jueves, 13 de septiembre de 2018

LA MAGIA EGIPCIA

Pocos estudiantes de Ocultismo habrán tenido la oportunidad de examinar los papiros egipcios; esos resucitados testimonios que evidencian la antiquísima práctica de la magia blanca, y de la magia negra, muchos millares de años antes de la llamada noche de los tiempos. El uso del papiro duró hasta el siglo VIII de nuestra era, en que se abandonó y cayó en desuso su fabricación. Luego empezaron los arqueólogos a buscar y llevarse del país los más curiosos ejemplares exhumados. Todavía se conservan empero algunos de mucha estima en El Cairo: por más que la mayor parte de ellos estén vírgenes de estudio.
            
No mejor suerte les ha cabido a los que pasaron a enriquecer los museos y bibliotecas de Europa. Hace veinticinco años, en el tiempo del vizconde de Rougé, sólo se habían descifrado “en parte” unos cuantos; y entre ellos se hallan en el registro de los sagrados anales, algunas curiosísimas acotaciones intercaladas con el propósito de dar cuenta de los gastos reales.
            
Esto puede comprobarse en las llamadas colecciones de “Harris” y Anastasi, como también en algunos papiros recientemente descubiertos; en uno de los cuales se relata toda una serie de sucesos mágicos, anteriores al reinado de los faraones Ramsés II y Ramsés III. Este curioso papiro pertenece al siglo XV antes de J. C., y lo escribió Thutmes en tiempo de Ramsés V, último monarca de la décimoctava dinastía, anotando en él algunos pormenores de los sucesos relativos a los desfalcos que se cometieron los días 12 y 13 del mes de Paophs. Demuestra el documento que en aquella época de “milagros” estaban incluidas también las momias en el número de contribuyentes. Todo absolutamente debía pagar impuesto; y por insolvencia de Khou, de la momia, castigábale “el sacerdote con exorcismos prpendientes a privarle de su libertad de acción”. ¿Qué era pues el Khou? Sencillamente, el cuerpo astral, o el área simulación del cadáver o momia; es decir, lo que los chinos llaman Hauen, y los indos Bhût.
            
Si un orientalista occidental lee hoy este papiro, de seguro lo tira con desprecio, atribuyendo el texto a la crasa superstición de los antiguos. ¡Verdaderamente maravillosa e inexplicable sería la estupidez y credulidad de naciones, por otra parte muy cultas y civilizadas, si durante millares de años, y en sucesivas épocas, hubiesen mantenido semejante sistema de mutuos engaños!; esto es, un sistema por el cual los sacerdotes engañaban al pueblo, los hierofantes a los sacerdotes, y los fantasmas, “frutos de la alucinación”, a los hierofantes. La antigüedad en peso, de Menes a Cleopatra, de Manu a Vikramâditya, de Orfeo al último augur romano, debió ser histérica a lo que se nos dice, si es que todo ello no era puro fraude. Vida y muerte estaban sometidas a la influencia de “conjuros” sagrados; y así apenas hay papiro, siquiera sea un contrato de compraventa, o el más sencillo documento relativo a las ordinarias transacciones, en que no se mezcle magia blanca o negra. ¡Se diría que lo hacían los sagrados escribas de la orilla del Nilo con el propósito, para ellos estéril, de engañar y poner en zozobra mental a una futura y blanca raza de incrédulos, que no había nacido todavía! De un modo u otro, los papiros rebosan magia, como asimismo las estelas. Además sabemos que el papiro no era tan sólo “una hoja lisa y apergaminada, hecha con las superpuestas capas de la materia leñosa de un arbusto”; sino que este mismo arbusto y los ingredientes y útiles empleados para fabricar el papiro, se preparaban por medio de un procedimiento mágico, según las instrucciones recibidas de los dioses, que habían enseñado este arte, como todas las demás, a los hierofantes sacerdotes.
            
Sin embargo, no faltan orientalistas modernos que parecen tener una vislumbre de la verdadera naturaleza de semejantes cosas, y especialmente de la analogía y relaciones entre la magia de los antiguos y nuestros modernos fenómenos psíquicos. Uno de estos orientalistas es Chabas, pues en su traducción del papiro de “Harris” concede lo siguiente:
            
