PREFACIO
Si
en nuestra mano estuviese, impediríamos que leyeran este libro los cristianos
de pura y sincera fe e intachable conducta en quienes resplandece el glorioso
ejemplo del profeta de Nazareth, por cuya boca habló tan alto a los hombres el
Espíritu de Verdad. No lo escribimos para ellos. Siempre hubo creyentes de
profunda fe a quienes la historia venera como héroes, filósofos, filántropos,
mártires y santos; pero, aparte de los nombres perpetuados por la fama,
¡cuántos y cuántos vivieron y murieron ignorados del mundo y conocidos tan sólo
de sus amigos íntimos y bendecidos únicamente por quienes de sus manos
recibieron beneficio! Los que con su virtud glorificaron el cristaianismo
hubieran también sido, de seguro, ornamento de cualquiera otra fe que hubiesen
profesado, porque su espiritualidad prevalecía sobre sus creencias. La bondad
de Pedro Cooper e Isabel Thompson que no comulgan en la religión cristiana es,
sin embargo, tan cristiana como la de la baronesa de Burdett-Coutts que
pertenece a ella.
Pero los verdaderos cristianos
fueron siempre exigua minoría entre los millones que nominalmente ostentan este
título, y todavía los podemos descubrir en los púlpitos y en los bancos de las
iglesias, en los palacios y en las chozas, aunque por la pujanza del
materialismo, los intereses mundanos y la hipocresía social decrezca su número
de día en día.
La ingenua fe con que el
cristiano devoto cree en la infalibilidad de la Biblia, en los dogmas
religiosos y en las predicaciones sacerdotales actualizaz en toda su plenitud
las virtudes que laten en lo íntimo de la naturaleza humana. Hemos conocido
personalmente a clérigos temerosos de Dios, y siempre eludimos toda discusión
con ellos por no lastimar sus sentimientos religiosos, ni tampoco quisiéramos
quebrantar la ciega fe de un solo laico si le basta para vivir y morir
santamente con ánimo sereno. Vamos a analizar todas las creencias religiosas en
general, pero más particularmente la cristiana teología dogmática, que es el
principal enemigo de la libertad del pensamiento. No diremos ni una sola
palabra contraria a las puras doctrinas de Jesús, pero combatiremos
inexorablemente su adulteración en perniciosos sistemas eclesiásticos que
rompen todo freno moral y extinguen la fe en Dios y en la inmortalidad.
Arrojamos el guante a los
dogmatizantes teólogos que pretenden esclavizar la historia y la ciencia.
Arrojamos el guante con más firme determinación al Vaticano, cuyas despóticas
arrogancias repugnan a la mayoría de cristianos cultos.
Aparte de los clérigos, sólo los
polemistas e investigadores debieran leer este libro, porque, como zapadores de
la verdad, tienen el valor de sus opiniones.
Y aun llegará tiempo en que cualquiera que os matare
crea
servir a Dios.-
SAN JUAN, XVI, 2.
Anatema sea quien diga que las verdades científicas
han de
admitirse con entero espíritu de libertad, aunque se
opongan a
la verdad revelada.- Concilio Ecuménico del Vaticano.
¡La Iglesia! ¿En dónde está?
GLOUC: Rey
Enrique VI, acto I, escena I.
En los Estados Unidos de América hay
sesenta mil clérigos que reciben estipendio por enseñar la ciencia de Dios y
sus relaciones con la criatura. A estos hombres está encomendada la tarea de
definir la existencia, carácter y atributos del Creador, las leyes y gobierno
del mundo, las doctrinas en que hemos de creer y los deberes que hemos de
cumplir. Hay cinco mil profesores de teología que con mil doscientos setenta y
tres auxiliares enseñan esta ciencia a cinco millones de personas, según la
fórmula prescrita por el obispo de Roma. cincuenta y cinco mil pastores y
misioneros de quince sectas distintas, en contradicción unas con otras
respecto a puntos teológicos de mayor o menor importancia, instruyen en sus
respectivas doctrinas a treinta y tres millones de fieles.
Aparte de estas sectas, se cuentan
centenares de miles de judíos, algunos millares de fieles de diversas
religiones orientales y escaso número de cismáticos griegos. Los mormones,
noventa mil, tan politeístas como polígamos, creen que el jefe supremo de todos
los dioses reside en un planeta llamado Colob, y reconocen por legislador
espiritual a una especie de pontífice asentado en la ciudad del Lago Salado, a
quien suponen en frecuente comunicación con los dioses, no obstante sus
diecinueve mujeres y más de cien hijos y nietos.
El Dios de los hermanos unitarios es
célibe; el de los presbiterianos, metodistas, congregacionistas y otras sectas
cristianas es un Padre sin esposa y con un Hijo idéntico a Él. Todo esto sin
contar la infinidad de sectas menores y comunidades extravagantemente heréticas
que brotan como hongos y mueren apenas nacidas. Tampoco nos detendremos a
considerar los millones de espiritistas que hay, según se dice, porque la
mayoría no tienen valor para romper con su secta religiosa. Estos son los
Nicodemus de puerta trasera.
Y ahora, preguntemos con Pilatos:
¿Qué es la verdad? ¿Dónde hallarla entre tan diversas y opuestas sectas? Todas
pretenden fundarse en la revelación divina y poseer las llaves del cielo. ¿Cuál
de ellas asume la verdad? ¿O acaso habremos de confesar con el filósofo
budista, que la única e inmutable verdad en la tierra es que la verdad no está en la tierra?
Aunque no intentamos merodear en el
campo ya escrupulosamente espigado por los eruditos que demostraron la
filiación pagana de los dogmas cristianos, bueno será exponer nuevamente los
hechos investigados desde la emancipación de la ciencia, con objeto de
analizarlos desde el distinto o más bien nuevo punto de vista de las antiguas
filosofías esotéricas, que hasta ahora tan sólo hemos ojeado rápidamente, y de
ellas nos serviremos de tipo para comparar los dogmas y milagros del
cristianismo con las doctrinas y fenómenos de la magia antigua y del
espiritismo moderno. Por lo tanto, el estudio de los antiguos teurgos nos
ayudará a esclarecer tan obscuro asunto desde el momento en que los
materialistas niegan de plano los fenómenos sin tomarse la molestia de
investigarlos, y que los teólogos, si bien los admiten, contraen su explicación
a la desmedrada y absurda alternativa del milagro o el diablo.
Dice Butlerof a este propósito:
No es de nuestra incumbencia que los fenómenos
espiritistas sean o no verdaderos ni de índole idéntica a los que en otro
tiempo se atribuyeron a los sacerdotes egipcios y a los augures romanos, y que
hoy operan los hechiceros samanos de Siberia. Lo cierto es que todo fenómeno
natural cae bajo el dominio de la ciencia, que con su examen se enriquece en
vez de empobrecerse. Si la humanidad aceptó en algún tiempo una verdad para
después negarla obcecadamente, no es retroceso sino progreso el volver a
reconocerla y aceptarla.
DICTERIOS
PONTIFICIOS
El reverendo Gladstone se tomó el trabajo de enmanojar las “flores retóricas” diseminadas en las alocuciones del vicario de Aquél que dijo: “Quien te llamare loco estará en peligro de caer en el fuego del infierno”. Veamos algunas de ellas. Los adversarios del Papado son “lobos, fariseos, ladrones, embusteros, hipócritas, engendros hidrópicos de Satanás, hijos de perdición y del pecado, sicarios del demonio, monstruos del averno, demonios en carne y hueso, cadáveres pestilentes, abortos del infierno, traidores, Judas endemoniados, etc.".
Puesto que Su Santidad el papa dispone de tan rico arsenal de dicterios, no es extraño que el obispo de Tolosa se desate sin escrúpulo en falsedades contra protestantes y espiritistas en las pastorales dirigidas a sus diocesanos, según vemos en este pasaje:
Nada más propio de una época de incredulidad que la falsa revelación suplante a la verdadera, y que los detractores de las enseñanzas de la Iglesia se entreguen a la práctica de la adivinación y al estudio de las ciencias ocultas... El espiritismo ha motivado en los Estados Unidos la sexta parte de casos de suicidio y locura..., pues no es posible que de los mentirosos demonios salga palabra de verdad ni que enseñen ciencia de provecho, porque toda palabra de Satán es estéril como el mismo Satán.
Está prohibida la
lectura de todo escrito en defensa del espiritismo y quien frecuenta los
círculos espiritistas con intención de aceptar semejantes doctrinas apostata de
la santa Iglesia e incurre en excomunión... Las enseñanzas de los espíritus no
prevalecerán contra la cátedra de San Pedro, que expone las verdades reveladas
por el mismo Dios.
Sin embargo, las muchas falsas enseñanzas que la Iglesia romana atribuye a palabra de Dios invalidan esta última aserción de la extractada pastoral. El famoso teólogo católico Tillemont asegura que “los paganos ilustres de la antigüedad están en el infierno, porque vivieron antes de la venida de Cristo y no pudo alcanzarles el beneficio de la redención”. También afirma dicho autor que la misma Virgen María corroboró esta verdad en una carta dirigida de su propia letra y firma a un santo. ¿Habremos de considerar también esto como enseñanza revelada por el mismo Dios?
Igualmente sugestiva es la descripción topográfica que del infierno y purgatorio explana, favorecido por visión divina, el cardenal Belarmino, de quien dice un crítico que “parece un experto agrimensor al deslindar los ocultos senderos y formidables estancias del “insondable abismo”.
En una de sus obras, se aventuró San Justino mártir a opinar que Sócrates no podía estar en el infierno; pero un benedictino comentador suyo le vitupera severamente por su excesiva benevolencia.
En la primera parte de esta obra procuramos demostrar con ejemplos históricos que los científicos, según decía de ellos el profesor Morgan, “se han puesto las vestiduras de que despojaron a los sacerdotes, pero tiñéndolas antes de otro color”. Análogamente, el clero cristiano se ha revestido con el ropaje de que despojó al sacerdocio pagano, y aunque su conducta es diametralmente opuesta a la ley de Dios, se ha erigido en tribunal competente para juzgar al mundo entero.
EL CULTO DE
LA VIRGEN
El “Varón de las tristezas” perdonó
desde la cruz a sus verdugos y enseñó a sus discípulos el amor al enemigo; pero
los sucesores de San Pedro, que se arrogan en la tierra la representación del
dulce Jesús, maldicen sin reparo a cuantos se resisten a sus despóticos
caprichos. Además, desde hace mucho tiempo han pospuesto el Hijo a la Madre
porque, según enseñanzas también reveladas por “el mismo Dios”, es la única
mediadora entre cielo y tierra.
Bien pudiéramos afirmar que con el
último apóstol de Jesús murió el último cristiano verdadero. Pregunta a este punto Max Müller:
¿Cómo podrá un misionero desvanecer las dudas de sus catecúmenos a no ser que les represente el verdadero espíritu del cristianismo y les diga que, como las demás religiones, también tiene su historia, y que el del siglo XIX no es el de la Edad Media, y que el de la Edad Media no fue el de los primeros concilios, y que el de los concilios no fue tampoco el de los apóstoles, y que únicamente lo que Cristo dijo estuvo bien dicho?.
