En los últimos tiempos se ha puesto
con frecuencia frente a la Cosmogonía Esotérica el fantasma de esta teoría y
sus hipótesis consiguientes. “¿Puede negarse por vuestros Adeptos esta teoría
tan científica?” -se nos pregunta-. “No por completo -contestamos-, pero lo que
los mismos hombres de ciencia admiten, la
mata; y no queda nada que negar a los Adeptos”.
El hacer de la Ciencia un todo
integral necesita, a la verdad, el estudio de la naturaleza espiritual y
psíquica, tanto como de la física. De otro modo, resultará siempre como con la
anatomía del hombre, discutida desde antiguo por el profano desde el punto de
vista superficial, y en la ignorancia de la obra interna. Hasta el mismo
Platón, el más grande de los filósofos de su país, fue culpable, antes de su
Iniciación, de afirmaciones tales como la de que los líquidos pasan al estómago
por los pulmones. Sin la metafísica, como dice Mr. H. J. Slack, la verdadera Ciencia es inadmisible.
La nebulosa existe; sin embargo, la
Teoría Nebular es errónea. Una nebulosa existe en un estado de disociación
elemental completa. Es gaseosa (y algo distinto, además, que no puede
relacionarse con los gases tales como la ciencia física los conoce); y es
luminosa por sí misma. Pero esto es todo. Las sesenta y dos “coincidencias”
enumeradas por el profesor Stephen Alexander, confirmando la Teoría
Nebular, pueden explicarse todas por la Ciencia Esotérica; aunque, como no es
ésta una obra astronómica, no se intenta ahora refutarlas. Laplace y Faye se
aproximan más que nadie a la teoría correcta; pero poco queda de las
especulaciones de Laplace en la teoría actual, salvo sus rasgos generales.
Sin embargo, John Stuart Mill dice:
No hay en la teoría de Laplace nada
que sea hipotético; es un ejemplo de legítimo razonamiento del efecto presente
a su causa pasada; sólo presupone que los objetos que realmente existen,
obedecen las leyes a que se sabe obedecen todos los objetos terrestres que se
les asemejan.
Tratándose de un lógico tan eminente
como Mill, este razonamiento sería valioso si pudiera probarse que “los objetos
terrenos que se asemejan” a los celestes, a la distancia a que están las nebulosas,
se parecen en realidad a aquellos objetos
y no sólo en la apariencia.
Otra de las falacias que, desde el
punto de vista oculto, se incorporó a la teoría moderna, tal como ahora se
presenta, es la hipótesis de que todos los Planetas se hayan desprendido del
Sol; que sean hueso de sus huesos y carne de su carne; pues el Sol y los
Planetas son sólo hermanos couterinos, que tienen el mismo origen nebular, pero
de un modo distinto del postulado por la Astronomía moderna.
Las muchas objeciones presentadas
por algunos adversarios de la Teoría Nebular moderna contra la homogeneidad de
la Materia original difusa, basada en la uniformidad de la composición de las
Estrellas fijas, no afectan en modo alguno a la cuestión de esa homogeneidad,
sino tan sólo a la teoría en sí. Nuestra nebulosa solar puede no ser
completamente homogénea, o más bien, puede que no se revele así a los
astrónomos, y sin embargo, ser defacto homogénea. Las Estrellas difieren en sus
materiales constituyentes, y hasta exhiben elementos por completo desconocidos
en la Tierra; no obstante, esto no afecta al punto de que la Materia Primordial
-la Materia tal como apareció justamente en su primera diferenciación
procedente de su condición laya - es todavía hasta hoy homogénea, a inmensas
distancias, en las profundidades de la infinitud, y también en puntos no muy
lejanos de los confines de nuestro Sistema Solar.
Finalmente, no existe un solo hecho
presentado por los sabios contrarios a la Teoría Nebular (falsa como ella es, y
por tanto fatal, bastante ilógicamente, a la hipótesis de la homogeneidad de la
Materia) que pueda resistir a la crítica. Un error conduce a otro. Una falsa
premisa conducirá naturalmente a una falsa conclusión, aun cuando una
inferencia inadmisible no afecta necesariamente la validez de la proposición
mayor del silogismo. Así pues, pueden dejarse a un lado los aspectos e
inferencias secundarias de las pruebas del espectro y las líneas, como
simplemente provisionales por ahora, y abandonar toda cuestión de detalle a la ciencia
física. El deber del ocultista se refiere al Alma y Espíritu del
Espacio Cósmico, no tan sólo a su apariencia y modo de ser ilusorios. El de la
ciencia física consiste en analizar y estudiar su cáscara - la Última Thule del Universo y del Hombre, en
opinión de los materialistas.
