dependen de los Dioses Lunares, para que no sufran ni escapen a su destino”.
            
“Y que los de Rostro Amarillo ofrezcan su agua de vida (sangre) a los animales parlantes de los de Faz Negra, para que no despierten a sus amos”.
            
“La hora ha sonado, la negra noche pronta está”.

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“Que su destino se cumpla. Somos los servidores de los Grandes Cuatro. Que vuelvan los Reyes de la Luz”.
            
El gran Rey dejó caer su Faz Resplandeciente y lloró...
            
Cuando los Reyes se reunieron, las aguas se habían movido ya...
            
(Pero) las naciones habían cruzado ya las tierras enjutas. Estaban más allá del nivel del agua. Sus Reyes las alcanzaron en sus Vimânas y las condujeron a las tierras del Fuego y del Metal (Este y Norte).
           
  Además en otro pasaje se dice:
            
Llovieron estrellas (meteoros) sobre las tierras de las Faces Negras; pero ellos dormían.
            
Lo animales parlantes (los vigilantes mágicos) se estuvieron quedos.
            
Los Señores inferiores esperaban órdenes, pero éstas no llegaron, porque sus amos dormían.
            
Las aguas se elevaron, y cubrieron los valles desde un extremo a otro de la Tierra. Las tierras altas quedaron, el fondo de la Tierra (las tierras de las antípodas) permaneció seco. Allí moraban los que escaparon; los hombres de las Faces Amarillas y de mirada recta (la gente sincera y franca).
            
Cuando los Señores de la Faz Obscura se despertaron y pensaron en sus Vimânas a fin de huir de las aguas, no las encontraron.
            
Luego otro pasaje presenta a algunos de los Magos más poderosos de las “Caras Obscuras” que se despertaron más pronto que los demás, persiguiendo a los que “les habían despojado”, y que estaban en la retaguardia; pues “las naciones que conducían eran más espesas que las estrellas en la vía láctea”, dice un Comentario más moderno, escrito sólo en sánscrito
            
De mismo modo que una serpiente dragón desenvuelve lentamente sus anillos, así los Hijos de los Hombres, conducidos por los Hijos de la Sabiduría, desdoblaban sus pliegues, y esparciéndose se extendieron como una corriente veloz de dulces aguas... muchos de entre ellos de corazón débil perecieron en el camino. Pero la mayor parte se salvaron.
            
Sin embargo, los perseguidores, “cuyas cabezas y pechos sobresalían por encima de las aguas”, les dieron caza “durante tres términos lunares”, hasta que finalmente, alcanzados por las aguas cada vez más altas, perecieron hasta el último hombre, hundiéndose el suelo bajo sus pies y tragando la tierra a los que la habían profanado.
            
Esto tiene todas las apariencias de ser la materia original sobre la cual se construyó en el Éxodo la historia parecida, muchos cientos de miles de años después. La biografía de Moisés, la historia de su nacimiento, de su infancia y de su salvación del Nilo por la hija de Faraón está ahora demostrado que ha sido tomada de la narración Caldea sobre Sargón. Y si es así, si los ladrillos asirios que se hallan en el Museo Británico son una buena prueba de ello, ¿por qué no ha de ser lo mismo que los judíos robaran sus joyas a los egipcios, la muerte de Faraón y de su ejército, y así sucesivamente? Los Magos gigantescos de Ruta y Daitya, los “Señores de la Faz Oscura”, pueden haberse convertido, en el último relato, en los Magos egipcios; y las naciones de cara amarilla de la Quinta Raza, en los virtuosos hijos de Jacob, en el “pueblo escogido”. Otra declaración nos queda que hacer. Ha habido varias Dinastías Divinas; una serie para cada Raza-Raíz, principiando con la Tercera, concordando y estando adaptada cada serie a su Humanidad. Las últimas siete Dinastías mencionadas en los anales egipcios y caldeos pertenecían a la Quinta Raza, la cual, aunque llamada generalmente Aria, no lo era del todo, toda vez que ella estuvo siempre muy mezclada con razas a las cuales la Etnología da diferentes nombres. Imposible sería, visto el limitado espacio de que disponemos, entrar en más detalles de la descripción de los Atlantes, en los cuales cree todo el Oriente tanto como creemos nosoros en los antiguos egipcios, pero cuya existencia niegan la mayor parte de los hombres científicos occidentales; como han negado, antes de esto, muchas verdades, desde la existencia de Homero hasta la de las palomas mensajeras. La civilización de los Atlantes fue aún mayor que la de los egipcios. Sus descendientes degenerados, la nación de la Atlántida de Platón, fueron los que construyeron las primeras Pirámides en el país, y eso seguramente antes del advenimiento de los “etíopes orientales”, como llama Herodoto a los egipcios. Esto puede deducirse muy bien de la declaración de Ammanio Marcelino, el cual dice de las Pirámides que:

