Juan. Arbolemos en los muros nuestras ondulantes
Banderas. Rey
Enrique VI. Act. IV. –He consagrado mi vida
Al estudio del hombre, de su destino y de su
felicidad”. J. R.
BUCHANAN, M. D., Bosques
de Conferencias sobre Antropología.
Según se nos dice, hace
diecinueve siglos que la divina luz del cristianismo disipó las tinieblas del
paganismo, y dos siglos y medio que la refulgente lámpara de la ciencia moderna
empezó a iluminar la obscura ignorancia de los tiempos. Se afirma que el
verdadero progreso moral e intelectual de la raza se ha realizado en estas dos
épocas. Que los antiguos filósofos eran suficientemente sabios para su tiempo,
pero poco menos que iletrados en comparación de nuestros modernos hombres de
ciencia. La moral pagana bastó a las necesidades de la inculta antigüedad,
hasta que la luminosa “Estrella de Bethlehem” mostró el camino de la perfección
moral y allanó el de la salvación. En la Antigüedad, el embrutecimiento era
regla, la virtud y el espiritualismo excepción. Ahora, el más empedernido puede
conocer la voluntad de Dios en su palabra revelada; todos los hombres desean
ser buenos y mejoran constantemente.
Tal
es la proposición: ¿qué nos dicen los hechos? Por una parte, un clero
materializado, dogmático y con demasiada frecuencia corrompido; una hueste de
sectas y tres grandes religiones en guerra; discordia en lugar de unión; dogmas
sin pruebas; predicadores efectistas; sed placeres y riquezas en feligreses
solapados e hipócritas, por exigencias de la respetabilidad. Ésta es la regla
del día; la sinceridad y verdadera piedad la excepción. Por otra parte,
hipótesis científicas edificadas sobre arena; ni en la más sencilla cuestión,
acuerdo; rencorosas querellas y envidias; impulso general hacia el
materialismo; lucha a muerte entre la ciencia y la teología por la
infalibilidad: “Un conflicto de épocas”.
En
Roma, que a sí propia se llama centro de la cristiandad, el putativo sucesor de
Pedro mina el orden social con su invisible pero omnipotente red de astutos
agentes, y les incita a revolucionar la Europa a favor de su supremacía de
espiritual y temporal. Vemos al que se llama Vicario de Cristo, fraternizar con los musulmanes, contra una
nación cristiana, invocando públicamente la bendición de Dios para las armas de
quienes por siglos resistieron a sangre y fuego las pretensiones del Cristo a
la Divinidad. En Berlín, uno de los mayores focos de cultura, eminentes
profesores de las modernas ciencias experimentales han vuelto la espalda a los
tan encomiados resultados del progreso en el período posterior a Galileo, y han
apagado tranquilamente la luz del gran florentino, con intento de probar que el
sistema heliocéntrico y la rotación de la tierra son sueños de sabios ilusos:
que Newton era un visionario y todos los astrónomos pasados y presentes,
hábiles calculadores de fenómenos improbables.
Entre
estos dos titanes en lucha, ciencia y teología, hay una muchedumbre extraviada
que pierde rápidamente la fe en la inmortalidad del hombre y en la Divinidad, y
que aceleradamente desciende al nivel de la existencia animal. ¡Tal es el
cuadro actual iluminado por la meridiana luz de esta era cristiana y científica!
¿Fuera
de estricta justicia condenar a lapidación crítica al más humilde y modesto
autor, por rechazar enteramente la
autoridad de ambos combatientes? ¿No deberíamos más bien tomar como
verdadero aforismo de este siglo, la declaración de Horacio Greeley: “No acepto
sin reserva la opinión de ningún hombre, vivo o muerto” ? Suceda lo que
suceda, ésta será nuestra divisa, y tomaremos este principio por lema y guía
constante en la presente obra.
Entre
los muchos frutos fenoménicos de nuestro siglo, la creencia de los llamados
espiritistas ha brotado de entre las vacilantes ruinas de la religión revelada
y de la filosofía materialista; porque al fin y al cabo es la única que depara
posible refugio, a manera de transacción entre ambas. No es maravilla que
nuestro soberbio y positivo siglo haya mal acogido a los inesperados espectros
de la época anterior al cristianismo. Los tiempos han cambiado de manera
extraña, y no ha mucho, un conocido predicador de Brroklyn, decía acertadamente
en un sermón que si de nuevo Jesús viniera y hablara en las calles de Nueva
York, como en las de Jerusalén, lo llevarían a la cárcel. ¿Qué acogida
había de esperar, pues, el espiritismo? Lo misterioso y extraño no atrae ni
seduce a primera vista. rAquítico como niño amamantado por siete nodrizas,
llegará a la adolescencia lisiado y mutilado. Sus enemigos son legión y sus
amigos puñado. ¿Por qué así? ¿Cuándo fue aceptada una verdad a priori? Los campeones del espiritismo
exageraron fanáticamente sus cualidades, y no echaron de ver sus indudables
imperfecciones. La falsificación es imposible sin modelo que falsificar. El
fanatismo de los espiritistas prueba la ingenuidad y posibilidad de sus
fenómenos. Nos dan hechos que debemos investigar; no afirmaciones que debamos
creer sin pruebas. Millones de personas razonables no sucumben fácilmente a
colectivas alucinaciones. Y así, mientras el clero interpreta tendenciosamente
la Biblia, y la ciencia promulga Códigos acerca de lo posible en la
naturaleza, sin dar oídos a nadie, la verdadera ciencia real y la verdadera
religión caminan con majestuoso silencio hacia su futuro desarrollo.
Todo
lo referente a los fenómenos descansa en la correcta comprensión de la
filosofía antigua. ¿Adónde acudir en nuestra perplejidad sino a los antiguos
sabios, desde el momento en que, so pretexto de superchería, los modernos nos
niegan toda explicación? Preguntémosles qué conocen de la verdadera ciencia y
religión, no en lo concerniente a meros pormenores, sino respecto a los amplios
conceptos de estas dos gemelas, tan fuertes cuando unidas como débiles cuando
separadas. Además, mucho nos aprovechará comparar la tan encomiada ciencia
moderna con la antigua ignorancia, y la teología perfeccionada con la “Doctrina
Secreta” de la antigua religión universal. Quizás encontremos así un campo
neutral donde relacionarnos ventajosamente con ambas.
La
filosofía platónica es el más perfecto compendio de los abstrusos sistemas de
la antigua India, y la única que puede ofrecernos terreno neutral. Aunque
Platón murió hace veintidós siglos, los intelectuales todavía se ocupan de sus
obras. Platón fue, en la plena acepción de la palabra, el intérprete del mundo,
el filósofo más grande de la era precristiana, que reflejó fielmente en sus
obras el espiritualismo y la metafísica de los filósofos védicos, que le
precedieron millares de años. Vyasa, Jaimini, Kapila, Vrihaspati y Sumantu influyeron indeleblemente al través de los
siglos en Platón y su escuela. Con esto probaremos que Platón y los sabios de
la India tuvieron la misma revelación de la verdad. ¿No prueba su pujanza,
contra las injurias del tiempo, que esta sabiduría es divina y eterna?
Platón
enseña que la justicia permanece en el alma de su poseedor, y que es su mayor
bien. “Los hombres admitieron sus derechos trascendentes en proporción de su
inteligencia”. Y sin embargo, los comentadores de Platón desdeñan casi
unánimemente los pasajes probatorios de que su metafísica tiene sólidos
cimientos y no se funda en especulaciones.
Platón
no podía aceptar una filosofía sin aspiración espiritual. Ambas cosas se
armonizan en él. El antiguo sabio griego tiene por único objeto de logro el
REAL CONOCIMIENTO. Sólo consideraba como filósofos sinceros, o estudiantes de
verdad, a quienes poseían la ciencia de las realidades en oposición a las
apariencias; de lo eterno en
oposición a lo transitorio; de lo permanente
en oposición a cuanto alternativamente crece, mengua, nace y perece. “Más
allá de las existencias finitas y causas secundarias de las leyes, ideas y
principios, hay una INTELIGENCIA o MENTE (..., nous, el espíritu), principio de
los principios; Idea Suprema en que se apoyan las demás ideas; monarca y
legislador del universo; substancia primordial de que todas las cosas proceden
y a que deben su existencia; Causa primera y eficiente de todo orden, armonía,
belleza, excelencia y bondad, que hienche el universo, a la que llamamos el
Supremo Bien el Dios (...) de los dioses (... ... ...)” . No es la verdad ni
la inteligencia, sino “Padre de ambas”. Aunque nuestros sentidos corporales no
pueden percibir esta eterna esencia de las cosas, pueden comprenderla cuantos
por no ser completamente obtusos quieran comprenderla. “A vosotros os es dado
saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos (...) no les es dado...
Por eso les hablo por parábolas; porque viendo no ven y oyendo no oyen ni
entienden.
Asegura
el neoplatónico Porfirio, que en los MISTERIOS se enseñaba y comentaba la
filosofía de Platón. Muchos han puesto en tela de juicio y aun han negado los
misterios; y Lobeck, en su Aglaophomus, llega al extremo de decir que estas
sagradas ceremonias sólo servían para cautivar la imaginación. ¿Cómo Atenas y
Grecia hubieran acudido durante más de veinte siglos cada cinco años a Eleusis,
si los misterios fueran farsa religiosa? Agustín, obispo de Hipona, declara que
las doctrinas neoplatónicas son las esotéricas y originales doctrinas de los
primeros discípulos de Platón, y diputa a Plotino por un Platón resucitado.
También explica los motivos que tuvo el gran filósofo para encubrir el sentido
interno de sus enseñanzas.
Respecto
de los Mitos, declara Platón en el Gorgias y en el Phoedon que son vehículos de grandes verdades muy dignas de
aprender; pero los comentadores conocen tan poco al gran filósofo que se ven
obligados a confesar que no saben dónde “termina lo doctrinal y empieza lo
mítico”. Platón desvanecía la popular superstición de la magia y los demonios,
y enunciaba las exageradas ideas de su tiempo en teorías racionales y
concepciones metafísicas que tal vez no se acomoden al método de raciocinio
inductivo establecido por Aristóteles; pero que satisfacen cumplidamente a
cuantos se percatan de la elevada facultad del hombre, llamada intuición, que
nos da el criterio para conocer la Verdad.
Fundando
sus doctrinas en la Mente Suprema, enseña Platón que el nous, espíritu, o alma racional del hombre, fue “engendrado por el
Padre Divino”, y es de naturaleza semejante y homogénea a la Divinidad, y, por
lo tanto, capaz de percibir las eternas realidades. La facultad de contemplar
la realidad directa e inmediatamente, sólo es propia de Dios, y la aspiración a
este conocimiento es la filosofía propiamente dicha, o amor a la sabiduría. El
amor a la verdad es inherentemente el amor al bien, y si predomina sobre todo
deseo del alma y la purifica por su asimilación con lo divino y dirige las
acciones del hombre, le eleva a participar de la Divinidad y le ensalza a
semejanza de Dios. “Esta ascensión” dice Platón en el Theoetetus “consiste en llegar a parecerse a Dios, y la asimilación
se efectúa cuando, por medio de la sabiduría, el hombre es justo y santo”.
