miércoles, 15 de mayo de 2019

ISIS SIN VELO - ANTE EL VELO







Juan. Arbolemos en los muros nuestras ondulantes
Banderas. Rey Enrique VI. Act. IV. –He consagrado mi vida
Al estudio del hombre, de su destino y de su felicidad”. J. R.
BUCHANAN, M. D., Bosques de Conferencias sobre Antropología.


Según se nos dice, hace diecinueve siglos que la divina luz del cristianismo disipó las tinieblas del paganismo, y dos siglos y medio que la refulgente lámpara de la ciencia moderna empezó a iluminar la obscura ignorancia de los tiempos. Se afirma que el verdadero progreso moral e intelectual de la raza se ha realizado en estas dos épocas. Que los antiguos filósofos eran suficientemente sabios para su tiempo, pero poco menos que iletrados en comparación de nuestros modernos hombres de ciencia. La moral pagana bastó a las necesidades de la inculta antigüedad, hasta que la luminosa “Estrella de Bethlehem” mostró el camino de la perfección moral y allanó el de la salvación. En la Antigüedad, el embrutecimiento era regla, la virtud y el espiritualismo excepción. Ahora, el más empedernido puede conocer la voluntad de Dios en su palabra revelada; todos los hombres desean ser buenos y mejoran constantemente.
            
Tal es la proposición: ¿qué nos dicen los hechos? Por una parte, un clero materializado, dogmático y con demasiada frecuencia corrompido; una hueste de sectas y tres grandes religiones en guerra; discordia en lugar de unión; dogmas sin pruebas; predicadores efectistas; sed placeres y riquezas en feligreses solapados e hipócritas, por exigencias de la respetabilidad. Ésta es la regla del día; la sinceridad y verdadera piedad la excepción. Por otra parte, hipótesis científicas edificadas sobre arena; ni en la más sencilla cuestión, acuerdo; rencorosas querellas y envidias; impulso general hacia el materialismo; lucha a muerte entre la ciencia y la teología por la infalibilidad: “Un conflicto de épocas”.
            
En Roma, que a sí propia se llama centro de la cristiandad, el putativo sucesor de Pedro mina el orden social con su invisible pero omnipotente red de astutos agentes, y les incita a revolucionar la Europa a favor de su supremacía de espiritual y temporal. Vemos al que se llama Vicario de Cristo, fraternizar con los musulmanes, contra una nación cristiana, invocando públicamente la bendición de Dios para las armas de quienes por siglos resistieron a sangre y fuego las pretensiones del Cristo a la Divinidad. En Berlín, uno de los mayores focos de cultura, eminentes profesores de las modernas ciencias experimentales han vuelto la espalda a los tan encomiados resultados del progreso en el período posterior a Galileo, y han apagado tranquilamente la luz del gran florentino, con intento de probar que el sistema heliocéntrico y la rotación de la tierra son sueños de sabios ilusos: que Newton era un visionario y todos los astrónomos pasados y presentes, hábiles calculadores de fenómenos improbables.
            
Entre estos dos titanes en lucha, ciencia y teología, hay una muchedumbre extraviada que pierde rápidamente la fe en la inmortalidad del hombre y en la Divinidad, y que aceleradamente desciende al nivel de la existencia animal. ¡Tal es el cuadro actual iluminado por la meridiana luz de esta era cristiana y científica!
            
¿Fuera de estricta justicia condenar a lapidación crítica al más humilde y modesto autor, por rechazar enteramente la autoridad de ambos combatientes? ¿No deberíamos más bien tomar como verdadero aforismo de este siglo, la declaración de Horacio Greeley: “No acepto sin reserva la opinión de ningún hombre, vivo o muerto” ? Suceda lo que suceda, ésta será nuestra divisa, y tomaremos este principio por lema y guía constante en la presente obra.
            
Entre los muchos frutos fenoménicos de nuestro siglo, la creencia de los llamados espiritistas ha brotado de entre las vacilantes ruinas de la religión revelada y de la filosofía materialista; porque al fin y al cabo es la única que depara posible refugio, a manera de transacción entre ambas. No es maravilla que nuestro soberbio y positivo siglo haya mal acogido a los inesperados espectros de la época anterior al cristianismo. Los tiempos han cambiado de manera extraña, y no ha mucho, un conocido predicador de Brroklyn, decía acertadamente en un sermón que si de nuevo Jesús viniera y hablara en las calles de Nueva York, como en las de Jerusalén, lo llevarían a la cárcel. ¿Qué acogida había de esperar, pues, el espiritismo? Lo misterioso y extraño no atrae ni seduce a primera vista. rAquítico como niño amamantado por siete nodrizas, llegará a la adolescencia lisiado y mutilado. Sus enemigos son legión y sus amigos puñado. ¿Por qué así? ¿Cuándo fue aceptada una verdad a priori? Los campeones del espiritismo exageraron fanáticamente sus cualidades, y no echaron de ver sus indudables imperfecciones. La falsificación es imposible sin modelo que falsificar. El fanatismo de los espiritistas prueba la ingenuidad y posibilidad de sus fenómenos. Nos dan hechos que debemos investigar; no afirmaciones que debamos creer sin pruebas. Millones de personas razonables no sucumben fácilmente a colectivas alucinaciones. Y así, mientras el clero interpreta tendenciosamente la Biblia, y la ciencia promulga Códigos acerca de lo posible en la naturaleza, sin dar oídos a nadie, la verdadera ciencia real y la verdadera religión caminan con majestuoso silencio hacia su futuro desarrollo.
            
Todo lo referente a los fenómenos descansa en la correcta comprensión de la filosofía antigua. ¿Adónde acudir en nuestra perplejidad sino a los antiguos sabios, desde el momento en que, so pretexto de superchería, los modernos nos niegan toda explicación? Preguntémosles qué conocen de la verdadera ciencia y religión, no en lo concerniente a meros pormenores, sino respecto a los amplios conceptos de estas dos gemelas, tan fuertes cuando unidas como débiles cuando separadas. Además, mucho nos aprovechará comparar la tan encomiada ciencia moderna con la antigua ignorancia, y la teología perfeccionada con la “Doctrina Secreta” de la antigua religión universal. Quizás encontremos así un campo neutral donde relacionarnos ventajosamente con ambas.
            
La filosofía platónica es el más perfecto compendio de los abstrusos sistemas de la antigua India, y la única que puede ofrecernos terreno neutral. Aunque Platón murió hace veintidós siglos, los intelectuales todavía se ocupan de sus obras. Platón fue, en la plena acepción de la palabra, el intérprete del mundo, el filósofo más grande de la era precristiana, que reflejó fielmente en sus obras el espiritualismo y la metafísica de los filósofos védicos, que le precedieron millares de años. Vyasa, Jaimini, Kapila, Vrihaspati y Sumantu  influyeron indeleblemente al través de los siglos en Platón y su escuela. Con esto probaremos que Platón y los sabios de la India tuvieron la misma revelación de la verdad. ¿No prueba su pujanza, contra las injurias del tiempo, que esta sabiduría es divina y eterna?
            
Platón enseña que la justicia permanece en el alma de su poseedor, y que es su mayor bien. “Los hombres admitieron sus derechos trascendentes en proporción de su inteligencia”. Y sin embargo, los comentadores de Platón desdeñan casi unánimemente los pasajes probatorios de que su metafísica tiene sólidos cimientos y no se funda en especulaciones.
            
Platón no podía aceptar una filosofía sin aspiración espiritual. Ambas cosas se armonizan en él. El antiguo sabio griego tiene por único objeto de logro el REAL CONOCIMIENTO. Sólo consideraba como filósofos sinceros, o estudiantes de verdad, a quienes poseían la ciencia de las realidades en oposición a las apariencias; de lo eterno en oposición a lo transitorio; de lo permanente en oposición a cuanto alternativamente crece, mengua, nace y perece. “Más allá de las existencias finitas y causas secundarias de las leyes, ideas y principios, hay una INTELIGENCIA o MENTE (..., nous, el espíritu), principio de los principios; Idea Suprema en que se apoyan las demás ideas; monarca y legislador del universo; substancia primordial de que todas las cosas proceden y a que deben su existencia; Causa primera y eficiente de todo orden, armonía, belleza, excelencia y bondad, que hienche el universo, a la que llamamos el Supremo Bien el Dios (...) de los dioses (... ... ...)” . No es la verdad ni la inteligencia, sino “Padre de ambas”. Aunque nuestros sentidos corporales no pueden percibir esta eterna esencia de las cosas, pueden comprenderla cuantos por no ser completamente obtusos quieran comprenderla. “A vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos (...) no les es dado... Por eso les hablo por parábolas; porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden.
            
Asegura el neoplatónico Porfirio, que en los MISTERIOS se enseñaba y comentaba la filosofía de Platón. Muchos han puesto en tela de juicio y aun han negado los misterios; y Lobeck, en su Aglaophomus, llega al extremo de decir que estas sagradas ceremonias sólo servían para cautivar la imaginación. ¿Cómo Atenas y Grecia hubieran acudido durante más de veinte siglos cada cinco años a Eleusis, si los misterios fueran farsa religiosa? Agustín, obispo de Hipona, declara que las doctrinas neoplatónicas son las esotéricas y originales doctrinas de los primeros discípulos de Platón, y diputa a Plotino por un Platón resucitado. También explica los motivos que tuvo el gran filósofo para encubrir el sentido interno de sus enseñanzas.
            
Respecto de los Mitos, declara Platón en el Gorgias y en el Phoedon que son vehículos de grandes verdades muy dignas de aprender; pero los comentadores conocen tan poco al gran filósofo que se ven obligados a confesar que no saben dónde “termina lo doctrinal y empieza lo mítico”. Platón desvanecía la popular superstición de la magia y los demonios, y enunciaba las exageradas ideas de su tiempo en teorías racionales y concepciones metafísicas que tal vez no se acomoden al método de raciocinio inductivo establecido por Aristóteles; pero que satisfacen cumplidamente a cuantos se percatan de la elevada facultad del hombre, llamada intuición, que nos da el criterio para conocer la Verdad.
            
Fundando sus doctrinas en la Mente Suprema, enseña Platón que el nous, espíritu, o alma racional del hombre, fue “engendrado por el Padre Divino”, y es de naturaleza semejante y homogénea a la Divinidad, y, por lo tanto, capaz de percibir las eternas realidades. La facultad de contemplar la realidad directa e inmediatamente, sólo es propia de Dios, y la aspiración a este conocimiento es la filosofía propiamente dicha, o amor a la sabiduría. El amor a la verdad es inherentemente el amor al bien, y si predomina sobre todo deseo del alma y la purifica por su asimilación con lo divino y dirige las acciones del hombre, le eleva a participar de la Divinidad y le ensalza a semejanza de Dios. “Esta ascensión” dice Platón en el Theoetetus “consiste en llegar a parecerse a Dios, y la asimilación se efectúa cuando, por medio de la sabiduría, el hombre es justo y santo”.
            
