Quieren señalar a medida los límites, extensión y
capacidad
del infierno, donde las entumecidas almas cuelgan de
tenebrosa
mazmorra como jamones de Westfalia o lenguas de vaca,
en espera de misas y responsos que las rediman.
OLDHAM: Sátiras
contra los jesuitas.
YORK.-¡Pero sois diez veces más inhumanos y crueles
que un tigre de Hircania!-SHAKESPEARE: Rey Enrique VI.
Parte tercera, acto I, escena IV.
WAR.-Escuchad, señores. Puesto que es doncella, no
escatiméis los
haces de leña. Que haya bastantes. Y poned
barriles de pez en la fatal hoguera. SHAKESPEARE Rey
Enrique VI. Parte primera, acto V, escena IV.
Refiere Bodin un espantoso
sucedido de que fue protagonista Catalina de Médicis, la piadosa cristiana que
tantos méritos había contraído a los ojos de la Inglesia con la horrenda e
inolvidable matanza de San Bartolomé. Tenía esta reina a su servicio un
apóstata ex dominico, que por lo muy versado en nigromancia se aquistó el favor
de su señora, en cuyo provecho practicaba el nefando arte contra las víctimas a
que desde lejos mataba, valido de imágenes de cera. Estaba a la sazón
gravemente enfermo el rey Carlos IX, hijo de Catalina, y temía ésta perder su
influencia de reina madre si moría su hijo, por lo que determinóse a consultar
el oráculo de la “cabeza cortada”.
HECHICERÍAS
CLERICALES
Sabido es que el cardenal Benno
inculpó públicamente de hechicería al papa Silvestre II por haber mandado
construir una cabeza parlante por el estilo de la que poseyó Alberto el Magno e
hizo pedazos Tomás de Aquino. Se comprobó la acusación, así como también
que siempre andaba en compañía de entidades diabólicas.
Demasiado conocidos son los fenómenos
operados por el obispo de Ratisbona y el “doctor an´gelico” Tomás de aquino
para que nos detengamos a describirlos. Baste decir que si el prelado católico
tuvo suficiente habilidad para sugerir en cruda noche de invierno la sensación
de un caluroso día de verano y la idea de que los carámbanos colgantes de los
árboles del jardín eran frutos tropicales, también los magos indos operan hoy
en día parecidos portentos sin necesidad de auxilio divino ni ayuda diabólica,
pues tanto unos como otros son actualización de la potencia inherente a todos
los hombres.
Poco antes de estallar la Reforma se
promovieron entre el clero escandalosos incidentes con motivo de su mucha
afición a las prácticas mágicas y alquímicas. El cardenal Wolsey fue procesado
por complicidad con el hechicero Wood, quien declaró explícitamente contra él.
El sacerdote Guillermo Stapleton fue
procesado por hechicería en el reinado de Enrique VIII.
Bienvenido Cellini alude a un
sacerdote nigromántico, natural de Sicilia, que cobró fama por sus afortunadas
hechicerías, sin que nadie le molestara en el ejercicio de este arte; y según
saben los eruditos, refiere Cellini a este propósito que dicho sacerdote
conjuró a toda una legión de diablos en el coliseo de Roma; y además, tuvo
exacto cumplimiento el vaticinio de que pronto encontraría a su amante en el
tiempo y lugar prefijados.
A últimos del siglo XVI apenas había
clérigo que no se aficionara al estudio de la magia y alquimia, movidos por el
deseo de imitar a Cristo en el exorcismo contra los malignos espíritus, de
modo que consideraron “sagradas” sus prácticas, al paso que acusaban de
nigromancia a los magos laicos. Los ocultos conocimientos espigados siglos
atrás en los feraces campos de la teurgia, se los reservaba la Iglesia romana
como por privilegio exclusivo y enviaba al suplicio a cuantos se atrevían a
cazar furtivamente en el coto de la teología, para ellos la scientia scientiarum (la ciencia de las
ciencias), o bien a cuantos no podían encubrir sus culpas bajo el hábito
monacal.
La historia nos ofrece en prueba
varios datos estadísticos, pues, según dice Tomás Wright, en los quince
años transcurridos entre 1580 y 1595, el inquisidor Remigio, presidente del
tribunal de Lorena, sentenció a la hoguera a novecientos brujos.
Así es que mientras el clero
practicaba la hechicería y el arte de evocar legiones de “demonios” sin que el
poder civil le molestase en lo más mínimo, se perseguía cruelmente a infelices
extraviados y monomaníacos. Ecclesia
non novit sanguinem, exclaman melosamente los teólogos, y en justificación
de este aforismo se instituyó sin duda la Santa Inquisición, bajo cuyo
estandarte el asesor de la reina Isabel I de Castilla e inquisidor general
Tomás de Torquemada sentenció a la hoguera a diez mil reos y puso en el
tormento a ochenta mil. En ningún país como en España y Portugal
estuvieron tan difundidas entre el clero las artes de magia y hechicería, tal
vez porque los árabes eran muy entendidos en ciencias ocultas, y en Toledo,
Sevilla y Salamanca hubo escuelas superiores de magia. Los cabalistas
salmantinos sobresalían en el dominio del saber abstruso, pues conocían las
virtudes de las piedras preciosas y otros minerales y los más hondos secretos
de la alquimia.
PROCESOS
INQUISITORIALES
Entresaquemos ahora algunos casos
demostrativos de la conducta del Santo Oficio en aquellos tiempos:
De los
documentos originales del proceso incoado contra la mariscala D’Ancre, durante
la regencia de María de Médicis, se infiere que murió en la hoguera por culpa
de los clérigos, cuya compañía deseaba como buena italiana. En la iglesia de
los agustinos de París se exorcisó a sí misma por creerse embrujada, y como se
sintiera con mucho quebranto de salud y violentos dolores de cabeza, le
aconsejaron los clérigos italianos y el médico judío de la reina que se
aplicara al cuerpo un gallo blanco recién matado. Por todo esto el pueblo de
París la acusó de hechicera, y como a tal la procesaron y sentenciaron.
El párroco
de Barjota, diócesis de Calahorra (España), que vivió en el siglo XVI, fue
maravilla de todo el mundo por sus mágicos poderes, y, según aseguraba la voz
pública, llegó a trasladarse a lejanos países para presenciar acontecimientos
de importancia que sabía que iban a ocurrir y luego los vaticinaba en el
pueblo. Cuentan las crónicas de este caso que el cura de Barjota tuvo muchos
años a su servicio un demonio familiar, con quien últimamente se mostró ingrato
y falaz, pues habiéndole revelado una conjuración que se estaba tramando contra
la vida del papa, a consecuencia de una aventura de éste con cierta hermosa
dama, transportóse el cura a Roma (en cuerpo astral, por supuesto) y descubrió
la trama, salvando así la vida del pontífice. Arrepintióse entonces de cuanto
hasta allí hiciera y confesóse con el galante papa, que le absolvió de toda culpa. De vuelta en su curato, fue preso por pura
fórmula en la cárcel de la Inquisición de Logroño, de la que salió rehabilitado
al poco tiempo.
En los
archivos de la Inquisición de Cuenca está el proceso seguido en el siglo XIV
contra el famoso doctor Eugenio Torralba, médico de la casa del almirante de
Castilla. Del proceso resulta que un dominico llamado fray Pedro regaló al
doctor un demonio llamado Zequiel, a
quien vieron y hablaron los cardenales Volterra y Santa Cruz, pudiendo
convencerse de que el tal demonio era un benéfico elemental que sirvió
fielmente a Torralba hasta la muerte de éste. El tribunal de la Inquisición
tuvo en cuenta todas estas circunstancias, y absolvió a Torralba en la vista
del proceso, celebrada en Cuenca el 29 de Enero de 1530.
En Alemania, el odio entre católicos
y protestantes motivó numerosas acusaciones de hechicería contra estos últimos,
sin otro fundamento muchas veces que la enemistad personal o política. En
Bamberg y Wurzburgo, donde predominaban los jesuitas, eran más frecuentes los
casos de hechicería, y los dignos hijos de Loyola mostraron su astuta labor en
aquellas sangrientas tragedias, entre cuyas víctimas se contaron niños de edad
temprana.
Sobre este asunto dice Wright:
El crimen de
muchos de los sentenciados a la hoguera en Alemania por inculpación de
hechicería, durante la primera mitad del siglo XVII, no fue otro que su
adhesión a las doctrinas de Lutero... Los príncipes alemanes aprovechaban
cualquier pretexto para procesar a gente rica, cuyos bienes confiscaban en
personal provecho... Los obispos de Bamberg y Wurzburgo eran al propio tiempo
soberanos temporales de sus diócesis. El de Bamberg, llamado Juan Jorge II,
después de infructuosas tentativas para desarraigar el luteranismo, deshonró su
reinado con una serie de sangrientos procesos por hechicería, de cuya
sustanciación estuvo encargado el vicario general y canciller Federico Forner.
Entre los años 1625 y 1630 los tribunales de Bamberg y de Zeil vieron
unos novecientos procesos, y según las estadísticas oficiales, en la sola
ciudad de Wurzburgo murieron en la hoguera seiscientas personas acusadas de hechicería.
Había entre
los hechiceros niñas de siete a diez años, de las que veintisiete murieron en la hoguera. Tantos fueron los reos y tan
escasa consideración merecían al tribunal, que en vez de por sus nombres los
designaban por números. Los jesuitas recibían en secreto las declaraciones de
los acusados.
PALABRAS
DE JESÚS
Mal se concilian con semejantes
abominaciones perpetradas para satisfacer los apetitos del clero, aquellas
dulces palabras de Jesús:
“Dejad a los
niños y no los estorbéis de venir a mí, porque de ellos es el reino de los
cielos”.-“Y el que escandalizare a uno de estos pequeñitos que en mí creen,
mejor fuera que le colgasen del cuello una piedra de molino y lo echasen al
mar”.-“Así no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos que
perezca uno de estos pequeñitos”.
Pero aquellos sacrificios en el altar
de su Moloch no eran obstáculo para que
los codiciosos de riquezas practicasen el negro arte, pues en ninguna clase
social abundaron tanto como entre el clero los consultores de “espíritus
familiares” durante los siglos XV, XVI y XVII. Cierto es que entre las víctimas
se contaron algunos sacerdotes católicos; pero si bien se les acusaba de
“prácticas nefandas”, no había tal, sino que, según testimonio de los cronistas
de la época, consistía su culpa en herejía anatematizable y, por lo tanto, más
punible que el crimen de hechicería.
Eliphas Levi, en su Dogma y ritual de la alta magia, tan
menospreciado por Des Mousseaux, sólo revela de las ceremonias secretas lo que
los clérigos medioevales practicaban con el consentimiento tácito, ya que no
expreso, de la Iglesia. El exorcista penetraba en el círculo de actuación a
media noche, revestido de sobrepelliz nuevo, estola sembrada de caracteres
sagrados y gorro puntiagudo, en cuyo frente estaba escrito en hebreo, con una
pluma nueva mojada en la sangre de una paloma blanca, el inefable nombre Tetragrámmaton.
Anheloso el exorcista de ahuyentar a
los miserables espíritus que frecuentan
los lugares donde hay tesoros escondidos, rocía el círculo de actuación con
las sangres de un cordero negro y de un pichón blanco, y después conjura a las
potestades infernales y almas condenadas, en los poderosos nombres de
Jehovah, Adonai, Elohah y Sabaoth. Los malignos espíritus se resistían al
conjuro, diciéndole al exorcista que era pecador y por lo tanto no podía contar
con ellos para apoderarse del tesoro; pero él replicaba que, como “la sangre de
Cristo había lavado todas sus culpas”, les conjuraba de nuevo a salir de
allí, porque eran fantasmas malditos y ángeles protervos. Una vez ahuyentados
los espíritus malignos, el exorcista confortaba a la pobre alma en nombre del
Salvador y la dejaba al cuidado de los ángeles
buenos que, según parece, eran menos poderosos que el exorcista, pues el
rescatado tesoro quedaba en manos del clero. Añade Howit que el calendario
eclesiástico señalaba los días más favorables para la práctica del exorcismo, y
en caso de que los demonios se resistiesen al conjuro, recurría el exorcista a
sahumerios de azufre, asafétida, ruda y hiel de oso.
LAS SIETE ABOMINACIONES
Tal es el clero y tal la Iglesia que
en el siglo XIX sostiene en los Estados Unidos cinco mil sacerdotes para
enseñar a las gentes la falibilidad de la ciencia y la infalibilidad del obispo
de Roma. ya dijimos que, según confesión de un eminente prelado, no es posible
eliminar de los dogmas teológicos el concepto de Satanás, sin menoscabo de la
perpetuidad de la Iglesia, pero aunque desapareciera el príncipe del pecado no
desaparecería el pecado, pues quedarían la Biblia
y los Artículos de la fe, es decir,
la supuesta revelación divina y la necesidad de intérpretes que presuman de
inspirados. Conviene, por lo tanto, investigar la autenticidad de la Biblia y analizar sus páginas, por ver
si en efecto contienen la palabra de Dios o si son simple compendio de antiguas
tradiciones y rancios mitos. Hemos de interpretarlas con nuestro propio
criterio, a ser posible, y aplicar a los presuntuosos maestros de hermenéutica
aquellas palabras de Salomón:
Seis cosas
aborrece el Señor y la séptima la detesta su alma: ojos altivos, lengua
mentirosa, manos que derraman sangre inocente, corazón que maquina designios
pésimos, pies ligeros para correr al mal, testigo falso que profiere mentiras y
aquel que siembra discordias entre los hermanos.
¿Cuál de estas acusaciones pueden rechazar los hombres que dejaron sus
huellas en el Vaticano?