Sin recurrir a las imponentes ceremonias de la varita de Hermes, ni a las oscuras fórmulas de un impenetrable misticismo, un hipnotizador puede en nuestros días, con unos cuantos pases, perturbar el organismo del sujeto, inculcarle el conocimiento de lenguas extrañas, transportarlo a lejanas tierras, introducirse en secretos lugares, adivinar el pensamietno de los ausentes, leer cartas cerradas, etc.... El antro de la sibila moderna es un modesto gabinete; y en vez de trípode dispone de un velador, de un sombrero, un plato, cualquier objeto del ajuar más ordinario; pero el hipnotizador de hoy supera al oráculo de la antigüedad, ya que éste únicamente hablaba, y el oráculo de nuestros días escribe sus respuestas. Al mandato del médium, los espíritus de los muertos mueven el objeto, y los autores de pasados siglos nos entregan obras escritas por ellos más allá de la tumba. Los límites de la credulidad humana no son hoy más estrechos que lo fueron en la aurora de los tiempos históricos... Como la teratología es actualmente una parte esencialísima de la fisiología general, así las presuntas ciencias ocultas ocupan en los anales de la humanidad un lugar que no deja de tener importancia, y atraen por más de un motivo la atención del filósofo y del historiador.
            
Veamos en testimonio, qué dicen acerca de la magia y hechicería del antiguo Egipto, egiptólogos como ambos Champollion, Lenormand, Bunsen, vizconde de Rougé y otros no menos eruditos. Pueden zafarse de la dificultad atribuyendo los fenómenos y “creencias supersticiosas” a una crónica anormalidad fisiológica y psicológica, o, si gustan, a histerismo colectivo; pero ahí están los hechos irrebatibles, según nos los muestran centenares de esos misteriosos papiros, exhumados tras un descanso de cuatro, y cinco mil años, o más, como testigos de la magia antediluviana.
            
Una pequeña biblioteca, hallada en tebas, ha proporcionado fragmentos de todos los géneros de la literatura antigua, muchos de los cuales llevan fecha, y varios se remontan a la admitida época de Moisés. Hay en dicha biblioteca manuscritos de ética, historia, religión y medicina, calendarios, registros, poesías, novelas, leyendas; y tradiciones correspondientes a olvidadas edades se narran ya refiriéndolas a una inmensa antigüedad, al período de las dinastías de dioses y gigantes. Sin embargo, la mayor parte de los textos contienen exorcismos contra la magia negra y fórmulas del ritual funerario; verdaderos manuales del peregrino en la eternidad. Generalmente estas fórmulas funerarias están escritas en caracteres hieráticos. En la cabecera de los papiros aparecen invariablemente una serie de escenas, representativas de la comparencia del difunto ante los varios dioses que sucesivamente han de juzgarle. Sigue después el juicio del alma, y por último se ve la inmersión de la misma alma en la divina luz. Estos papiros suelen tener a veces doce metros de longitud.
            
La siguiente descripción es un extracto de las generalmente dadas, y demostrará la simbología egipcia (y de otros pueblos). Podemos elegir para ello el papiro del sacerdote Nevo-loo (o Nevolen), que se conserva en el Louvre. Primeramente aparece el esquife, con el ataúd en forma de arca negra, que contiene la momia del difunto. Junto a él están Ammenbem-Heb su madre, y Hooissanoob su hermana. Respectivamente a la cabeza y a los pies del cadáver, Neftis e Isis vestidas de rojo, y cerca de ellas un sacerdote de Osiris envuelto en su piel de pantera, con el incensario en la mano y cuatro acólitos que llevan las entrañas de la momia. El dios Anubis, el de cabeza de chacal, recibe el ataúd de manos de las plañideras. Entonces el alma surge del cadáver y del Khou o cuerpo astral del difunto, y empieza por adorar a los cuatro genios del Oriente, a las aves sagradas y a Ammón en figura de morueco. Introducido en el “Palacio de la Verdad” el difunto comparece ante sus jueces. El alma, simbolizada por un escarabajo, está en presencia de Osiris, y el khou o cuerpo astral se queda a la puerta. Muchísimo se han reído los occidentales de las invocaciones a las varias divinidades que presiden cada uno de los miembros del cuerpo físico, y de ello han sacado por consecuencia que en el papiro de la momia Petamenoph “la anatomía es teográfica”, es decir, “la astrología aplicada a la fisiología” o más bien a “la anatomía del cuerpo, del corazón y del alma”. “Los cabellos del difunto pertenecen al Nilo, sus ojos a Isis, sus orejas a Macedo, el guardián de los trópicos; su nariz a Anubis, su sien izquierda al Espíritu morante en el Sol... Qué serie de intolerables disparates e innobles oraciones... a Osiris para que en el otro mundo conceda al difunto huevos, carne de cerdo, ocas, etc.
            
