miércoles, 1 de abril de 2020

ISIS SIN VELO T. III CAPÍTULO II








Quieren señalar a medida los límites, extensión y capacidad
del infierno, donde las entumecidas almas cuelgan de tenebrosa
mazmorra como jamones de Westfalia o lenguas de vaca,
en espera de misas y responsos que las rediman.
OLDHAM: Sátiras contra los jesuitas.

YORK.-¡Pero sois diez veces más inhumanos y crueles
que un tigre de Hircania!-SHAKESPEARE: Rey Enrique VI.
Parte tercera, acto I, escena IV.

WAR.-Escuchad, señores. Puesto que es doncella, no
  escatiméis los haces de leña. Que haya bastantes. Y poned
   barriles de pez en la fatal hoguera. SHAKESPEARE       Rey Enrique VI. Parte primera, acto V, escena IV.


Refiere Bodin  un espantoso sucedido de que fue protagonista Catalina de Médicis, la piadosa cristiana que tantos méritos había contraído a los ojos de la Inglesia con la horrenda e inolvidable matanza de San Bartolomé. Tenía esta reina a su servicio un apóstata ex dominico, que por lo muy versado en nigromancia se aquistó el favor de su señora, en cuyo provecho practicaba el nefando arte contra las víctimas a que desde lejos mataba, valido de imágenes de cera. Estaba a la sazón gravemente enfermo el rey Carlos IX, hijo de Catalina, y temía ésta perder su influencia de reina madre si moría su hijo, por lo que determinóse a consultar el oráculo de la “cabeza cortada”.

HECHICERÍAS  CLERICALES


Sabido es que el cardenal Benno inculpó públicamente de hechicería al papa Silvestre II por haber mandado construir una cabeza parlante por el estilo de la que poseyó Alberto el Magno e hizo pedazos Tomás de Aquino. Se comprobó la acusación, así como también que siempre andaba en compañía de entidades diabólicas.
Demasiado conocidos son los fenómenos operados por el obispo de Ratisbona y el “doctor an´gelico” Tomás de aquino para que nos detengamos a describirlos. Baste decir que si el prelado católico tuvo suficiente habilidad para sugerir en cruda noche de invierno la sensación de un caluroso día de verano y la idea de que los carámbanos colgantes de los árboles del jardín eran frutos tropicales, también los magos indos operan hoy en día parecidos portentos sin necesidad de auxilio divino ni ayuda diabólica, pues tanto unos como otros son actualización de la potencia inherente a todos los hombres.

Poco antes de estallar la Reforma se promovieron entre el clero escandalosos incidentes con motivo de su mucha afición a las prácticas mágicas y alquímicas. El cardenal Wolsey fue procesado por complicidad con el hechicero Wood, quien declaró explícitamente contra él.
El sacerdote Guillermo Stapleton fue procesado por hechicería en el reinado de Enrique VIII.
Bienvenido Cellini alude a un sacerdote nigromántico, natural de Sicilia, que cobró fama por sus afortunadas hechicerías, sin que nadie le molestara en el ejercicio de este arte; y según saben los eruditos, refiere Cellini a este propósito que dicho sacerdote conjuró a toda una legión de diablos en el coliseo de Roma; y además, tuvo exacto cumplimiento el vaticinio de que pronto encontraría a su amante en el tiempo y lugar prefijados.

A últimos del siglo XVI apenas había clérigo que no se aficionara al estudio de la magia y alquimia, movidos por el deseo de imitar a Cristo en el exorcismo contra los malignos espíritus, de modo que consideraron “sagradas” sus prácticas, al paso que acusaban de nigromancia a los magos laicos. Los ocultos conocimientos espigados siglos atrás en los feraces campos de la teurgia, se los reservaba la Iglesia romana como por privilegio exclusivo y enviaba al suplicio a cuantos se atrevían a cazar furtivamente en el coto de la teología, para ellos la scientia scientiarum (la ciencia de las ciencias), o bien a cuantos no podían encubrir sus culpas bajo el hábito monacal.

La historia nos ofrece en prueba varios datos estadísticos, pues, según dice Tomás Wright, en los quince años transcurridos entre 1580 y 1595, el inquisidor Remigio, presidente del tribunal de Lorena, sentenció a la hoguera a novecientos brujos.

Así es que mientras el clero practicaba la hechicería y el arte de evocar legiones de “demonios” sin que el poder civil le molestase en lo más mínimo, se perseguía cruelmente a infelices extraviados y monomaníacos. Ecclesia non novit sanguinem, exclaman melosamente los teólogos, y en justificación de este aforismo se instituyó sin duda la Santa Inquisición, bajo cuyo estandarte el asesor de la reina Isabel I de Castilla e inquisidor general Tomás de Torquemada sentenció a la hoguera a diez mil reos y puso en el tormento a ochenta mil. En ningún país como en España y Portugal estuvieron tan difundidas entre el clero las artes de magia y hechicería, tal vez porque los árabes eran muy entendidos en ciencias ocultas, y en Toledo, Sevilla y Salamanca hubo escuelas superiores de magia. Los cabalistas salmantinos sobresalían en el dominio del saber abstruso, pues conocían las virtudes de las piedras preciosas y otros minerales y los más hondos secretos de la alquimia.

PROCESOS  INQUISITORIALES


Entresaquemos ahora algunos casos demostrativos de la conducta del Santo Oficio en aquellos tiempos:

De los documentos originales del proceso incoado contra la mariscala D’Ancre, durante la regencia de María de Médicis, se infiere que murió en la hoguera por culpa de los clérigos, cuya compañía deseaba como buena italiana. En la iglesia de los agustinos de París se exorcisó a sí misma por creerse embrujada, y como se sintiera con mucho quebranto de salud y violentos dolores de cabeza, le aconsejaron los clérigos italianos y el médico judío de la reina que se aplicara al cuerpo un gallo blanco recién matado. Por todo esto el pueblo de París la acusó de hechicera, y como a tal la procesaron y sentenciaron.

El párroco de Barjota, diócesis de Calahorra (España), que vivió en el siglo XVI, fue maravilla de todo el mundo por sus mágicos poderes, y, según aseguraba la voz pública, llegó a trasladarse a lejanos países para presenciar acontecimientos de importancia que sabía que iban a ocurrir y luego los vaticinaba en el pueblo. Cuentan las crónicas de este caso que el cura de Barjota tuvo muchos años a su servicio un demonio familiar, con quien últimamente se mostró ingrato y falaz, pues habiéndole revelado una conjuración que se estaba tramando contra la vida del papa, a consecuencia de una aventura de éste con cierta hermosa dama, transportóse el cura a Roma (en cuerpo astral, por supuesto) y descubrió la trama, salvando así la vida del pontífice. Arrepintióse entonces de cuanto hasta allí hiciera y confesóse con el galante papa, que le absolvió de toda culpa. De vuelta en su curato, fue preso por pura fórmula en la cárcel de la Inquisición de Logroño, de la que salió rehabilitado al poco tiempo.

En los archivos de la Inquisición de Cuenca está el proceso seguido en el siglo XIV contra el famoso doctor Eugenio Torralba, médico de la casa del almirante de Castilla. Del proceso resulta que un dominico llamado fray Pedro regaló al doctor un demonio llamado Zequiel, a quien vieron y hablaron los cardenales Volterra y Santa Cruz, pudiendo convencerse de que el tal demonio era un benéfico elemental que sirvió fielmente a Torralba hasta la muerte de éste. El tribunal de la Inquisición tuvo en cuenta todas estas circunstancias, y absolvió a Torralba en la vista del proceso, celebrada en Cuenca el 29 de Enero de 1530.

En Alemania, el odio entre católicos y protestantes motivó numerosas acusaciones de hechicería contra estos últimos, sin otro fundamento muchas veces que la enemistad personal o política. En Bamberg y Wurzburgo, donde predominaban los jesuitas, eran más frecuentes los casos de hechicería, y los dignos hijos de Loyola mostraron su astuta labor en aquellas sangrientas tragedias, entre cuyas víctimas se contaron niños de edad temprana.
Sobre este asunto dice Wright:

El crimen de muchos de los sentenciados a la hoguera en Alemania por inculpación de hechicería, durante la primera mitad del siglo XVII, no fue otro que su adhesión a las doctrinas de Lutero... Los príncipes alemanes aprovechaban cualquier pretexto para procesar a gente rica, cuyos bienes confiscaban en personal provecho... Los obispos de Bamberg y Wurzburgo eran al propio tiempo soberanos temporales de sus diócesis. El de Bamberg, llamado Juan Jorge II, después de infructuosas tentativas para desarraigar el luteranismo, deshonró su reinado con una serie de sangrientos procesos por hechicería, de cuya sustanciación estuvo encargado el vicario general y canciller Federico Forner. 
Entre los años 1625 y 1630 los tribunales de Bamberg y de Zeil vieron unos novecientos procesos, y según las estadísticas oficiales, en la sola ciudad de Wurzburgo murieron en la hoguera seiscientas personas acusadas de hechicería.
Había entre los hechiceros niñas de siete a diez años, de las que veintisiete murieron en la hoguera. Tantos fueron los reos y tan escasa consideración merecían al tribunal, que en vez de por sus nombres los designaban por números. Los jesuitas recibían en secreto las declaraciones de los acusados.

PALABRAS  DE  JESÚS


Mal se concilian con semejantes abominaciones perpetradas para satisfacer los apetitos del clero, aquellas dulces palabras de Jesús:

“Dejad a los niños y no los estorbéis de venir a mí, porque de ellos es el reino de los cielos”.-“Y el que escandalizare a uno de estos pequeñitos que en mí creen, mejor fuera que le colgasen del cuello una piedra de molino y lo echasen al mar”.-“Así no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos que perezca uno de estos pequeñitos”.

Pero aquellos sacrificios en el altar de su Moloch no eran  obstáculo para que los codiciosos de riquezas practicasen el negro arte, pues en ninguna clase social abundaron tanto como entre el clero los consultores de “espíritus familiares” durante los siglos XV, XVI y XVII. Cierto es que entre las víctimas se contaron algunos sacerdotes católicos; pero si bien se les acusaba de “prácticas nefandas”, no había tal, sino que, según testimonio de los cronistas de la época, consistía su culpa en herejía anatematizable y, por lo tanto, más punible que el crimen de hechicería.
Eliphas Levi, en su Dogma y ritual de la alta magia, tan menospreciado por Des Mousseaux, sólo revela de las ceremonias secretas lo que los clérigos medioevales practicaban con el consentimiento tácito, ya que no expreso, de la Iglesia. El exorcista penetraba en el círculo de actuación a media noche, revestido de sobrepelliz nuevo, estola sembrada de caracteres sagrados y gorro puntiagudo, en cuyo frente estaba escrito en hebreo, con una pluma nueva mojada en la sangre de una paloma blanca, el inefable nombre Tetragrámmaton.

Anheloso el exorcista de ahuyentar a los miserables espíritus que frecuentan los lugares donde hay tesoros escondidos, rocía el círculo de actuación con las sangres de un cordero negro y de un pichón blanco, y después conjura a las potestades infernales y almas condenadas, en los poderosos nombres de Jehovah, Adonai, Elohah y Sabaoth. Los malignos espíritus se resistían al conjuro, diciéndole al exorcista que era pecador y por lo tanto no podía contar con ellos para apoderarse del tesoro; pero él replicaba que, como “la sangre de Cristo había lavado todas sus culpas”, les conjuraba de nuevo a salir de allí, porque eran fantasmas malditos y ángeles protervos. Una vez ahuyentados los espíritus malignos, el exorcista confortaba a la pobre alma en nombre del Salvador y la dejaba al cuidado de los ángeles buenos que, según parece, eran menos poderosos que el exorcista, pues el rescatado tesoro quedaba en manos del clero. Añade Howit que el calendario eclesiástico señalaba los días más favorables para la práctica del exorcismo, y en caso de que los demonios se resistiesen al conjuro, recurría el exorcista a sahumerios de azufre, asafétida, ruda y hiel de oso.

LAS  SIETE  ABOMINACIONES


Tal es el clero y tal la Iglesia que en el siglo XIX sostiene en los Estados Unidos cinco mil sacerdotes para enseñar a las gentes la falibilidad de la ciencia y la infalibilidad del obispo de Roma. ya dijimos que, según confesión de un eminente prelado, no es posible eliminar de los dogmas teológicos el concepto de Satanás, sin menoscabo de la perpetuidad de la Iglesia, pero aunque desapareciera el príncipe del pecado no desaparecería el pecado, pues quedarían la Biblia y los Artículos de la fe, es decir, la supuesta revelación divina y la necesidad de intérpretes que presuman de inspirados. Conviene, por lo tanto, investigar la autenticidad de la Biblia y analizar sus páginas, por ver si en efecto contienen la palabra de Dios o si son simple compendio de antiguas tradiciones y rancios mitos. Hemos de interpretarlas con nuestro propio criterio, a ser posible, y aplicar a los presuntuosos maestros de hermenéutica aquellas palabras de Salomón:

Seis cosas aborrece el Señor y la séptima la detesta su alma: ojos altivos, lengua mentirosa, manos que derraman sangre inocente, corazón que maquina designios pésimos, pies ligeros para correr al mal, testigo falso que profiere mentiras y aquel que siembra discordias entre los hermanos.

