Pocos
estudiantes de Ocultismo habrán tenido la oportunidad de examinar los papiros
egipcios; esos resucitados testimonios que evidencian la antiquísima práctica
de la magia blanca, y de la magia negra, muchos millares de años antes de la
llamada noche de los tiempos. El uso del papiro duró hasta el siglo VIII de
nuestra era, en que se abandonó y cayó en desuso su fabricación. Luego
empezaron los arqueólogos a buscar y llevarse del país los más curiosos
ejemplares exhumados. Todavía se conservan empero algunos de mucha estima en El
Cairo: por más que la mayor parte de ellos estén vírgenes de estudio.
No mejor suerte les ha cabido a los
que pasaron a enriquecer los museos y bibliotecas de Europa. Hace veinticinco
años, en el tiempo del vizconde de Rougé, sólo se habían descifrado “en parte”
unos cuantos; y entre ellos se hallan en el registro de los sagrados anales,
algunas curiosísimas acotaciones intercaladas con el propósito de dar cuenta de
los gastos reales.
Esto puede comprobarse en las
llamadas colecciones de “Harris” y Anastasi, como también en algunos papiros
recientemente descubiertos; en uno de los cuales se relata toda una serie de
sucesos mágicos, anteriores al reinado de los faraones Ramsés II y Ramsés III.
Este curioso papiro pertenece al siglo XV antes de J. C., y lo escribió Thutmes
en tiempo de Ramsés V, último monarca de la décimoctava dinastía, anotando en
él algunos pormenores de los sucesos relativos a los desfalcos que se
cometieron los días 12 y 13 del mes de Paophs. Demuestra el documento que en
aquella época de “milagros” estaban incluidas también las momias en el número
de contribuyentes. Todo absolutamente debía pagar impuesto; y por insolvencia
de Khou, de la momia, castigábale “el sacerdote con exorcismos prpendientes a
privarle de su libertad de acción”. ¿Qué era pues el Khou? Sencillamente, el
cuerpo astral, o el área simulación del cadáver o momia; es decir, lo que los
chinos llaman Hauen, y los indos Bhût.
Si un orientalista occidental lee
hoy este papiro, de seguro lo tira con desprecio, atribuyendo el texto a la
crasa superstición de los antiguos. ¡Verdaderamente maravillosa e inexplicable
sería la estupidez y credulidad de naciones, por otra parte muy cultas y
civilizadas, si durante millares de años, y en sucesivas épocas, hubiesen
mantenido semejante sistema de mutuos engaños!; esto es, un sistema por el cual
los sacerdotes engañaban al pueblo, los hierofantes a los sacerdotes, y los
fantasmas, “frutos de la alucinación”, a los hierofantes. La antigüedad en
peso, de Menes a Cleopatra, de Manu a Vikramâditya, de Orfeo al último augur
romano, debió ser histérica a lo que se nos dice, si es que todo ello no era
puro fraude. Vida y muerte estaban sometidas a la influencia de “conjuros”
sagrados; y así apenas hay papiro, siquiera sea un contrato de compraventa, o
el más sencillo documento relativo a las ordinarias transacciones, en que no se
mezcle magia blanca o negra. ¡Se diría que lo hacían los sagrados escribas de
la orilla del Nilo con el propósito, para ellos estéril, de engañar y poner en
zozobra mental a una futura y blanca raza de incrédulos, que no había nacido
todavía! De un modo u otro, los papiros rebosan magia, como asimismo las
estelas. Además sabemos que el papiro no era tan sólo “una hoja lisa y
apergaminada, hecha con las superpuestas capas de la materia leñosa de un
arbusto”; sino que este mismo arbusto y los ingredientes y útiles empleados
para fabricar el papiro, se preparaban por medio de un procedimiento mágico,
según las instrucciones recibidas de los dioses, que habían enseñado este arte,
como todas las demás, a los hierofantes sacerdotes.
Sin embargo, no faltan orientalistas
modernos que parecen tener una vislumbre de la verdadera naturaleza de
semejantes cosas, y especialmente de la analogía y relaciones entre la magia de
los antiguos y nuestros modernos fenómenos psíquicos. Uno de estos
orientalistas es Chabas, pues en su traducción del papiro de “Harris” concede
lo siguiente:
Sin recurrir a las imponentes
ceremonias de la varita de Hermes, ni a las oscuras fórmulas de un impenetrable
misticismo, un hipnotizador puede en nuestros días, con unos cuantos pases,
perturbar el organismo del sujeto, inculcarle el conocimiento de lenguas
extrañas, transportarlo a lejanas tierras, introducirse en secretos lugares,
adivinar el pensamietno de los ausentes, leer cartas cerradas, etc.... El antro
de la sibila moderna es un modesto gabinete; y en vez de trípode dispone de un
velador, de un sombrero, un plato, cualquier objeto del ajuar más ordinario;
pero el hipnotizador de hoy supera al oráculo de la antigüedad, ya que éste
únicamente hablaba, y el oráculo de nuestros días escribe sus respuestas.
