Los
judíos, o mejor dicho sus sinagogas, tienen en mucho aprecio el Mercavah y repudian el Libro de Enoch; ya porque no estuvo
desde un principio incluido entre sus libros canónicos, ya porque según opina
Tertuliano:
Los judíos lo rechazaron como las
demás Escrituras que hablan de Cristo.
Pero ninguna de estas razones, era
la verdadera. El Synedrión no quiso admitirlo por considerarlo más bien obra de
magia que cabalística. Los teólogos, tanto católicos como protestantes, lo
clasifican entre los libros apócrifos; a pesar de que el Nuevo Testamento, particularmente los Hechos y las Epístolas,
rebosan de ideas (aceptadas hoy como dogmas por la infalible Iglesia romana y
otras), y aun de frases enteras tomadas en verdad del autor que con el nombre
de “Enoch” escribió en lengua aramaica o sirio-caldea el libro citado, según
afirma el arzobispo Laurence, traductor del texto etíope.
Son tan evidentes los plagios, que
el autor de La Evolución del Cristianismo,
editor de la traducción de Laurence, no pudo por menos de hacer algunas
observaciones muy sugestivas en su Introducción. Tiene el convencimiento de
que el Libro de Enoch se escribió
antes de la era (sin importarle sea en dos o en veinte centurias); y como
lógicamente arguye dicho autor:
Es la inspirada predicción de un
gran profeta hebreo, que con admirable exactitud vaticinó las enseñanzas de
Jesús Nazareno, o la leyenda semítica de que este último tomó sus ideas de la
triunfal vuelta del Hijo del hombre, para ocupar un trono entre regocijados
santos y los atemorizados réprobos, en respectiva espera de la perdurable
bienaventuranza o del fuego eterno. Y ya se acepten estas visiones como humanas
o como divinas, han ejercido tan poderosa influencia en los destinos de la
humanidad durante cerca de dos mil años, que los que ingenua e imparcialmente
buscan la verdad religiosa, no pueden demorar por más tiempo la investigación
de las relaciones entre el Libro de Enoch
y la revelación, o evolución del Cristianismo.
Dice además que el Libro de Enoch:
También admite el sobrenatural
dominio de los elementos, mediante la acción de ángeles que presiden sobre los
vientos, el mar, el granizo, la escarcha, el rocío, el relámpago y el trueno.
Asimismo menciona los nombres de los principales ángeles caídos, entre los
cuales hay algunos idénticos a los invisibles poderes que se invocaban en los
conjuros [mágicos] cuyos nombres se encuentran grabados en los cálices o copas
de terra-cotta, empleados al efecto
por los caldeos y judíos.
También se lee en estos cálices la
palabra “Halleluiah”; por lo que se ve que:
Una palabra empleada por los sirio-caldeos en sus
conjuros, ha llegado a ser, por vicisitudes del lenguaje, la palabra misteriosa
de los modernos reformistas.
El editor de la traducción Laurence
cita, después de esto, cincuenta y siete versículos de diversos pasajes de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles, cotejándolos con otros tantos del Libro de Enoch y dice:
Los teólogos han fijado mayormente
su atención en el pasaje de la Epítola de
Judas, porque el autor nombra al profeta; pero las acumuladas coincidencias
de palabras y de idea que se notan entre Enoch y los autores del Nuevo Testamento, según aparece en los
pasajes citados, muestran evidentemente que la obra del Milton semítico fue la
inagotable fuente en que bebieron los evangelistas y apóstoles, o los que
escribieron en su nombre; tomando de ella las ideas de la resurrección, juicio
final, inmortalidad, condenación y del reinado universal de la justicia, bajo
la eterna soberanía del Hijo del hombre. Estos plagios evangélicos llegan al
límite en el Apocalipsis de San Juan, quien adapta al cristianismo las visiones
de Enoch, con retoques en que se echa de menos la sublime sencillez del gran
maestro de predicción apocalíptica, que profetizó en nombre del antediluviano
patriarca.