Hubiera sido prudente quizás averiguar si estas palabras de “ocas, huevos y cerdo” tenían algún otro significado oculto. El yogui indo a quien, en una obra exotérica, se le invita a beber cierto espíritu tóxico hasta quedar sin sentido, fue considerado también como un beodo representativo de su secta y condición, hasta que se echó de ver que la palabra “espíritu” tenía en tal frase muy distinto y esotérico significado, equivaliendo a divina luz o néctar de la Sabiduría secreta. Los símbolos de la paloma y el cordero, tan frecuentes hoy en las Iglesias cristiana, podrán exhumarse también de aquí a muchos siglos para indagar por qué son hoy objeto de adoración. Y acaso en las venideras edades de elevada cultura asiática, kármicamente diga algún erudito “occidentalista”: “Los ignorantes y supersticiosos gnósticos y agnósticos de las sectas papista y luterana, adoraban una paloma y un cordero”. Siempre habrá fetiches portátiles para satisfacción del vulgo; y los dioses de una raza quedarán convertidos en demonios por los de la siguiente. Los ciclos se revuelven en las profundidades del Leteo; y karma alcanzará a Europa como alcanzó a Asia y sus religiones.
            
Sin embargo, a varios orientalistas como De Rougé y el abate van Drival, les ha cautivado “el grandilocuente y digno estilo del Libro de los Muertos, las descripciones llenas de majestad, la ortodoxia del conjunto, que revela una doctrina muy precisa sobre la inmortalidad del alma y su personal resurrección”. La psychostasy, o juicio del alma, es verdaderamente todo un poema para quien sabe leerlo e interpretar correctamente las imágenes que en él campean. En la pintura antes descrita, aparece Osiris con cuernos y un cetro encorvado en su extremo superior. Encima está revoloteando el alma, confortada por Tmei, hija del Sol de la Justicia, y diosa de la Bondad y de la Misericordia. Horus y Anubis pesan las acciones del alma. En uno de los papiros se ve al Sol en el acto de condenar a un glotón a renacer en la tierra en el cuerpo de un cerdo; lo cual considera cierto orientalista como irrefrenable prueba de creencia en la metempsychosis o transmigración de las almas al cuerpo de animales. Tal vez la oculta ley de karma pueda explicar la frase de otro modo. Puede, según saben todos los orientalistas, referirse al vicio fisiológico acumulado para la reencarnación, que conducirá a la personalidad a mil torpezas y desdichas. En su obra sobre el carácter satánico de los dioses de Egipto, arguye De Mirville que “el vivir durante tres mil años en figura de halcón, ángel, flor de loto, garza, gorrión, serpiente y cocodrilo, no era para satisfacer en modo alguno”. Sin embargo, una sencilla consideración basta para aclarar este punto; porque ¿están seguros los orientalistas de que “la metempsicosis dura tres mil años?” 

La Doctrina Oculta enseña que Karma espera durante tres mil años en el umbral del Devachan (el Amenti de los egipcios); y que el Ego eterno reencarna de nuevo entonces para, en su nueva personalidad temporal, expiar por el sufrimiento los pecados cometidos en la anterior existencia. El halcón, la garza, la flor de loto, la serpiente, todos los objetos de la Naturaleza, tenían múltiple y simbólico significado en los antiguos emblemas religiosos. El hipócrita que con apariencias de santidad obró malvadamente toda su vida, acechando a las víctimas de su codicia como el ave de rapiña acecha su presa, quedará sentenciado por la ley kármica a sufrir el condigno castigo de sus vicios en la vida futura. ¿Cuál será? Puesto que cada entidad humana ha de progresar al fin y al cabo en su evolución, y puesto que el “hombre” ha de renacer algún día bueno y perfecto, la sentencia que lo condenaba a reencarnarse en un halcón, debe considerarse metafóricamente. Es decir, que no obstante sus virtudes y excelentes cualidades, quizá se vea calumniado de hipocresía, avaricia y sordidez, durante toda su vida, injustamente al parecer, y sufriendo por ello más de lo que le parezca poder soportar. La ley kármica es infalible, y vemos tales víctimas de la malicia humana en este mundo de incesante ilusión, de errores y deliberada maldad. Las vemos todos los días, y son casos de la personal experiencia de todos nosotros. ¿Qué orientalista puede afirmar con seguridad que ha comprendido las antiguas religiones? El lenguaje metafórico de los sacerdotes tan sólo ha sido revelado superficialmente; y la interpretación de los jeroglíficos no fue hasta ahora muy acertada.
            