La base de esta asimilación es siempre la preexistencia del espíritu o nous. La alegoría del carro con caballos alados del Phoedrus, presenta a la naturaleza psíquica doblemente compuesta del thumos o parte epithumética, formada de substancias pertenecientes al mundo de los fenómenos, y el ......, thumoeides, la esencia enlazada con el mundo eterno. La actual vida terrena es caída y castigo. El alma habita en “la sepultura que llamamos cuerpo” y en su estado de encarnación, antes de recibir la disciplina educativa, el elemento espiritual o noético está “dormido”. La vida es más bien sueño que realidad. Como los cautivos de la subterránea caverna descrita en La República, percibimos únicamente, con la espalda vuelta a la luz, las sombras de los objetos y creemos que son realidades actuales. ¿Acaso no es ésta la idea de Maya, o ilusión de los sentidos durante la vida física, rasgo característico de la filosofía budista? Si en la vida material no nos entregamos absolutamente a los sentidos, estas ilusiones despiertan en nosotros la reminiscencia del mundo superior en que ya hemos vivido. “El espíritu interno conserva un vago y obscuro recuerdo del anterior estado de bienaventuranza de que gozara y anhela instintivamente volver a él”. Incumbencia de la Filosofía es libertarle de la esclavitud de los sentidos, por medio de la disciplina, y elevarle al empíreo del puro pensamiento, a la visión de la verdad, bondad y belleza eternas. Dice Platón en el Theoetetus que “el alma no puede encarnar en cuerpo humano, si antes no ha contemplado la verdad o sea el conjunto de todo cuanto el alma veía cuando habitaba en la Divinidad, con desprecio de las cosas que decimos que son, y la mira puesta en lo que REALMENTE ES. Por lo tanto, sólo el nous, o espíritu del filósofo (o amante de la suprema verdad) está dotado de alas, porque con su elevada capacidad retiene estas cosas en su mente, y al contemplarlas diviniza, por decirlo así, a la misma Divinidad. El debido uso de las reminiscencias de la vida primera y el perfeccionamiento en los perfectos misterios lleva al hombre a la verdadera perfección. Entonces está iniciado en la sabiduría divina”.
            
Así comprenderemos por qué las más sublimes escenas de los Misterios eran siempre nocturnas. La vida del espíritu interno es la muerte de la naturaleza externa, y la noche del mundo físico es el día del espiritual. Por esto se adoraba a Dionisio, el sol nocturno, con preferencia a Helios, el sol diurno. Los Misterios simbolizaban la preexistente condición del espíritu y del alma, la caída de ésta en la vida terrena y en el Hades, las miserias de esta vida, la purificación del alma y su restitución a la divina bienaventuranza o reunión con el espíritu. Theón de Esmirna compara acertadamente la disciplina filosófica con los ritos místicos: A este propósito, dice que podemos considerar la filosofía como la iniciación en los verdaderos arcanos y la instrucción en los genuinos Misterios. La iniciación abarca cinco grados: 1º, la purificación previa; 2º, la admisión en los ritos secretos; 3º, la revelación epóptica; 4º, la investidura o entronización; 5º, en consecuencia de los anteriores, la amistad íntima, comunión con Dios y la felicidad dimanante de la comunicación con seres divinos...
            
Platón llama epopteia, o visión personal, la perfecta contemplación de lo aprendido intuitivamente o sean las verdades e ideas absolutas. También considera la coronación como símbolo de la autoridad recibida de los instructores para conducir a otros a la misma contemplación. El quinto grado es la mayor felicidad terrena y, según Platón, consiste en asimilarse a la Divinidad, tanto como cabe en los seres humanos.
            
Tal es el platonismo. Dice Emerson que “de Platón arranca cuanto los pensadores escriben y discuten”. En él se resumía la ciencia de su época: la de Grecia, de Filolao a Sócrates; la de Pitágoras en Italia; y la que derivó de Egipto y Oriente. Era una inteligencia tan vasta, que toda la filosofía europea y asiática está comprendida en sus doctrinas, y a su cultura y poder de contemplación añadía temperamento y cualidades de poeta.
            
Los discípulos de Platón aceptaron, en general, sus teorías psicológicas. Algunos, como Xenócrates, aventuraron atrevidas especulaciones. Espeusipo, sobrino y sucesor del eminente filósofo, fue autor del Análisis numérico, o tratado de los números pitagóricos. Algunas de sus especulaciones no están en los Diálogos escritos; pero como era oyente de las conferencias orales de Platón, tiene mucha razón enfield al decir que sus opiniones no debían diferenciarse de las de su maestro. Él es, sin duda, el antagonista que Aristóteles critica sin nombrarlo cuando cita el argumento de Platón contra la doctrina de Pitágoras, de que todas las cosas son en sí mismas números, o, mejor dicho, inseparables de la idea de número. Insistía especialmente en demostrar que la doctrina platónica de las ideas difería esencialmente de la pitagórica en que los números y magnitudes existen independientemente de las cosas. También aseguraba que Platón enseñó que no puede existir conocimiento real, si el objeto de conocimiento no trasciende a una región superior a lo sensible.
            
Pero Aristóteles no es testimonio fidedigno, pues adulteró a Platón y casi puso en ridículo las ideas de Pitágoras. Hay una regla de interpretación que debe guiarnos en el examen de toda opinión filosófica. “La inteligencia humana, bajo la necesaria acción de sus propias leyes, está impelida a mantener las mismas ideas fundamentales, y el corazón del hombre a alimentar los mismos sentimientos en toda época”. Cierto es que Pitágoras despertó la más profunda simpatía intelectual de su tiempo y que sus doctrinas ejercieron poderosa influencia en Platón. Su idea fundamental es que en las formas, mudanzas y fenómenos del Universo subyace un principio permanente de unidad. Aristóteles asegura que Pitágoras creía y enseñaba que “los números son los principios primordiales de toda entidad”. Ritter opina que la fórmula de Pitágoras se ha de tomar simbólicamente, y así es sin duda. Aristóteles trata de asociar estos números a las “formas” e “ideas” de Platón y atribuye a éste la afirmación de que “las formas son números, y las ideas existencias substanciales o entidades reales”. Platón no enseñaba tal cosa. Decía que la causa final era la Bondad Suprema (...) “Las ideas son objeto de pura concepción para la razón humana, y atributos de la Razón Divina”. No decía que “las formas son números”, sino que, como se lee en el Timeo: “Dios formó por primera vez las cosas, según formas y números”.
            
Reconoce la ciencia moderna que las leyes superiores de la naturaleza asumen la forma de enunciado cuantitativo. Esto es quizás una más explícita afirmación de la doctrina pitagórica. Los números se consideran como la mejor representación de las leyes de armonía que regulan el Cosmos. Sabemos que la teoría atómica y las leyes de combinación están hoy, por decirlo así, arbitrariamente definidas por números. W. Archer Butler dice a este propósito: “El mundo es, en todas sus partes, una aritmética viva en su desarrollo y una verdadera geometría en su reposo”.
            
La clave de los dogmas pitagóricos es la fórmula general de unidad en la variedad; lo uno desenvuelve y por completo penetra lo múltiple. Tal es, en compendio, la antigua doctrina de la emanación. El apóstol Pablo la aceptaba asimismo como verdadera. “... ... ... ...”
De Aquél, por Aquél y en Aquél son y están todas las cosas. Esto es puramente indo y brahmáni“Cuando la disolución (Pralaya) llega a su término, el Ser inmenso, Para-Atma, o Para-Purusha, el Señor existente por sí mismo y del cual y por medio del cual todas las cosas fueron son y serán..., quiso emanar de su propia substancia la variedad de criaturas”. (Manava-Dharma-Shastra, libro I, dísticos 6 y 7).
            
La Década mística 1 + 2 + 3 + 4 = 10 expresa esta idea. El 1 simboliza a Dios; el 2 la materia; el 3 la combinación de la Mónada y la Duada que participan de la naturaleza de ambas en el mundo fenomenal; el 4, o forma de perfección, simboliza el vacío; y el 10, o suma de todas las cosas, comprende la totalidad del Cosmos. El universo es la combinación de miles de elementos, y sin embargo es la expresión de un solo espíritu: un caos para los sentidos, un cosmos para la razón.
            
Todo es induísta en esta combinación y progresión de números en la idea de la creación. Único es el Ser existente por sí mismo, Swayambhu o Swayambhuva, como también se le llama. De sí mismo emana la facultad creadora, Brahmâ o Purusha (varón divino), y el Uno se convierte en Dos; de esta Duada, unión del principio puramente intelectual con el de la materia, procede un tercero, Virdj, el mundo fenomenal. De esta invisible e incomprensible trinidad, la Trimurti brahmánica, procede la segunda tríada, que representa las tres facultades: creadora, conservadora y transformadora, representadas por Brahmâ, Vishnu y Shiva, aunque siempre reunidas en una. Brahmâ, o Tridandin, como se le llama en los Vedas, es la Unidad, el dios trino y manifestado que da origen al simbólico Aum, o Trimurti compendiada. Sólo por medio de esta trinidad, siempre activa y perceptible a nuestros sentidos, puede la invisible y desconocida Mónada manifestarse en el mundo de los mortales. Cuando se convierte en Sharira, esto es, cuando asume forma visible, simboliza los principios de la materia y los gérmenes de vida. Entonces es Purusha, el dios trifáceo, o del trino poder, la esencia de la tríada Védica. “Conozcan los brahmanes la sagrada sílaba (Aum), las tres palabras del Savitri, y lean diariamente los Vedas”. (Manu, libro IV, dístico 125).
            
“Después de crear el universo, Aquél cuyo poder es incomprensible, se desvaneció absorbido en el Alma Suprema... Restituida a su primera obscuridad la gran Alma, permanece en lo desconocido y carece de forma...
            
“Cuando de nuevo reúne los sutiles principios elementarios y penetra en algfún germen animal o vegetal, asume en cada uno nueva forma”.
            
“Así es, que por alternativa de reposo y actividad, el Ser inmutable hace que eternamente revivan y mueran todas las criaturas existentes, activas e inertes”. (Manu, libro I, dístico 50 y siguientes).
            
Quien haya estudiado a Pitágoras y sus teorías respecto de la Mónada que, después de emanar la Duada, se restituye al silencio y a la oscuridad y crea la Tríada, puede descubrir la fuente de donde manan la filosofía del eminente filósofo de Samos, la de Sócrates y la de Platón.
            
Espeusipo parece haber enseñado que el alma física o thumética era inmortal como el espíritu o alma racional. Más adelante expondremos sus razones. También, como Filolao y Aristóteles en sus disquisiciones sobre el alma, dice que el éter es un elemento y supone cinco elementos principales, correspondientes a las cinco figuras regulares geométricas. Esta enseñanza está tomada de la escuela alejandrina. Hay en las doctrinas de los filaleteos mucho que no aparece en las obras de los más antiguos platónicos, porque sin duda las enseñaba el maestro con sigilosas reservas, como arcanos que no debían publicarse. Espeusipo y Xenócrates sostuvieron después que el anima mundi o (alma del mundo) no era la Divinidad, sino su manifestación. Estos filósofos jamás atribuyeron al Uno naturaleza animada. El Uno originario no existe en la acepción que damos a la palabra, pues hasta que se desdobló en lo múltiple (existencias emanadas, la mónada y la duada), no tuvo existencia. El ..., el algo manifestado mora igualmente en el centro que en la circunferencia, pero sólo el Alma del Mundo es reflejo de la Divinidad. En esta doctrina aletea el espíritu del budismo esotérico.
            