En honor de la verdad, debía al
menos haberse expuesto la hipótesis de que el Libro de Enoch, tal como
hoy se conoce, es meramente una copia de textos mucho más antiguos, adulterada
con numerosas adiciones e interpolaciones, unas anteriores y otras posteriores
a la era cristiana. Las investigaciones modernas acerca de la fecha en que se
compuso el Libro de Enoch señalan que
en el capítulo LXXI se dividen el día y la noche en dieciocho partes, de las
doce que forman el día más largo del año, siendo así que en Palestina no podría
haber habido día de dieciséis horas.
Sobre el particular, observa el
traductor, arzobispo Laurence:
La región en que vivió el autor
debió de estar situada entre los 45º latitud norte, en donde el día más largo
tiene quince horas y media y los 49º, en donde el día más largo es precisamente
de diez y seis horas. De esto se infiere que el autor del Libro de Enoch lo escribió en un país situado en la misma latitud
de los distritos septentrionales del mar caspio y del mar Negro... y tal vez
perteneciera a una de las tribus que Salmanasar se llevó, y colocó: “en Halah y
en Habor cerca del río Goshen, y en las ciudades de los Medos”.
Más adelante se confiesa que:
No es posible asegurar que estemos
convencidos de que el Antiguo Testamento
supere al Libro de Enoch... El Libro de Enoch enseña la preexistencia
del Hijo del Hombre, el Elegido, el Mesías que “desde el principio existía en
secreto”, y cuyo nombre era invocado “en presencia del Señor de los
Espíritus, antes de la creación del Sol y de las constelaciones”. El autor alude
también a la “otra Potestad que en aquel día estaba sobre la tierra y sobre las
aguas”, viéndose en ello cierta analogía con las palabras del Génesis (I, 2). [Nosotros sostenemos que
se aplica igualmente al Nârâyana indo “que se mueve sobre las aguas”]. Así
tenemos al Señor de los Espíritus, al Elegido, y una tercera Potestad, lo que
al parecer simboliza la futura Trinidad de los cristianos [así como la
Trimûrti]; pero aunque la idea mesiánica de Enoch ejerciese sin duda alguna
grandísima influencia en los primitivos conceptos de la divinidad del Hijo del
hombre, no tenemos suficientes indicios para identificar su oscura alusión a
otra “Potestad”, con la Trinidad de la escuela alejandrina; y mucho más dado
que los “ángeles poderosos” abundan en las visiones de Enoch.
Difícilmente se engañaría un
ocultista al identificar dicha “Potestad”. El editor termina sus notables
observaciones, añadiendo:
De modo que podemos conjeturar que
el Libro de Enoch fue escrito antes
de la era cristiana por un gran profeta anónimo de raza semítica (?), quien,
creyéndose inspirado en una época posterior a la de los profetas, tomó el
nombre de un patriarca antediluviano para dar mayor autenticidad a su
entusiasta predicción del reinado del Mesías. Y como el contenido de este
maravilloso libro entra copiosamente en el texto del Nuevo Testamento, se deduce que, de no estar el autor
proféticamente inspirado en vaticinar las enseñanzas de Cristo, hubiera sido un
visionario entusiasta, cuyas quiméricas ilusiones prohijaron los apóstoles y
evangelistas como verdades reveladas. De este dilema depende el atribuir al
cristianismo origen humano o divino.
El resumen de cuanto queda dicho, se
encierra en las palabras del mismo editor:
El lenguaje y las ideas de la
supuesta revelación, se encuentran ya en otra obra anterior, que los
evangelistas y los apóstoles tuvieron por inspirada, pero que los modernos
teólogos clasifican entre las apócrifas.
Esto explica también la repugnancia
de los reverendos bibliotecarios de la Biblioteca Bodleiana en publicar el
texto etíope del Libro de Enoch. Las
profecías de éste se refieren en realidad a cinco de las siete razas, quedando
en secreto todo lo relativo a las dos últimas. Así, pues, resulta errónea la
observación del editor al decir que:
El
capítulo XCII contiene una serie de profecías que abarcan desde los tiempos de
Enoch hasta mil años después de la actual generación.
Las profecías se extienden hasta el
fin de la raza actual y no tan sólo a “mil años” contados desde ahora. Muy
cierto es que:
En el sistema cronológico adoptado
[por los cristianos], suele llamarse día a un siglo [a veces], y semana a siete
siglos.