La
base de esta asimilación es siempre la preexistencia del espíritu o nous. La alegoría del carro con caballos
alados del Phoedrus, presenta a la
naturaleza psíquica doblemente compuesta del thumos o parte epithumética,
formada de substancias pertenecientes al mundo de los fenómenos, y el ......, thumoeides, la esencia enlazada con el
mundo eterno. La actual vida terrena es caída y castigo. El alma habita en “la
sepultura que llamamos cuerpo” y en
su estado de encarnación, antes de recibir la disciplina educativa, el elemento
espiritual o noético está “dormido”. La vida es más bien sueño que realidad.
Como los cautivos de la subterránea caverna descrita en La República, percibimos únicamente, con la espalda vuelta a la
luz, las sombras de los objetos y creemos que son realidades actuales. ¿Acaso
no es ésta la idea de Maya, o ilusión
de los sentidos durante la vida física, rasgo característico de la filosofía
budista? Si en la vida material no nos entregamos absolutamente a los sentidos,
estas ilusiones despiertan en nosotros la reminiscencia del mundo superior en
que ya hemos vivido. “El espíritu interno conserva un vago y obscuro recuerdo
del anterior estado de bienaventuranza de que gozara y anhela instintivamente
volver a él”. Incumbencia de la Filosofía es libertarle de la esclavitud de los
sentidos, por medio de la disciplina, y elevarle al empíreo del puro
pensamiento, a la visión de la verdad, bondad y belleza eternas. Dice Platón en
el Theoetetus que “el alma no puede
encarnar en cuerpo humano, si antes no ha contemplado la verdad o sea el
conjunto de todo cuanto el alma veía cuando habitaba en la Divinidad, con
desprecio de las cosas que decimos que son,
y la mira puesta en lo que REALMENTE ES. Por lo tanto, sólo el nous, o espíritu del filósofo (o amante
de la suprema verdad) está dotado de alas, porque con su elevada capacidad
retiene estas cosas en su mente, y al contemplarlas diviniza, por decirlo así,
a la misma Divinidad. El debido uso de las reminiscencias de la vida primera y
el perfeccionamiento en los perfectos misterios lleva al hombre a la verdadera
perfección. Entonces está iniciado en la sabiduría divina”.
Así
comprenderemos por qué las más sublimes escenas de los Misterios eran siempre
nocturnas. La vida del espíritu interno es la muerte de la naturaleza externa,
y la noche del mundo físico es el día del espiritual. Por esto se adoraba a
Dionisio, el sol nocturno, con preferencia a Helios, el sol diurno. Los
Misterios simbolizaban la preexistente condición del espíritu y del alma, la
caída de ésta en la vida terrena y en el Hades, las miserias de esta vida, la
purificación del alma y su restitución a la divina bienaventuranza o reunión
con el espíritu. Theón de Esmirna compara acertadamente la disciplina
filosófica con los ritos místicos: A este propósito, dice que podemos
considerar la filosofía como la iniciación en los verdaderos arcanos y la
instrucción en los genuinos Misterios. La iniciación abarca cinco grados: 1º,
la purificación previa; 2º, la admisión en los ritos secretos; 3º, la
revelación epóptica; 4º, la investidura o entronización; 5º, en consecuencia de
los anteriores, la amistad íntima, comunión con Dios y la felicidad dimanante
de la comunicación con seres divinos...
Platón
llama epopteia, o visión personal, la
perfecta contemplación de lo aprendido intuitivamente o sean las verdades e
ideas absolutas. También considera la coronación como símbolo de la autoridad
recibida de los instructores para conducir a otros a la misma contemplación. El
quinto grado es la mayor felicidad terrena y, según Platón, consiste en
asimilarse a la Divinidad, tanto como cabe en los seres humanos.
Tal
es el platonismo. Dice Emerson que “de Platón arranca cuanto los pensadores
escriben y discuten”. En él se resumía la ciencia de su época: la de Grecia, de
Filolao a Sócrates; la de Pitágoras en Italia; y la que derivó de Egipto y
Oriente. Era una inteligencia tan vasta, que toda la filosofía europea y asiática
está comprendida en sus doctrinas, y a su cultura y poder de contemplación
añadía temperamento y cualidades de poeta.
Los
discípulos de Platón aceptaron, en general, sus teorías psicológicas. Algunos,
como Xenócrates, aventuraron atrevidas especulaciones. Espeusipo, sobrino y
sucesor del eminente filósofo, fue autor del Análisis numérico, o tratado de los números pitagóricos. Algunas de
sus especulaciones no están en los Diálogos
escritos; pero como era oyente de las conferencias orales de Platón, tiene
mucha razón enfield al decir que sus opiniones no debían diferenciarse de las
de su maestro. Él es, sin duda, el antagonista que Aristóteles critica sin
nombrarlo cuando cita el argumento de Platón contra la doctrina de Pitágoras,
de que todas las cosas son en sí mismas números, o, mejor dicho, inseparables
de la idea de número. Insistía especialmente en demostrar que la doctrina
platónica de las ideas difería esencialmente de la pitagórica en que los
números y magnitudes existen independientemente de las cosas. También aseguraba
que Platón enseñó que no puede existir conocimiento real, si el objeto de conocimiento no trasciende a una región
superior a lo sensible.
Pero
Aristóteles no es testimonio fidedigno, pues adulteró a Platón y casi puso en
ridículo las ideas de Pitágoras. Hay una regla de interpretación que debe
guiarnos en el examen de toda opinión filosófica. “La inteligencia humana, bajo
la necesaria acción de sus propias leyes, está impelida a mantener las mismas
ideas fundamentales, y el corazón del hombre a alimentar los mismos
sentimientos en toda época”. Cierto es que Pitágoras despertó la más profunda
simpatía intelectual de su tiempo y que sus doctrinas ejercieron poderosa
influencia en Platón. Su idea fundamental es que en las formas, mudanzas y
fenómenos del Universo subyace un principio permanente de unidad. Aristóteles
asegura que Pitágoras creía y enseñaba que “los números son los principios
primordiales de toda entidad”. Ritter opina que la fórmula de Pitágoras se ha
de tomar simbólicamente, y así es sin duda. Aristóteles trata de asociar estos
números a las “formas” e “ideas” de Platón y atribuye a éste la afirmación de
que “las formas son números, y las ideas existencias substanciales o entidades
reales”. Platón no enseñaba tal cosa. Decía que la causa final era la Bondad
Suprema (...) “Las ideas son objeto de pura concepción para la razón humana, y
atributos de la Razón Divina”. No decía que “las formas son números”, sino
que, como se lee en el Timeo: “Dios
formó por primera vez las cosas, según formas y números”.
Reconoce
la ciencia moderna que las leyes superiores de la naturaleza asumen la forma de
enunciado cuantitativo. Esto es quizás una más explícita afirmación de la
doctrina pitagórica. Los números se consideran como la mejor representación de
las leyes de armonía que regulan el Cosmos. Sabemos que la teoría atómica y las
leyes de combinación están hoy, por decirlo así, arbitrariamente definidas por
números. W. Archer Butler dice a este propósito: “El mundo es, en todas sus
partes, una aritmética viva en su desarrollo y una verdadera geometría en su
reposo”.
La
clave de los dogmas pitagóricos es la fórmula general de unidad en la variedad;
lo uno desenvuelve y por completo penetra lo múltiple. Tal es, en compendio, la
antigua doctrina de la emanación. El apóstol Pablo la aceptaba asimismo como
verdadera. “... ... ... ...”
De
Aquél, por Aquél y en Aquél son y están todas las cosas. Esto es puramente indo
y brahmáni“Cuando
la disolución (Pralaya) llega a su término, el Ser inmenso, Para-Atma, o
Para-Purusha, el Señor existente por sí mismo y del cual y por medio del cual
todas las cosas fueron son y serán..., quiso emanar de su propia substancia la
variedad de criaturas”. (Manava-Dharma-Shastra,
libro I, dísticos 6 y 7).
La
Década mística 1 + 2 + 3 + 4 = 10 expresa esta idea. El 1 simboliza a Dios; el
2 la materia; el 3 la combinación de la Mónada y la Duada que participan de la
naturaleza de ambas en el mundo fenomenal; el 4, o forma de perfección,
simboliza el vacío; y el 10, o suma de todas las cosas, comprende la totalidad
del Cosmos. El universo es la combinación de miles de elementos, y sin embargo
es la expresión de un solo espíritu: un caos para los sentidos, un cosmos para
la razón.
Todo
es induísta en esta combinación y progresión de números en la idea de la
creación. Único es el Ser existente por sí mismo, Swayambhu o Swayambhuva, como
también se le llama. De sí mismo emana la facultad
creadora, Brahmâ o Purusha (varón divino), y el Uno se convierte en Dos;
de esta Duada, unión del principio puramente intelectual con el de la materia,
procede un tercero, Virdj, el mundo fenomenal. De esta invisible e
incomprensible trinidad, la Trimurti brahmánica, procede la segunda tríada, que
representa las tres facultades: creadora, conservadora y transformadora,
representadas por Brahmâ, Vishnu y Shiva, aunque siempre reunidas en una.
Brahmâ, o Tridandin, como se le llama en los Vedas, es la Unidad, el
dios trino y manifestado que da origen al simbólico Aum, o Trimurti compendiada. Sólo por medio de esta trinidad,
siempre activa y perceptible a nuestros sentidos, puede la invisible y
desconocida Mónada manifestarse en el mundo de los mortales. Cuando se
convierte en Sharira, esto es, cuando
asume forma visible, simboliza los principios de la materia y los gérmenes de
vida. Entonces es Purusha, el dios trifáceo, o del trino poder, la esencia de
la tríada Védica. “Conozcan los brahmanes la sagrada sílaba (Aum), las tres
palabras del Savitri, y lean diariamente los Vedas”. (Manu, libro IV,
dístico 125).
“Después
de crear el universo, Aquél cuyo poder es incomprensible, se desvaneció
absorbido en el Alma Suprema... Restituida a su primera obscuridad la gran
Alma, permanece en lo desconocido y carece de forma...
“Cuando
de nuevo reúne los sutiles principios elementarios y penetra en algfún germen
animal o vegetal, asume en cada uno nueva forma”.
“Así
es, que por alternativa de reposo y actividad, el Ser inmutable hace que
eternamente revivan y mueran todas las criaturas existentes, activas e
inertes”. (Manu, libro I, dístico 50
y siguientes).
Quien
haya estudiado a Pitágoras y sus teorías respecto de la Mónada que, después de
emanar la Duada, se restituye al silencio y a la oscuridad y crea la Tríada,
puede descubrir la fuente de donde manan la filosofía del eminente filósofo de
Samos, la de Sócrates y la de Platón.
Espeusipo
parece haber enseñado que el alma física o thumética era inmortal como el
espíritu o alma racional. Más adelante expondremos sus razones. También, como
Filolao y Aristóteles en sus disquisiciones sobre el alma, dice que el éter es
un elemento y supone cinco elementos principales, correspondientes a las cinco
figuras regulares geométricas. Esta enseñanza está tomada de la escuela
alejandrina. Hay en las doctrinas de los filaleteos mucho que no aparece en las obras de los más antiguos
platónicos, porque sin duda las enseñaba el maestro con sigilosas reservas,
como arcanos que no debían publicarse. Espeusipo y Xenócrates sostuvieron
después que el anima mundi o (alma del mundo) no era la Divinidad, sino su
manifestación. Estos filósofos jamás atribuyeron al Uno naturaleza animada. El Uno
originario no existe en la acepción que damos a la palabra, pues hasta que se
desdobló en lo múltiple (existencias emanadas, la mónada y la duada), no tuvo
existencia. El ..., el algo manifestado mora igualmente en el centro que en la
circunferencia, pero sólo el Alma del
Mundo es reflejo de la Divinidad. En esta doctrina aletea el espíritu del budismo esotérico.