Al mandato del médium, los espíritus
de los muertos mueven el objeto, y los autores de pasados siglos nos entregan obras
escritas por ellos más allá de la tumba. Los límites de la credulidad humana no
son hoy más estrechos que lo fueron en la aurora de los tiempos históricos...
Como la teratología es actualmente una parte esencialísima de la fisiología
general, así las presuntas ciencias ocultas ocupan en los anales de la
humanidad un lugar que no deja de tener importancia, y atraen por más de un
motivo la atención del filósofo y del historiador.
Veamos en testimonio, qué dicen
acerca de la magia y hechicería del antiguo Egipto, egiptólogos como ambos
Champollion, Lenormand, Bunsen, vizconde de Rougé y otros no menos eruditos.
Pueden zafarse de la dificultad atribuyendo los fenómenos y “creencias
supersticiosas” a una crónica anormalidad fisiológica y psicológica, o, si
gustan, a histerismo colectivo; pero ahí están los hechos irrebatibles, según
nos los muestran centenares de esos misteriosos papiros, exhumados tras un
descanso de cuatro, y cinco mil años, o más, como testigos de la magia
antediluviana.
Una pequeña biblioteca, hallada en
tebas, ha proporcionado fragmentos de todos los géneros de la literatura
antigua, muchos de los cuales llevan fecha, y varios se remontan a la admitida
época de Moisés. Hay en dicha biblioteca manuscritos de ética, historia, religión
y medicina, calendarios, registros, poesías, novelas, leyendas; y
tradiciones correspondientes a olvidadas edades se narran ya refiriéndolas a
una inmensa antigüedad, al período de las dinastías de dioses y gigantes. Sin
embargo, la mayor parte de los textos contienen exorcismos contra la magia
negra y fórmulas del ritual funerario; verdaderos manuales del peregrino en la
eternidad. Generalmente estas fórmulas funerarias están escritas en caracteres
hieráticos. En la cabecera de los papiros aparecen invariablemente una serie de
escenas, representativas de la comparencia del difunto ante los varios dioses
que sucesivamente han de juzgarle. Sigue después el juicio del alma, y por
último se ve la inmersión de la misma alma en la divina luz. Estos papiros suelen
tener a veces doce metros de longitud.
La siguiente descripción es un
extracto de las generalmente dadas, y demostrará la simbología egipcia (y de
otros pueblos). Podemos elegir para ello el papiro del sacerdote Nevo-loo (o
Nevolen), que se conserva en el Louvre. Primeramente aparece el esquife, con el
ataúd en forma de arca negra, que contiene la momia del difunto. Junto a él
están Ammenbem-Heb su madre, y Hooissanoob su hermana. Respectivamente a la
cabeza y a los pies del cadáver, Neftis e Isis vestidas de rojo, y cerca de
ellas un sacerdote de Osiris envuelto en su piel de pantera, con el incensario
en la mano y cuatro acólitos que llevan las entrañas de la momia. El dios
Anubis, el de cabeza de chacal, recibe el ataúd de manos de las plañideras.
Entonces el alma surge del cadáver y del Khou o cuerpo astral del difunto, y
empieza por adorar a los cuatro genios del Oriente, a las aves sagradas y a
Ammón en figura de morueco. Introducido en el “Palacio de la Verdad” el difunto
comparece ante sus jueces. El alma, simbolizada por un escarabajo, está en
presencia de Osiris, y el khou o cuerpo astral se queda a la puerta. Muchísimo
se han reído los occidentales de las invocaciones a las varias divinidades que
presiden cada uno de los miembros del cuerpo físico, y de ello han sacado por
consecuencia que en el papiro de la momia Petamenoph “la anatomía es
teográfica”, es decir, “la astrología aplicada a la fisiología” o más bien a
“la anatomía del cuerpo, del corazón y del alma”. “Los cabellos del difunto
pertenecen al Nilo, sus ojos a Isis, sus orejas a Macedo, el guardián de los
trópicos; su nariz a Anubis, su sien izquierda al Espíritu morante en el Sol...
Qué serie de intolerables disparates e innobles oraciones... a Osiris para que
en el otro mundo conceda al difunto huevos, carne de cerdo, ocas, etc.