Pero este sistema es fantástico y
arbitrariamente traído a propósito por los cristianos para cohonestar ciertos
hechos y teorías con la cronología bíblica, y no representa el primitivo
concepto. Los “días” se refieren al período indeterminado de las razas ramales,
y las “semanas” a las subrazas, sin que en la traducción inglesa se encuentre
la palabra representativa de las razas raíces que se aluden sin embargo.
Además, es completamente errónea la frase de la página 150, que dice:
Después, en la cuarta semana... se
verán las visiones de lo santo y de lo justo, se establecerá el orden de
generación tras generación.
En el original se lee: “se había
establecido en la tierra el orden de generación tras generación”. Esto es,
“después de que la primera raza humana procreada de un modo verdaderamente
humano se había originado en la tercera raza raíz”... lo cual altera
completamente el significado. Todo cuanto en la traducción inglesa y en las mal
cotejadas copias del texto etíope se expone como si hubiera de suceder en lo
futuro, lo exponen en pretérito los manuscritos caldeos originales; esto es, no
como profecía, sino como narración de acontecimientos ya realizados. Cuando
Enoch empieza a “hablar según un libro”, está leyendo el relato hecho por
un gran vidente, del cual y no de él son las profecías. El nombre de Enoch o
Enoïchion, significa vidente o “vista interna”, y por lo tanto, a todo profeta
y adepto se le puede llamar “Enoïchion” sin convertirlo en un seudo Enoch. Pero
el vidente que compiló el Libro de Enoch,
se nos muestra como lector de un libro en el siguiente pasaje:
Nací el séptimo en la primera semana
[la séptima rama o raza ramal, de la primera subraza de la tercera raza raíz,
después que comenzó la generación sexual]... Pero después de mí, en la segunda
semana [segunda subraza] se levantarán grandes maldades [se levantaron más
bien]; aconteciendo en esta semana el fin de la primera para salvación del
género humano. Pero cuando la primera se complete crecerá grandemente la
iniquidad.
Tal como está la traducción (es
decir, sin los paréntesis de la autora), carece de sentido. Estudiando el texto
esotérico tal como está, quiere decir sencillamente que la primera raza raíz
acabará en tiempo de la segunda subraza de la tercera raza raíz, durante cuyo
período se salvará el género humano; sin referirse, nada de esto, al diluvio
bíblico. El versículo décimo alude a la sexta semana [sexta subraza de la
tercera raza raíz] al decir:
Todos aquellos que estén en ella
quedarán en tinieblas, y sus corazones olvidarán la sabiduría [se apartará de
ellos el divino conocimiento] y en ella ascenderá un hombre.
Algunos
intérpretes creen por algunas misteriosas razones que ellos sabrán que este
“hombre” es Nabucodonosor; pero verdaderamente se alude al primer hierofante de
la primera raza completamente humana (después de la alegórica caída en la
generación), elegido para perpetuar la sabiduría de los devas (ángeles o
elohim). Es el primer “Hijo del hombre”, como misteriosamente se llaman los
divinos iniciados de la primitiva escuela de los Mânushi (hombres), al finir la
tercera raza raíz. También se le llama “Salvador”, puesto que Él, y los demás
hierofantes, salvaron a los elegidos y a los perfectos, del cataclismo
geológico en que perecieron cuantos entre los goces sexuales habían
olvidado la primieval sabuduría.
Y durante este período [el de la
“sexta semana” o sexta subraza], quemará con fuego la casa solariega [el
continente poblado a la sazón]; y quedará dispersada la raza entera de la
simiente elegida.
Esto se refiere a los iniciados
electos y de ningún modo al pueblo judío, supuesto elegido de Dios o a la
cautividad de Babilonia, según interpretan los teólogos cristianos. Además,
considerando que vemos a Enoch, o a su perpetuador mencionando la ejecución de
“la sentencia contra los pecadores” en varias “semanas” diferentes, y que
durante esta cuarta época (la cuarta raza) “toda obra de malvados desaparecerá
de la faz de la tierra” difícilmente podemos referir estas palabras al único
diluvio de la Biblia, y mucho menos a
la cautividad de Babilonia. De lo expuesto se deduce que como el Libro de Enoch abarca cinco razas del
manvántara, con leves alusiones a las dos futuras, no puede ser seguramente una
compilación de “profecías bíblicas”, sino de hechos entresacados de los libros
secretos del Oriente.