La idea que tiene de Dios el hombre es la deslumbradora luz que ve reflejada en el cóncavo espejo de su propia alma, pero esta imagen no en realidad la de Dios, sino su reflejo. Su gloria está allí, pero el hombre ve a lo sumo la luz de su propio espíritu, que es cuanto puede ver. Cuanto más limpio esté el espejo, más resplandecerá la imagen divina. Pero el mundo exterior no puede permanecer allí al mismo tiempo. Para el extático yogui, para el profeta iluminado, el espíritu brilla como el sol del mediodía; para la viciosa víctima de los atractivos terrenos, el resplandor desaparece, porque el grosero aliento de la materia empaña el espejo. Tales hombres reniegan de Dios y quisieran de un golpe privar de alma a la humanidad.
            
¿Ni DIOS ni ALMA? ¡Horrible y aniquilador pensamiento! Delirante pesadilla del lunático ateo, ante cuya alucinada vista pasa una horrible e incesante serie de chispas de materia cósmica, por nadie creadas, que aparecen, existen y se desenvuelven por sí mismas, es decir, por nada ni nadie y no proceden de ninguna parte ni van a parte alguna, sin que ninguna Causa las impela en un círculo eterno, ciego, inerte y SIN CAUSA. ¡Qué comparación cabe con el erróneo concepto del nirvâna búdico! El nirvâna va precedido de innumerables transformaciones espirituales y reencarnaciones durante las cuales la entidad no pierde ni por un segundo el sentimiento de su propia individualidad, que persiste durante millones de edades antes de llegar a la nada final.
            
Aunque muchos tienen a Espeusipo por inferior a Aristóteles, el mundo le debe la definición de varios conceptos que Platón dejó confusos en su doctrina acerca de lo sensible y lo ideal. Decía Espeusipo: “Conocemos lo inmaterial por medio del pensamiento científico y lo material por la científica percepción”.
            
Xenócrates expuso muchas teorías y enseñanzas no tratadas por su maestro. Tiene en gran estima la doctrina pitagórica y su matemático sistema de números. Sólo admite tres grados de conocimiento: pensamiento, percepción e intuición, y dice que el pensamiento se emplea en lo que hay más allá de los cielos; la percepción, en las cosas del cielo; y la intuición, en los cielos mismos.
Vemos estas teorías, y casi el mismo lenguaje, en el Manava-Dharma-Shastra, cuando habla de la creación del hombre: “Él (el Supremo) exhaló su propia esencia, el soplo inmortal, que no perece en el ser, y a esta alma del ser, le dio el Ahankâra (conciencia del Ego) o guía soberano. Después dio a aquella alma del ser (hombre), la inteligencia compuesta de tres cualidades y cinco sentidos de percepción externa”.
Estas tres cualidades son: entendimiento, conciencia y voluntad, análogas al pensamiento, percepción e intuición de Xenócrates. Expuso más completamente que Espeusipo la relación entre números e ideas, y aventajó a Platón en su doctrina de las magnitudes indivisibles. Redujo a sus primitivos elementos ideales las formas y figuras para demostrar que proceden de la indivisible línea. Es evidente que Xenócrates sostiene las mismas teorías de Platón en lo concerniente al alma humana (suponiéndola número), aunque Aristóteles contradiga todas las enseñanzas de este filósofo. Esto nos demuestra que Platón expuso oralmente la mayor parte de sus doctrinas y que Xenócrates, y no Platón, fue el autor de la teoría de las magnitudes indivisibles. Deriva el alma de la primera Duada y la llama número semoviente. Teofrasto dice que Xenócrates aventajó a los demás platónicos en la exposición de la teoría del alma, sobre la que se basa su doctrina cosmológica, demostrando la necesidad de que en cada punto del espacio universal exista una serie progresiva de seres espirituales animados e inteligentes. El alma humana es, según él, un conjunto de las más espirituales propiedades de la Mónada y de la Duada con los principios más elevados de ambas. Como Platón y Pródico, considera potestades divinas a los elementos y los llama dioses, pero ni él ni otros suponen con ello idea alguna antropomórfica. Observa Krische que Xenócrates llama dioses a los elementos para no confundirlos con los demonios del mundo inferior  o espíritus elementarios. Como el alma del Mundo penetra todo el Cosmos, los animales han de tener algo divino. Lo mismo enseñan los budistas y los herméticos, y Manu concede también alma a las plantas, aun a la más tenue hoja de césped.
            
De acuerdo con esta teoría, los demonios son seres intermedios entre la perfección divina y la maldad humana. Los clasifica en diversas categorías y afirma que el alma individual de cada hombre es su demonio protector y guía y que ningún demonio tiene más poder sobre nosotros que nosotros mismos. Así, el daimonion de Sócrates es la entidad divina que le inspiró durante toda su vida. Del hombre únicamente depende el abrir o cerrar su percepción a la voz divina. A semejanza de Espeusipo, concede inmortalidad al ..., cuerpo psíquico o alma irracional; pero algunos filósofos herméticos han enseñado que el alma únicamente tiene existencia separada y continua cuando, a su paso al través de las esferas se le incorporan algunas partículas terrenas y materiales que, luego de purificada en absoluto, se aniquilan y la quintaesencia del alma se identifica con el espíritu divino y racional.
            
Asegura Zeller que Xenócrates proscribía la carne de animales, no porque en ellos viese, en semejanza con el hombre, una vaga e imperfecta conciencia divina, sino, al contrario, porque "la irracionalidad del alma animal podía influir en el hombre". Pero nosotros creemos que más bien era porque, como Pitágoras, había tenido a los sabios indos por maestros y modelos. Cicerón dice que Xenócrates lo desdeñaba todo, excepto la virtud más elevada, y nos lo pinta como hombre de austero carácter. “Nuestro más arduo negocio es redimirnos de la esclavitud de la vida senciente y vencer los titánicos elementos de nuestra naturaleza carnal por medio de la divina”. Zeller cita este pasaje: “El deber capital es mantenernos puros aun en los más íntimos anhelos de nuestro corazón, y únicamente la filosofía y la iniciación en los Misterios nos lo permitirán cumplir”.
            
Crantor, otro filósofo de la primera época de la academia platónica, derivaba el alma humana de la substancia raíz de todas las cosas, la Mónada o Uno, y la Duada o Dos. Plutarco habla extensamente de este filósofo, quien, como su maestro, creía que las almas encarnaban por castigo en los cuerpos.
Aunque algunos críticos opinan que Heráclides no siguió del todo las doctrinas de Platón, enseñaba la misma ética. Zeller dice que con Hicetas y Ecfanto admitía la doctrina pitagórica de la rotación de la tierra alrededor de su eje y la inmovilidad de las estrellas fijas, pero que ignoraba la revolución anual de la tierra alrededor del sol y el sistema heliocéntrico. Sin embargo, hay pruebas de que en los Misterios se enseñaba este sistema, y que Sócrates fue condenado a muerte por divulgar estas santas enseñanzas, que sus compatriotas tildaron de ateas. Heráclides opinaba lo mismo que Pitágoras y Platón en lo concerniente a las facultades y potencias del alma humana, que describe como esencia luminosa y en alto grado etérea, residente en la vía láctea antes de descender a la generación o existencia sublunar. Los demonios o espíritus son para él seres con cuerpos vaporosos y aéreos.
            
La doctrina pitagórica de los números, en relación con las cosas creadas, está plenamente expuesta en el Epinomis. Como buen platónico, su autor afirma que sólo es posible alcanzar sabiduría por la sagaz investigación de la oculta naturaleza de la creación, pues sólo así aseguraremos feliz existencia después de la muerte. Trata extensamente de la inmortalidad del alma y dice que únicamente podemos inferirla de la perfecta comprensión de los números. El hombre incapaz de distinguir una línea recta de una curva, jamás tendrá el necesario conocimiento para demostrar matemáticamente lo invisible, por lo que debemos asegurarnos de la existencia objetiva de nuestro cuerpo astral, antes de tener conciencia de que poseemos un espíritu divino e inmortal. Jámblico declara lo mismo y añade que todo esto es un secreto de la más elevada iniciación. “Al Poder-Divino, dice, le indignan todos cuantos revelan la formación del icostagonus, o sea el método de inscribir un dodecaedro en una esfera.
            
La idea de que los números por su gran virtud producen siempre el bien y nunca el mal, se refiere a la justicia, ecuanimidad y armonía. Cuando el autor dice que cada estrella es un alma individual, repite lo que los iniciados indos y los herméticos enseñaron antes y después de él; o sea, que cada astro es un planeta independiente, con alma propia, y que todos los átomos de materia están henchidos del divino flujo del alma del mundo, de modo que respiran, viven, sienten, sufren y gozan de la vida a su manera. ¿Qué físico puede negarlo con pruebas? Por lo tanto, debemos considerar los cuerpos celestes como imágenes de dioses que participan substancialmente de los poderes divinos; y aunque su alma-entidad no es inmortal, su influencia en la economía del universo les da derecho a honores divinos, tales como los que tributamos a los dioses menores.
            
La idea es clara, y de mala fe procedería quien equivocadamente la expusiese. Si el autor de Epinomis coloca a estos ígneos dioses muy por encima de los animales, plantas y hombres a quienes, como criaturas terrenas, les señala ínfimo lugar, ¿quién le probará lo contrario? Preciso es sumergirse en las profundidades de la abstracta metafísica de la antigüedad, para comprender las varias formas de sus conceptos que, después de todo, se fundan en la adecuada comprensión de la naturaleza, atributos y método de la Causa Primera.
Además, cuando el autor de Epinomis interpone entre los dioses superiores y los inferiores (almas encarnadas) tres clases de demonios, y puebla el universo de seres invisibles, es más racional que nuestros modernos sabios, que colocan entre ambos extremos un vacío inmenso donde sólo operan las ciegas fuerzas de la Naturaleza. De estas tres clases de demonios, la primera y la segunda son invisibles y sus cuerpos están formados de puro éter y fuego (espíritus planetarios);  los de la tercera clase son generalmente invisibles, pero algunas veces, al concentrarse en sí mismos, son visibles durante pocos segundos. Estos son los espíritus terrenos, o nuestras almas astrales.
            
Estas doctrinas, estudiadas analógicamente y por correspondencia, condjujeron paso a paso a los antiguos, así como a los modernos filaleteos, a la comprensión de los más grandes misterios. Al borde del negro abismo que separa el mundo espiritual del material, está la ciencia moderna con los ojos cerrados y la cabeza vuelta hacia atrás, pareciéndole infranqueable y sin fondo, aunque tiene en la mano una antorcha que con sólo bajarla a sus profundidades, la sacaría de su error. Pero el tenaz estudiante de filosofía hermética ha tendido un puente a través del abismo.
            
En sus Fragmentos de Ciencia, Tyndall confiesa tristemente: “Si me preguntan si la ciencia ha resuelto, o si es probable que en nuestros días resuelva el problema del universo, dudo al responder”. Y cuando impulsado por un pensamiento posterior, se rectifica después, asegura que la prueba experimental le ha conducido a descubrir en la vilmente calumniada materia, la esperanza y la potencia de los atributos de la vida. Sería tan difícil para Tyndall dar una prueba plena e irrefutable de lo que asegura, como lo hubiera sido para Job clavar un anzuelo en el hocico del liviatán.
            