Dice San Agustín:
Cuando los
demonios quieren insinuarse en las criaturas, comienzan por ceder a los deseos
de ellas, pues con propósito de atraer a los hombres les fingen obediencia para
seducirlos... Porque ¿cómo es posible saber, si los mismos demonios no lo
dicen, qué les gusta y qué les disgusta, y qué evocación puede reducirlos a la
obediencia; en una palabra, toda esa ciencia de los magos.
A esta expresiva disertación
replicaremos que ningún mago negó jamás que hubiese aprendido su arte de los
“espíritus”, ya fuera un agente por cuyo medio actuaran, ya por haber sido
iniciado en la ciencia por quienes la conocieron antes de él. Pero ¿de quién
aprendía el exorcista?, ¿de quién aprende el sacerdote que autocráticamente se
inviste de autoridad, no sólo sobre los magos sino también sobre los
“espíritus”, a quienes califica de demonios o diablos cuando obedecen a otro?
En alguna parte debe de haber aprendido el arte de exorcizar, y de alguien
recibido los poderes de que alardea. Sin duda responderán los teólogos que, en
cuanto se refiere a los seglares, es preciso convenir con San Agustín que los mismos
demonios han de enseñarles la evocación a propósito para someterlos a
obediencia; pero que en cuanto a los clérigos, reciben el conocimiento por
revelación y por el don del Espíritu Santo que descendió sobre los apóstoles en
forma de lenguas de fuego, infundiéndoles a ellos y a sus sucesores la virtud
del exorcismo, aunque lo practiquen por anhelo de fama o apetencia de lucro.
HECHICERÍA
EN LA INDIA
Sin embargo, el concepto que de la
hechicería difundieron los romanos pontífices por los países cristianos de tan
ponderada cultura, no es ni más ni menos que el vulgar en la India, donde la
gente inculta cree firmemente en las diabólicas artes de los brujos
(kangalines) y hechiceros (juglares), quienes no obstante les inspiran profundo
terror.
Sobre esto, observa con mucho acierto
Jacolliot:
En la India
vemos la magia vulgar extendida por el opuesto extremo de las nobilísimas
creencias de los adoradores de los pitris.
Este linaje de magia fue un tiempo ejercicio favorito del ínfimo clero, que de
este modo mantenía al pueblo en perpetuo temor. Así ocurre que en toda época y
en todo país, se contrapone la religión
de la chusma a los más elevados conceptos filosóficos.
En la India era la hechicería oficio
del ínfimo clero, y en Roma lo fue de
los sumos pontífices. De todos modos,
para cohonestar las prácticas nigrománticas pueden alegar la autoridad de San
Agustín, cuando dice que “quien no cree en los espíritus malignos, tampoco cree
en la Sagrada Escritura”.
Alentado Des Mousseaux por la
aprobación eclesiástica, discurre acerca de la necesidad del exorcismo
sacerdotal, y apoyándose en la fe,
como de costumbre, intenta demostrar que el poder de los espíritus malignos
depende de ciertos ritos, fórmulas y signos externos. Dice sobre esto:
En el
catolicismo diabólico, como en el catolicismo divino, la eficacia potencial
depende de ciertos signos... El diablo no
se atreve a mentir ante los santos ministros de Dios, y se ve forzado a
someterse.
Parece con esto como si los poderes del
sacerdote católico viniesen de Dios y los del pagano del diablo. Sin embargo,
si nos fijamos en la frase subrayada veremos que hay multitud de casos,
debidamente comprobados y de autenticidad reconocida por la misma Iglesia
romana, en que los “espíritus” mintieron del principio al fin en cuestiones
relativas a dogmas de capital importancia. Por otra parte, tenemos las
apócrifas reliquias que se suponen legimitadas por apariciones de la Virgen y
de los santos.
Dice Stephens:
Durante su
estancia en Jerusalén vio un monje de San Antonio varias reliquias, entre las
cuales había: un pedazo de dedo del
Espíritu Santo que se conservaba incorrupto; la jeta del serafín que se le
apareció a San Francisco; una uña de querubín; una costilla del Verbo hecho carne; unos cuantos rayos de
la estrella de Belén; una redoma llena del sudor de San Miguel en su lucha con
el diablo. Todo lo cual, dijo el monje que se lo había llevado a su hospedaje
muy devotamente.
RELIQUIAS
APÓCRIFAS
Y si por acaso alguien supusiera esto
invenciones de protestantes, la historia de Inglaterra nos demostrará
documentalmente la existencia de reliquias no menos apócrifas. El gran maestre
de los templarios dio a Enrique III una redoma con sangre de Cristo, cuya
autenticidad declaraban los sellos del patriarca de Jerusalén, que fue
trasladada procesionalmente desde la catedral de San Pablo a la abadía de
Westminster, donde, según refiere el historiador, “la recibieron dos monjes y
desde entonces resplandeció de gloria la nación inglesa, dedicada a Dios y a
San Eduardo”.
Conocida es la historia del príncipe
Radzivil, el noble polaco que, al verse engañado por los frailes y monjas que
le rodeaban, así como por su propio confesor, se convirtió a la fe luterana, no
obstante haber sido uno de los personajes que más se indignaron contra la
difusión de la Reforma por la Lituania, hasta el punto de trasladarse a Roma
con objeto de rendir homenaje de simpatía y veneración al papa, quien le regaló
una preciosa caja de reliquias. De vuelta en Polonia, su confesor le dijo que
en sueños había visto cómo la Virgen bajaba del cielo para bendecir aquellas
reliquias, en prueba de que eran auténticas. El prior de un monasterio vecino y
la abadesa de otro tuvieron la misma visión, con añadidura de varios santos
que, llenos del “Espíritu Santo”, surgían de la caja de reliquias para proteger
al príncipe.
Con propósito de evidenciar la virtud de las reliquias, el clero
exorcizó a un endemoniado, que apenas hubo tocado la caja quedó libre de la
posesión y dio por ello gracias al Espíritu Santo y al papa. Pero al terminar
la ceremonia, el tesorero del príncipe le confesó que al volver de Roma había
perdido la caja de reliquias regalada por el papa, substituyéndola por otra
semejante en que puso unos cuantos huesos de perro y gato, sin atreverse a
decir nada, hasta entonces que prefería confesar su descuido antes de consentir
que siguiesen engañando a su amo de tan burda manera. Por de pronto disimuló el
príncipe, pues quiso ver en qué paraba aquella farsa, y convencido al fin de
las groseras imposturas de los frailes y las monjas, se convirtió a la Iglesia
reformada. Así lo relata la historia.
Dice Bayle que para cohonestar la
Iglesia romana la existencia de reliquias apócrifas, recurre al sofisma,
diciendo que estas reliquias pueden haber obrado milagros por virtud de la
buena intención de los fieles, cuya fe premiaba Dios de esta suerte. El mismo
Bayle demuestra con numerosos ejemplos que la Iglesia tiene por legítimos los
múltiples brazos, piernas y cabezas que de un mismo santo se veneran en
distintos puntos, pues asegura que Dios los multiplicaba milagrosamente para
gloria de su santa Iglesia. Esto equivale a creer que el cuerpo de un santo
adquiere después de la muerte las características fisiológicas del cangrejo.
Difícil fuera probar que las visiones
y profecías de los santos han sido alguna vez más dignas de crédito que las de
los modernos médiums. Las visiones de Andrés Jackson Davis, aunque los críticos
escépticos se rían de ellas, son incomparablemente más lógicas y verosímiles
que las especulaciones de San Agustín; y por otra parte, las visiones de
Swedenborg, el más lúcido de los iluminados modernos, tienen mayor parentesco
con la teología en los puntos en que más se apartan de la verdad científica. En
modo alguno son las visiones de los seglares más inútiles a la ciencia y a la
humanidad que las de los santos del catolicismo, por lo que debemos inferir que la mayor parte de las visiones
referidas por los hagiógrafos, y los mismo puede afirmarse de las de los
perseguidos videntes, son obra de ignorantes y poco evolucionados espíritus,
pero con desmedida afición a simular personajes históricos. Estamos de acuerdo
con Des Mousseaux y demás adversarios de la magia y el espiritsmo, en que las
entidades comunicantes son con frecuencia espíritus mendaces, siempre
dispuestos a lisonjear falazmente los gustos e ideas de los concurrentes a las
sesiones; pero ¿cabe creer que Dios haya concedido al sacerdote los
exorcizantes poderes divinos de que
alardea? ¿Cómo admitir por cierto que al conjuro del exorcista se rinda el
diablo, no para declarar la verdad,
sino únicamente lo que convenga a la
comunión religiosa del exorcista? Y esto es lo que sucede siempre.
SANTO
DOMINGO Y LOS
DEMONIOS
Compárense,
por ejemplo, las respuestas que el diablo dio a Lutero con las que dio a Santo
Domingo de Guzmán, y se verá que mientras en las primeras arguye contra la misa
rezada y reconviene al reformador por haber antepuesto la Virgen y los santos a
Cristo, postergando así al Hijo de Dios (36), los demonios exorcizados por
Santo Domingo, al ver a la Virgen que había acudido en auxilio del santo,
exclaman rugientes:
¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh nuestra condenadora! ¿Por qué
bajas del cielo para atormentarnos? ¿Por qué eres tan poderosa intercesora con
los pecadores? ¡Oh tú, el más seguro
camino del cielo!. Tú mandas, y nos vemos forzados a confesar que no se
condena quien persevera en tu santa devoción...
Por otra parte, Satán le dice a
Lutero que había estado adorando pan y vino mientras creyó en la
transubstanciación; al paso que los diablos que se aparecen a los santos,
aseguran la condenación eterna de
quienes tan siquiera duden de ese dogma.
Pudiéramos llenar tomos enteros con
pruebas innegables de la confabulación de exorcistas y demonios, cuya verdadera
naturaleza descubre el engaño; pues en vez de ser independientes y astutas
entidades que sólo se ocupan en perder a los hombres, son sencillamente los
elementales de los cabalistas o criaturas sin mente, pero que reflejan el pensamiento
y voluntad de quienes los evocan,
dominan y dirigen.
No dejaremos este asunto sin
extractar de la Leyenda de Oro,
plenamente aceptada por la Iglesia, el caso ocurrido a Santo Domingo de Guzmán,
uno de los principales santos del catolicismo y fundador de la orden dominica,
una de las primeras que confirmó la sede pontificia. Fue Domingo de Guzmán
aliado y consejero del infame Simón de Montfort, general pontificio que mandaba
las tropas enviadas contra los albigenses, a quienes derrotó con espantosa
matanza en las cercanías de Tolosa. Dice este santo, y la Iglesia lo aprueba,
que recibió de la propia mano de la Virgen un rosario de tan estupenda virtud,
que operaba milagros muy superiores a los de los apóstoles y aun del mismo
Jesús, ocurrió que cierto incrédulo puso en duda la eficacia del rosario
dominico, y en castigo de su impiedad quedó desde luego poseído de quince mil
espíritus malignos; pero compadecido el santo de los atroces sufrimientos del
endemoniado, echó en olvido la injuria y determinóse a exorcizarle. De la
ceremonia tomamos la siguiente plática entre el exorcista y los demonios:
Domingo.-
¿Cuántos sois y por qué os poseisteis de este hombre?
Demonios.-Somos
quince mil, y le poseímos por haber hablado irreverentemente del rosario.
Dom.- ¿Por
qué entrasteis tantos?
Dem.-porque
el rosario de que se mofaba tiene quince decenas.
Dom.-¡Si,
sí! (Los demonios hacen salir llamaradas
por las narices del poseído). Sabed ¡oh cristianos! Que nunca dijo Domingo
sobre el rosario ni una palabra que no fuese verdad. Sabed también que si no le
creéis os sobrevendrán grandes calamidades.
Dom.-¿Quién
es el hombre más aborrecido del demonio?
Dem.- Tú. (Aquí colman los demonios de cumplidos al
santo).
Dom.- ¿De
qué clase son la mayoría de cristianos condenados?
Dem.-
Tenemos en el infierno mercaderes, prestamistas, usureros, judíos, boticarios,
tenderos, etc.
Dom.- ¿Hay
frailes y sacerdotes en el infierno?
Dem.-
Sacerdotes muchos; pero frailes tan sólo los que quebrantaron la regla de su
orden.
Dom.- ¿Hay
dominicos?
Dem.-
Desgraciadamente no tenemos todavía ninguno, pero esperamos una buena partida
en cuanto se les entibie algún tanto la devoción.
MÉDIUMS Y SANTOS
Fácilmente se infiere de cuanto
llevamos dicho, que la única diferencia esencial entre los médiums y los santos
está en la relativa utilidad de los demonios, si así pueden llamarse, pues
mientras el demonio apoya fielmente al exorcista cristiano en su ortodoxas opiniones, las entidades
espíritas dejan a su médium en el atolladero, porque al mentir van contra sus
propios intereses, ya que suscitan sospechas sobre la legitimidad de las
comunicaciones. Si las entidades espíritas fuesen diablos, demostrarían algo más talento y astucia, e imitarían a los
demonios del santo, que, forzados por
éste merced a la eficacia “del nombre que les reduce a la obediencia”, mienten de conformidad con el interés
personal del exorcista y su comunión religiosa. Dejamos al sagaz juicio del
lector la ejemplaridad de esta comparación.
Dice sobre esto Des Mousseaux:
Conviene
advertir que algunos demonios dicen a veces la verdad. El exorcista debe
ordenar al demonio que le diga si está retenido por arte mágica o por signos u
objetos especiales en el cuerpo del endemoniado. Si el poseído se ha tragado
estos objetos ha de vomitarlos, y si no, indicar el sitio en donde están para
quemarlos.
...Así
descubren algunos demonios que hay embrujamiento y delatan al autor e indican
los medios de romper el maleficio. Pero guardaos de recurrir en semejantes
casos a magos, hechiceros o médiums, sino tan sólo a un sacerdote de vuestra
Iglesia que, como podéis ver, cree en la magia desde el momento en que tan
explícitamente la declara. Y cuantos no
creen en la magia ¿cómo han de compartir la fe de la Iglesia? Nadie puede
aleccionarles mejor que aquellos a quienes cristo dijo: “Id y enseñad a todas
las gentes... Con vosotros estaré hasta el fin”.