            
Hay también pasajes subterráneos y retiros tortuosos, los cuales, se dice, fueron construidos en diferentes lugares por hombres hábiles en los antiguos misterios, por medio de los cuales adivinaban la venida de un diluvio, a fin de que la memoria de todas sus ceremonias sagradas no se perdiese.

            
Estos hombres, que “adivinaban la venida de los diluvios” no eran egipcios, los cuales no tuvieron jamás ninguno, exceptuando las crecidas periódicas del Nilo. ¿Quiénes eran? Los últimos restos de los Atlantes, afirmamos nosotros; esas razas que la Ciencia sospecha confusamente, y pensando en las cuales, dice Mr. Charles Gould, el bien conocido geólogo:

            
¿Podemos suponer que hemos agotado en lo más mínimo el gran museo de la naturaleza? ¿Hemos penetrado, efectivamente, más allá de sus antecámaras? ¿Abraza la historia escrita del hombre, que comprende unos cuantos miles de años, todo el curso de su existencia inteligente? ¿O tenemos en las largas eras míticas, que se extienden sobre cientos de miles de años, registradas en las cronologías de Caldea y de China, recuerdos oscurecidos del hombre prehistórico, transmitidos por la tradición y transportados quizás por unos pocos supervivientes a países que hoy existen, desde otras tierras, que, como la fabulosa (?) Atlántida de Platón, hayan sido sumergidas, o escenario de alguna gran catástrofe  que las destruyera con toda su civilización?.

            
Después de esto podemos volvernos con más confianza hacia las palabras de un Maestro, que escribió lo que sigue, algunos años antes de que Mr. Gould escribiese el párrafo anterior:
            
La Cuarta Raza tuvo sus períodos de la más elevada civilización. Las civilizaciones griegas y romanas y hasta la egipcia no son nada comparadas con la civilización que principió con la Tercera Raza (después de su separación).
            
Pero si se niega esta civilización y el dominio de las artes y ciencias a la Tercera y Cuarta Razas, nadie negará que entre las grandes civilizaciones de la antigüedad, tales como las de Egipto y la India, se extienden las oscuras edades de crasa ignorancia y barbarie, desde el principio de la Era cristiana hasta nuestra civilización moderna, durante cuyo período se perdió toda memoria de estas tradiciones. Como se dice en Isis sin Velo:

            
¿Por qué hemos de olvidar que, edades antes de que las proas de las naves del aventurero genovés hendiesen las aguas occidentales, habían ya los barcos fenicios dado la vuelta al globo y extendido la civilización en regiones ahora silenciosas y desiertas? ¿Qué arqueólogo se atrevería a asegurar que la misma mano que planeó las Pirámides de Egipto, Karnak, y las mil ruinas que ahora se desmenuzan en el olvido de las arenosas orillas del Nilo, no erigiese el Angkor-Vat monumental de Cambodia; o trazase los jeroglíficos sobre los obeliscos y puertas de la desierta aldea india últimamente descubierta en la Colombia Británica por Lord Dufferin; o los de las ruinas de Palenque y Uxmal, de la América Central? ¿No hablan muy alto en favor de las antiguas civilizaciones las reliquias que atesoramos en nuestros museos, últimos recuerdos de las “artes perdidas”? Y ¿no prueban ellas, una y otra vez, que las naciones y continentes que han pasado, han sepultado consigo artes y ciencias; que ni el primer crisol que se calentó en los conventos de la Edad Media ni el último que hayan roto nuestros modernos químicos han resucitado, ni resucitarán, a lo menos en el presente siglo?.