Pocas palabras bastarán para evitar al lector la confusión dimanante del uso frecuente de ciertos términos en sentido diverso del acostumbrado. Deseamos no dar lugar a error ni falsedad. La Magia puede tener para unos lectores una significación y distinta para otros. Nosotros le daremos la significación que tiene para los sabios y prácticos orientales, y lo mismo haremos respecto de las palabras ciencia hermética, ocultismo, hierofante, adepto, brujo, etc., que por otra parte son de fácil comprensión. Aunque las diferencias entre los términos sean frecuentemente insignificantes, conviene saber su significado, que vamos a dar por orden alfabético.
            
AKÂSA. – Literalmente en sánscrito significa firmamento; pero en su místico sentido, significa el cielo invisible, o, como dicen los brahmanes en el sacrificio del Soma (Gyotishtoma Agnishtoma), el dios Akâsa, o dios Firmamento. De los Vedas se infiere que los indos de cincuenta siglos atrás le atribuían las mismas propiedades que los lamas tibetanos de hoy, quienes le consideran como fuente de vida, depósito de toda energía y propulsor de todo cambio en la materia. En estado latente, coincide el Akâsa con nuestra idea del éter universal; en estado de actividad, es el Dios omnipotente y director de todo. En los sacrificios y misterios brahmánicos desempeña el papel de Sadasya, o presidente de los mágicos efectos de las ceremonias religiosas, y tiene su sacerdote propio (Hotar) que toma su nombre. Los sacerdotes de la India y otros países eran antiguamente representantes en la tierra de distintos dioses, y cada uno de ellos tomaba el nombre de la divinidad en cuyo nombre obraba.
            
El Akâsa es indispensable agente de toda krityâ u operación mágica, ya religiosa, ya profana. La expresión brahmánica “excitar el Brahmâ” (Brahmâ jinvati), significa despertar el poder latente en el fondo de las operaciones mágicas, pues los sacrificios védicos son magia ceremonial. Este poder del Akâsa o electricidad oculta, el alkahest de los alquimistas o disolvente universal, la misma anima mundi, como luz astral. En el momento del sacrificio está embebida en el espíritu de Brahmâ y mientras aquél se lleva a cabo es el mismo Brahmâ. Éste es evidentemente el origen del dogma cristiano de la transubstanciación. En lo que se refiere a los efectos generales del Akâsa, el autor de una de las obras más modernas de filosofía oculta: Arte Mágico, da por vez primera una muy inteligible e interesante explicación del Akâsa, en conexión con los fenómenos atribuidos a su influencia por fakires y lamas.
            
ALMA. – Es el nephesh de la Biblia; el principio vital, el soplo de vida que todos los animales, incluso los infusorios, comparten con el hombre. En las traducciones de la Biblia se interpreta indistintamente por vida, sangre y alma. El texto original del Génesis dice: “No matemos su nephesh”. Así en los demás pasajes.
            
ALQUIMISTAS. – De Al y Chemi, el fuego o dios Kham de que tomó nombre el Egipto. Los rosacruces medioevales como Roberto Fludd, Paracelso, Tomás Vaughan (Eugenio Filaleteo), Van-Helmont y otros, fueron alquimistas que buscaban el espíritu oculto en la materia inorgánica. Muchos han acusado a los alquimistas de charlatanería y presunción; pero no cabe tratar de impostores y mucho menos de insensatos a hombres como Rogerio Bacon, Agrippa, Enrique Kunrath, y el árabe Geber, el primero que reveló en Europa algunos secretos químicos. Los sabios de hoy reedifican las ciencias físicas sobre la base de la teoría atómica de Demócrito, restablecida por John Dalton, sin recordar que Demócrito de Abdera era alquimista de talento bastante para profundizar los secretos de la naturaleza y llegar a ser filósofo hermético. Olaus Borrichias dice que el origen de la Alquimia se pierde en remotísimos tiempos.
            
ANTROPOLOGÍA. – La ciencia del hombre, subdividida en:
            Fisiología, que descubre los misterios de los órganos, y su funcionamiento en el hombre, animales y plantas.
            Psicología, que estudia el alma como entidad distinta del espíritu, en sus relaciones con el espíritu y con el cuerpo. La ciencia moderna relaciona generalmente el alma con las condiciones del sistema nervioso, sin atender a su esencia y naturaleza psíquica. Los médicos llaman a la Psicología ciencia de la locura, y en las escuelas de medicina dan el nombre de lunática a la cátedra de esta ciencia.
            
CALDEOS o kasdimos. – Al principio una tribu y después una casta de sabios cabalistas. Eran los sabios y magos de Babilonia, astrólogos y adivinos. El famoso Hillel, precursor de Jesús en filosofía y ética, era caldeo. Frank, en su Kabbala, hace notar la estrecha semejanza de la “doctrina secreta” del Avesta, con la metafísica religiosa de los caldeos.
            
DACTYLOS (daktulos, dedo). – Nombre dado a los sacerdotes consagrados al culto de Kybelê (Cibeles). Algunos arqueólogos derivan este nombre de ..., dedo, porque los dactylos eran diez, como los dedos de las manos, pero no consideramos correcta esta hipótesis.
            
DEMIURGOS o Demiurgo. – Artífice; el Poder Supremo que ha construido el universo. 
Los francmasones derivan de esta palabra su frase de “Gran Arquitecto”. El magistrado principal de algunas ciudades griegas llevaba este título.
            
DEMONIOS. – Nombre dado en los pueblos antiguos, y especialmente por los filósofos alejandrinos, a toda clase de espíritus, buenos y malos, humanos o de otra naturaleza. Con frecuencia este nombre es sinónimo de dioses o ángeles; pero algunos filósofos distinguen entre las diversas clases.
            
DERVICHES, o “encantadores danzantes”. – Aparte de la austeridad de vida y de las prácticas de oración y meditación, los santones mahometanos se parecen muy poco a los fakires indos. Estos pueden llegar a ser sannyasis o santos mendicantes; los primeros jamás irán más allá de las fases secundarias de las manifestaciones ocultas. El derviche puede ser también potente hipnotizador, pero jamás se someterá voluntariamente a las abominables y casi increíbles mortificaciones que el fakir se inflige con creciente avidez hasta morir entre lentos y crueles tormentos. Las más horribles operaciones, como desollarse vivo, cortarse los dedos de pies y manos, amputarse las piernas, sacarse los ojos, enterrarse hasta el cuello y pasar así muchos meses, son para ellos juegos de niños. Uno de los tormentos más frecuentes es el tshiddy-parvâday
Consiste en suspender al fakir de uno de los brazos movibles de una especie de horca que suele verse en las cercanías de los templos. En el extremo de cada uno de estos brazos, hay una polea a la que está arrollada una cuerda con un garfio de hierro pendiente, que se clava en la desnuda espalda del fakir, cuya sangre inunda el suelo, y levantado en alto se le hace girar alrededor de la horca. Desde el primer momento de tan cruel operación, hasta que por su propio peso el cuerpo cede rasgado por el garfio y cae sobre las cabezas de la multitud, ni un solo músculo del rostro del fakir se contrae en lo más mínimo y queda tan tranquilo, grave y reposado como si saliera de un refrigerante baño. El fakir se goza en despreciar los mayores tormentos, porque está convencido de que cuanto más mortifique su cuerpo material, más brillante y santo será en cuerpo espiritual. El derviche no es capaz de infligirse tales torturas.
            
DIOSES PAGANOS. – El vulgo confunde lastimosamente los dioses con los ídolos del paganismo. Sin embargo, el verdadero concepto expresado en la palabra dioses, nada tiene de objetivo ni antropomórfico, pues o bien se refiere a las entidades planetarias y a los espíritus desencarnados de hombres puros, o bien representa para los iniciados de todas las religiones y escuelas la manifestación visible de una potestad ordinariamente invisible. Cada una de estas ocultas potestades tenía por símbolo el dios bajo cuyo nombre se la invocaba, de suerte que los múltiples dioses de los panteones indio, griego y egipcio son sencillamente representaciones de las potestades invisibles del universo. Cuando en los oficios religiosos invoca el brahmán a la diosa Aditya, representación femenina del sol, actualiza la potencia del espíritu residente en el sol mediante la palabra de poder (Vâch) contenida en el mantra empleado en la invocación.
            Las potestades espirituales son los hotares o vicarios del supremo Ser, mientras que a su vez el brahmán es, en el momento de oficiar, el vicario o embajador en la tierra de la invocada potestad celestial.
            
DRUIDAS. – Casta sacerdotal que floreció en las Galias y gran Bretaña.
            
ESENIOS. – De asa, el que sana. Secta de judíos que, según Plinio, vivieron cerca del mar Muerto per millia soeculorum, durante miles de siglos. Han supuesto algunos si serían fariseos ultrarradicales, y otros, lo que parece más cierto, los tienen por descendientes de los benim-nabim de la Biblia, o sean los kenitas y nazaritas. Tenían muchas ideas y prácticas budistas, y es digno de mención que los sacerdotes de la Gran Madre en Éfeso, la Diana-Bhavanî de múltiples pechos, llevaban también este nombre. Eusebio y De Quincey dicen que eran los cristianos primitivos y esto es muy probable. El título de hermano, usado en la Iglesia primitiva, es de origen esenio. Constituían una comunidad o koinobión análoga a la de los primeros conventos. Conviene advertir que únicamente los saduceos o zadokitas, la casta sacerdotal y sus partidarios, perseguían a los cristianos, pues los fariseos eran por lo general indulgentes y con frecuencia se declaraban a favor de aquéllos. Jaime el Justo fue fariseo hasta su muerte; pero Pablo, o Aher, fue tenido por hereje.
            
ESPÍRITU. – Mucha confusión ha producido la discrepancia de los escritores en el empleo de esta palabra, que por regla general se considera sinónima de alma, sin que los lexicógrafos se preocupen de separar su respectiva acepción. Esto es consecuencia natural de la ignorancia orriente, y de haber desdeñado la distinción adoptada por los antiguos. Más adelante dilucidaremos la importantísima diferencia entre espíritu y alma. Baste decir, por ahora, que el espíritu es el nous de Platón, el principio inmortal, inmaterial, purísimo y divino del hombre, el coronamiento de la tríada humana.
            
ESPÍRITUS ELEMENTALES. – Criaturas que evolucionan en los cuatro reinos elementales de: tierra, aire, fuego y agua. Los cabalistas los llaman respectivamente: gnomos, sílfides, salamandras y ondinas. Podemos llamarlos fuerzas de la naturaleza, como agentes serviles de la ley general, y también suelen valerse de ellos los espíritus desencarnados, ya puros o impuros, los Adeptos encarnados, ya blancos, ya negros, para producir los fenómenos que deseen. Los espíritus elementales nunca llegan a ser hombres.
            