¿Cuál de estas acusaciones pueden rechazar los hombres que dejaron sus huellas en el Vaticano?
Dice San Agustín:

Cuando los demonios quieren insinuarse en las criaturas, comienzan por ceder a los deseos de ellas, pues con propósito de atraer a los hombres les fingen obediencia para seducirlos... Porque ¿cómo es posible saber, si los mismos demonios no lo dicen, qué les gusta y qué les disgusta, y qué evocación puede reducirlos a la obediencia; en una palabra, toda esa ciencia de los magos.

A esta expresiva disertación replicaremos que ningún mago negó jamás que hubiese aprendido su arte de los “espíritus”, ya fuera un agente por cuyo medio actuaran, ya por haber sido iniciado en la ciencia por quienes la conocieron antes de él. Pero ¿de quién aprendía el exorcista?, ¿de quién aprende el sacerdote que autocráticamente se inviste de autoridad, no sólo sobre los magos sino también sobre los “espíritus”, a quienes califica de demonios o diablos cuando obedecen a otro? 
En alguna parte debe de haber aprendido el arte de exorcizar, y de alguien recibido los poderes de que alardea. Sin duda responderán los teólogos que, en cuanto se refiere a los seglares, es preciso convenir con San Agustín que los mismos demonios han de enseñarles la evocación a propósito para someterlos a obediencia; pero que en cuanto a los clérigos, reciben el conocimiento por revelación y por el don del Espíritu Santo que descendió sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego, infundiéndoles a ellos y a sus sucesores la virtud del exorcismo, aunque lo practiquen por anhelo de fama o apetencia de lucro.

HECHICERÍA  EN  LA  INDIA


Sin embargo, el concepto que de la hechicería difundieron los romanos pontífices por los países cristianos de tan ponderada cultura, no es ni más ni menos que el vulgar en la India, donde la gente inculta cree firmemente en las diabólicas artes de los brujos (kangalines) y hechiceros (juglares), quienes no obstante les inspiran profundo terror.
Sobre esto, observa con mucho acierto Jacolliot:

En la India vemos la magia vulgar extendida por el opuesto extremo de las nobilísimas creencias de los adoradores de los pitris. Este linaje de magia fue un tiempo ejercicio favorito del ínfimo clero, que de este modo mantenía al pueblo en perpetuo temor. Así ocurre que en toda época y en todo país, se contrapone la religión de la chusma a los más elevados conceptos filosóficos.

En la India era la hechicería oficio del ínfimo clero, y en Roma lo fue de los sumos pontífices. De todos modos, para cohonestar las prácticas nigrománticas pueden alegar la autoridad de San Agustín, cuando dice que “quien no cree en los espíritus malignos, tampoco cree en la Sagrada Escritura”.
Alentado Des Mousseaux por la aprobación eclesiástica, discurre acerca de la necesidad del exorcismo sacerdotal, y apoyándose en la fe, como de costumbre, intenta demostrar que el poder de los espíritus malignos depende de ciertos ritos, fórmulas y signos externos. Dice sobre esto:

En el catolicismo diabólico, como en el catolicismo divino, la eficacia potencial depende de ciertos signos... El diablo no se atreve a mentir ante los santos ministros de Dios, y se ve forzado a someterse.

Parece con esto como si los poderes del sacerdote católico viniesen de Dios y los del pagano del diablo. Sin embargo, si nos fijamos en la frase subrayada veremos que hay multitud de casos, debidamente comprobados y de autenticidad reconocida por la misma Iglesia romana, en que los “espíritus” mintieron del principio al fin en cuestiones relativas a dogmas de capital importancia. Por otra parte, tenemos las apócrifas reliquias que se suponen legimitadas por apariciones de la Virgen y de los santos.
Dice Stephens:

Durante su estancia en Jerusalén vio un monje de San Antonio varias reliquias, entre las cuales había: un pedazo de dedo del Espíritu Santo que se conservaba incorrupto; la jeta del serafín que se le apareció a San Francisco; una uña de querubín; una costilla del Verbo hecho carne; unos cuantos rayos de la estrella de Belén; una redoma llena del sudor de San Miguel en su lucha con el diablo. Todo lo cual, dijo el monje que se lo había llevado a su hospedaje muy devotamente.

RELIQUIAS  APÓCRIFAS


Y si por acaso alguien supusiera esto invenciones de protestantes, la historia de Inglaterra nos demostrará documentalmente la existencia de reliquias no menos apócrifas. El gran maestre de los templarios dio a Enrique III una redoma con sangre de Cristo, cuya autenticidad declaraban los sellos del patriarca de Jerusalén, que fue trasladada procesionalmente desde la catedral de San Pablo a la abadía de Westminster, donde, según refiere el historiador, “la recibieron dos monjes y desde entonces resplandeció de gloria la nación inglesa, dedicada a Dios y a San Eduardo”.

Conocida es la historia del príncipe Radzivil, el noble polaco que, al verse engañado por los frailes y monjas que le rodeaban, así como por su propio confesor, se convirtió a la fe luterana, no obstante haber sido uno de los personajes que más se indignaron contra la difusión de la Reforma por la Lituania, hasta el punto de trasladarse a Roma con objeto de rendir homenaje de simpatía y veneración al papa, quien le regaló una preciosa caja de reliquias. De vuelta en Polonia, su confesor le dijo que en sueños había visto cómo la Virgen bajaba del cielo para bendecir aquellas reliquias, en prueba de que eran auténticas. El prior de un monasterio vecino y la abadesa de otro tuvieron la misma visión, con añadidura de varios santos que, llenos del “Espíritu Santo”, surgían de la caja de reliquias para proteger al príncipe. 

Con propósito de evidenciar la virtud de las reliquias, el clero exorcizó a un endemoniado, que apenas hubo tocado la caja quedó libre de la posesión y dio por ello gracias al Espíritu Santo y al papa. Pero al terminar la ceremonia, el tesorero del príncipe le confesó que al volver de Roma había perdido la caja de reliquias regalada por el papa, substituyéndola por otra semejante en que puso unos cuantos huesos de perro y gato, sin atreverse a decir nada, hasta entonces que prefería confesar su descuido antes de consentir que siguiesen engañando a su amo de tan burda manera. Por de pronto disimuló el príncipe, pues quiso ver en qué paraba aquella farsa, y convencido al fin de las groseras imposturas de los frailes y las monjas, se convirtió a la Iglesia reformada. Así lo relata la historia.

Dice Bayle que para cohonestar la Iglesia romana la existencia de reliquias apócrifas, recurre al sofisma, diciendo que estas reliquias pueden haber obrado milagros por virtud de la buena intención de los fieles, cuya fe premiaba Dios de esta suerte. El mismo Bayle demuestra con numerosos ejemplos que la Iglesia tiene por legítimos los múltiples brazos, piernas y cabezas que de un mismo santo se veneran en distintos puntos, pues asegura que Dios los multiplicaba milagrosamente para gloria de su santa Iglesia. Esto equivale a creer que el cuerpo de un santo adquiere después de la muerte las características fisiológicas del cangrejo.

Difícil fuera probar que las visiones y profecías de los santos han sido alguna vez más dignas de crédito que las de los modernos médiums. Las visiones de Andrés Jackson Davis, aunque los críticos escépticos se rían de ellas, son incomparablemente más lógicas y verosímiles que las especulaciones de San Agustín; y por otra parte, las visiones de Swedenborg, el más lúcido de los iluminados modernos, tienen mayor parentesco con la teología en los puntos en que más se apartan de la verdad científica. En modo alguno son las visiones de los seglares más inútiles a la ciencia y a la humanidad que las de los santos del catolicismo, por lo que debemos inferir que la mayor parte de las visiones referidas por los hagiógrafos, y los mismo puede afirmarse de las de los perseguidos videntes, son obra de ignorantes y poco evolucionados espíritus, pero con desmedida afición a simular personajes históricos. Estamos de acuerdo con Des Mousseaux y demás adversarios de la magia y el espiritsmo, en que las entidades comunicantes son con frecuencia espíritus mendaces, siempre dispuestos a lisonjear falazmente los gustos e ideas de los concurrentes a las sesiones; pero ¿cabe creer que Dios haya concedido al sacerdote los exorcizantes poderes divinos de que alardea? ¿Cómo admitir por cierto que al conjuro del exorcista se rinda el diablo, no para declarar la verdad, sino únicamente lo que convenga a la comunión religiosa del exorcista? Y esto es lo que sucede siempre.

SANTO  DOMINGO  Y  LOS  DEMONIOS


Compárense, por ejemplo, las respuestas que el diablo dio a Lutero con las que dio a Santo Domingo de Guzmán, y se verá que mientras en las primeras arguye contra la misa rezada y reconviene al reformador por haber antepuesto la Virgen y los santos a Cristo, postergando así al Hijo de Dios (36), los demonios exorcizados por Santo Domingo, al ver a la Virgen que había acudido en auxilio del santo, exclaman rugientes:

            ¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh nuestra condenadora! ¿Por qué bajas del cielo para atormentarnos? ¿Por qué eres tan poderosa intercesora con los pecadores? ¡Oh tú, el más seguro camino del cielo!. Tú mandas, y nos vemos forzados a confesar que no se condena quien persevera en tu santa devoción...

Por otra parte, Satán le dice a Lutero que había estado adorando pan y vino mientras creyó en la transubstanciación; al paso que los diablos que se aparecen a los santos, aseguran la condenación eterna de quienes tan siquiera duden de ese dogma.
Pudiéramos llenar tomos enteros con pruebas innegables de la confabulación de exorcistas y demonios, cuya verdadera naturaleza descubre el engaño; pues en vez de ser independientes y astutas entidades que sólo se ocupan en perder a los hombres, son sencillamente los elementales de los cabalistas o criaturas sin mente, pero que reflejan el pensamiento y voluntad de quienes los evocan, dominan y dirigen.

No dejaremos este asunto sin extractar de la Leyenda de Oro, plenamente aceptada por la Iglesia, el caso ocurrido a Santo Domingo de Guzmán, uno de los principales santos del catolicismo y fundador de la orden dominica, una de las primeras que confirmó la sede pontificia. Fue Domingo de Guzmán aliado y consejero del infame Simón de Montfort, general pontificio que mandaba las tropas enviadas contra los albigenses, a quienes derrotó con espantosa matanza en las cercanías de Tolosa. Dice este santo, y la Iglesia lo aprueba, que recibió de la propia mano de la Virgen un rosario de tan estupenda virtud, que operaba milagros muy superiores a los de los apóstoles y aun del mismo Jesús, ocurrió que cierto incrédulo puso en duda la eficacia del rosario dominico, y en castigo de su impiedad quedó desde luego poseído de quince mil espíritus malignos; pero compadecido el santo de los atroces sufrimientos del endemoniado, echó en olvido la injuria y determinóse a exorcizarle. De la ceremonia tomamos la siguiente plática entre el exorcista y los demonios:

Domingo.- ¿Cuántos sois y por qué os poseisteis de este hombre?
Demonios.-Somos quince mil, y le poseímos por haber hablado irreverentemente del rosario.
Dom.- ¿Por qué entrasteis tantos?
Dem.-porque el rosario de que se mofaba tiene quince decenas.
Dom.-¡Si, sí! (Los demonios hacen salir llamaradas por las narices del poseído). Sabed ¡oh cristianos! Que nunca dijo Domingo sobre el rosario ni una palabra que no fuese verdad. Sabed también que si no le creéis os sobrevendrán grandes calamidades.
Dom.-¿Quién es el hombre más aborrecido del demonio?
Dem.- Tú. (Aquí colman los demonios de cumplidos al santo).
Dom.- ¿De qué clase son la mayoría de cristianos condenados?
Dem.- Tenemos en el infierno mercaderes, prestamistas, usureros, judíos, boticarios, tenderos, etc.
Dom.- ¿Hay frailes y sacerdotes en el infierno?
Dem.- Sacerdotes muchos; pero frailes tan sólo los que quebrantaron la regla de su orden.
Dom.- ¿Hay dominicos?
Dem.- Desgraciadamente no tenemos todavía ninguno, pero esperamos una buena partida en cuanto se les entibie algún tanto la devoción.

MÉDIUMS  Y  SANTOS


Fácilmente se infiere de cuanto llevamos dicho, que la única diferencia esencial entre los médiums y los santos está en la relativa utilidad de los demonios, si así pueden llamarse, pues mientras el demonio apoya fielmente al exorcista cristiano en su ortodoxas opiniones, las entidades espíritas dejan a su médium en el atolladero, porque al mentir van contra sus propios intereses, ya que suscitan sospechas sobre la legitimidad de las comunicaciones. Si las entidades espíritas fuesen diablos, demostrarían algo más talento y astucia, e imitarían a los demonios del santo, que, forzados por éste merced a la eficacia “del nombre que les reduce a la obediencia”, mienten de conformidad con el interés personal del exorcista y su comunión religiosa. Dejamos al sagaz juicio del lector la ejemplaridad de esta comparación.
Dice sobre esto Des Mousseaux:

Conviene advertir que algunos demonios dicen a veces la verdad. El exorcista debe ordenar al demonio que le diga si está retenido por arte mágica o por signos u objetos especiales en el cuerpo del endemoniado. Si el poseído se ha tragado estos objetos ha de vomitarlos, y si no, indicar el sitio en donde están para quemarlos.
...Así descubren algunos demonios que hay embrujamiento y delatan al autor e indican los medios de romper el maleficio. Pero guardaos de recurrir en semejantes casos a magos, hechiceros o médiums, sino tan sólo a un sacerdote de vuestra Iglesia que, como podéis ver, cree en la magia desde el momento en que tan explícitamente la declara. Y cuantos no creen en la magia ¿cómo han de compartir la fe de la Iglesia? Nadie puede aleccionarles mejor que aquellos a quienes cristo dijo: “Id y enseñad a todas las gentes... Con vosotros estaré hasta el fin”.