Pero no hemos de creer que Jesús
dirigiera estas palabras tan sólo a quienes visten las negras o purpúreas
libreas de Roma, pues entonces resultaría la incongruencia de que Cristo
confiriese, por ejemplo, este poder a San Simeón el Estilita con el único
objeto de que sanase a un dragón, o bien a San Francisco de Asís para que
predicase a los pájaros. Estos dos episodios, entresacados sin rebusca de
centenares de otros análogos, aventajan en patrañería a las más extravagantes
consejas relativas a los teurgos paganos, magos y espiritistas. Sin embargo, la
mayoría de católicos diputarán por impostura que Pitágoras domesticara animales
salvajes con sólo su hipnótica influencia, mientras que admiten sin reparo
cuantas fábulas inventaron piadosamente los hagiógrafos.
Pero si se objeta que la Iglesia no
tiene por artículo de fe cuanto aparece en la Leyenda de Oro, cuyo compilador aprovechó para ello vidas apócrifas
de santos, redargüiremos negando valor a la objeción, por lo menos en los
casos que hemos referido; pues San Benito floreció en el siglo XII y Santo
Domingo en el primer cuarto del XIII, por lo que fue casi coetáneo de Veragine,
compilador de la Leyenda y vicario
general de la orden dominica, que murió en 1298, y tuvo por lo tanto a mano
recientes y sobrados testimonios de los sucesos de la vida del fundador de su
orden. No obstante, en algunos pasajes demuestra escasa escrupulosidad de
comprobación y poquísimo respeto a la verdad, que tampoco tuvo muy en cuenta la
Iglesia al aprobar el libro y atribuirle especial virtud de santidad, cuando la
quintaesencia del Decamerón de
Bocaccio resulta gazmoñería en comparación del nauseabundo naturalismo de la Leyenda de Oro.
LA
LEYENDA DE ORO
No nos asombra demasiado el empeño
que ponen los misioneros católicos en convertir al cristianismo a los induistas
y budistas, a quienes llaman “paganos”, sin tener en cuenta que por lo menos
resplandece en ellos la hermosa cualidad de no abjurar de su heredada fe por el
capricho de trocar unos ídolos por otros. Tal vez fuera para ellos una novedad
el protestantismo, que reduce a la más sencilla expresión las creencias religiosas;
pero ninguna necesidad tiene de apostatar el budista, a quien en vez del zapato
de Dagón le enseñan la sandalia del Vaticano, o le prometen cambiar los ocho
pelos y el diente milagroso de Buda por el mechón de pelo de cualquier santo y
el diente de Jedús, no tan hábilmente taumatúrgicos.
Apenas hay misionero residente en la
India, Tíbet y China que no deplore la “obscenidad” de los ritos paganos, que,
según Des Mousseaux, son “vehementes indicios del culto diabólico”; pero
seguramente que la moralidad de los paganos mejoraría algún tanto si libremente
pudiesen escudriñar la vida del rey poetta, autor de aquellos salmos que con
tanta devoción repiten los cristianos. Entre la danza fálica de David delante
del arca (símbolo del principio femenino) y el Vishnavita indo con el signo
fálico en la frente, sólo podrán declararse a favor del primero quienes no
conozcan las religiones antiguas ni la que dicen profesar. Bien harían los
cristianos en no acusar de obscenidad a los gentiles desde el momento en que
aceptan por modelo una religión cuya letra le consentía a David la entrega de
doscientos prepucios de filisteos para ser yerno del rey Saúl.
Han de
acordarse del significativo aforismo de Jesús, y quitarse la viga del ojo antes
de soplar la mota en el ajeno. El elemento sexual predomina en el cristianismo
tanto como en cualquiera de las religiones llamadas “paganas”, y de seguro que
en ningún pasaje de los Vedas se
encontraría la descocada obscenidad de lenguaje que los hebraístas
contemporáneos descubren en la Biblia.
Todos estos puntos están
magistralmente expuestos por el anónimo autor de La religión sobrenatural, que tantísimo éxito logró en Alemania e
Inglaterra al publicarse hace un año; en la del doctor Inman (50), quien
arremete contra las formas exotéricas del cristianismo y desentraña el
significado de los símbolos sin atacar a la religión de Cristo, sino al
artificioso sistema teológico que la desnaturaliza. Pero escuchemos las propias
palabras del autor:
Cuando la
sagacidad de algún observador descubrió la existencia de los vampiros, se trató
de acabar con ellos atravesando el cadáver con una estaca puntiaguda; pero la
práctica demostró que su extremada vitalidad les consentía reaparecer una y
otra vez no obstante los reiterados empalamientos, hasta que se arrojaba el
cadáver a una hoguera. De igual modo, el paganismo predominante entre los
creyentes en Jesús de Nazareth reaparece una y otra vez, a pesar de haberle
atravesado otras tantas de parte a parte. Muchos lo miman y pocos lo repudian.
Entre otros, yo levanto mi voz contra el paganismo prevaleciente en el
cristianismo clerical, y haré cuanto me sea posible para poner de manifiesto
semejante impostura... En una narración de asunto vampírico que se lee en el Thalaba de Southey, el vampiro toma la
figura de una joven de la que se enamora tiernamente el héroe del relato, quien
se ve precisado a matarla por su propia mano, aunque en el momento de herir se
convence de que no es tal joven, sino un demonio. Asimismo, al atacar yo al
paganismo revestido de ropaje cristiano, no
ataco a la verdadera religión . Nadie vituperaría a un operario que
limpiase una hermosa estatua. Habrá gentes demasiado pulcras para tocar
inmundicias, pero que se alegrarán de que alguien las barra. Se necesita el
barrendero.
EL PAPA Y
LOS MUSULMANES
Pero no son únicamente los paganos
quienes sufren la persecución de los católicos, que con San Agustín
exclaman:”¡Oh mi Dios! Así deseo que tus enemigos sean exterminados”. Su odio
se desata caínicamente contra sus próximos deudos en fe religiosa y contra sus
cismáticos hermanos.
La conspiración se fragua entre los mismos muros que
albergaron a los Borgias asesinos.
Las sombras de los pontífices infanticidas,
fratricidas y parricidas han sido dignas consejeras de los caínes de
Catelfidardo y Mentana. Ahora les llega la vez a los cristianos de raza eslava,
a los cismáticos de Oriente, que son como los filisteos de la Iglesia griega.
Después de haber agotado Pío IX el
caudal de epítetos laudatorios en alabanza propia para compararse con los
profetas mayores, ha querido extender el símil al patriarca Jacob en “su lucha
con el ángel del Señor”. Y ciertamente que no le falta razón para ello, pues en
estos momentos corona el edificio de la piedad católica simpatizando a rostro
abierto con los turcos.
El vicario de Cristo inaugura su infalibilidad
alentando con espíritu verdaderamente cristiano al David musulmán, al moderno
Bashi Bazuk, de quien sin duda recibiría gustoso algunos miles de prepucios
búlgaros o servios. Fiel a su propósito de sacrificarlo todo en interés de la
Iglesia romana, mira benévolamente las matanzas de búgaros y servios, y tal vez
maniobra en secreto con Turquía contra Rusia, como si antes de consentir que la
Iglesia griega se establezca oficialmente en Constantinopla y en Jerusalén,
prefiriera ver la un tiempo odiada media luna sobre el sepulcro de Cristo. A
manera de achacoso y decrépito ex tirano en el destierro, está dispuesto el
pontífice a contraer cualquier alianza que le asegure, si no la restauración
del poder temporal, por lo menos el menoscabo de sus rivales. Secretamente se
complace en el hacha que un tiempo blandieron los inquisidores, y prueba su
filo contra toda esperanza. En sus buenos tiempos se había aliado la Santa Sede
con príncipes heterodoxos, pero nunca se degradó como ahora hasta el punto de
apoyar moralmente a quienes durante doce siglos le han estado escupiendo a la
cara los dicterios de “infieles” y “perros cristianos” con que repugnaban la fe
católica.
El mundo civilizado puede esperar
todavía que en el recinto del Vaticano se aparezca la Virgen en carne mortal,
pues si la milagrosa aparición, tantas veces repetida en tiempos medioevales,
se ha renovado hace poco en Lourdes, ¿por qué no repetirla una vez más para dar
el golpe de gracia a los herejes, cismáticos e infieles? Preciso es que una
religión se haya degradado hasta el último extremo para que sus clérigos se
valgan de tan sacrílegas imposturas y el pueblo las acepte sin reparo o
finja aceptarlas.
DOCTRINAS DE
PABLO
Semejante concepto de la religión es
incompatible con las íntimas aspiraciones del espíritu inmortal. Así lo
entendieron siempre los verdaderos filósofos, gentiles o cristianos o judíos.
Las enseñanzas de Buda se reflejan en las de Cristo. Las del apóstol Pablo y de
Filo Judeo son difelísimo eco de las de Platón. Unas y otras hermanaron Amonio
y Plotino con inmortal fama de su nombre. No sucede así con los
intérpretes de la Biblia. La simiente
de la Reforma quedó sembrada el día en que se echaron de ver las
contradicciones entre el segundo capítulo de la Epístola del apóstol Santiago y
el onceno de la de San Pablo a los hebreos. Quien siga las enseñanzas de Pablo
ha de repudiar las de Santiago, Pedro y Juan. Para mantener su fe cristiana han
de dar en rostro los partidarios de Pablo a las enseñanzas de Pedro, quien si
merecía vituperio y le faltaba razón, no podía ser infalible ni tampoco pueden
sus sucesores alardear de infalibilidad. Todo reino dividido perecerá y toda
casa minada se derrumbará. La pluralidad de maestros es tan funesta en religión
como en política. Las doctrinas de Pablo eran las de los filósofos místicos, y
por esto decía:
Permaneced
firmes en la libertad que os dio Cristo, y no caigáis de nuevo en el yugo de la
servidumbre... Pero si os mordéis unos a otros, cuidad de no devoraros.
Es evidentemente gratuita la
acusación de demonolatría lanzada a veces contra los neoplatónicos, por cuanto
la Iglesia romana adoptó sus mismas ceremonias teúrgicas palabra por palabra;
de modo que el exorcista cristiano emplea hoy idénticas evocaciones y conjuros
que el sacerdote pagano y el cabilista judío. Sobre esto dice Wilder:
A pesar de
las diferencias entre los neoplatónicos y los cristianos de Pablo, muchos
catequistas de la nueva fe conservaban muy en lo hondo la levadura filosófica.
Sinesio, obispo de Cirene, era discípulo de Hipatia. San Antonio reprodujo la
teurgia de Jámblico. El Logos o Verbo del Evangelio de San Juan es
concepto gnóstico. Clemente de Alejandría, Orígenes y otros Padres de la
Iglesia bebieron copiosamente en los manantiales de la filosofía neoplatónica.
El ascetismo aconsejado por la primitiva Iglesia era idéntico al de Plotino...
Durante la Edad Media hubo filósofos que aceptaron las doctrinas enseñadas por
el famoso maestro de la Academia.
En prueba de que la Iglesia romana se
apropió los ritos y ceremonias mágicas de los mismos cabalistas y teurgos a
quienes anatematizaba, cotejaremos las fórmulas de exorcismos empleadas por los
cabalistas y por los cristianos, para inferir de su identidad que éste fue uno
de los motivos por los cuales mantuvo siempre la Iglesia a sus fieles en la
ignorancia del ritual, de modo que tan sólo los directamente interesados en el
engaño tuvieron oportunidad de cotejar ambas fórmulas.
El vulgo no entendía el
latín, y aunque lo hubiese entendido estaba prohibida la lectura de los
tratados de magia, so pena de excomunión. La ingeniosa estratagema de la
confesión auricular imposibilitaba la consulta, siquier clandestina, de lo que
el clero llamaba “garabatos del diablo” o rituales de magia. Para mayor
seguridad, la Iglesia empezó por ocultar todo cuanto referente al arte mágico
pudo haber a mano.
He aquí el cotejo:
ORIGEN
PAGANO DEL RITUAL
CATÓLICO
RITUAL CABALÍSTICO RITUAL
CATÓLICO
(judío y pagano)
Exorcismo de la sal Exorcismo de la sal
El sacerdote bendice la sal y exclama: El
sacerdote bendice la sal y exclama:
“Criatura de sal , en ti
permanezca “Criatura de sal, yo te exorcizo en
la SABIDURÍA (Dios) y preserve de toda nombre
del Dios vivo... Sé salud del
corrupción nuestra mente y nuestro cuerpo. Alma y del cuerpo. Doquiera que seas
Por Hochmael (..., Dios de
Sabiduría) y esparcida,
ahuyentaal inmundo espíritu...
el poder de Ruach-Hochmael
(Espíritu Amén”.
Santo), se alejen ante ti los espíritus de la
Materia (espíritus malignos). Amén”.
Exorcismo del agua y cenizas Exorcismo
del agua
“Criatura del agua, yo te exorcizo en el nombre “Criatura del agua, en nombre de Dios
de Netsah, Hod y Jerod (Trinidad cabalística), omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
en el principio y el fin, en el alfa y el omega que yo te
exorcizo. Te conjuro en nombre del
entran en el Espíritu Azoth (Espíritu Santo o cordero que aplastó al basilisco y
al
Alma universal). Te exorcizo y conjuro. ¡Águila áspid y tiene a sus pies el león y el
Errante!, el Señor tenga poder sobre ti por las dragón”.
Alas del toro y su flamígera espada”.