Bajo la denominación general de hadas y duendes, los espíritus de los elementos aparecen en los mitos, fábulas, tradiciones y poesías de todas las naciones antiguas y modernas. Sus nombres son muchísimos: peris, devas, dijinos, silvanos, sátiros, faunos, elfos, enanos, trasgos, espectros, sombras, duendes, ondinas, salamandras, damas blancas, etc. Han sido vistos, temidos, bendecidos, exorcizados e invocados en todo el mundo y en toda época. ¿Será posible que estuvieran alucinados cuantos los vieron?
            
Los elementales son los principales agentes de los espíritus desencarnados, y aunque nunca aparecen en las sesiones, producen todos los fenómenos objetivos.
            
ESPÍRITUS ELEMENTARIOS. – Propiamente hablando, son las almas desencarnadas de los depravados que poco antes de la muerte se separaron de su divino espíritu y no pueden aspirar a la inmortalidad. Eliphas Levi y otros cabalistas, apenas distinguen entre los espíritus elementarios que fueron hombres, y los demás seres que pueblan los elementos y son fuerzas ciegas de la naturaleza. Una vez separadas del cuerpo estas almas (también llamadas cuerpos astrales) de personas materializadas, quedan irresistiblemente atraídas a la tierra, donde experimentan una vida temporal y finita en las condiciones que más armonizan con su naturaleza inferior; y como durante la vida no cultivaron su espiritualidad, sino que la subordinaron a lo material y grosero, son incapaces de seguir el elevado camino del ser puro y desencarnado que se aleja de la sofocante y mefítica atmósfera de la tierra. Después de un período de tiempo más o menos largo, estas almas materiales empiezan a desintegrarse, hasta que, a semejanza de la niebla, se disuelven, átomo por átomo, en los elementos circundantes.
            
ETROBACIA. – Nombre griego, que significa pasear o levantar en el aire; los espiritistas modernos la llaman levitación. Puede ser consciente o inconsciente. En el primer caso es magia; en el segundo, desequilibrio, enfermedad o un poder cuya significación se dilucida en pocas palabras.
            
En un manuscrito siríaco, traducido por Malchus, alquimista del siglo XV, se lee una explicación simbólica de la etrobacia con respecto a Simón el Mago. Dice así:
“Simón, con el rostro en tierra, murmuró: “¡Oh madre Tierra, ruégote me concedas algo de tu aliento, y yo te daré el mío! ¡Suéltame, oh madre, y llevaré tus palabras a las estrellas y fielmente volveré después a ti!” y la tierra, vigorizando sin detrimento su condición, envió a su genio a infundir algo de su aliento en Simón, mientras él respiraba en ella; y las estrellas se regocijaron a la vista del Potente”.
Para comprender esto, es preciso recordar que las electricidades del mismo signo se repelen y las de signo contrario se atraen. “El más elemental conocimiento de la química”, dice el profesor Crooke, “nos enseña que mientras los cuerpos de opuesta naturaleza se combinan enérgicamente, apenas hay afinidad entre dos metales o dos metaloides de propiedades análogas”.
            
La tierra es un cuerpo magnético o un gran imán, como afirmó ya Paracelso hace 300 años. Está cargada de electricidad positiva, que genera continua y espontáneamente en su centro de movimiento. Los cuerpos humanos y todos los objetos materiales están cargados de electricidad negativa, lo cual equivale a decir que los cuerpos orgánicos e inorgánicos generan y se cargan constante e involuntariamente por sí mismos de electricidad contraria a la de la tierra. Ahora bien: ¿qué es el peso? Sencillamente la atracción de la tierra. “Sin la atracción de la tierra nada pesarían nuestros cuerpos”, dice el profesor Stewart, “y si pesáramos doble, experimentaríamos doble atracción”. ¿Cómo podemos librarnos de esta atracción? Según la ley antes enunciada, la atracción de nuestro planeta retiene a los cuerpos en la superficie terrestre; pero ¿cómo explicar que la ley de gravitación haya sido infringida muchas veces por levitaciones de personas y objetos inanimados? La condición de nuestro sistema fisiológico, al decir de los filósofos teúrgicos, depende en gran parte de nuestra voluntad, que bien regulada puede operar entre otros “milagros” el cambio de polaridad eléctrica, de negativa en positiva, de modo que el imán-tierra repela el objeto o cuerpo y no ejerza la gravedad acción ninguna. Será entonces tan natural para el hombre lanzarse al espacio, hasta que la fuerza repulsiva pierda su eficacia, como antes permanecer sobre la tierra. La elevación de su vuelo dependerá de la mayor o menor habilidad en cargar su cuerpo de electricidad positiva. Obtenido este dominio sobre las fuerzas físicas, la levitación es cosa tan sencilla como el respirar.
            
El estudio de las enfermedades nerviosas ha demostrado que, tanto en el sonambulismo ordinario, como en el hipnótico, parece disminuir el peso del cuerpo. El profesor Perty cita el caso del sonámbulo Kochler, que flotaba sobre el agua. La vidente de Prevost no podía permanecer sentada en la bañera, porque sobrenadaba en el agua del baño. Dice además que Ana Fleiser, enferma de epilepsia, se mantenía con frecuencia en el aire, según la vio varias veces el superintendente del hospital, y en otra ocasión se levantó hasta más de dos metros por encima de su cama, en presencia de testigos fidefignos, entre los cuales había dos eclesiásticos. En su Historia de las brujerías de Salem cita Uphame el caso parecido de Margarita Rule. “La levitación, dice el profesor Perty, ocurre con mayor frecuencia en los sujetos extáticos que en los sonámbulos”. Estamos acostumbrados a considerar la gravitación como ley absoluta e inalterable, y nos parece inadmisible la idea de una completa o parcial levitación que la contraríe. Sin embargo, en estos fenómenos la gravitación queda anulada por fuerzas materiales. En muchas enfermedades, como por ejemplo en las calenturas nerviosas, el peso del cuerpo humano parece aumentar, pero en los éxtasis disminuye. Por lo tanto, pueden haber fuerzas físicas contrarias a la gravedad.
            
La revista de Madrid: Criterio Espiritista cita el interesante caso de una joven labradora de cerca de Santiago, que se suspendía en el aire al colocar horizontalmente sobre ella, a una distancia de medio metro, dos barras de hierro magnetizadas.
Si los médicos observasen a estos individuos levitados, verían que están electrizados en el mismo signo que el suelo, el cual, según la ley de gravedad, debería atraerlos, o al menos evitar su levitación. Y si los desequilibrios físico-nerviosos o los éxtasis espirituales producen inconscientemente los mismos efectos, tendremos que esta fuerza puede ser dirigida y regulada a voluntad.
            
EVOLUCIÓN. – Desarrollo de los órdenes de animales superiores procedentes de los inferiores. La ciencia moderna sólo estudia la evolución física y nada sabe de la espiritual, que obligaría a los contemporáneos a confesar su inferioridad respecto de los antiguos filósofos y psicólogos. Los sabios de la antigüedad se elevaban hasta el INCOGNOSCIBLE, para tomar por punto de partida la primera manifestación del invisible, el inevitable, que por razonamiento estrictamente lógico, es el Ser creador, necesario en absoluto, el Demiurgo del Universo. La evolución comienza, según ellos, en el espíritu puro, que desciende gradualmente hasta tomar forma visible y tangible de materia. Llegados a este punto, discurren conforme a la teoría de Darwin, pero sobre más amplias y extensas fases.
El Rig-Veda-Samhita  el libro más antiguo del mundo, al que nuestros más prudentes eruditos asignan dos o tres mil años de antigüedad sobre la era cristiana, dice en el “Himno de los Marutes”:
“El No Ser y el Ser están en el supremo cielo, en la cuna de Daksha, en el regazo de Aditi”. (Mandala 1, versículo 166).
            
“En la primera época de los dioses, el Ser (la Divinidad comprensible) nació del No-ser (la Divinidad incomprensible). Después nacieron las Regiones invisibles y de ellas, Uttânapada”.
“De Uttânapada nació la Tierra, y de ella las Regiones visibles. Daksha nació de Aditi, y Aditi de Daksha”. (Ídem).

Aditi es el Infinito, y Daksha es daksha-pitarah, que significa literalmente el padre de los dioses; pero Max-Müller y Roth dicen que significa padres de la fuerza que “conservan, poseen y conceden las facultades”. De todos modos, es fácil ver que “Daksha, nacido de Aditi, y Aditi de Daksha”, significa lo que los modernos llaman “correlación de fuerzas”. Así se infiere del siguiente párrafao traducido por Müller:
“Considero a Agni como el origen de toda existencia, o padre de la fuerza” (III, 27, 2). Esta misma idea, clara y evidente, prevaleció en las doctrinas de los zoroastrianos, magos y filósofos del fuego de la Edad Media. Agni es el dios del fuego, del Éter Espiritual, la verdadera substancia de la esencia divina, del Dios Invisible presente en cada átomo de Su creación y llamado por los Rosacruces “Fuego Celestial”. Si cuidadosamente comparamos los versos de este mandala, uno de los cuales dice: “El Cielo es su padre, la Tierra su madre, Soma su hermano y Aditi su hermana” (I, 191, 6)  con la Tabla Esmeraldina de Hermes, hallaremos el mismo substrato metafísico y filosófico en idéntica doctrina.
            
“Como todas las cosas han sido producidas por medio de un Ser, así también todas las cosas han sido producidas de esta única cosa por adaptación: “Su padre es el sol; su madre la luna”... etc. Separa la tierra del fuego, lo sutil de lo grosero... Lo que he dicho sobre la operación del sol es compelto”. (Tabla Esmeraldina).
El Profesor Max-Müller ve en este mandala, “algo parecido a una teogonía, aunque llena de contradicciones. Los alquimistas, cabalistas y estudiantes de filosofía mística encontrarán una perfecta definición del sistema de Evolución en esta cosmogonía de un pueblo que existió millares de años antes de nuestra era. Advertirán, además, perfecta identidad de pensamiento entre la filosofía hermética y las doctrinas de Pitágoras y Platón.
La evolución, tal como ahora se entiende, supone en la materia un impulso para tomar forma más elevada, y así lo manifestaron claramente Manu y otros filósofos indos de la antigüedad. Ejemplo de ello nos da el árbol de los filósofos en el caso de la disolución del cinc. La controversia entre los partidarios de la evolución y los de la emanación, puede resumirse en que el evolucionista detiene toda investigación en las fronteras del Incognoscible, mientras que el emanacionista cree que nada puede evolucionar ni nacer, si antes no ha sido involucionado por la potencia espiritual de la vida que prevalece sobre todo.
            
FAKIRES. – Devotos religiosos de la India. Están generalmente adscritos a las pagodas brahmánicas y siguen las leyes de Manu. Van desnudos con sólo un faldellín de lino, llamado dhoti, en la cintura. Llevan el pelo muy largo, y en él guardan como si fuera bolsillo la pipa, la flauta llamada vagudah, cuyo sonido entorpece catalépticamente a las serpientes, y el bambú de siete nudos. Esta vara mágica la recibe el fakir de su gurú el día de la iniciación, con los tres mantras que le comunica al oído. Ningún fakir prescinde de esta poderosa insignia de su profesión, por cuya divina virtud obran prodigiosos fenómenos. El fakir brahmánico es completamente distinto de los mendigos musulmanes de la India, también llamados fakires en algunos puntos del territorio británico.
            
