viernes, 2 de noviembre de 2018

TSONG–KHA–PA. – LOHANS EN CHINA





En un artículo titulado “La Reencarnación en el Tíbet”109, se dijo cuanto podía decirse acerca de Tsong–Kha–pa. Este reformador se afirmaba que no fue, como pretenden los sabios parsis, una encarnación de uno de los celestes dhyânis o cinco buddhas celestiales que se dice creó Shâkyamuni luego de alcanzar el nirvâna; sino que fue una encarnación del mismo Amita Buddha. Los anales conservados en el Gonpa, la principal lamasería110 de Tda–shi–Hlumpo [Tashi–hlumpo], indican que Sang–gyas dejó las regiones del “paraíso occidental” para encarnarse en Tsong–Kha–pa, en vista de la gran decadencia de sus doctrinas secretas. Doquiera se puso en luz pública, la Buena Ley de Cheu111 degeneró en hechicería o “magia negra”. Únicamente los dvijas, los hoshang112 y los lamas pudieron emplear sin peligro las fórmulas. Hasta la época de Tsong–Kha–pa no había encarnado ningún sanggyas (buddha) en el Tíbet. Tsong–Kha–pa prohibió severamente la nigromancia, y dio los signos por los cuales podía reconocerse en un cuerpo humano la presencia de uno de los veinticinco Bodhisattvas o Buddhas Celestiales (Dhyân Chohans)113. 

Esto condujo a un cisma entre los lamas; y los descontentos se aliaron con los bonzos aborígenes contra el lamaísmo reformado. Aun hoy forman una poderosa secta, entregada a ritos abominables en las comarcas de Sikkim, Bhutan, Nepal y en las mismas fronteras del Tíbet. Algo peor sucedió entonces. Con permiso de Tda–shu o Teshu Lama114, y para evitar discordias, unos cuantos centenares de lohans (arhats) fueron a establecerse en China, en el famoso monasterio de las inmediaciones de Tien–t’–ai, en donde muy luego alcanzaron gran fama entre las gentes, y la han conservado hasta nuestros días. Habíanles precedido otros lohans [arhan, arhat], los en el mundo famosos discípulos del Tathâgata, apodados “de la dulce voz” por su habilidad en cantar mantras con prodigioso efecto115. Los primeros lohans allí establecidos llegaron de Kashmir sobre el año 3.000 del Kali Yuga (un siglo antes de la era cristiana)116, y los últimos se establecieron 1.500 años después, a fines del siglo XIV; pero como no cupieran en la lamasería de Yihigching, fundaron el mayor monasterio hasta entonces conocido, en la isla sagrada de Pu–to (Buddha, o put en lengua china) en la provincia de Chusán. Allí floreció durante algunos siglos la Buena Ley, la “Doctrina del Corazón”; hasta que profanada la isla por una invasión de occidentales extranjeros, se refugiaron los lohans principales en las montañas de ****. En la pagoda de Pi–yün–sï, cerca de Pekín, puede verse todavía el “salón de los quinientos lohans”, en cuya parte inferior están colocadas las estatuas de los que llegaron primero, mientras que inmediatamente debajo del techo aparece la imagen de un lohan solitario, que parece haber sido erigida en recuerdo de su visita117. 

Las obras de los orientalistas abundan en indicios de arhats o adeptos, dotados de poderes taumatúrgicos; pero hablan de ellos cuando no les queda otro remedio y siempre con manifiesto menosprecio. Si por ignorancia, ya espontánea, ya maliciosa, intentan explicar los elementos ocultos y simbólicos de las distintas religiones, apenas se detienen en ello, y aun dejan sin traducir los correspondientes pasajes. Sin embargo, aunque supongamos que la fantasía popular y reverencia del vulgo exageren los milagros, no por ello son menos creíbles ni están menos atestiguados en anales “paganos” que los de los santos cristianos en las crónicas de las iglesias. Unos y otros tienen el mismo derecho a figurar en sus respectivas historias. Sí después de suscitada la persecución contra el buddhismo, ya no se oyó hablar de los arhats en la India, fue porque, como su regla les prohibía tomar represalias, hubieron de buscar refugio y seguridad personal en China, Tíbet, Japón y otros países. Era a la sazón ilimitado el poderío sacerdotal de los brahmanes; y los Simones y Apolonios del buddhismo tenían tan pocas probabilidades de que los estimaran los Ireneos y Tertulianos del brahmanismo, como sus sucesores las tuvieron en los pueblos judío y romano. Fue aquello un ensayo histórico de los dramas que siglos después se representaron en la Cristiandad. 