Además,
el editor confiese que:
Los seis versículos precedentes, a
saber, del 13 al 18, están tomados de los 14 y 15 del capítulo XIX, de cuyo
texto forman parte en los manuscritos.
Con esta arbitraria transposición,
ha embrollado aún más el texto. Sin embargo, razón tiene al decir que la
doctrina de los Evangelios, y aun las del Antiguo
Testamento, están tomadas realmente del Libro
de Enoch; pues esto es tan claro como la luz meridiana. Todo el Pentateuco
se escribió con el determinado propósito de corroborar los hechos establecidos,
y así se explica por qué los judíos no reconocieron validez canónica al Libro de Enoch, como tampoco se la han
reconocido los cristianos. Sin embargo, el apóstol San Judas y varios Padres de
la Iglesia, se refieren a él como libro de revelación sagrada; lo cual prueba
que lo aceptaban los primitivos cristianos; sobre todo los más instruidos (como
por ejemplo Clemente de Alejandría), comprendieron el Cristianismo y sus
doctrinas de un modo muy distinto que sus sucesores modernos; y consideraban a
Cristo bajo un aspecto que sólo los ocultistas pueden apreciar. Los primitivos
nazarenos y crestianos, según les
llama San Justino mártir, fueron partidarios de Jesús, del verdadero Chrestos y
Christos de la Iniciación; mientras que los modernos cristianos, especialmente
los occidentales, ya sean griegos o romanos, calvinistas o luteranos,
difícilmente pueden arrogarse en justicia el título de cristianos, es decir de
discípulos de Jesús el Cristo.
El Libro de Enoch es enteramente simbólico con entreveraciones de
misterios astronómicos y cósmicos, referentes a la historia de las especies
humanas y de sus primitivos conceptos teogónicos. De este libro se ha perdido
el capítulo LVIII de la sección X, referente a los anales noéticos (tanto en el
manuscrito de París como en el Bodleiano) sólo quedan de él desfigurados
fragmentos, pues no se podía retocar, y se le suprimió. El sueño de las vacas,
las terneras negras, rojas y blancas, simboliza la división y desaparición de
las primeras razas. El capítulo LXXXVIII, en donde se dice que uno de los
cuatro ángeles “reveló un misterio a las vacas blancas” y que este misterio
nació y “llegó a ser un hombre”, se refiere por una parte al primer grupo
procedente de los primitivos arios, y por otra al “misterio de la
hermafrodisia”, así llamado por relacionarse con el origen de las razas humanas
primeras, tal como son actualmente. En este misterio se funda el conocido rito
índico (uno de los que se han conservado hasta hoy), del renacimiento pasando
por la vaca, a cuya ceremonia han de someterse los hombres de casta inferior,
que aspiren a ser brahmanes. Si un ocultista oriental lee atentamente el citado
capítulo del Libro de Enoch, hallará
que el “Señor de las ovejas” en quien los cristianos y místicos europeos ven a
Cristo, es el Hierofante Víctima, cuyo nombre sánscrito no me atrevo a revelar.
Así es que, aunque los clérigos occidentales tomen “las ovejas y los lobos” por
símbolo de israelitas y egipcios, se refiere en realidad el símil a las pruebas
de los neófitos, a los misterios de la iniciación, tanto en la India como en
Egipto, y a la terrible pena en que incurrían los “lobos”, o sea los que
indiscretamente revelan los misterios cuyo conocimiento es privativo de los
electos y los “perfectos”.
Yerran los cristianos que engañados
por interpolaciones posteriores, creyeron ver en este capítulo la triple
profecía del diluvio, de Moisés y de Jesús; pues en realidad se refiere al
hundimiento de la Atlántida y al castigo de la indiscreción. El “Señor de las
ovejas” es Karma y el “jefe de los hierofantes”, el supremo iniciador en la
tierra, quien, cuando Enoch le ruega que salve a los pastores de caer en boca
de las fieras, responde:
Mandaré que relaten ante mí...
cuántos han entregado a la aniquilación y... lo que ellos harán; si obrarán o
no según mis mandamientos.