La
idea que tiene de Dios el hombre es la deslumbradora luz que ve reflejada en el
cóncavo espejo de su propia alma, pero esta imagen no en realidad la de Dios,
sino su reflejo. Su gloria está allí, pero el hombre ve a lo sumo la luz de su
propio espíritu, que es cuanto puede ver. Cuanto
más limpio esté el espejo, más resplandecerá la imagen divina. Pero el
mundo exterior no puede permanecer allí al mismo tiempo. Para el extático
yogui, para el profeta iluminado, el espíritu brilla como el sol del mediodía;
para la viciosa víctima de los atractivos terrenos, el resplandor desaparece,
porque el grosero aliento de la materia empaña el espejo. Tales hombres
reniegan de Dios y quisieran de un golpe privar de alma a la humanidad.
¿Ni
DIOS ni ALMA? ¡Horrible y aniquilador pensamiento! Delirante pesadilla del
lunático ateo, ante cuya alucinada vista pasa una horrible e incesante serie de
chispas de materia cósmica, por nadie
creadas, que aparecen, existen y se desenvuelven por sí mismas, es decir, por nada ni nadie y no proceden de ninguna
parte ni van a parte alguna, sin que
ninguna Causa las impela en un círculo eterno, ciego, inerte y SIN CAUSA. ¡Qué
comparación cabe con el erróneo concepto del nirvâna búdico! El nirvâna va
precedido de innumerables transformaciones espirituales y reencarnaciones
durante las cuales la entidad no pierde ni por un segundo el sentimiento de su
propia individualidad, que persiste durante millones de edades antes de llegar
a la nada final.
Aunque
muchos tienen a Espeusipo por inferior a Aristóteles, el mundo le debe la
definición de varios conceptos que Platón dejó confusos en su doctrina acerca
de lo sensible y lo ideal. Decía Espeusipo: “Conocemos lo inmaterial por medio
del pensamiento científico y lo material por la científica percepción”.
Xenócrates
expuso muchas teorías y enseñanzas no tratadas por su maestro. Tiene en gran
estima la doctrina pitagórica y su matemático sistema de números. Sólo admite
tres grados de conocimiento: pensamiento,
percepción e intuición, y dice
que el pensamiento se emplea en lo que hay más
allá de los cielos; la percepción, en las cosas del cielo; y la intuición,
en los cielos mismos.
Vemos
estas teorías, y casi el mismo lenguaje, en el Manava-Dharma-Shastra, cuando habla de la creación del hombre: “Él
(el Supremo) exhaló su propia esencia, el soplo inmortal, que no perece en el ser, y a esta alma del
ser, le dio el Ahankâra (conciencia del Ego)
o guía soberano. Después dio a aquella alma del ser (hombre), la inteligencia
compuesta de tres cualidades y cinco
sentidos de percepción externa”.
Estas
tres cualidades son: entendimiento, conciencia y voluntad, análogas al
pensamiento, percepción e intuición de Xenócrates. Expuso más completamente que
Espeusipo la relación entre números e ideas, y aventajó a Platón en su doctrina
de las magnitudes indivisibles.
Redujo a sus primitivos elementos ideales las formas y figuras para demostrar
que proceden de la indivisible línea. Es evidente que Xenócrates sostiene las
mismas teorías de Platón en lo concerniente al alma humana (suponiéndola
número), aunque Aristóteles contradiga todas las enseñanzas de este filósofo. Esto nos demuestra que Platón expuso oralmente la mayor parte de sus
doctrinas y que Xenócrates, y no Platón, fue el autor de la teoría de las magnitudes
indivisibles. Deriva el alma de la primera Duada y la llama número semoviente. Teofrasto dice que Xenócrates aventajó a los demás platónicos en la
exposición de la teoría del alma, sobre la que se basa su doctrina cosmológica,
demostrando la necesidad de que en cada punto del espacio universal exista una
serie progresiva de seres espirituales animados e inteligentes. El alma
humana es, según él, un conjunto de las más espirituales propiedades de la
Mónada y de la Duada con los principios más elevados de ambas. Como Platón y
Pródico, considera potestades divinas a los elementos y los llama dioses, pero
ni él ni otros suponen con ello idea alguna antropomórfica. Observa Krische que
Xenócrates llama dioses a los elementos para no confundirlos con los demonios
del mundo inferior o espíritus elementarios. Como el alma del Mundo
penetra todo el Cosmos, los animales han de tener algo divino. Lo mismo
enseñan los budistas y los herméticos, y Manu concede también alma a las
plantas, aun a la más tenue hoja de césped.
De
acuerdo con esta teoría, los demonios son seres intermedios entre la perfección
divina y la maldad humana. Los clasifica en diversas categorías y afirma
que el alma individual de cada hombre es su demonio protector y guía y que
ningún demonio tiene más poder sobre nosotros que nosotros mismos. Así, el
daimonion de Sócrates es la entidad divina que le inspiró durante toda su vida.
Del hombre únicamente depende el abrir o cerrar su percepción a la voz divina.
A semejanza de Espeusipo, concede inmortalidad al ..., cuerpo psíquico o alma
irracional; pero algunos filósofos herméticos han enseñado que el alma
únicamente tiene existencia separada y continua cuando, a su paso al través de
las esferas se le incorporan algunas partículas terrenas y materiales que,
luego de purificada en absoluto, se aniquilan y la quintaesencia del alma se
identifica con el espíritu divino y
racional.
Asegura
Zeller que Xenócrates proscribía la carne de animales, no porque en ellos
viese, en semejanza con el hombre, una vaga e imperfecta conciencia divina,
sino, al contrario, porque "la irracionalidad del alma animal podía
influir en el hombre". Pero nosotros creemos que más bien era porque,
como Pitágoras, había tenido a los sabios indos por maestros y modelos. Cicerón
dice que Xenócrates lo desdeñaba todo, excepto la virtud más elevada, y
nos lo pinta como hombre de austero carácter. “Nuestro más arduo negocio
es redimirnos de la esclavitud de la vida senciente y vencer los titánicos
elementos de nuestra naturaleza carnal por medio de la divina”. Zeller cita
este pasaje: “El deber capital es mantenernos puros aun en los más íntimos
anhelos de nuestro corazón, y únicamente la filosofía y la iniciación en los
Misterios nos lo permitirán cumplir”.
Crantor,
otro filósofo de la primera época de la academia platónica, derivaba el alma
humana de la substancia raíz de todas las cosas, la Mónada o Uno, y la Duada o Dos. Plutarco habla extensamente de este filósofo, quien, como su
maestro, creía que las almas encarnaban por castigo en los cuerpos.
Aunque
algunos críticos opinan que Heráclides no siguió del todo las doctrinas de
Platón, enseñaba la misma ética. Zeller dice que con Hicetas y Ecfanto
admitía la doctrina pitagórica de la rotación de la tierra alrededor de su eje
y la inmovilidad de las estrellas fijas, pero que ignoraba la revolución anual
de la tierra alrededor del sol y el sistema heliocéntrico. Sin embargo,
hay pruebas de que en los Misterios se enseñaba este sistema, y que Sócrates
fue condenado a muerte por divulgar estas santas enseñanzas, que sus
compatriotas tildaron de ateas. Heráclides opinaba lo mismo que Pitágoras y
Platón en lo concerniente a las facultades y potencias del alma humana, que
describe como esencia luminosa y en alto grado etérea, residente en la vía
láctea antes de descender a la generación o existencia sublunar. Los demonios o
espíritus son para él seres con cuerpos vaporosos y aéreos.
La
doctrina pitagórica de los números, en relación con las cosas creadas, está
plenamente expuesta en el Epinomis.
Como buen platónico, su autor afirma que sólo es posible alcanzar sabiduría por
la sagaz investigación de la oculta naturaleza de la creación, pues sólo así
aseguraremos feliz existencia después de la muerte. Trata extensamente de la
inmortalidad del alma y dice que únicamente podemos inferirla de la perfecta
comprensión de los números. El hombre incapaz de distinguir una línea recta de
una curva, jamás tendrá el necesario conocimiento para demostrar
matemáticamente lo invisible, por lo
que debemos asegurarnos de la existencia objetiva de nuestro cuerpo astral,
antes de tener conciencia de que poseemos un espíritu divino e inmortal.
Jámblico declara lo mismo y añade que todo esto es un secreto de la más elevada
iniciación. “Al Poder-Divino, dice, le indignan todos cuantos revelan la
formación del icostagonus, o sea el
método de inscribir un dodecaedro en una esfera.
La
idea de que los números por su gran virtud producen siempre el bien y nunca el
mal, se refiere a la justicia, ecuanimidad y armonía. Cuando el autor dice que
cada estrella es un alma individual, repite lo que los iniciados indos y los
herméticos enseñaron antes y después de él; o sea, que cada astro es un planeta
independiente, con alma propia, y que todos los átomos de materia están
henchidos del divino flujo del alma del mundo, de modo que respiran, viven,
sienten, sufren y gozan de la vida a su manera. ¿Qué físico puede negarlo con
pruebas? Por lo tanto, debemos considerar los cuerpos celestes como imágenes de
dioses que participan substancialmente de los poderes divinos; y aunque su
alma-entidad no es inmortal, su influencia en la economía del universo les da
derecho a honores divinos, tales como los que tributamos a los dioses menores.
La
idea es clara, y de mala fe procedería quien equivocadamente la expusiese. Si
el autor de Epinomis coloca a estos
ígneos dioses muy por encima de los animales, plantas y hombres a quienes, como
criaturas terrenas, les señala ínfimo lugar, ¿quién le probará lo contrario?
Preciso es sumergirse en las profundidades de la abstracta metafísica de la
antigüedad, para comprender las varias formas de sus conceptos que, después de
todo, se fundan en la adecuada comprensión de la naturaleza, atributos y método
de la Causa Primera.
Además,
cuando el autor de Epinomis interpone
entre los dioses superiores y los inferiores (almas encarnadas) tres clases de demonios, y puebla el
universo de seres invisibles, es más racional que nuestros modernos sabios, que
colocan entre ambos extremos un vacío inmenso donde sólo operan las ciegas
fuerzas de la Naturaleza. De estas tres clases de demonios, la primera y la
segunda son invisibles y sus cuerpos están formados de puro éter y fuego (espíritus planetarios); los de la tercera clase son generalmente
invisibles, pero algunas veces, al concentrarse en sí mismos, son visibles
durante pocos segundos. Estos son los espíritus terrenos, o nuestras almas
astrales.
Estas
doctrinas, estudiadas analógicamente y por correspondencia, condjujeron paso a
paso a los antiguos, así como a los modernos filaleteos, a la comprensión de
los más grandes misterios. Al borde del negro abismo que separa el mundo
espiritual del material, está la ciencia moderna con los ojos cerrados y la cabeza
vuelta hacia atrás, pareciéndole infranqueable y sin fondo, aunque tiene en la
mano una antorcha que con sólo bajarla a sus profundidades, la sacaría de su
error. Pero el tenaz estudiante de filosofía hermética ha tendido un puente a
través del abismo.
En
sus Fragmentos de Ciencia, Tyndall
confiesa tristemente: “Si me preguntan si la ciencia ha resuelto, o si es
probable que en nuestros días resuelva el problema del universo, dudo al
responder”. Y cuando impulsado por un pensamiento posterior, se rectifica
después, asegura que la prueba experimental le ha conducido a descubrir en la
vilmente calumniada materia, la esperanza y la potencia de los atributos de la
vida. Sería tan difícil para Tyndall dar una prueba plena e irrefutable de lo
que asegura, como lo hubiera sido para Job clavar un anzuelo en el hocico del
liviatán.