Como en el caso de los llamados “heresiarcas” del cristianismo, no fueron perseguidos los arhats por rechazar la sílaba sagrada o los Vedas, sino por comprender demasiado bien su secreto significado; pues sus conocimientos se disputaban por peligrosos e inconvenientes su presencia en la India, y así se vieron precisados a emigrar. Sin embargo, no faltaban iniciados entre los mismos brahmanes; y aun hoy se encuentran sâddhus y yoguis maravillosamente dotados, que han de mantenerse ocultos en la obscuridad, no sólo por el absoluto sigilo a que están sujetos por su iniciación, sino también por temor a los tribunales anglo–indos, cuyos magistrados consideran de antemano impostura, charlatanería y fraude, la exhibición o la simple alegación de facultades anormales. Del pasado se puede juzgar por el presente. Siglos después de nuestra era, los iniciados de los templos secretos y comunidades monásticas, o Mathams, eligieron un Consejo supremo presidido por un poderoso Brahm–Âtmâ, jefe de todos aquellos mahâtmâs, cuyo pontificado sólo podían ejercer los brahmanes de cierta edad, y que era el único guardián de la mística fórmula, el hierofante que iniciaba a los adeptos mayores, y a quien le estaba reservada la explicación de la sagrada palabra AUM y de todos los ritos y símbolos religiosos. 

Cualquiera de aquellos adeptos de grado superior que revelase a un profano la más mínima verdad oculta o el más leve secreto confiado a su discreción, era condenado a muerte junto con el conocedor del secreto. Pero había allí, y aún existe en nuestros tiempos, una Palabra mucho más excelsa que el misterioso monosílabo, la cual casi igualaba a Brâhman a quien poseía su clave. Únicamente los brahmâtmâs la poseen, y sabemos que actualmente la conocen dos iniciados de la India meridional. Sólo está permitido comunicarla en el momento de morir, y por eso se la llama la “Palabra perdida”. Ni por tormentos ni por ningún poder humano la revelaría el brahmán que la conociese, y está bien guardada en el Tíbet. Sin embargo, este sigilo y este profundo misterio son verdaderamente descorazonantes, pues tan sólo los iniciados de la India y el Tíbet podrían disipar la densa niebla que envuelve la historia del ocultismo, y vindicarlo. 

El délfico mandato: Conócete a ti mismo, lo obedecen muy pocos en nuestro tiempo; pero la culpa no es de los adeptos, que hicieron cuanto en su mano estuvo para abrir los ojos del mundo. Sin embargo, mientras los europeos evitan la pública maledicencia y el ridículo arrojado sobre los ocultistas, los asiáticos se ven desanimados por sus mismos Pandits, que actúan bajo la triste impresión de que no es posible alcanzar el adeptado en la actual Kâlî Yuga (edad negra). Aun a los buddhistas se les enseña que el Señor Buddha profetizó diciendo que las facultades superfísicas se desvanecerían “al cabo de mil años después de su muerte”. Pero no hay tal cosa porque en el Digha Nikâya dice Buddha: ¡Oye, Subhadra! No dejará jamás de haber arhats en el mundo, mientras los ascetas de mis congregaciones guarden bien y verdaderamente mis mandamientos. Análoga contradicción de lo afirmado por los brahmanes expone Krishna en el Bhagavad Gîtâ, aparte de la innegable existencia de muchos sâddhus taumaturgos en pasados tiempos, y aun en los presentes. Lo mismo puede decirse de China y del Tíbet. Entre los mandamientos de Tsong Kha–pa hay uno que ordena a los arhats hacer un esfuerzo cada siglo, en cierto período del ciclo, para iluminar al mundo, incluso a los “bárbaros blancos”. 