HERMÉTICO. – De Hermes, dios de la Sabiduría, adorado en Egipto, Siria y Fenicia con los nombres de Thoth, Tat, Adad, Seth y Satán, y en Grecia con el de Kadmos. Los kabalistas lo identifican con Adam Kadmon, primera manifestación del Poder Divino, y con Enoch. Hubo dos Hermes: el Trismegistus, y el amigo e instructor de Isis y Osiris, segunda emanación o “permutación” de sí mismo. Hermes y Mazeo son los dioses de la sabiduría sacerdotal.
            
HIEROFANTE. – Revelador de enseñanzas sagradas. Llevaba este título el jefe de los Adeptos, que en las iniciaciones explicaba los arcanos a los neófitos. En hebreo y caldeo se le llamaba Pedro, que significa el que abre o descubre. De aquí que el Papa, como sucesor del hierofante de los antiguos misterios, ocupe la pagana silla de “San Pedro”. El odio de la Iglesia católica a la alquimia y ciencias ocultas y astrológicas, se explica porque tales conocimientos eran antes prerrogativa del hierofante o representante de Pedro, quien guardaba los misterios de vida y muerte. Bruno, Galileo, Kepler y Cagliostro se opusieron a las pretensiones de la Iglesia y por ello perdieron la vida.
Toda nación tuvo misterios y hierofantes. Los judíos tenían su Pedro, Tanaim o Rabino, como Hillel, Akiba , y otros cabalistas famosos, únicos que podían comunicar los terribles secretos de la Merkaba. En India hubo y hay diseminados por las principales pagodas muchos hierofantes, conocidos con el nombre de brahmatmas. En el Tíbet el principal hierofante es el Dalai o Taley-Lama de Lha-ssa (36). Entre las naciones cristianas sólo los católicos han conservado esta pagana costumbre en la persona del Papa, aunque han desfigurado tristemente la majestuosa dignidad de tan sagrado cargo.
            
INICIADOS. – Los que en la antigüedad aprendían en los Misterios los secretos conocimientos de boca de los hierofantes. En nuestros días, los aleccionados por los adeptos a la mística doctrina de las ciencias del misterio, que a pesar de los siglos transcurridos, tienen pocos, pero verdaderos devotos.
            
KABALISTA. – De ... (kabala). Tradición oral. El cabalista es el estudiante de la “ciencia secreta”; el que interpreta el oculto y verdadero sentido de las Escrituras, por medio de la simbólica kabala. Los tanaimes fueron los primeros cabalistas judíos que florecieron en Jerusalén a principios del siglo III antes de J. C. los libros de Ezequiel, Daniel, Enoch y el Apocalipsis son genuinamente cabalísticos. La doctrina secreta de la Kabala es idéntica a la de los caldeos y tiene mucho de magia o sabiduría de los parsis.
            
LAMAS. – Monjes budistas que profesan la religión lamaica dominante en el Tíbet, análogos a los frailes del catolicismo. Están bajo la obediencia del Dalai-Lama o Sumo Pontífice budista tibetano, que reside en Lhassa y es para los lamas una reencarnación del Buda.
            
LUZ ASTRAL. – Es la luz sideral de Paracelso y de otros filósofos herméticos. Físicamente es el éter de la ciencia moderna; y metafísicamente, en su espiritual y oculto sentido, es algo más de lo que comúnmente se entiende por éter. La física y alquimia ocultas demuestran que sus ilimitadas ondulaciones abarcan, no sólo “la esperanza y potencia detoda cualidad de vida”, según afirma Tyndall, sino también la actualización de la potencia de cada una de las cualidades del espíritu. Los alquimistas y herméticos creen que el éter astral o sideral, con las propiedades del azufre y las magnesias blanca y roja o magnes, es, tanto espiritual como materialmente, el Anima mundi, el laboratorio de la Naturaleza y del Cosmos. El “Gran Magisterio” se manifiesta por sí mismo en los fenómenos del hipnotismo, en la levitación del hombre y de objetos inertes, y puede llamarse éter en el aspecto espiritual.
            
La denominación astral es antigua, y ya la usaban algunos neoplatónicos. Porfirio dice que el cuerpo celestial está siempre unido al alma y es “inmoral, luminoso y semejante a una estrella”. La raíz de la palabra astral es tal vez la voz escita aist-aer (estrella) o la asiria istar, que significa lo mismo. Como los rosacruces consideraban lo real directamente opuesto a lo aparente y enseñaban que la luz para la materia era obscuridad para el espíritu, decían que éste moraba en el océano astral de invisible fuego que rodea al mundo y pretendían haber descubierto el origen del también invisible espíritu divino, que desde el trono del invisible y desconocido Dios cobija a todo hombre y equivocadamente se le llama alma. Como la Causa primera es invisible e imponderable, únicamente podían los alquimistas probar sus afirmaciones por los efectos que, dimanantes del universo invisible, se manifiestan en el mundo físico. Demuestran los alquimistas que la luz astral penetra la totalidad del Cosmos y late hasta en la más ínfima partícula de roca, diciendo que la chispa del pedernal es el perturbado espíritu de esta piedra, que, al tiempo de brotar, desaparece inmediatamente en las regiones de lo desconocido.
            
Paracelso la llamaba luz sideral y consideraba los astros (incluso nuestra tierra) como porciones condensadas de luz astral, “caídas en la generación y en la materia”., pero cuyas emanaciones magnéticas o espirituales conservaban incesante comunicación con el origen patrio de la luz astral. A este propósito dice: “Los astros nos atraen hacia ellos; y nosotros los atraemos hacia nosotros. Madera es el cuerpo y fuego la vida que, como la luz, viene de las estrellas y los cielos. La magia es la filosofía de la alquimia” (37). Todo lo del mundo espiritual, ha de llegarnos a través de las estrellas, y si estamos en armonía con ellas, obtendremos inmensos efectos mágicos.
            
“Así como el fuego pasa a través de una estufa de hierro, así también los astros pasan a través del hombre y le comunican sus propiedades, del mismo modo que la lluvia fertiliza la tierra en que penetra. Los astros rodean a la tierra, como el cascarón al huevo. A través del cascarón pasa el aire y penetra hasta el centro del mundo”. El cuerpo humano, lo mismo que la tierra, los planetas y las estrellas, está sujeto a la doble ley de atracción y repulsión y saturado del influjo doblemente magnético de la luz astral. Todo es doble en la naturaleza: el magnetismo es positivo y negativo, activo y pasivo, masculino y femenino. La noche descansa al hombre de la actividad del día y restablece el equilibrio, tanto de la naturaleza humana como de la cósmica. Cuando el hipnotizador aprenda el secreto de polarizar la acción y dar a su fluido fuerza bisexual, será el mayor de los magos vivientes. Así, pues, la luz astral es andrógina porque el equilibrio resulta de dos fuerzas que eternamente actúan una sobre otra. El resultado de esta acción es la VIDA. Cuando las dos fuerzas se gastan y permanecen largo tiempo inactivas, equilibrándose una con otra en reposo completo, sobreviene la condición de MUERTE. Un ser humano puede expirar aliento caliente o frío, e inspirar aire frío o caliente. Todo niño sabe cómo regular la temperatura de su aliento; pero ningún fisiólogo ha explicado satisfactoriamente la manera de protegerse uno mismo del aire frío o caliente. La luz astral, principal agente de magia, puede únicamente descubrirnos los secretos de la naturaleza. La luz astral es idéntica al akâsa indo.
            
MÁGICO. – Antiguamente era título de nombradía y distinción, pero hoy se corrompido su verdadero significado. En otro tiempo fue sinónimo de honroso, respetable, instruido y docto. El clero ha convertido este título en epíteto degradante que el vulgo supersticioso aplica a los brujos embusteros, impostores y charlatanes que “venden el alma al diablo” y abusan de sus facultades psíquicas, sin advertir que Moisés fue mágico y al profeta Daniel se le llamó “príncipe de los magos, de los encantadores y agoreros”.
La palabra mágico se deriva etimológicamente de magh, mah o mahâ que significa grande y se aplicó a los sacerdotes versados en la ciencia esotérica.
            
MAGO. – Palabra derivada de Mag o Maha, que significa grande. El Mahatma (gran alma) tenía en la India sacerdotes en los tiempos prevédicos.
Los magos eran sacerdotes del fuego, en Asiria, Babilonia y Persia. Los tres reyes magos que, según se dice, ofrecieron al niño Jesús oro, incienso y mirra, adoraban al fuego y eran también astrólogos, pues vieron la estrella de Belén. Al Sumo sacerdote parsi, residente en Surat, se le llama Mobed, palabra que algunos derivan de Megh o Meh-ab y significa grande y noble. Según Kleuker, a los discípulos de Zoroastro se les llamó meghestom.
             
MANTICISMO. – Frenesí mántico o estado en que se actualiza el don de profecía, sinónimo de manticismo, pues tan honroso es el título de mántico como el de profeta. Pitágoras y Platón lo tuvieron en mucha estima y Sócrates aconsejó a sus discípulos el estudio del manticismo. Los Padres de la Iglesia, que tan severamente condenaron el frenesí mántico de los sacerdotes paganos y de las pitonisas, no tuvieron reparo en aprovecharse de él para sus fines particulares. 
Los montanistas emulaban a los manteis o profetas. El autor de la obra Profecías antiguas y modernas, dice que Tertuliano, San Agustín y los mártires de Cartago estuvieron dotados de frenesí mántico y que los montanistas se parecían a las bacantes en el salvaje entusiasmo que caracterizaba sus orgías.
            
Mucho discrepan las opiniones en lo concerniente al origen de la palabra manticismo. En tiempos de Melampo, rey de Argos, floreció el famoso vidente Mantis de cuyo nombre se derivaría la palabra, pero también pudo arrancar de la profetisa Manto, hija del profeta de Tebas.
Cicerón define el don de profecía o frenesí mántico, diciendo que en lo más recóndito de la mente está ocultamente recluida la profecía divina, el divino impulso cuya actuación parece furor, frenesí y locura.
Sin embargo, es posible que la palabra mantis tenga mucho más antigua etimología, no advertida por los filólogos, pues las dos copas empleadas en los ritos del misterio Soma, denominadas conjuntamente grahâs, se llamaban cada una de por sí sukra y manti (40). En esta copa manti se dice que “despierta Brahmâ”. Al beber sobriamente un sorbo del sagrado zumo, el “espíritu” de Brahmâ, personificado en el dios Soma, se infunde en el cuerpo del iniciado y se posesiona de él. De aquí el éxtasis, la clarividencia y el don de profecía. El Soma estimula dos linajes de adivinación: la natural y la artificiosa. La copa sukra despierta las congénitas cualidades del hombre, e identifica el alma con el espíritu que, por ser de naturaleza divina, conoce lo futuro representado en sueños, visiones y presentimientos. El manti o zumo contenido en la copa mantis “despierta a Brahmâ”, es decir, comunica al alma no sólo con los dioses menores (41), sino también con la suprema esencia divina. El alma recibe iluminación directamente irradiada de la presencia de su “dios”; pero como queda ignorante de lo que únicamente saben los cielos, le acomete al iniciado una especie de frenesí, del que, al recobrarse, sólo recuerda cuanto se le permite recordar.
            