Exorcismo de un elemental Exorcismo
del diablo
“Serpiente, en nombre del Tetragrámaton, . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . .
el Señor que tiene poder sobre ti por el “¡Oh Señor! Haz que aquel que
lleva
ángel y el león. Ángel de tinieblas, obedece consigo el terror huya herido por el
terror
y ahuyéntate por virtud de esta bendita y
quede vencido. ¡Oh tú, vieja serpiente!..
agua. Águila encadenada, obedece a esta tiembla
ante la mano del que, triunfante
señal y aléjate ante el soplo. Movible de
los tormentos del infierno devolvió
serpiente, arrástrate a mis pies o te la
luz a las almas. Cuanto más te
atormentará este fuego sagrado y te perviertas,
más terribles serán tus
aniquilará este bendito incienso. Que el torturas... por Aquel que reina
sobre vivos
agua vuvelva al agua. Que el fuego y
muertos y que juzgará el mundo por
queme y el aire oree. Que la tierra vuelva Fuego ... En el nombre del
Padre, del
a la tierra por virtud del Pentagrama, la Hijo y del Espíritu
Santo. Amén”.
Estrella matutina, y en nombre del
Tetragrámaton grabado en el centro de la
Cruz lumínica. Amén”.
Crueldad parece echar en cara a Roma
la usurpada propiedad de sus símbolos; pero preciso es hacer justicia a los
despojados hierofantes. Mucho tiempo antes de que los cristianos adoptaran la
cruz por símbolo, la empleaban neófitos y adeptos como secreto signo de
reconocimiento. A este propósito dice Eliphas Levi:
El signo de
la cruz, adoptado por los cristianos, no es privativo de esta religión, pues ya
con anterioridad era cabalístico y simbolizaba el cuaternario equilibrio de
opuestos elementos. Por el versículo esotérico del Pater (del que tratamos en otra obra) vemos que primitivamente hubo
dos maneras de hacer el signo de la cruz, o por lo menos dos fórmulas muy
distintas de significación: una exclusiva de sacerdotes e iniciados; otra común
a neófitos y profanos. El iniciado hacía la señal de la cruz con la mano
derecha extendida desde la frente al pecho y del hombro izquierdo al derecho,
diciendo: a ti-pertenece-el reino-de
justicia-y misericordia. Después, con las manos juntas, añadía: En los ciclos generadores: “Tibi sunt
Malchut et Geburah et Chassed per oeonas”. Tal era el signo de la cruz, absoluta y hermosamente cabalístico, que
la Iglesia oficial y militante perdió por completo al profanar el gnosticismo.
INFLUENCIA
DE SAN AGUSTÍN
De esto podemos inferir cuán
gratuitas son las siguientes afirmaciones del P. Ventura:
Mientras San
Agustín fue maniqueo y estuvo ignorante de la augusta revelación cristiana,
cuya sublimidad orgullosamente menospreciaba, nada supo ni comprendió acerca de
Dios, del hombre y del universo, y permaneció ignorado, obscuro e inactivo,
hasta que apenas convertido al cristianismo, se remontó a las cimas sublimes de
la filosofía y la teología en alas de su mente iluminada por la antorcha de la
fe... Así el genio de Agustín se explayó en toda su prodigiosa fecundidad y
grandeza, y su entendimiento resplandeció con el vivísimo fulgor que, reflejado
en sus obras inmortales, no ha cesado ni por un momento de iluminar durante
catorce siglos a la Iglesia del mundo.
Dejemos al P. Ventura el cuidado de
averiguar lo que Agustín fuese como maniqueo; pero no cabe duda de que su
ingreso en el cristianismo engendró perpetua enemistad entre la teología y la
ciencia, pues mientras por una parte se veía precisado a confesar la
posibilidad de que hubiese “algo de divino y verdadero en las doctrinas de los
gentiles”, declaraba por otra parte que estos eran “abominables por lo
supersticiosos, idólatras y soberbios; y que, a menos de arrepentirse, les
había de castigar la justicia divina”. Aquí tenemos explicada la conducta que
la Iglesia cristiana ha seguido desde entonces hasta nuestros días, negando
validez a cuanto de divino y verdadero puedan tener las doctrinas de quienes no
pertenecen a su comunión, merecedores tan sólo por ello de las iras celestes.
Sobre el particular, dice Draper:
Nadie
contribuyó tanto como este padre a suscitar el antagonismo entre la ciencia y
la religión, pues desviando la Biblia de su verdadero objeto, que era una guía
para la pureza de vida, la colocó en la arriesgada posición de árbitra del
saber humano y tirana de la mente. Dado el ejemplo, no faltaron imitadores. Las
obras de los filósofos griegos fueron repudiadas por profanas, y los timbres de
gloria del Museo alejandrino quedaron obscurecidos por la nube de ignorancia y
jerigonza mística, de cuyo seno brotaban con demasiada frecuencia los
destructores rayos de la venganza eclesiástica.
Agustín y Cipriano reconocen que
Hermes y Hostanes creían en el único y verdadero Dios invisible, incomprensible
por la mente y tan sólo comprensible por el espíritu . En consecuencia,
todo hombre de criterio no perturbado por el fanatismo religioso inferirá de
las ideas de Agustín y Hermes acerca de la Divinidad, que el segundo aventajaba
al primero en la exposición filosófica del concepto.
El P. Ventura coloca a San Agustín en
las más “sublimes alturas de la filosofía”, pavoneándose ante el asombrado
mundo; pero draper le sale al paso con las siguientes consideraciones críticas
sobre la filosofía agustina:
¿Era posible desechar las obras de los filósofos
griegos a cambio de un sistema descabelladamente engendrado por la ignorancia y
la osadía? Mucho más pronto debieron de haber venido los eminentes críticos de
la Reforma a colocar las obras de San agustín en su propio nivel, y enseñarnos
a mirarlas con desprecio.
En cuanto a la acusación levantada
contra Plotino, Porfirio, Jámblico, Apolonio y Smón el Mago de que tenían
hecho pacto con el diablo, no merece por absurda los honores de la refutación
ni aun suponiendo cierta la existencia del precito personaje. La diferencia de
opiniones religiosas, por grande que sea, no alcanza per se a que unos vayan al cielo y otros al infierno. Semejantes
dogmas, incompatibles con la caridad, pudieron prevalecer en tiempos
medioevales; pero ya es demasiado tarde para que nos intimide el tradicional
espantajo.
El erudito autor de la Religión sobrenatural se esfuerza en
demostrar la identidad de Simón el Mago con el apóstol San Pablo, cuyas
Epístolas condenó públicamente San Pedro por contener enseñanzas heréticas. El
apóstol de los gentiles era franco, elocuente, sincero y sabio. El apóstol de
la circuncisión era por el contrario cobarde, receloso, falaz e ignorante. No
cabe duda de que Pablo estaba iniciado, al menos parcialmente, en los misterios
teúrgicos, como lo denotan su estilo con la terminología peculiar de los
filósofos griegos y ciertas frases que únicamente empleaban los iniciados.
A mayor abundamiento, tenemos el siguiente pasaje del apóstol:
...entre los
perfectos hablamos sabiduría; mas no sabiduría de este mundo ni de los arcontes
de este mundo, sino que hablamos Sabiduría de Dios en misterio, la que está
encubierta..., la que no conoció ninguno de los arcontes de este mundo.
EL
MAESTRO CONSTRUCTOR
Inequívocamente da a entender el
apóstol en estas palabras que estaba iniciado (que era de los mystae), y aludía
a enseñanzas propias de los Misterios. Pero si no bastara esta prueba,
tendremos otra en que al apótol “le cortaron el cabello a punta de tijera en
Cencrea porque había hecho un voto”.
Dice Pablo:
Según la gracia
de Dios que se me ha dado, eché el cimiento como sabio maestro constructor.
La frase maestro constructor, que tan
sólo se lee una sola vez en toda la Biblia, puede considerarse como prueba
incontrovertible, pues la tercera parte de los sagrados ritos se llamaba en los
Misterios epopteia o revelación, esto
es, el acto de comunicar el secreto, durante el cual se transportaba el
iniciado a la divina clarividencia en que, suspendida la visión terrena, se
unía con su Dios la ya libre y pura alma. Pero en su significado etimológico,
la palabra epopteia equivale a
vigilante o inspector, y también tiene la acepción de maestro constructor o
arquitecto, de donde más tarde derivó el nombre francés de masón en el mismo
sentido empleado en los Misterios. Así, pues, al llamarse Pablo “maestro
constuctor” emplea una frase genuinamente cabalística, teúrgica y masónica que
ningún otro apóstol emplea, y se declara iniciado
con derecho de iniciar a otros.
Si proseguimos por este camino con
tan seguros guías como los Misterios
y la Kábala, descubriremos la secreta
razón de que Pedro, Juan y Santiago persiguiesen odiosamente a Pablo. El autor
del Apocalipsis era cabalista judío
de legítima estirpe, que como sus antepasados odiaba por juro de heredad los
Misterios. Su recelo se extendió durante la vida de Jesús hasta el mismo
Pedro, con quien se reconcilió después de la muerte de su común Maestro
para predicar celosamente el rito de la circuncisión. Pedro reconocía no
obstante la superioridad de Pablo en conocimientos de literatura y filosofía
griega, por lo que debió de parecerle experto en artes mágicas y versado en la
gnosis o sabiduría de los Misterios, o sea que tal vez le tuvo por Simón el
Mago.
SIGNIFICADO
DE “PETRUM”
En cuanto a Pedro, la exégesis ha
demostrado hace tiempo que en la fundación de la Iglesia romana no tuvo más
parte que proporcionar el pretexto, tan hábilmente aprovechado por el astuto
Ireneo, para cimentar la nueva Iglesia sobre la Petra o Kiffa, que
mediante un sencillo juego de palabras se relacionaba con Petroma o doble tabla de piedra que el hierofante empleaba en el
misterio final de la iniciación. Aquí se encierra acaso todo el secreto de las
alegaciones del Vaticano. Sobre el particular, dice muy oportunamente Wilder:
En los
países orientales se designaba al hierofante con el título de ... (Pedro) que
en caldeo y fenicio significa intérprete. Hay en todo esto reminiscencias de la
ley mosaica, así como respecto de las atribuciones que el papa se arroga para
ser el hierofante o intérprete de la religión cristiana.
Hasta cierto punto hemos de
concederle el derecho de interpretación, pues la Iglesia latina incorporó en
sus ceremonias, símbolos, ritos, templos y vestiduras sacerdotales, las
tradiciones del culto pagano y aun su culto público y externo. De lo contrario,
sus dogmas serían más lógicos y no tan ofensivos a la majestad del supremo e
invisible Dios.
En el sarcófago de la reina
Mentuhept, de la oncena dinastía, se encontró una inscripción jeroglífica
copiada del Libro de los muertos, cuya interpretación es como sigue:
PTR RF SU
Peter- ref- su.
Bunsen entremezcla este sagrado
formulario con toda una serie de interpretaciones glosadas de un monumento de
cuarenta siglos de antigüedad, y dice sobre el caso:
Esto
equivale a creer que la verdadera interpretación ya no era inteligible en
aquella época... Conviene, por lo tanto, advertir que el sagrado texto de un
himno compuesto por el espíritu de un difunto era, hace 4.000 años, del todo
ininteligible para los copistas del rey.
Cierto es que era ininteligible para
los copistas profanos, como lo demuestran las confusas y contradictorias
interpretaciones de los comentadores, pues la palabra PTR la conocían
únicamente los hierofantes de los santuarios, y la escogió Jesús para designar
el cargo conferido a uno de sus apóstoles.
Sobre el significado de esta palabra,
dice Bunsen:
Opino que
PTR es literalmente el angituo arameo y hebreo Patar que encontramos en la historia de José en significación específica
de interpretar. De aquí que pitrum equivalga a interpretación de un
texto o de un sueño.
En varios pasajes de un manuscrito
cuyo texto es en parte griego y en parte demótico, tuvimos ocasión de leer
frases que bien pudieran esclarecer la materia de que vamos tratando. Uno de
los personajes de la narración, el judío
iluminador Telciotes, se comunica con su Patar. Algunos pasajes representan al iluminador en una ... (cueva, donde sólo interrumpe su
contemplativo aislamiento para enseñar a los discípulos de afuera, no
personalmente, sino por mediación del patar,
que recibe las lecciones de sabiduría aplicando el oído a un agujero circular
abierto en la cortina que oculta al maestro de la vista de los discípulos, a
quienes el patar transmite oralmente
las enseñanzas. Tal era, con leves variantes, el procedimiento seguido por
Pitágoras, quien, según sabemos, jamás permitía que le vieran los neófitos sino
que les aleccionaba tras la cortina de separación entre la cueva y el
auditorio.
No sabemos si el judío iluminador del manuscrito greco-demótico alude o no a Jesús;
pero sea como fuese, subsiste la misteriosa denominación que más tarde aplicó
la Igflesia católica al portero del cielo e intérprete de la voluntad de
Jesucristo. La palabra patar o peter coloca a maestro y discípulo en la
esfera de iniciación en la doctrina secreta. El sumo hierofante de los
Misterios no permitía jamás que le viesen ni oyesen los candidatos, para
quienes era el Deus ex machina, la
invisible Divinidad, que presidía las ceremonias por medio de su vicario. Al
cabo de dos mil años vemos que los Dalai-Lamasdel Tíbet siguen todavía el mismo
procedimiento en los misterios de su religión. Si Jesús conocía el secreto
significado del nuevo nombre que dio a Simón, debió de ser iniciado, pues de lo
contrario lo ignorara; y, por lo tanto, ya hubiese recibido la iniciación de
los pitagóricos esenios, de los magos caldeos o de los sacerdotes egipcios, su
doctrina no pudo ser ni más ni menos que una parte de la secreta enseñada por
los hierofantes paganos a los pocos y escogidos adeptos que entraban en el
sagrado adyta.