Hasta hoy ninguna de tales tentativas ha tenido buen éxito. Los fracasos sucedieron a los fracasos. ¿Trataremos de explicarlo a la luz de cierta profecía? Dícese que hasta que Pban–chhen–rinpo–chhe (la gran joya de la Sabiduría) 118 consienta en renacer en el país de los P’helings (occidentales) como conquistador espiritual (Chom–den–da) y disipe los errores y la ignorancia de los tiempos, de poco servirá el intento de extirpar los prejuicios de los habitantes de P’heling–pa (Europa), porque los hijos de ésta no escucharán a nadie. Otra profecía declara que la Doctrina Secreta se conservará en toda su pureza en Bhod–yul (Tíbet) sólo mientras los extranjeros no invadan el país. Las mismas visitas de los europeos, aunque amistosas, serían mortales para los tibetanos. Este es el verdadero motivo del exclusivismo del Tíbet. 

  D.S TVI 

NOTAS

 109 “Reincarnations in Tibet” The Theosophist de Marzo de 1882, pág. 146. 
110 Comunidad de lamas o sacerdotes tibetanos. – N. del T. 111 Facultades mágicas. 
112 Monjes chinos. 
113 Es interesante la íntima relación entre los veinticinco buddhas (bodhisattvas) y los veinticinco tattvas (los condicionados) de los indos. 
114 Es curioso advertir la gran importancia que dan los orientales europeos a los dalai–lamas de Lhassa y la completa ignorancia en que están de los tda–shu (o tesht) lamas que son de hecho los “papas” del Tíbet, y en quienes comenzó la serie jerárquica de las encarnaciones de Buddha. Los Dalai Lamas fueron instituidos por Nabang–lob–Sang, un Tda–shu considerado como la sexta encarnación de Amita siguiendo la línea de Tsong–Kha–pa; aunque muy pocos parecen enterados de esta circunstancia. 
 115 El canto de un mantra no es una plegaria, sino más bien una frase mágica en que la oculta ley de causalidad se relaciona dependientemente del albedrío y actos del cantor. Es una sucesión de sonidos sánscritos y cuando la serie de palabras y frases consecutivas del mantra, se pronuncian con arreglo a las fórmulas mágicas del Atharva Veda, que muy pocos comprenden, producen un instantáneo y maravilloso efecto. Esotéricamente, el mantra, o más bien sus sonidos, contienen el Vâch (“el lenguaje místico”); pues de un modo u otro su efecto resulta de las vibraciones del éter. A los expertos en mantras se les llamó “dulces cantores”. De aquí la leyenda china de que desde sus celdas oyen los monjes del monasterio de Fang–Kwang, al despertar el día, los melódicos cantos de los lohans. (Véase Biografía de Chi–K'ai en T'ien–t'ai–han–chi). [Véase Chinese Buddhism, pág. 177]. 
116 El famoso lohan Mâdhyantika, que convirtió al buddhismo al rey de Kashmir con todos sus vasallos, envió una misión de lohans a predicar la Buena Ley. Este mismo lohan fue el escultor que labró la colosal estatua de Buddha, de treinta metros de altura, que Hiuen–Tsaumg vio en Dardu, al norte del Punjab. También menciona el célebre viajero chino un templo, sito en las cercanías de Peshawur, que medía ciento ocho metros de circunferencia y doscientos sesenta y dos de altura, el cual templo tenía ya una antigüedad de 850 años en los días de Hiuen–Tsaung (año 550 de J. C.). En este dato se apoya Kœppen para opinar que en el año 292 antes de J. C. El buddhismo era la religión dominante en el Punjah 
117 Véase Chinese Bucidhisin, pág. 254. 118 O, Pan–ch'en Rin–po–ch'e. Sobrenombre del Tda–shu–Hlum–po Lama [Tashi–hlunpo].

No hay comentarios:

Publicar un comentario