Pocas
palabras bastarán para evitar al lector la confusión dimanante del uso
frecuente de ciertos términos en sentido diverso del acostumbrado. Deseamos no
dar lugar a error ni falsedad. La Magia puede tener para unos lectores una
significación y distinta para otros. Nosotros le daremos la significación que
tiene para los sabios y prácticos orientales, y lo mismo haremos respecto de
las palabras ciencia hermética,
ocultismo, hierofante, adepto, brujo, etc., que por otra parte son de fácil
comprensión. Aunque las diferencias entre los términos sean frecuentemente
insignificantes, conviene saber su significado, que vamos a dar por orden
alfabético.
AKÂSA.
– Literalmente en sánscrito significa firmamento;
pero en su místico sentido, significa el cielo invisible, o, como dicen los brahmanes en el sacrificio del Soma (Gyotishtoma Agnishtoma), el dios Akâsa,
o dios Firmamento. De los Vedas se infiere que los indos de cincuenta siglos
atrás le atribuían las mismas propiedades que los lamas tibetanos de hoy,
quienes le consideran como fuente de vida, depósito de toda energía y propulsor
de todo cambio en la materia. En estado latente, coincide el Akâsa con nuestra
idea del éter universal; en estado de actividad, es el Dios omnipotente y
director de todo. En los sacrificios y misterios brahmánicos desempeña el papel
de Sadasya, o presidente de los mágicos efectos de las ceremonias religiosas, y
tiene su sacerdote propio (Hotar) que toma su nombre. Los sacerdotes de la
India y otros países eran antiguamente representantes en la tierra de distintos
dioses, y cada uno de ellos tomaba el nombre de la divinidad en cuyo nombre
obraba.
El
Akâsa es indispensable agente de toda krityâ
u operación mágica, ya religiosa, ya profana. La expresión brahmánica “excitar
el Brahmâ” (Brahmâ jinvati),
significa despertar el poder latente en el fondo de las operaciones mágicas,
pues los sacrificios védicos son magia ceremonial. Este poder del Akâsa o
electricidad oculta, el alkahest de los alquimistas o disolvente
universal, la misma anima mundi, como
luz astral. En el momento del sacrificio está embebida en el espíritu de Brahmâ
y mientras aquél se lleva a cabo es el mismo Brahmâ. Éste es evidentemente el
origen del dogma cristiano de la transubstanciación. En lo que se refiere a los
efectos generales del Akâsa, el autor de una de las obras más modernas de
filosofía oculta: Arte Mágico, da por
vez primera una muy inteligible e interesante explicación del Akâsa, en conexión
con los fenómenos atribuidos a su influencia por fakires y lamas.
ALMA.
– Es el nephesh de la Biblia; el
principio vital, el soplo de vida que todos los animales, incluso los
infusorios, comparten con el hombre. En las traducciones de la Biblia se interpreta
indistintamente por vida, sangre y alma. El texto original del Génesis dice:
“No matemos su nephesh”. Así en los demás pasajes.
ALQUIMISTAS.
– De Al y Chemi, el fuego o dios Kham de que tomó nombre el Egipto. Los
rosacruces medioevales como Roberto Fludd, Paracelso, Tomás Vaughan (Eugenio
Filaleteo), Van-Helmont y otros, fueron alquimistas que buscaban el espíritu oculto en la materia
inorgánica. Muchos han acusado a los alquimistas de charlatanería y presunción;
pero no cabe tratar de impostores y mucho menos de insensatos a hombres como
Rogerio Bacon, Agrippa, Enrique Kunrath, y el árabe Geber, el primero que
reveló en Europa algunos secretos químicos. Los sabios de hoy reedifican las
ciencias físicas sobre la base de la teoría atómica de Demócrito, restablecida
por John Dalton, sin recordar que Demócrito de Abdera era alquimista de talento
bastante para profundizar los secretos de la naturaleza y llegar a ser filósofo
hermético. Olaus Borrichias dice que el origen de la Alquimia se pierde en remotísimos
tiempos.
ANTROPOLOGÍA.
– La ciencia del hombre, subdividida en:
Fisiología, que descubre los misterios
de los órganos, y su funcionamiento en el hombre, animales y plantas.
Psicología, que estudia el alma como
entidad distinta del espíritu, en sus relaciones con el espíritu y con el
cuerpo. La ciencia moderna relaciona generalmente el alma con las condiciones
del sistema nervioso, sin atender a su esencia y naturaleza psíquica. Los
médicos llaman a la Psicología
ciencia de la locura, y en las escuelas de medicina dan el nombre de lunática a la cátedra de esta ciencia.
CALDEOS
o kasdimos. – Al principio una tribu
y después una casta de sabios cabalistas. Eran los sabios y magos de Babilonia,
astrólogos y adivinos. El famoso Hillel, precursor de Jesús en filosofía y
ética, era caldeo. Frank, en su Kabbala,
hace notar la estrecha semejanza de la “doctrina secreta” del Avesta, con la metafísica religiosa de
los caldeos.
DACTYLOS
(daktulos, dedo). – Nombre dado a los
sacerdotes consagrados al culto de Kybelê
(Cibeles). Algunos arqueólogos derivan este nombre de ..., dedo, porque los
dactylos eran diez, como los dedos de las manos, pero no consideramos correcta
esta hipótesis.
DEMIURGOS
o Demiurgo. – Artífice; el Poder Supremo que ha construido el universo.
Los
francmasones derivan de esta palabra su frase de “Gran Arquitecto”. El
magistrado principal de algunas ciudades griegas llevaba este título.
DEMONIOS.
– Nombre dado en los pueblos antiguos, y especialmente por los filósofos
alejandrinos, a toda clase de espíritus, buenos y malos, humanos o de otra
naturaleza. Con frecuencia este nombre es sinónimo de dioses o ángeles; pero
algunos filósofos distinguen entre las diversas clases.
DERVICHES,
o “encantadores danzantes”. – Aparte de la austeridad de vida y de las
prácticas de oración y meditación, los santones mahometanos se parecen muy poco
a los fakires indos. Estos pueden llegar a ser sannyasis o santos mendicantes; los primeros jamás irán más allá de
las fases secundarias de las manifestaciones ocultas. El derviche puede ser
también potente hipnotizador, pero jamás se someterá voluntariamente a las
abominables y casi increíbles mortificaciones que el fakir se inflige con
creciente avidez hasta morir entre lentos y crueles tormentos. Las más horribles
operaciones, como desollarse vivo, cortarse los dedos de pies y manos,
amputarse las piernas, sacarse los ojos, enterrarse hasta el cuello y pasar así
muchos meses, son para ellos juegos de niños. Uno de los tormentos más
frecuentes es el tshiddy-parvâday.
Consiste en suspender al fakir de uno de los brazos movibles de una
especie de horca que suele verse en las cercanías de los templos. En el extremo
de cada uno de estos brazos, hay una polea a la que está arrollada una cuerda
con un garfio de hierro pendiente, que se clava en la desnuda espalda del
fakir, cuya sangre inunda el suelo, y levantado en alto se le hace girar
alrededor de la horca. Desde el primer momento de tan cruel operación, hasta
que por su propio peso el cuerpo cede rasgado por el garfio y cae sobre las
cabezas de la multitud, ni un solo músculo del rostro del fakir se contrae en
lo más mínimo y queda tan tranquilo, grave y reposado como si saliera de un
refrigerante baño. El fakir se goza en despreciar los mayores tormentos, porque
está convencido de que cuanto más mortifique su cuerpo material, más brillante
y santo será en cuerpo espiritual. El derviche no es capaz de infligirse tales
torturas.
DIOSES
PAGANOS. – El vulgo confunde lastimosamente los dioses con los ídolos del paganismo.
Sin embargo, el verdadero concepto expresado en la palabra dioses, nada tiene de objetivo ni antropomórfico, pues o bien se
refiere a las entidades planetarias y a los espíritus desencarnados de hombres
puros, o bien representa para los iniciados de todas las religiones y escuelas
la manifestación visible de una potestad ordinariamente invisible. Cada una de
estas ocultas potestades tenía por símbolo el dios bajo cuyo nombre se la
invocaba, de suerte que los múltiples dioses de los panteones indio, griego y
egipcio son sencillamente representaciones de las potestades invisibles del
universo. Cuando en los oficios religiosos invoca el brahmán a la diosa Aditya,
representación femenina del sol, actualiza la potencia del espíritu residente
en el sol mediante la palabra de poder (Vâch)
contenida en el mantra empleado en la invocación.
Las
potestades espirituales son los hotares
o vicarios del supremo Ser, mientras que a su vez el brahmán es, en el momento
de oficiar, el vicario o embajador en la tierra de la invocada potestad
celestial.
DRUIDAS.
– Casta sacerdotal que floreció en las Galias y gran Bretaña.
ESENIOS.
– De asa, el que sana. Secta de
judíos que, según Plinio, vivieron cerca del mar Muerto per millia soeculorum, durante miles de siglos. Han supuesto
algunos si serían fariseos ultrarradicales, y otros, lo que parece más cierto,
los tienen por descendientes de los benim-nabim
de la Biblia, o sean los kenitas y nazaritas. Tenían muchas ideas y prácticas
budistas, y es digno de mención que los sacerdotes de la Gran Madre en Éfeso, la Diana-Bhavanî de múltiples pechos, llevaban
también este nombre. Eusebio y De Quincey dicen que eran los cristianos
primitivos y esto es muy probable. El título de hermano, usado en la Iglesia primitiva, es de origen esenio.
Constituían una comunidad o koinobión
análoga a la de los primeros conventos. Conviene advertir que únicamente los
saduceos o zadokitas, la casta sacerdotal y sus partidarios, perseguían a los
cristianos, pues los fariseos eran por lo general indulgentes y con frecuencia
se declaraban a favor de aquéllos. Jaime el Justo fue fariseo hasta su muerte;
pero Pablo, o Aher, fue tenido por
hereje.
ESPÍRITU.
– Mucha confusión ha producido la discrepancia de los escritores en el empleo
de esta palabra, que por regla general se considera sinónima de alma, sin que
los lexicógrafos se preocupen de separar su respectiva acepción. Esto es
consecuencia natural de la ignorancia orriente, y de haber desdeñado la
distinción adoptada por los antiguos. Más adelante dilucidaremos la
importantísima diferencia entre espíritu
y alma. Baste decir, por ahora, que
el espíritu es el nous de Platón, el
principio inmortal, inmaterial, purísimo y divino del hombre, el coronamiento
de la tríada humana.
ESPÍRITUS
ELEMENTALES. – Criaturas que evolucionan en los cuatro reinos elementales de:
tierra, aire, fuego y agua. Los cabalistas los llaman respectivamente: gnomos,
sílfides, salamandras y ondinas. Podemos llamarlos fuerzas de la naturaleza,
como agentes serviles de la ley general, y también suelen valerse de ellos los
espíritus desencarnados, ya puros o impuros, los Adeptos encarnados, ya
blancos, ya negros, para producir los fenómenos que deseen. Los espíritus
elementales nunca llegan a ser hombres.
