lunes, 5 de noviembre de 2018

RECTIFICACIÓN DE ALGUNOS OTROS CONCEPTOS ERRÓNEOS



A pesar de lo extendidos que están los errores 119 acerca del buddhismo en general y del buddhismo tibetano en particular, convienen los orientalistas en que el primordial anhelo de Buddha fue salvar a los hombres, enseñándoles la práctica de la pureza y virtud en grado sumo, desligándolos del servicio de este mundo engañoso y del amor al todavía más engañoso, por ilusorio y vano, yo físico. Mas ¿de qué aprovecharía toda una virtuosa vida de privaciones y sufrimientos si la aniquilación fuese su resultado final? Si aun el logro de esa suprema perfección que conduce al iniciado a recordar sus vidas pasadas, y a prever las futuras por el desarrollo pleno de su divina visión interna, y adquirir el conocimiento que le revela las causas120 de los incesantemente periódicos ciclos de existencia, hubiera de conducirle finalmente al no ser, y nada más, entonces fuera imbécil toda la doctrina buddhista; y aun la epicúrea sería mucho más filosófica, que tal Buddhismo. Quien sea incapaz de comprender la sutil, y no obstante hondísima, diferencia entre la vida en estado físico y la vida puramente espiritual (el espíritu o la “vida del alma”), jamás podrá apreciar en su pleno valor, ni aun en forma exotérica, las excelsas enseñanzas de Buddha. 

La existencia individual o personal es causa de pena y aflicciones; la vida colectiva e impersonal está henchida de divinas bienaventuranzas y sempiternos goces, cuya luz no eclipsan las causas ni los efectos. La esperanza en esta vida eterna, es la clave fundamental del buddhismo. Si alguien nos dijera que la existencia impersonal no es tal existencia, sino que equivale a la aniquilación, como han sostenido algunos reencarnacionistas franceses, le preguntaríamos: ¿Qué diferencia puede haber en las espirituales percepciones de un ego, entre si entra en el nirvâna cargado tan sólo con los recuerdos de sus propias vidas personales121, o si sumido por completo en el estado parabráhmico se une al Todo, con absoluto conocimiento y absoluto sentimiento de representar humanidades colectivas? 

Un ego que pase tan sólo por diez distintas vidas individuales, debe perder necesariamente su unitaria individualidad y fundirse, por decirlo así, con dichos diez yoes. Ciertamente que mientras este gran misterio sea letra muerta para los pensadores, y especialmente para los orientalistas occidentales, no lograrán éstos explicarlo conforme a la verdad. De todas las filosofías religiosas, el buddhismo es la peor comprendida. Tratadistas como Lassen, Weber, Wassilief, Burnouf, Julien, y aun “testigos oculares” del buddhismo tibetano, como Csoma de Köros y Schlagintweit, no han hecho hasta ahora otra cosa que aumentar la perplejidad y la confusión. Ninguno de ellos bebió en la genuina fuente de un Gelugpa; sino que juzgaron el buddhismo por las migajas de conocimiento recogidas en las lamaserías fronterizas, en países densamente poblados por butaneses, leptchas, bhons y dugpas de capacete rojo, a lo largo de la cordillera de los Himalayas. Se han traducido y erróneamente interpretado, según añeja costumbre, centenares de volúmenes adquiridos de manos de buddhistas chinos, buratos y shamanos; pero las escuelas esotéricas dejarían de merecer el nombre que llevan, si transmitiesen a los correligionarios profanos, y menos aun al público occidental, su literatura y sus doctrinas. Así lo exigen la lógica y el buen sentido; aunque los orientalistas occidentales se hayan negado siempre a reconocerlo, por lo que han proseguido discutiendo gravemente acerca de los méritos y absurdos de los ídolos, “mesas adivinatorias”, “figuras mágicas de Phurbu” sobre la “tortuga cuadrada” [Phurbu o P’urbu, significa “rayo mortífero”. 