Hubiera sido prudente quizás
averiguar si estas palabras de “ocas, huevos y cerdo” tenían algún otro
significado oculto. El yogui indo a quien, en una obra exotérica, se le invita
a beber cierto espíritu tóxico hasta quedar sin sentido, fue considerado
también como un beodo representativo de su secta y condición, hasta que se echó
de ver que la palabra “espíritu” tenía en tal frase muy distinto y esotérico
significado, equivaliendo a divina luz o néctar de la Sabiduría secreta. Los
símbolos de la paloma y el cordero, tan frecuentes hoy en las Iglesias
cristiana, podrán exhumarse también de aquí a muchos siglos para indagar por
qué son hoy objeto de adoración. Y acaso en las venideras edades de elevada
cultura asiática, kármicamente diga algún erudito “occidentalista”: “Los
ignorantes y supersticiosos gnósticos y agnósticos de las sectas papista y
luterana, adoraban una paloma y un cordero”. Siempre habrá fetiches portátiles
para satisfacción del vulgo; y los dioses de una raza quedarán convertidos en
demonios por los de la siguiente. Los ciclos se revuelven en las profundidades
del Leteo; y karma alcanzará a Europa como alcanzó a Asia y sus religiones.
Sin embargo, a varios orientalistas
como De Rougé y el abate van Drival, les ha cautivado “el grandilocuente y
digno estilo del Libro de los Muertos,
las descripciones llenas de majestad, la ortodoxia del conjunto, que revela una
doctrina muy precisa sobre la inmortalidad del alma y su personal resurrección”.
La psychostasy, o juicio del alma, es
verdaderamente todo un poema para quien sabe leerlo e interpretar correctamente
las imágenes que en él campean. En la pintura antes descrita, aparece Osiris
con cuernos y un cetro encorvado en su extremo superior. Encima está
revoloteando el alma, confortada por Tmei, hija del Sol de la Justicia, y diosa
de la Bondad y de la Misericordia. Horus y Anubis pesan las acciones del alma.
En uno de los papiros se ve al Sol en el acto de condenar a un glotón a renacer
en la tierra en el cuerpo de un cerdo; lo cual considera cierto orientalista
como irrefrenable prueba de creencia en la metempsychosis
o transmigración de las almas al cuerpo
de animales. Tal vez la oculta ley de karma pueda explicar la frase de otro
modo. Puede, según saben todos los orientalistas, referirse al vicio
fisiológico acumulado para la reencarnación, que conducirá a la personalidad a
mil torpezas y desdichas. En su obra sobre el carácter satánico de los dioses
de Egipto, arguye De Mirville que “el vivir durante tres mil años en figura de halcón, ángel, flor de loto,
garza, gorrión, serpiente y cocodrilo, no era para satisfacer en modo alguno”.
Sin embargo, una sencilla consideración basta para aclarar este punto; porque
¿están seguros los orientalistas de que “la metempsicosis dura tres mil años?”
La Doctrina Oculta
enseña que Karma espera durante tres mil años en el umbral del Devachan (el
Amenti de los egipcios); y que el Ego
eterno reencarna de nuevo entonces para, en su nueva personalidad temporal,
expiar por el sufrimiento los pecados cometidos en la anterior existencia. El
halcón, la garza, la flor de loto, la serpiente, todos los objetos de la
Naturaleza, tenían múltiple y simbólico significado en los antiguos emblemas
religiosos. El hipócrita que con apariencias de santidad obró malvadamente toda
su vida, acechando a las víctimas de su codicia como el ave de rapiña acecha su
presa, quedará sentenciado por la ley kármica a sufrir el condigno castigo de
sus vicios en la vida futura. ¿Cuál será? Puesto que cada entidad humana ha de
progresar al fin y al cabo en su evolución, y puesto que el “hombre” ha de
renacer algún día bueno y perfecto, la sentencia que lo condenaba a
reencarnarse en un halcón, debe considerarse metafóricamente. Es decir, que no
obstante sus virtudes y excelentes cualidades, quizá se vea calumniado de
hipocresía, avaricia y sordidez, durante toda su vida, injustamente al parecer,
y sufriendo por ello más de lo que le parezca poder soportar. La ley kármica es
infalible, y vemos tales víctimas de la malicia humana en este mundo de
incesante ilusión, de errores y deliberada maldad. Las vemos todos los días, y
son casos de la personal experiencia de todos nosotros. ¿Qué orientalista puede
afirmar con seguridad que ha comprendido las antiguas religiones? El lenguaje
metafórico de los sacerdotes tan sólo ha sido revelado superficialmente; y la
interpretación de los jeroglíficos no fue hasta ahora muy acertada.