De esto cabe inferir que entre el
cristianismo moderno y el paganismo antiguo no hay otra característica
diferencial que la creencia en el diablo y en el infierno, imbuidas por el
dogma cristiano.
Y añade Müller:
Las naciones arias no tienen diablo. Plutón, aunque de
carácter sombrío, era personaje muy respetable, y el escandinavo Loki no era
divinidad infernal, a pesar de su maligno temperamento. La diosa teutona Hell,
como su equivalente Proserpina, vieron mejores días. Así es que cuando a los
germanos se les hablaba del semítico Seth, Satán o el diablo, no les infundía
temor ninguno.
EL
INFIERNO CRISTIANO
Lo
mismo cabe decir del infierno. El hades
pagano era un lugar completamente distinto del infierno cristiano, pues lo
consideraban los antiguos como un estado intermedio de purificación.
El hela o hel tampoco era entre los escandinavos un lugar de eterno castigo.
El hela o hel tampoco era entre los escandinavos un lugar de eterno castigo.
Tampoco pueden equipararse con el infierno cristiano el amenti egipcio, que era lugar de juicio y purificación, ni el onderâh o abismo de tinieblas de los indos, porque a los rebeldes ángeles sumidos en él por Siva les ofrece Parabrahma la posibilidad de redimirse por el arrepentimiento y la purificación.
El gehenna a que repetidas veces alude el Nuevo Testamento era un paraje extramuros de Jerusalén, al que Jesús se refería valiéndose de una metáfora muy corriente entre los judíos de aquella época. ¿Cuál es, pues, el origen del terrorífico dogma del infierno, de esa arquímeda palanca de la teología cristiana que durante diecinueve siglos ha esclavizado el ánimo de millones de millones de cristianos? Seguramente no deriva de las Escrituras hebreas, como podría corroborar cualquier hebraísta idóneo. Conocen tan bien los teólogos las condiciones y circunstancias del infierno, que han clasificado las penas allí sufridas en dos clases: pena de daño o privación de la beatífica vista de Dios y pena de sentido o tormento eterno en un hirviente lago de azufre.
Tal vez aduzcan los teólogos en pro
de este dogma aquel pasaje de San Juan que dice:
Y el diablo que les engañó fue precipitado en un lago
de fuego y azufre, en donde la bestia y el falso profeta son y serán
atormentados por los siglos de los siglos.
Pero aun prescindiendo de que el diablo o demonio tentador simboliza esotéricamente nuestro propio cuerpo físico, que después de la muerte se desintegrará en los elementos ígneos o etéreos (23), tenemos que en lengua hebrea no hay palabra de significado equivalente a eternidad en el sentido de por los siglos de los siglos que le dan los teólogos, pues la voz ... (ulam), según afirma Le Clerc, expresa tan sólo un período de tiempo sin principio ni fin conocidos. El arzobispo Tillotson confiesa por una parte que la palabra ulam no significa duración infinita, y que la frase por siempre jamás del Antiguo Testamento indica tan sólo un larguísimo período; pero por otra parte ha adulterado su verdadero sentido con respecto a la idea de los tormentos eternos, pues, en su opinión, si bien cuando decimos que Sodoma y Gomorra ardieron en fuego eterno, se sobreentiende que este fuego no se extinguió hasta consumir ambas ciudades, cuando nos referimos al fuego del infierno, tiene la palabra “eterno” el significado de perdurable, pues la pena del malvado ha de durar lo que dure el gozo del justo. Así lo ha dispuesto el sabio teólogo.
El reverendo Surnden comenta las teorías de sus predecesores y aduce argumentos, según él irrefutables, en demostración de que el infierno está situado en el sol. Esto nos lleva a sospechar que el reverendo Surnden habrá leído el Apocalipsis en la cama y le ocasionaría una pesadilla que distrajo de su mente la pitagórica y cabalística alegoría que entraña el siguiente pasaje:
Y el cuarto ángel derramó su redoma sobre el sol y le
fue dado afligir a los hombres con ardor de fuego. Y los hombres estaban
enardecidos por el gran calor y blasfemaban del nombre de Dios (26).
La idea no es original del apóstol
San Juan ni del reverendo Surnden, pues ya Pitágoras situaba la “esfera de
purificación” en el sol, centro del universo. Esta alegoría tiene doble
significado. Por una parte, el sol físico simboliza la Divinidad suprema o
céntrico sol espiritual; y en consecuencia, al llegar a esta región quedan las
almas purificadas de sus culpas y se unen para siempre con el espíritu después
de los sufrimientos pasados a través de las esferas inferiores. Por otra parte,
al fijar Pitágoras la situación del sol visible en el centro del universo,
insinuaba la enseñanza del sistema heliocéntrico, que era privativa de los
Misterios y sólo se comunicaba en el grado superior de iniciación. El apóstol
San Juan tiene del Verbo un concepto puramente cabalístico, que sólo
comprendieron los Padres de la Iglesia versados en las doctrinas neoplatónicas.
Orígenes lo comprendió perfectamente por haber sido discípulo de Ammonio
Saccas, y así niega en absoluto la eternidad de los tormentos del infierno,
diciendo que no sólo los pecadores, sino también los diablos (28) alcanzarán
remisión después de un castigo más o menos largo.
HIPOTÉTICA
SITUACIÓN DEL INFIERNO
Muchas y muy ingeniosas hipótesis se
han expuesto sobre la situación del infierno, pero la más conocida es la que lo
coloca en el centro de la tierra. Sin embargo, la intromisión de los
científicos en este punto suscitó algunas dudas que turbaron la plácida fe en
tan consoladora creencia, pues, como advierte Swinden, contra ella se oponen
tres principales razones, conviene a saber:
1.ª Que no es posible que en el centro de la tierra haya suficiente combustible para mantener un fuego siempre vivo.
2.ª Que se necesitaría abundancia de oxígeno para alimentar la combustión.
3.ª Que puesto la tierra ha de tener fin como astro, no puede ser eterno el fuego que ha de consumirla.
Pero tal vez Swinden ha olvidado en su escepticismo, que hace siglos resolvió San Agustín esta dificultad diciendo que, no obstante las apariencias en contra, el infierno está situado en el centro de la tierra, pues Dios provee milagrosamente el aire necesario para mantener el fuego siempre vivo.
Los cristianos fueron los primeros
en dar carácter de dogma religioso a la creencia en el diablo, y desde entonces
se ha visto precisada la Iglesia a luchar contra la misteriosa fuerza que, por
conveniencia propia, achacaba al diablo. Pero las manifestaciones de esta
fuerza propenden a quebrantar la creencia en el diablo, gracias a la
incompatibilidad entre los efectos y la supuesta causa, porque si el clero no
ha podido medir debidamente el verdadero poder del diablo, forzoso es confesar
que este archienemigo de Dios encubre muy hábilmente su carácter de príncipe de
las tinieblas, cuya perpetua ocupación es poner asechanzas a los hombres.
No obstante, lo que más teme el clero es verse precisado a soltar la argolla con que viene agarrotando a la humanidad. No consiente que por el fruto se conozca el árbol, porque habría de someterse a enojosos dilemas, ni tampoco quiere confesar, como confiesan las mentes libres de prejuicios, que los fenómenos psíquicos han convertido y mejorado a más de un escéptico empedernido. Pero, según el mismo clero reconoce, ¿de qué serviría el Papa si no existiera el diablo?
Sin duda, por esto envía Roma a sus más hábiles plumas y lenguas en socorro de los que están en peligro de hundirse en el “insondable abismo”, aunque nadie declara explícitamente el mandato.
LOS
BIÓGRAFOS DE SATANÁS
Sin percatarse de que trabajaba a
favor de sus enemigos, los espiritualistas y espiritistas, permitió la Iglesia
unos veinte años atrás que Des Mousseaux y De Mirville hiciesen la biografía
del diablo, confesando tácitamente con ello su colaboración en la tarea.
Sin embargo, los espiritistas franceses han de quedar eternamente agradecidos
por una parte a estos dos escritores católicos que, tomando por prueba los fenómenos
psíquicos, tratan de demostrar la existencia del diablo, y por otra parte al ex
ministro de Luis Felipe, el conde de Gasparin, que basado en las mismas pruebas
se propone evidenciar lo contrario. Con ello tendremos demostrada por unos y
otros, sin lugar a duda, la existencia de un invisible universo espiritual
poblado también de invisibles entidades. De los documentos históricos
escudriñados en las bibliotecas, destiló la quinta esencia de las pruebas
incontrovertibles. Desde Homero hasta nuestros días, todas las épocas han
brindado selectos materiales de investigación a estos infatigables escritores
que, al afirmar la autenticidad de los prodigios operados por Satán
inmediatamente antes de la era cristiana y durante la Edad Media, dieron sólida
base al estudio de los fenómenos psíquicos en los tiempos modernos.
A pesar de su apasionado e irreductible entusiasmo, representa Des Mousseaux el papel de demonio tentador o “serpiente del Génesis”, como gusta de llamar al diablo, pues en su afán de achacar al espíritu maligno toda manifestación psíquica, concluye por demostrar que el espiritismo y la magia no son nuevos en el mundo, sino antiquísimos gemelos, cuya cuna mecieron los primitivos tiempos de India, Caldea, Babilonia, Egipto, Persia y Grecia. Demuestra Des Mousseaux la existencia de los espíritus angélicos y diabólicos con tan auténticas e irrefutables pruebas históricas, que muy pocas podrán añadir los autores que le sucedan. Seguramente que Des Mousseaux y De Mirville tuvieron a su libre disposición los inagotables recursos literarios de la biblioteca del Vaticano y otras no menos nutridas, donde se conservan centenares de valiosísimos tratados de ciencias ocultas, que tan sólo pueden consultar los privilegiados concurrentes a la biblioteca del Vaticano. De todos modos, las leyes de la Naturaleza lo mismo rigen para el hechicero pagano que para el taumaturgo católico, quienes, sin la menor intervención de Dios ni del diablo pueden operar los llamados “milagros”.
Apenas empezaron los fenómenos psíquicos a llamar la atención de Europa, cuando el clero clamó diciendo que el eterno enemigo reaparecía en ellos con nombre distinto. Al propio tiempo, se oía hablar también de milagros o fenómenos “divinos” en oposición a los diabólicos. Al principio, los milagros fueron obra de individuos de condición humilde, que a su decir los efectuaban por obra de la Virgen María, de los santos o de los ángeles. En cambio, también hubo quienes, según el clero, quedaron obsesos y poseídos del demonio, con quien, por lo visto, ha de compartir Dios la fama de su poder. Pero al advertir que, no obstante todas estas precauciones, iban en aumento los fenómenos psíquicos con amenaza de quebrantar los tan cuidadosamente forjados dogmas teológicos, quedaron las gentes sobrecogidas de asombro.