RITOS
PAGANOS Y CRISTIANOS
Más adelante discutiremos esta
materia. Por ahora nos limitaremos a indicar someramente la extraordinaria
semejanza o, mejor dicho, identidad de los ritos religiosos y vestiduras
sacerdotales del clero cristiano con los de los asirios, fenicios, egipcios y
otros pueblos de la antigüedad.
Las tablillas asirias nos muestran el
modelo de la tiara pontificia, sobre la cual dice Inman:
Podemos
decir de paso que así como papas adoptaron la tiara de la maldita raza de Cam,
así también adoptaron la cruz episcopal de los augures de Etruria y las
representaciones angélicas de los pintores y escultores de Grecia e Italia.
Los nimbos de los santos y las
tonsuras de los sacerdotes y monjes católicos son emblemas solares, a
juzgar por las irrefutables pruebas que de ello encontramos. Knight reproduce un dibujo de San Agustín con la figura de un primitivo obispo
cristiano en traje probablemente idéntico al que él llevara. El palio episcopal
es el signo femenino en las ceremonias del culto religioso, y en el dibujo de
San Agustín está dicho palio adornado con cruces budistas y tiene la misma
configuración de la T egipcia, aunque levemente desviada en forma de Y. Sobre el particular dice Inman:
El palo
inferior de esta letra simboliza la tríada masculina. La figura del obispo
aparece con la mano derecha levantada y el índice extendido, en la misma
actitud de los sacerdotes asirios cuando tributaban homenaje al bosque
sagrado... Cuando el obispo lleva el palio en las ceremonias del culto,
representa la Tinidad en la Unidad, esto es, el Arba o místico cuaternario.
El culto de la Virgen María es a
todas luces la sucesiva continuación del de Isis, cuyos sacerdotes al
convertirse al cristianismo conservaron las vestiduras con el sobrepelliz, la
tonsura y el celibato obligatorio, aunque por desgracia prescindieron de las
frecuentes abluciones.
King (97) describe el letrero que
circuye una doble imagen de Serapis e Isis, que aparece como sigue:
‘H KIPIA
ICIC AI’NH
y significa:
INMACULADA ES NUESTRA SEÑORA ISIS
La misma advocación se aplicó
después a la Virgen María.
Dice también King:
Las Vírgenes Negras que se veneran en
algunas catedrales francesas no son ni más ni menos que imágenes
basálticas de Isis, según ha demostrado su detenido examen.
ICONOGRAFÍA
CRISTIANA
Ante el altar de Júpiter Ammón
colgaban los sacerdotes sonoras campanas de cuyo timbre colegían sus augurios. También los sacerdotes budistas invocan a los dioses a toque de campana
para que desciendan sobre el altar. Por lo tanto, los cristianos
aprendieron el uso de las campanas de los budistas tibetanos y chinos. El
mismo origen tienen los rosarios de cuentas que desde hace veintitrés siglos
siguen usando los monjes budistas.
Los egipcios tenían el sinónimo de
nuestra palabra monja con la misma
significación actual, y todavía se conserva intraducida la voz nonna en la terminología cristiana.
Los artistas prenoicos de
Babilonia circuían de una aureola o nimbo la cabeza de las figuras humanas a
quienes querían tributar honores divinos, y este mismo nimbo reapareció siglos
más tarde en la iconografía cristiana.
Las representaciones pictóricas de Isis
y Krishna, transmutadas después en María y Jesús, no son puramente
astronómicas, sino que simbolizan las divinidades masculina y femenina en
conjunción análoga a la del sol y la luna. Es la unión de la Tríada y la Unidad.
Y como es arriba, así es abajo y
fuera y dentro del simbolismo de la Iglesia cristiana, en cuyos ritos y
ornamentos se descubre el sello del exoterismo pagano. En el vasto campo de los
conocimientos humanos no hubo punto más ignorado de las gentes, o de propósito
encubierto a sus miradas, como el que señala cuanto a la antigüedad se refiere
con su pasado venerable y sus creencias religiosas estropeadas bajo los pies de
la posteridad, cuya ceguera confunde a los hierofantes y profetas, iniciados (mistoe) y videntes (epoploe) con los adoradores del diablo. El sacerdote cristiano,
después de ataviarse con los despojos del vencido, le anatematiza valiéndose de
las mismas fórmulas, ritos y ceremonias aprendidos de labios del anatematizado.
La Biblia sirve de arma contra el
pueblo cuya sagrada Escritura fue durante siglos.
El adepto pagano escucha
maldiciones bajo el mismo techo que presenció su iniciación, y el mono de Dios recibe exocista aspersión de agua bendita de las manos que empuñan
el mismo lituus de los antiguos
augures.
Por parte del clero y vulgo de los
cristianos se advierte vergonzosa ignorancia y la despectiva soberbia que tan
valerosamente flageló el clérigo Gross contra el prejuicio de sus colegas al
decir:
La
investigación es tarea inútil o criminosa cuando hay deliberado intento de
menoscabar las religiones antiguas... Tan sólo este lamentable prejuicio pudo
adulterar de tal manera la teología del paganismo y contrahacer o, mejor dicho,
caricaturizar su culto religioso. Hora es ya de levantar la voz en vindicación
de la verdad ultrajada y de que los contemporáneos tengan más sentido común
para no vanagloriarse hasta el punto de creer que la razón es privilegio
exclusivo de los tiempos modernos.
TAUMATURGIA
PAGANA
Todo esto denota la verdadera causa
del odio que los cristianos primitivos y medioevales sintieron hacia sus
hermanos y peligrosos émulos gentiles. Únicamente se odia lo que se teme.
Los
taumaturgos cristianos, una vez rota toda relación con los Misterios de los templos
y las renombradas escuelas de magia a que San Hilarión alude, podían
tener muy pocas esperanzas de rivalizar con los taumaturgos paganos. Ningún
apóstol igualó en poder teúrgico a Apolonio de Tyana, excepto en las curaciones
hipnóticas. A este propósito, pregunta San Justino Mártir con evidente
zozobra:
¿Cómo es que
los talismanes (...) de Apolonio tienen poder sobre los elementos, pues, según
vemos, aplacan la furia de las olas y la violencia del viento y repelen las
acometidas de las fieras? Mientras que los milagros de Nuestro Señor Jesucristo
se conocen tan sólo por tradición, los de Apolonio son muy numerosos y tan
evidentes que extravían a cuantos los presencian.
A pesar de su perplejidad, acierta
este autor al atribuir la virtud taumatúrgica de Apolonio a su profundo
conocimiento de la ley reguladora de las simpatías y antipatías de la
Naturaleza.
Incapaces los Padres de la Iglesia de
negar la evidente superioridad taumatúrgica de sus émulos, recurrieron al viejo
pero siempre eficaz procedimiento de la clumnia, y echaron en cara a los
teurgos la misma imputación de los fariseos a Jesús cuando le decían: Demonio tienes. Los Padres repitieron Demonio tienes, frente a los teurgos
paganos, logrando que como artículo de fe prevaleciese acusación tan
calumniosa. Los actuales herederos de aquellos sofisticadores eclesiásticos
achacan también a obra del demonio la magia, el espiritismo y aun el
hipnotismo, sin tomarse el trabajo de leer a los autores antiguos.
Ningún
mojigato contemporáneo aventaja a los iniciados de la antigüedad en abominar de
los abusos a la magia. No hubo ley
medioeval ni la hay moderna más rigurosa en este punto que la de los
hierofantes, cuya justicia se mantenía inflexible contra los hechiceros que conscientemente empleaban sus facultades
en daño de la humanidad, al paso que si bien expulsaban del sagrado recinto al
hechicero inconsciente, al poseído y
al obseso, le cuidaban en los hospitales anexos al templo hasta que recobraba
la salud. Con arreglo a la ley, quedaban excluídos de los Misterios el criminal
convicto y el mago negro.
No necesita comentarios esta ley, que
mencionan cuantos autores trataron de la antigua iniciación.
Es absurdo
suponer, como supuso San Agustín, que los neoplatónicos inventaran la explicación
de su doctrina, porque el mismo Platón, más o menos encubiertamente, expone
casi todas las ceremonias en su verdadero y sucesivo orden. Los Misterios son
tan antiguos como el mundo, y quienquiera que esté versado en simbología puede
seguir sus huellas hasta llegar a la época prevédica de la India.
En este país
se le exige al candidato (vatu) la
virtud y pureza más excelentes antes de ser admitido a la iniciación, ya como
mero fakir, ya como purohita (sacerdote
secular) o como sannyâsi .
Después
de triunfar de las tremendas pruebas que preceden a la admisión en el círculo
interno de las criptas, el sannyâsi
pasa su vida en el templo entregado a la observancia de las ochenta y cuatro
reglas y diez virtudes prescritas a los yoguis. Dicen los libros indos de
iniciación que “sin practicar durante toda la vida las diez virtudes ordenadas
por el divino Manú, nadie puede ser iniciado en los misterios del
consejo"” estas virtudes son resignación, templanza, probidad,
castidad, continencia, veracidad, paciencia, conocimiento,
sabiduría y caridad. Estas virtudes han de resplandecer en el verdadero
yogui, y ningún adepto indigno debe deshonrar las filas de los iniciados
ni un día siquiera. Verdaderamente es preciso reconocer que el ejercicio de
estas virtudes es de todo punto incompatible con las obscenidades del culto
diabólico y con cualquier finalidad lasciva.
Uno de los principales objetos de la
presente obra es demostrar que en todas las religiones populares subyace la antiquísima
doctrina de sabiduría, una e idéntica, profesada prácticamente por los
iniciados de todos los países, únicos que comprendían su importancia. Por ahora
cae fuera de la posibilidad humana averiguar el origen de esta doctrina de
sabiduría, ni tampoco colegir la época de su plenitud. Sin embargo, basta el
simple examen para convencerse que fueron necesarios largos siglos para que
alcanzara la maravillosa perfección que revelan los remanentes de los distintos
sistemas esotéricos. Tan profunda filosofía, tan sublime código de moral y tan
concluyentes resultados prácticos no han podido derivarse de una sola
generación ni de una sola época.
EL
SECRETO DE LA
INICIACIÓN
Fue preciso
que multitud de preclaros entendimientos observaran fenómeno tras fenómeno en sucesivas inducciones para
eslabonar las verdades conocidas y sistematizar esta antigua doctrina, cuya
identidad en todas las religiones del pasado demuestra el común ritual de
iniciación, las castas sacerdotales bajo cuya custodia estuvieron las místicas
palabras de poder y las manifestaciones fenoménicas que, por su dominio sobre
las fuerzas naturales, denotaban la intervención de seres superiores al hombre.
Todo lo referente a los Misterios se celaba con riguroso sigilo en todas las
naciones, y todas castigaban con pena de muerte al iniciado de cualquier
categoría que divulgase los secretos recibidos. Así ocurría en los Misterios
báquicos, eleusinos, caldeos, egipcios y aun en los indos, de donde derivaron
los demás. También regía la misma pena en la diversidad de comunidades
desgajadas del común tronco en diferentes épocas. La vemos prescrita entre los
esenios, gnósticos, neoplatónicos y rosacruces.
Más adelante aduciremos otras pruebas
de esta identidad de votos, fórmulas, ritos y doctrinas de las antiguas
religiones, y echaremos de ver que perdura hoy tan floreciente y activa como en
todo tiempo la secreta Fraternidad, cuyo sumo pontífice y hierofante (brahmâtma) está todavía visible para
quienes saben, aunque se le dé otro
nombre, y que su influencia se ramifica por el mundo entero.
Pero entretanto, volvamos a tratar
del primitivo período del cristianismo.
Clemente de Alejandría, con el
rencoroso fanatismo peculiar a los neoplatónicos renegados, pero muy extraño en
tan culto y sincero Padre de la Iglesia, tilda los Misterios de obscenos y
diabólicos, como si no supiera que todos los ritos y ceremonias externas tenían
significado esotérico.
Fuera absurdo juzgar a los antiguos
desde el punto de vista de la civilización contemporánea, y no es precisamente
la Iglesia la más indicada para arrojar contra ellos la primera piedra, pues
según afirman los simbologistas, sin que nadie pueda refutarlos, se apropió los
emblemas religiosos de la antigüedad en su aspecto más grosero. Si hombres tan
austeros como Pitágoras, Platón y Jámblico tomaban parte en los Misterios de
que con tanta veneración hablaron, cuadra muy mal que los críticos modernos los
juzguen a la ligera por sus manifestaciones exotéricas. Jámblico dice a este
propósito:
Las representaciones
de los Misterios acompañadas de pavorosa
santidad, tenían por objeto deleitar la vista para distraer de la mente
todo mal pensamiento y librarnos así de pasiones licenciosas.
Esta explicación basta para
satisfacer a los entendimientos no esclavos del prejuicio, según lo comprende
Warburton al añadir:
Los hombres
más sabios y virtuosos del mundo pagano afirman unánimemente que la institución
de los Misterios, siempre pura desde un principio, se proponía los más nobles
fines por los medios más dignos.
Aunque en las manifestaciones
públicas de los Misterios tomaban parte personas de toda condición y de ambos
sexos, pues era obligatoria la asistencia, muy pocos llegaban a recibir la
primera iniciación y menos todavía la final.
GRADOS DE INICIACIÓN
Proclo nos informa de los
diversos grados de iniciación, diciendo:
El rito
purificador (...) precede en orden al de la primera iniciación (muesis), y ésta a la iniciación final (epopteia, apocalipsis o revelación).
Theon de Esmirna divide la
iniciación en cinco grados y dice sobre el particular:
El primer
grado es el de previa purificación, porque los Misterios no se comunican a
cuantos desean conocerlos, pues hay algunos a quienes el voceador (...) niega
la admisión. Los admitidos han de purificarse mediante ciertas prácticas que
preceden a la iniciación... El tercer grado es la epopteia o revelación. El
cuarto confiere la dignidad sacerdotal o hierofántica, cuyo símbolo es la
coronación. El quinto grado, consecuencia de los cuatro anteriores, es la
amistad e íntima comunicación con Dios.
