domingo, 19 de julio de 2015

¿CIENCIA OCULTA O EXACTA?





(Occult or Exact Science, The Theosophist, april-may, 1886)


H.P. Blavatsky



ECCE SIGNUM! He aquí el signo previsto para un porvenir más brillante; el problema llamado a ser la cuestión del siglo venidero, la pregunta que todo padre reflexivo y celoso se dirigirá a sí mismo respecto a la educación de sus hijos en el siglo XX. 

Diremos desde luego que por Ciencia Oculta no queremos significar ni la vida de un chela , ni las austeridades de un asceta, sino simplemente el estudio de lo único que es capaz de darnos la clave de los misterios de la Naturaleza y de revelarnos los problemas del Universo y del hombre psico–físico, aun cuando no se sienta uno inclinado a profundizar más en el asunto. Cada nuevo descubrimiento llevado a cabo por la ciencia moderna indica las verdades de la filosofía arcaica. 

No conoce el verdadero ocultista un solo problema cuya solución no sea capaz de dar la ciencia esotérica, si se la estudia como es debido; mientras que las corporaciones científicas de Occidente no han podido hasta ahora llegar a la raíz de ningún fenómeno de las ciencias naturales, ni explicarlo en todos sus aspectos. Las ciencias exactas no pueden conseguirlo en este ciclo, por razones que más adelante daremos. 

Y, sin embargo, el orgullo de la época actual que se rebela contra la introducción de antiguas verdades en el dominio de la ciencia –especialmente cuando aquéllas son transcendentales– se va haciendo cada vez más intolerante. 

Pronto lo verá el mundo alzarse hasta las nubes de la propia vanidad, cual nueva Torre de Babel, para participar de la suerte que tocó al monumento bíblico. En una obra reciente sobre antropología se lee lo siguiente: “Al fin nos es dado conocer (¿), abarcar, manejar y medir las fuerzas con que Dios procedió, según se afirma… Hemos convertido a la electricidad en correo, la luz en geómetra, la afinidad química en jornalero”, etc. Estas palabras se encuentran en una obra francesa. 

El que está enterado de las perplejidades de las ciencias exactas y de los errores confesados diariamente por sus representantes, se siente inclinado, después de leído tan pomposo fárrago, a exclamar como el descontento de la Biblia: Tradidit mundum ut non sciant. Verdaderamente: “el mundo les fue entregado a fin de que jamás lo conociesen.” El hecho de que el gran Humboldt mismo haya expresado axiomas tan erróneos como éste: “¡La Ciencia empieza para el hombre sólo cuando su inteligencia ha dominado la Materia!” , indicará hasta dónde llega la probabilidad de éxito para los sabios por ese camino.

 La palabra Espíritu en vez de materia, quizá hubiese expresado una verdad más grande. Pero si el término materia hubiera sido sustituido por el de Espíritu, Mr. Renan no hubiese felicitado al venerable autor del Kosmos en los términos en que lo hizo. 
 Me propongo presentar algunos ejemplos para demostrar que el conocimiento de la materia sola, con las en otro tiempo fuerzas imponderables –sea cual fuere el significado que la Academia francesa y la Sociedad Real hayan atribuido al adjetivo, cuando fue inventado– no es suficiente para los objetos de la verdadera ciencia. Tampoco será suficiente jamás para explicar el fenómeno más sencillo, aun en la naturaleza física objetiva, sin contar los casos anormales que tanto interés inspiran actualmente a los fisiólogos y biólogos. 

Según expresó el Padre Secchi, el famoso astrónomo romano, en su obra , “aunque sólo unas pocas de las nuevas fuerzas quedasen probadas, tendrían que admitir en su dominio (el de las fuerzas) agentes de un orden enteramente distinto a los de la gravitación”. “He leído bastante acerca del Ocultismo, y he estudiado los libros kabalísticos: ¡jamás entendí una palabra de ellos!” Esta observación la hacía recientemente un experimentador versado en la transmisión del pensamiento, colores de los sonidos, y demás. Es muy natural. Antes de poder deletrear y leer, o entender lo que se lee, es preciso estudiar el alfabeto. 

 Hace cuarenta años aproximadamente, conocí a una niña de siete u ocho que inquietó muy seriamente a sus padres, diciendo:
 –Mamá mía, te quiero mucho. Hoy eres buena y cariñosa conmigo. Tus palabras son enteramente azules. –¿Qué quieres decir?– preguntó la madre. –Tus palabras son todas azules, porque son muy cariñosas; pero cuando me regañas, aparecen rojas, pero ¡tan rojas! Pero es aún peor cuando te encolerizas contra papá, porque entonces son de color naranja… horribles… como esto… Y la niña señalaba al hogar en el que ardía un gran fuego.

 La madre palideció. Más adelante observaron que aquella niña sensitiva asociaba a menudo los colores con los sonidos. 
Las melodías que tocaba su madre al piano producían en ella verdaderos éxtasis de placer; veía “arco–iris tan hermosos”, según explicaba; mas cuando tocaba su tía, eran “fuegos artificiales y estrellas”, “estrellas brillantes que disparaban pistolas y que después… estallaban…” 

 Los padres se asustaron y temieron que la niña padeciese de algún trastorno cerebral. Llamaron al médico de la familia. –Exuberancia de imaginación infantil– dijo el médico. –Alucinaciones inocentes… No la dejéis beber té y obligadla a jugar más con sus hermanitos, a pelear con ellos, a hacer ejercicios físicos…– y se marchó.

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