Bajo
la denominación general de hadas y duendes, los espíritus de los elementos
aparecen en los mitos, fábulas, tradiciones y poesías de todas las naciones
antiguas y modernas. Sus nombres son muchísimos: peris, devas, dijinos,
silvanos, sátiros, faunos, elfos, enanos, trasgos, espectros, sombras, duendes,
ondinas, salamandras, damas blancas, etc. Han sido vistos, temidos, bendecidos,
exorcizados e invocados en todo el mundo y en toda época. ¿Será posible que
estuvieran alucinados cuantos los vieron?
Los
elementales son los principales agentes de los espíritus desencarnados, y
aunque nunca aparecen en las sesiones, producen todos los fenómenos objetivos.
ESPÍRITUS
ELEMENTARIOS. – Propiamente hablando, son las almas desencarnadas de los
depravados que poco antes de la muerte se separaron de su divino espíritu y no
pueden aspirar a la inmortalidad. Eliphas Levi y otros cabalistas, apenas
distinguen entre los espíritus elementarios que fueron hombres, y los demás
seres que pueblan los elementos y son fuerzas ciegas de la naturaleza. Una vez
separadas del cuerpo estas almas (también llamadas cuerpos astrales) de
personas materializadas, quedan irresistiblemente atraídas a la tierra, donde
experimentan una vida temporal y finita en las condiciones que más armonizan
con su naturaleza inferior; y como durante la vida no cultivaron su
espiritualidad, sino que la subordinaron a lo material y grosero, son incapaces
de seguir el elevado camino del ser puro y desencarnado que se aleja de la
sofocante y mefítica atmósfera de la tierra. Después de un período de tiempo
más o menos largo, estas almas materiales empiezan a desintegrarse, hasta que,
a semejanza de la niebla, se disuelven, átomo por átomo, en los elementos
circundantes.
ETROBACIA.
– Nombre griego, que significa pasear o levantar en el aire; los espiritistas
modernos la llaman levitación. Puede
ser consciente o inconsciente. En el primer caso es magia; en el segundo,
desequilibrio, enfermedad o un poder cuya significación se dilucida en pocas
palabras.
En
un manuscrito siríaco, traducido por Malchus, alquimista del siglo XV, se lee
una explicación simbólica de la etrobacia con respecto a Simón el Mago. Dice
así:
“Simón,
con el rostro en tierra, murmuró: “¡Oh madre Tierra, ruégote me concedas algo
de tu aliento, y yo te daré el mío! ¡Suéltame,
oh madre, y llevaré tus palabras a las estrellas y fielmente volveré después a
ti!” y la tierra, vigorizando sin detrimento su condición, envió a su genio a
infundir algo de su aliento en Simón, mientras él respiraba en ella; y las estrellas se regocijaron a la vista del
Potente”.
Para
comprender esto, es preciso recordar que las electricidades del mismo signo se
repelen y las de signo contrario se atraen. “El más elemental conocimiento de
la química”, dice el profesor Crooke, “nos enseña que mientras los cuerpos de
opuesta naturaleza se combinan enérgicamente, apenas hay afinidad entre dos
metales o dos metaloides de propiedades análogas”.
La
tierra es un cuerpo magnético o un gran imán, como afirmó ya Paracelso hace 300
años. Está cargada de electricidad positiva, que genera continua y
espontáneamente en su centro de movimiento. Los cuerpos humanos y todos los
objetos materiales están cargados de electricidad negativa, lo cual equivale a
decir que los cuerpos orgánicos e inorgánicos generan y se cargan constante e
involuntariamente por sí mismos de electricidad contraria a la de la tierra.
Ahora bien: ¿qué es el peso? Sencillamente la atracción de la tierra. “Sin la
atracción de la tierra nada pesarían nuestros cuerpos”, dice el profesor
Stewart, “y si pesáramos doble, experimentaríamos doble atracción”. ¿Cómo
podemos librarnos de esta atracción? Según la ley antes enunciada, la atracción
de nuestro planeta retiene a los cuerpos en la superficie terrestre; pero ¿cómo
explicar que la ley de gravitación haya sido infringida muchas veces por
levitaciones de personas y objetos inanimados? La condición de nuestro sistema
fisiológico, al decir de los filósofos teúrgicos, depende en gran parte de
nuestra voluntad, que bien regulada puede operar entre otros “milagros” el
cambio de polaridad eléctrica, de negativa en positiva, de modo que el
imán-tierra repela el objeto o cuerpo y no ejerza la gravedad acción ninguna.
Será entonces tan natural para el hombre lanzarse al espacio, hasta que la
fuerza repulsiva pierda su eficacia, como antes permanecer sobre la tierra. La
elevación de su vuelo dependerá de la mayor o menor habilidad en cargar su
cuerpo de electricidad positiva. Obtenido este dominio sobre las fuerzas
físicas, la levitación es cosa tan sencilla como el respirar.
El
estudio de las enfermedades nerviosas ha demostrado que, tanto en el
sonambulismo ordinario, como en el hipnótico, parece disminuir el peso del
cuerpo. El profesor Perty cita el caso del sonámbulo Kochler, que flotaba sobre
el agua. La vidente de Prevost no podía permanecer sentada en la bañera, porque
sobrenadaba en el agua del baño. Dice además que Ana Fleiser, enferma de
epilepsia, se mantenía con frecuencia en el aire, según la vio varias veces el
superintendente del hospital, y en otra ocasión se levantó hasta más de dos
metros por encima de su cama, en presencia de testigos fidefignos, entre los
cuales había dos eclesiásticos. En su Historia
de las brujerías de Salem cita Uphame el caso parecido de Margarita Rule.
“La levitación, dice el profesor Perty, ocurre con mayor frecuencia en los
sujetos extáticos que en los sonámbulos”. Estamos acostumbrados a considerar la
gravitación como ley absoluta e inalterable, y nos parece inadmisible la idea
de una completa o parcial levitación que la contraríe. Sin embargo, en estos
fenómenos la gravitación queda anulada por fuerzas materiales. En muchas
enfermedades, como por ejemplo en las calenturas nerviosas, el peso del cuerpo
humano parece aumentar, pero en los éxtasis disminuye. Por lo tanto, pueden
haber fuerzas físicas contrarias a la gravedad.
La
revista de Madrid: Criterio Espiritista
cita el interesante caso de una joven labradora de cerca de Santiago, que se
suspendía en el aire al colocar horizontalmente sobre ella, a una distancia de
medio metro, dos barras de hierro magnetizadas.
Si
los médicos observasen a estos individuos levitados, verían que están
electrizados en el mismo signo que el suelo, el cual, según la ley de gravedad,
debería atraerlos, o al menos evitar su levitación. Y si los desequilibrios
físico-nerviosos o los éxtasis espirituales producen inconscientemente los
mismos efectos, tendremos que esta fuerza puede ser dirigida y regulada a
voluntad.
EVOLUCIÓN.
– Desarrollo de los órdenes de animales superiores procedentes de los
inferiores. La ciencia moderna sólo estudia la evolución física y nada sabe de
la espiritual, que obligaría a los contemporáneos a confesar su inferioridad
respecto de los antiguos filósofos y psicólogos. Los sabios de la antigüedad se
elevaban hasta el INCOGNOSCIBLE, para tomar por punto de partida la primera
manifestación del invisible, el inevitable, que por razonamiento estrictamente
lógico, es el Ser creador, necesario en absoluto, el Demiurgo del Universo. La
evolución comienza, según ellos, en el espíritu puro, que desciende
gradualmente hasta tomar forma visible y tangible de materia. Llegados a este
punto, discurren conforme a la teoría de Darwin, pero sobre más amplias y
extensas fases.
El
Rig-Veda-Samhita el libro más
antiguo del mundo, al que nuestros más prudentes eruditos asignan dos o tres
mil años de antigüedad sobre la era cristiana, dice en el “Himno de los
Marutes”:
“El
No Ser y el Ser están en el supremo cielo, en la cuna de Daksha, en el regazo
de Aditi”. (Mandala 1, versículo 166).
“En
la primera época de los dioses, el Ser (la Divinidad comprensible) nació del
No-ser (la Divinidad incomprensible). Después nacieron las Regiones invisibles
y de ellas, Uttânapada”.
“De
Uttânapada nació la Tierra, y de ella las Regiones visibles. Daksha nació de
Aditi, y Aditi de Daksha”. (Ídem).
Aditi
es el Infinito, y Daksha es daksha-pitarah,
que significa literalmente el padre de
los dioses; pero Max-Müller y Roth dicen que significa padres de la fuerza que “conservan, poseen y conceden las
facultades”. De todos modos, es fácil ver que “Daksha, nacido de Aditi, y Aditi
de Daksha”, significa lo que los modernos llaman “correlación de fuerzas”. Así
se infiere del siguiente párrafao traducido por Müller:
“Considero
a Agni como el origen de toda existencia, o padre de la fuerza” (III, 27, 2).
Esta misma idea, clara y evidente, prevaleció en las doctrinas de los
zoroastrianos, magos y filósofos del fuego de la Edad Media. Agni es el dios
del fuego, del Éter Espiritual, la verdadera substancia de la esencia divina,
del Dios Invisible presente en cada átomo de Su creación y llamado por los Rosacruces “Fuego Celestial”. Si
cuidadosamente comparamos los versos de este mandala, uno de los cuales dice:
“El Cielo es su padre, la Tierra su madre, Soma su hermano y Aditi su hermana”
(I, 191, 6) con la Tabla Esmeraldina
de Hermes, hallaremos el mismo substrato metafísico y filosófico en idéntica
doctrina.
“Como
todas las cosas han sido producidas por medio de un Ser, así también todas las
cosas han sido producidas de esta única cosa por adaptación: “Su padre es el
sol; su madre la luna”... etc. Separa la tierra del fuego, lo sutil de lo grosero... Lo que he dicho sobre la operación del sol es compelto”. (Tabla Esmeraldina).
El
Profesor Max-Müller ve en este mandala,
“algo parecido a una teogonía, aunque llena de contradicciones. Los
alquimistas, cabalistas y estudiantes de filosofía mística encontrarán una
perfecta definición del sistema de Evolución en esta cosmogonía de un pueblo
que existió millares de años antes de nuestra era. Advertirán, además, perfecta
identidad de pensamiento entre la filosofía hermética y las doctrinas de
Pitágoras y Platón.
La
evolución, tal como ahora se entiende, supone en la materia un impulso para
tomar forma más elevada, y así lo manifestaron claramente Manu y otros
filósofos indos de la antigüedad. Ejemplo de ello nos da el árbol de los
filósofos en el caso de la disolución del cinc. La controversia entre los
partidarios de la evolución y los de la emanación, puede resumirse en que el
evolucionista detiene toda investigación en las fronteras del Incognoscible, mientras que el
emanacionista cree que nada puede evolucionar ni nacer, si antes no ha sido
involucionado por la potencia espiritual de la vida que prevalece sobre todo.
FAKIRES.
– Devotos religiosos de la India. Están generalmente adscritos a las pagodas
brahmánicas y siguen las leyes de Manu. Van desnudos con sólo un faldellín de
lino, llamado dhoti, en la cintura.
Llevan el pelo muy largo, y en él guardan como si fuera bolsillo la pipa, la
flauta llamada vagudah, cuyo sonido
entorpece catalépticamente a las serpientes, y el bambú de siete nudos. Esta vara mágica la recibe el fakir de su gurú el día
de la iniciación, con los tres mantras
que le comunica al oído. Ningún fakir prescinde de esta poderosa insignia de su
profesión, por cuya divina virtud obran prodigiosos fenómenos. El fakir
brahmánico es completamente distinto de los mendigos musulmanes de la India,
también llamados fakires en algunos puntos del territorio británico.
HERMÉTICO.
