viernes, 26 de octubre de 2018

NIRVÂNA – MOKSHA



Las pocas frases dadas en el texto de una de las secretas enseñanzas de Gautama Buddha, demuestran cuán injusto es el calificativo de “materialista” que algunos aplican a quien las dos terceras partes de adeptos y ocultistas orientales reconocen por su Maestro, sea con el nombre de Buddha o con el de Shankarâchârya. Según hemos dicho, los ocultistas tibetanos atribuyen a Buddha el haber enseñado que en el universo hay tres cosas eternas: la Ley, el Nirvâna y el Espacio. 

Por otra parte, los buddhistas del Sur afirman que, según Buddha, sólo hay dos cosas eternas: el Âkâsha y el Nirvâna. Pero como akâsha es sinónimo de aditi73 y ambos equivalen a “espacio”, no resulta discrepancia, puesto que tanto el nirvâna como el moksha son un estado. El insigne sabio de Kapilavastu unifica después los dos con el tercero en un elemento eterno, y concluye diciendo que “aun éste es una mâyâ”, para quien no sea Dang–ma, un alma perfectamente purificada. Toda la cuestión dimana de los erróneos conceptos materialistas y del desconocimiento de la metafísica oculta. Para el científico que considera el Espacio como simple representación mental, como algo existente pro forma, pero sin realidad fuera de nuestra mente, el espacio per se es pura ilusión; y aunque lo llene de “hipotético” éter, es para él una abstracción. 

La mayor parte de los metafísicos europeos distan, desde el oculto punto de vista, de la debida comprensión del “espacio”, tanto como distan los materialistas; si bien hay que advertir que el error de concepto difiera notablemente en ambos. Si comparamos el criterio de los antiguos filósofos en este punto con el de las actuales ciencias físicas, hallaremos que tan sólo discrepan en nombres y deducciones, pero que coinciden en sus postulados reducidos a la más sencilla expresión. Desde el comienzo de los humanos eones, desde el alba de la Sabiduría oculta, exploraron los videntes de toda época, las regiones que la moderna ciencia llena de éter. Lo que el mundo científico tiene por simple espacio cósmico, por una representación abstracta, lo tuvieron los rishis indos, los magos caldeos y los hierofantes egipcios por eterna raíz de todas las cosas, por escenario de todas las fuerzas de la Naturaleza. Es la originaria fuente de toda vida terrena; y la morada de aquéllos para nosotros invisibles enjambres de seres reales, así como de sus sombras, que conscientes o inconscientes, inteligentes o sin sentido, nos rodean por todas partes e interpenetran los átomos de nuestro Kosmos, aunque no nos vean ni los veamos por medio del organismo físico. 

Para el ocultista, “espacio” y “universo” son sinónimos. En el espacio no hay aisladamente materia, fuerza y espíritu, sino todo eso y mucho más. Es el Único elemento, el único Anima Mundi, la Raíz de la Vida (Espacio, Âkâsha o Luz Astral), que en su eterno e incesante movimiento, parecido al continuo vaivén del infinito océano único, desenvuelve y absorbe cuanto vive, siente, piensa y tiene en ello su ser. Según se dijo en Isis sin Velo, el espacio: La combinación de mil elementos, y sin embargo la expresión de un simple espíritu; un caos para los sentidos, y un Kosmos para la razón. Así opinaban en este punto los antiguos grandes filósofos, desde Manu hasta Pitágoras, desde Platón a San Pablo. Cuando la disolución [pralaya] ha llegado a su término, el gran Ser [Para–Âtmâ o Para–Purusha], el Señor existente por sí mismo, por quien y de quien todas las cosas fueron, son y serán… resolvió emanar de su propia substancia las diversas criaturas74. La mística década [de Pitágoras] (1 + 2 + 3 + 4 = 10) es un medio de expresar esta idea. El 1 es símbolo de Dios75; el 2 simboliza la materia; el 3 expresa el mundo fenoménico, pues combina la mónada con la dualidad y participa de la naturaleza de ambas; el 4 es la forma de perfección y significa la vacuidad de todo; y el 10 o suma de todo, implica el cosmos completo76. 