A propósito de la doctrina egipcia del renacimiento y transmigración, se dice en Isis sin Velo lo siguiente, que está de acuerdo con lo ahora expuesto:
            
Conviene advertir que esta filosofía de los ciclos, alegorizada por los hierofantes egipcios en el “ciclo de necesidad”, explica al mismo tiempo la alegoría de la “caída del hombre”. Según las descripciones árabes, cada una de las siete cámaras de las Pirámides (los mayores símbolos cósmicos) llevaba el nombre de un planeta. La peculiar arquitectura de las Pirámides demuestra el pensamiento metafísico de sus constructores. La cúspide se pierde en el claro azul del firmamento de la tierra de los Faraones, y simboliza el punto primordial perdido en el Universo invisible, de donde surgió la primera raza de los prototipos espirituales del hombre. Toda momia, perdía al embalsamarla un aspecto de su personalidad física: ella simbolizaba la raza humana. Colocada del modo más a propósito para facilitar la salida del “alma”, había ésta de pasar a través de las siete cámaras planetarias antes de alcanzar la simbólica cúspide. Cada cámara significaba, al mismo tiempo, una de las siete esferas [de nuestra cadena], y uno de los siete más elevados tipos de la humanidad físico-espiritual que se considera planean por encima del nuestro. Cada 3.000 años, el alma, representativa de su raza, había de volver al punto de partida antes de comenzar otra más perfecta evolución física y espiritual. Verdaderamente hemos de penetrar en las profundidades de las abstrusas metafísicas del misticismo oriental, antes de comprender debidamente la infinidad de materias abarcadas de una sola vez por el majestuoso pensamiento de sus expositores.
            
Todo esto es mágico cuando se conocen los pormenores; y al mismo tiempo se refiere a la evolución de nuestras siete razas raíces, con las características respectivas del “dios” y planeta de cada una. Después de la muerte, el cuerpo astral de los iniciados había de representar en sus misterios funerarios el drama del nacimiento y muerte de cada raza; es decir, su pasado y su porvenir, y recorrer las siete “cámaras planetarias” que, según dijimos, significaban también las siete esferas de nuestra cadena planetaria.
            
La mística doctrina del ocultismo oriental enseña que:
            
“El Ego Espiritual [no el astral khou] ha de volver a visitar, antes de encarnar en un nuevo cuerpo, los lugares que dejó en su última encarnación. Ha de ver y conocer por sí mismo los efectos producidos por las causas [nidânas] que sus acciones engendraron en una vida anterior; pues al verlas reconocerá la justicia del destino y ayudará a la ley de retribución [karma] en vez de impedirla”.
            
Por incorrectas que sean las traducciones que de varios papiros egipcios hizo el vizconde de Rougé, tienen la ventaja de evidenciarnos que tanto la magia negra como la blanca, se practicaron durante todas las dinastías. El Libro de los Muertos, muy anterior al Génesis, y demás libros del Antiguo Testamento, lo demuestra en cada línea, pues lleno está de oraciones y exorcismos contra la nigromancia. Osiris es el vencedor de los demonios aéreos, y el adorante implora su auxilio contra Matat, “cuyos ojos despiden la invisible flecha”. Esta “invisible flecha”, que procede del ojo del brujo o hechicero (esté vivo o muerto), y que “circula a través del mundo”, es lo que vulgarmente se llama mal de ojo, cósmico en su origen y terrestre en sus efectos en el plano microcósmico. Los cristianos latinos no pueden tildar esto de superstición; lo mismo cree su Iglesia, en cuyo ritual hay una plegaria contra las “flechas que circulan en la oscuridad”.

Sin embargo, el documento más interesante es el papiro de “Harris”, llamado en Francia “el papiro mágico de Chabas”, por haber sido este egiptólogo quien primeramente lo tradujo. Es un manuscrito de caracteres hieráticos, adquirido en tebas por Harris en 1855, y comentado y publicado por Chabas en 1860. Se calcula su antigüedad entre veintiocho y treinta siglos. Citaremos algunos pasajes de la traducción:
Calendario de días fastos y nefastos... Quien ponga en labor un buey el día 20 del mes de Pharmuths, morirá seguramente. Quien el día 24 del mismo mes pronuncie en voz alta el nombre de Seth, verá conturbado su hogar desde aquel día... Quien deje su casa el día 5 del mes de Patchus, caerá enfermo y morirá.

El traductor, cuyos instintos de hombre culto se sublevan, comenta diciendo:
Si no tuviese uno el texto a la vista, nunca pudiera creer en semejante servilismo en la época de los Ramesidas.

Somos hijos del siglo décimonono de la era cristiana, y estamos por tanto en plena civilización, bajo el benigno influjo del cristianismo, en vez de estar sujetos a los dioses de la antigüedad pagana. Sin embargo, conocemos personalmente a algunos, y hemos oído hablar de muchos, que, a pesar de su educación y elevada cultura intelectual, se guardarían como de suicidarse, de acometer un negocio en viernes, de emprender un largo viaje en lunes o de comer en mesa de trece. Napoleón I se turbaba y palidecía al ver tres velas encendidas sobre un velador. Por nuestra parte, celebramos estar de acuerdo con De Mirville en que semejantes “supersticiones” son “resultado de la observación y la experiencia”. Según él, la autoridad del calendario no se hubiera mantenido ni durante una semana si nunca la hubiesen corroborado los hechos. Pero prosigamos la cita:

Influencias genésicas. – Al niño que nazca el 5 de Paophi, lo matará un toro; y al que nazca el 27, una serpiente. El nacido el 4 de Athyr, morirá de un golpe.
Esto es una cuestión de predicciones horoscópicas todavía creídas en nuestra época; astología judiciaria que, según Kepler, se puede probar como científicamente posible.