MILAGROS
APÓCRIFOS
Por extraño que parezca, repetidas
veces han preguntado los observadores: “¿Por qué, desde la Reforma acá, no ha
ocurrido ni un solo milagro en los países protestantes?”. Tal vez respondan los
clericales que Dios ha dejado de su mano a los herejes; pero ¿por qué tampoco
ocurren milagros en Rusia que no es hereje, sino tan sólo cismática?. ¿No
es lógico suponer que si en Rusia es posible prohibir los milagros por decreto
imperial y jamás ocurren en otros países, han de atribuirse los fenómenos
taumatúrgicos a causas naturales y en modo alguno a Dios ni al diablo? A
nuestro entender, todo el secreto de la respuesta se reduce a que el clero ruso
sabe muy bien cuán fácilmente quebrantarían los milagros apócrifos la sincera
piedad y robusta fe del campesino ruso, en cuyo ánimo cualquier desengaño
despertaría primero la desconfianza y después la duda y el ateísmo. Además, ni
el clima del país ni el carácter de las gentes, positivo y sano, son
propicios a la operación de fenómenos fraudulentos. En cuanto al clero de las
otras naciones no católicas, como Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos, no
puede disponer de las obras secretamente conservadas en la biblioteca del
Vaticano, y por este motivo nada saben de la magia de Alberto el Magno.
Por lo referente a la infinidad de médiums y sensitivos que hay en la América del Norte, cabe atribuirla a la influencia del clima y a la idiosincrasia de la población. Desde la época de las brujerías de Salem, cuando los inmigrantes conservaban pura su sangre, hace dos siglos, hasta el año 1840, apenas se oyó hablar de “espíritus” ni de “médiums” en los Estados Unidos. Los primeros fenómenos se observaron en individuos de la secta llamada de los temblones, cuyo entusiasmo religioso, género de vida, pureza de alma y castidad de cuerpo favorecían la operación de fenómenos psíquico-físicos. Desde 1692, millones de inmigrantes de diversas razas, países, temperamento y costumbres, han invadido la América del Norte y determinado por el cruce la alteración del primitivo tipo étnico.
Permítasenos aducir otro argumento en pro de nuestra opinión. ¿En qué países abundaron más y causaron mayor asombro los milagros? Sin duda, que en la católica España y en la Italia pontificia. ¿Y qué otra nación, aparte de estas dos, tuvo mejores coyunturas de iniciarse en las letras antiguas? Famosas fueron las bibliotecas españolas y de gran celebridad gozaron los árabes por sus profundos conocimientos en alquimia y otras ciencias. Por su parte, el Vaticano archiva incalculable número de manuscritos antiguos que, durante cerca de mil quinientos años, fueron acopiando los pontífices por confiscación de los bienes de las víctimas sentenciadas.
LA MAGIA CLERICAL
Los anales de la magia señalan en
las misteriosas soledades del claustro los más hábiles hechiceros, como Alberto
el Magno, obispo de Ratisbona, insuperable en este arte, y su discípulo Tomás
de Aquino, el franciscano Rogerio Bacon y el benedictino Trithemio, abad del
monasterio de Spenheim y maestro, amigo y confidente de Cornelio Agrippa.
Durante la época en que por toda Alemania florecieron las mancomunadas
hermandades de teósofos, con el fin de adquirir conocimientos esotéricos,
bastaba captarse el favor de ciertos monjes para adelantar en las más
importantes ciencias ocultas.
Todo esto nos lo dice la historia y no puede negarse fácilmente. Hasta la época de la Reforma practicó el clero sin mucho rebozo las diversas modalidades de la magia, y aun también fue cabalista y ocultista el famoso Juan Reuchlin. Tanto el clero regular como el secular practicaron extensamente el sortilegio de que ahora abominan.
Refiere Gregorio de Tours que para practicar los sortilegios ponía el sacerdote la Biblia sobre el altar, y suplicaba al Señor que se dignase descubrir su voluntad y revelar lo futuro por medio de un versículo del texto. Gilberto de Nogent, autor del siglo XII, dice que en su época era costumbre recurrir al sortilegio de sortes sanctorum en la consagración de los obispos para conocer el porvenir del consagrado. En cambio, según otros escritores, el concilio de Agda, celebrado el año 506, condenó el sortilegio de sortes sanctorum, con lo que vemos quebrantado el infalible magisterio de la Iglesia; pues no se sabe si erró al prohibir una práctica ejercida nada menos que por San Agustín, o si el error estuvo en practicar públicamente el sortilegio en la consagración de los obispos, a no ser que en ambos casos, a pesar de lo contradictorio, recibiera el Vaticano la inspiración directa de Dios.
En prueba de que Gregorio de Topurs practicó el sortilegio, entresacamos el siguiente pasaje de su Vida:
Noticioso de que Lendasto, conde de Tours, empeñado en
indisponerme con la reina Fredegunda, venía a la ciudad con malas intenciones
respecto de mi persona, me encerré en mi oratorio con el ánimo inquieto, y al
abrir los Salmos tropezó mi vista con
el versículo del LXXVII, que dice: “El Señor hizo que marcharan confiados,
mientras el mar se tragaba a sus enemigos”. De acuerdo con el espíritu del
texto, nada resolvió contra mí el conde al entrar en la ciudad, de la que salió
el mismo día para un puerto de embarque. La nave en que iba naufragó durante
una tempestad; pero el conde salvó la vida a nado.
Confiesa el santo obispo en este pasaje haber practicado algún tanto la hechicería, y como todo hipnotizador sabe cuán poderosa es la voluntad concentrada en determinado propósito, el versículo del Salmo le sugirió el deseo de que su enemigo muriese ahogado. Poseído de este deseo, lo enfocó, acaso inconscientemente, sobre la persona del conde que a duras penas salvó la vida. Si, como por error creía el santo, hubiese sido voluntad de Dios el percance, de seguro que se ahogara el conde; pues un sencillo baño no podía modificar su animosidad contra San Gregorio si tan malévola fuese.
A mayor abundamiento, vemos que el
concilio de Varres prohibe a todos los eclesiásticos, bajo pena de excomunión,
las suertes adivinatorias por medio de libros o escritos de cualquier índole.
La misma prohibición decretaron los concilios de Agda, Orleáns,
Auxerre y por último el de Aenham (1110), que anatematizaba a los brujos,
hechiceros y adivinos que ocasionaban la muerte por medio de operaciones
mágicas y vaticinaban el porvenir sobre pasajes de la Escritura señalados a la
suerte. Además, el clero de la diócesis de Orleáns elevó al pontífice Alejandro
III una queja contra su obispo Garlande, que terminaba como sigue:
Que vuestras apostólicas manos tengan fuerza para
poner de manifiesto la iniquidad de este hombre, de modo que le alcance la
desgracia pronosticada el día de su consagración, cuando al abrir las
Escrituras, según costumbre, salió
por suerte aquel pasaje que dice: ...y
despojándose el joven de sus vestiduras de lino se les escapó desnudo.
MILAGROS LAICOS
¿Por
qué, pues, achicharraba la Iglesia a los seglares que ejercían el sortilegio y
canonizaba a los eclesiásticos con igual ejercicio? Sencillamente, porque todo
fenómeno psíquico, sea cual sea su método operante, rebate por una parte la
afirmación católica de que únicamente los santos pueden obrar milagros en
nombre de Dios y por mediación de los ángeles; y por otra parte, la aserción
protestante de que desde los tiempos apostólicos no han vuelto a operarse
milagros. Pero tanto si son como si no son de la misma naturaleza, los modernos
fenómenos psíquicos denotan íntimo parentesco con los milagros bíblicos, hasta
el punto de que los hipnotizadores y saludadores de nuestra época emulan
francamente a los apóstoles del cristianismo. El zuavo Jacob ha sobrepujado al
profeta Elías en la resurrección de personas difuntas en apariencia, y el
sonámbulo Alexis demostraba incomparablemente mayor lucidez que los
apóstoles, profetas y sibilas de la antigüedad. Desde la quema del último
brujo, la grandiosa revolución francesa, cuidadosamente preparada por los
agentes de la liga de sociedades secretas, sembró el terror en el seno de la
clerecía europea, y cual devastador huracán arrastró en su empuje a la católica
aristocracia romana, el más valioso aliado de la Iglesia, dejando firmemente
establecida la individual libertad de opiniones contra la derrocada tiranía
eclesiástica, y abriendo desembarazado paso a Napoléon el Magno, que dio el
golpe de gracia a la Inquisición, aquel vasto matadero en que la Iglesia cristiana degollaba en nombre
del Cordero a cuantas ovejas le parecían antojadizamente sarnosas. Desde
entonces, quedó la Iglesia abandonada a su responsabilidad y sus recursos.
Mientras los fenómenos aparecieron
esporádicamente, se sintió la Iglesia con fuerzas bastantes para reprimir las
consecuencias. La supersticiosa creencia en el diablo estaba por entonces tan
arraigada como siempre, y la ciencia no se había atrevido aún a medir
públicamente sus fuerzas con la teología, que, entretanto, iba ganando terreno
de un modo lento y seguro, hasta que, de repente, se manifestó con inopinada
violencia. De su mística reclusión empezaron a salir los “milagros” a plena luz
diurna, en donde la profana mano de la ciencia, sostenida por las leyes
naturales, se disponía a arrancarles su clerical antifaz. Por algún tiempo se
mantuvo la Iglesia todavía en sus posiciones, y con el potente auxilio del
terror supersticioso logró detener los progresos del invasor; pero cuando más
tarde reprodujeron hipnotizadores y sonámbulos el fenómeno psicofísico del
éxtasis, hasta entonces atribuido exclusivamente a los santos; cuando las mesas
giratorias exaltaron la curiosidad del mundo entero y la psicolgrafía, tenida
por espiritual, se convirtió de aliciente de curiosidad en misticismo
religioso; cuando el eco de los golpes de Rochester repercutió a través de los
mares por todos los ámbitos del mundo; entonces, y sólo entonces despertó la
Iglesia latina al advertir la cercanía del peligro. Se derramó la voz de
prodigios ocurridos en los círculos espiritistas y en los salones de los
hipnotizadores.
Sanaban los enfermos, veían los ciegos, andaban los lisiados y
oían los sordos. En América J. R. Newton y en Francia el barón Du Potet curaban
a las gentes sin haber recurso a la intervención divina. El gran descubrimiento
de Mesmer reveló a los solícitos investigadores el mecanismo de la naturaleza y
dominó como por mágico poder la materia inorgánica y orgánica.
Pero no fue esto lo peor, porque una adversidad más calamitosa todavía cayó sobre la Iglesia con la evocación de multitud de espíritus, tanto del mundo superior como del inferior, cuyas comunicaciones y procedimientos desmentían las más intencionadas y lucrativas enseñanas de la Iglesia. Estos espíritus se manifestaban como las desencarnadas personalidades de parientes, amigos y conocidos de los concurrentes a las sesiones, desvaneciendo de esta suerte la existencia objetiva del diablo, con hondo quebranto de los cimientos de la cátedra de San Pedro.