Pero no hemos de creer que Jesús dirigiera estas palabras tan sólo a quienes visten las negras o purpúreas libreas de Roma, pues entonces resultaría la incongruencia de que Cristo confiriese, por ejemplo, este poder a San Simeón el Estilita con el único objeto de que sanase a un dragón, o bien a San Francisco de Asís para que predicase a los pájaros. Estos dos episodios, entresacados sin rebusca de centenares de otros análogos, aventajan en patrañería a las más extravagantes consejas relativas a los teurgos paganos, magos y espiritistas. Sin embargo, la mayoría de católicos diputarán por impostura que Pitágoras domesticara animales salvajes con sólo su hipnótica influencia, mientras que admiten sin reparo cuantas fábulas inventaron piadosamente los hagiógrafos.

Pero si se objeta que la Iglesia no tiene por artículo de fe cuanto aparece en la Leyenda de Oro, cuyo compilador aprovechó para ello vidas apócrifas de santos, redargüiremos negando valor a la objeción, por lo menos en los casos que hemos referido; pues San Benito floreció en el siglo XII y Santo Domingo en el primer cuarto del XIII, por lo que fue casi coetáneo de Veragine, compilador de la Leyenda y vicario general de la orden dominica, que murió en 1298, y tuvo por lo tanto a mano recientes y sobrados testimonios de los sucesos de la vida del fundador de su orden. No obstante, en algunos pasajes demuestra escasa escrupulosidad de comprobación y poquísimo respeto a la verdad, que tampoco tuvo muy en cuenta la Iglesia al aprobar el libro y atribuirle especial virtud de santidad, cuando la quintaesencia del Decamerón de Bocaccio resulta gazmoñería en comparación del nauseabundo naturalismo de la Leyenda de Oro.

LA  LEYENDA  DE  ORO


No nos asombra demasiado el empeño que ponen los misioneros católicos en convertir al cristianismo a los induistas y budistas, a quienes llaman “paganos”, sin tener en cuenta que por lo menos resplandece en ellos la hermosa cualidad de no abjurar de su heredada fe por el capricho de trocar unos ídolos por otros. Tal vez fuera para ellos una novedad el protestantismo, que reduce a la más sencilla expresión las creencias religiosas; pero ninguna necesidad tiene de apostatar el budista, a quien en vez del zapato de Dagón le enseñan la sandalia del Vaticano, o le prometen cambiar los ocho pelos y el diente milagroso de Buda por el mechón de pelo de cualquier santo y el diente de Jedús, no tan hábilmente taumatúrgicos.

Apenas hay misionero residente en la India, Tíbet y China que no deplore la “obscenidad” de los ritos paganos, que, según Des Mousseaux, son “vehementes indicios del culto diabólico”; pero seguramente que la moralidad de los paganos mejoraría algún tanto si libremente pudiesen escudriñar la vida del rey poetta, autor de aquellos salmos que con tanta devoción repiten los cristianos. Entre la danza fálica de David delante del arca (símbolo del principio femenino) y el Vishnavita indo con el signo fálico en la frente, sólo podrán declararse a favor del primero quienes no conozcan las religiones antiguas ni la que dicen profesar. Bien harían los cristianos en no acusar de obscenidad a los gentiles desde el momento en que aceptan por modelo una religión cuya letra le consentía a David la entrega de doscientos prepucios de filisteos para ser yerno del rey Saúl. 

Han de acordarse del significativo aforismo de Jesús, y quitarse la viga del ojo antes de soplar la mota en el ajeno. El elemento sexual predomina en el cristianismo tanto como en cualquiera de las religiones llamadas “paganas”, y de seguro que en ningún pasaje de los Vedas se encontraría la descocada obscenidad de lenguaje que los hebraístas contemporáneos descubren en la Biblia.
Todos estos puntos están magistralmente expuestos por el anónimo autor de La religión sobrenatural, que tantísimo éxito logró en Alemania e Inglaterra al publicarse hace un año; en la del doctor Inman (50), quien arremete contra las formas exotéricas del cristianismo y desentraña el significado de los símbolos sin atacar a la religión de Cristo, sino al artificioso sistema teológico que la desnaturaliza. Pero escuchemos las propias palabras del autor:

Cuando la sagacidad de algún observador descubrió la existencia de los vampiros, se trató de acabar con ellos atravesando el cadáver con una estaca puntiaguda; pero la práctica demostró que su extremada vitalidad les consentía reaparecer una y otra vez no obstante los reiterados empalamientos, hasta que se arrojaba el cadáver a una hoguera. De igual modo, el paganismo predominante entre los creyentes en Jesús de Nazareth reaparece una y otra vez, a pesar de haberle atravesado otras tantas de parte a parte. Muchos lo miman y pocos lo repudian. Entre otros, yo levanto mi voz contra el paganismo prevaleciente en el cristianismo clerical, y haré cuanto me sea posible para poner de manifiesto semejante impostura... En una narración de asunto vampírico que se lee en el Thalaba de Southey, el vampiro toma la figura de una joven de la que se enamora tiernamente el héroe del relato, quien se ve precisado a matarla por su propia mano, aunque en el momento de herir se convence de que no es tal joven, sino un demonio. Asimismo, al atacar yo al paganismo revestido de ropaje cristiano, no ataco a la verdadera religión . Nadie vituperaría a un operario que limpiase una hermosa estatua. Habrá gentes demasiado pulcras para tocar inmundicias, pero que se alegrarán de que alguien las barra. Se necesita el barrendero.

EL  PAPA  Y  LOS  MUSULMANES


Pero no son únicamente los paganos quienes sufren la persecución de los católicos, que con San Agustín exclaman:”¡Oh mi Dios! Así deseo que tus enemigos sean exterminados”. Su odio se desata caínicamente contra sus próximos deudos en fe religiosa y contra sus cismáticos hermanos. 
La conspiración se fragua entre los mismos muros que albergaron a los Borgias asesinos. 
Las sombras de los pontífices infanticidas, fratricidas y parricidas han sido dignas consejeras de los caínes de Catelfidardo y Mentana. Ahora les llega la vez a los cristianos de raza eslava, a los cismáticos de Oriente, que son como los filisteos de la Iglesia griega.
Después de haber agotado Pío IX el caudal de epítetos laudatorios en alabanza propia para compararse con los profetas mayores, ha querido extender el símil al patriarca Jacob en “su lucha con el ángel del Señor”. Y ciertamente que no le falta razón para ello, pues en estos momentos corona el edificio de la piedad católica simpatizando a rostro abierto con los turcos. 

El vicario de Cristo inaugura su infalibilidad alentando con espíritu verdaderamente cristiano al David musulmán, al moderno Bashi Bazuk, de quien sin duda recibiría gustoso algunos miles de prepucios búlgaros o servios. Fiel a su propósito de sacrificarlo todo en interés de la Iglesia romana, mira benévolamente las matanzas de búgaros y servios, y tal vez maniobra en secreto con Turquía contra Rusia, como si antes de consentir que la Iglesia griega se establezca oficialmente en Constantinopla y en Jerusalén, prefiriera ver la un tiempo odiada media luna sobre el sepulcro de Cristo. A manera de achacoso y decrépito ex tirano en el destierro, está dispuesto el pontífice a contraer cualquier alianza que le asegure, si no la restauración del poder temporal, por lo menos el menoscabo de sus rivales. Secretamente se complace en el hacha que un tiempo blandieron los inquisidores, y prueba su filo contra toda esperanza. En sus buenos tiempos se había aliado la Santa Sede con príncipes heterodoxos, pero nunca se degradó como ahora hasta el punto de apoyar moralmente a quienes durante doce siglos le han estado escupiendo a la cara los dicterios de “infieles” y “perros cristianos” con que repugnaban la fe católica.

El mundo civilizado puede esperar todavía que en el recinto del Vaticano se aparezca la Virgen en carne mortal, pues si la milagrosa aparición, tantas veces repetida en tiempos medioevales, se ha renovado hace poco en Lourdes, ¿por qué no repetirla una vez más para dar el golpe de gracia a los herejes, cismáticos e infieles? Preciso es que una religión se haya degradado hasta el último extremo para que sus clérigos se valgan de tan sacrílegas imposturas  y el pueblo las acepte sin reparo o finja aceptarlas.

DOCTRINAS  DE  PABLO


Semejante concepto de la religión es incompatible con las íntimas aspiraciones del espíritu inmortal. Así lo entendieron siempre los verdaderos filósofos, gentiles o cristianos o judíos. Las enseñanzas de Buda se reflejan en las de Cristo. Las del apóstol Pablo y de Filo Judeo son difelísimo eco de las de Platón. Unas y otras hermanaron Amonio y Plotino con inmortal fama de su nombre. No sucede así con los intérpretes de la Biblia. La simiente de la Reforma quedó sembrada el día en que se echaron de ver las contradicciones entre el segundo capítulo de la Epístola del apóstol Santiago y el onceno de la de San Pablo a los hebreos. Quien siga las enseñanzas de Pablo ha de repudiar las de Santiago, Pedro y Juan. Para mantener su fe cristiana han de dar en rostro los partidarios de Pablo a las enseñanzas de Pedro, quien si merecía vituperio y le faltaba razón, no podía ser infalible ni tampoco pueden sus sucesores alardear de infalibilidad. Todo reino dividido perecerá y toda casa minada se derrumbará. La pluralidad de maestros es tan funesta en religión como en política. Las doctrinas de Pablo eran las de los filósofos místicos, y por esto decía:

Permaneced firmes en la libertad que os dio Cristo, y no caigáis de nuevo en el yugo de la servidumbre... Pero si os mordéis unos a otros, cuidad de no devoraros.

Es evidentemente gratuita la acusación de demonolatría lanzada a veces contra los neoplatónicos, por cuanto la Iglesia romana adoptó sus mismas ceremonias teúrgicas palabra por palabra; de modo que el exorcista cristiano emplea hoy idénticas evocaciones y conjuros que el sacerdote pagano y el cabilista judío. Sobre esto dice Wilder:

A pesar de las diferencias entre los neoplatónicos y los cristianos de Pablo, muchos catequistas de la nueva fe conservaban muy en lo hondo la levadura filosófica. Sinesio, obispo de Cirene, era discípulo de Hipatia. San Antonio reprodujo la teurgia de Jámblico. El Logos o Verbo del Evangelio de San Juan es concepto gnóstico. Clemente de Alejandría, Orígenes y otros Padres de la Iglesia bebieron copiosamente en los manantiales de la filosofía neoplatónica. 
El ascetismo aconsejado por la primitiva Iglesia era idéntico al de Plotino... Durante la Edad Media hubo filósofos que aceptaron las doctrinas enseñadas por el famoso maestro de la Academia.

En prueba de que la Iglesia romana se apropió los ritos y ceremonias mágicas de los mismos cabalistas y teurgos a quienes anatematizaba, cotejaremos las fórmulas de exorcismos empleadas por los cabalistas y por los cristianos, para inferir de su identidad que éste fue uno de los motivos por los cuales mantuvo siempre la Iglesia a sus fieles en la ignorancia del ritual, de modo que tan sólo los directamente interesados en el engaño tuvieron oportunidad de cotejar ambas fórmulas. 
El vulgo no entendía el latín, y aunque lo hubiese entendido estaba prohibida la lectura de los tratados de magia, so pena de excomunión. La ingeniosa estratagema de la confesión auricular imposibilitaba la consulta, siquier clandestina, de lo que el clero llamaba “garabatos del diablo” o rituales de magia. Para mayor seguridad, la Iglesia empezó por ocultar todo cuanto referente al arte mágico pudo haber a mano.
He aquí el cotejo:

ORIGEN  PAGANO  DEL  RITUAL  CATÓLICO


                RITUAL CABALÍSTICO                                                                               RITUAL CATÓLICO
                      (judío y pagano)

              Exorcismo de la sal                                                                Exorcismo de la sal


El sacerdote bendice la sal y exclama:                                     El sacerdote bendice la sal y exclama:
Criatura de sal , en ti permanezca                                       Criatura de sal, yo te exorcizo en
la SABIDURÍA (Dios) y preserve de toda                                  nombre del Dios vivo... Sé salud del
corrupción nuestra mente y nuestro cuerpo.                              Alma y del cuerpo. Doquiera que seas
Por Hochmael (..., Dios de Sabiduría) y                                    esparcida, ahuyentaal inmundo espíritu...
el poder de Ruach-Hochmael (Espíritu                                      Amén”.
Santo), se alejen ante ti los espíritus de la
Materia (espíritus malignos). Amén”.

             Exorcismo del agua y cenizas                                                 Exorcismo del agua

“Criatura del agua, yo te exorcizo en el nombre                         “Criatura del agua, en nombre de Dios
de Netsah, Hod y Jerod (Trinidad cabalística),                          omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
en el principio y el fin, en el alfa y el omega que                                   yo te exorcizo. Te conjuro en nombre del
entran en el Espíritu Azoth (Espíritu Santo o                             cordero  que aplastó al basilisco y al
Alma universal). Te exorcizo y conjuro. ¡Águila                          áspid y tiene a sus pies el león y el
Errante!, el Señor tenga poder sobre ti por las                          dragón”.
Alas del toro y su flamígera espada”.     