Algunos autores dudan y los
cristianos niegan que los “paganos” pudieran lograr semejante “amistad y
comunicación con Dios”, pues afirman que únicamente los santos de la Iglesia
católica son capaces de elevarse a tan excelso estado. En cambio, los
escépticos extienden la negación a paganos y cristianos. Al cabo de largos
siglos de materialismo religioso y parálisis espiritual, es muy difícil si no
imposible esclarecer este punto. Ya no existen los atenienses que un tiempo se
congregaban en la plaza pública de Atenas ante el altar dedicado al
“desconocido Dios”, y sus descendientes creen que la desconocida Divinidad es
el Jehovah hebreo.
A los divinos éxtasis de los primitivos cristianos han
sucedido visiones de índole más adecuada a la civilización y progreso de los
tiempos. La figura de Jesús es hoy menos fulgurante que la del “Hijo del
Hombre”, a quien los primitivos cristianos representaban descendiendo del
séptimo cielo sobre nubes de gloria, rodeado de ángeles y serafines.
Desde el grandioso concepto que de la
Divinidad inmanifestada tuvieron los antiguos adeptos, hasta las grotescas
representaciones de Aquel que murió en la cruz por amor a los hombres, han
transcurrido largos siglos, cuya pesadumbre parece haber extinguido en el
corazón de los cristianos todo sentimiento religioso puramente espiritual. No
es maravilla, pues, que los cristianos nieguen a los paganos la posibilidad de
“unirse y comunicarse amistosamente con Dios”, según nos dice Proclo, y que por
otra parte tengan los materialistas por quimérica esta aseveración, aunque, no
obstante negarla, denotan menos impiedad y ateísmo que muchos clérigos.
Pero si bien ya no existen los
Misterios eleusinos, todavía hay un pueblo muy anterior a los orígenes de
Grecia donde perdura el ejercicio de las facultades llamadas sobrehumanas, tal
como las ejercitaron sus antepasados siglos antes de la guerra de Troya. Este
pueblo es la India, hacia la que debieran convertir su atención los filósofos y
psicólogos occidentales, que en su mayor parte ni sospechan siquiera las
profundidades de la secreta filosofía indica. Los orientalistas tratan con
petulante aire de superioridad cuanto se refiere a la metafísica de los indos,
como si la mente europea fuese la única capaz de pulir el bruto diamante de las
antiguas obras sánscritas y separar lo bueno de lo malo en provecho de la
posteridad. Así disputan los orientalistas unos con otros acerca de las
externas formas de expresión, sin la menor idea de las supremas y vitalísimas
verdades que encubren a la comprensión de los profanos.
Dice sobre esto Jacolliot:
Por regla
general, los brahmanes pertenecen a la categoría de grihasthas o purohitas, es decir, del primer grado de
iniciación, que no obstante poseen facultades educidas hasta un punto
desconocido en Europa. En cuanto a los iniciados de segundo y tercer grado,
afirman que no tienen limitación de tiempo ni espacio, y ejercen dominio sobre
la vida y la muerte... Pero a estos iniciados no se les ve jamás ni siquiera en
el interior de los templos, excepto en la solemne fiesta lustral del fuego.
Entonces aparecen a media noche sobre una tribuna levantada en el centro del
sagrado estanque, como espectros que con sus conjuros iluminan el espacio. En
su torno se eleva una refulgente columna de luz que abarca de la tierra al
cielo, mientras extraños sonidos cruzan el aire y seiscientos mil indos
llegados de todos los ámbitos del país se tienden de bruces en el suelo e
invocan los espíritus de sus antepasados.
La racionalista filiación de
Jacolliot nos asegura que no dice en su obra ni más ni menos de lo que vio por
sí mismo, y así lo corroboran otros escépticos. En cambio, los misioneros,
después de pasar media vida en el país del “culto diabólico”, como llaman a la
India, o bien niegan maliciosamente cuanto no les conviene, aunque les conste
su certeza, o bien atribuyen ridículamente al “diablo” la operación de
fenómenos más prodigiosos todavía que los “milagros” de la época de los
apóstoles.
SINCERIDAD
DE LOS FAKIRES
No obstante su “empedernido
racionalismo”, según él lo llama, se ve precisado Jacolliot a confesar la
autenticidad de cuantos prodigios describe, y la sincera actuación de los
fakires a cubierto de toda impostura, diciendo:
Jamás eché
de ver en los fakires ni el más leve intento de fraude... Sin titubear confieso
que ni en la India ni en Ceilán encontré a un solo europeo, por larga que fuese
su permanencia en el país, capaz de explicar el procedimiento empleado por los
fakires en la operación de estos fenómenos... A pesar de mis diligentes
indagaciones entre los purohitas, muy poco pude averiguar respecto de los
invisibles iniciados de los templos..., y aun al leer los libros religiosos,
tropecé con misteriosas fórmulas y combinaciones de letras mágicas cuyo sentido
me fue imposible descubrir.
No es extraño que ningún europeo
residente en India fuese capaz de explicarle a Jacolliot el procedimiento
empleado por los fakires, cuando él mismo fracasó en el empeño, no obstante las
favorables coyunturas que se le ofrecieron para conocer de primera mano los
ritos y doctrinas de los brahmanes.
Aunque los fakires no pueden pasar
más allá del primer grado de iniciación, son los únicos intermediarios entre
los profanos y los iniciados de categoría superior, que rarísimas veces cruzan
los dinteles de sus sagradas viviendas. Estos “silenciosos hermanos” se llaman
yoguis fukara; y ¿quién sabe si
tienen mayor intervención que los mismo pitris en los fenómenos psíquicos de
los fakires tan gráficamente descritos por Jacolliot? ¿Quién sabe si el
fluídico espectro del brahmán visto por Jacolliot era el doble etéreo de uno de
estos misteriosos sannyâsis?
Pero oigamos al mismo Jacolliot en el
siguiente relato:
Un momento
después de la desaparición de las manos, prosiguió el fakir recitando con mayor
fervor los mantras, cuando una nube parecida a la primera, pero de tinte más
intenso y más opaca, vino a cernerse sobre el brasero que a instancias del indo
había yo alimentado constantemente con ascuas de carbón. Poco a poco fue
tomando la nube forma humana, y distinguí el espectro o fantasma, no sé cómo
llamarlo, de un viejo brahmán que se arrodilló junto al brasero. Llevaba en la
frente los atributos de Vishnú y ceñía el triple cordón privativo de los
iniciados de la casta sacerdotal. Juntaba las manos sobre la cabeza como
durante el sacrificio, y movía los labios cual si orase. A poco, tomó una pizca
de polvo perfumado y lo echó en las brasas. Debía de ser un compuesto de mucha
eficacia, porque al instante se levantó una espesa humareda que llenó los dos
aposentos.
Luego de
disipado el humo advertí que el espectro me tendía su vaporosa mano, y al
estrecharla a modo de saludo, noté con asombro que daba la sensación de
caliente y viva aunque ósea y dura. Entonces exclamé: ¿Fuiste verdaderamente
habitante de este mundo? Apenas hecha la pregunta, apareció y desapareció
alternativamente en el pecho del espectro la palabra AM (sí), escrita en
caracteres luminosos de aspecto fosforescente.
-¿Me dejarás
algo en recuerdo de tu visita?- volví a preguntarle.
El espectro
se desciñó el triple cordón y me lo dio, al propio tiempo que se desvanecía de
mi vista .
En apoyo de este fenómeno, tenemos el
pasaje siguiente:
¡Oh Brahma!
¿Qué misterio es éste que ocurre todas las noches?... Echado en la estera, con
los ojos cerrados, el cuerpo se pierde de vista y el alma vuela a conversar con
los pitris. Vela por ella, ¡oh Brahma!, cuando abandona el yacente cuerpo y se
cierne sobre las aguas para cruzar la inmensidad de los cielos y penetrar en
los obscuros y misteriosos rincones de los valles y selvas del Hymavat.
CARACTERÍSTICAS
DE LOS FAKIRES
Los fakires adscritos a un templo
particular obran siempre por mandato. Ninguno, excepto los que han alcanzado
extraordinaria santidad, está libre de la dirección del gurú o maestro que le inició en las ciencias ocultas, a cuya
influencia no puede substraerse por completo, como les sucede a los sujetos de
hipnotizadores europeos. Después de dos o tres horas de solitaria oración y
meditación en el recinto interno del templo, queda el fakir psíquicamente
fortalecido y dispuesto a operar maravillas mucho más variadas y sorprendentes,
porque el maestro ha puesto las manos en
él y se siente fuerte.
La autoridad de los libros sagrados
induistas y budistas demuestra que siempre hubo honda diferencia entre los
adeptos superiores y los sujetos puramente psíquicos, como por la mayor parte
son los fakires, a quienes hasta cierto punto se les puede tener por médiums,
pues aunque estén hablando siempre de los pitris, por ser sus divinidades
protectoras, conviene dilucidar, según luego veremos, la cuestión de si los
pitris son o no son espíritus desencarnados pertenecientes a nuestra actual
raza humana.
Decimos que el fakir tiene
determinadas características del médium, porque está bajo la directa influencia
hipnótica de un adepto encarnado, o sea de su sannyâsi o gurú, y cuando éste
muere pierde el fakir todo su poder, a menos que le haya transmitido antes de
morir el necesario acopio de energía psíquica. Si los fakires no fuesen sujetos
hipnóticos de los adeptos, ¿por qué habría de negárseles el derecho de recibir
el segundo y tercer grados de iniciación?
En el transcurso de su vida dan
prueba muchos fakires de abnegación personal y rectitud de conducta hasta
puntos del todo inconcebibles para los europeos, que tiemblan al solo
pensamiento de las horribles torturas que por su propia mano se infligen. Pero
por muy abroquelado que esté el fakir contra la humillante influencia de las
entidades ligadas a la tierra, y por mucha que sea la eficacia del bambú de
siete nudos recibido de su gurú, vive en el mundo de la materia y el pecado y
es posible que las magnéticas emanaciones del vulgo contaminen su alma, todavía
no dueña de sí misma, facilitando con ello la actuación de entidades extrañas.
No es posible, por lo tanto, comunicar los pavorosos misterios e inestimables
secretos de la iniciación a quien no esté seguro de dominarse a sí mismo en
toda circunstancia, pues no sólo arriesgaría la seguridad de lo que a toda
costa debe librarse de la profanación, sino que su mediumnímica
irresponsabilidad pudiera quitarle la vida por cualquiera indiscreción
involuntaria.
La misma ley vigente en los Misterios
eleusinos antes de la era cristiana prevalece hoy en la India. Además de
dominarse a sí mismo, debe el adepto dominar también a las entidades
inferiores, es decir, a los elementales y entidades ligadas a la tierra que
pudieran ejercer influencia en el fakir. Algunos arguyen en contra, diciendo
que ni los adeptos ni los fakires tienen de por sí poder ninguno, sino que
operan por virtud de espíritus desencarnados. Pero cabe redargüir en este caso,
apoyados en la autoridad del Código de
Manú, el Atharva Veda y otros
libros sagrados cuyo texto no desconocen los adeptos ni los fakires, así como
tampoco ignoran el significado de la palabra pitris.
Dice el Atharva Veda:
Todo cuanto
existe está bajo el poder de los dioses. Los dioses están bajo el poder de los
conjuros mágicos. Los conjuros mágicos están bajo el poder de los brahmanes.
Así, los dioses están bajo el poder de los brahmanes.
Por paradójico que esto parezca, tal
resulta en la realidad de los hechos para explicar a cuantos no posean la clave por qué el fakir queda relegado a la primera e ínfima iniciación, cuya
superior categoría corresponde a los sannyâsis, adeptos o hierofantes del
antiguo Consejo supremo de los Setenta.
NATURALEZA
DE LOS PITRIS
Además, el Libro de la creación de
Manú o Génesis índico, dice que los pitris son los antecesores lunares de la
actual raza humana, que difieren de nosotros y no se les puede llamar
“espíritus desencarnados” en el sentido que los espiritistas dan a esta frase.
Prueba de ello tenemos en el siguiente pasaje:
Después los
dioses crearon a los yakshas, rakshasas, pishâchas , gandharvas,
apsaras, asuras, nagas, sarpas, suparnas y pitris o antecesores
lunares de la raza humana.
Por lo tanto, tenemos que los pitris
son espíritus de linaje correspondiente a la jerarquía mitológica, o mejor
dicho, a la nomenclatura cabalística, y deben quedar comprendidos entre los
genios benéficos o dioses menores. Cuando el fakir atribuye al poder de
los pitris los fenómenos que opera, da a entender con ello lo mismo que los
antiguos teurgos al atribuir sus prodigios a la intervención de las entidades
elementales o espíritus de la Naturaleza subordinados a la voluntad del que sabe.
Tanto los brahmanes como los fakires
tendrían por blasfemia que alguien les supusiera en comunicación con los
difuntos, pues esta suprema dicha está reservada a los sannyâsis, gurús y
yoguis, según vemos en el siguiente pasaje:
Mucho antes
de que finalmente desechen sus mortales vestiduras, las almas de quienes
practicaron austeramente el bien, como las de los sannyâsis y vanaprasthas,
adquieren la facultad de conversar con las almas que las precedieeron en el
Swarga.
En este solo caso se entiende por
pitris los egos residentes en el plano mental que únicamente podrán comunicarse
con los mortales cuya aura sea tan pura como la suya, y respondan por ello a
piadosas invocaciones (kalassa) sin
riesgo de mancillar su pureza. Cuando el adepto logra el estado de sayadyam y subyuga por completo la
materia, puede comunicar libremente a todas horas con los espíritus
desencarnados que progresivamente se encaminan hacia el Paramâtma.