Los khous o cuerpos astrales, eran de dos clases: 1ª  Los justificados, es decir, los absueltos por el tribunal de Osiris, que gozaban de una segunda vida; 2ª  Los culpales y condenados, que “habían de morir por segunda vez”. Esta segunda muerte no los aniquilaba, sino que los condenaba a vagar de una parte a otra para tormento de los vivos. Su existencia tenía fases análogas a las de la terrena, con la íntima relación entre vivos y muertos que se advierte en los ritos funerarios, exorcismos, oraciones y conjuros mágicos. 
Dice una oración:

No permitas que la ponzoña se apodere de sus miembros... ni que se ampare de él, hombre ni mujer muerto, ni que la sombra de ningún espíritu le acose.

Y comenta M. Chabas:


Estos Khous eran seres humanos en el estado posterior a su muerte y se les exorcisaba en nombre del dios Chons... Los manes podían penetrar en el cuerpo de los vivos, perseguirlos y obsesionarlos. Contra tan formidables invasiones se empleaban fórmulas, talismanes, y especialmente estatuas o figuras divinas (17)... Podían combatirse con el auxilio del poder del dios Chons, que era el más propicio. El Khou, al obedecer las órdenes del dios, conservaba la preciosa facultad inherente en él, de acomodarse voluntariamente a cualquier otro cuerpo.

La más frecuente fórmula de exorcismo era la siguiente, que es muy sugestiva.
Hombres, dioses, elegidos, espíritus de los muertos, amus, negros, menti-u, no miréis cruelmente a esta alma.

Esto se dirigía a los que conocían la Magia.

El “muy misterioso” capítulo de “los amuletos y nombres místicos” contiene invocaciones a Penhakahakaherher, Uranaokarsankrobite y otros nombres igualmente enrevesados. Chabas dice:

Tenemos pruebas de que durante la permanencia de los israelitas en Egipto eran frecuentes los nombres místicos de esta clase.

Podemos añadir por nuestra parte, que ya procedieran de los egipcios o de los hebreos, estos son ciertamente nombres de hechicería. Consúltense a este propósito las obras de Eliphas Levi, tales como la titulada Grimorio de los hechiceros. En estos exorcismos se le llama Mamuram-Kahab a Osiris, y se le ruega que impida el ataque del khou culpable al khou justificado y próximos parientes, puesto que el maldito despojo astral puede tomar la forma que quiera, entrar en cualquier sitio y apoderarse de cualquier cuerpo.
            
Al estudiar los papiros egipcios se advierte que los vasallos de los Faraones no eran muy inclinados al espiritismo de su época; pues le tenían más miedo al “bendito espíritu” del difunto que los católicos al demonio. Pero muchos papiros demuestran cuán impropia e injusta es la acusación lanzada contra los sacerdotes, de ejercitar sus mágicos poderes con el auxilio de los “ángeles caídos”. Porque se encuentran a menudo sentencias de muerte pronunciadas contra los hechiceros, como si los egipcios hubiesen estado bajo la protección de la Santa Inquisición cristiana. He aquí un caso ocurrido durante el reinado de Ramsés III, que De Mirville copia de Chabas:
            
La primera página empieza con estas palabras: “Desde el sitio en que estoy, al pueblo de mi país”. Cabe suponer, como se verá después, que quien esto escribe en primera pesona es un magistrado que encabeza un edicto público con la fórmula de costumbre. He aquí ahora la parte substancial de la acusación: “Este Hai, mal hombre, era pastor de ovejas y se dijo: ¿Podría yo encontrar un libro que me diese grandes poderes?... Y le fue dado un libro con la fórmula de Ramsés-Meri-Amen, el gran Dios y su real dueño; y adquirió poder de fascinar a los hombres. También logró edificar una morada y poner en ella un lugar muy profundo para producir hombres de Menth [¿homúnculos mágicos?] y... libros de amor... hurtados del Khen [la biblioteca secreta del palacio real] por el obrero en piedra Atirma, quien ahuyentó a uno de los celadores y hechizó a los demás. Después trató de leer en aquellos libros su porvenir y pudo hacerlo. Realizó cuantos horrores y abominaciones puso en su corazón y otros crímenes enormes, tales como el horror [?] a los dioses. Aplíquensele igualmente las grandes [¿severas?] prescripciones de la muerte, tales como lo disponen las divinas palabras”. No acaba aquí la acusación; enumera y determina los crímenes. En primer lugar habla de una mano paralizada por medio de los hombres de Menh, a quienes basta decir: “haced esto o estotro”, para que al momento quede hecho. Después se especifican las grandes abominaciones que le hacen merecedor de la muerte... Los jueces que examinaron al culpable, informaron diciendo: “Llévesele a la muerte, según las órdenes del Pharaoh, y con arreglo a lo que está escrito en divino lenguaje”.
            