 El “Dios” de Platón es la “ldeación Universal”; y cuando San Pablo dijo: “De él, por él y en él, son todas las cosas”, pensaba seguramente en un Principio que en modo alguno podía ser un Jehovah. La clave de los dogmas pitagóricos es la misma que la de toda gran filosofía. Es la fórmula general de la unidad en la multiplicidad, lo Uno que desenvuelve lo vario y lo penetra todo. En suma, es la antigua doctrina de la emanación. Espeusipo y Xenócrates sostuvieron, de acuerdo con su insigne maestro Platón, que: El Anima Mundi [o “alma del Mundo”], no era la Divinidad, sino una manifestación. Aquellos filósofos nunca concibieron a lo Único como una naturaleza animada. 

 El Uno originario no existía, tal como entendemos la existencia; ni fue un ser producido hasta unirse lo uno con las varias existencias emanadas (mónada y duada). El tímion, el algo manifestado, mora así en el centro como en la circunferencia, pero tan sólo es el reflejo de la Divinidad, el alma del mundo. En esta doctrina encontramos el espíritu del Buddhismo Esotérico77. Y también el del hinduísmo esotérico y el de la filosofía advaita vedantina. Lo mismo enseñaron recientemente Schopenhauer y Hartmann. Los ocultistas dicen: Las teorías de las fuerzas psíquicas y ecténicas, del “ideomotor”, de las “fuerzas electrobiológicas” del “pensamiento latente” y aun del “cerebralismo inconsciente”, pueden resumirse en estas palabras: La luz astral de los cabalistas78. Schopenhauer sintetizó todo esto llamándolo la Voluntad, y se opuso a los materialistas conceptos de los científicos, como hizo más tarde Hartmann. El autor de la Filosofía de lo Inconsciente llama “prejuicios instintivos” a los conceptos materialistas. Además, demuestra él que ningún experimentador puede actuar sobre la materia propiamente dicha, sino sobre las fuerzas en que la divide. Los efectos visibles de la materia sólo son efectos de fuerza. De aquí deduce él que la llamada materia es la agregación de fuerzas atómicas que se designan con la palabra “materia”. 

Aparte de esto, la materia es una palabra vacía de sentido para la ciencia79. Creemos que lo mismo ocurre con los conceptos de “espacio”, ”nirvâna” y otros de que estamos tratando. Las audaces teorías y opiniones expuestas en las obras de Schopenhauer difieren notablemente de las de la mayoría de los científicos80. Dice este atrevido pensador: “En realidad no hay ni materia ni espíritu. La gravitación de una piedra es tan inexplicable como el pensamiento del cerebro humano… Si la materia puede caer al suelo sin que nadie sepa por qué, también puede pensar sin que nadie acierte la causa… Tan pronto como, aún en mecánica, vamos más allá de lo puramente matemático; tan pronto como llegamos a las inescrutables fuerzas de cohesión, gravedad, etc., nos sorprenden fenómenos tan misteriosos para nuestros sentidos, como la voluntad y el pensamiento del hombre. Nos hallamos ante las incomprensibles fuerzas de la naturaleza. ¿En dónde está, pues, esa materia que tan bien presumís conocer y de cuya familiaridad con ella deducís todas vuestras conclusiones y le atribuís todas las cosas?… Nuestra razón y nuestros sentidos sólo conocen plenamente lo superficial; pero nunca podrán llegar a la interna substancia de las cosas. Tal era la opinión de Kant. 

Si admitís que en el cerebro humano hay algo espiritual, forzosamente habréis de admitirlo también en la piedra. Si vuestra muerta y manifiestamente pasiva materia propende a la gravitación o, como la electricidad, atrae, repele y emite chispas, también podrá pensar como el cerebro. En suma, podríamos subsistir cada partícula del llamado espíritu por su equivalente de materia, y cada partícula de materia por su equivalente de espíritu… Así, pues, no resulta filosóficamente exacta la cristiana división de todas las cosas en espíritu y materia; sino que es preciso dividirlas en voluntad y manifestación, espiritualizando con ello todas las cosas. Lo que en la división cristiana es real y objetivo (como el cuerpo y la materia), se transforma en representación, y toda manifestación es voluntad”81. 