Véase The Buddhism of Tibet, or Lâmaism, por L. Austime Waddell, pág. 340/41]. 
Todo esto nada tiene que ver con el verdadero buddhismo filosófico de los Gelugpas, ni aun con el de los más cultos miembros de las sectas Sakyapa y Kadampa. Todas estas “placas” y mesas de sacrificio, los círculos mágicos de Chinsreg [ofrendas incineradas], etc., fueron adquiridos sin reserva alguna en el Sikkhim, Bhutân y Tíbet oriental, de manos de Böns y Dugpas; y no obstante, se han considerado como cosas características del buddhismo tibetano. Tanto valdría juzgar, por ejemplo, de las obras filosóficas poco conocidas del obispo Berkeley, después de estudiar el cristianismo en las zarabandas que los leprosos napolitanos bailan ante la idolátrica imagen de San Pipino, o llevando el ex voto que en Tsernie reproduce en cera el falo de los Santos Cosme y Damián. No cabe duda de que los primitivos Shrâvakas (oyentes) y los Shramanas (los “puros”, los “dominadores del pensamiento”), así como otras sectas buddhistas, han ido degenerando hasta caer en el mero dogmatismo y ritualismo. 

 Como todas las enseñanzas esotéricas, las palabras de Buddha tienen un doble significado, y como cada secta pretendió poseer exclusivamente el verdadero, se arrogó supremacía sobre las demás. De ahí que el cisma corroyese, como horrible cáncer, el hermoso cuerpo del buddhismo primitivo. A la escuela Nâgârjuna Mahâyâna (“Vehículo Mayor”) se opuso la Hînayâna (“Vehículo Menor”); y aun la Yogâchârya de Âryâsanga quedó desfigurada por la anual peregrinación de muchedumbres de vagabundos bajados de la India a las costas del lago Mansarovara, y que vestidos de esteras se fingen yoguis y faquires, en vez de trabajar. Una afectada repugnancia del mundo, y la fastidiosa e inútil práctica de contar las inspiraciones y expiraciones, como medio de producir absoluta tranquilidad de mente o meditación, arrastraron esta escuela al campo del Hatha Yoga y la hicieron heredera de los tirthikas brahmánicos. 

Y aunque sus srotâpattis, sakridâgâmines, anâgâmines y arhats122 lleven los mismos nombres en casi todas las escuelas, difieren muy mucho sus respectivas doctrinas y ninguna de ellas es probable sirva para obtener los abhijnas123 verdaderos. Uno de los principales errores en (?) que los orientalistas incurrieron al juzgar por “interna (?) evidencia”, como ellos dicen, fue el de creer que los Pratyeka Buddhas, los Bodhisattvas y los Buddhas “perfectos”, corresponden a un posterior desenvolvimiento del Buddhismo. En estos tres grados capitales se fundan los siete y doce de la jerarquía del adeptado. Son Pratyeka Buddhas los que han alcanzado el Bodhi (sabiduría) de los buddhas, pero que no son instructores124. Los bodhisattvas humanos son, por decirlo así, candidatos al perfecto buddhado, que alcanzarán en futuros kalpas, aunque con facultad de emplear desde luego sus poderes en caso necesario. Los Buddhas “perfectos” son sencillamente los “perfectos” Iniciados. Tanto los pratyekas como los bodhisattvas y los perfectos son hombres y no seres desencarnados, según exponen las obras exotéricas de la escuela Hînayâna. 

Su genuino carácter sólo puede verse en las obras secretas de Lugrub o Nâgârjuna, fundador de la escuela Mahâyâna, cuyo fundador se dice fue iniciado por las nâgas125. Los anales fabulosos de China guardan memoria de que Nâgârjuna tuvo su doctrina por opuesta a la de Gautama el Buddha hasta que las nâgas le revelaron que era precisamente la misma doctrina enseñada en secreto por el propio Shâkyamuni; pero esta fábula es pura alegoría y alude a la reconciliación de buddhistas e hinduístas esotéricos, en un principio rivales. Los hinduístas esotéricos, de quienes derivaron todas las demás sectas, se habían establecido más allá de los Himalayas muchísimos siglos antes de Shâkyamuni. De ellos fue discípulo Gautama, a quien el enseñaron las verdades de la Shûnyatâ, lo perecedero y transitorio de las cosas terrenas, los misterios del Prajnâ Pâramitâ o conocimiento del que “atraviesa la corriente” y toma por fin el suelo firme del “Perfecto Ser” en las regiones de la Única Realidad. Pero los arhats de Gautama no eran Gautama mismo. Algunos pecaron de ambiciosos y reunidos en concilios modificaron las primitivas enseñanzas, por lo que la escuela matriz no quiso admitir a estos “heréticos” cuando las persecuciones empezaron a expulsar de la India al buddhismo; hasta que, por último, la mayor parte de las escuelas se sometieron a la guía y gobierno de los principales âshramas, y la Yogâchârya de Âryâsanga se refundió en la primitiva Logia, donde desde tiempo inmemorial, yace oculta la postrera esperanza y luz del mundo, la salvación de la humanidad. 