LA SILLA DE
SAN PEDRO
Ninguna entidad
psíquica, a no ser los llamados espíritus burlones, se manifestarán en relación
con Satanás ni concederán a este mito ni un palmo de soberanía. El clero siente
quebrantado de día en día su prestigio y ve que las gentes rasgan la venda que
durante tantos siglos les cegara. La fortuna se ha pasado al bando enemigo en
el conflicto entre la teología y la ciencia. Pero si la ciencia ha contribuido
inadvertidamente a la comprensión de los fenómenos psíquicos, estos, por su parte,
han favorecido los progresos de la ciencia, pues hasta que la renovada
filosofía reclamó su lugar en el mundo, muy pocos científicos acometieron el
difícil estudio de la teología comparada, en cuyos dominios han penetrado
escasos exploradores por la necesidad de conocer para ello muy a fondo las
lenguas muertas. Además, no se sentía imperiosamente la utilidad de este
estudio, porque no era posible por entonces substituir la ortodoxia cristiana
con más satisfactorias doctrinas; pues, según demuestra innegablemente la
psicología, la generalidad de las gentes no pueden vivir sin religión formal,
sea la que fuere, como no puede vivir el pez fuera del agua. Pero la verdad,
con voz más poderosa que el trueno, habla al hombre de nuestro siglo como habló
al del siglo XIX antes de Cristo. Entre la vida futura y la nada después de la
muerte, no vacila la humanidad en la elección. Quienes, movidos de su amor al
progreso humano, quisieran expurgar la fe de toda maleza supersticiosa y
dogmática, han de repetir aquellas palabras de Josué:
Pero
si os parece malo servir al Señor, se os da a escoger. Elegid hoy lo que os
agrada, a quien principalmente debáis servir: si a los dioses a quienes
sirvieron vuestros padres en la Mesopotamia, o a los dioses de los amorreos en
cuya tierra habitáis; que yo y mi casa serviremos al señor.
El
orientalista Max Müller escribía en 1860:
LIBROS
ANTIGUOS
La ciencia de la
religión apenas está en su infancia... Durante los últimos cincuenta años se
han descubierto, de extraordinaria y casi
milagrosa manera, documentos auténticos de las principales religiones del
mundo. Tenemos ya los libros canónicos del budismo, el Zend-Avesta de
Zoroastro y los himnos del Rig-veda, que han revelado la existencia de
religiones anteriores a la mitología que en Homero y Hesíodo aparece como
desmoronada ruina.
En
su vehemente deseo de dilatar los dominios de la fe ciega, los primeros
teólogos cristianos ocultaron tanto como les fue posible las fuentes de su
ciencia, y al efecto se dice que entregaron a las llamas cuantos tratados de
cábala, magia y ocultismo hallaban a mano, creyendo equivocadamente que con los
últimos gnósticos habían desaparecido los manuscritos más peligrosos de esta
índole; pero algún día se echará de ver el error, y de “extraordinaria y casi
milagrosa manera” aparecerán otros importantes documentos auténticos.
Los monjes de algunos puntos de Oriente, como por ejemplo los del monte Athos y del desierto de Nitria, así como los rabinos que en Palestina se pasan la vida comentando el Talmud, conservan una curiosa tradición, según la cual de los tres incendios de la biblioteca de Alejandría (el de Julio César, el de las turbas cristianas y el del general árabe Omar) se salvaron muchísimo volúmenes, como puede inferirse del siguiente relato:
En el año 51 antes de J. C., cuando se disputaban el
trono la princesa Cleopatra y su hermano Dionisio Ptolomeo, estalló
fortuitamente en la biblioteca de Alejandría un incendio que consumió unos
cuantos volúmenes, por lo que fue preciso hacer algunas reparaciones en el
edificio (Bruckión), que a la sazón
contenía unos 700.000 volúmenes, encuadernados en madera o pergamino a prueba de fuego. Con motivo de las
reparaciones, fueron trasladados a casa de un empleado de la biblioteca los más
valiosos manuscritos de ejemplar único
que afortunadamente se libraron de las llamas. Cuando después de la batalla de
Farsalia, quiso César deponer del trono de Egipto a Ptolomeo y colocar en él a
Cleopatra, hubo de sitiar a Alejandría y durante el sitio mandó incendiar la
flota egipcia fondeada en el puerto. El incendio se propagó a los edificios
vecinos al muelle, y de allí a la parte de la ciudad donde estaba la famosa
biblioteca. Pero como el fuego tardó algunas horas en prender en este edificio,
pudieron entretanto los bibliotecarios, con ayuda de centenares de esclavos,
poner en lugar seguro los más valiosos volúmenes. Además se salvaron de las
llamas muchos manuscritos encuadernados en pergamino incombustible, al paso que
se quemaron casi todos los encuadernados en madera. Un erudito oficinista de la
biblioteca, llamado Theodas, dejó escritos en griego, latín y caldeo-siriaco
todos los pormenores del suceso. Se dice que todavía se conserva en un
monasterio griego una copia de este manuscrito, según pudo comprobar por sí
misma la persona que nos refirió esta tradición, quien asegura, además, que
cuando se cumpla cierta profecía, otros muchos podrán ver dicha copia y
enterarse por ella de en dónde hallar importantísimos documentos de la
antigüedad, que la mayor parte se conservan en Tartaria e India.
Un monje del referido monasterio griego nos enseñó una copia del manuscrito, que apenas entendimos por no estar muy fuertes en lenguas muertas; pero el monje nos lo tradujo con tal fidelidad que recordamos perfectamente el siguiente pasaje: “Cuando la reina del sol (Cleopatra) regresó a la casi destruida ciudad donde el fuego había devorado la gloria del mundo y vio los montones de volúmenes de carbonizado foliaje e intacta encuadernación, lloró de rabiosa furia y maldijo la mezquindad de sus antepasados, que escatimaron en el texto de los manuscritos el pergamino que tan sólo emplearon en las encuadernaciones”. Más adelante se burla delicadamente de la reina porque cree que se han quemado casi todos los volúmenes de la biblioteca, siendo así que cientos y aun miles de los más valiosos estaban seguros en casa de los empleados, bibliotecarios, estudiantes y filósofos.
Muchos
y muy ilustrados coptos que residen en el Asia Menor, Egipto y Palestina están
seguros de que tampoco se han perdido los volúmenes de otras bibliotecas
posteriores a la famosa de Alejandría, y dicen sobre ello que se salvaron todos
los de la de Atalo III de Pérgamo, regalada por Antonio a Cleopatra. Afirman
también que cuando en el siglo IV empezaron los cristianos a preponderar en
Alejandría, y Anatolio, obispo de Laodicea, se desató en invectivas contra la
religión del país, los filósofos paganos y los teurgos expertos tomaron
exquisitas precauciones para conservar el depósito de la sabiduría sagrada. El
famoso teurgo y filósfo Antonino acusó al obispo Teófilo (hombre de villana y
miserable reputarción) de sobornar a los esclavos del Serapión para que
substrajeran volúmenes que él vendía después muy caros a los forasteros. La historia
nos enseña que en el año 389 este obispo Teófilo prevaleció contra los
filósofos paganos, y que su no menos indigno sucesor Cirilo mandó asesinar a
Hypatia.
Aunque el historiador Suidas da algunos pormenores acerca de Antonino (a quien llama Antonio) y de su elocuente amigo Olimpio, el defensor del serapión, es muy deficiente la historia en lo tocante a los poquísimos libros que de siglo en siglo han llegado hasta el nuestro, ni tampoco se muestra explícita por lo que se refiere a lo acaecido durante los cinco primeros siglos del cristianismo, según relatan numerosas tradiciones populares de Oriente, que, no obstante su aparente inverosimilitud, descubren mucho y buen grano entre la paja del relato. No es extraño que los naturales repugnen comunicar estas tradiciones, pues fácilmente se revuelven contra ellos los viajeros, tanto escépticos como fanáticos.
LAS
GALERÍAS DE ISHMONIA
Cuando algún arqueólogo que supo
captarse la confianza de los indígenas adquirió documentos de inestimable
valor, atribuyeron los comentadores el caso a pura “coincidencia”. Sin embargo,
es tradición muy generalizada que en las cercanías de Ishmonia (la ciudad
petrificada) hay vastas galerías subterráneas donde se conservan infinidad de
manuscritos antiguos. Ni por todo el oro del mundo se acercaría un árabe a
aquel paraje, pues dicen que de las grietas y hendeduras de aquellas desoladas
ruinas sepultadas entre la arena del desierto, se ven salir por la noche luces
que de un lado a otro llevan manos no humanas. Creen los árabes que los afrites
ocupados en el estudio de la literatura antediluviana, y los dijinos que en los
antiquísimos manuscritos aprenden la lección del porvenir.
A imitación de los fanáticos
adoradores de la Virgen en el siglo IV, los modernos clericales, en su afán de
perseguir el liberalismo y cuantas llaman herejías, encerrarían a todos los
herejes con sus libros en algún moderno Serapión para quemarlos vivos.
Este odio es muy natural desde que
las investigaciones científicas han revelado muchos secretos. Hace algunos años
dijo ya el obispo Newton:
La adoración de los ángeles y santos es actualmente en
todos conceptos de igual índole que la adoración de los demonios en tiempos
primitivos. El nombre difiere, pero la cosa es exactamente la misma, con los
mismos templos y las mismas imágenes que en otro tiempo fueron de Júpiter y
demás demonios y son de la Virgen y los santos. El paganismo se metamorfoseó en
papismo.
A
fuer de imparciales, hemos de añadir a esto que las sectas protestantes han
conservado también buena parte de ritos y ceremonias paganas.
El apostólico nombre de Pedro deriva de los Misterios, cuyo
hierofante llevaba el título caldeo de Peter
(...), que significa intérprete. Jesús dijo:
Sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra
ella.
Con la palabra piedra o petra significaba metafóricamente los
Misterios cristianos, cuyos oponentes eran los dioses del mundo inferior
adorados en los misterios de Isis, Adonis, Atys, Sabazio, Dionisio y Eleusis.
El apóstol Pedro no estuvo nunca en Roma; pero los papas cristianos tomaron el
cetro del pontifex maximus, las
llaves de Jano y Kubelé y la tiara de la Magna
Mater (56), convirtiéndose de esta suerte en sucesores del sumo sacerdote
pagano llamado Petroma o sea Pedro Roma.
Enemigos más poderosos de la Iglesia
romana que los “infieles” y “herejes” son la mitología y filología comparadas. El cúmulo de pruebas ha ido aumentando recientemente de tal modo que no
da ocasión a nuevas controversias. El juicio de los críticos es demasiado
concluyente para dudar de que la India es la cuna no sólo de la civilización,
del arte y de la ciencia, sino también de las principales religiones de la
antigüedad, incluso el judaísmo y, por consiguiente, el cristianismo. Herder
afirma que la India es la casa solariega del género humano y que Moisés fue un
hábil y relativamente moderno compilador de las tradiciones brahmánicas. Dice a
este propósito:
El sagrado Ganges que baña la India es para Asia entera
el río paradisíaco. También allí fluye el bíblico Gihon, que no es ni más ni
menos que el Indo. Los árabes le llaman así en nuestros días; y los nombres de
las comarcas regadas por sus aguas se conservan todavía entre los indos.