No es extraño que los Padres de la
Iglesia se enojen al oír hablar de los ritos paganos, por cuanto se arrogan
para sí y para los suyos el título de amigos de Dios, equivalente al de santos,
que tomaron de la terminología de los templos. Su ignorancia no les permitió
describir sus visiones beatíficas con la galana belleza de los clásicos del
paganismo, como, por ejemplo, Proclo y Apuleyo al relatar lo poco que pudieron
de la iniciación final con tan brillantes imágenes que ofuscan las narraciones
relativas a los ascetas cristianos, cuyo plagio es notorio, no obstante sus
pretensiones de originalidad.
Prescindiendo de que la Iglesia
cristiana y más particularmente los católicos irlandeses, han conservado muchos
ritos y costumbres antiguos de aparente obscenidad, examinemos las obras de
Taylor, el denodado campeón de las religiones antecristianas, que empleó
su vida en la rebusca de antiguos manuscritos originales de iniciados, para
corroborar en ellos su concepto personal de los Misterios.
Por la confianza que los autores del
paganismo clásico nos merecen, podemos asegurar que no debió de parecer a los
cristianos tan ridículamente licencioso el culto pagano como les parece a los
críticos modernos, pues durante la Edad Media y algún tiempo después, adoptaron
los ritos y ceremonias de las antiguas religiones sin comprender su interno
significado, y satisfaciéndose con las incongruentes o más bien fantásticas
interpretaciones del clero, que admitía la forma exotérica y adulteraba el
sentido esotérico de las ceremonias culturales. Justo es reconocer que, desde
hace muchos siglos, el bajo clero cristiano, a quien no le está permitido escudriñar los misterios del reino de Dios
ni interpretar las enseñanzas de la Iglesia, no tiene ni la más remota idea
del simbolismo religioso; pero no sucede lo mismo respecto del Sumo Pontífice y
de los magnates eclesiásticos, pues si bien estamos de acuerdo con Inman en que
difícilmente cabe creer que los clérigos con cuya licencia se publicaron
ciertas obras, fuesen tan ignorantes como los modernos ritualistas, en
cambio, no convenimos con el mismo autor en que si los clérigos hubiesen
conocido el verdadero significado de los símbolos, no los hubiesen adoptado, pues al eliminar del culto católico todo
lo referente al sexo y al culto de la Naturaleza, suprimiríamos el de las
imágenes y nos aceercaríamos a la reforma protestante.
EL DOGMA DE
LA INMACULADA
Este secreto
motivo tuvo la declaración del dogma de la Inmaculada. La simbología comparada
progresaba rápidamente por entonces, y era preciso que la fe en la
infalibilidad del Papa y en la pureza original de la Virgen y de sus antepasados en línea femenina hasta
cierto grado de parentesco, resguardasen a la Iglesia de las indiscretas
revelaciones de la ciencia. La definición de este dogma fue un hábil ardid del
Vicario de Cristo, que al “conferir tal honor” a la Virgen, como ingenuamente
dice Pascale de Franciscis, la ha convertido en olímpica diosa que, incapaz de
pecar por naturaleza, carece del mérito de la virtud personal; y precisamente
por esta carencia de merecimiento fue escogida entre todas las mujeres, según
nos enseñaron a creer en la infancia. Pero si el Papa desposeyó a María de todo
merecimiento personal por su pureza, en cambio, presume haberla dotado con un
atributo físico del que no participan las demás diosas vírgenes. Con todo, este
nuevo dogma, al que posteriormente se añadió el de la infalibilidad pontificia
y que ha revolucionado el mundo cristiano, tampoco es privativo de la Iglesia
de Roma, sino que es un retroceso a la ya casi olvidada herejía de los
coliridianos, que en los primeros tiempos del cristianismo ofrecían a María sacrificios de tortas por creer que
había nacido sin mancha de pecado. Por lo tanto, la nueva jaculatoria: “¡Oh María!, sin pecado concebida”,
es póstuma aceptación de la blasfema
herejía condenada en un principio por la ortodoxia de los Padres.
Fuera inferir agravio a la erudición
y maquiavelismo de los papas y sus dignatarios suponerles ignorantes del
significado de los símbolos religiosos. Fuera olvidar que los agentes de Roma
salvaron por medios de jesuítico artificio cuantos obstáculos les embarazaban
el camino. Los misioneros de Ceilán sobresalieron en la política de adaptación
al medio ambiente; pues, según afirma el erudito e idóneo abate Dubois,
sacaban procesionalmente las imágenes de Jesús y la Virgen en la misma carroza
del Juggernauth, en la que los “perversos paganos” llevan el lingham de Siva, e introdujeron las
danzas brahmánicas en las ceremonias culturales, al propio tiempo que daban
representación cristiana a los conceptos induistas de Nara (padre), Nari
(madre) y Viradj (hijo).
Dice Manú:
El Soberano
Señor que existe por sí mismo divide su cuerpo en dos mitades, masculina y
femenina. De la unión de estos dos principios nació Viradj, el Hijo.
Los Padres de la Iglesia no ignoraron
de seguro el significado material de estos símbolos, pues bajo este aspecto los
pusieron al alcance del inculto vulgo; pero como ninguno de ellos, excepto el
apóstol Pablo, estuvo iniciado en los Misterios, nada sabían de cierto en lo
concerniente al verdadero significado de los ritos, aunque todos tuvieron
motivo de sospechar su oculto simbolismo.
CAÍDA DEL ALMA
Aun dando por supuesto que en los
Misterios menores o iniciación preliminar (aporreta)
se llevasen a cabo algunas ceremonias (155) ofensivas al pudor de los
cristianos recién conversos, su m´çistico simbolismo hubiera bastado a
desvanecer toda sospecha de obscenidad.
Dice Píndaro:
Bienaventurado
el que ha visto los ordinarios negocios del mundo inferior, pues así sabe cuál
es el fin de la vida que en Júpiter tiene su origen.
Prevalido de la autoridad de varios
iniciados, dice Taylor:
Las
representaciones dramáticas de los Misterios menores tuvieron desde un
principio por objeto significar encubiertamente la condición del alma encarnada
en el cuerpo físico, donde sufre la muerte hasta que la liberta la sabiduría.
El cuerpo es cárcel y sepulcro del
alma, pues, como afirma Platón, y con él algunos Padres de la Iglesia, el alma
recibe su castigo en la unión con el
cuerpo. Tal es la doctrina básica de los budistas y también de muchos induístas.
Sobre esto dice Plotino:
Cuando el
alma cae en la generación desde su
estado casi divino, participa del mal y desciende a una condición distantemente
opuesta a su primitiva integridad y pureza, hasta quedar completamente sumida
en el negro lodazal.
Esta misma enseñanza dio Gautama el
Buddha.
Si hemos de creer a los antiguos
iniciados, forzoso nos será admitir la interpretación que dieron a los
símbolos, sobre todo si vemos que coincide con las enseñanzas de los más
preclaros filósofos hasta el punto de representar la misma idea que los
actuales Misterios de Oriente.
Demeter era el símbolo del vehículo
astral que, no obstante su naturaleza sutil, se contaminaba con la materia a
través de sucesivas evoluciones espirituales. De este símbolo podemos inferir
el de la matrona Baubo, la hechicera que para adaptar el alma (Demeter) a su
nueva situación se ve precisada a tomar forma infantil. Baubo es el cuerpo
físico que proporciona al alma el único medio capaz de acostumbrarla a su
terrena cárcel, previo el paso por la inocencia infantil. Hasta el momento de
encarnar, Demeter o Magna mater (el
alma) duda, vacila y se acongoja; pero en cuanto prueba el bebedizo preparado
por la hechicera Baubo, calma su ansiedad y se infunde en el infantil cuerpo,
donde durante algún tiempo pierde la conciencia de su precedente estado mental,
que ha de recobrar tras nueva lucha iniciada con el uso de razón.
El alma se
halla entonces entre la materia (cuerpo físico) y el âtma o espíritu inmortal (nous). ¿Quién vencerá? La tríada
superior recibirá el resultado de la batalla de la vida. Si prevalecen los
placeres materiales con sus correspondientes abusos, a la muerte del cuerpo
físico seguirá la desintegración del astral; pero, en caso contrario, si
prevalece la naturaleza superior, en vez de desintegrarse el cuerpo astral se
unirá con el supremo principio de la tríada superior, único capaz de conferirle
la inmortalidad. Entonces conoce el hombre las divinas verdades del más allá de
la vida antes de la muerte del cuerpo. Los semidioses abajo; los dioses arriba.
Tal era el principal objeto de los
Misterios que algunos simbologistas modernos ridiculizan y la teología nos
representa de índole diabólica. La imputación de falsedad y locura contra puros
y sabios hombres de la antigüedad y la Edad Media proviene de ignorar o no
creer en las potenciales facultades que todo hombre lleva inherentes y que
puede educir en muy superior grado, hasta llegar a ser un hierofante, para
educirlas después en cuantos se sometan al mismo régimen disciplinario. Los
hierofantes apenas insinuaron lo que vieron en su última hora terrena; pero
Pitágoras, Platón, Plotino, Proclo y muchos otros aseveraron la insinuación.
Ya en el recinto interno del templo,
ya por el particular estudio de la teurgia o por la austera espiritualidad de
su vida, todos los iniciados adujeron en sí mismos evidente prueba de la
posibilidad que tiene todo hombre de ganar la vida eterna tras ruda pelea en la
vida temporal.
SUBLIMIDAD
DE LA EPOPTEIA
Platón alude vagamente a la epopteia o revelación final, diciendo:
Una vez
iniciado en los Misterios que a todos superan por lo sagrados, me vi libre de
males a que de otro modo hubiera estado expuesto en lo futuro. También por esta
divina iniciación pude contemplar benditas visiones en el seno de la pura luz.
Este pasaje demuestra que los
iniciados poseían la facultad de ver entidades espirituales; y según
acertadamente observa Taylor, se colige de otros pasajes análogos de las obras
escritas por los iniciados, que lo más sublime de la epopteia consistía en la contemplación de los dioses rodeados
de refulgente luz. Inequívoca prueba de ello nos da el siguiente pasaje de
Proclo:
En todas las
iniciaciones y ceremonias de los Misterios se aparecen los dioses en diversidad
de formas y variedad de aspectos, todos ellos luminosos, con resplandor que de
la propia figura emana, y toma unas veces contornos humanos y otras asume
configuraci´çon distinta.
Para demostrar de nuevo la identidad
de las doctrinas esotéricas del mazdeísmo con las de los filósofos griego,
citaremos el siguiente pasaje del Desatir
o Libro de Seth:
Todo cuanto
en la tierra existe es sombra y
semejanza de lo que en la esfera existe. Mientras el resplandeciente prototipo
espiritual no muda de condición,
tampoco muda su sombra. Pero cuando el resplandeciente se aleja de su sombra,
también la vida se aleja a igual distancia de la sombra. Sin embargo, el
resplandeciente no es sino la sombra de algo todavía más resplandeciente.
Las afirmaciones de Platón corroboran
nuestra creencia de que los Misterios de la antigüedad pagana eran idénticos a
la actual iniciación de los adeptos, induistas y budistas, cuyas beatíficas y
verdaderas visiones no son resultado
de trances o éxtasis mediumnímicos, sino de la disciplinada y gradual educción
de las internas facultades a través de sucesivas iniciaciones. Los mystoe (iniciados) intimaban con los
“dioses resplandecientes” o “místicas naturalezas”, según Proclo los llama. Así
lo confirma Platón al decir:
Me veía puro
e inmaculado en cuanto quedaba libre de esta vestidura que nos envuelve,
llamada cuerpo, a la que estamos en la tierra adheridos como la ostra a la
concha.
Tenemos, por lo tanto, que la
enseñanza de los pitris planetarios y terrestres sólo se revelaba enteramente
en la antigua India, lo mismo que ahora, en el último grado de iniciación.
Muchos fakires de irreprensible conducta y pura abnegada vida no han podido ver
la forma astral de un pitar humano o
antepasado terrestre, sino en el supremo instante de la iniciación cuando el
gurú le entrega el bambú de siete nudos como insignia de su nueva dignidad.
Entonces ve cara a cara a la desconocida entidad, a cuyos pies se postra; pero
no recibe el poder de evocación, porque éste es el supremo misterio de la
sagrada sílaba AUM, símbolo de la trínica individualidad humana, además
de serlo también de la abstracta Trinidad
védica. Cuando el Ego o trínica individualidad anticipa transitoriamente en el
momento de la iniciación aquella unidad que
ha de lograr al vencer a la muerte, entonces se le permite al iniciado
vislumbrar su Ego futuro.
GRADOS DE COMUNICACIÓN
Dice Vrihaspati que en la antigua
India estaba prohibido, bajo pena de muerte, revelar al vulgo el misterio de la
Tríada. Tampoco era lícito revelarlo en Eleusis y Samotracia, ni en la actualidad, pues debe seguir
siendo un misterio confiado a los adeptos, mientras la ciencia materialista lo
tenga por quimérico y la teología dogmática por diabólico.
La comunicación subjetiva con las entidades
humanas de índole divina que nos han precedido en el logro de la
bienaventuranza, comprende en la India tres grados; conviene a saber: presenciente, auditivo y volitivo.
Bajo la dirección espiritual del gurú o sannyâsi, el neófito (vatu)
acaba por tener el incipiente presentimiento
de las entidades espirituales. Si no estuviese dirigido por un adepto, quedaría
a merced de las entidades inferiores por no saber distinguirlas de las
superiores. ¡Felix el sensitivo que sabe espiritualizar su ambiente!
Al cabo de algún tiempo progresa el
neófito hasta el segundo grado de comunicación en que adquiere la
clariaudiencia y oye las voces del mundo superior; pero como todavía no
es capaz de discernir, necesita quien le enseñe a precaverse de las astutas entidades
maléficas del aire, que tratarían de engañarle con falaces voces si no
estuviera protegido por la influencia del gurú, que le pone en condiciones de
consagrarse a los puros y celestiales pitris humanos.