Varios son los nombres dados a esta escuela primitiva y a la tierra en que se asienta. Los orientalistas la designan con el mítico nombre de un fabuloso país; pero de esta tierra espera el hinduísta a su Kalki Avatâra, el buddhista a su Maitreya, el parsi a su Soshios, el judío a su Mesías, y también esperaría el cristiano a su Cristo, si conociese esto. Allí, y solamente allí, impera el Paranishpanna (Yong–Grüb) o la absoluta comprensión del Ser y del No–Ser, la inmutable existencia real en espíritu, aunque éste aparentemente anime al cuerpo. Todos sus habitantes son un no–ego porque han llegado a ser un perfecto ego. Su vacuidad es “autoexistente y perfecta” (si los ojos profanos pudieran percibirla), porque se ha hecho absoluta; y lo ilusorio se ha transmutado en la incondicionada Realidad, después de desvanecidas en la nada las realidades de este nuestro mundo. 

 La “Verdad absoluta”126 venció a la verdad relativa”127; y los habitantes de esta misteriosa región alcanzaron los estados de Svasamvedanâ128 y de Paramârtha129, que transciende a todo, y por lo tanto, a toda ilusión. Sus bodhisattvas y buddhas “perfectos” llevan, en todos los idiomas buddhistas, nombres que denotan celestiales e inaccesibles seres, pero que nada significan para la obtusa percepción del profano europeo. Mas ¿qué les importa a quienes están en este mundo, y sin embargo viven mucho más allá de nuestra ilusoria tierra? Superior a ellos sólo hay una categoría de nirvânis: los dharmakâyas (chos–ku), o nirvânis “sin residuos” los puros y arúpicos Hálitos130. De aquí emergen de cuando en cuando los bodhisattvas en su cuerpo Prul–pa–ku (nirmânakâya), y con apariencia humana enseñan a los hombres. 
Hay encarnaciones voluntarias y conscientes, como las hay inconscientes. La mayor parte de las doctrinas de las escuelas Yogâchâya y Mahâyâna son esotéricas. 

Día llegará, en que los hinduístas y buddhistas profanos desmenucen la Biblia, tomándola al pie de la letra. La cultura se extiende rápidamente por Asia y ya se ha intentado algo en dicho sentido; de suerte que tal vez se revuelvan los argumentos contra el cristianismo. Pero cualesquiera que sean las conclusiones a que lleguen unos u otros, nunca igualarán en injusticia y absurdidad a algunas de las teorías lanzadas por los cristianos contra sus respectivas filosofías. Así, según Spence Hardy, al morir el arhat entra en el nirvâna: 

 Esto es, cesa de existir. Y según el mayor Jacob, el Jîvanmukta, absorbido en Brahma, entra en una existencia inconsciente y como petrificadas131. A Shankarâchârya se le atribuyen las siguientes palabras en su prólogo al Shvetâshvatara: Una vez brotado el conocimiento (Gnosis), nada requiere para la realización de su resultado. Solamente necesita auxilio para que pueda brotar. Se arguye diciendo que la eficacia de la gnosis llegaría al extremo de que un teósofo pudiera obrar bien o mal durante la vida, según prefiriese, sin caer en pecado; y por otra parte se alega que la doctrina del nirvâna se presta a inducciones inmorales, y que los quietistas de toda época han sido acusados de inmoralidad132. Según Wassilyef133 y Csoma de Köros134, la escuela Prasanga adoptó un modo especial de Deducir el absurdo y el error de todas las opiniones esotéricas135. El colmo de las erróneas interpretaciones: de la filosofía buddhista nos lo ofrece aquel comentario sobre una tesis de la escuela Prasanga, que dice: Un arhat va al infierno si duda de algo136. convirtiendo de este modo en un sistema de fe ciega, la religión más librepensadora del mundo. 

La “amenaza” se refiere simplemente a la de sobra conocida ley de que hasta los iniciados pueden fracasar, y que fracasarán si por un momento dudan de la eficacia de sus facultades psíquicas. Esto es el abecé del ocultismo, como saben muy bien los cabalistas. La secta tibetana de los Ngo–vo–nyid–med par Mraba137 no puede compararse en modo alguno con las escuelas nihilistas o materialistas de India, tales como la Chârvâka, pues sus conceptos son puramente vedantinos. Y si los Yogâchâryas merecen el nombre de Vishishâdaitis tibetanos, la escuela Prasanga sin duda equivale en el país a la filosofía adaita. Se subdividió ella en dos escuelas: La Mârhyamika Svatântrika, fundada primitivamente por Bhavaviveka; y otra fundada por Buddha–pâlitá. Ambas tienen sus círculos exotérico y esotérico, siendo preciso pertenecer a este último para enterarse de algo de las doctrinas secretas de esta secta, la más metafísica y filosófica de todas. Chandrakîrti (Dava Dagpa), que comentó las doctrinas de la escuela Prasanga y las enseñó públicamente, afirma que hay dos medios de entrar en el “sendero” del nirvâna. 