A propósito de la doctrina egipcia
del renacimiento y transmigración, se dice en Isis sin Velo lo
siguiente, que está de acuerdo con lo ahora expuesto:
Conviene advertir que esta filosofía
de los ciclos, alegorizada por los hierofantes egipcios en el “ciclo de
necesidad”, explica al mismo tiempo la alegoría de la “caída del hombre”. Según
las descripciones árabes, cada una de las siete cámaras de las Pirámides (los
mayores símbolos cósmicos) llevaba el nombre de un planeta. La peculiar
arquitectura de las Pirámides demuestra el pensamiento metafísico de sus
constructores. La cúspide se pierde en el claro azul del firmamento de la
tierra de los Faraones, y simboliza el punto primordial perdido en el Universo
invisible, de donde surgió la primera raza de los prototipos espirituales del
hombre. Toda momia, perdía al embalsamarla un aspecto de su personalidad
física: ella simbolizaba la raza humana. Colocada del modo más a propósito para
facilitar la salida del “alma”, había ésta de pasar a través de las siete
cámaras planetarias antes de alcanzar la simbólica cúspide. Cada cámara
significaba, al mismo tiempo, una de las siete esferas [de nuestra cadena], y
uno de los siete más elevados tipos de la humanidad físico-espiritual que se
considera planean por encima del nuestro. Cada 3.000 años, el alma,
representativa de su raza, había de volver al punto de partida antes de
comenzar otra más perfecta evolución física y espiritual. Verdaderamente hemos
de penetrar en las profundidades de las abstrusas metafísicas del misticismo
oriental, antes de comprender debidamente la infinidad de materias abarcadas de
una sola vez por el majestuoso pensamiento de sus expositores.
Todo esto es mágico cuando se
conocen los pormenores; y al mismo tiempo se refiere a la evolución de nuestras
siete razas raíces, con las características respectivas del “dios” y planeta de
cada una. Después de la muerte, el cuerpo astral de los iniciados había de
representar en sus misterios funerarios el drama del nacimiento y muerte de
cada raza; es decir, su pasado y su porvenir, y recorrer las siete “cámaras
planetarias” que, según dijimos, significaban también las siete esferas de
nuestra cadena planetaria.
La mística doctrina del ocultismo
oriental enseña que:
“El
Ego Espiritual [no el astral khou] ha de volver a visitar, antes de encarnar en
un nuevo cuerpo, los lugares que dejó en su última encarnación. Ha de ver y
conocer por sí mismo los efectos producidos por las causas [nidânas] que sus
acciones engendraron en una vida anterior; pues al verlas reconocerá la
justicia del destino y ayudará a la ley de retribución [karma] en vez de
impedirla”.
Por incorrectas que sean las
traducciones que de varios papiros egipcios hizo el vizconde de Rougé, tienen
la ventaja de evidenciarnos que tanto la magia negra como la blanca, se
practicaron durante todas las dinastías. El Libro
de los Muertos, muy anterior al Génesis, y demás libros del Antiguo
Testamento, lo demuestra en cada línea, pues lleno está de oraciones y
exorcismos contra la nigromancia. Osiris es el vencedor de los demonios aéreos,
y el adorante implora su auxilio contra Matat, “cuyos ojos despiden la
invisible flecha”. Esta “invisible flecha”, que procede del ojo del brujo o
hechicero (esté vivo o muerto), y que “circula a través del mundo”, es lo que
vulgarmente se llama mal de ojo, cósmico en su origen y terrestre en sus
efectos en el plano microcósmico. Los cristianos latinos no pueden tildar esto
de superstición; lo mismo cree su Iglesia, en cuyo ritual hay una plegaria
contra las “flechas que circulan en la oscuridad”.
Sin
embargo, el documento más interesante es el papiro de “Harris”, llamado en
Francia “el papiro mágico de Chabas”,
por haber sido este egiptólogo quien primeramente lo tradujo. Es un manuscrito
de caracteres hieráticos, adquirido en tebas por Harris en 1855, y comentado y
publicado por Chabas en 1860. Se calcula su antigüedad entre veintiocho y
treinta siglos. Citaremos algunos pasajes de la traducción:
Calendario
de días fastos y nefastos... Quien ponga en labor un buey el día 20 del mes de
Pharmuths, morirá seguramente. Quien el día 24 del mismo mes pronuncie en voz
alta el nombre de Seth, verá conturbado su hogar desde aquel día... Quien deje
su casa el día 5 del mes de Patchus, caerá enfermo y morirá.
El traductor, cuyos
instintos de hombre culto se sublevan, comenta diciendo:
Si
no tuviese uno el texto a la vista, nunca pudiera creer en semejante servilismo
en la época de los Ramesidas.
Somos hijos del siglo
décimonono de la era cristiana, y estamos por tanto en plena civilización, bajo
el benigno influjo del cristianismo, en vez de estar sujetos a los dioses de la
antigüedad pagana. Sin embargo, conocemos personalmente a algunos, y hemos oído
hablar de muchos, que, a pesar de su educación y elevada cultura intelectual,
se guardarían como de suicidarse, de acometer un negocio en viernes, de
emprender un largo viaje en lunes o de comer en mesa de trece. Napoleón I se
turbaba y palidecía al ver tres velas encendidas sobre un velador. Por nuestra
parte, celebramos estar de acuerdo con De Mirville en que semejantes “supersticiones”
son “resultado de la observación y la experiencia”. Según él, la autoridad del
calendario no se hubiera mantenido ni durante una semana si nunca la hubiesen
corroborado los hechos. Pero prosigamos la cita:
Influencias genésicas. – Al niño que
nazca el 5 de Paophi, lo matará un toro; y al que nazca el 27, una serpiente.