En el tercer grado, el candidato
presiente, oye y ve al mismo tiempo y puede determinar a voluntad el reflejo de los pitris en la luz astral.
Todo dependen de sus facultades psíquicas e hipnóticas, que a su vez están en
función de la voluntad. Sin embargo, el fakir nunca llegará a dominar el akâsa (el principio de vida espiritual y
omnipotente agencia de todo fenómeno) en el mismo grado que los adeptos, pues
los fenómenos operados por la voluntad de estos últimos no sirven para embobar
a los mirones en la plaza pública.
Los dogmas fundamentales de la religión
de Sabiduría, que constituyen la base de todas las religiones culturales son:
unidad de Dios, inmortalidad del espíritu y salvación por los personales
merecimientos de las buenas obras. Estos dogmas alientan en el induismo,
budismo y mazdeísmo, así como también en el antiguo sabeísmo, pues si dejamos
la adoración del sol a la ignorancia del vulgo, veremos que dicen los Libros de Hermes:
El
pensamiento se ocultaba tras el silencio y obscuridad del mundo... Después, el
Señor que existe por Sí mismo y no puede percibir los sentidos externos del
hombre, disipó las tinieblas y puso de manifiesto el mundo objetivo.
Por otra parte, corroboran esta
enseñanza los siguientes pasajes:
Aquel que
sólo el espíritu puede percibir y nadie puede comprender, que escapa a los
órganos del sentido y no tiene partes visibles y es eterno y el alma de todos
los seres, desplegó su propio esplendor .
Tal es el concepto que de la suprema
Divinidad tuvieron siempre los filósofos indos.
En cuanto a la inmortalidad del espíritu,
nos dice Manú:
El principal
deber es adquirir la ciencia del alma suprema (el espíritu), porque es la única
ciencia capaz de conferir la inmortalidad.
Después de esto, ya no pueden afirmar
los eruditos que el nirvana de los
budistas y el moksha de los induistas
equivalgan a la total aniquilación, interpretando torcidamente este pasaje:
Quien
reconoce el alma suprema en su propia alma y en la de todos los seres, y con
todos obra en justicia sean hombres o animales, alcanza la suprema felicidad de
quedar absorbido en el seno de Brahma.
El concepto que del moksha y el nirvana tiene la escuela de Max Müller no resiste la confrontación
con los numerosos textos que lo refutan, aparte de la documentación escultórica
de muchas pagodas que abiertamente lo contradice. Si le preguntáis a un brahmán
el significado de moksha a un budista
el del nirvana, ambos responderán que
simbolizan la inmortalidad del espíritu, o sea aquel estado en que el espíritu
individual se identifica con el Espíritu universal (169), de suerte que se
convierte en parte integrante del Todo, pero sin perder su conciencia
individual. En tan inefable estado, el espíritu del hombre que lo alcanza vive
exento del temor a las modificaciones de la forma, pues queda definitivamente
emancipado aun de las más sutiles formas de la materia.
ÍNDOLE DE LAS
VISIONES
La palabra absorción debe tomarse, por lo tanto, en el sentido de unión íntima o identificación y no como aniquilación, puesto que induistas y
budistas creen en la inmortalidad del
espíritu. Vemos, pues, cuán sin razón les llaman idólatras los cristianos, a
pesar de las recientes versiones de los libros sagrados de la India, y la
manifiesta injusticia que cometen al tildar de disparatada la filosofía
oriental y de orates a sus expositores. Con mayor razón podríamos acusar de nihilistas a los hebreos, pues ni en el Pentateuco ni en profeta alguno hay
pasaje ni versículo de cuyo sentido literal se infiera con toda evidencia la
inmortalidad del espíritu; y sin embargo, todo fervoroso judío espera reposar
después de la muerte en el seno de
Abraham.
Se inculpa a los hierofantes de
administrar a los candidatos en el acto de la iniciación ciertas pócimas o
bebedizos anestésicos, que producen visiones anteriormente referidas. Ciertamente,
emplearon y aun emplean bebidas sagradas como el Soma, con eficacia bastante para permitirle al candidato la
temporánea actuación en el cuerpo astral; pero en estas visiones no hay ni más
ni menos falacia que la que pueda haber en la observación del mundo
infinitesimal con auxilio del microscopio. No es posible comunicarse
conscientemente ni conversar con un espíritu puro mediante los sentidos
físicos, pues sólo de espíritu a espíritu cabe la comunicación espiritual, de
modo que se vean y hablen los espíritus; y aun el mismo cuerpo astral es
demasiado grosero y tan contaminado está de materia física, que no puede
percibir ni vislumbrar al espíritu.
El ejemplo de Sócrates nos representa
los peligros de la mediumnidad ineducada. El célebre filósfo era médium de
nacimiento y tenía por consejero a un espíritu familiar (daimonia) que al fin
causó la muerte de su poseído. Es
común sentir que Sócrates no solicitó jamás la iniciación en los Misterios pero
los Anales sagrados nos dicen que no
se le pudo admitir en los ritos por impedírselo su mediumnidad, pues la regla
de los Misterios prohibía la admisión de cuantos deliberadamente profesaran la
hechicería o tuviesen espíritu familiar. Esta regla era justa y lógica,
porque todo médium es más o menos irresponsable y forzosamente pasivo,
que se deja gobernar por su guía sin atender a ninguna otra regla ni autoridad.
Todo médium cae en trance al antojo de la entidad posesora, y por lo tanto no
era posible confiar a un médium los secretos de la epopteia, cuya revelación
estaba penada de muerte. El viejo filósofo dejóse arrebatar en un momento de
descuido por la inspiración de su familiar, y reveló inaprendidos conceptos que
sus compatriotas creyeron ateísticos y, en consecuencia, le condenaron a muerte.
Ante el ejemplo de Sócrates no cabe
afirmar con verdad que los videntes y taumaturgos iniciados en los Misterios
del recinto interior fuesen médiums por el estilo de los espiritistas. No lo
fueron Pitágoras ni Platón ni Jámblico ni Longino ni Proclo ni Apolonio de
Tyana, porque, de serlo, no se les hubiera admitido a la iniciación en los
Misterios. Las facultades espirituales de los iniciados eran propias de
su ministerio sacerdotal, y la inquebrantable creencia de toda la antigüedad en
estas facultades, muchísimo antes de aparecer la escuela neoplatónica,
demuestra que, en contraposición de las mediumnímicas, puede educir el hombre
facultades muy superiores con auxilio de una misteriosa ciencia que muchos
discuten y pocos conocen.
El uso de estas facultades aviva en
el hombre el anhelo de morar en su verdadera patria y de alcanzar la vida
futura, con la vehemente aspiración de identificarse con el Yo superior. El
abuso de las mismas facultades extravía al hombre por los yermos de la
hechicería, brujería o magia negra.
Equidistante del adepto y el
hechicero está el médium, cuyos inconsistentes vehículos dan materia a
propósito para que de ellos se valgan como de instrumentos fenoménicos, ya los
adeptos, ya los hechiceros, según el ambiente de atracción que hay formado por
las circunstancias de su vida o por las condiciones de su herencia física y
mental. En el primer caso será su destino una bendición, pero en el segundo
será un precito hasta que se purifique de la terrena escoria.
El sigilo en que siempre se
mantuvieron los Misterios obedecía a dos razones principales: la pena de
muerte infligida a quien los quebrantara y las dificilísimas pruebas que tenía
que sufrir el candidato antes de la iniciación final, con riesgo de perder el
juicio. Pero a ninguno se exponía, quien, por haber espiritualizado su mente,
estaba prevenido contra todo linaje de visiones terroríficas. Nada ha de temer
quien esté plenamente convencido del poder de su inmortal espíritu y ni por un
momento dude de su omnímoda protección; pero ¡ay del candidato que por el más
leve temor, hijo enfermizo de la materia, pierda la fe en la invulnerabilidad
de su espíritu! Sentenciado está quien carezca de la suficiente preparación
moral para recibir la carga de tan terribles secretos.
LOS TANAÍMES
DEL TALMUD
El Talmud relata la leyenda de los
cuatro tanaímes que entraron en el jardín de delicias.
Dice así:
Según nos
enseñan nuestros santos maestros, los cuatro que entraron en el jardín de
delicias fueron: Ben Asai, Ben Zoma, Acher y el rabino Akiba.
Ben Asai
miró y cegó.
Ben Zoma
miró enloqueció.
Acher
estropeó las plantaciones.
Pero Akiba
que había entrado en paz, salió también en paz, porque el Santo, cuyo nombre
sea bendito, dijo: "Este anciano es digno de servirme con gloria”.
Según apunta Franck en su Kábala, los rabinos de la sinagoga,
eruditos comentadores del Talmud,
interpretan el jardín de delicias como la misteriosa ciencia de tan abstrusa
profundidad que debilita la mente con
riesgo de llevar a la locura.
Nada ha de temer el puro corazón que
emprende el estudio de esta ciencia con propósito de perfeccionarse y alcanzar
más rápidamente la prometida inmortalidad. Quien ha de temblar es el que toma
dicho estudio con el deseo puesto en logros mundanos. Este último nunca podrá resistir las cabalísticas invocaciones de la
suprema iniciación.
De la propia manera que los
comentadores tendenciosos vituperan las ceremonias de los Misterios antiguos,
podrían vituperar las licenciosas ceremonias de las mil y una sectas del primitivo
cristianismo. Pero no merecen los Misterios antiguos tal vituperio de los
teólogos cristianos, si se tiene en cuenta que en España y Mediodía de Francia
estuvieron siglos atrás muy en boga las representaciones teatrales de los
misterios religiosos, entre ellos el de la Encarnación, cuyos personajes
eran María, José y el arcángel Gabriel.
LOS
SÍMBOLOS DEL CRISTIANISMO
Por mucho que disientan de nuestra
opinión, aplaudimos calurosamente a comentadores como Higgins, Inman, Knight,
King, Dunlap y Newton por haber acopiado nuevas y numerosas pruebas de la
filiación pagana de los símbolos cristianos. Sin embargo, la tarea de estos
investigadores resulta infructuosa por lo incompleta, pues faltos de la
verdadera clave de interpretación, sólo ven el aspecto material de los símbolos
y es para ellos libro sellado el espiritualismo de la filosofía antigua, por
desconocer la contraseña que pudiera abrirles las puertas del misterio. Aunque
a su juicio respecto de las antiguas enseñanzas sea diametralmente opuesto al
de los clericales, no satisface las ansias de quienes buscan la verdad.
Al contrario, sus trabajos de investigación favorecen el materialismo, así como
las enseñanzas clericales fomentan la supersticiosa creencia en el diablo.
Aunque el estudio de la filosofía
hermética no allegase otra ventaja, bastaría la de mostrarnos la perfecta
justicia que gobierna el mundo. Cada página de la historia equivale a un
discurso sobre este tema, y ninguno de tan profunda enseñanza moral como el caso
de la Iglesia romana, que por singular imperio de la divina ley de compensación
se ha visto privada de la clave de sus propios misterios religiosos, y en
modo alguno pueden compararse sus sacerdotes con los antiguos hierofantes en el
conocimiento de las fuerzas naturales.
Al quemar las obras de los teurgos,
proscribir a cuantos se dedicaban a su estudio y tildar de demoníacas las
operaciones mágicas, dio Roma motivo para que los librepensadores interpreten
arbitrariamente los símbolos religiosos, que se tengan por obscenos los
emblemas sexuales y que los sacerdotes, sin darse de ello cuenta, conviertan
los exorcismos en invocaciones nigrom´çanticas.
La crueldad, hipocresía e
injusticia del clero romano han sido las armas suicidas en que se manifestó la
sanción de la divina ley distributiva.
La verdad divina es sinónima de la
verdadera filosofía. Una forma religiosa enemiga de la luz no puede fundarse en
la verdad divina ni en la filosofía verdadera, y por lo tanto, ha de ser
forzosamente falsa. Los antiguos Misterios sólo eran tales para los profanos,
pero no para los iniciados, pero a ningún hombre del talento de Pitágoras y
Platón le hubieran satisfech los no explicados misterios del dogma cristiano.
La verdad no puede ser más que una, y si sobre un mismo asunto hay
contradictorias opiniones, por entre ellas anda el error; pero vemos que, no
obstante los opuestos cultos de las mil religiones exotéricas que unas con
otras lucharon desde que los hombres pùdieron comunicarse sus ideas, no hay una
sola, ni la de la tribu más salvaje, que deje de creer en el alma inmortal del
hombre y en el invisible Dios, Causa primera de las inmutables leyes de la
Naturaleza. Ni opinión ni escuela ni fanatismo alguno han podido desvanecer
esta universal creencia que, por lo tanto, ha de estar apoyada en la verdad
absoluta. Por otra parte, las religiones exotéricas y las numerosas sectas de
ellas desgajadas inculcan a sus fieles un concepto falso e incompleto de la
Divinidad bajo un cúmulo de especulaciones teológicas a que llaman revelación;
y como los dogmas definidos de cada religión por ser distintos no pueden ser
verdaderos, ¿qué valor tienen si son falsos?
OPINIÓN DE INMAN
Dice a este propósito Inman:
Lo peor para
un pueblo no es tener una religión defectuosa, sino los obstáculos opuestos a
la libre investigación y examen. Todo país dominado en la antigüedad por la
teocracia cayó al fin bajo la espada de los conquistadores, que no paraban
mientes en jerarquías... El mayor peligro está en los clérigos, que toleran y
estimulan los vicios como medio de mantener su predominio sobre los fieles...
Si cada cual se portase con los demás como quiere que los demás se porten con
él, y nadie permitiese interposiciones de otro hombre entre él y Dios, habría
de sobra para que todo fuese bien en el mundo.
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