Respecto a los adivinos o profetas que abusan de sus facultades para hacer de ellas un modo de vivir, dícese que están poseídos de un gandharva, divinidad escasamente venerada en la India.
            
MANTRA. – Palabra sánscrita equivalente a “nombre inefable”. Cantados con la entonación prescrita en el Atarva-Veda producen algunos mantras instantáneo y maravilloso efecto. Generalmente, es el mantra una plegaria a los dioses y potestades celestiales, según enseñan los libros brahmánicos de acuerdo con Manú; pero también suele ser una fórmula mágica. En sentido esotérico, la frase mística o palabra del mantra es el vâch de los brahmanes. En sentido literal, significa el mantra la revelación directa y divina (sruti) de los libros sagrados.
            
MARABUTO. – Musulmán que ha cumplido la peregrinación a la Meca. Santo sepultado en un sarcófago abierto de propósito en las calles o plazas de las ciudades populosas de los países mahometanos. El cuerpo del marabuto se coloca en la única tumba o hueco del sarcófago, y la devoción de los transeúntes mantiene perpetuamente encendida una lámpara a la cabecera del enterramiento. En El Cairo se ven hoy día muchos de estos sarcófagos, construidos de albañilería. Algunos sepulcros de marabuto tienen entre los musulmanes muchísima fama por los milagros que se atribuyen al santo allí enterrado.
            
MATERIALIZACIÓN. – Palabra con que los espirtistas expresan el fenómeno por el cual “toma un espíritu forma material”. Moisés Stainton propuso que a estos fenómenos se les diese el nombre menos discutible de “manifestación formal”. Cuando se comprenda mejor la verdadera naturaleza de las materializaciones, se les dará seguramente un nombre más adecuado. No es propio llamarlas espíritus materializados, porque tan sólo son fotografías o esculturas animadas.
            
MAZDEÍSTAS. – De Ahura-Mazda. Nombre dado a los antiguos persas que adoraban a Ormazd y prohibían el culto de las imágenes. De los mazdeístas tomaron los judíos el horror que  tuvieron a toda representación plástica de la Divinidad.
            
Según parece, en tiempo de Herodoto prevalecieron contra ellos los magos y sus prosélitos, entre quienes se cuentan con toda probabilidad los parsis y geberines a que alude el Génesis. Por una extraña confusión etimológica identifican algunos eruditos a Zoroastro con Zarathustra .
            
METEMPSÍCOSIS. – El progreso del alma en los sucesivos grados de existencia. Para el vulgo era el renacimiento en cuerpos de animales. Por regla general, aun muchos que se precian de eruditos adulteran el significado de esta palabra. El Manava-Dharma-Shastra y otros libros brahmánicos interpretan el axioma cabalístico que dice: “La piedra se convierte en planta, la planta en animal, el animal en hombre, el hombre en espíritu y el espíritu en dios”.
            
MISTERIOS. – En griego teletai (perfección) y por analogía teleuteia (muerte). Eran reglas secretas que desconocían los profanos y los no iniciados. Por medio de representaciones dramáticas y otros procedimientos se enseñaba en los misterios el origen de las cosas, la naturaleza del espíritu humano, sus relaciones con el cuerpo y el modo de purificarse para alcanzar la vida superior. Por el mismo método se enseñaban las ciencias naturales, la medicina, la música y la adivinación. El juramento hipocrático no era más que una obligación mística. Hipócrates fue sacerdote de Asclepios y algunas de sus obras vieron fortuitamente la luz pública. Los asclepiadeos estaban iniciados en el culto de la serpiente de Esculapio, como las bacantes en el de Dionisio, y ambos ritos quedaron con el tiempo incorporados a los misterios de Eleusis. Más adelante hablaremos con mayor extensión de los Misterios.
            
MÍSTICOS. – Los iniciados. Sin embargo, desde la Edad Media se dio esta denominación a cuantos, como el teósofo Böehme, el quietista Molinos, Nicolás de Basilea y otros, creían en la directa comunicación del alma con Dios, análogamente a la inspiración profética.
            
NABIA. – Lo mismo que videncia y vaticinio. El más antiguo y respetado fenómeno místico. La Biblia llama nabia a la profecía, y sin reparo se puede incluir esta facultad espiritual entre las de adivinación, visiones, éxtasis y oráculos. Pero así como los encantadores, adivinos y aun los astrólogos están explícitamente condenados en los libros de Moisés, la nabia o profecía y visión sobrenatural se consideran dones especiales del cielo. En un principio, todas estas facultades se comprendían colectivamente en el nombre de epoptai (profeta o vidente) y más tarde se les llamó nebim, plural de Nebo, dios babilonio de la sabiduría. Los cabalistas distinguen entre nebirah o vidente y nebipoel o mago. El primero es pasivo y tan sólo ve claramente el porvenir; el segundo es activo y posee facultades mágicas. Sabemos que Elijah y Apolonio se envolvían en un manto de lana para aislarse de las perturbadoras influencias del ambiente, y tal vez recurrían a este medio por ser la lana muy mala conductora de la electricidad.
            
OCULTISTA. – El que estudia las diversas ramas de la ciencia oculta. Es término empleado por los cabalistas franceses, según se advierte en las obras de Eliphas Levi. El ocultismo abarca todos los fenómenos psíquicos, biológicos, físicos, cósmicos y espirituales. Es sinónimo de escondido o secreto y comprende también el estudio de la cábala, astrología y alquimia.
            
PITRIS. – Es opinión general que esta palabra sánscrita significa colectivamente los espíritus de nuestros antepasados, y de aquí arguyen los espiritistas diciendo que los fakires y otros taumaturgos orientales son sencillamente mediums, pues ellos mismos confiesan que no podrían obrar tales prodigios sin el auxilio de los pitris, de quienes son obedientes instrumentos. Esto es erróneo en muchos aspectos. Los pitris no son los antepasados de la generación viviente, sino de toda la raza adámica, es decir, los espíritus de los hombres que constituyeron razas humanas muy superiores, tanto en lo físico como en lo espiritual, a nuestra raza de pigmeos. El Manava-Dharma-Shastra los llama pitris lunares.
            
PITONISA. – Al definir Webster esta palabra, sale muy pronto del paso diciendo que era la mujer que daba los oráculos en el templo de Delfos y, por extensión, toda mujer que presuma de adivina, como por ejemplo las brujas y hechiceras. Esta definición es inexacta, apasionada e injusta.
Según Plutarco, Jámblico, Lamprías y otros filósofos, las pitonisas eran jóvenes delicadamente sensibles, de costumbres puras y familia humilde, que estaban adscritas a su respectivo templo, donde se les destinaba habitación rigurosamente aislada del mundo, en la que sólo podían entrar los sacerdotes y los videntes; de modo que la vida de las pitonisas superaba en ascetismo a la de las actuales monjas de clausura. Para ejercer su ministerio se sentaba la pitonisa en un trípode de bronce, colocado sobre una grieta del suelo que comunicaba con un subterráneo, en donde se quemaban ciertas drogas cuyos vapores subían por la grieta hasta envolver a la pitonisa en una atmósfera excitante que determinaba el frenesí mántico; y en tal estado daba el oráculo. También llamaban a la pitonisa ventrilocua vates o sea profetisa ventrilocua.
            
Los brahmanes colocaban la conciencia astral (...) en el ombligo, y lo mismo creyeron Platón y otros filósofos. El versículo cuarto del segundo himno del Nâbhânedishtha dice así: “Oíd, ¡oh hijos de los dioses!, al que habla por su ombligo (nâbhâ) y os saluda en vuestras viviendas”. Muchos orientalists convienen en que ésta es una de las más antiguas creencias induístas. Los modernos fakires, lo mismo que los antiguos gimnósofos, concentran su pensamiento en el ombligo y permanecen inmóviles en la contemplación para identificarse con Atman y unirse a la Divinidad.
El moderno sonambulismo también considera el ombligo como “el círculo del sol y asiento de la divina luz interna”. Muchos sonámbulos ven, oyen y huelen por el ombligo, y esto no es simple coincidencia con las primitivas prácticas, sino prueba evidente de que los sabios antiguos superaban a los modernos académicos en conocimientos de psicología y fisiología. Hoy día los hipnotizadores persas, a quienes el vulgo sigue llamando magos, manipulan sobre el ombligo para ponerse en estado de clarividencia y responder a las consultas que las gentes les hacen sobre robos, objetos perdidos y asuntos de intrincada resolución. Dice un traductor del Rig Veda que los modernos parsis creen que los adeptos de su religión tienen en el ombligo una llama, cuyo resplandor disipa toda obscuridad y les muestra las cosas lejanas del mundo físico y las invisibles del mundo espiritual. Llaman a esta llama la lámpara del deshtur (sumo sacerdote) y también la luz del dikshita (iniciado), con otras varias denominaciones.
            
SAMANOS. – Categoría sacerdotal de los budistas tártaros de Siberia, análogos, con toda probabilidad, a los filósofos llamados antiguamente brachmanes, que muchos han confundido con los brahmanes. Todos ellos era mágicos, o, mejor dicho, mediums que desarrollaban artificiosamente sus facultades. Hoy día los sacerdotes y sacerdotisas samanos de Siberia son muy ignorantes y ni en cultura ni en saber pueden compararse con los fakires.
            
SAMOTRACIOS. – Dioses adorados en los misterios de Samotracia. Eran idénticos a los kabeiris, dioskuris y koribantes, y se les daban los nombres míticos de Plutón, Ceres, Proserpina, Baco, Esculapio y Hermes.
            
SOMA. – Bebida sagrada de la India, análoga en virtud y significado al néctar o ambrosía de los griegos. En el acto de la iniciación de los misterios eleusinos, el mista apuraba una copa de kikeón con intento de alcanzar fácilmente el bradhna o región del esplendor (mundo celeste).
            
El soma que han gustado los orientalistas europeos no es el auténtico, que sólo pueden beber los sacerdotes iniciados, sino un brebaje sucedáneo que consumen los no iniciados y los mismos rajás cuando sacrifican en aras de los dioses. Confiesa Hang, en su Aitareya Brahmana, que la bebida cuyo sabor le fue tan ingrato no era el Soma, sino el zumo de las raíces de un arbusto llamado nyagradha, que medra en las colinas de Poona. Sabemos con toda seguridad que la mayoría de los sacerdotes del Dekkan han olvidado la receta del verdadero soma, cuya confección no señalan los libros ritualísticos ni es posible adquirir por informe oral. Quedan ya muy pocos induístas ortodoxos de la primitiva religión védica que se consideren descendientes de los Rishis, legítimos agnihôtris o iniciados en los misterios mayores. En el Panteón indio se llama a esta bebida el Rey-Soma, porque quien la bebe se identifica con el Rey celestial, de la propia suerte que los apóstoles cristianos estaban llenos del Espíritu Santo por cuya virtud perdonaban los pecados. El Soma regenera al iniciado y le transforma en otro hombre, como si naciera de nuevo; sobrepone la naturaleza espiritual a la física; infunde el divino poder de la inspiración y actualiza en grado máximo la clarividencia.
            