– De Hermes, dios de la Sabiduría, adorado en Egipto, Siria y Fenicia con los
nombres de Thoth, Tat, Adad, Seth y Satán, y en Grecia con el de Kadmos. Los kabalistas lo identifican
con Adam Kadmon, primera manifestación del Poder Divino, y con Enoch. Hubo dos
Hermes: el Trismegistus, y el amigo e
instructor de Isis y Osiris, segunda emanación o “permutación” de sí mismo.
Hermes y Mazeo son los dioses de la sabiduría sacerdotal.
HIEROFANTE.
– Revelador de enseñanzas sagradas. Llevaba este título el jefe de los Adeptos,
que en las iniciaciones explicaba los arcanos a los neófitos. En hebreo y
caldeo se le llamaba Pedro, que
significa el que abre o descubre. De aquí que el Papa, como sucesor del
hierofante de los antiguos misterios, ocupe la pagana silla de “San Pedro”. El
odio de la Iglesia católica a la alquimia y ciencias ocultas y astrológicas, se
explica porque tales conocimientos eran antes prerrogativa del hierofante o
representante de Pedro, quien guardaba los misterios de vida y muerte. Bruno,
Galileo, Kepler y Cagliostro se opusieron a las pretensiones de la Iglesia y
por ello perdieron la vida.
Toda
nación tuvo misterios y hierofantes. Los judíos tenían su Pedro, Tanaim o
Rabino, como Hillel, Akiba , y otros cabalistas famosos, únicos que podían
comunicar los terribles secretos de la Merkaba.
En India hubo y hay diseminados por las principales pagodas muchos hierofantes,
conocidos con el nombre de brahmatmas. En el Tíbet el principal hierofante es
el Dalai o Taley-Lama de Lha-ssa (36). Entre las naciones cristianas sólo los
católicos han conservado esta pagana costumbre en la persona del Papa, aunque
han desfigurado tristemente la majestuosa dignidad de tan sagrado cargo.
INICIADOS.
– Los que en la antigüedad aprendían en los Misterios los secretos
conocimientos de boca de los hierofantes. En nuestros días, los aleccionados
por los adeptos a la mística doctrina de las ciencias del misterio, que a pesar
de los siglos transcurridos, tienen pocos, pero verdaderos devotos.
KABALISTA.
– De ... (kabala). Tradición oral. El
cabalista es el estudiante de la “ciencia secreta”; el que interpreta el oculto
y verdadero sentido de las Escrituras, por medio de la simbólica kabala. Los tanaimes fueron los primeros
cabalistas judíos que florecieron en Jerusalén a principios del siglo III antes
de J. C. los libros de Ezequiel, Daniel, Enoch y el Apocalipsis son
genuinamente cabalísticos. La doctrina secreta de la Kabala es idéntica a la de los caldeos y tiene mucho de magia o
sabiduría de los parsis.
LAMAS.
– Monjes budistas que profesan la religión lamaica dominante en el Tíbet,
análogos a los frailes del catolicismo. Están bajo la obediencia del Dalai-Lama
o Sumo Pontífice budista tibetano, que reside en Lhassa y es para los lamas una
reencarnación del Buda.
LUZ
ASTRAL. – Es la luz sideral de
Paracelso y de otros filósofos herméticos. Físicamente es el éter de la ciencia
moderna; y metafísicamente, en su espiritual y oculto sentido, es algo más de
lo que comúnmente se entiende por éter. La física y alquimia ocultas demuestran
que sus ilimitadas ondulaciones abarcan, no sólo “la esperanza y potencia
detoda cualidad de vida”, según afirma Tyndall, sino también la actualización
de la potencia de cada una de las cualidades del espíritu. Los alquimistas y
herméticos creen que el éter astral o sideral, con las propiedades del azufre y
las magnesias blanca y roja o magnes,
es, tanto espiritual como materialmente, el Anima
mundi, el laboratorio de la Naturaleza y del Cosmos. El “Gran Magisterio”
se manifiesta por sí mismo en los fenómenos del hipnotismo, en la levitación
del hombre y de objetos inertes, y puede llamarse éter en el aspecto
espiritual.
La
denominación astral es antigua, y ya
la usaban algunos neoplatónicos. Porfirio dice que el cuerpo celestial está
siempre unido al alma y es “inmoral, luminoso y semejante a una estrella”. La
raíz de la palabra astral es tal vez la voz escita aist-aer (estrella) o la asiria istar,
que significa lo mismo. Como los rosacruces consideraban lo real directamente
opuesto a lo aparente y enseñaban que la luz para la materia era obscuridad para el espíritu,
decían que éste moraba en el océano astral de invisible fuego que rodea al
mundo y pretendían haber descubierto el origen del también invisible espíritu
divino, que desde el trono del invisible y desconocido Dios cobija a todo
hombre y equivocadamente se le llama alma.
Como la Causa primera es invisible e imponderable, únicamente podían los
alquimistas probar sus afirmaciones por los efectos que, dimanantes del
universo invisible, se manifiestan en el mundo físico. Demuestran los
alquimistas que la luz astral penetra la totalidad del Cosmos y late hasta en
la más ínfima partícula de roca, diciendo que la chispa del pedernal es el perturbado
espíritu de esta piedra, que, al tiempo de brotar, desaparece inmediatamente en
las regiones de lo desconocido.
Paracelso
la llamaba luz sideral y consideraba
los astros (incluso nuestra tierra) como porciones condensadas de luz astral, “caídas en la generación y en la
materia”., pero cuyas emanaciones magnéticas o espirituales conservaban
incesante comunicación con el origen patrio de la luz astral. A este propósito
dice: “Los astros nos atraen hacia ellos; y nosotros los atraemos hacia nosotros.
Madera es el cuerpo y fuego la vida que, como la luz, viene de las estrellas y
los cielos. La magia es la filosofía de la alquimia” (37). Todo lo del mundo
espiritual, ha de llegarnos a través de las estrellas, y si estamos en armonía
con ellas, obtendremos inmensos efectos mágicos.
“Así
como el fuego pasa a través de una estufa de hierro, así también los astros
pasan a través del hombre y le comunican sus propiedades, del mismo modo que la
lluvia fertiliza la tierra en que penetra. Los astros rodean a la tierra, como el
cascarón al huevo. A través del cascarón pasa el aire y penetra hasta el
centro del mundo”. El cuerpo humano, lo mismo que la tierra, los planetas y las
estrellas, está sujeto a la doble ley de atracción y repulsión y saturado del
influjo doblemente magnético de la luz astral. Todo es doble en la naturaleza:
el magnetismo es positivo y negativo, activo y pasivo, masculino y femenino. La
noche descansa al hombre de la actividad del día y restablece el equilibrio,
tanto de la naturaleza humana como de la cósmica. Cuando el hipnotizador
aprenda el secreto de polarizar la acción y dar a su fluido fuerza bisexual,
será el mayor de los magos vivientes. Así, pues, la luz astral es andrógina
porque el equilibrio resulta de dos fuerzas que eternamente actúan una sobre
otra. El resultado de esta acción es la VIDA. Cuando las dos fuerzas se gastan y permanecen largo tiempo inactivas,
equilibrándose una con otra en reposo completo, sobreviene la condición de MUERTE.
Un ser humano puede expirar aliento caliente o frío, e inspirar aire frío o
caliente. Todo niño sabe cómo regular la temperatura de su aliento; pero ningún
fisiólogo ha explicado satisfactoriamente la manera de protegerse uno mismo del
aire frío o caliente. La luz astral, principal agente de magia, puede
únicamente descubrirnos los secretos de la naturaleza. La luz astral es
idéntica al akâsa indo.
MÁGICO.
– Antiguamente era título de nombradía y distinción, pero hoy se corrompido su
verdadero significado. En otro tiempo fue sinónimo de honroso, respetable,
instruido y docto. El clero ha convertido este título en epíteto degradante que
el vulgo supersticioso aplica a los brujos embusteros, impostores y charlatanes
que “venden el alma al diablo” y abusan de sus facultades psíquicas, sin advertir
que Moisés fue mágico y al profeta Daniel se le llamó “príncipe de los magos,
de los encantadores y agoreros”.
La
palabra mágico se deriva etimológicamente de magh, mah o mahâ que significa grande y se aplicó a
los sacerdotes versados en la ciencia esotérica.
MAGO.
– Palabra derivada de Mag o Maha, que significa grande. El Mahatma
(gran alma) tenía en la India sacerdotes en los tiempos prevédicos.
Los
magos eran sacerdotes del fuego, en Asiria, Babilonia y Persia. Los tres reyes
magos que, según se dice, ofrecieron al niño Jesús oro, incienso y mirra,
adoraban al fuego y eran también astrólogos, pues vieron la estrella de Belén.
Al Sumo sacerdote parsi, residente en Surat, se le llama Mobed, palabra que algunos derivan de Megh o Meh-ab y significa
grande y noble. Según Kleuker, a los discípulos de Zoroastro se les llamó meghestom.
MANTICISMO. – Frenesí mántico o estado en que
se actualiza el don de profecía, sinónimo de manticismo, pues tan honroso es el
título de mántico como el de profeta. Pitágoras y Platón lo tuvieron en mucha
estima y Sócrates aconsejó a sus discípulos el estudio del manticismo. Los
Padres de la Iglesia, que tan severamente condenaron el frenesí mántico de los
sacerdotes paganos y de las pitonisas, no tuvieron reparo en aprovecharse de él
para sus fines particulares.
Los montanistas emulaban a los manteis o
profetas. El autor de la obra Profecías
antiguas y modernas, dice que Tertuliano, San Agustín y los mártires de
Cartago estuvieron dotados de frenesí mántico y que los montanistas se parecían
a las bacantes en el salvaje entusiasmo que caracterizaba sus orgías.
Mucho
discrepan las opiniones en lo concerniente al origen de la palabra manticismo. En tiempos de Melampo, rey
de Argos, floreció el famoso vidente Mantis de cuyo nombre se derivaría la
palabra, pero también pudo arrancar de la profetisa Manto, hija del profeta de
Tebas.
Cicerón
define el don de profecía o frenesí mántico, diciendo que en lo más recóndito
de la mente está ocultamente recluida la profecía divina, el divino impulso
cuya actuación parece furor, frenesí y locura.
Sin
embargo, es posible que la palabra mantis
tenga mucho más antigua etimología, no advertida por los filólogos, pues
las dos copas empleadas en los ritos del misterio Soma, denominadas conjuntamente
grahâs, se llamaban cada una de por
sí sukra y manti (40). En esta copa manti se dice que “despierta Brahmâ”. Al
beber sobriamente un sorbo del sagrado zumo, el “espíritu” de Brahmâ,
personificado en el dios Soma, se infunde en el cuerpo del iniciado y se
posesiona de él. De aquí el éxtasis, la clarividencia y el don de profecía. El
Soma estimula dos linajes de adivinación: la natural y la artificiosa. La copa sukra despierta las congénitas
cualidades del hombre, e identifica el alma con el espíritu que, por ser de
naturaleza divina, conoce lo futuro representado en sueños, visiones y
presentimientos. El manti o zumo
contenido en la copa mantis
“despierta a Brahmâ”, es decir, comunica al alma no sólo con los dioses menores
(41), sino también con la suprema esencia divina. El alma recibe iluminación
directamente irradiada de la presencia de su “dios”; pero como queda ignorante
de lo que únicamente saben los cielos, le acomete al iniciado una especie de
frenesí, del que, al recobrarse, sólo recuerda cuanto se le permite recordar.