LAS
LLAVES DE SAN PEDRO
Jacolliot tradujo los antiguos
manuscritos de hojas de palmera que por fortuna le permitieron examinar los
brahmanes de las pagodas; y una de dichas traducciones nos revela el indudable origen de las llaves de San Pedro
y su simbólica adopción por los romanos pontífices. Apoyado en la autoridad del
Agruchada Parikshai (Libro de los
Pitris) demuestra Jacolliot que siglos antes de nuestra era los iniciados del
templo elegían un Consejo Supremo presidido por el brahmâtma, cuya dignidad
recaía tan sólo en los brahmanes mayores de ochenta años y estaba
encargado de custodiar la mística fórmula:
A
U M
en que se cifraba
toda la ciencia y significaba
CREACIÓN
CONSERVACIÓN TRANSFORMACIÓN
Únicamente el brahmâtma podía
revelar esta fórmula a los iniciados del tercero y superior grado, y si alguno
de estos comunicaba a un profano el más insignificante secreto era condenado a
muerte junto con quien había recibido la revelación.
Por último dice Jacolliot:
Coronaba tan hábil sistema una palabra todavía
superior al misterioso monosílabo AUM, y quien poseía su clave llegaba casi a
igualarse con el mismo Brahma. Pero esta clave sólo la conocía el brahmâtma,
quien al morir la legaba en una caja sellada a su sucesor.
Esta desconocida
palabra, cuya revelación ningún poder humano fuera capaz de arrancar ni aun hoy
día en que, a pesar de que la autoridad brahmánica padece bajo la dominación
inglesa, cada pagoda tiene su brahmâtma, estaba grabada en un triángulo de
oro y se conservaba en el sagrario del templo de Asgartha, cuyo brahmâtma tenía
las llaves. Por esta razón este brahmâtma llevaba en la tiara dos llaves
entrecruzadas, que de rodillas sostenían dos brahmanes, como símbolo del
precioso depósito confiado a su custodia... Triángulo y palabra aparecían
reproducidos en la piedra del anillo que el brahmâtma llevaba en insignia de su
autoridad, y también estaban grabados en un sol de oro puesto sobre el altar
donde todas las mañanas ofrecía el brahmâtma el sarvameda o sacrificio en honor de las fuerzas de la naturaleza.
Este pasaje es bastante claro para que los tratadistas católicos se atrevan todavía a sostener que los brahmanes de cuatro mil años atrás remedaron el ritual, símbolos y vestiduras de los romanos pontífices. Sin embargo, no nos sorprendería que persistieran en su error.
Sin ir muy atrás en las comparaciones, basta detenernos en los siglos IV y V de nuestra era para establecer entre el llamado paganismo de la tercera escuela neoplatónica y el entonces ya creciente cristianismo un paralelo del que no saldría muy bien librado este último, pues aun en aquellos primeros tiempos sobrepujaban los cristianos a los paganos en crueldad e intolerancia, a pesar de que, por una parte, la nueva religión no había definido aún sus vacilantes dogmas ni los discípulos del sanguinario Cirilo sabían si adorar a María como “madre de Dioa” o abominar de ella como demonio compañero de Isis; y por otra parte subsistía amorosamente en todo corazón de veras cristiano el recuerdo del dulce y humilde Jesús, cuyas palabras de misericordia y compasión vibraban todavía en los oídos de las gentes.
VIRTUDES
PAGANAS
Pero si buscamos ejemplos de
verdadero cristismo en tiempos más
remotos, cuando el budismo apenas prevalecía contra el induismo y el nombre de
Jesús había de tardar aún tres siglos en pronunciarse, encontraremos paganos
cuya hermosa tolerancia y noble sencillez aventaja incomparablemente a los más
famosos ornamentos de la iglesia. Comparemos al indo Asoka, que floreció 400
años a. J. C., con el cartaginés San Agustín, que vivió en el siglo III de J.
C.
He aquí la inscripción que, según
descubrió Max Müller, está grabada en las rocas de Girnar, Dhanli y
Kapurdigiri:
Piyadasi, el rey amado de los dioses, desea que los
ascetas de toda creencia puedan
residir libremente por doquiera; pues, como todo hombre debiera conseguir, se
dominan a sí mismos con pureza de alma. Pero el vulgo de las gentes tienen
distintas opiniones y gustos diversos.
En
cambio, veamos lo que San agustín escribió después de su conversión:
¡Oh mi Dios!
Maravillosa es la profundidad de esas tus palabras con que invitas a los
humildes. Me amedrenta tanta honra y me estremezco de amor ante profundidad tan
maravillosa. A tus enemigos, ¡oh mi Dios!, les odio vehementemente. Dígnate atravesarlos con tu espada de dos
filos para que dejen de ser tus enemigos, porque me complacería su muerte.
No cabe mayor contradicción entre el espíritu del cristianismo y el que en el precedente pasaje denota un maniqueo convertido a la religión de quien desde la cruz perdonó a sus verdugos. Desde luego que para los cristianos al estilo de San agustín eran enemigos de Dios cuantos no profesaban la fe de los que como nuevos hijos predilectos habían suplantado en el afecto del Señor al pueblo escogido. El resto de la humanidad era, según ellos, combustible del infierno, al paso que los pocos fieles de la comunión cristiana eran los únicos “herederos del cielo”.
Pero si era justo abominar de los paganos, cuya sangre “olía suavemente en presencia del Señor”, ¿por qué no abominar también de sus ritos y enseñanzas, en vez de beber en los pozos de sabiduría que abrieron y hasta el brocal llenaron los gentiles? ¿Acaso los Padres de la Iglesia, en su afán de imitar al pueblo escogido, cuyas gastadas sandalias se calzaban, se proponían repetir las expoliaciones del Éxodo y llevarse al salir del paganismo la rica simbología religiosa, como al salir de Egipto se llevó el pueblo escogido los ornamentos de oro y plata?
Verdaderamente, parece como si los primeros siglos del cristianismo reflejaran los sucesos relatados en el Éxodo. Durante los borrascosos tiempos de Ireneo, la filosofía platónica, con su mística absorción en la Divinidad, no se opuso a la nueva doctrina hasta el punto de impedir que los cristianos aceptaran en todos respectos su abstrusa metafísica; pues en unión de los ascetas saludadores fundaron en Alejandría la escuela neoplatónica trinitaria, a que sucedió la neoplatónica filoniana, tal como ha llegado a nuestros días. Platón consideraba la naturaleza divina en el trino aspecto de Causa primera, Logos y Anima mundi, y como dice Gibbon: “la filosofía platónica simbolizaba los tres principios primarios en tres dioses, procedentes uno de otro por misteriosa e inefable generación”. Los cristianos entremezclaron este concepto de la Trinidad con el cabalístico que Filón expuso del Logos, considerándolo como Mesías, Enviado de Dios, Verbo encarnado y Medianero, individualmente distinto del Anciano de los Días. Los cristianos invistieron con la mítica representación de mediador o redentor de la caída estirpe de Adán a Jesús, hijo de María, cuya personalidad desapareció casi por completo bajo este inopinado aspecto. El moderno Jesús de la Iglesia cristiana es figura forjada por la viva imaginación de Ireneo, pero no es el adepto esenio ni el obscuro reformador de Galilea. Ven los cristianos hoy a Jesús bajo el desfigurante disfraz filoniano; no como sus discípulos le oyeron predicar en la montaña.
ASTUCIA
CLERICAL
Tenemos, pues, que de la filosofía
pagana derivó el dogma fundamental del cristianismo; pero cuando abolidos los
antiguos Misterios quisieron los teurgos de la tercera escuela neoplatónica
conciliar las doctrinas de Platón y las de Aristóteles con añadidura de la cábala
oriental, los cristianos se convirtieron de rivales en perseguidores. Porque en
cuanto las místicas alegorías de Platón se hubiesen puesto a pública
controversia bajo la dialéctica propia de los griegos, quedara seguramente
desbaratada la sutil trama del dogma cristiano de la Trinidad, con notorio
quebranto de los prestigios divinos. La escuela ecléctica substituyó el método
inductivo al deductivo, y esto precisamente fue su mortaja, pues la nueva
religión del misterio, odiaba sobre todo los razonamientos lógicos que
amenazaban descorrer el velo de la Trinidad y revelar a las gentes la doctrina
de las emanaciones.
No era posible consentirlo, y no se consintió. La historia refiere los cristianos medios de que para ello se valieron los Padres de la Iglesia al ver que la doctrina de las emanaciones, aceptada por las escuelas cabalística, neoplatónica y oriental, amenazaba destruir la unidad del sistema filosófico cristiano.
En aquellos días de lucha contra la agonizante escuela neoplatónica, surgió el jesuítico espíritu de astucia clerical, que siglos después indujo a Parkhurst a suprimir en su Léxicon hebreo el verdadero significado de las primeras palabras del Génesis. Los Padres de la Iglesia resolvieron adulterar el sentido de las palabras daimon , rait y asdt, por temor de que en cuanto las gentes llegasen a comprender su verdadero significado se derrumbara el misterio de la Trinidad, arrastrando en su caída a la nueva religión y arrinconándola junto a los antiguos Misterios. Tal es el motivo de que la teología cristiana haya mirado siempre con malos ojos a los dialécticos, sin excepción del mismo Aristóteles, el filósofo observador que siglos después se atrajo también la aversión de Lutero, no obstante haber este reformista reducido los dogmas a su más sencilla expresión. Por supuesto, que el clero cristiano jamás podrá aceptar una doctrina basada en razonamientos rigurosamente lógicos, y es incalculable el número de clérigos que por esta razón dieron de mano a la teología, pues no se les toleraba objeción alguna, y de aquí las abjuraciones que precipitaban a algunos en la sima del ateísmo.
No era posible consentirlo, y no se consintió. La historia refiere los cristianos medios de que para ello se valieron los Padres de la Iglesia al ver que la doctrina de las emanaciones, aceptada por las escuelas cabalística, neoplatónica y oriental, amenazaba destruir la unidad del sistema filosófico cristiano.
En aquellos días de lucha contra la agonizante escuela neoplatónica, surgió el jesuítico espíritu de astucia clerical, que siglos después indujo a Parkhurst a suprimir en su Léxicon hebreo el verdadero significado de las primeras palabras del Génesis. Los Padres de la Iglesia resolvieron adulterar el sentido de las palabras daimon , rait y asdt, por temor de que en cuanto las gentes llegasen a comprender su verdadero significado se derrumbara el misterio de la Trinidad, arrastrando en su caída a la nueva religión y arrinconándola junto a los antiguos Misterios. Tal es el motivo de que la teología cristiana haya mirado siempre con malos ojos a los dialécticos, sin excepción del mismo Aristóteles, el filósofo observador que siglos después se atrajo también la aversión de Lutero, no obstante haber este reformista reducido los dogmas a su más sencilla expresión. Por supuesto, que el clero cristiano jamás podrá aceptar una doctrina basada en razonamientos rigurosamente lógicos, y es incalculable el número de clérigos que por esta razón dieron de mano a la teología, pues no se les toleraba objeción alguna, y de aquí las abjuraciones que precipitaban a algunos en la sima del ateísmo.