        Exorcismo de un elemental                                               Exorcismo del diablo

“Serpiente, en nombre del Tetragrámaton,                                 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
el Señor que tiene poder sobre ti por el                                    “¡Oh Señor! Haz que aquel que lleva
ángel y el león. Ángel de tinieblas, obedece                             consigo el terror huya herido por el terror
y ahuyéntate por virtud de esta bendita                                    y quede vencido. ¡Oh tú, vieja serpiente!..
agua. Águila encadenada, obedece a esta                                tiembla ante la mano del que, triunfante
señal y aléjate ante el soplo. Movible                                       de los tormentos del infierno  devolvió
serpiente, arrástrate a mis pies o te                                          la luz a las almas. Cuanto más te
atormentará este fuego sagrado y te                                        perviertas, más terribles serán tus
aniquilará este bendito incienso. Que el                                    torturas... por Aquel que reina sobre vivos
agua vuvelva al agua. Que el fuego                                   y muertos y que juzgará el mundo por
queme y el aire oree. Que la tierra vuelva                                  Fuego ... En el nombre del Padre, del
a la tierra por virtud del Pentagrama, la                                                Hijo y del Espíritu Santo. Amén”.
Estrella matutina, y en nombre del
Tetragrámaton grabado en el centro de la
Cruz lumínica. Amén”.

Crueldad parece echar en cara a Roma la usurpada propiedad de sus símbolos; pero preciso es hacer justicia a los despojados hierofantes. Mucho tiempo antes de que los cristianos adoptaran la cruz por símbolo, la empleaban neófitos y adeptos como secreto signo de reconocimiento. A este propósito dice Eliphas Levi:

El signo de la cruz, adoptado por los cristianos, no es privativo de esta religión, pues ya con anterioridad era cabalístico y simbolizaba el cuaternario equilibrio de opuestos elementos. Por el versículo esotérico del Pater (del que tratamos en otra obra) vemos que primitivamente hubo dos maneras de hacer el signo de la cruz, o por lo menos dos fórmulas muy distintas de significación: una exclusiva de sacerdotes e iniciados; otra común a neófitos y profanos. El iniciado hacía la señal de la cruz con la mano derecha extendida desde la frente al pecho y del hombro izquierdo al derecho, diciendo: a ti-pertenece-el reino-de justicia-y misericordia. Después, con las manos juntas, añadía: En los ciclos generadores: “Tibi sunt Malchut et Geburah et Chassed per oeonas”. Tal era el signo de la cruz, absoluta y hermosamente cabalístico, que la Iglesia oficial y militante perdió por completo al profanar el gnosticismo.

INFLUENCIA  DE  SAN  AGUSTÍN


De esto podemos inferir cuán gratuitas son las siguientes afirmaciones del P. Ventura:

Mientras San Agustín fue maniqueo y estuvo ignorante de la augusta revelación cristiana, cuya sublimidad orgullosamente menospreciaba, nada supo ni comprendió acerca de Dios, del hombre y del universo, y permaneció ignorado, obscuro e inactivo, hasta que apenas convertido al cristianismo, se remontó a las cimas sublimes de la filosofía y la teología en alas de su mente iluminada por la antorcha de la fe... Así el genio de Agustín se explayó en toda su prodigiosa fecundidad y grandeza, y su entendimiento resplandeció con el vivísimo fulgor que, reflejado en sus obras inmortales, no ha cesado ni por un momento de iluminar durante catorce siglos a la Iglesia del mundo.

Dejemos al P. Ventura el cuidado de averiguar lo que Agustín fuese como maniqueo; pero no cabe duda de que su ingreso en el cristianismo engendró perpetua enemistad entre la teología y la ciencia, pues mientras por una parte se veía precisado a confesar la posibilidad de que hubiese “algo de divino y verdadero en las doctrinas de los gentiles”, declaraba por otra parte que estos eran “abominables por lo supersticiosos, idólatras y soberbios; y que, a menos de arrepentirse, les había de castigar la justicia divina”. Aquí tenemos explicada la conducta que la Iglesia cristiana ha seguido desde entonces hasta nuestros días, negando validez a cuanto de divino y verdadero puedan tener las doctrinas de quienes no pertenecen a su comunión, merecedores tan sólo por ello de las iras celestes. Sobre el particular, dice Draper:

Nadie contribuyó tanto como este padre a suscitar el antagonismo entre la ciencia y la religión, pues desviando la Biblia de su verdadero objeto, que era una guía para la pureza de vida, la colocó en la arriesgada posición de árbitra del saber humano y tirana de la mente. Dado el ejemplo, no faltaron imitadores. Las obras de los filósofos griegos fueron repudiadas por profanas, y los timbres de gloria del Museo alejandrino quedaron obscurecidos por la nube de ignorancia y jerigonza mística, de cuyo seno brotaban con demasiada frecuencia los destructores rayos de la venganza eclesiástica.

Agustín y Cipriano reconocen que Hermes y Hostanes creían en el único y verdadero Dios invisible, incomprensible por la mente y tan sólo comprensible por el espíritu . En consecuencia, todo hombre de criterio no perturbado por el fanatismo religioso inferirá de las ideas de Agustín y Hermes acerca de la Divinidad, que el segundo aventajaba al primero en la exposición filosófica del concepto.
El P. Ventura coloca a San Agustín en las más “sublimes alturas de la filosofía”, pavoneándose ante el asombrado mundo; pero draper le sale al paso con las siguientes consideraciones críticas sobre la filosofía agustina:

¿Era posible desechar las obras de los filósofos griegos a cambio de un sistema descabelladamente engendrado por la ignorancia y la osadía? Mucho más pronto debieron de haber venido los eminentes críticos de la Reforma a colocar las obras de San agustín en su propio nivel, y enseñarnos a mirarlas con desprecio.

En cuanto a la acusación levantada contra Plotino, Porfirio, Jámblico, Apolonio y Smón el Mago de que tenían hecho pacto con el diablo, no merece por absurda los honores de la refutación ni aun suponiendo cierta la existencia del precito personaje. La diferencia de opiniones religiosas, por grande que sea, no alcanza per se a que unos vayan al cielo y otros al infierno. Semejantes dogmas, incompatibles con la caridad, pudieron prevalecer en tiempos medioevales; pero ya es demasiado tarde para que nos intimide el tradicional espantajo.

El erudito autor de la Religión sobrenatural se esfuerza en demostrar la identidad de Simón el Mago con el apóstol San Pablo, cuyas Epístolas condenó públicamente San Pedro por contener enseñanzas heréticas. El apóstol de los gentiles era franco, elocuente, sincero y sabio. El apóstol de la circuncisión era por el contrario cobarde, receloso, falaz e ignorante. No cabe duda de que Pablo estaba iniciado, al menos parcialmente, en los misterios teúrgicos, como lo denotan su estilo con la terminología peculiar de los filósofos griegos y ciertas frases que únicamente empleaban los iniciados. A mayor abundamiento, tenemos el siguiente pasaje del apóstol:

...entre los perfectos hablamos sabiduría; mas no sabiduría de este mundo ni de los arcontes de este mundo, sino que hablamos Sabiduría de Dios en misterio, la que está encubierta..., la que no conoció ninguno de los arcontes de este mundo.

EL  MAESTRO  CONSTRUCTOR


Inequívocamente da a entender el apóstol en estas palabras que estaba iniciado (que era de los mystae), y aludía a enseñanzas propias de los Misterios. Pero si no bastara esta prueba, tendremos otra en que al apótol “le cortaron el cabello a punta de tijera en Cencrea  porque había hecho un voto”.
Dice Pablo:
Según la gracia de Dios que se me ha dado, eché el cimiento como sabio maestro constructor.

La frase maestro constructor, que tan sólo se lee una sola vez en toda la Biblia, puede considerarse como prueba incontrovertible, pues la tercera parte de los sagrados ritos se llamaba en los Misterios epopteia o revelación, esto es, el acto de comunicar el secreto, durante el cual se transportaba el iniciado a la divina clarividencia en que, suspendida la visión terrena, se unía con su Dios la ya libre y pura alma. Pero en su significado etimológico, la palabra epopteia  equivale a vigilante o inspector, y también tiene la acepción de maestro constructor o arquitecto, de donde más tarde derivó el nombre francés de masón en el mismo sentido empleado en los Misterios. Así, pues, al llamarse Pablo “maestro constuctor” emplea una frase genuinamente cabalística, teúrgica y masónica que ningún otro apóstol emplea, y se declara iniciado con derecho de iniciar a otros.

Si proseguimos por este camino con tan seguros guías como los Misterios y la Kábala, descubriremos la secreta razón de que Pedro, Juan y Santiago persiguiesen odiosamente a Pablo. El autor del Apocalipsis era cabalista judío de legítima estirpe, que como sus antepasados odiaba por juro de heredad los Misterios. Su recelo se extendió durante la vida de Jesús hasta el mismo Pedro, con quien se reconcilió después de la muerte de su común Maestro para predicar celosamente el rito de la circuncisión. Pedro reconocía no obstante la superioridad de Pablo en conocimientos de literatura y filosofía griega, por lo que debió de parecerle experto en artes mágicas y versado en la gnosis o sabiduría de los Misterios, o sea que tal vez le tuvo por Simón el Mago.

SIGNIFICADO  DE  “PETRUM”


En cuanto a Pedro, la exégesis ha demostrado hace tiempo que en la fundación de la Iglesia romana no tuvo más parte que proporcionar el pretexto, tan hábilmente aprovechado por el astuto Ireneo, para cimentar la nueva Iglesia sobre la Petra o Kiffa, que mediante un sencillo juego de palabras se relacionaba con Petroma o doble tabla de piedra que el hierofante empleaba en el misterio final de la iniciación. Aquí se encierra acaso todo el secreto de las alegaciones del Vaticano. Sobre el particular, dice muy oportunamente Wilder:

En los países orientales se designaba al hierofante con el título de ... (Pedro) que en caldeo y fenicio significa intérprete. Hay en todo esto reminiscencias de la ley mosaica, así como respecto de las atribuciones que el papa se arroga para ser el hierofante o intérprete de la religión cristiana.

Hasta cierto punto hemos de concederle el derecho de interpretación, pues la Iglesia latina incorporó en sus ceremonias, símbolos, ritos, templos y vestiduras sacerdotales, las tradiciones del culto pagano y aun su culto público y externo. De lo contrario, sus dogmas serían más lógicos y no tan ofensivos a la majestad del supremo e invisible Dios.
En el sarcófago de la reina Mentuhept, de la oncena dinastía, se encontró una inscripción jeroglífica copiada del Libro de los muertos, cuya interpretación es como sigue:

                        PTR                RF                   SU
                        Peter-              ref-                  su.

Bunsen entremezcla este sagrado formulario con toda una serie de interpretaciones glosadas de un monumento de cuarenta siglos de antigüedad, y dice sobre el caso:

Esto equivale a creer que la verdadera interpretación ya no era inteligible en aquella época... Conviene, por lo tanto, advertir que el sagrado texto de un himno compuesto por el espíritu de un difunto era, hace 4.000 años, del todo ininteligible para los copistas del rey.

Cierto es que era ininteligible para los copistas profanos, como lo demuestran las confusas y contradictorias interpretaciones de los comentadores, pues la palabra PTR  la conocían únicamente los hierofantes de los santuarios, y la escogió Jesús para designar el cargo conferido a uno de sus apóstoles.
Sobre el significado de esta palabra, dice Bunsen:

Opino que PTR es literalmente el angituo arameo y hebreo Patar que encontramos en la historia de José en significación específica de interpretar. De aquí que pitrum equivalga a interpretación de un texto o de un sueño.

En varios pasajes de un manuscrito cuyo texto es en parte griego y en parte demótico, tuvimos ocasión de leer frases que bien pudieran esclarecer la materia de que vamos tratando. Uno de los personajes de la narración, el judío iluminador Telciotes, se comunica con su Patar. Algunos pasajes representan al iluminador en una ... (cueva, donde sólo interrumpe su contemplativo aislamiento para enseñar a los discípulos de afuera, no personalmente, sino por mediación del patar, que recibe las lecciones de sabiduría aplicando el oído a un agujero circular abierto en la cortina que oculta al maestro de la vista de los discípulos, a quienes el patar transmite oralmente las enseñanzas. Tal era, con leves variantes, el procedimiento seguido por Pitágoras, quien, según sabemos, jamás permitía que le vieran los neófitos sino que les aleccionaba tras la cortina de separación entre la cueva y el auditorio.

No sabemos si el judío iluminador del manuscrito greco-demótico alude o no a Jesús; pero sea como fuese, subsiste la misteriosa denominación que más tarde aplicó la Igflesia católica al portero del cielo e intérprete de la voluntad de Jesucristo. La palabra patar o peter coloca a maestro y discípulo en la esfera de iniciación en la doctrina secreta. El sumo hierofante de los Misterios no permitía jamás que le viesen ni oyesen los candidatos, para quienes era el Deus ex machina, la invisible Divinidad, que presidía las ceremonias por medio de su vicario. Al cabo de dos mil años vemos que los Dalai-Lamasdel Tíbet siguen todavía el mismo procedimiento en los misterios de su religión. Si Jesús conocía el secreto significado del nuevo nombre que dio a Simón, debió de ser iniciado, pues de lo contrario lo ignorara; y, por lo tanto, ya hubiese recibido la iniciación de los pitagóricos esenios, de los magos caldeos o de los sacerdotes egipcios, su doctrina no pudo ser ni más ni menos que una parte de la secreta enseñada por los hierofantes paganos a los pocos y escogidos adeptos que entraban en el sagrado adyta.