 La materia de la ciencia podrá ser “muerta y manifiestamente pasiva” desde el punto de vista objetivo; mas para el ocultista ni un solo átomo está muerto, porque la “vida está siempre presente en él”. Remitimos al lector que desee profundizar este punto, a nuestro artículo Transmigración de los átomos vivientes 82, pues ahora nos contraemos a la doctrina del nirvâna. Podría esto llamarse un “sistema ateo”, puesto que no admite divinidad alguna ni mucho menos un Creador, desde el momento en que rechaza la creación. El fecit ex nihilo es tan incomprensible para el ocultista, como para el materialista, aunque en este punto concluye toda conformidad entre ambos. Pero si se califica de ateos a los buddhistas y a los hinduístas esotéricos, su pecado será el mismo que el de los panteístas y aun que el de los cabalistas judíos, y sin embargo, nadie se atreverá a llamarles ateos a estos últimos. 

Excepto los sistemas exotéricos talmúdico y cristiano, ninguna otra filosofía religiosa, ni en el mundo antiguo ni el moderno, admitió la hipótesis de la creación de la nada, pues todas coeternizaron la materia y el espíritu. La mayor parte de los orientalistas consideran el nirvâna de los buddhistas, así como el moksha de los vedantinos, como sinónimo de aniquilación. Sin embargo, no cabe mayor injusticia que suponerlo así, y por lo tanto, conviene disipar y desaprobar tan profundo error. En este capitalísimo dogma del sistema brahmánico–buddhista, el alfa y el omega del “ser” y del “no–ser” se funda el edificio de la metafísica oculta. Los que inclinados a la filosofía vean en el cristal de las cosas temporales la imagen de cosas espirituales, advertirán fácilmente el error relativo al nirvâna; pero quienes no ahonden más allá de los pormenores de la tangible forma material, no podrán comprender el significado de nuestra explicación; y aunque comprendan y aun acepten las lógicas consecuencias de las razones dadas, se les escapará el verdadero espíritu que en ellas alienta. La palabra “nihil”, se ha tomado desde un principio en erróneo concepto y sigue esgrimiéndose como una maza contra la filosofía esotérica. 

Por lo tanto, deber del ocultista es estudiar y explicar esta palabra. Como ya se ha dicho, el nirvâna y el moksha tienen su ser en el no–ser, si semejante paradoja permite aclarar el concepto. El nirvâna, según han tratado de demostrar algunos ilustres orientalistas, significa “el desvanecimiento”83 de toda existencia Que el nirvâna, o mejor dicho, el estado en que nos hallamos en nirvâna, es completamente opuesto a la aniquilación, nos lo dictan “el raciocinio y la conciencia”, y esto es suficiente para la autora personalmente. Para el lector en general, extraño a este hecho, podemos añadir algo convincente. Dejando aparte las fuentes contrarias al ocultismo, la Kabalah nos suministra clara y luminosa prueba de que para los antiguos filósofos la palabra “nihil” expresaba un concepto enteramente distinto del que hoy día le asignan los materialistas. Significaba ciertamente “nada” o “no–cosa”. En su obra sobre la Kabalah y los Misterios egipcios86, explica F. Kircher admirablemente el significado de la palabra. 

Dice él que, en el Zohar, el primero de los Sephiroth87 tiene un nombre que equivale a “lo Infinito”, pero que los cabalistas tradujeron e interpretaron indistintamente por “Ens”88 y por “Non–Ens”, que significan respectivamente “Ser” y “No–Ser”. Le llamaron Ser porque es raíz y fuente de los demás seres, y le llamaron No–Ser, porque la Causa desconocida, el Ain–Soph, el Ilimitado y sin Causa, el Principio inactivo e inmanifestado, no tiene analogía con nada del universo. El autor añade: Tal es la razón de que San Dionisio lo llamase Nihil. Por lo tanto, la palabra “nihil” es verdaderamente sinónima del Principio infinito y universal, que es no–ser o no–cosa, el En o Ain Soph de los cabalistas y el Parabrahman de los vedantinos. 
San Dionisio fue discípulo del iniciado San Pablo, y así se explica el recto concepto que el areopagita tuvo de la palabra nihil, que vemos aceptaron hasta algunos teólogos y pensadores cristianos, especialmente los primitivos, los más próximos a la profunda filosofía de los paganos iniciados. El “Nihil” es esencialmente la Absoluta Deidad en sí misma, el Poder oculto y omnipresente, que el monoteísmo degradó en un ser antropomórfico, con todas las pasiones humanas en gran escala. 