De la propia suerte fueron condenadas las enseñ-anzas órficas que consideraban el éter como el principal medianero entre Dios y la materia objetivada, pues el éter órfico se parecía demasiado al arqueo o anima mundi, que a su vez denotaba mucha semejanza con las emanaciones, ya que Sephira o Luz divina fue la primera emanación. ¿Y cuándo más temible que entonces la divina Luz?
Orígenes, Clemente de Alejandría, Calcidio, Methodio y Maimónides, apoyados en la mayor autoridad del Targum de Jerusalén, sostienen que las dos primeras palabras del Génesis: B-RASIT significan o sabiduría o principio; pero Beausobre y Godofredo Higgins han demostrado que la acepción de en el principio quedó para los profanos, a quienes no les fue permitido desentrañar el esotérico sentido de la frase.
Dice la Kábala:
Todas las cosas proceden del gran Principio, de la
Divinidad desconocida e invisible. De
Dios procede inmediatamente el poder substancial, imagen Suya y fuente de todas
las demás emanaciones. De este principio subalterno emanan por energía o voluntad otras naturalezas más o menos perfectas, según el peldaño
que ocupan en la escala de la emanación, a partir de la Fuente primaria de
existencia, y las cuales constituyen diversos mundos o jerarquías de seres
relacionados con la eterna Potestad de que proceden. Así, pues, la materia es el último término de la serie de
emanaciones energéticas de la Divinidad. El mundo material está modelado en
formas por obra de Potestades muy inferiores a la Causa primera .
Beausobre cita el siguiente pasaje de San Agustín:
Si entendemos por rasit el principio activo de la creación, resulta claramente que Moisés
jamás quiso significar con ello que los cielos y la tierra fuesen la primera
obra de Dios, sino que Dios creó los cielos y la tierra por medio del Principio, o sea su Hijo. Por lo tanto,
no se refiere allí Moisés al tiempo,
sino al inmediato autor de la creación.
Según
San Agustín, los ángeles fueron creados antes que el firmamento y según la
interpretación esotérica, los cielos y la tierra, posteriores al firmamento, se
desenvolvieron del Principio
secundario, Logos o Creador.
A este propósito dice Beausobre:
La
palabra principio no significa que
los cielos y la tierra fuesen creados con anterioridad a cosa alguna, pues
precedieron los ángeles, sino que Dios lo hizo todo por medio de su Sabiduría, de su Verbo, que la Biblia
llama Principio.
Tanto la Kábala oriental como la hebrea enseñan que de la Causa primera o
primer Principio emanaron cierto número de principios secundarios presididos por la Sabiduría. Por
lo tanto, no hubieron de torturar mucho su imaginación los Padres de la Iglesia
para apropiarse una doctrina ya enseñada por todas las teogonías desde miles de
años antes de nuestra era. La Trinidad cristiana es idéntica a los tres Sephirotes de los hebreos o a las tres Luces de los cabalistas.
El primero y eterno número es el Padre ininteligible, de quien emana
por desdoblamiento el Hijo
inteligible, y de esta dual entidad emana ternariamente la Mente o Binah.
LA TETRAKTYS
Así, pues, tenemos en rigor la Tetraktys o cuaternario constituido por
la agnoscible Causa o Mónada primera
y las tres emanaciones componentes de la Trinidad simbólica. De esto se
infiere, desde luego, que si los Padres de la Iglesia no hubiesen traducido e
interpretado tendenciosamente el texto del Génesis,
carecerían de fundamento, ni siquiera ficticio, los dogmas prevalecientes en la
religión cristiana. Porque sabido que la palabra rasit significa principio en
la acepción de eficiencia y no de tiempo, y comprendida también la
anatematizada doctrina de las emanaciones, se desvanece el falso concepto que
de la segunda Persona de la Trinidad expone la teología cristiana; porque si
los ángeles fuesen las primeras emanaciones de la Esencia
divina y hubieran existido antes del
segundo Principio, tendríamos que el
antropomorfizado Hijo fuera a los sumo una emanación como los ángeles y no
podría ser hipostáticamente Dios, de
la propia suerte que nuestras obras visibles no son nosotros mismos.
Por supuesto que las metafísicas sutilezas del dogma cristiano jamás rindieron la honrada mente del sincero Pablo, quien, como todos los judíos cultos, conocía la doctrina de las emanaciones sin pensar en adulterarla. No cabe que Pablo identificase al Hijo con el Padre, pues dice que Dios hizo a Jesús “algo inferior a los ángeles” y algo superior Moisés: “Porque este HOMBRE ha sido estimado digno de más gloria que Moisés”. Ignoramos el número y calidad de las falsedades interpoladas posteriormente por los Padres de la Iglesia; pero es evidente que Pablo consideró siempre a Jesús como un hombre “lleno del espíritu de Dios”. “En el Arqueo era el Logos y el Logos era consanguíneo del Theos”.
Tenemos, por lo tanto, que la palabra rasit (...) del Génesis significa la Sabiduría o primera emanación de En Soph. Así, debidamente interpretada, esta palabra cambia por completo, según hemos dicho, el artificioso sistema de la teología cristiana, pues se demuestra con ello que el Creador es el agente ejecutivo, la Potestad delegada por la Suprema Divinidad, que trazó arquitectónicamente el plan de la Creación. Sin embargo, los teólogos cristianos persiguieron a los gnósticos, asesinaron a filósofos y quemaron a cabalistas y masones. Pero cuando suene la hora de las supremas justicias y la luz disipe las tinieblas, ¿qué responderán al Creador esos supuestos monoteístas, falsos siervos y adoradores del único Dios vivo? ¿Cómo cohonestarán el haber perseguido durante tanto tiempo a los verdaderos discípulos del Megalistor o gran Maestro de los rsacruces y jerarca supremo de los masones? “Porque él es el Constructor y Arquitecto del templo del Universo. El Verbum Sapienti".
Por supuesto que las metafísicas sutilezas del dogma cristiano jamás rindieron la honrada mente del sincero Pablo, quien, como todos los judíos cultos, conocía la doctrina de las emanaciones sin pensar en adulterarla. No cabe que Pablo identificase al Hijo con el Padre, pues dice que Dios hizo a Jesús “algo inferior a los ángeles” y algo superior Moisés: “Porque este HOMBRE ha sido estimado digno de más gloria que Moisés”. Ignoramos el número y calidad de las falsedades interpoladas posteriormente por los Padres de la Iglesia; pero es evidente que Pablo consideró siempre a Jesús como un hombre “lleno del espíritu de Dios”. “En el Arqueo era el Logos y el Logos era consanguíneo del Theos”.
Tenemos, por lo tanto, que la palabra rasit (...) del Génesis significa la Sabiduría o primera emanación de En Soph. Así, debidamente interpretada, esta palabra cambia por completo, según hemos dicho, el artificioso sistema de la teología cristiana, pues se demuestra con ello que el Creador es el agente ejecutivo, la Potestad delegada por la Suprema Divinidad, que trazó arquitectónicamente el plan de la Creación. Sin embargo, los teólogos cristianos persiguieron a los gnósticos, asesinaron a filósofos y quemaron a cabalistas y masones. Pero cuando suene la hora de las supremas justicias y la luz disipe las tinieblas, ¿qué responderán al Creador esos supuestos monoteístas, falsos siervos y adoradores del único Dios vivo? ¿Cómo cohonestarán el haber perseguido durante tanto tiempo a los verdaderos discípulos del Megalistor o gran Maestro de los rsacruces y jerarca supremo de los masones? “Porque él es el Constructor y Arquitecto del templo del Universo. El Verbum Sapienti".
Dice Fausto, el conspicuo maniqueo
del siglo III:
Sabido es que ni Jesús ni los
apóstoles escribieron los Evangelios, sino que mucho tiempo después de su
tiempo llevaron a cabo esta tarea algunos autores desconocidos que, recelosos
con motivo del escaso crédito que iban a dar las gentes a relatos no
presenciados por ellos, los encabezaron con el nombre de un apóstol o de un
discípulo coetáneo de Jesucristo.
LA
CIENCIA DE LAS
CIENCIAS
El erudito hebraísta Franck, miembro
del Instituto y traductor de la Kábala,
comenta en análogo sentido esta cuestión y dice:
Hay poderosas razones para considerar la Kábala como
valioso resto de la filosofía religiosa de Oriente, cuya entremezcla en
Alejandría con la neoplatónica formó un sistema que, atribuido fraudulentamente
al areopagita Dionisio, obispo de Atenas, convertido y consagrado por San
Pablo, influyó poderosamente en el misticismo medioeval.
Por
su parte dice Jacolliot:
¿Qué
es, entonces, esa filosofía religiosa de Oriente que nutrió el místico
simbolismo cristiano?
A esto responderemos que esta filosofía religiosa, cuyas
huellas descubrimos entre los parsis, caldeos, egipcios, hebreos y cristianos,
es la de los brahmanes de la India, discípulos de los Pitris o espíritus residentes en los invisibles mundos que nos
rodean.
Pero
si las persecuciones acabaron con los gnósticos, todavía perdura la Gnosis, fundada en la secreta ciencia de
las ciencias, y que como la simbólica mujer apoyada en la tierra, ha de abrir
algún día las fauces para devorar al cristianismo medioeval, usurpador y falsario de las enseñanzas
del gran Maestro. La antigua Kábala,
Gnosis o tradicional doctrina secreta,
ha tenido sus representantes en todo tiempo y época.
Nadie que haya estudiado las
filosofías antiguas y comprenda por intuición el grandioso y sublime concepto
que tuvieron de la desconocida Divinidad, titubeará ni un instante en
preferirlas a la enmarañada, dogmatizante y contradictoria teología de las cien
ramas desgajadas del cristianismo. Quien haya leído a Platón y reflexionado
sobre su concepto del ..... (a quien nadie ha visto sino el Hijo), no puede
dudar de que Jesús compartía los secretos conocimientos de Platón derivados de
las mismas enseñanzas. Como los demás iniciados, se esfuerza Platón en
encubrir el verdadero significado de sus alegorías, y recurre a enigmáticas
expresiones siempre que trata de asuntos relacionados con los secretos
cabalísticos acerca de la verdadera constitución del universo y del
preexistente mundo de las ideas. El
texto del Timeo es tan sumamente
confuso, que sólo pueden comprenderlo los iniciados.
Pero ¿de dónde derivan el concepto de
la Trinidad y la doctrina de las emanaciones? Pues disponemos de todas las
pruebas, fácil es responder que de la más sublime y profunda filosofía, de la
universal “Religión de la sabiduría”, cuyas primeras huellas descubre hoy la
investigación histórica en las creencias prevédicas de la India.
Dice Manú:
La sagrada y
primaria sílaba compuesta de las tres letras A-U-M en que cifra la Trimurti
védica, ha de mantenerse tan secreta como los tres Vedas.
LOS
SEPHIROTES CABALÍSTICOS
Swayambhuva es la Divinidad
inmanifestada, el Ser existente por Sí
mismo y de Sí mismo, el germen
céntrico e inmortal de todo cuanto en el universo existe. De Swayambhuva emanan
tres tríadas (la trina Trimurti) que en Él forman la suprema Unidad, y son:
1.ª Tríada inicial: Nara, Nari y Viradyi.