Respecto
a los adivinos o profetas que abusan de sus facultades para hacer de ellas un
modo de vivir, dícese que están poseídos de un gandharva, divinidad escasamente venerada en la India.
MANTRA.
– Palabra sánscrita equivalente a “nombre inefable”. Cantados con la entonación
prescrita en el Atarva-Veda producen
algunos mantras instantáneo y maravilloso efecto. Generalmente, es el mantra
una plegaria a los dioses y potestades celestiales, según enseñan los libros
brahmánicos de acuerdo con Manú; pero también suele ser una fórmula mágica. En
sentido esotérico, la frase mística o palabra del mantra es el vâch de los brahmanes. En sentido
literal, significa el mantra la revelación directa y divina (sruti) de los libros sagrados.
MARABUTO.
– Musulmán que ha cumplido la peregrinación a la Meca. Santo sepultado en un
sarcófago abierto de propósito en las calles o plazas de las ciudades populosas
de los países mahometanos. El cuerpo del marabuto se coloca en la única tumba o
hueco del sarcófago, y la devoción de los transeúntes mantiene perpetuamente
encendida una lámpara a la cabecera del enterramiento. En El Cairo se ven hoy
día muchos de estos sarcófagos, construidos de albañilería. Algunos sepulcros
de marabuto tienen entre los musulmanes muchísima fama por los milagros que se
atribuyen al santo allí enterrado.
MATERIALIZACIÓN.
– Palabra con que los espirtistas expresan el fenómeno por el cual “toma un
espíritu forma material”. Moisés Stainton propuso que a estos fenómenos se les
diese el nombre menos discutible de “manifestación formal”. Cuando se comprenda
mejor la verdadera naturaleza de las materializaciones, se les dará seguramente
un nombre más adecuado. No es propio llamarlas espíritus materializados, porque
tan sólo son fotografías o esculturas animadas.
MAZDEÍSTAS.
– De Ahura-Mazda. Nombre dado a los antiguos persas que adoraban a Ormazd
y prohibían el culto de las imágenes. De los mazdeístas tomaron los judíos el
horror que tuvieron a toda
representación plástica de la Divinidad.
Según
parece, en tiempo de Herodoto prevalecieron contra ellos los magos y sus
prosélitos, entre quienes se cuentan con toda probabilidad los parsis y
geberines a que alude el Génesis. Por una extraña confusión etimológica
identifican algunos eruditos a Zoroastro con Zarathustra .
METEMPSÍCOSIS.
– El progreso del alma en los sucesivos grados de existencia. Para el vulgo era
el renacimiento en cuerpos de animales. Por regla general, aun muchos que se
precian de eruditos adulteran el significado de esta palabra. El Manava-Dharma-Shastra y otros libros
brahmánicos interpretan el axioma cabalístico que dice: “La piedra se convierte
en planta, la planta en animal, el animal en hombre, el hombre en espíritu y el
espíritu en dios”.
MISTERIOS.
– En griego teletai (perfección) y
por analogía teleuteia (muerte). Eran
reglas secretas que desconocían los profanos y los no iniciados. Por medio de
representaciones dramáticas y otros procedimientos se enseñaba en los misterios
el origen de las cosas, la naturaleza del espíritu humano, sus relaciones con
el cuerpo y el modo de purificarse para alcanzar la vida superior. Por el mismo
método se enseñaban las ciencias naturales, la medicina, la música y la
adivinación. El juramento hipocrático no era más que una obligación mística.
Hipócrates fue sacerdote de Asclepios y algunas de sus obras vieron
fortuitamente la luz pública. Los asclepiadeos estaban iniciados en el culto de
la serpiente de Esculapio, como las bacantes en el de Dionisio, y ambos ritos
quedaron con el tiempo incorporados a los misterios de Eleusis. Más adelante
hablaremos con mayor extensión de los Misterios.
MÍSTICOS.
– Los iniciados. Sin embargo, desde la Edad Media se dio esta denominación a
cuantos, como el teósofo Böehme, el quietista Molinos, Nicolás de Basilea y
otros, creían en la directa comunicación del alma con Dios, análogamente a la
inspiración profética.
NABIA.
– Lo mismo que videncia y vaticinio. El más antiguo y respetado fenómeno
místico. La Biblia llama nabia a la profecía,
y sin reparo se puede incluir esta facultad espiritual entre las de
adivinación, visiones, éxtasis y oráculos. Pero así como los encantadores,
adivinos y aun los astrólogos están explícitamente condenados en los libros de
Moisés, la nabia o profecía y visión
sobrenatural se consideran dones especiales del cielo. En un principio, todas
estas facultades se comprendían colectivamente en el nombre de epoptai (profeta o vidente) y más tarde
se les llamó nebim, plural de Nebo,
dios babilonio de la sabiduría. Los cabalistas distinguen entre nebirah o vidente y nebipoel o mago. El primero es pasivo y tan sólo ve claramente el
porvenir; el segundo es activo y posee facultades mágicas. Sabemos que Elijah y
Apolonio se envolvían en un manto de lana para aislarse de las perturbadoras
influencias del ambiente, y tal vez recurrían a este medio por ser la lana muy
mala conductora de la electricidad.
OCULTISTA.
– El que estudia las diversas ramas de la ciencia oculta. Es término empleado
por los cabalistas franceses, según se advierte en las obras de Eliphas Levi.
El ocultismo abarca todos los fenómenos psíquicos, biológicos, físicos,
cósmicos y espirituales. Es sinónimo de escondido
o secreto y comprende también el
estudio de la cábala, astrología y alquimia.
PITRIS.
– Es opinión general que esta palabra sánscrita significa colectivamente los
espíritus de nuestros antepasados, y de aquí arguyen los espiritistas diciendo
que los fakires y otros taumaturgos orientales son sencillamente mediums, pues ellos mismos confiesan que
no podrían obrar tales prodigios sin el auxilio de los pitris, de quienes son obedientes instrumentos. Esto es erróneo en
muchos aspectos. Los pitris no son
los antepasados de la generación viviente, sino de toda la raza adámica, es
decir, los espíritus de los hombres que constituyeron razas humanas muy
superiores, tanto en lo físico como en lo espiritual, a nuestra raza de
pigmeos. El Manava-Dharma-Shastra los
llama pitris lunares.
PITONISA.
– Al definir Webster esta palabra, sale muy pronto del paso diciendo que era la
mujer que daba los oráculos en el templo de Delfos y, por extensión, toda mujer
que presuma de adivina, como por ejemplo las brujas y hechiceras. Esta
definición es inexacta, apasionada e injusta.
Según
Plutarco, Jámblico, Lamprías y otros filósofos, las pitonisas eran jóvenes
delicadamente sensibles, de costumbres puras y familia humilde, que estaban
adscritas a su respectivo templo, donde se les destinaba habitación
rigurosamente aislada del mundo, en la que sólo podían entrar los sacerdotes y
los videntes; de modo que la vida de las pitonisas superaba en ascetismo a la
de las actuales monjas de clausura. Para ejercer su ministerio se sentaba la
pitonisa en un trípode de bronce, colocado sobre una grieta del suelo que
comunicaba con un subterráneo, en donde se quemaban ciertas drogas cuyos
vapores subían por la grieta hasta envolver a la pitonisa en una atmósfera
excitante que determinaba el frenesí mántico;
y en tal estado daba el oráculo. También llamaban a la pitonisa ventrilocua vates o sea profetisa ventrilocua.
Los
brahmanes colocaban la conciencia astral (...) en el ombligo, y lo mismo
creyeron Platón y otros filósofos. El versículo cuarto del segundo himno del Nâbhânedishtha dice así: “Oíd, ¡oh hijos
de los dioses!, al que habla por su ombligo (nâbhâ) y os saluda en vuestras viviendas”. Muchos orientalists
convienen en que ésta es una de las más antiguas creencias induístas. Los
modernos fakires, lo mismo que los antiguos gimnósofos, concentran su
pensamiento en el ombligo y permanecen inmóviles en la contemplación para
identificarse con Atman y unirse a la Divinidad.
El
moderno sonambulismo también considera el ombligo como “el círculo del sol y
asiento de la divina luz interna”. Muchos sonámbulos ven, oyen y huelen
por el ombligo, y esto no es simple coincidencia con las primitivas prácticas,
sino prueba evidente de que los sabios antiguos superaban a los modernos
académicos en conocimientos de psicología y fisiología. Hoy día los
hipnotizadores persas, a quienes el vulgo sigue llamando magos, manipulan sobre
el ombligo para ponerse en estado de clarividencia y responder a las consultas
que las gentes les hacen sobre robos, objetos perdidos y asuntos de intrincada
resolución. Dice un traductor del Rig
Veda que los modernos parsis creen que los adeptos de su religión tienen en
el ombligo una llama, cuyo resplandor disipa toda obscuridad y les muestra las
cosas lejanas del mundo físico y las invisibles del mundo espiritual. Llaman a
esta llama la lámpara del deshtur (sumo
sacerdote) y también la luz del dikshita (iniciado),
con otras varias denominaciones.
SAMANOS.
– Categoría sacerdotal de los budistas tártaros de Siberia, análogos, con toda
probabilidad, a los filósofos llamados antiguamente brachmanes, que muchos han confundido con los brahmanes. Todos
ellos era mágicos, o, mejor dicho, mediums que desarrollaban
artificiosamente sus facultades. Hoy día los sacerdotes y sacerdotisas samanos
de Siberia son muy ignorantes y ni en cultura ni en saber pueden compararse con
los fakires.
SAMOTRACIOS.
– Dioses adorados en los misterios de Samotracia. Eran idénticos a los
kabeiris, dioskuris y koribantes, y se les daban los nombres míticos de Plutón,
Ceres, Proserpina, Baco, Esculapio y Hermes.
SOMA.
– Bebida sagrada de la India, análoga en virtud y significado al néctar o
ambrosía de los griegos. En el acto de la iniciación de los misterios
eleusinos, el mista apuraba una copa
de kikeón con intento de alcanzar
fácilmente el bradhna o región del
esplendor (mundo celeste).
El
soma que han gustado los orientalistas europeos no es el auténtico, que sólo
pueden beber los sacerdotes iniciados, sino un brebaje sucedáneo que consumen
los no iniciados y los mismos rajás cuando sacrifican en aras de los dioses.
Confiesa Hang, en su Aitareya Brahmana,
que la bebida cuyo sabor le fue tan ingrato no era el Soma, sino el zumo de las raíces de un arbusto llamado nyagradha, que medra en las colinas de
Poona. Sabemos con toda seguridad que la mayoría de los sacerdotes del Dekkan
han olvidado la receta del verdadero soma, cuya confección no señalan los
libros ritualísticos ni es posible adquirir por informe oral. Quedan ya muy
pocos induístas ortodoxos de la primitiva religión védica que se consideren
descendientes de los Rishis, legítimos
agnihôtris o iniciados en los misterios mayores. En el Panteón indio se llama a
esta bebida el Rey-Soma, porque quien la bebe se identifica con el Rey
celestial, de la propia suerte que los apóstoles cristianos estaban llenos del
Espíritu Santo por cuya virtud perdonaban los pecados. El Soma regenera al
iniciado y le transforma en otro hombre, como si naciera de nuevo; sobrepone la
naturaleza espiritual a la física; infunde el divino poder de la inspiración y
actualiza en grado máximo la clarividencia.