El nacido el 4 de Athyr, morirá de un golpe.
Esto
es una cuestión de predicciones horoscópicas todavía creídas en nuestra época;
astología judiciaria que, según Kepler, se puede probar como científicamente
posible.
Los
khous o cuerpos astrales, eran de dos clases: 1ª Los justificados, es decir, los absueltos por
el tribunal de Osiris, que gozaban de una segunda vida; 2ª Los culpales y condenados, que “habían de
morir por segunda vez”. Esta segunda muerte no los aniquilaba, sino que los
condenaba a vagar de una parte a otra para tormento de los vivos. Su existencia
tenía fases análogas a las de la terrena, con la íntima relación entre vivos y
muertos que se advierte en los ritos funerarios, exorcismos, oraciones y
conjuros mágicos.
Dice una oración:
No permitas que la ponzoña se apodere
de sus miembros... ni que se ampare de él, hombre ni mujer muerto, ni que
la sombra de ningún espíritu le acose.
Y comenta M. Chabas:
Estos
Khous eran seres humanos en el estado
posterior a su muerte y se les exorcisaba en nombre del dios Chons... Los manes
podían penetrar en el cuerpo de los vivos, perseguirlos y obsesionarlos. Contra
tan formidables invasiones se
empleaban fórmulas, talismanes, y especialmente estatuas o figuras divinas (17)... Podían combatirse con el auxilio del poder
del dios Chons, que era el más propicio. El Khou,
al obedecer las órdenes del dios, conservaba la preciosa facultad inherente en
él, de acomodarse voluntariamente a cualquier otro cuerpo.
La más frecuente fórmula de exorcismo
era la siguiente, que es muy sugestiva.
Hombres, dioses, elegidos, espíritus
de los muertos, amus, negros, menti-u, no miréis cruelmente a esta alma.
Esto se dirigía a los que conocían la Magia.
El
“muy misterioso” capítulo de “los amuletos y nombres místicos” contiene
invocaciones a Penhakahakaherher, Uranaokarsankrobite y otros nombres
igualmente enrevesados. Chabas dice:
Tenemos pruebas de que
durante la permanencia de los israelitas en Egipto eran frecuentes los nombres
místicos de esta clase.
Podemos
añadir por nuestra parte, que ya procedieran de los egipcios o de los hebreos,
estos son ciertamente nombres de hechicería. Consúltense a este propósito las
obras de Eliphas Levi, tales como la titulada Grimorio de los hechiceros. En estos exorcismos se le llama
Mamuram-Kahab a Osiris, y se le ruega que impida el ataque del khou culpable al
khou justificado y próximos parientes, puesto que el maldito despojo astral
puede tomar la forma que quiera, entrar en cualquier sitio y apoderarse de
cualquier cuerpo.
Al estudiar los papiros egipcios se
advierte que los vasallos de los Faraones no eran muy inclinados al espiritismo
de su época; pues le tenían más miedo al “bendito espíritu” del difunto que los
católicos al demonio. Pero muchos papiros demuestran cuán impropia e injusta es
la acusación lanzada contra los sacerdotes, de ejercitar sus mágicos poderes
con el auxilio de los “ángeles caídos”. Porque se encuentran a menudo
sentencias de muerte pronunciadas contra los hechiceros, como si los egipcios
hubiesen estado bajo la protección de la Santa Inquisición cristiana. He aquí
un caso ocurrido durante el reinado de Ramsés III, que De Mirville copia de
Chabas:
La primera página empieza con estas
palabras: “Desde el sitio en que estoy, al pueblo de mi país”. Cabe suponer,
como se verá después, que quien esto escribe en primera pesona es un magistrado
que encabeza un edicto público con la fórmula de costumbre. He aquí ahora la
parte substancial de la acusación: “Este Hai, mal hombre, era pastor de ovejas
y se dijo: ¿Podría yo encontrar un libro que me diese grandes poderes?... Y le
fue dado un libro con la fórmula de Ramsés-Meri-Amen, el gran Dios y su real
dueño; y adquirió poder de fascinar a los hombres. También logró edificar una
morada y poner en ella un lugar muy profundo
para producir hombres de Menth [¿homúnculos mágicos?] y... libros de amor...
hurtados del Khen [la biblioteca secreta del palacio real] por el obrero en
piedra Atirma, quien ahuyentó a uno de los celadores y hechizó a los demás.