Chabas advierte que abundan los documentos de esta clase, pero que la tarea de analizarlos no puede llevarse a cabo con los limitados medios de que disponemos.
            
En el templo tebano de Khous, dios que tenía potestad sobre los elementarios, encontró el egiptólogo Prisse d’Avenne una inscripción que, llevada a la Biblioteca Nacional de París tradujo S. Birch. Esta inscripción resume toda una novela de magia. Su antigüedad se remonta a la época de Ramsés XII (19) de la vigésima dinastía. Sobre ella dice De Mirville, tomándolo de Rougé:
            
Este documento nos dice que uno de los Ramsés de la vigésima dinastía, mientras estaba recibiendo en Naharain los tributos que a Egipto pagaban las naciones asiáticas, se enamoró de una hija del reyezuelo de Bakhten, uno de sus tributarios. Casóse con ella, se la llevó a Egipto y la elevó a la dignidad de reina con el nombre regio de Ranefrou. Poco después envió el reyezuelo de Bakhten un mensajero a Ramsés rogándole que prestase los auxilios de la ciencia a Bent-Rosch, hermana menor de Ranefrou que había enfermado de todos sus miembros.
            
El mensajero suplicó que fuese a Bakhten “un sabio” [un iniciado, Reh-Het]. El rey ordenó que todos los hierogramatas de palacio y los guardianes de los libros secretos del Khen acudiesen a su presencia, y de entre ellos escogió al real escriba Thoth-em-Hebi, hombre muy versado y erudito, para que examinase la enfermedad.
            
Llegado a Bakhten, vio Thoth-em-Hebi que Bent-Rosch estaba poseída por un Khou (em-seh-‘eru ker h’ou) y declaró que no se sentía con fuerzas para luchar con él.
            
Al cabo de once años seguía igual la doncella; y su padre, el reyezuelo de Bakhten, volvió a enviar su mensajero, y a su formal petición salió para Bakhten, Khons-peiri-Seklerem-Zam, una de las formas divinas de Chons, el Dios-Hijo de la Trinidad tebana.
            
En cuanto la saludó el [encarnado] Dios, sintióse aliviada la enferma; y el Khou que la poseía manifestó en el acto su propósito de obedecer las órdenes del dios, diciendo: “¡Oh, gran dios que haces desvanecer el fantasma! Soy tu esclavo y me volveré a donde salí.
            
Evidentemente, Khons-peiri-Seklerem-Zam era un regio hierofante de la categoría llamada “hijos de Dios”; pues se dice de él que era una de las formas del dios Khons, es decir, un avatar de este dios o un completo iniciado. El mismo texto demuestra que al templo en donde servía estaba adscrita una escuela de magia con un Khen o parte del templo en donde sólo podían penetrar los sumos sacerdotes, la Biblioteca o depósito de libros sagrados, cuyo estudio y conservación estaban a cargo de sacerdotes especiales (a quienes los Faraones consultaban en asuntos de gran monta), y en donde se comunicaban con los dioses, cuyos avisos recibían. Luciano, en su descripción del templo de Hierápolis, habla de “dioses que manifiestan independientemente su presencia”. Y más adelante dice que viajando una vez con un sacerdote de Menfis, díjole éste que había estado veintitrés años en las criptas del templo, recibiendo instrucciones mágicas de la misma diosa Isis. Además, leemos que Sesostris el Grande (Ramsés II) fue instruido por el propio Mercurio en las ciencias sagradas. Sobre esto observa Jablonsky que aquí hallamos el por qué la palabra Amun o Ammon (de la que él cree se deriva nuestro “amén”) era una real evocación a la luz.
            
En el papiro de Anastasi, repleto de varias fórmulas para la evocación de los dioses y de exorcismos contra los khous y espíritus elementarios, el versículo séptimo evidencia la distinción entre los verdaderos dioses, los ángeles planetarios y los despojos de los difuntos en Kâmaloka; de modo que pone en desesperada incertidumbre y vana indagación de la verdad, a quienes no están versados en las ciencias ocultas y no pueden levantar el velo de la iniciación. Este versículo séptimo dice sobre las divinas evocaciones y las consultas teománticas:
            
Tan sólo en casos de absoluta necesidad, y cuando uno se sienta absolutamente puro e irreprensible, puede invocar el grande y divino nombre.
            