            
Y  hoy puede hacerse la misma pregunta que se hizo entonces; puede preguntarse nuevamente:

            
¿Cómo es el punto de vista más avanzado a que se ha llegado en nuestros tiempos sólo nos permite distinguir en la nebulosa distancia, a lo largo del sendero alpino del conocimiento, las pruebas monumentales que exploradores anteriores han dejado para señalar las altas mesetas que habían alcanzado y ocupado?
            
Si nuestros maestros modernos están tan avanzados sobre los antiguos, ¿por qué no nos devuelven las artes perdidas de nuestros antepasados postdiluvianos? ¿Por qué no nos dan los inalterables colores de Luxor; la púrpura de Tiro, el brillante bermellón y el azul deslumbrante que decoran las paredes de este palacio, y que permanecen tan brillantes como el primer día que se aplicaron; el cemento indestructible de las pirámides y de los antiguos acueductos; la espada de Damasco, que pueda retorcerse como un tirabuzón en su vaina, sin que se rompa; los tintes vistosos sin igual de las vidrieras de las antiguas catedrales; y el secreto del cristal maleable verdadero? Y si la química no llega ni aun a rivalizar en algunas artes siquiera sean las de los primeros tiempos de la Edad Media, ¿por qué enorgullecernos de conquistas que, según toda probabilidad, eran perfectamente conocidas hace miles de años? Mientras más avanzan la arqueología y filología, más humillantes son para nuestro orgullo los descubrimientos que se hacen diariamente; más glorioso es el testimonio que presentan en favor de aquellos que, quizá a causa de la distancia de su remota antigüedad, han sido hasta ahora considerados como ignorantes que se debatían en el lodo más profundo de la superstición.

            
Entre otras artes y ciencias, los Antiguos tenían -sí, y como herencia de los Atlantes- la Astronomía y el Simbolismo, que incluyen el conocimiento del Zodíaco.
            
Como ya se ha explicado, toda la Antigüedad creía, con buenos fundamentos, que la humanidad y sus razas están íntimamente relacionadas con los Planetas y con los Signos del Zodíaco. Toda la historia del mundo se halla registrada en los últimos. En los templos antiguos de Egipto hay un ejemplo de esto en el Zodíaco de Dendera; pero excepto en una obra árabe, propiedad de un Sûfi, la escritora no ha visto nunca una copia exacta de estos anales maravillosos de la historia pasada -y también de la futura- de nuestro Globo. Sin embargo, los anales originales existen, innegablemente.
            
Como los europeos no conocen los verdaderos Zodíacos de la India, y los que los conocen no los entienden, como sucede con Bentley, se aconseja al lector, para que compruebe lo que decimos, que se dirija a la obra de Denon, en la cual pueden verse y examinarse los dos famosos Zodíacos egipcios. Habiéndolos visto personalmente, la escritora no necesita fiarse de lo que otras personas que los han estudiado y examinado cuidadosamente, digan de ellos. El aserto de los sacerdotes egipcios a Herodoto, de que el Polo terrestre y el Polo de la Eclíptica habían antes coincidido, ha sido corroborado por Mackey, que declara que los Polos están representados en los Zodíacos en ambas posiciones.

            
Y en lo que muestra a los Polos (ejes polares) en ángulo recto, hay señales que indican que no era la última vez que se hallaban en esta posición; sino la primera (después que los Zodíacos fueron trazados). Capricornio está allí representado en el Polo Norte; y Cáncer está dividido, cerca de su mitad, en el Polo Sur; lo cual es una confirmación de que tenían originalmente su invierno cuando el Sol estaba en Cáncer. Pero la característica principal de que es un monumento que conmemora la primera vez que el Polo había estado en aquella posición, son el León y la Virgen.