Después trató de leer en aquellos libros su porvenir y pudo hacerlo. Realizó
cuantos horrores y abominaciones puso en su corazón y otros crímenes enormes,
tales como el horror [?] a los
dioses. Aplíquensele igualmente las grandes
[¿severas?] prescripciones de la muerte, tales como lo disponen las divinas
palabras”. No acaba aquí la acusación; enumera y determina los crímenes. En
primer lugar habla de una mano paralizada por medio de los hombres de Menh, a quienes basta decir: “haced esto o estotro”, para que al momento quede hecho. Después se
especifican las grandes abominaciones
que le hacen merecedor de la muerte... Los jueces que examinaron al culpable,
informaron diciendo: “Llévesele a la muerte, según las órdenes del Pharaoh, y
con arreglo a lo que está escrito en divino lenguaje”.
Chabas advierte que abundan los
documentos de esta clase, pero que la tarea de analizarlos no puede llevarse a
cabo con los limitados medios de que disponemos.
En el templo tebano de Khous, dios
que tenía potestad sobre los elementarios, encontró el egiptólogo Prisse
d’Avenne una inscripción que, llevada a la Biblioteca Nacional de París tradujo
S. Birch. Esta inscripción resume toda una novela de magia. Su antigüedad se
remonta a la época de Ramsés XII (19) de la vigésima dinastía. Sobre ella dice
De Mirville, tomándolo de Rougé:
Este documento nos dice que uno de
los Ramsés de la vigésima dinastía, mientras estaba recibiendo en Naharain los
tributos que a Egipto pagaban las naciones asiáticas, se enamoró de una hija
del reyezuelo de Bakhten, uno de sus tributarios. Casóse con ella, se la llevó
a Egipto y la elevó a la dignidad de reina con el nombre regio de Ranefrou.
Poco después envió el reyezuelo de Bakhten un mensajero a Ramsés rogándole que
prestase los auxilios de la ciencia a Bent-Rosch, hermana menor de Ranefrou que
había enfermado de todos sus miembros.
El mensajero suplicó que fuese a
Bakhten “un sabio” [un iniciado, Reh-Het]. El rey ordenó que todos los
hierogramatas de palacio y los guardianes de los libros secretos del Khen
acudiesen a su presencia, y de entre ellos escogió al real escriba
Thoth-em-Hebi, hombre muy versado y erudito, para que examinase la enfermedad.
Llegado a Bakhten, vio Thoth-em-Hebi
que Bent-Rosch estaba poseída por un Khou (em-seh-‘eru ker h’ou) y declaró que
no se sentía con fuerzas para luchar con él.
Al cabo de once años seguía igual la
doncella; y su padre, el reyezuelo de Bakhten, volvió a enviar su mensajero, y
a su formal petición salió para Bakhten, Khons-peiri-Seklerem-Zam, una de las
formas divinas de Chons, el Dios-Hijo de la Trinidad tebana.
En cuanto la saludó el [encarnado]
Dios, sintióse aliviada la enferma; y el Khou que la poseía manifestó en el
acto su propósito de obedecer las órdenes del dios, diciendo: “¡Oh, gran dios
que haces desvanecer el fantasma! Soy tu esclavo y me volveré a donde salí.
Evidentemente,
Khons-peiri-Seklerem-Zam era un regio hierofante de la categoría llamada “hijos
de Dios”; pues se dice de él que era una de las formas del dios Khons, es
decir, un avatar de este dios o un completo iniciado. El mismo texto demuestra
que al templo en donde servía estaba adscrita una escuela de magia con un Khen
o parte del templo en donde sólo podían penetrar los sumos sacerdotes, la
Biblioteca o depósito de libros sagrados, cuyo estudio y conservación estaban a
cargo de sacerdotes especiales (a quienes los Faraones consultaban en asuntos
de gran monta), y en donde se comunicaban con los dioses, cuyos avisos
recibían. Luciano, en su descripción del templo de Hierápolis, habla de “dioses
que manifiestan independientemente su presencia”. Y más adelante dice que
viajando una vez con un sacerdote de Menfis, díjole éste que había estado
veintitrés años en las criptas del templo, recibiendo instrucciones mágicas de
la misma diosa Isis. Además, leemos que Sesostris el Grande (Ramsés II) fue
instruido por el propio Mercurio en las ciencias sagradas. Sobre esto observa
Jablonsky que aquí hallamos el por qué la palabra Amun o Ammon (de la que él
cree se deriva nuestro “amén”) era una real evocación a la luz.
En el papiro de Anastasi, repleto de
varias fórmulas para la evocación de los dioses y de exorcismos contra los
khous y espíritus elementarios, el versículo séptimo evidencia la distinción
entre los verdaderos dioses, los ángeles planetarios y los despojos de los
difuntos en Kâmaloka; de modo que pone en desesperada incertidumbre y vana
indagación de la verdad, a quienes no están versados en las ciencias ocultas y
no pueden levantar el velo de la iniciación. Este versículo séptimo dice sobre
las divinas evocaciones y las consultas teománticas:
Tan sólo en casos de absoluta
necesidad, y cuando uno se sienta absolutamente puro e irreprensible, puede
invocar el grande y divino nombre.