No ocurre lo mismo con las fórmulas de magia negra. Hablando Reuvens de los dos rituales de magia de la colección Anastasi, hace notar que:
Innegablemente son el comentario más instructivo de la obra sobre los Misterios egipcios, atribuida a Jámblico, y los mejores gemelos de este clásico libro, para comprender la taumaturgia de las sectas filosóficas, basada en la antigua religión egipcia. Según Jámblico, los ministros de los genios menores eran los que practicaban la taumaturgia.
            
Termina Reuvens con esta sugestiva observación:
            
Todo cuanto Jámblico expone como teología, lo encontramos como historia en nuestros papiros.
            
Esto es muy importante para los ocultistas que defienden la antigüedad y genuino origen de sus documentos. Porque ¿cómo negar entonces la autenticidad y veracidad de las obras clásicas de los autores que escribieron sobre la magia y sus misterios, con el más reverente espíritu de admiración? Oigamos a Píndaro:
            
Feliz quien baja iniciado a la tumba, porque conoce la finalidad de su vida y el reino dado por Júpiter, [los campos Eliseos].
            
Y a Cicerón:
            
La iniciación no solamente nos enseña a ser felices en esta vida, sino también a morir con esperanza en algo mejor.
            
Platón, Pausanias, Estrabón, Diodoro y muchos otros demuestran su convencimiento del gran don de la iniciación. Todos los adeptos completos o parcialmente iniciados, participaron del entusiasmo de Cicerón.
            
Pensando Plutarco en lo que aprendiera en la iniciación, se consoló de la pérdida de su esposa. En los misterios de Baco había adquirido la certidumbre de “que el alma [espíritu] es incorruptible y que hay un más allá”. Aristófanes fue todavía más lejos y dijo: “Cuantos participan de los misterios, llevan una vida pura, tranquila y santa, y mueren buscando la luz de los campos eleusinos [Devachan], mientras que los otros sólo pueden esperar tinieblas [ignorancia] eternas.
            
...Y cuando se considera la importancia que el Estado daba a los misterios y a su debida celebración, garantizada en cuantos tratados estipulaba, se echa de ver hasta qué punto le ocupaban y preocupaban.
            
Fueron objeto de la mayor solicitud pública y privada; y así había de suceder, puesto que, según dice Döllinger, los misterios eleusinos eran como la eflorescencia de la religión griega, como la purísima esencia de todos sus conceptos.
            
No sólo se rehusaba admitir en ellos a los conspiradores, sino a quienes no los denunciaban; a los traidores, perjuros y disolutos, hasta el punto de que pudo decir Porfirio: “En el momento de la muerte ha de estar nuestra alma como está durante los misterios, es decir, limpia de mancha, pasión, envidia, odio y cólera”.
            
Verdaderamente, como dice De Mirville:
            
La magia era tenida por ciencia divina, que conducía a participar de los atributos de la misma Divinidad.
            
Herodoto, Tales, Parménides, Empédocles, Orfeo y Pitágoras aprendieron de los hierofantes egipcios la sabiduría divina, con el anhelo de resolver los problemas del universo.
            
Dice Filón: Los Misterios revelaban las ocultas operaciones de la Naturaleza.
            
Los prodigios realizados por los sacerdotes de magia teúrgica son tan auténticos, y su evidencia, si de algo vale el testimonio humano, tan irresistible, que por no confesar que los taumaturgos paganos sobrepujaron en milagros a los cristianos, supone Sir David Brewster en los primeros mayor idoneidad en ciencias físicas y filosofía natural. La ciencia tropieza con un dilema muy enojoso...
            
La “magia”, dice Psello, “era la última parte de la ciencia sacerdotal”. “Investigaba la naturaleza, poder y cualidades de todas las cosas sublunares: de los elementos y sus partes, de los animales, de las plantas con su variedad de frutos, de las hierbas y de las piedras. En suma, exploraba la esencia y poder de todas las cosas. De aquí que produjera sus efectos. Fabricaba estatuas [magnetizadas], que procuraban la salud, y toda clase de figuras y objetos [talismanes], que lo mismo podían ser instrumentos de salud que de enfermedad. A menudo aparecía, por obra de magia, fuego del cielo para encender espontáneamente las lámparas, y las estatuas reían entonces”.
            
La afirmación de Psello, de que la magia fabricaba “estatuas que proporcionaban salud”, está hoy probada de modo que no puede tenerse por sueño, ni vano engreimiento de alucinados teurgistas. Como dice Reuvens, ha llegado a ser “histórico” lo que se encuentra en el papiro mágico de Harris. Tanto Chabas como De Rougé afirman que:
            
En la línea decimoctava de este muy mutilado documento se encuentran las fórmulas relativas a la aquiescencia del dios [Chons], manifestada por un movimiento comunicado a su estatua.
            