La unión con Eso, no es aniquilación como suponen los orientalistas europeos89. En Oriente, la aniquilación nirvánica se refiere tan sólo a la materia; a la de los cuerpos visibles e invisibles que, aunque sublimados, son también materiales. Buddha enseñó que la substancia primordial es eterna e inmutable y que tiene por vehículo el puro y luminoso éter, el ilimitado e infinito espacio,de la ausencia de formas no resulta un vacío, sino al contrario, el fundamento de todas las formas… [Esto] denota ser la creación mâyîca, cuyas obras nada son ante la Forma increada [el Espíritu], en cuyos profundos y sagrados abismos ha de cesar para siempre todo movimiento90. El movimiento se refiere aquí sólo a objetos ilusorios y a su mudanza en oposición a la perpetuidad, al reposo; pues el movimiento continuo es la ley eterna, el incesante hálito de lo Absoluto. Los dogmas buddhistas sólo pueden profundizarse siguiendo el método platónico, que va de lo universal a lo particular. La clave de todos ellos está en los principios refinadamente místicos de la vida divina y del influjo espiritual. Dijo Buddha: Quienquiera que desconozca mi Ley91 y muera en tal estado, debe volver a la tierra hasta que sea un perfecto Samano [asceta]. 

Para cumplir este objeto ha de destruir en su interior la trinidad de Mâyâ92. Debe extinguir sus pasiones, unirse e identificarse con la Ley93 y comprender la filosofía de la aniquilación94. No es ciertamente en la letra muerta de la literatura buddhista, donde los eruditos pueden hallar la solución de sus metafísicas sutilezas. Entre los antiguos, únicamente los pitagóricos las comprendieron; y sobre las, para casi todos los orientalistas y materialistas, incomprensibles abstracciones del buddhismo, fundó Pitágoras los principales dogmas de su filosofía. Según la filosofía buddhista, aniquilación significa dispersión de materia, en cualquiera forma o apariencia de forma que pueda tener; porque todo cuanto tiene forma ha sido creado y más o menos tarde habrá de perecer, es decir, mudar de forma. Así, pues, las cosas temporales son ilusorias (mâyâ) aunque nos parezcan permanentes; y como la eternidad no tuvo principio ni tendrá fin, la duración más o menos prolongada de las formas es comparable a la de un relámpago. Antes de que tengamos tiempo de advertir lo que hemos visto, se desvanece la forma para siempre; y hasta nuestros etéreos cuerpos astrales, son ilusiones de materia en tanto conservan la silueta terrestre. El cuerpo astral, según la doctrina buddhista, cambia en proporción a los merecimientos o desmerecimientos de la persona durante su vida terrena; y esto es la metempsícosis. 

Cuando la entidad espiritual se desliga definitivamente de toda partícula de materia, entonces únicamente entra en el eterno e inmutable nirvâna. Entonces existe en espíritu, en nada objetivo; se ha aniquilado como forma, como apariencia y semejanza; y por lo tanto, ya no morirá más, porque el espíritu solo no es mâyâ, sino la única Realidad en un ilusorio universo de formas siempre pasajeras. En la doctrina buddhista fundaron los pitagóricos los principales dogmas de su filosofía. Preguntan ellos: “¿Puede aniquilarse el espíritu que da movimiento, y vida, y participa de la naturaleza de la luz? ¿Puede perecer y aniquilarse ese sensible espíritu, que en los brutos ejercita la memoria, una de las facultades racionales?” Whitelock Bulstrode en su hábil defensa de Pitágoras, expone esta doctrina, y añade: “No admito, como afirmáis vosotros, que los brutos exhalen su espíritu en el aire y allí se desvanezca. 