2.ª Tríada manifestada: Agni, Vaya y Surya.
3.ª
Tríada creadora: Brahma, Vishnu y
Siva.
El concepto de cada una de estas
tríadas va siendo sucesivamente menos metafísico y más asequible a la
comprensión vulgar, de modo que la tercera es la más concreta y necesaria
expresión del símbolo. Emanaciones de Swayambhuva son los diez Sephirotes de la cábala hebrea, equiv
alentes a los diez Prajâpatis
induistas.
Dice Franck, el traductor de la Kábala:
Los diez Sephirotes se clasifican en tres categorías
que respectivamente representan un aspecto distinto de la Divinidad, aunque en
conjunto formen la indivisible Trinidad.
Los tres primeros Sephirotes son metafísicamente intelectuales, representan la absoluta identidad de la existencia y el pensamiento y forman lo que los modernos cabalistas llaman el mundo intelectual o primera manifestación de Dios.
El segundo grupo o categoría de Sephirotes representa en un aspecto la identidad del bien y de la sabiduría y en otro aspecto nos muestran la magnificente belleza de la Creación. Por esto se les llama virtudes y constituyen el mundo sensible.
El tercer
grupo de Sephirotes identifica la Providencia
universal del supremo Artífice con la Fuerza
absoluta que genera cuanto existe. Constituye este grupo el mundo natural, o sea la naturaleza en su
esencia y principio activo. Natura naturans.
Vemos, pues, que este concepto
cabalístico es idéntico al de la filosofía induista, y quien lea el Timeo de Platón advertirá que este
filósofo repite el mismo concepto.
Verdaderamente, pendió de un hilo el
destino de la posteridad durante los siglos III y IV; porque si el año 389 no
hubiese el emperador Teodosio publicado un edicto (a instigación de los
cristianos) ordenando la destrucción de todos los ídolos de la ciudad de
Alejandría, no hubiese tenido el Occidente su propio panteón mitológico
cristiano. Jamás había alcanzado la escuela neoplatónica tanto esplendor como
en sus postrimerías, pues armonizaba la mística teosofía del antiguo Egipto y
la Kábala oriental con la exquisita filosofía griega; de modo que nunca como
entonces estuvieron los neoplatónicos tan cercanos a los misterios de Tebas y
Menfis por su excelencia en la profecía, adivinación y terpéutica, aparte de
sus amistosas relaciones con los judíos más eminentes que conocían muy a los
hondo las doctrinas de Zoroastro.
Si el conocimiento de las fuerzas
ocultas de la Naturaleza despierta la percepción espiritual del hombre, educe
sus facultades intelectuales y le infunde más profunda veneración hacia el
Creador, en cambio la ignorancia, el dogmatismo y el pueril temor de ahondar en
las cosas, engendra inevitablemente el fetichismo y la superstición. Cuando
Cirilo, obispo de Alejandría, transmutó la Isis egipcia en la Virgen María y
empezaron las polémicas sobre el concepto de la Trinidad, dieron los cristianos
mil interpretaciones a la doctrina egipcia según la cual el Creador era la
primera emanación de Emepht (92),
hasta que los concilios definieron el dogma en su concepto actual, que viene a
ser la adulterada tríada cabalística de Salomón y dieron el nombre de Cristo al
Hombre celeste, al Adam Kadmón, al Verbo, al Logos,
identificándole en esencia y existencia con el Padre o Anciano de los Días.
La oculta SABIDURÍA fue, según el
dogma cristiano, idéntica y coeterna con su emanación la Mente divina.
EL DOGMA DE
LA REDENCIÓN
Con la misma facilidad podemos
descubrir en el paganismo la raíz del dogma cristiano de la redención, pues las
últimas investigaciones científicas declaran el origen gnóstico de esta
fundamental enseñanza de una Iglesia que durante siglos se creyó edificada
sobre inconmovible roca. Sin embargo, aunque Draper afirme que el dogma de
la redención apenas se conocía en tiempo de Tertuliano, pues lo definieron los
herejes gnósticos, conviene advertir que no fue éste su primitivo origen, como
tampoco cabe atribuirles la paternidad de los conceptos de Christos y Sophia, ya que
el primero lo copiaron del Rey Mesías y la segunda del tercer sephirote de la Kábala caldea.
Además, los gnósticos compartían muchas ideas
de los esenios, quienes tuvieron sus Misterios mayores y menores dos siglos por
lo menos antes de nuestra era.
Se denominaban también los esenios isarim (iniciados), y descendían de los
hierofantes de Egipto, donde florecieron durante algunos siglos hasta que los
misioneros del rey Asoka les persuadieron a adoptar el monaquismo budista.
Últimamente se incorporaron a los primitivos cristianos; pero sin duda fueron
anteriores a la profanación y ruina de los templos egipcios en las sucesivas
invasiones de persas y griegos. Ahora bien; muchos siglos antes de los
gnósticos y aun de los esenios, profesaban los hierofantes egipcios el dogma de
la redención, simbolizada en el bautismo
de sangre, cuya virtud no consistía en reparar la “caída del hombre” en el
Edén, sino que era sencillamente expiatorio de las culpas pasadas, presentes y
futuras de la ignorante y, sin embargo, mancillada humanidad.
Al arbitrio del
hierofante estaba ofrecerse él mismo en holocausto por la raza humana en el
altar de los dioses con quienes esperaba reunirse, o bien sacrificar una
víctima animal. En el primer caso, dependiente por completo de la libérrima
voluntad del hierofante, transmitía éste en el supremo trance del ¡nuevo
nacimiento” la “palabra sagrada” al iniciado, quien al recibirla había de herir con su espada de sacrificador al
hierofante. Tal es el origen del dogma cristiano de la redención.
En verdad que muchos Cristos hubo
antes del que recibió este nombre; pero murieron desconocidos del mundo tan
sigilosamente como Moisés en la cumbre del Nebo (sabiduría oracular) después de
la imposición de manos en Josué, que de este modo quedó “henchido del espíritu
de sabiduría” o, lo que es lo mismo, iniciado.
ANTIGÜEDAD
DE LA EUCARISTÍA
Tampoco es privativo del cristianismo
el dogma de la Eucaristía, pues, según demuestra Higgins, es anterior de muchos
siglos a la “Cena pascual”, ya que las naciones antiguas practicaron el
sacrificio de pan y vino que Cicerón menciona en sus obras como rito cuya
extrañeza le maravilla. En efecto, la Eucaristía es una de las más primitivas
ceremonias de la antigüedad, pues desde el establecimiento de los Misterios
tuvo su simbolismo, muy semejante al que posteriormente le dieron los
cristianos. Ceres era el pan, símbolo
de la vida regenerada en la simiente, y Baco era el vino, la acumulación de conocimiento simbolizada en el racimo, con
la fuerza y vigor que el conocimiento daba luego de la fermentación mental,
alegorizada en la del vino. Este misterio estaba relacionado con el drama del
Edén, y según se dice, lo enseñó por vez primera Jano, quien también introdujo
en los templos el sacrificio de pan y vino en memoria de la “caída en la
generación” como símbolo de la “semilla”.
Las fiestas de los Misterios
eleusinos duraban siete días, del 15 al 22 del mes de Boedromion
(Septiembre), en la época de la vendimia. La fiesta hebrea de los Tabernáculos
duraba del 15 al 22 del mes de Ethanim , y el Éxodo la llamada también fiesta
de las mieses o de las cabañuelas.
Plutarco opina que la fiesta de los Tabernáculos pertenecía al rito báquico y
no al eleusino, porque dice que “se invocaba directamente a Baco”.
Dice el rey David:
¿Quién
subirá al monte del Señor? ¿Quién permanecerá en el lugar de su kadesh ?
La danza de David delante del arca
era la “danza cíclica” que, según se dice, establecieron las amazonas en los
Misterios, y también la de las hijas de Silo, así como los saltos de los
sacerdotes de Baal. Era esta danza un rito característico del culto
sabeísta, pues simbolizaba el movimiento de los planetas alrededor del sol y
tenía evidentes trazas de frenesí báquico; porque como David había vivido
entre los sirios y los filisteos, cuyos ritos religiosos eran comunes, y en su
empresa de conquistar el trono de Israel le ayudaron mercenarios de aquellos
países, parece muy natural que introdujera en su reino el pagano rito de la
danza. No tuvo en cuenta David la legislación mosaica, segfún se desprende de
su conducta, sino que para él fue Jehovah una divinidad tutelar preferida, sin
carácter monoteísta, a los demás dioses de las naciones vecinas.
Volviendo al juicio crítico del dogma
cristiano de la Trinidad, que tan violentas polémicas suscitó hasta su
definición, descubrimos sus huellas en las comarcas del Nordeste del río Indo y
en todos los pueblos que profesaron religión estatuida. Las más antiguas
escuelas caldeas reconocían la naturaleza trina de Mithra, su dios solar, y la
tomaron de los acadios a cuya raza pertenecían, según afirma Rawlinson, aunque
otros autores les dan filiación turania. Pero los acadios, sea cual sea su
origen (107), instruyeron a los babilonios en los Misterios, cuyo lenguaje
sagrado les enseñaron.
Los acadios eran una tribu aria de la casta de los
brahmanes que hablaban el sáscrito védico, y empleaban en los Misterios
el mismo idioma sagrado que hoy usan los fakires e iniciados indos en sus
evocaciones mágicas.
Este es el idioma que, desde tiempo
inmemorial y aun hoy en día, emplearon los iniciados de todos los países.
Dice sobre ello Jacoliot:
Aseguran
también los brahmanes, sin que nos haya sido posible comprobar la aserción, que
las evocaciones mágicas se pronunciaban en un idioma secreto que estaba
prohibido traducir a las lenguas vulgares. Pudimos tomar al vuelo algunas
palabras, tales como l’rhom, h’hom,
sh’hrúm, que son en efecto muy raras y no descubren parentesco con ningún
idioma conocido.
Quienes han visto a los fakires y
lamas en el rezo de himnos y evocaciones, saben que no se les entiende ni
siquiera la pronunciación de lo que dicen, sobre todo cuando se disponen a
realizar algún fenómeno. Se les ve mover los labios sin oír palabra, y aun en
el interior de los templos tan sólo dejan escapar un cauteloso cuchicheo.
LOS
SANSCRITISTAS
No están de acuerdo los sanscritistas
en la interpretación del texto védico.
El eminente orientalista americano
Whitney dice que las observaciones de Müller sobre el Rig Veda Sânhita “distan mucho del profundo, equilibrado y sobrio
juicio que debe resplandecer en todo exégetta”. En cambio, Müller se revuelve
airado contra sus censores, diciéndoles que “el egoísmo, la malicia y aun la
falsedad, no sólo acibaran el goce de toda obra llevada a cabo de buena fe,
sino que entorpecen el verdadero progreso de las ciencias”. Müller discrepa de
la acepción que en su Diccionario
sánscrito da Roth a muchas palabras sánscritas, y por su parte opina
Whitney que “el tiempo enmendará el significado que uno y otro orientalista dan
a buen número de frases y palabras”.