No ocurre lo mismo con las fórmulas
de magia negra. Hablando Reuvens de los dos rituales de magia de la colección
Anastasi, hace notar que:
Innegablemente son el comentario más instructivo de
la obra sobre los Misterios egipcios, atribuida a Jámblico, y los mejores
gemelos de este clásico libro, para comprender la taumaturgia de las sectas
filosóficas, basada en la antigua religión egipcia. Según Jámblico, los
ministros de los genios menores eran los que practicaban la taumaturgia.
Termina Reuvens con esta sugestiva
observación:
Todo cuanto Jámblico expone como
teología, lo encontramos como historia en nuestros papiros.
Esto
es muy importante para los ocultistas que defienden la antigüedad y genuino
origen de sus documentos. Porque ¿cómo negar entonces la autenticidad y
veracidad de las obras clásicas de los autores que escribieron sobre la magia y
sus misterios, con el más reverente espíritu de admiración? Oigamos a Píndaro:
Feliz quien baja iniciado a la tumba,
porque conoce la finalidad de su vida y el reino dado por Júpiter, [los
campos Eliseos].
Y a Cicerón:
La iniciación no solamente nos
enseña a ser felices en esta vida, sino también a morir con esperanza en algo
mejor.
Platón, Pausanias, Estrabón, Diodoro
y muchos otros demuestran su convencimiento del gran don de la iniciación.
Todos los adeptos completos o parcialmente iniciados, participaron del
entusiasmo de Cicerón.
Pensando Plutarco en lo que
aprendiera en la iniciación, se consoló de la pérdida de su esposa. En los
misterios de Baco había adquirido la certidumbre de “que el alma [espíritu] es
incorruptible y que hay un más allá”. Aristófanes fue todavía más lejos y dijo:
“Cuantos participan de los misterios, llevan una vida pura, tranquila y santa,
y mueren buscando la luz de los campos eleusinos [Devachan], mientras que los
otros sólo pueden esperar tinieblas [ignorancia] eternas.
...Y cuando se considera la
importancia que el Estado daba a los misterios y a su debida celebración, garantizada
en cuantos tratados estipulaba, se echa de ver hasta qué punto le ocupaban y
preocupaban.
Fueron objeto de la mayor solicitud
pública y privada; y así había de suceder, puesto que, según dice Döllinger,
los misterios eleusinos eran como la eflorescencia de la religión griega, como
la purísima esencia de todos sus conceptos.
No sólo se rehusaba admitir en ellos
a los conspiradores, sino a quienes no los denunciaban; a los traidores,
perjuros y disolutos, hasta el punto de que pudo decir Porfirio: “En el
momento de la muerte ha de estar nuestra alma como está durante los misterios,
es decir, limpia de mancha, pasión, envidia, odio y cólera”.
Verdaderamente, como dice De
Mirville:
La magia
era tenida por ciencia divina, que conducía a participar de los atributos de la
misma Divinidad.
Herodoto, Tales, Parménides,
Empédocles, Orfeo y Pitágoras aprendieron de los hierofantes egipcios la
sabiduría divina, con el anhelo de resolver los problemas del universo.
Dice Filón: Los Misterios revelaban
las ocultas operaciones de la Naturaleza.
Los prodigios realizados por los
sacerdotes de magia teúrgica son tan auténticos, y su evidencia, si de algo
vale el testimonio humano, tan irresistible, que por no confesar que los
taumaturgos paganos sobrepujaron en milagros a los cristianos, supone Sir David
Brewster en los primeros mayor idoneidad en ciencias físicas y filosofía
natural. La ciencia tropieza con un dilema muy enojoso...
La “magia”, dice Psello, “era la
última parte de la ciencia sacerdotal”. “Investigaba la naturaleza, poder y
cualidades de todas las cosas sublunares: de los elementos y sus partes, de los
animales, de las plantas con su variedad de frutos, de las hierbas y de las
piedras. En suma, exploraba la esencia y poder de todas las cosas. De aquí que
produjera sus efectos. Fabricaba estatuas
[magnetizadas], que procuraban la salud, y toda clase de figuras y objetos
[talismanes], que lo mismo podían ser instrumentos de salud que de enfermedad.
A menudo aparecía, por obra de magia, fuego del cielo para encender
espontáneamente las lámparas, y las estatuas reían entonces”.
La afirmación de Psello, de que la
magia fabricaba “estatuas que proporcionaban salud”, está hoy probada de modo
que no puede tenerse por sueño, ni vano engreimiento de alucinados teurgistas.