Suscitóse sobre esto una discusión entre ambos orientalistas. Mientras que Rougé se empeña en traducir la palabra “han” por favor o gracia, Chabas insiste en que “han” significa “movimiento” o “señal” hecha por la estatua.
            
El abuso de poder, el del conocimiento y la ambición personal, condujeron muy frecuentemente a la magia negra a los iniciados egoístas y poco escrupulosos, de igual modo que las mismas causas dieron el mismo resultado entre los papas y cardenales de la Iglesia romana. El predominio de la magia negra, no la influencia del cristianismo como erróneamente se ha supuesto, es lo que determinó por último la abolición de los misterios. Dice Mommsen en su Historia de Roma (Vol. I) que los mismos paganos acabaron con la degradación de la ciencia divina. Unos 560 años antes de J. C. Se descubrió una sociedad secreta, escuela de magia negra de la peor especie, que celebraba misterios importados de Etruria, y cuya inmoralidad se difundió muy luego por toda Italia. En consecuencia:
            
Fueron perseguidos más de siete mil iniciados, y la mayor parte condenados a muerte...
            
Más tarde, Tito Livio nos habla de que en un solo año fueron condenados otros tres mil iniciados, por el crimen de envenenamiento.
            
¡Y aun hay quienes creen cosa de cuento la magia negra!
            
Paulthier puede mostrar más o menos entusiasmo al decir que la India le parece: “el grande y primitivo corazón del pensamiento humano que ha concluido por abarcar todo el mundo antiguo”; pero la idea es exacta. Ese primitivo pensamiento condujo al conocimiento oculto, que en nuestra quinta raza se refleja desde los comienzos del egipto faraónico hasta nuestros días. Pocos papiros exhumados con las vendadas momias de reyes y sacerdotes, dejan de contener algún dato interesante para los estudiantes de ocultismo.
            
Todo esto es, naturalmente, magia ridiculizada, eco del primitivo conocimiento y revelación; aunque de tan perniciosa manera la practicaron los atlantes hechiceros, que la raza siguiente se vio precisada a encubrir y velar las prácticas empleadas para obtener efectos llamados mágicos en los planos psíquico y físico. Nadie creerá al pie de la letra en estas afirmaciones, a no ser los católicos, y aun estos atribuirán a los fenómenos origen satánico. Sin embargo, tan empapada de magia está la historia del mundo, que para escribirla fidedignamente es preciso confiarse a los descubrimientos arqueológicos, a la egiptología y a la interpretación de las inscripciones hieráticas; pero si se insistiera en considerar todos estos documentos como “supersticiones de la antigüedad”, nunca será la historia iluminada por la luz de la verdad. Podemos imaginar la embarazosa situación en que esto coloca a graves egiptólogos, asiriólogos, eruditos y académicos; pues obligados a traducir e interpretar los papiros antiguos y las inscripciones de los cilindros de Babilonia, se ven compelidos a afrontar la desagradable, y para ellos repulsiva, materia de la magia, con sus hechizos y corolarios. Allí encuentran sobrias y graves narraciones escritas por pluma de eruditos autores, bajo la directa vigilancia de hierofantes, caldeos o egipcios, filósofos los más doctos de la antigüedad. Estos documentos se escribían en la solemne hora de la muerte y funerales de los reyes, sacerdotes y magnates de la tierra de Chemi, con propósito de presentar a la nuevamente nacida alma osirificada ante el espantable tribunal del “Gran Juez” en la región del Amenti, donde se dice que una mentira sobrepuja a los mayores crímenes.
             
¿Acaso los escribas, hierofantes, reyes y sacerdotes eran tan imbéciles o tan socarrones, que creyeran y determinaran a otros a creer en tantos “cuentos de viejas” como se hallan en los más respetables papiros? Sin embargo, no hay otra salida. El testimonio de Platón, Herodoto, Manetón y Sincello, así como el de los más notables y verídicos tratadistas y filósofos, corrobora que estos papiros anotan (tan seriamente como los sucesos históricos aceptados sin reparo) las reales dinastías de Manes, a saber, de las sombras y fantasmas (cuerpos astrales); y tales hechos de magia y de fenómenos ocultos, que el más crédulo ocultista de nuestro tiempo vacilaría en admitir su certeza.

            
Los orientalistas han encontrado una tabla de salvación calificando de “leyendas de la época de tal o cual Faraón”, los papiros que publican y entregan a la crítica de los saduceos literarios. La idea es ingeniosa, aunque no sincera en absoluto.

D.S TV

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