Sin embargo, ellos ignorarán esto.
Tú no se lo expliques ni se lo repruebes; pero habrá un relato de las
destrucciones que hicieron en sus respectivas épocas.
... Él miró en silencio, alegrándose
de que los hubieran devorado, tragado y arrebatado, dejándolos en poder de los
animales para alimento....
Se engañan quienes creen que los
ocultistas repudian la Biblia en su
texto y significado original; como tampoco repudian los Libros Herméticos, la Kabalah
caldea, ni el Libro de Dzyan. Los
ocultistas tan sólo repudian las interpretaciones tendenciosas y los elementos
puramente humanos de la Biblia, que
es por lo tanto uno de tantos libros sagrados del ocultismo. Terrible es en
verdad el castigo de los que trasponen los límites permitidos en la divulgación
de los secretos revelados. Desde Prometeo a Jesús, desde el mayor adepto al más
mínimo discípulo, todos los reveladores de misterios hubieron de ser Chrestos, “hombres de aflicción” y
mártires. Un gran Maestro dijo: “¡Guardaos de revelar los misterios a quienes
no merezcan entenderlos!” Entre estos estaban comprendidos los profanos, los
saduceos y los incrédulos. Todos los grandes hierofantes de la historia
murieron sacrificados, como Buddha, Pitágoras, Zoroastro, la mayor parte
de los grandes gnósticos, y en nuestros mismos tiempos gran número de adeptos y
rosacruces. Todos ellos aparecen, ya declaradamente, ya bajo velos alegóricos,
sufriendo la pena consiguiente a las revelaciones que durante su vida hicieron;
y aunque el lector profano vea en ello pura coincidencia, el ocultista ve en la
muerte de cada “Maestro” un símbolo henchido de significado. Doquiera hallamos
en la historia que, cuando un “Mensajero” mayor o menor, iniciado o neófito,
tomó a su cargo enseñar alguna verdad hasta entonces oculta, fue crucificado y
puesto en la picota por los “sayones” de la envidia, la malicia y la
ignorancia. Tal es la terrible ley oculta. Así, pues, quien no se sienta con
corazón de león para menospreciar los salvajes aullidos, y con alma de paloma
para perdonar las locuras de los ignorantes, que no emprenda el estudio de la
sagrada ciencia. Si el ocultista quiere lograr éxito, no ha de conocer el
miedo; ha de arrostrar peligros, la infamia y la muerte; ha de ser fácil al
perdón, y callar todo aquello que no pueda revelarse. Los que hayan trabajado
vanamente en este sentido, deben esperar aquellos días en que, como dice el Libro de Enoch, “sean consumidos los
malhechores” y aniquilado el poderío de los malvados. No le es lícito al
ocultista buscar ni aun anhelar venganza. Por el contrario:
Espere él a que se desvanezca el
pecado; porque sus nombres [los de los pecadores], se borrarán de los libros
santos [de los recuerdos astrales], quedando aniquilada su semilla y muerto su
espíritu.
Esotéricamente, Enoch es el “Hijo
del hombre”, el Primero; y simbólicamente, es la primera subraza de la quinta raza raíz. Y si su nombre se
adapta a cábalas numéricas y enigmas astronómicos, cubriendo el significado del
año solar, o 365, de conformidad con la edad que se le asigna en el Génesis, es porque siendo el séptimo
personifica en ocultismo las dos razas precedentes con sus catorce subrazas.
Por esta razón aparece en el Libro como tatarabuelo de Noé, quien a su vez
personifica la quinta raza en lucha con la cuarta, o sea el gran período de los
misterios revelados profanados cuando los “hijos de Dios” bajaron a la tierra
para tomar por esposas a las “hijas de los hombres” y enseñarles los secretos
de los ángeles; o sea cuando los “hombres nacidos de la mente” de la tercera
raza, se mezclaron con los de la cuarta, y la divina ciencia fue degenerando
paulatinamente en hechicería.
H.P. Blavatsky D.S TV
H.P. Blavatsky D.S TV
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