RITOS  PAGANOS  Y  CRISTIANOS


Más adelante discutiremos esta materia. Por ahora nos limitaremos a indicar someramente la extraordinaria semejanza o, mejor dicho, identidad de los ritos religiosos y vestiduras sacerdotales del clero cristiano con los de los asirios, fenicios, egipcios y otros pueblos de la antigüedad.
Las tablillas asirias nos muestran el modelo de la tiara pontificia, sobre la cual dice Inman:

Podemos decir de paso que así como papas adoptaron la tiara de la maldita raza de Cam, así también adoptaron la cruz episcopal de los augures de Etruria y las representaciones angélicas de los pintores y escultores de Grecia e Italia.

Los nimbos de los santos y las tonsuras de los sacerdotes y monjes católicos  son emblemas solares, a juzgar por las irrefutables pruebas que de ello encontramos. Knight  reproduce un dibujo de San Agustín con la figura de un primitivo obispo cristiano en traje probablemente idéntico al que él llevara. El palio episcopal es el signo femenino en las ceremonias del culto religioso, y en el dibujo de San Agustín está dicho palio adornado con cruces budistas y tiene la misma configuración de la T egipcia, aunque levemente desviada en forma de Y.  Sobre el particular dice Inman:

El palo inferior de esta letra simboliza la tríada masculina. La figura del obispo aparece con la mano derecha levantada y el índice extendido, en la misma actitud de los sacerdotes asirios cuando tributaban homenaje al bosque sagrado... Cuando el obispo lleva el palio en las ceremonias del culto, representa la Tinidad en la Unidad, esto es, el Arba o místico cuaternario.

El culto de la Virgen María es a todas luces la sucesiva continuación del de Isis, cuyos sacerdotes al convertirse al cristianismo conservaron las vestiduras con el sobrepelliz, la tonsura y el celibato obligatorio, aunque por desgracia prescindieron de las frecuentes abluciones.
King (97) describe el letrero que circuye una doble imagen de Serapis e Isis, que aparece como sigue:

‘H  KIPIA  ICIC  AI’NH
y significa:

INMACULADA ES NUESTRA SEÑORA ISIS

            La misma advocación se aplicó después a la Virgen María.
            Dice también King:

Las Vírgenes Negras que se veneran en algunas catedrales francesas  no son ni más ni menos que imágenes basálticas de Isis, según ha demostrado su detenido examen.

ICONOGRAFÍA  CRISTIANA


Ante el altar de Júpiter Ammón colgaban los sacerdotes sonoras campanas de cuyo timbre colegían sus augurios. También los sacerdotes budistas invocan a los dioses a toque de campana para que desciendan sobre el altar. Por lo tanto, los cristianos aprendieron el uso de las campanas de los budistas tibetanos y chinos. El mismo origen tienen los rosarios de cuentas que desde hace veintitrés siglos siguen usando los monjes budistas.
Los egipcios tenían el sinónimo de nuestra palabra monja con la misma significación actual, y todavía se conserva intraducida la voz nonna en la terminología cristiana.
Los artistas prenoicos  de Babilonia circuían de una aureola o nimbo la cabeza de las figuras humanas a quienes querían tributar honores divinos, y este mismo nimbo reapareció siglos más tarde en la iconografía cristiana. 

Las representaciones pictóricas de Isis y Krishna, transmutadas después en María y Jesús, no son puramente astronómicas, sino que simbolizan las divinidades masculina y femenina en conjunción análoga a la del sol y la luna. Es la unión de la Tríada y la Unidad.

Y como es arriba, así es abajo y fuera y dentro del simbolismo de la Iglesia cristiana, en cuyos ritos y ornamentos se descubre el sello del exoterismo pagano. En el vasto campo de los conocimientos humanos no hubo punto más ignorado de las gentes, o de propósito encubierto a sus miradas, como el que señala cuanto a la antigüedad se refiere con su pasado venerable y sus creencias religiosas estropeadas bajo los pies de la posteridad, cuya ceguera confunde a los hierofantes y profetas, iniciados (mistoe) y videntes (epoploe) con los adoradores del diablo. El sacerdote cristiano, después de ataviarse con los despojos del vencido, le anatematiza valiéndose de las mismas fórmulas, ritos y ceremonias aprendidos de labios del anatematizado. La Biblia sirve de arma contra el pueblo cuya sagrada Escritura fue durante siglos. 

El adepto pagano escucha maldiciones bajo el mismo techo que presenció su iniciación, y el mono de Dios recibe exocista aspersión de agua bendita de las manos que empuñan el mismo lituus de los antiguos augures.
Por parte del clero y vulgo de los cristianos se advierte vergonzosa ignorancia y la despectiva soberbia que tan valerosamente flageló el clérigo Gross contra el prejuicio de sus colegas al decir:

La investigación es tarea inútil o criminosa cuando hay deliberado intento de menoscabar las religiones antiguas... Tan sólo este lamentable prejuicio pudo adulterar de tal manera la teología del paganismo y contrahacer o, mejor dicho, caricaturizar su culto religioso. Hora es ya de levantar la voz en vindicación de la verdad ultrajada y de que los contemporáneos tengan más sentido común para no vanagloriarse hasta el punto de creer que la razón es privilegio exclusivo de los tiempos modernos.

TAUMATURGIA  PAGANA


Todo esto denota la verdadera causa del odio que los cristianos primitivos y medioevales sintieron hacia sus hermanos y peligrosos émulos gentiles. Únicamente se odia lo que se teme. 
Los taumaturgos cristianos, una vez rota toda relación con los Misterios de los templos y las renombradas escuelas de magia a que San Hilarión alude, podían tener muy pocas esperanzas de rivalizar con los taumaturgos paganos. Ningún apóstol igualó en poder teúrgico a Apolonio de Tyana, excepto en las curaciones hipnóticas. A este propósito, pregunta San Justino Mártir con evidente zozobra:

¿Cómo es que los talismanes (...) de Apolonio tienen poder sobre los elementos, pues, según vemos, aplacan la furia de las olas y la violencia del viento y repelen las acometidas de las fieras? Mientras que los milagros de Nuestro Señor Jesucristo se conocen tan sólo por tradición, los de Apolonio son muy numerosos y tan evidentes que extravían a cuantos los presencian.

A pesar de su perplejidad, acierta este autor al atribuir la virtud taumatúrgica de Apolonio a su profundo conocimiento de la ley reguladora de las simpatías y antipatías de la Naturaleza.
Incapaces los Padres de la Iglesia de negar la evidente superioridad taumatúrgica de sus émulos, recurrieron al viejo pero siempre eficaz procedimiento de la clumnia, y echaron en cara a los teurgos la misma imputación de los fariseos a Jesús cuando le decían: Demonio tienes. Los Padres repitieron Demonio tienes, frente a los teurgos paganos, logrando que como artículo de fe prevaleciese acusación tan calumniosa. Los actuales herederos de aquellos sofisticadores eclesiásticos achacan también a obra del demonio la magia, el espiritismo y aun el hipnotismo, sin tomarse el trabajo de leer a los autores antiguos. 

Ningún mojigato contemporáneo aventaja a los iniciados de la antigüedad en abominar de los abusos a la magia. No hubo ley medioeval ni la hay moderna más rigurosa en este punto que la de los hierofantes, cuya justicia se mantenía inflexible contra los hechiceros que conscientemente empleaban sus facultades en daño de la humanidad, al paso que si bien expulsaban del sagrado recinto al hechicero inconsciente, al poseído y al obseso, le cuidaban en los hospitales anexos al templo hasta que recobraba la salud. Con arreglo a la ley, quedaban excluídos de los Misterios el criminal convicto y el mago negro.

No necesita comentarios esta ley, que mencionan cuantos autores trataron de la antigua iniciación. 
Es absurdo suponer, como supuso San Agustín, que los neoplatónicos inventaran la explicación de su doctrina, porque el mismo Platón, más o menos encubiertamente, expone casi todas las ceremonias en su verdadero y sucesivo orden. Los Misterios son tan antiguos como el mundo, y quienquiera que esté versado en simbología puede seguir sus huellas hasta llegar a la época prevédica de la India. 
En este país se le exige al candidato (vatu) la virtud y pureza más excelentes antes de ser admitido a la iniciación, ya como mero fakir, ya como purohita (sacerdote secular) o como sannyâsi . 

Después de triunfar de las tremendas pruebas que preceden a la admisión en el círculo interno de las criptas, el sannyâsi pasa su vida en el templo entregado a la observancia de las ochenta y cuatro reglas y diez virtudes prescritas a los yoguis. Dicen los libros indos de iniciación que “sin practicar durante toda la vida las diez virtudes ordenadas por el divino Manú, nadie puede ser iniciado en los misterios del consejo"” estas virtudes son resignación, templanza, probidad, castidad, continencia, veracidad, paciencia, conocimiento, sabiduría y caridad. Estas virtudes han de resplandecer en el verdadero yogui, y ningún adepto indigno  debe deshonrar las filas de los iniciados ni un día siquiera. Verdaderamente es preciso reconocer que el ejercicio de estas virtudes es de todo punto incompatible con las obscenidades del culto diabólico y con cualquier finalidad lasciva.

Uno de los principales objetos de la presente obra es demostrar que en todas las religiones populares subyace la antiquísima doctrina de sabiduría, una e idéntica, profesada prácticamente por los iniciados de todos los países, únicos que comprendían su importancia. Por ahora cae fuera de la posibilidad humana averiguar el origen de esta doctrina de sabiduría, ni tampoco colegir la época de su plenitud. Sin embargo, basta el simple examen para convencerse que fueron necesarios largos siglos para que alcanzara la maravillosa perfección que revelan los remanentes de los distintos sistemas esotéricos. Tan profunda filosofía, tan sublime código de moral y tan concluyentes resultados prácticos no han podido derivarse de una sola generación ni de una sola época.

EL  SECRETO  DE  LA  INICIACIÓN


Fue preciso que multitud de preclaros entendimientos observaran fenómeno  tras fenómeno en sucesivas inducciones para eslabonar las verdades conocidas y sistematizar esta antigua doctrina, cuya identidad en todas las religiones del pasado demuestra el común ritual de iniciación, las castas sacerdotales bajo cuya custodia estuvieron las místicas palabras de poder y las manifestaciones fenoménicas que, por su dominio sobre las fuerzas naturales, denotaban la intervención de seres superiores al hombre. Todo lo referente a los Misterios se celaba con riguroso sigilo en todas las naciones, y todas castigaban con pena de muerte al iniciado de cualquier categoría que divulgase los secretos recibidos. Así ocurría en los Misterios báquicos, eleusinos, caldeos, egipcios y aun en los indos, de donde derivaron los demás. También regía la misma pena en la diversidad de comunidades desgajadas del común tronco en diferentes épocas. La vemos prescrita entre los esenios, gnósticos, neoplatónicos y rosacruces.

Más adelante aduciremos otras pruebas de esta identidad de votos, fórmulas, ritos y doctrinas de las antiguas religiones, y echaremos de ver que perdura hoy tan floreciente y activa como en todo tiempo la secreta Fraternidad, cuyo sumo pontífice y hierofante (brahmâtma) está todavía visible para quienes saben, aunque se le dé otro nombre, y que su influencia se ramifica por el mundo entero.
Pero entretanto, volvamos a tratar del primitivo período del cristianismo.

Clemente de Alejandría, con el rencoroso fanatismo peculiar a los neoplatónicos renegados, pero muy extraño en tan culto y sincero Padre de la Iglesia, tilda los Misterios de obscenos y diabólicos, como si no supiera que todos los ritos y ceremonias externas tenían significado esotérico.
Fuera absurdo juzgar a los antiguos desde el punto de vista de la civilización contemporánea, y no es precisamente la Iglesia la más indicada para arrojar contra ellos la primera piedra, pues según afirman los simbologistas, sin que nadie pueda refutarlos, se apropió los emblemas religiosos de la antigüedad en su aspecto más grosero. Si hombres tan austeros como Pitágoras, Platón y Jámblico tomaban parte en los Misterios de que con tanta veneración hablaron, cuadra muy mal que los críticos modernos los juzguen a la ligera por sus manifestaciones exotéricas. Jámblico dice a este propósito:

Las representaciones de los Misterios acompañadas de pavorosa santidad, tenían por objeto deleitar la vista para distraer de la mente todo mal pensamiento y librarnos así de pasiones licenciosas.

Esta explicación basta para satisfacer a los entendimientos no esclavos del prejuicio, según lo comprende Warburton al añadir:

Los hombres más sabios y virtuosos del mundo pagano afirman unánimemente que la institución de los Misterios, siempre pura desde un principio, se proponía los más nobles fines por los medios más dignos.

Aunque en las manifestaciones públicas de los Misterios tomaban parte personas de toda condición y de ambos sexos, pues era obligatoria la asistencia, muy pocos llegaban a recibir la primera iniciación y menos todavía la final.

GRADOS  DE  INICIACIÓN


Proclo  nos informa de los diversos grados de iniciación, diciendo:

El rito purificador (...) precede en orden al de la primera iniciación (muesis), y ésta a la iniciación final (epopteia, apocalipsis o revelación).

Theon de Esmirna divide la iniciación en cinco grados y dice sobre el particular:

El primer grado es el de previa purificación, porque los Misterios no se comunican a cuantos desean conocerlos, pues hay algunos a quienes el voceador (...) niega la admisión. Los admitidos han de purificarse mediante ciertas prácticas que preceden a la iniciación... El tercer grado es la epopteia o revelación. El cuarto confiere la dignidad sacerdotal o hierofántica, cuyo símbolo es la coronación. El quinto grado, consecuencia de los cuatro anteriores, es la amistad e íntima comunicación con Dios.