Como dice Reuvens, ha llegado a ser “histórico” lo que se encuentra en el papiro mágico de Harris. Tanto Chabas
como De Rougé afirman que:
En la línea decimoctava de este muy
mutilado documento se encuentran las fórmulas relativas a la aquiescencia del
dios [Chons], manifestada por un movimiento comunicado a su estatua.
Suscitóse
sobre esto una discusión entre ambos orientalistas. Mientras que Rougé se
empeña en traducir la palabra “han”
por favor o gracia, Chabas insiste en que “han”
significa “movimiento” o “señal”
hecha por la estatua.
El abuso de poder, el del
conocimiento y la ambición personal, condujeron muy frecuentemente a la magia
negra a los iniciados egoístas y poco escrupulosos, de igual modo que las
mismas causas dieron el mismo resultado entre los papas y cardenales de la
Iglesia romana. El predominio de la magia negra, no la influencia del
cristianismo como erróneamente se ha supuesto, es lo que determinó por último
la abolición de los misterios. Dice Mommsen en su Historia de Roma (Vol. I) que los mismos paganos acabaron con la
degradación de la ciencia divina. Unos 560 años antes de J. C. Se descubrió una
sociedad secreta, escuela de magia negra de la peor especie, que celebraba
misterios importados de Etruria, y cuya inmoralidad se difundió muy luego por
toda Italia. En consecuencia:
Fueron perseguidos más de siete mil
iniciados, y la mayor parte condenados a muerte...
Más tarde, Tito Livio nos habla de
que en un solo año fueron condenados otros tres mil iniciados, por el crimen de
envenenamiento.
¡Y aun hay quienes creen cosa de
cuento la magia negra!
Paulthier puede mostrar más o menos
entusiasmo al decir que la India le parece: “el grande y primitivo corazón del
pensamiento humano que ha concluido por abarcar todo el mundo antiguo”; pero la
idea es exacta. Ese primitivo pensamiento condujo al conocimiento oculto, que
en nuestra quinta raza se refleja desde los comienzos del egipto faraónico
hasta nuestros días. Pocos papiros exhumados con las vendadas momias de reyes y
sacerdotes, dejan de contener algún dato interesante para los estudiantes de
ocultismo.
Todo esto es, naturalmente, magia
ridiculizada, eco del primitivo conocimiento y revelación; aunque de tan
perniciosa manera la practicaron los atlantes hechiceros, que la raza siguiente
se vio precisada a encubrir y velar las prácticas empleadas para obtener
efectos llamados mágicos en los planos psíquico y físico. Nadie creerá al pie
de la letra en estas afirmaciones, a no ser los católicos, y aun estos
atribuirán a los fenómenos origen satánico. Sin embargo, tan empapada de magia
está la historia del mundo, que para escribirla fidedignamente es preciso
confiarse a los descubrimientos arqueológicos, a la egiptología y a la interpretación
de las inscripciones hieráticas; pero si se insistiera en considerar todos
estos documentos como “supersticiones de la antigüedad”, nunca será la historia
iluminada por la luz de la verdad. Podemos imaginar la embarazosa situación en
que esto coloca a graves egiptólogos, asiriólogos, eruditos y académicos; pues
obligados a traducir e interpretar los papiros antiguos y las inscripciones de
los cilindros de Babilonia, se ven compelidos a afrontar la desagradable, y
para ellos repulsiva, materia de la magia, con sus hechizos y corolarios. Allí
encuentran sobrias y graves narraciones escritas por pluma de eruditos autores,
bajo la directa vigilancia de hierofantes, caldeos o egipcios, filósofos los
más doctos de la antigüedad. Estos documentos se escribían en la solemne hora
de la muerte y funerales de los reyes, sacerdotes y magnates de la tierra de
Chemi, con propósito de presentar a la nuevamente nacida alma osirificada ante
el espantable tribunal del “Gran Juez” en la región del Amenti, donde se dice
que una mentira sobrepuja a los
mayores crímenes.
¿Acaso los escribas, hierofantes, reyes y
sacerdotes eran tan imbéciles o tan socarrones, que creyeran y determinaran a
otros a creer en tantos “cuentos de viejas” como se hallan en los más
respetables papiros? Sin embargo, no hay otra salida. El testimonio de Platón,
Herodoto, Manetón y Sincello, así como el de los más notables y verídicos
tratadistas y filósofos, corrobora que estos papiros anotan (tan seriamente
como los sucesos históricos aceptados sin reparo) las reales dinastías de
Manes, a saber, de las sombras y fantasmas (cuerpos astrales); y tales hechos
de magia y de fenómenos ocultos, que el más crédulo ocultista de nuestro tiempo
vacilaría en admitir su certeza.
Los orientalistas han encontrado una
tabla de salvación calificando de “leyendas de la época de tal o cual Faraón”,
los papiros que publican y entregan a la crítica de los saduceos literarios. La
idea es ingeniosa, aunque no sincera en absoluto.
D.S TV
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