Müller califica los Vedas (excepto el Rig) de logomaquia teológica, mientras que Whitney encomia
sobremanera el Atharva y lo coloca en
mérito inmediatamente después del Rig.
Respecto a Jacolliot, se vio acusado
por Whitney de embustero y falsario con asentimiento general de los críticos;
pero el orientalista Ravisi juzgó favorablemente La Biblia en la India. Basta con este juicio para que
Jacolliot goce del beneficio de la duda, sobre todo cuando tan conspicuas
autoridades se declaran unas a otras incompetentes e ineptas.
Babilonia estaba situada en plena vía
de la copiosa corriente emigratoria de la India, y por ello recibieron los
babilonios las primicias del saber ario. Aquellos caldeos (khaldi) adoraban a la Luna (Deus Lunus), y de esto cabe inferir que
los acadios eran de la estirpe de los reyes de la Luna que, según tradición,
reinaron en Pruyay, hoy Allhabad. Simbolizaban la naturaleza trina del Deus Lunus en las tres primeras fases
lunares, y completaban el cuaternario con la cuarta fase. El intervalo
comprendido entre el cuarto menguante y el nuevo ciclo lunar simbolizaba la
muerte del dios Luna, ocasionada por el prevalecimiento del genio del mal
contra el dios de la Luz.
LA
TRINIDAD EN LAS
RELIGIONES
Los Oráculos caldeos tratan explícita y acabadamente de la Trinidad,
diciendo a este propósito:
Desde esta
Tríada, en los profundos senos, están gobernadas todas las cosas.
El reverendo Maurice admite la
expresión oracular, según la que “la divina Tríada, cuya cabeza es la Mónada,
brilla en toda la extensión del mundo”. El Phos,
Pur y Phlox a que alude
Sanchoniathon, significan Luz,
Fuego y Llama. La Trinidad caldea
está formada por Bel-Saturno, Bel-Júpiter y Bel-Chom, tres manifestaciones de
Bel o el Sol uno y trino. Por su parte, dice Dunlap:
Los caldeos
consideraban al dios Bel en el trínico aspecto de Belitan, Bel-Zeus (mediador)
y Bel-Chom (Apolo chomeo). Éste era el trínico aspecto del supremo Dios, el
Padre.
En el templo de Gharipuri se ven
representaciones de Brahma, Vishnu y Siva correspondientes al Poder,
Sabiduría y Justicia, que a su vez se relacionan con el Espíritu, la Materia y
el Tiempo y con el Pasado, Presente y Futuro. Millares de bahmanes adoran estos
atributos de la Divinidad védica, mientras que los austeros monjes y monjas
budistas del Tíbet reconocen tan sólo la sagrada trinidad de las tres virtudes
monásticas: pobreza, castidad y
obediencia.
Las personas del Trinidad persa son:
Ormazd, Mithra y Ahriman. Sobre esto, dice Porfirio que es “aquel principio al
que, según el autor del Sumario caldeo,
llaman los parsis principio de todas las
cosas y le declaran uno y bueno”.
El dios chino Sanpao está
representado en triple imagen idolátrica, y los peruanos, según dice
Faber, creían que su dios Tanga-tanga
era uno en tres y tres en uno. La Trinidad egipcia constaba de las tres
personas Emepht, Eicton y Phta.
De todos los dogmas teológicos que en
estos últimos años hubieron de quebrantarse a los golpes de la crítica
orientalista, ninguno quedó tan al ddescubierto como el de la Trinidad, pues
conocidos sus precursores y antecedentes, no cabe ya en modo alguno creer que
fuese exclusivamente revelado a los cristianos por voluntad divina. Los
orientalistas han señalado, mucho más precisamente de lo que convenía al
Vaticano, las semejanzas entre el induismo, budismo y cristianismo. De día en
día se va comprobando cuanto Draper dice en el pasaje siguiente:
El paganismo
quedó modificado por el cristianismo y éste por aquél en mutua influencia. Los
dioses del Olimpo tomaron distintos nombres y las provincias más poderosas del
imperio recabaron de Constantino la intangibilidad de los tradicionales
principios religiosos. Así aceptó el cristianismo el dogma de la Trinidad según
el concepto egipcio, y prosiguió el culto de Isis, metamorfoseada su imagen de
pie sobre la media luna y con el niño Horus en brazos, en la conocida imagen de
la Virgen y el Niño, que ha servido de asunto a tantas y tan hermosas
creaciones artísticas.
Pero la figura de la Virgen como
madre de Dios y reina del cielo tiene origen todavía más antiguo que el egipcio
y caldeo, pues aunque también Isis era reina del cielo y se la representa
generalmente con la cruz ansata en la mano, es muy posterior a Neith, la
virgen celeste.
En el Libro de Hermes, expone Pymander
inequívocamente el dogma cristiano de la Trinidad, según puede inferirse del
siguiente pasaje:
Yo soy la
luz; el pensamiento divino. Yo soy el Nous;
la mente. Yo soy tu Dios. Soy muy anterior al principio humano que elude la
sombra. Soy el germen del pensamiento; el Verbo
resplandeciente; el Hijo de Dios.
Sabe que lo que así ves y oyes en ti es la Palabra
del Maestro, es el Pensamiento, es el Dios Padre... El AETHER, océano celestial
que fluye de Oriente a Occidente, es el aliento del Padre, el Principio donador
de vida, el Espíritu Santo... Porque
no están separados en modo alguno y su unión es VIDA.
Mas, por muy remoto que sea el origen
de Hermes, cuyo nombre se pierde entre las brumas de la colonización de Egipto,
tenemos otra profecía mucho más antigua en el Khristna indo. Resulta sumamente
curioso que los cristianos fundamenten su religión en la supuesta promesa que
de enviar un Salvador del género humano hizo Dios a Adán y Eva, pues en
el pasaje anotado, ni la más aguda penetración es capaz de encontrar el más
leve asomo de lo que han supuesto los cristianos. En cambio, según las
tradiciones indas y los Libros de Manú,
Brahma prometió a la primera pareja humana que les enviaría un Redentor para
mostrarles el camino de salvación, según se declara en este pasaje:
Un mensajero
de Brahma anunció que en Kurukshetra, en el país de Pantchola llamado también
Kanya-Cubja, nacería Matsya, de quien todos los hombres aprenderán a
cumplir con su deber.
TRINIDAD
MEXICANA
Según Kingsborough, las
personas de la Trinidad mexicana son: Izona
(Padre); Bacab (Hijo), y Echvah (Espíritu Santo). Añade el mismo
autor que los mexicanos declaran haber recibido esta doctrina de sus
antepasados.
En las naciones semíticas se remonta
el dogma de la Trinidad a los fabulosos tiempos de Sesostris, que algunos
asiriólogos identifican con Nemrod, el “esforzado cazador”. A este propósito
refiere Manetho que el rey Sesostris consultó al oráculo, preguntándole:
Dime, Tú,
¡oh poderoso en el fuego! ¿Quién antes de mí subyugó todas las cosas y quyién
las subyugará después de mí?
Y el oráculo respondió:
Primero Dios; luego el Verbo, y después el Espíritu
En las citas que hasta aquí hemos ido
entresacando, se trasluce el motivo del enconado odio con que desde un
principio miraron los teólogos cristianos a los teurgos y paganos, pues todos
sus dogmas derivan de las antiguas religiones y de la escuela neoplatónica,
hasta el punto de que durante muchos siglos anduvo en esto muy perpleja la
crítica. Si no hubiesen quedado tan pronto olvidadas las antiguas creencias, de
seguro que fuera imposible dar a la religión cristiana el carácter de nueva Ley
revelada por el Padre mediante el Hijo y al influjo del Espíritu Santo.
Por conveniencias sociales
transmutaron los Padres de la Iglesia en festividad cristiana la pagana del
dios Pan (divinidad de los campos) con las mismas ceremonias hasta entonces
celebradas, pues tal fue el deseo de los patricios conversos. Pero llegó
el tiempo de romper todo miramiento al paganismo y abrogarlo para siempre con
la teurgia neoplatónica, so pena de que los cristianos acabaran por
identificarse con los neoplatónicos. No hay necesidad de insistir, por
demasiado conocidas, en las violentísimas polémicas entre Ireneo y los
gnósticos, que prosiguieron hasta dos siglos después de haber proferido el
desahogado obispo de Lyón su última paradoja teológica.
El neoplatónico Celso
sembró la discordia entre los cristianos y aun les detuvo durante algún tiempo
los pasos, demostrando que el concepto metafísico de sus dogmas estaba tomado
de la filosofía platónica. Por otra parte, les acusaba Celso de admitir las más
groseras supersticiones paganas y de interpolar en sus obras pasajes enteros de
los libros sibilinos sin comprender su significado. Tan contundentes eran las
acusaciones y tan notorios los hechos, que ningún autor cristiano se aventuró a
la réplica hasta que apremiado Orígenes por las reiteradas instancias de su
amigo Ambrosio, se encargó de la defensa como el más a propósito para ella, por
haber pertenecido a la escuela neoplatónica. Sin embargo, la elocuencia de
Orígenes fracasó en el empeño, y entonces no vieron los cristianos otro recurso
que destruir las obras de Celso, aunque ya entonces eran muchísimos los
que las habían leído y estudiado.
DISPERSIÓN
DE LOS NEOPLATÓNICOS
Los cristianos anhelaban
vehementemente la dispersión de la escuela neoplatónica, que por fin lograron
los obispos de Alejandría Teófilo y su sobrino Cirilo, el asesino de la erudita
e inocente joven Hipatia (139). Muerta la hija del matemático Theon, no
pudieron los neoplatónicos mantener su escuela en Alejandría, pues perdieron la
influencia que la mártir gozaba con Orestes, el gobernador de la ciudad, quien
por ello les había protegido contra sus encarnizados enemigos.
No hay en el mundo religión de tan
sangrientos anales como el cristianismo. Aun las mismas luchas intestinas del
“pueblo escogido” palidecen ante el cruel fanatismo de los supuestos discípulos
de Jesús. La rápida propagación del islamismo debióse al fin y al cabo a las
enconadas luchas entre ortodoxos y nestorianos, pues en el monasterio de Bozrah
sembró el monje nestoriano Bahira la simiente que más tarde había de germinar y
convertirse en árbol que regado por ríos de sangre cobija a doscientos millones
de creyentes.
Como repulsivos ejemplos de la
justicia humana, vemos glorificado con aureola de santidad al astuto, cruel e
intrigante obispo de Alejandría, y en cambio proscritos y perseguidos a los
gnósticos. Por una parte impetra el clero cristiano la maldición divina contra
la teurgia y por otra practica durante siglos la nigromancia y hechicería. Vemos a Hipatia, la gloriosa filósofa, despedazada por las turbas cristianas,
y frente a ella se alza triunfante el fanatismo o la impudicia de Catalina de
Médicis, Lucrecia Borgia, Juana de Nápoles e Isabel de España, presentadas a la
vista del mundo como fieles hijas de la Iglesia. Verdaderamente impío es
el idolátrico culto de María como diosa inmaculada cuando le acompañan
semejantes ejemplos. Más valiera abolir el culto idolátrico y fomentar en su
vez el de la virtud.
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