Algunos autores dudan y los cristianos niegan que los “paganos” pudieran lograr semejante “amistad y comunicación con Dios”, pues afirman que únicamente los santos de la Iglesia católica son capaces de elevarse a tan excelso estado. En cambio, los escépticos extienden la negación a paganos y cristianos. Al cabo de largos siglos de materialismo religioso y parálisis espiritual, es muy difícil si no imposible esclarecer este punto. Ya no existen los atenienses que un tiempo se congregaban en la plaza pública de Atenas ante el altar dedicado al “desconocido Dios”, y sus descendientes creen que la desconocida Divinidad es el Jehovah hebreo. 

A los divinos éxtasis de los primitivos cristianos han sucedido visiones de índole más adecuada a la civilización y progreso de los tiempos. La figura de Jesús es hoy menos fulgurante  que la del “Hijo del Hombre”, a quien los primitivos cristianos representaban descendiendo del séptimo cielo sobre nubes de gloria, rodeado de ángeles y serafines.
Desde el grandioso concepto que de la Divinidad inmanifestada tuvieron los antiguos adeptos, hasta las grotescas representaciones de Aquel que murió en la cruz por amor a los hombres, han transcurrido largos siglos, cuya pesadumbre parece haber extinguido en el corazón de los cristianos todo sentimiento religioso puramente espiritual. No es maravilla, pues, que los cristianos nieguen a los paganos la posibilidad de “unirse y comunicarse amistosamente con Dios”, según nos dice Proclo, y que por otra parte tengan los materialistas por quimérica esta aseveración, aunque, no obstante negarla, denotan menos impiedad y ateísmo que muchos clérigos.

Pero si bien ya no existen los Misterios eleusinos, todavía hay un pueblo muy anterior a los orígenes de Grecia donde perdura el ejercicio de las facultades llamadas sobrehumanas, tal como las ejercitaron sus antepasados siglos antes de la guerra de Troya. Este pueblo es la India, hacia la que debieran convertir su atención los filósofos y psicólogos occidentales, que en su mayor parte ni sospechan siquiera las profundidades de la secreta filosofía indica. Los orientalistas tratan con petulante aire de superioridad cuanto se refiere a la metafísica de los indos, como si la mente europea fuese la única capaz de pulir el bruto diamante de las antiguas obras sánscritas y separar lo bueno de lo malo en provecho de la posteridad. Así disputan los orientalistas unos con otros acerca de las externas formas de expresión, sin la menor idea de las supremas y vitalísimas verdades que encubren a la comprensión de los profanos.
Dice sobre esto Jacolliot:

Por regla general, los brahmanes pertenecen a la categoría de grihasthas  o purohitas, es decir, del primer grado de iniciación, que no obstante poseen facultades educidas hasta un punto desconocido en Europa. En cuanto a los iniciados de segundo y tercer grado, afirman que no tienen limitación de tiempo ni espacio, y ejercen dominio sobre la vida y la muerte... Pero a estos iniciados no se les ve jamás ni siquiera en el interior de los templos, excepto en la solemne fiesta lustral del fuego. Entonces aparecen a media noche sobre una tribuna levantada en el centro del sagrado estanque, como espectros que con sus conjuros iluminan el espacio. En su torno se eleva una refulgente columna de luz que abarca de la tierra al cielo, mientras extraños sonidos cruzan el aire y seiscientos mil indos llegados de todos los ámbitos del país se tienden de bruces en el suelo e invocan los espíritus de sus antepasados.

La racionalista filiación de Jacolliot nos asegura que no dice en su obra ni más ni menos de lo que vio por sí mismo, y así lo corroboran otros escépticos. En cambio, los misioneros, después de pasar media vida en el país del “culto diabólico”, como llaman a la India, o bien niegan maliciosamente cuanto no les conviene, aunque les conste su certeza, o bien atribuyen ridículamente al “diablo” la operación de fenómenos más prodigiosos todavía que los “milagros” de la época de los apóstoles.

SINCERIDAD  DE  LOS  FAKIRES


No obstante su “empedernido racionalismo”, según él lo llama, se ve precisado Jacolliot a confesar la autenticidad de cuantos prodigios describe, y la sincera actuación de los fakires a cubierto de toda impostura, diciendo:

Jamás eché de ver en los fakires ni el más leve intento de fraude... Sin titubear confieso que ni en la India ni en Ceilán encontré a un solo europeo, por larga que fuese su permanencia en el país, capaz de explicar el procedimiento empleado por los fakires en la operación de estos fenómenos... A pesar de mis diligentes indagaciones entre los purohitas, muy poco pude averiguar respecto de los invisibles iniciados de los templos..., y aun al leer los libros religiosos, tropecé con misteriosas fórmulas y combinaciones de letras mágicas cuyo sentido me fue imposible descubrir.

No es extraño que ningún europeo residente en India fuese capaz de explicarle a Jacolliot el procedimiento empleado por los fakires, cuando él mismo fracasó en el empeño, no obstante las favorables coyunturas que se le ofrecieron para conocer de primera mano los ritos y doctrinas de los brahmanes.

Aunque los fakires no pueden pasar más allá del primer grado de iniciación, son los únicos intermediarios entre los profanos y los iniciados de categoría superior, que rarísimas veces cruzan los dinteles de sus sagradas viviendas. Estos “silenciosos hermanos” se llaman yoguis fukara; y ¿quién sabe si tienen mayor intervención que los mismo pitris en los fenómenos psíquicos de los fakires tan gráficamente descritos por Jacolliot? ¿Quién sabe si el fluídico espectro del brahmán visto por Jacolliot era el doble etéreo de uno de estos misteriosos sannyâsis?
Pero oigamos al mismo Jacolliot en el siguiente relato:

Un momento después de la desaparición de las manos, prosiguió el fakir recitando con mayor fervor los mantras, cuando una nube parecida a la primera, pero de tinte más intenso y más opaca, vino a cernerse sobre el brasero que a instancias del indo había yo alimentado constantemente con ascuas de carbón. Poco a poco fue tomando la nube forma humana, y distinguí el espectro o fantasma, no sé cómo llamarlo, de un viejo brahmán que se arrodilló junto al brasero. Llevaba en la frente los atributos de Vishnú y ceñía el triple cordón privativo de los iniciados de la casta sacerdotal. Juntaba las manos sobre la cabeza como durante el sacrificio, y movía los labios cual si orase. A poco, tomó una pizca de polvo perfumado y lo echó en las brasas. Debía de ser un compuesto de mucha eficacia, porque al instante se levantó una espesa humareda que llenó los dos aposentos.

Luego de disipado el humo advertí que el espectro me tendía su vaporosa mano, y al estrecharla a modo de saludo, noté con asombro que daba la sensación de caliente y viva aunque ósea y dura. Entonces exclamé: ¿Fuiste verdaderamente habitante de este mundo? Apenas hecha la pregunta, apareció y desapareció alternativamente en el pecho del espectro la palabra AM (sí), escrita en caracteres luminosos de aspecto fosforescente.
-¿Me dejarás algo en recuerdo de tu visita?- volví a preguntarle.
El espectro se desciñó el triple cordón y me lo dio, al propio tiempo que se desvanecía de mi vista .

En apoyo de este fenómeno, tenemos el pasaje siguiente:

¡Oh Brahma! ¿Qué misterio es éste que ocurre todas las noches?... Echado en la estera, con los ojos cerrados, el cuerpo se pierde de vista y el alma vuela a conversar con los pitris. Vela por ella, ¡oh Brahma!, cuando abandona el yacente cuerpo y se cierne sobre las aguas para cruzar la inmensidad de los cielos y penetrar en los obscuros y misteriosos rincones de los valles y selvas del Hymavat.

CARACTERÍSTICAS  DE  LOS  FAKIRES


Los fakires adscritos a un templo particular obran siempre por mandato. Ninguno, excepto los que han alcanzado extraordinaria santidad, está libre de la dirección del gurú o maestro que le inició en las ciencias ocultas, a cuya influencia no puede substraerse por completo, como les sucede a los sujetos de hipnotizadores europeos. Después de dos o tres horas de solitaria oración y meditación en el recinto interno del templo, queda el fakir psíquicamente fortalecido y dispuesto a operar maravillas mucho más variadas y sorprendentes, porque el maestro ha puesto las manos en él y se siente fuerte.
La autoridad de los libros sagrados induistas y budistas demuestra que siempre hubo honda diferencia entre los adeptos superiores y los sujetos puramente psíquicos, como por la mayor parte son los fakires, a quienes hasta cierto punto se les puede tener por médiums, pues aunque estén hablando siempre de los pitris, por ser sus divinidades protectoras, conviene dilucidar, según luego veremos, la cuestión de si los pitris son o no son espíritus desencarnados pertenecientes a nuestra actual raza humana.

Decimos que el fakir tiene determinadas características del médium, porque está bajo la directa influencia hipnótica de un adepto encarnado, o sea de su sannyâsi o gurú, y cuando éste muere pierde el fakir todo su poder, a menos que le haya transmitido antes de morir el necesario acopio de energía psíquica. Si los fakires no fuesen sujetos hipnóticos de los adeptos, ¿por qué habría de negárseles el derecho de recibir el segundo y tercer grados de iniciación? 

En el transcurso de su vida dan prueba muchos fakires de abnegación personal y rectitud de conducta hasta puntos del todo inconcebibles para los europeos, que tiemblan al solo pensamiento de las horribles torturas que por su propia mano se infligen. Pero por muy abroquelado que esté el fakir contra la humillante influencia de las entidades ligadas a la tierra, y por mucha que sea la eficacia del bambú de siete nudos recibido de su gurú, vive en el mundo de la materia y el pecado y es posible que las magnéticas emanaciones del vulgo contaminen su alma, todavía no dueña de sí misma, facilitando con ello la actuación de entidades extrañas. No es posible, por lo tanto, comunicar los pavorosos misterios e inestimables secretos de la iniciación a quien no esté seguro de dominarse a sí mismo en toda circunstancia, pues no sólo arriesgaría la seguridad de lo que a toda costa debe librarse de la profanación, sino que su mediumnímica irresponsabilidad pudiera quitarle la vida por cualquiera indiscreción involuntaria.

La misma ley vigente en los Misterios eleusinos antes de la era cristiana prevalece hoy en la India. Además de dominarse a sí mismo, debe el adepto dominar también a las entidades inferiores, es decir, a los elementales y entidades ligadas a la tierra que pudieran ejercer influencia en el fakir. Algunos arguyen en contra, diciendo que ni los adeptos ni los fakires tienen de por sí poder ninguno, sino que operan por virtud de espíritus desencarnados. Pero cabe redargüir en este caso, apoyados en la autoridad del Código de Manú, el Atharva Veda y otros libros sagrados cuyo texto no desconocen los adeptos ni los fakires, así como tampoco ignoran el significado de la palabra pitris.
Dice el Atharva Veda:

Todo cuanto existe está bajo el poder de los dioses. Los dioses están bajo el poder de los conjuros mágicos. Los conjuros mágicos están bajo el poder de los brahmanes. Así, los dioses están bajo el poder de los brahmanes.

Por paradójico que esto parezca, tal resulta en la realidad de los hechos para explicar a cuantos no posean la clave  por qué el fakir queda relegado a la primera e ínfima iniciación, cuya superior categoría corresponde a los sannyâsis, adeptos o hierofantes del antiguo Consejo supremo de los Setenta.

NATURALEZA  DE  LOS  PITRIS


Además, el Libro de la creación de Manú o Génesis índico, dice que los pitris son los antecesores lunares de la actual raza humana, que difieren de nosotros y no se les puede llamar “espíritus desencarnados” en el sentido que los espiritistas dan a esta frase. Prueba de ello tenemos en el siguiente pasaje:

Después los dioses crearon a los yakshas, rakshasas, pishâchas , gandharvas, apsaras, asuras, nagas, sarpas, suparnas  y pitris o antecesores lunares de la raza humana.

Por lo tanto, tenemos que los pitris son espíritus de linaje correspondiente a la jerarquía mitológica, o mejor dicho, a la nomenclatura cabalística, y deben quedar comprendidos entre los genios benéficos o dioses menores. Cuando el fakir atribuye al poder de los pitris los fenómenos que opera, da a entender con ello lo mismo que los antiguos teurgos al atribuir sus prodigios a la intervención de las entidades elementales o espíritus de la Naturaleza subordinados a la voluntad del que sabe.
Tanto los brahmanes como los fakires tendrían por blasfemia que alguien les supusiera en comunicación con los difuntos, pues esta suprema dicha está reservada a los sannyâsis, gurús y yoguis, según vemos en el siguiente pasaje:

Mucho antes de que finalmente desechen sus mortales vestiduras, las almas de quienes practicaron austeramente el bien, como las de los sannyâsis y vanaprasthas, adquieren la facultad de conversar con las almas que las precedieeron en el Swarga.

En este solo caso se entiende por pitris los egos residentes en el plano mental que únicamente podrán comunicarse con los mortales cuya aura sea tan pura como la suya, y respondan por ello a piadosas invocaciones (kalassa) sin riesgo de mancillar su pureza. Cuando el adepto logra el estado de sayadyam  y subyuga por completo la materia, puede comunicar libremente a todas horas con los espíritus desencarnados que progresivamente se encaminan hacia el Paramâtma.