Un hombre virtuoso puede alcanzar por Naljorngonsum138 la intuitiva comprensión de las cuatro verdades, aunque no pertenezca a ninguna orden monástica ni haya sido iniciado. En este caso era considerado herético sostener que las visiones tenidas en semejante estado de meditación o Vishna (conocimiento interno) no son susceptibles de error, es decir, que no pueden ser falsas visiones (Namtog), porque lo son. Sólo Alaya, raíz y base de todo, invisible e incomprensible a la visión e intelecto humano, tiene eterna y absoluta existencia y puede tener, por lo tanto, absoluto conocimiento; pues aun los iniciados están expuestos en su cuerpo nirmânakâya139 al ocasional error de tomar por verdadero lo falso en sus exploraciones del mundo “sin causa”. Únicamente es infalible el bodhisattva dharmakâya en estado real de samâdhi. Âlaya, o Nying–po, es raíz y fundamento de todas las cosas; pero, ni la vista ni la inteligencia humana pueden percibirlo ni comprenderlo, y en consecuencia sólo refleja su reflejo y no se refleja a sí mismo. Así, este reflejo podrá rielar en la desapasionada mente del dharmakâya como la luna en un agua tranquila y pura; pero lo perturbarán las mudables imágenes percibidas por una mente propensa a la perturbación. En resumen, esta doctrina es la del Râja Yoga en su práctica de las dos clases del estado samâdhi; uno de los “senderos” conduce a la esfera de bienaventuranza (Sukhâvati o Devachan), en donde el hombre goza de perfecta y pura felicidad, aunque todavía relacionada con la existencia personal; y otro sendero conduce a la completa emancipación de los mundos de la ilusión, del yo y de la irrealidad. 

El primer sendero está abierto a todos y se alcanza sencillamente por merecimientos; el segundo, cien veces más rápido, se alcanza por medio del conocimiento (la iniciación). Por consiguiente, los partidarios de la escuela Prasanga se aproximan mucho más al Buddhismo Esotérico que los Yogâchâryas; pues sus conceptos son análogos a los de las más secretas escuelas, y en el Yamyangshapada y otras obras publicadas, tan sólo repercute el eco de estas doctrinas. Por ejemplo, en algunas obras exotéricas se expone la irrealidad de dos de las tres divisiones del tiempo, diciendo: 1º Que no hay pasado ni futuro, pues estas dos formas del tiempo son correlativas del presente; 2º Que nadie sino quien haya obtenido el cuerpo dharmakâya, puede percibir y sentir la realidad de las cosas. De aquí otra dificultad puesto que este cuerpo “sin residuos” conduce al iniciado a la plenitud del paranirvâna (si admitiéramos literalmente la explicación exotérica), en donde no puede sentir ni percibir. Pero evidentemente nuestros orientalistas no advierten las lagunas en tales incongruencias, y especulan a su antojo sin más detenimiento ni reflexión. 

Los sabios debieran estar mejor enterados de estas materias, por cuanto la literatura mística es copiosísima, y Rusia por sí sola ha adquirido en el Tíbet bibliotecas enteras, gracias a sus relaciones comerciales con los buratos, hamanos y mongoles. Sin embargo, basta leer lo que Csoma escribió acerca del origen del sistema Kâla Chakra140, o lo que dice Wassilyef sobre el buddhismo, para perder toda esperanza de que los orientalistas occidentales ahonden más que en la corteza del “fruto prohibido”. Cuando Schlagintweit afirma que el misticismo tibetano no es yoga141, sino que está íntimamente relacionado con el shamanismo siberiano, y “es casi idéntico al ritual tántrico”; que el Zung del Tibet no es ni más ni menos que el “Dhâranís”, y que el Gyut es igual a los Tantras 142, resulta casi justificada la sospecha de creer a los orientalistas trabajando en completa amistad y alianza con los misioneros. 