            
Calculando con amplitud, los egiptólogos creen que la Gran Pirámide fue construida 3.350 años antes de Cristo, y que Menes y su Dinastía existieron 750 años antes de la aparición de la Cuarta Dinastía, durante la cual se supone fueron construidas las Pirámides. Así, pues, la edad asignada a Menes es 4.100 años antes de Cristo. Ahora bien; la declaración de Sir J. Gardner Wilkinson, de que todos los hechos llevan a la conclusión de que los egipcios habían ya

            
Hecho grandes progresos en las artes civilizadas antes de la edad de Menes, y quizás antes de que emigrasen al valle del Nilo,

es muy sugestivo, por destruir esta hipótesis de la relativamente moderna civilización de Egipto. Señala ella una gran civilización en tiempos prehistóricos, y una  antigüedad aún mayor. Los Schesoo-Hor, los “siervos de Horus”, fueron el pueblo que se estableció en Egipto; y según afirma M. Maspero, a esta “raza prehistórica”

            
Pertenece el honor de haber constituido el Egipto, tal como ahora lo conocemos desde el principio del período histórico.

             
Y Staniland Wake, añade:

            
Fundaron ellos las principales ciudades de Egipto y establecieron los santuarios más importantes.

            
Esto era antes de la época de la Gran Pirámide y cuando el Egipto acababa casi de levantarse sobre las aguas. Sin embargo:

             
Poseían la forma de escribir en jeroglíficos, especial de los egipcios, y debían estar ya considerablemente adelantados en civilización.

            
Según dice Lenormant:

            
Fue el país de los grandes santuarios prehistóricos, sede del dominio sacerdotal, el que representó un papel tan importante en el origen de la civilización.

            
¿Cuál es la fecha asignada a este pueblo? Se nos participa que 4.000 o a lo más 5.000 años antes de Cristo (Maspero). Ahora bien; se nos dice que por medio del ciclo de 25.868 años (el Año Sideral) es como puede comprobarse aproximadamente el año de la construcción de la Gran Pirámide.

            
Suponiendo que el estrecho pasaje pendiente que conduce desde la entrada estuviera dirigido hacia la estrella polar de los constructores de la Pirámide, los astrónomos han demostrado que en el año 2170 antes de Cristo el pasaje señalaba al Alfa del Dragón, la estrella polar de entonces... Mr. Richard A Proctor, el astrónomo, después de declarar que la estrella polar estaba en la posición requerida hace cosa de 3.350 años antes de Cristo, así como también en 2170 antes de Cristo, dice: “Cualquiera de estos correspondería con la posición del pasaje descendente de la Gran Pirámide; pero los egiptólogos nos dicen, en absoluto, que no cabe duda que la última época es demasiado tardía”.

Pero también se nos manifiesta que:

            
Esta posición relativa del Alfa del Dragón y de Alcione, siendo extraordinaria... no podría volver a ocurrir en todo un Año Sideral .

            
Esto demuestra que, puesto que el Zodíaco de Dendera indica el paso de tres años Siderales, la Gran Pirámide debe de haber sido construida hace 78.000 años; o que, en todo caso, esta posibilidad merece ser aceptada por lo menos con tanta confianza como la última fecha de 3.350 antes de Cristo.
            
Ahora bien; en el Zodiaco de cierto templo en la lejana India Septentrional se ven las mismas características de los signos del Zodiaco de Dendera. Los que conocen bien los símbolos y constelaciones indas podrán ver en la descripción del egipcio si las indicaciones del tiempo son o no exactas. en el Zodíaco de Dendera, según lo conservan los Adeptos Griegos y Coptos egipcios modernos, y lo explica Mackey un poco diferentemente, el León está sobre la Hidra, y su cola está casi recta señalando hacia abajo en un ángulo de cuarenta o cincuenta grados, concordando esta posición con la conformación original de estas constelaciones. Pero Mackey añade:
            
En muchos sitios vemos al León (Sinha) con la cola vuelta hacia arriba sobre la espalda, y terminando con una cabeza de Serpiente; mostrando así que el León había estado invertido; lo cual, verdaderamente, debió de haber ocurrido con todo el Zodíaco, y todas las demás constelaciones, cuando el Polo estuvo invertido.