No es extraño que los Padres de la Iglesia se enojen al oír hablar de los ritos paganos, por cuanto se arrogan para sí y para los suyos el título de amigos de Dios, equivalente al de santos, que tomaron de la terminología de los templos. Su ignorancia no les permitió describir sus visiones beatíficas con la galana belleza de los clásicos del paganismo, como, por ejemplo, Proclo y Apuleyo al relatar lo poco que pudieron de la iniciación final con tan brillantes imágenes que ofuscan las narraciones relativas a los ascetas cristianos, cuyo plagio es notorio, no obstante sus pretensiones de originalidad.

Prescindiendo de que la Iglesia cristiana y más particularmente los católicos irlandeses, han conservado muchos ritos y costumbres antiguos de aparente obscenidad, examinemos las obras de Taylor, el denodado campeón de las religiones antecristianas, que empleó su vida en la rebusca de antiguos manuscritos originales de iniciados, para corroborar en ellos su concepto personal de los Misterios.

Por la confianza que los autores del paganismo clásico nos merecen, podemos asegurar que no debió de parecer a los cristianos tan ridículamente licencioso el culto pagano como les parece a los críticos modernos, pues durante la Edad Media y algún tiempo después, adoptaron los ritos y ceremonias de las antiguas religiones sin comprender su interno significado, y satisfaciéndose con las incongruentes o más bien fantásticas interpretaciones del clero, que admitía la forma exotérica y adulteraba el sentido esotérico de las ceremonias culturales. Justo es reconocer que, desde hace muchos siglos, el bajo clero cristiano, a quien no le está permitido escudriñar los misterios del reino de Dios ni interpretar las enseñanzas de la Iglesia, no tiene ni la más remota idea del simbolismo religioso; pero no sucede lo mismo respecto del Sumo Pontífice y de los magnates eclesiásticos, pues si bien estamos de acuerdo con Inman en que difícilmente cabe creer que los clérigos con cuya licencia se publicaron ciertas obras, fuesen tan ignorantes como los modernos ritualistas, en cambio, no convenimos con el mismo autor en que si los clérigos hubiesen conocido el verdadero significado de los símbolos, no los hubiesen adoptado, pues al eliminar del culto católico todo lo referente al sexo y al culto de la Naturaleza, suprimiríamos el de las imágenes y nos aceercaríamos a la reforma protestante.

EL  DOGMA  DE  LA  INMACULADA


Este secreto motivo tuvo la declaración del dogma de la Inmaculada. La simbología comparada progresaba rápidamente por entonces, y era preciso que la fe en la infalibilidad del Papa y en la pureza original de la Virgen y de sus antepasados en línea femenina hasta cierto grado de parentesco, resguardasen a la Iglesia de las indiscretas revelaciones de la ciencia. La definición de este dogma fue un hábil ardid del Vicario de Cristo, que al “conferir tal honor” a la Virgen, como ingenuamente dice Pascale de Franciscis, la ha convertido en olímpica diosa que, incapaz de pecar por naturaleza, carece del mérito de la virtud personal; y precisamente por esta carencia de merecimiento fue escogida entre todas las mujeres, según nos enseñaron a creer en la infancia. Pero si el Papa desposeyó a María de todo merecimiento personal por su pureza, en cambio, presume haberla dotado con un atributo físico del que no participan las demás diosas vírgenes. Con todo, este nuevo dogma, al que posteriormente se añadió el de la infalibilidad pontificia y que ha revolucionado el mundo cristiano, tampoco es privativo de la Iglesia de Roma, sino que es un retroceso a la ya casi olvidada herejía de los coliridianos, que en los primeros tiempos del cristianismo ofrecían a María sacrificios de tortas por creer que había nacido sin mancha de pecado. Por lo tanto, la nueva jaculatoria: “¡Oh María!, sin pecado concebida”, es póstuma aceptación de la blasfema herejía condenada en un principio por la ortodoxia de los Padres.

Fuera inferir agravio a la erudición y maquiavelismo de los papas y sus dignatarios suponerles ignorantes del significado de los símbolos religiosos. Fuera olvidar que los agentes de Roma salvaron por medios de jesuítico artificio cuantos obstáculos les embarazaban el camino. Los misioneros de Ceilán sobresalieron en la política de adaptación al medio ambiente; pues, según afirma el erudito e idóneo abate Dubois, sacaban procesionalmente las imágenes de Jesús y la Virgen en la misma carroza del Juggernauth, en la que los “perversos paganos” llevan el lingham de Siva, e introdujeron las danzas brahmánicas en las ceremonias culturales, al propio tiempo que daban representación cristiana a los conceptos induistas de Nara (padre), Nari (madre) y Viradj (hijo).
Dice Manú:

El Soberano Señor que existe por sí mismo divide su cuerpo en dos mitades, masculina y femenina. De la unión de estos dos principios nació Viradj, el Hijo.

Los Padres de la Iglesia no ignoraron de seguro el significado material de estos símbolos, pues bajo este aspecto los pusieron al alcance del inculto vulgo; pero como ninguno de ellos, excepto el apóstol Pablo, estuvo iniciado en los Misterios, nada sabían de cierto en lo concerniente al verdadero significado de los ritos, aunque todos tuvieron motivo de sospechar su oculto simbolismo.

CAÍDA  DEL  ALMA


Aun dando por supuesto que en los Misterios menores o iniciación preliminar (aporreta) se llevasen a cabo algunas ceremonias (155) ofensivas al pudor de los cristianos recién conversos, su m´çistico simbolismo hubiera bastado a desvanecer toda sospecha de obscenidad.
Dice Píndaro:

Bienaventurado el que ha visto los ordinarios negocios del mundo inferior, pues así sabe cuál es el fin de la vida que en Júpiter tiene su origen.

Prevalido de la autoridad de varios iniciados, dice Taylor:

Las representaciones dramáticas de los Misterios menores tuvieron desde un principio por objeto significar encubiertamente la condición del alma encarnada en el cuerpo físico, donde sufre la muerte hasta que la liberta la sabiduría.

El cuerpo es cárcel y sepulcro del alma, pues, como afirma Platón, y con él algunos Padres de la Iglesia, el alma recibe su castigo en la unión con el cuerpo. Tal es la doctrina básica de los budistas y también de muchos induístas.
Sobre esto dice Plotino:

Cuando el alma  cae en la generación desde su estado casi divino, participa del mal y desciende a una condición distantemente opuesta a su primitiva integridad y pureza, hasta quedar completamente sumida en el negro lodazal.

Esta misma enseñanza dio Gautama el Buddha.
Si hemos de creer a los antiguos iniciados, forzoso nos será admitir la interpretación que dieron a los símbolos, sobre todo si vemos que coincide con las enseñanzas de los más preclaros filósofos hasta el punto de representar la misma idea que los actuales Misterios de Oriente.
Demeter era el símbolo del vehículo astral que, no obstante su naturaleza sutil, se contaminaba con la materia a través de sucesivas evoluciones espirituales. De este símbolo podemos inferir el de la matrona Baubo, la hechicera que para adaptar el alma (Demeter) a su nueva situación se ve precisada a tomar forma infantil. Baubo es el cuerpo físico que proporciona al alma el único medio capaz de acostumbrarla a su terrena cárcel, previo el paso por la inocencia infantil. Hasta el momento de encarnar, Demeter o Magna mater (el alma) duda, vacila y se acongoja; pero en cuanto prueba el bebedizo preparado por la hechicera Baubo, calma su ansiedad y se infunde en el infantil cuerpo, donde durante algún tiempo pierde la conciencia de su precedente estado mental, que ha de recobrar tras nueva lucha iniciada con el uso de razón. 

El alma se halla entonces entre la materia (cuerpo físico) y el âtma o espíritu inmortal (nous). ¿Quién vencerá? La tríada superior recibirá el resultado de la batalla de la vida. Si prevalecen los placeres materiales con sus correspondientes abusos, a la muerte del cuerpo físico seguirá la desintegración del astral; pero, en caso contrario, si prevalece la naturaleza superior, en vez de desintegrarse el cuerpo astral se unirá con el supremo principio de la tríada superior, único capaz de conferirle la inmortalidad. Entonces conoce el hombre las divinas verdades del más allá de la vida antes de la muerte del cuerpo. Los semidioses abajo; los dioses arriba.

Tal era el principal objeto de los Misterios que algunos simbologistas modernos ridiculizan y la teología nos representa de índole diabólica. La imputación de falsedad y locura contra puros y sabios hombres de la antigüedad y la Edad Media proviene de ignorar o no creer en las potenciales facultades que todo hombre lleva inherentes y que puede educir en muy superior grado, hasta llegar a ser un hierofante, para educirlas después en cuantos se sometan al mismo régimen disciplinario. Los hierofantes apenas insinuaron lo que vieron en su última hora terrena; pero Pitágoras, Platón, Plotino, Proclo y muchos otros aseveraron la insinuación.

Ya en el recinto interno del templo, ya por el particular estudio de la teurgia o por la austera espiritualidad de su vida, todos los iniciados adujeron en sí mismos evidente prueba de la posibilidad que tiene todo hombre de ganar la vida eterna tras ruda pelea en la vida temporal.

SUBLIMIDAD  DE  LA  EPOPTEIA


Platón alude vagamente a la epopteia o revelación final, diciendo:

Una vez iniciado en los Misterios que a todos superan por lo sagrados, me vi libre de males a que de otro modo hubiera estado expuesto en lo futuro. También por esta divina iniciación pude contemplar benditas visiones en el seno de la pura luz.

Este pasaje demuestra que los iniciados poseían la facultad de ver entidades espirituales; y según acertadamente observa Taylor, se colige de otros pasajes análogos de las obras escritas por los iniciados, que lo más sublime de la epopteia consistía en la contemplación de los dioses rodeados de refulgente luz. Inequívoca prueba de ello nos da el siguiente pasaje de Proclo:

En todas las iniciaciones y ceremonias de los Misterios se aparecen los dioses en diversidad de formas y variedad de aspectos, todos ellos luminosos, con resplandor que de la propia figura emana, y toma unas veces contornos humanos y otras asume configuraci´çon distinta.

Para demostrar de nuevo la identidad de las doctrinas esotéricas del mazdeísmo con las de los filósofos griego, citaremos el siguiente pasaje del Desatir o Libro de Seth:

Todo cuanto en la tierra existe es sombra y semejanza de lo que en la esfera existe. Mientras el resplandeciente prototipo espiritual no muda de condición, tampoco muda su sombra. Pero cuando el resplandeciente se aleja de su sombra, también la vida se aleja a igual distancia de la sombra. Sin embargo, el resplandeciente no es sino la sombra de algo todavía más resplandeciente.

Las afirmaciones de Platón corroboran nuestra creencia de que los Misterios de la antigüedad pagana eran idénticos a la actual iniciación de los adeptos, induistas y budistas, cuyas beatíficas y verdaderas visiones no son resultado de trances o éxtasis mediumnímicos, sino de la disciplinada y gradual educción de las internas facultades a través de sucesivas iniciaciones. Los mystoe (iniciados) intimaban con los “dioses resplandecientes” o “místicas naturalezas”, según Proclo los llama. Así lo confirma Platón al decir:

Me veía puro e inmaculado en cuanto quedaba libre de esta vestidura que nos envuelve, llamada cuerpo, a la que estamos en la tierra adheridos como la ostra a la concha.

Tenemos, por lo tanto, que la enseñanza de los pitris planetarios y terrestres sólo se revelaba enteramente en la antigua India, lo mismo que ahora, en el último grado de iniciación. Muchos fakires de irreprensible conducta y pura abnegada vida no han podido ver la forma astral de un pitar humano o antepasado terrestre, sino en el supremo instante de la iniciación cuando el gurú le entrega el bambú de siete nudos como insignia de su nueva dignidad. Entonces ve cara a cara a la desconocida entidad, a cuyos pies se postra; pero no recibe el poder de evocación, porque éste es el supremo misterio de la sagrada sílaba AUM, símbolo de la trínica individualidad humana, además de serlo también de la abstracta Trinidad védica. Cuando el Ego o trínica individualidad anticipa transitoriamente en el momento de la iniciación aquella unidad que ha de lograr al vencer a la muerte, entonces se le permite al iniciado vislumbrar su Ego futuro.

GRADOS  DE  COMUNICACIÓN


Dice Vrihaspati que en la antigua India estaba prohibido, bajo pena de muerte, revelar al vulgo el misterio de la Tríada. Tampoco era lícito revelarlo en Eleusis y Samotracia, ni en la actualidad, pues debe seguir siendo un misterio confiado a los adeptos, mientras la ciencia materialista lo tenga por quimérico y la teología dogmática por diabólico.
La comunicación subjetiva con las entidades humanas de índole divina que nos han precedido en el logro de la bienaventuranza, comprende en la India tres grados; conviene a saber: presenciente, auditivo y volitivo.

Bajo la dirección espiritual del gurú o sannyâsi, el neófito (vatu) acaba por tener el incipiente presentimiento de las entidades espirituales. Si no estuviese dirigido por un adepto, quedaría a merced de las entidades inferiores por no saber distinguirlas de las superiores. ¡Felix el sensitivo que sabe espiritualizar su ambiente!
Al cabo de algún tiempo progresa el neófito hasta el segundo grado de comunicación en que adquiere la clariaudiencia y oye las voces del mundo superior; pero como todavía no es capaz de discernir, necesita quien le enseñe a precaverse de las astutas entidades maléficas del aire, que tratarían de engañarle con falaces voces si no estuviera protegido por la influencia del gurú, que le pone en condiciones de consagrarse a los puros y celestiales pitris humanos.