Toda localidad desconocida de los geógrafos, les parece fabulosa. Así leemos: Dícese que el misticismo nació en un país fabuloso llamado Sambhala… Csoma, tras cuidadosas investigaciones, coloca este [¿fabuloso?] país más allá del Sir Daria (Yaxartes), entre los 45º y 50º latitud norte. Se le conoció por vez primera en India el año 965 después de J.C., y por la parte de Kashimir se introdujo en el Tíbet el año 1025 de la era cristiana143. Aquí se refiere al “Dus–Kyi–Khorlo”, al ocuparse del Misticismo tibetano. ¡Mentira parece que haya quien atribuya tan sólo nueve o diez siglos de antigüedad a un sistema tan viejo como el hombre, y conocido y practicado en la India antes de que el continente europeo apareciese en el globo! El texto de los libros en su actual forma puede “ser” de fecha aun posterior, porque muchos de ellos han sido adulterados por la fantasía de las sectas. Pero ¿quién ha leído el primitivo tratado sobre Dus–Kyi–Khorlo, refundido por Tsong–Kha–pa, con sus Comentarios? Las antedichas afirmaciones son prematuras, si consideramos que este insigne reformador entregó a las llamas en 1387 cuantos libros de hechicería cayeron en sus manos, y que al morir dejó toda una biblioteca de sus propias obras144. 

 El abate Huc acaricia la hipótesis de que Tsong–Khapa derivó su sabiduría y obtuvo sus extraordinarios poderes, de su trato con un extranjero occidental “notable por su larga nariz”. Al buen abate le parece que este personaje era “un misionero europeo” lo cual explica satisfactoriamente la notable semejanza entre los rituales católico y tibetano. Sin embargo, el confiado “lama de Jehovah”145 no dice quiénes eran los cinco extranjeros que el año 371 de la era cristiana se presentaron en el Tíbet y se marcharon tan súbita y misteriosamente como habían venido, después de instruir al rey Thothori–Nyang–tsan acerca del modo de emplear ciertos objetos contenidos en una cajita que en su presencia “había caído del cielo” cuarenta años antes, el . Respecto de las fechas orientales, hay entre los sabios europeos una irremediable confusión, que sube de punto en lo concerniente al buddhismo tibetano. Así es que, mientras algunos aceptan, aproximadamente, en el siglo vii la introducción del buddhismo en el Tíbet, otros, como por ejemplo Lassen y Koeppung, le asignan fecha muy anterior. Lassen se apoya en valiosas autoridades para demostrar que en las vertientes de los montes Kailâs se edificó un monasterio buddhista hacia el año 137 antes de J.C.147 
 Por su parte dice Koeppung que el buddhismo estaba ya establecido en el Punjab y al Norte, 292 años antes de la era cristiana. La diferencia entre estas fechas extremas, aunque es una bagatela (sólo un millar de años), no deja de ser embarazosa. Pero aun esto se explica fácilmente en el terreno esotérico. 

El Buddhismo, como religión exotérica, arraigó públicamente en el siglo vii de la era cristiana; mientras que el Buddhismo Esotérico real, la flor, el verdadero espíritu de las doctrinas del Tathâgata, fue llevado al lugar de su nacimiento, cuna de la humanidad, por los predilectos arhats de Buddha, a quienes envió en busca de un seguro asilo para estas doctrinas, pues el Sabio previó los peligros, desde el momento de entrar en el (“sendero de clarividencia') . En las comarcas sumidas en la hechicería fracasó el intento; y hasta que la escuela de la “Doctrina del Corazón” no se fundió con su predecesora, establecida edades antes en las vertientes que miran al Tíbet occidental, no quedó el buddhismo definitivamente arraigado en la tierra del Bön–pa, con sus dos divisiones esotérica y exotérica. 