            
Hablando del Zodíaco circular, que también presenta Denon, dice:

            
Allí... el León está sobre la Serpiente, con la cola formando una curva hacia abajo, de lo cual deducimos que, aun cuando han tenido que pasar seiscientos o setecientos mil años entre las dos posiciones, sin embargo no habían ellos producido sino poca o ninguna diferencia en las Constelaciones de Leo y de la Hidra; mientras que Virgo está representado de un modo muy diferente en las dos - en el Zodíaco circular, la Virgen amamanta a su hijo; pero parece que no habían tenido esta idea cuando el Polo estaba primeramente dentro del plano de la Eclíptica; pues en este Zodíaco, según lo presenta Denon, vemos tres Vírgenes entre el León y la Balanza, la última de las cuales tiene en la mano una espiga de trigo. Es mucho de sentir que en este Zodíaco haya una rotura de las figuras en la parte última de Leo y el principio de Virgo, la cual ha hecho desaparecer un Decan de  cada signo.

            Sin embargo, el significado es claro, dado que los tres Zodíacos pertenecen a tres épocas diferentes, a saber: a las tres últimas razas de familia de la cuarta subraza de la Quinta Raza-Raíz, cada una de las cuales ha debido de vivir aproximadamente de 25.000 a 30.000 años. La primera de ellas, los “Asiáticos Arios”, presenciaron la suerte de la última población de los Gigantes Atlantes (los Continentes-Islas, Ruta y Daitya), que pereció hace unos 850.000 años hacia el fin del Período Mioceno. La cuarta subraza presenció la destrucción del último resto de los Atlantes; los Arios-Atlantes de la última isla de la Atlántida, esto es, hace unos 11.000 años. Para comprender esto se aconseja al lector que mire el diagrama del Árbol Genealógico de la Quinta Raza-Raíz -llamada en general, aunque poco correctamente, la Raza Aria- y las explicaciones del mismo.
            
Que el lector tenga bien presente lo que se dice de las divisiones de las Razas-Raíces y de la evolución de la Humanidad en esta obra, expresado clara y concisamente en el Buddhismo Esotérico de Mr. Sinnett.
            
1º  Hay siete Rondas en cada Manvántara; esta Ronda es la Cuarta, y actualmente nos hallamos en la Quinta Raza-Raíz.
            
2º  Cada Raza-Raíz tiene siete subrazas.
            
3º  Cada subraza tiene a su vez siete ramificaciones, que pueden llamarse “ramas” o razas de “familia”.
            
4º  Las pequeñas tribus, retoños y brotes de estos últimos, son innumerables, y dependen de la acción Kármica.           
            
Examínese el Árbol Genealógico que aquí se incluye, y se comprenderá. La ilustración es puramente un diagrama, y sólo tiene por objeto ayudar al lector a formarse una idea del asunto, en medio de la confusión que existe entre los términos que se han empleado diferentes veces para las divisiones de la Humanidad. También se ha intentado expresar aquí en números (aunque sólo dentro de límites aproximados y para la comparación), la duración del tiempo durante el cual es posible distinguir definidamente una división de otra. El intentar dar fechas exactas a algunas de ellas sólo conduciría a una confusión irremediable; pues las Razas, subrazas, etc., hasta sus más pequeñas ramificaciones, pasan por encima y se mezclan unas con otras, hasta el punto de ser imposible separarlas.
           
  La Raza humana ha sido comparada a un árbol, y esto sirve admirablemente como ilustración.
            
El tallo principal de un árbol puede compararse a la Raza-Raíz (A).

           
  Sus brazos más largos a las divesas subrazas en número de siete (B1, B2, etc.)

Cotinua... 

H.P.Blavatsky D.S T III

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