Según la explicación exotérica, es el Soma a un tiempo planta y ángel, pues une íntimamente el angélico Yo del hombre con su alma irracional o cuerpo astral, por virtud de la mágica bebida, y así unidos prevalecen contra la naturaleza física y beatíficamente participan, aun en vida, de la inefable gloria de los cielos. Por lo tanto, bajo todos aspectos tiene el Soma indio la misma significación mística que la Eucaristía de los cristianos. La palabra sagrada de los mantras pronunciados en el acto del sacrificio, convierte el licor contenido en la copa, en el verdadero Soma angélico, esto es, en el mismo Brahmâ.
Muchos misioneros se han indignado al presenciar esta ceremonia, porque, por regla general, emplean los brahmanes en el sacrificio un licor espirituoso en substitución del verdadero Soma, sin advertir que también los cristianos creen en la transubstanciación del vino, más o menos espirituoso, en la sangre de Cristo. ¿No es idéntico el símbolo? Sin embargo, dicen los misioneros que Satanás etá oculto en la copa del sacrificio induísta y se regocija cuando el sacerdote bebe el Soma (48).
            
TEÓSOFOS. – nombre dado en el siglo XVI a los discípulos de Paracelso, que también se llamaban philosophia per ignem (filósofos del fuego). Como los platónicos, consideraban el alma (...) y el espíritu (...) partículas del gran Archos, o chispas emitidas por el eterno océano de luz.
            
La Sociedad Teosófica, a la que en prueba de cariñosa consideración está dedicada esta obra, se fundó en Nueva York el año 1875 con objeto de estudiar experimentalmente los poderes ocultos de la naturaleza y difundir por Occidente el conocimiento de las religiones de Oriente al par que extender por los países calificados de “gentiles e incultos” verídicos informes sobre el cristianismo, sobre todo en las comarcas donde actúan los misioneros. A este propósito, la Sociedad Teosófica se ha puesto en relación con varias asociaciones e individuos de Oriente a quienes transmite informes auténticos de la conducta del clero, cismas, herejías, controversias, disputas, revisiones e interpretaciones de la Biblia, con otros datos publicados por la prensa mundial. En los países cristianos se da por válido que el hinduismo, budismo y sintoísmo han degradado y embrutecido a los pueblos orientales, y precisamente en estos falsos informes se apoyan los misioneros para recabar pingües subvenciones. La Sociedad Teosófica desea restablecer la justicia en este punto, procurando que en todos los países de Oriente se conozca la verdad, tergiversada y fingida por la parcialidad de los informes referentes a las enseñanzas cristianas. También pudiéramos decir algo sobre la conducta de los misioneros a cuantos contribuyen al sostenimiento de las misiones.
            
TEURGO. – Palabra compuesta de ... (dios) y ... (obra). Jámblico fundó la primera escuela experimental de teurgia entre los neoplatónicos alejandrinos, en los albores del cristianismo; pero ya desde muy remotos tiempos se llamaban teurgos los sacerdotes egipcios, asirios y babilonios que invocaban a los dioses en los Misterios con propósito de dar manifestación visible a las entidades espirituales. Los teurgos conocían las ciencias ocultas enseñadas en los templos. A los discípulos de la escuela neoplatónica de Jámblico se les llamaba teurgos, porque practicaban la magia ceremonial y evocaban los espíritus de los héroes, dioses y demonios ... (49). Cuando era preciso que un espíritu se manifestase visible y tangiblemente, el teurgo había de suministrar de su propio cuerpo la materia suficiente para la materialización, por el misterioso procedimiento llamado theopoea, que conocen perfectamente los fakires modernos y los brahmanes iniciados. Esto mismo dice el Libro de las Evocaciones que se conserva en las pagodas, como demostración de que los ritos y ceremonias de la teurgia alejandrina eran idénticos a los de la antiquísima teurgia brahmánica.
   
Del Libro de las Evocaciones copiamos el siguiente pasaje:
“El grihastha (brahmán evocador) ha de purificarse de toda mancha antes de evocar a los pitris. Arregla el pebetero con sándalo, incienso y otros perfumes para trazar los círculos mágicos que su maestro le enseñara, y ahuyenta a los espíritus malignos. Hecho esto, detiene la respiración y solicita la ayuda del fuego para que disgregue su cuerpo”. Después pronuncia cierto número de veces la palabra sagrada y “su alma sale del cuerpo, el cuerpo desaparece y el alma del espíritu evocado, se infunde en el doble y lo anima”. Vuelve luego el alma del grihastha a entrar en su cuerpo cuyas partículas sutiles se han agregado nuevamente, después de formar con sus emanaciones un cuerpo áereo para la manifestación del evocado espíritu.
            
El cuerpo del pitri queda constituido de este modo por las más puras y tenues partículas del cuerpo del evocador, y entonces puede éste, una vez cumplidas las ceremonias del sacrificio, comunicarse verbalmente con las almas de los difuntos y de los pitris y preguntarles acerca de los misterios del Ser y de las transformaciones del imperecedero.
            
Antes de salir del santuario ha de apagar el pebetero y otra vez encenderlo para poner en libertad a los espíritus malignos que ahuyentó al trazar los círculos mágicos. La escuela neoplatónica de Jámblico discrepaba de la de Plotino y Porfirio en que si bien estos creían en la teurgia, repugnaban su práctica por peligrosa.
Dice Bulwer Lytton: “Tanto la magia blanca o teurgia, como la negra o goética, estuvieron en mucho predicamento durante el primer siglo de la era cristiana. Los filósofos cuya fama ha llegado hasta nuestros días sin la más tenue mancha, nunca practicaron otra magia que la blanca o teúrgica.
A este propósito, dice Porfirio: “El que conoce la naturaleza de las divinas y luminosas apariciones (...) sabe cuánto importa abstenerse de comer aves (alimentación animal), sobre todo para quienes anhelan libertarse de las cosas terrenas y reunirse con los dioses celestiales. Aunque Porfirio repugnaba las prácticas teúrgicas, nos cuenta, en su Vida de Plotino, que un sacerdote egipcio materializó al demonio familiar, o como ahora se dice, ángel custodio de Plotino, en presencia de éste y a instancias de un amigo suyo que, según opina Taylor, sería tal vez el propio Porfirio.
            
En definitiva, podemos dejar sentado que los teurgos evocan los espíritus de los héroes y los dioses y obran otros prodigios por virtud sobrenatural.
            
YAJNA. – Dicen los brahmanes que el Yajna existe desde la eternidad y procede del Ser Supremo (Brahmâ-Prajapati), en quien está latente “sin principio”. Es el Yajna la clave de la traividya (ciencia tres veces sagrada), que contiene los versículos del Rig Veda, donde se enseñan los yaajs (misterios del sacrificio). “El Yajna existe en todo tiempo tan invisible como la energía almacenada en un acumulador eléctrico, cuya actualización requiere únicamente el debido manejo del aparato. Suponen los brahmanes que el Yajna se dilata desde el ahavaniya (fuego del sacrificio) hasta los cielos, en forma de puente o escala por la cual puede el sacrificador comunicarse con el mundo espiritual y aun elevarse en vida hasta las moradas de los dioses”.
El Yajna es una modalidad del akâsa, y para actualizarla es preciso que el sacerdote pronuncie mentalmente la Palabra perdida bajo el impulso del poder de la voluntad.

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ADVERTENCIA. – Conviene anteponer a la conclusión de este capítulo preliminar, unas cuantas palabras explicativas del plan de la obra, que en modo alguno lleva por objeto revolucionar el mundo científico ni tampoco imbuir en la mente del lector las opiniones y juicios personales de la autora, sino que más bien es un compendio de las religiones, filosofías y tradiciones del género humano en toda época, y su exégesis desde el punto de vista de las enseñanzas esotéricas, que los países cristianos no conocen ni siquiera en fragmentos que atestigüen su valía. Los infortunados filósofos de la Edad Media fueron los últimos que publicaron tratados sobre la doctrina secreta cuyo conocimiento asumían, y desde entonces, poquísimos autores se han atrevido en sus obras a ponerse enfrente de los prejuicios y arrostrar las persecuciones, pues tuvieron por norma no escribir para el público, sino tan sólo para quienes poseyeran la clave de su lenguaje. Pero como la muchedumbre del vulgo no comprendía sus enseñanzas, los motejó a todos ellos de charlatanes y visionarios. De aquí el creciente desdén con que se ha venido mirando la nobilísima ciencia del espíritu.
            
En lo tocante a la pretendida infabilidad de la ciencia y teología, la autora se ha visto en la precisión, aun a riesgo de parecer difusa, de comparar repetidamente las ideas, conclusiones y alegatos de los científicos y teólogos modernos con las de los antiguos filósofos y sacerdotes, porque la única manera de fijar con certeza la prioridad de los descubrimientos científicos y de las enseñanzas religiosas es yuxtaponer paralelamente las ideas más alejadas en el tiempo. Para el presente etudio nos han servido de base los fracasos de la ciencia moderna en sus investigaciones experimentales y la facilidad con que los científicos eluden la explicación de cuantos fenómenos no les consiente comprender su ignorancia de las leyes del mundo causal.
            
Como quiera que el estudio de la psicología ha estado tan descuidado en occidente como atendido en oriente, donde dicha ciencia ha llegado a una altura que pocos investigadores europeos podrían alcanzar aunque allá mismo fueren a estudiarla, examinaremos también la actitud en que conspicuas autoridades científicas se han colocado respecto de los modernos fenómenos psíquicos que, desde Rochester, se han difundido por el mundo entero. Queremos demostrar cuán inevitables fueron sus numerosos fracasos y que reincidirán en ellos mientras no recurran a los brahmanes y lamas del lejano oriente, en solicitud de que les enseñen el alfabeto de la verdadera ciencia. Ningún cargo hacemos a los científicos que forzosamente no se infiera de sus propias opiniones; y si nuestras citas y referencias de la antigua sabiduría les despojan de laureles que creyeron bien ganados, no será culpa nuestra, sino de la verdad. Ningún filósofo digno de este nombre es capaz de ufanarse con ajenos merecimientos.
            
La titánica lucha, hoy más empeñada que nunca, entre el materialismo y el espiritualismo, nos ha determinado con preocupación constante a recopilar en los capítulos de esta obra, como armas en arsenal, el mayor número posible de hechos favorables al triunfo del espiritualismo.
El materialismo de hoy, niño enfermizo y deforme, ha nacido del brutal ayer, y si no le atajamos los pasos, podría erigirse en nuestro dueño. Es el materialismo la bastarda progenie de la Revolución francesa, promovida por la mojigatería, la intolerancia y las persecuciones religiosas. Para evitar que se amortigüen las aspiraciones espirituales, que se desvanezca toda esperanza y se disipe la intuición que tenemos de Dios y la vida futura, es preciso dejar en completa desnudez la falsedad de la teología moderna y distinguir escrupulosamente entre la religión divina y los dogmas humanos.
            
Nuestra voz se levanta en pro de la libertad espiritual y en contra de toda tiranía científica o teológica.
Hemos de añadir ahora que en el transcurso de la obra llamaremos arcaica la época anterior a Pitágoras; antigua la comprendida entre Pitágoras y Mahoma; y medioeval la que transcurre entre Mahoma y Lutero. Sin embargo, también llamaremos antigua la época prehistórica.















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