Según
la explicación exotérica, es el Soma a un tiempo planta y ángel, pues une
íntimamente el angélico Yo del hombre con su alma irracional o cuerpo astral,
por virtud de la mágica bebida, y así unidos prevalecen contra la naturaleza
física y beatíficamente participan, aun en vida, de la inefable gloria de los
cielos. Por lo tanto, bajo todos aspectos tiene el Soma indio la misma
significación mística que la Eucaristía de los cristianos. La palabra sagrada
de los mantras pronunciados en el acto del sacrificio, convierte el licor
contenido en la copa, en el verdadero Soma angélico, esto es, en el mismo
Brahmâ.
Muchos
misioneros se han indignado al presenciar esta ceremonia, porque, por regla
general, emplean los brahmanes en el sacrificio un licor espirituoso en
substitución del verdadero Soma, sin advertir que también los cristianos creen
en la transubstanciación del vino, más o menos espirituoso, en la sangre de
Cristo. ¿No es idéntico el símbolo? Sin embargo, dicen los misioneros que
Satanás etá oculto en la copa del sacrificio induísta y se regocija cuando el
sacerdote bebe el Soma (48).
TEÓSOFOS.
– nombre dado en el siglo XVI a los discípulos de Paracelso, que también se
llamaban philosophia per ignem
(filósofos del fuego). Como los platónicos, consideraban el alma (...) y el
espíritu (...) partículas del gran Archos, o chispas emitidas por el eterno
océano de luz.
La
Sociedad Teosófica, a la que en prueba de cariñosa consideración está dedicada
esta obra, se fundó en Nueva York el año 1875 con objeto de estudiar
experimentalmente los poderes ocultos de la naturaleza y difundir por Occidente
el conocimiento de las religiones de Oriente al par que extender por los países
calificados de “gentiles e incultos” verídicos informes sobre el cristianismo,
sobre todo en las comarcas donde actúan los misioneros. A este propósito, la
Sociedad Teosófica se ha puesto en relación con varias asociaciones e
individuos de Oriente a quienes transmite informes auténticos de la conducta
del clero, cismas, herejías, controversias, disputas, revisiones e
interpretaciones de la Biblia, con otros datos publicados por la prensa
mundial. En los países cristianos se da por válido que el hinduismo, budismo y
sintoísmo han degradado y embrutecido a los pueblos orientales, y precisamente
en estos falsos informes se apoyan los misioneros para recabar pingües
subvenciones. La Sociedad Teosófica desea restablecer la justicia en este
punto, procurando que en todos los países de Oriente se conozca la verdad,
tergiversada y fingida por la parcialidad de los informes referentes a las
enseñanzas cristianas. También pudiéramos decir algo sobre la conducta de los
misioneros a cuantos contribuyen al sostenimiento de las misiones.
TEURGO.
– Palabra compuesta de ... (dios) y ... (obra). Jámblico fundó la primera
escuela experimental de teurgia entre los neoplatónicos alejandrinos, en los
albores del cristianismo; pero ya desde muy remotos tiempos se llamaban teurgos los sacerdotes egipcios, asirios
y babilonios que invocaban a los dioses en los Misterios con propósito de dar
manifestación visible a las entidades espirituales. Los teurgos conocían las
ciencias ocultas enseñadas en los templos. A los discípulos de la escuela
neoplatónica de Jámblico se les llamaba teurgos, porque practicaban la magia ceremonial
y evocaban los espíritus de los héroes, dioses y demonios ... (49). Cuando era
preciso que un espíritu se manifestase visible y tangiblemente, el teurgo había de suministrar de su propio cuerpo
la materia suficiente para la materialización, por el misterioso procedimiento
llamado theopoea, que conocen
perfectamente los fakires modernos y los brahmanes iniciados. Esto mismo dice
el Libro de las Evocaciones que se
conserva en las pagodas, como demostración de que los ritos y ceremonias de la
teurgia alejandrina eran idénticos a los de la antiquísima teurgia brahmánica.
Del
Libro de las Evocaciones copiamos el
siguiente pasaje:
“El
grihastha (brahmán evocador) ha de
purificarse de toda mancha antes de evocar a los pitris. Arregla el pebetero
con sándalo, incienso y otros perfumes para trazar los círculos mágicos que su
maestro le enseñara, y ahuyenta a los espíritus malignos. Hecho esto, detiene
la respiración y solicita la ayuda del fuego
para que disgregue su cuerpo”. Después pronuncia cierto número de veces la
palabra sagrada y “su alma sale del cuerpo, el cuerpo desaparece y el alma del
espíritu evocado, se infunde en el doble y lo anima”. Vuelve luego el alma del
grihastha a entrar en su cuerpo cuyas partículas sutiles se han agregado
nuevamente, después de formar con sus emanaciones un cuerpo áereo para la
manifestación del evocado espíritu.
El
cuerpo del pitri queda constituido de este modo por las más puras y tenues
partículas del cuerpo del evocador, y entonces puede éste, una vez cumplidas las
ceremonias del sacrificio, comunicarse verbalmente con las almas de los
difuntos y de los pitris y preguntarles acerca de los misterios del Ser y de
las transformaciones del imperecedero.
Antes
de salir del santuario ha de apagar el pebetero y otra vez encenderlo para
poner en libertad a los espíritus malignos que ahuyentó al trazar los círculos
mágicos. La escuela neoplatónica de Jámblico discrepaba de la de Plotino y
Porfirio en que si bien estos creían en la teurgia, repugnaban su práctica por
peligrosa.
Dice
Bulwer Lytton: “Tanto la magia blanca o teurgia,
como la negra o goética, estuvieron
en mucho predicamento durante el primer siglo de la era cristiana. Los
filósofos cuya fama ha llegado hasta nuestros días sin la más tenue mancha,
nunca practicaron otra magia que la blanca o teúrgica.
A
este propósito, dice Porfirio: “El que conoce la naturaleza de las divinas y luminosas apariciones (...)
sabe cuánto importa abstenerse de comer aves (alimentación animal), sobre todo
para quienes anhelan libertarse de las cosas terrenas y reunirse con los dioses
celestiales. Aunque Porfirio repugnaba las prácticas teúrgicas, nos
cuenta, en su Vida de Plotino, que un
sacerdote egipcio materializó al demonio familiar, o como ahora se dice, ángel
custodio de Plotino, en presencia de éste y a instancias de un amigo suyo que,
según opina Taylor, sería tal vez el propio Porfirio.
En
definitiva, podemos dejar sentado que los teurgos evocan los espíritus de los
héroes y los dioses y obran otros prodigios por virtud sobrenatural.
YAJNA.
– Dicen los brahmanes que el Yajna
existe desde la eternidad y procede del Ser Supremo (Brahmâ-Prajapati), en quien está latente “sin principio”. Es el Yajna la clave de la traividya (ciencia tres veces sagrada),
que contiene los versículos del Rig Veda, donde se enseñan los yaajs (misterios del sacrificio). “El Yajna existe en todo tiempo tan
invisible como la energía almacenada en un acumulador eléctrico, cuya
actualización requiere únicamente el debido manejo del aparato. Suponen los
brahmanes que el Yajna se dilata
desde el ahavaniya (fuego del
sacrificio) hasta los cielos, en forma de puente o escala por la cual puede el
sacrificador comunicarse con el mundo espiritual y aun elevarse en vida hasta
las moradas de los dioses”.
El
Yajna es una modalidad del akâsa, y
para actualizarla es preciso que el sacerdote pronuncie mentalmente la Palabra perdida bajo el impulso del poder de la voluntad.
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ADVERTENCIA.
– Conviene anteponer a la conclusión de este capítulo preliminar, unas cuantas
palabras explicativas del plan de la obra, que en modo alguno lleva por objeto
revolucionar el mundo científico ni tampoco imbuir en la mente del lector las
opiniones y juicios personales de la autora, sino que más bien es un compendio
de las religiones, filosofías y tradiciones del género humano en toda época, y
su exégesis desde el punto de vista de las enseñanzas esotéricas, que los
países cristianos no conocen ni siquiera en fragmentos que atestigüen su valía.
Los infortunados filósofos de la Edad Media fueron los últimos que publicaron
tratados sobre la doctrina secreta cuyo conocimiento asumían, y desde entonces,
poquísimos autores se han atrevido en sus obras a ponerse enfrente de los
prejuicios y arrostrar las persecuciones, pues tuvieron por norma no escribir
para el público, sino tan sólo para quienes poseyeran la clave de su lenguaje.
Pero como la muchedumbre del vulgo no comprendía sus enseñanzas, los motejó a todos ellos de charlatanes y
visionarios. De aquí el creciente desdén con que se ha venido mirando la
nobilísima ciencia del espíritu.
En
lo tocante a la pretendida infabilidad de la ciencia y teología, la autora se
ha visto en la precisión, aun a riesgo de parecer difusa, de comparar
repetidamente las ideas, conclusiones y alegatos de los científicos y teólogos
modernos con las de los antiguos filósofos y sacerdotes, porque la única manera
de fijar con certeza la prioridad de los descubrimientos científicos y de las
enseñanzas religiosas es yuxtaponer paralelamente las ideas más alejadas en el
tiempo. Para el presente etudio nos han servido de base los fracasos de la
ciencia moderna en sus investigaciones experimentales y la facilidad con que
los científicos eluden la explicación de cuantos fenómenos no les consiente
comprender su ignorancia de las leyes del mundo causal.
Como quiera que el estudio
de la psicología ha estado tan descuidado en occidente como atendido en
oriente, donde dicha ciencia ha llegado a una altura que pocos investigadores
europeos podrían alcanzar aunque allá mismo fueren a estudiarla, examinaremos
también la actitud en que conspicuas autoridades científicas se han colocado
respecto de los modernos fenómenos psíquicos que, desde Rochester, se han
difundido por el mundo entero. Queremos demostrar cuán inevitables fueron sus
numerosos fracasos y que reincidirán en ellos mientras no recurran a los
brahmanes y lamas del lejano oriente, en solicitud de que les enseñen el alfabeto de la verdadera ciencia. Ningún cargo
hacemos a los científicos que forzosamente no se infiera de sus propias
opiniones; y si nuestras citas y referencias de la antigua sabiduría les
despojan de laureles que creyeron bien ganados, no será culpa nuestra, sino de
la verdad. Ningún filósofo digno de este nombre es capaz de ufanarse con ajenos
merecimientos.
La
titánica lucha, hoy más empeñada que nunca, entre el materialismo y el
espiritualismo, nos ha determinado con preocupación constante a recopilar en
los capítulos de esta obra, como armas en arsenal, el mayor número posible de
hechos favorables al triunfo del espiritualismo.
El
materialismo de hoy, niño enfermizo y deforme, ha nacido del brutal ayer, y si
no le atajamos los pasos, podría erigirse en nuestro dueño. Es el materialismo
la bastarda progenie de la Revolución francesa, promovida por la mojigatería,
la intolerancia y las persecuciones religiosas. Para evitar que se amortigüen
las aspiraciones espirituales, que se desvanezca toda esperanza y se disipe la
intuición que tenemos de Dios y la vida futura, es preciso dejar en completa
desnudez la falsedad de la teología moderna y distinguir escrupulosamente entre
la religión divina y los dogmas humanos.
Nuestra
voz se levanta en pro de la libertad espiritual y en contra de toda tiranía
científica o teológica.
Hemos
de añadir ahora que en el transcurso de la obra llamaremos arcaica la época anterior a Pitágoras; antigua la comprendida entre Pitágoras y Mahoma; y medioeval la que transcurre entre Mahoma
y Lutero. Sin embargo, también llamaremos antigua la época prehistórica.
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