El aire es en verdad el lugar apropiado para recibirlo, pues, según Laercio, está lleno de almas; y según Epicuro, lleno de átomos o elementos de todas las cosas. Porque este mismo lugar en donde nosotros andamos y vuelan las aves, tiene tanto de la naturaleza espiritual, que es invisible; y por lo tanto bien puede ser receptor de formas, pues las formas de todos los cuerpos son así; sólo vemos y oímos sus efectos; y el mismo aire es demasiado sutil y está sobre nuestra capacidad actual de percepción. ¿Cómo será entonces el éter de las regiones superiores, y cuál la influencia de las formas que de allí desciendan? Los pitagóricos sostienen que los espíritus de las criaturas son emanaciones del éter más sublimado, pero no formas, sino emanaciones, ALIENTOS. El éter es corruptible, según afirman todos los filósofos; y lo incorruptible dista tanto de quedar aniquilado cuando se desprende de la forma, que justifica la pretensión a la INMORTALIDAD. “Pero ¿qué es lo que carece de cuerpo y forma; qué es lo imponderable, invisible, indivisible; lo que existe y sin embargo no es?”, preguntan los buddhistas. 

“El nirvâna”, responden. Es NADA; no una región, sino más bien un estado95. 

D.S TVI

NOTAS

 73 Según el Rig Veda, aditi es “el Padre y la Madre de todos los Dioses”. Los buddhistas del Sur sostienen que el âkâsha es la raíz de todo; pues de él derivan todas las cosas del universo con arreglo a la ley de moción que le es inherente. El âkâsha equivale al tho–og o “espacio” de los tibetanos. 
74 Mânava–Dharma–Shâstra, I, 6, 7. 
75 El “Dios” de Pitágoras (el discípulo de los sabios arios), no es un Dios personal. Recordemos que enseñaba como dogma cardinal que bajo todas las formas, cambios y fenómenos del universo, late un Principio de unidad. 
76 Isis sin Velo, I, pág. XVI (edición inglesa). 
77 Isís sin Velo, I, XVIII. 
78 Isis sin Velo, I, 58. 
79 Isis sin Velo, I, 59. 
80 Al paso que tienen muchos puntos de coincidencia con los del Buddhismo Esotérico o Doctrina Secreta del Oriente. 
 81 Parerga, II, III, 112. – Citado en Isis sin Velo, I, 58. 
82 Five Years of Theosophy, pág. 338 y siguientes [en la edición de 1910]. 
83 Max Müller, en una carta al periódico londinés The Times (Abril de 1857), sostiene con vehemencia que nirvâna significa aniquilación en el pleno sentido de la palabra. (Chips from a German Workshop, I, 284). Pero en 1869, en una conferencia ante el Congreso general de filósofos alemanes en Kiel, declaró explícitamente que “el aniquilamiento atribuido a las enseñanzas de Buddha no forma parte de su doctrina, y que es completamente gratuito suponer que el nirvâna signifique aniquilación”. (Amer: and Oriental Lit. Rec., de Trubner, 16 de Octubre de 1869). 
84 Esto se refiere a presumidas inspiraciones espirituales. 
85 Véase el Kâlâma Sutta del Anguttara Nikayo, citado en A Buddhist Catechism por H.S. Olcott, primer Presidente de la Sociedad Teosófica (1875 –1907) , págs. 32–33 (pág. 58 edición española). 
 86 Œdipus Ægypt, II, i, 291. 
87 Sephir o aditi, el espacio místico. Los Sephiroth son idénticos a los prajâpatis del hinduismo, los dhyân chohans del buddhismo esotérico, los amshaspends del mazdeísmo y los elohim, o sea los “Siete ángeles de la Presencia” de la Iglesia Católica Romana. 
88 Palabra latina que significa ser. Ens, entis. De aquí ente y entidad en lengua española. – N. del T. 
89 Según el pensamiento oriental, todo procede de lo Uno y de nuevo vuelve a Ello. La aniquilación absoluta es incomprensible, pues ni siquiera la materia eterna puede aniquilarse. Se aniquilan las formas y cambian las relaciones. La aniquilación, en el sentido que la toman los orientalistas europeos, no puede ocurrir en el universo. 
90 Isis sin Velo, I, 289. 
91 La Secreta Ley o ”Doctrina del Corazón”, así llamada para distinguirla de la “Doctrina del Ojo” o Buddhismo exotérico. 
92 La materia ilusoria en su trina manifestación: cuerpo–físico, cuerpo astral o fontal y alma dual de Platón, la racional y la irracional. 
93 Las enseñanzas de la Doctrina Secreta. 
94 Isis sin Velo, I, 289.
95Isis sin Velo, I, 290.

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