D.S TVI

NOTAS

 119 Muy divertidos para quien conoce algún tanto siquiera las verdaderas doctrinas. 
120 Las doce Nidânas, llamadas por los tibetanos tin–brel chung–nyi, que se fundan en las “Cuatro Verdades”. 
121 Decenas de miles, según los modernos reencarnacionistas. 
122 Srotâpatti es el que ha alcanzado el primer sendero de comprensión de lo real y lo ilusorio; sakridâgâmin, el candidato a una de las iniciaciones superiores “el que sólo ha de nacer otra vez”; anâgâmin, es el que ha alcanzado el “tercer sendero”, o literalmente el que ya no ha de renacer” a menos que así lo desee, pues puede optar entre nacer de nuevo en “los mundos de los dioses” permanecer en el Devachan o tomar cuerpo terreno, por amor a la humanidad; y arhat es el que ha llegado al sendero supremo y puede sumirse voluntariamente en el nirvâna, mientras está en la tierra. 
123 Las cinco facultades sobrenaturales y extraordinarias. 
124 [ El Pratyeka Buddha está en el mismo nivel del Buddha perfecto, pero no enseña al mundo y nada absolutamente se sabe acerca de su misión. En los libros exotéricos se expone el descabellado concepto de que es egoísta a pesar de su imponderable altura de poder, sabiduría y amor. Difícil es averiguar de dónde surgió tan craso error que H.P.B. me dio el encargo de desvanecer, puesto que en un momento de descuido copió en uno de sus manuscritos dicho afirmación. – A.B.] 
125 “Sierpes” fabulosas con cuyo nombre se designa simbólicamente a los mahâtmâs o iniciados. 
126 Dondam–pay–den–pa. En sánscrito, paramârthasatya. 
127 Kunza–bchi–den–pa. En sánscrito, samvritisatya. 
128 La analizadora reflexión sobre uno mismo. 
129 Absoluta conciencia del ego personal sumido en el impersonal. 
130 Yerran los orientalistas al tomar literalmente las enseñanzas de la escuela Mahâyâna acerca de las tres clases de cuerpos, conviene a saber: Prul–pa–ku, Longehod–dzocpaig–ku [o long–sku] y Chos–Ku, que no corresponden como de la letra parece inferirse, al estado nirvânico. Hay dos categorías de nirvâna: 
El terrestre y el de los espíritus puramente desencarnados. Los tres “cuerpos” mencionados son tres envolturas, más o menos físicas, de que dispone el adepto en cuanto recorre los seis Pâramitâs o “senderos” del buddha. Al entrar en el séptimo ya no puede volver más a la tierra. Véase csoma de Körös, Jour. As. Soc. Beng., VII, 142 y Schott Buddhismus, pág. 9, quien lo expone distintamente.  
131 Vedânta Sâra, traducción del mayor Jacob, pág. 119. 
132 Vedânta Sâra, pág. 122. 
133 Der Buddhismus, págs. 327, 357 y sig., cita de SchIagintweit. 
134 Buddhism in Tibet, pág. 41. 
135 Jour. of.As. Soc. Bengal., VII, 144. 
136 Buddhism in Tibet, pág. 44. 
 137 “Los que niegan la existencia y tienen por ilusoria la Naturaleza toda”. También afirman la existencia de Parabrahman (la Naturaleza única y absoluta) y lo ilusorio de todas las cosas externas a ella. Creen además que el yoga basta para conducir al alma individual (Rayo de la “Universal”) a la verdadera existencia real. 138 Meditación por autopercepción. 
139 Nirmânakâya (o también vulgarmente nirvânakâya) es el cuerpo espiritualizado, del ser “sin residuos” (influencias terrenas). Un iniciado dharmakâya, o sea en estado nirvânico “sin residuos”, es el jîvanmukta, el perfecto iniciado, capaz de separar su Yo superior completamente de su cuerpo, durante el samâdhi. [Se advertirá que estas dos palabras se emplean aquí en distinto sentido que anteriormente. – A.B.] 
140 Libros “sagrados” de Dus–kyi–khorlo (Círculo del Tiempo). Véase el Jour. As. Soc., II, 57. Estos libros cayeron en manos de los dugpas de Sikkhim, en la época de la reforma de Tsong–Kha–pa. 
141 En el concepto de la “devoción abstracta por cuyo medio se adquieren facultades sobrenaturales” según lo define Wilson en su obra Glossary of judicial and Revenue Terms, art. “Yoga”. citado en Buddhism in Tibet, pág. 47. 
142 El Tantra precristiano es considerado por el ritual de los tântrikas modernos. 
143 Buddhism in Tibet, págs. 47–48. 
144 De las que apenas se conocen la décima parte. 
 145 Sobrenombre que por ironía aplica H.P.B. al abate Huc. – N. del T. 146 Buddhism in Tibet, págs. 63–64. Los objetos contenidos en la cajita, según los enumera la leyenda exotérica, son, por supuesto, simbólicos. Los menciona el Kanjur, como sigue: 1º Dos manos entrelazadas; 2º Un Choten (Stupa o relicario) en miniatura; 3º Un talismán con la inscripción: “Om mani padme hum”; 4º Un libro religioso, Zamatog (un “vehículo construido”). 147 Alterthumskunde, II, 1072.

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