En el tercer grado, el candidato presiente, oye y ve al mismo tiempo y puede determinar a voluntad el reflejo de los pitris en la luz astral. Todo dependen de sus facultades psíquicas e hipnóticas, que a su vez están en función de la voluntad. Sin embargo, el fakir nunca llegará a dominar el akâsa (el principio de vida espiritual y omnipotente agencia de todo fenómeno) en el mismo grado que los adeptos, pues los fenómenos operados por la voluntad de estos últimos no sirven para embobar a los mirones en la plaza pública.

Los dogmas fundamentales de la religión de Sabiduría, que constituyen la base de todas las religiones culturales son: unidad de Dios, inmortalidad del espíritu y salvación por los personales merecimientos de las buenas obras. Estos dogmas alientan en el induismo, budismo y mazdeísmo, así como también en el antiguo sabeísmo, pues si dejamos la adoración del sol a la ignorancia del vulgo, veremos que dicen los Libros de Hermes:

El pensamiento se ocultaba tras el silencio y obscuridad del mundo... Después, el Señor que existe por Sí mismo y no puede percibir los sentidos externos del hombre, disipó las tinieblas y puso de manifiesto el mundo objetivo.

Por otra parte, corroboran esta enseñanza los siguientes pasajes:

Aquel que sólo el espíritu puede percibir y nadie puede comprender, que escapa a los órganos del sentido y no tiene partes visibles y es eterno y el alma de todos los seres, desplegó su propio esplendor .

Tal es el concepto que de la suprema Divinidad tuvieron siempre los filósofos indos.
En cuanto a la inmortalidad del espíritu, nos dice Manú:

El principal deber es adquirir la ciencia del alma suprema (el espíritu), porque es la única ciencia capaz de conferir la inmortalidad.

Después de esto, ya no pueden afirmar los eruditos que el nirvana de los budistas y el moksha de los induistas equivalgan a la total aniquilación, interpretando torcidamente este pasaje:

Quien reconoce el alma suprema en su propia alma y en la de todos los seres, y con todos obra en justicia sean hombres o animales, alcanza la suprema felicidad de quedar absorbido en el seno de Brahma.

El concepto que del moksha y el nirvana tiene la escuela de Max Müller no resiste la confrontación con los numerosos textos que lo refutan, aparte de la documentación escultórica de muchas pagodas que abiertamente lo contradice. Si le preguntáis a un brahmán el significado de moksha a un budista el del nirvana, ambos responderán que simbolizan la inmortalidad del espíritu, o sea aquel estado en que el espíritu individual se identifica con el Espíritu universal (169), de suerte que se convierte en parte integrante del Todo, pero sin perder su conciencia individual. En tan inefable estado, el espíritu del hombre que lo alcanza vive exento del temor a las modificaciones de la forma, pues queda definitivamente emancipado aun de las más sutiles formas de la materia.

ÍNDOLE  DE  LAS  VISIONES


La palabra absorción debe tomarse, por lo tanto, en el sentido de unión íntima o identificación y no como aniquilación, puesto que induistas y budistas creen en la inmortalidad del espíritu. Vemos, pues, cuán sin razón les llaman idólatras los cristianos, a pesar de las recientes versiones de los libros sagrados de la India, y la manifiesta injusticia que cometen al tildar de disparatada la filosofía oriental y de orates a sus expositores. Con mayor razón podríamos acusar de nihilistas a los hebreos, pues ni en el Pentateuco ni en profeta alguno hay pasaje ni versículo de cuyo sentido literal se infiera con toda evidencia la inmortalidad del espíritu; y sin embargo, todo fervoroso judío espera reposar después de la muerte en el seno de Abraham.

Se inculpa a los hierofantes de administrar a los candidatos en el acto de la iniciación ciertas pócimas o bebedizos anestésicos, que producen visiones anteriormente referidas. Ciertamente, emplearon y aun emplean bebidas sagradas como el Soma, con eficacia bastante para permitirle al candidato la temporánea actuación en el cuerpo astral; pero en estas visiones no hay ni más ni menos falacia que la que pueda haber en la observación del mundo infinitesimal con auxilio del microscopio. No es posible comunicarse conscientemente ni conversar con un espíritu puro mediante los sentidos físicos, pues sólo de espíritu a espíritu cabe la comunicación espiritual, de modo que se vean y hablen los espíritus; y aun el mismo cuerpo astral es demasiado grosero y tan contaminado está de materia física, que no puede percibir ni vislumbrar al espíritu.

El ejemplo de Sócrates nos representa los peligros de la mediumnidad ineducada. El célebre filósfo era médium de nacimiento y tenía por consejero a un espíritu familiar (daimonia) que al fin causó la muerte de su poseído.  Es común sentir que Sócrates no solicitó jamás la iniciación en los Misterios pero los Anales sagrados nos dicen que no se le pudo admitir en los ritos por impedírselo su mediumnidad, pues la regla de los Misterios prohibía la admisión de cuantos deliberadamente profesaran la hechicería o tuviesen espíritu familiar. Esta regla era justa y lógica, porque todo médium es más o menos irresponsable  y forzosamente pasivo, que se deja gobernar por su guía sin atender a ninguna otra regla ni autoridad. Todo médium cae en trance al antojo de la entidad posesora, y por lo tanto no era posible confiar a un médium los secretos de la epopteia, cuya revelación estaba penada de muerte. El viejo filósofo dejóse arrebatar en un momento de descuido por la inspiración de su familiar, y reveló inaprendidos conceptos que sus compatriotas creyeron ateísticos y, en consecuencia, le condenaron a muerte.

Ante el ejemplo de Sócrates no cabe afirmar con verdad que los videntes y taumaturgos iniciados en los Misterios del recinto interior fuesen médiums por el estilo de los espiritistas. No lo fueron Pitágoras ni Platón ni Jámblico ni Longino ni Proclo ni Apolonio de Tyana, porque, de serlo, no se les hubiera admitido a la iniciación en los Misterios. Las facultades espirituales de los iniciados eran propias de su ministerio sacerdotal, y la inquebrantable creencia de toda la antigüedad en estas facultades, muchísimo antes de aparecer la escuela neoplatónica, demuestra que, en contraposición de las mediumnímicas, puede educir el hombre facultades muy superiores con auxilio de una misteriosa ciencia que muchos discuten y pocos conocen.

El uso de estas facultades aviva en el hombre el anhelo de morar en su verdadera patria y de alcanzar la vida futura, con la vehemente aspiración de identificarse con el Yo superior. El abuso de las mismas facultades extravía al hombre por los yermos de la hechicería, brujería o magia negra.
Equidistante del adepto y el hechicero está el médium, cuyos inconsistentes vehículos dan materia a propósito para que de ellos se valgan como de instrumentos fenoménicos, ya los adeptos, ya los hechiceros, según el ambiente de atracción que hay formado por las circunstancias de su vida o por las condiciones de su herencia física y mental. En el primer caso será su destino una bendición, pero en el segundo será un precito hasta que se purifique de la terrena escoria.

El sigilo en que siempre se mantuvieron los Misterios  obedecía a dos razones principales: la pena de muerte infligida a quien los quebrantara y las dificilísimas pruebas que tenía que sufrir el candidato antes de la iniciación final, con riesgo de perder el juicio. Pero a ninguno se exponía, quien, por haber espiritualizado su mente, estaba prevenido contra todo linaje de visiones terroríficas. Nada ha de temer quien esté plenamente convencido del poder de su inmortal espíritu y ni por un momento dude de su omnímoda protección; pero ¡ay del candidato que por el más leve temor, hijo enfermizo de la materia, pierda la fe en la invulnerabilidad de su espíritu! Sentenciado está quien carezca de la suficiente preparación moral para recibir la carga de tan terribles secretos.

LOS TANAÍMES  DEL  TALMUD


El Talmud relata la leyenda de los cuatro tanaímes que entraron en el jardín de delicias. 
Dice así:

Según nos enseñan nuestros santos maestros, los cuatro que entraron en el jardín de delicias fueron: Ben Asai, Ben Zoma, Acher y el rabino Akiba.
Ben Asai miró y cegó.
Ben Zoma miró enloqueció.
Acher estropeó las plantaciones.
Pero Akiba que había entrado en paz, salió también en paz, porque el Santo, cuyo nombre sea bendito, dijo: "Este anciano es digno de servirme con gloria”.

Según apunta Franck en su Kábala, los rabinos de la sinagoga, eruditos comentadores del Talmud, interpretan el jardín de delicias como la misteriosa ciencia de tan abstrusa profundidad que debilita la mente con riesgo de llevar a la locura.
Nada ha de temer el puro corazón que emprende el estudio de esta ciencia con propósito de perfeccionarse y alcanzar más rápidamente la prometida inmortalidad. Quien ha de temblar es el que toma dicho estudio con el deseo puesto en logros mundanos. Este último nunca podrá resistir las cabalísticas invocaciones de la suprema iniciación.

De la propia manera que los comentadores tendenciosos vituperan las ceremonias de los Misterios antiguos, podrían vituperar las licenciosas ceremonias de las mil y una sectas del primitivo cristianismo. Pero no merecen los Misterios antiguos tal vituperio de los teólogos cristianos, si se tiene en cuenta que en España y Mediodía de Francia estuvieron siglos atrás muy en boga las representaciones teatrales de los misterios religiosos, entre ellos el de la Encarnación, cuyos personajes eran María, José y el arcángel Gabriel.

LOS  SÍMBOLOS  DEL  CRISTIANISMO


Por mucho que disientan de nuestra opinión, aplaudimos calurosamente a comentadores como Higgins, Inman, Knight, King, Dunlap y Newton por haber acopiado nuevas y numerosas pruebas de la filiación pagana de los símbolos cristianos. Sin embargo, la tarea de estos investigadores resulta infructuosa por lo incompleta, pues faltos de la verdadera clave de interpretación, sólo ven el aspecto material de los símbolos y es para ellos libro sellado el espiritualismo de la filosofía antigua, por desconocer la contraseña que pudiera abrirles las puertas del misterio. Aunque a su juicio respecto de las antiguas enseñanzas sea diametralmente opuesto al de los clericales, no satisface las ansias de quienes buscan la verdad. Al contrario, sus trabajos de investigación favorecen el materialismo, así como las enseñanzas clericales fomentan la supersticiosa creencia en el diablo.

Aunque el estudio de la filosofía hermética no allegase otra ventaja, bastaría la de mostrarnos la perfecta justicia que gobierna el mundo. Cada página de la historia equivale a un discurso sobre este tema, y ninguno de tan profunda enseñanza moral como el caso de la Iglesia romana, que por singular imperio de la divina ley de compensación se ha visto privada de la clave de sus propios misterios religiosos, y en modo alguno pueden compararse sus sacerdotes con los antiguos hierofantes en el conocimiento de las fuerzas naturales.

Al quemar las obras de los teurgos, proscribir a cuantos se dedicaban a su estudio y tildar de demoníacas las operaciones mágicas, dio Roma motivo para que los librepensadores interpreten arbitrariamente los símbolos religiosos, que se tengan por obscenos los emblemas sexuales y que los sacerdotes, sin darse de ello cuenta, conviertan los exorcismos en invocaciones nigrom´çanticas. 
La crueldad, hipocresía e injusticia del clero romano han sido las armas suicidas en que se manifestó la sanción de la divina ley distributiva.

La verdad divina es sinónima de la verdadera filosofía. Una forma religiosa enemiga de la luz no puede fundarse en la verdad divina ni en la filosofía verdadera, y por lo tanto, ha de ser forzosamente falsa. Los antiguos Misterios sólo eran tales para los profanos, pero no para los iniciados, pero a ningún hombre del talento de Pitágoras y Platón le hubieran satisfech los no explicados misterios del dogma cristiano. La verdad no puede ser más que una, y si sobre un mismo asunto hay contradictorias opiniones, por entre ellas anda el error; pero vemos que, no obstante los opuestos cultos de las mil religiones exotéricas que unas con otras lucharon desde que los hombres pùdieron comunicarse sus ideas, no hay una sola, ni la de la tribu más salvaje, que deje de creer en el alma inmortal del hombre y en el invisible Dios, Causa primera de las inmutables leyes de la Naturaleza. Ni opinión ni escuela ni fanatismo alguno han podido desvanecer esta universal creencia que, por lo tanto, ha de estar apoyada en la verdad absoluta. Por otra parte, las religiones exotéricas y las numerosas sectas de ellas desgajadas inculcan a sus fieles un concepto falso e incompleto de la Divinidad bajo un cúmulo de especulaciones teológicas a que llaman revelación; y como los dogmas definidos de cada religión por ser distintos no pueden ser verdaderos, ¿qué valor tienen si son falsos?

OPINIÓN  DE  INMAN

Dice a este propósito Inman:

Lo peor para un pueblo no es tener una religión defectuosa, sino los obstáculos opuestos a la libre investigación y examen. Todo país dominado en la antigüedad por la teocracia cayó al fin bajo la espada de los conquistadores, que no paraban mientes en jerarquías... El mayor peligro está en los clérigos, que toleran y estimulan los vicios como medio de mantener su predominio sobre los fieles... Si cada cual se portase con los demás como quiere que los demás se porten con él, y nadie permitiese interposiciones de otro hombre entre él y Dios, habría de sobra para que todo fuese bien en el mundo.


BLAVATSKY










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