Con estos últimos, el Ocultismo no
tiene nada que ver. sólo con las teorías de hombres de saber tales como Kepler,
Kant, Oersted y Sir William Herschel, que creían en un Mundo Espiritual, puede
la Cosmogonía Oculta entenderse e intentar un acuerdo satisfactorio. Pero las
ideas de aquellos físicos difieren enormemente de las últimas especulaciones
modernas. Kant y Herschel especulaban sobre el origen y último destino del
Universo, así como de su aspecto presente, desde un punto de vista mucho más
filosófico y psíquico; mientras que la Astronomía y la Cosmología modernas
repudian ahora todo lo que sea investigar los misterios del Ser. El resultado
es el que era de esperar: fracaso completo y contradicciones inextricables en las
mil y una variedades de las llamadas teorías científicas, sucediendo con esta
teoría lo que con todas las demás.
La hipótesis nebular, que envuelve
la teoría de la existencia de una Materia Primordial, difundida en condición
nebulosa, no es de fecha moderna en Astronomía, como todo el mundo sabe.
Anaxímenes, de la escuela jónica, había ya enseñado que los cuerpos siderales
se formaban por la condensación progresiva de una Materia Primordial progénita, que tenía un peso casi
negativo, y estaba difundida por el Espacio en una condición extremadamente
sublimada.
Tycho Brahe, que consideraba a la
Vía Láctea como una substancia etérea, creyó que la nueva estrella que apareció
en Casiopea en 1572 se había formado con aquella Materia. Kepler creía que
la estrella de 1606 se había también formado con la substancia etérea que llena
el Universo. Atribuía él a ese mismo éter la aparición de un anillo
luminoso alrededor de la Luna, durante el eclipse total de Sol observado en
Nápoles en 1605. Más tarde aún, en 1714, fue reconocida por Halley la
existencia de una Materia luminosa por sí, en el Philosophical Transactions. Por último, el periódico de este nombre
publicaba en 1811 la famosa hipótesis del eminente astrónomo Sir William
Herschel sobre la transformación de las nebulosas en estrellas, y después
de esto fue aceptada la Teoría Nebular por las Reales Academias.
En
Five Years of Theosophy, en la pág. 245, puede leerse un artículo titulado:
¿Niegan los Adeptos la Teoría Nebular?. La contestación que allí se da es como sigue:
No;
no niegan sus proposiciones generales, ni las verdades aproximadas de las
hipótesis científicas. Sólo niegan que las presentes teorías sean completas,
así como que sean enteramente erróneas las muchas que hoy se llaman viejas
teorías “arrinconadas”, que, en el último siglo, se siguieron unas a otras con
tanta rapidez.
Se dijo entonces que esto era “una
contestación evasiva”. se argüía que semejante falta de respeto a la Ciencia
oficial debe justificarse substituyendo la especulación ortodoxa por otra
teoría más completa y más sólidamente fundada. A esto sólo hay una
contestación: Es inútil dar teorías aisladas respecto de materias que se hallan
comprendidas en un sistema consecutivo completo; pues al ser separadas del cuerpo
principal de enseñanza, perderían necesariamente su coherencia vital, y nada
bueno resultaría de su estudio independiente. Para que sea posible apreciar y
aceptar las ideas ocultas sobre la Teoría Nebular, hay que estudiar todo el
sistema cosmogónico esotérico. Y no ha llegado aún el tiempo en que se pueda
pedir a los astrónomos que acepten a Fohat y a los Constructores Divinos. Hasta
las suposiciones innegablemente correctas de Sir William Herschel, que nada
tenían de “sobrenatural” en sí en cuanto a llamar al Sol “un globo de fuego”,
quizás metafóricamente, y sus primeras especulaciones sobre la naturaleza de lo
que ahora se llama la Teoría de la Hoja de Sauce de Nasmyth, sólo dio por
resultado que el más eminente de todos los astrónomos fuese ridiculizado por
sus colegas mucho menos notorios, que veían y ven hoy en sus ideas “teorías
puramente imaginarias y caprichosas”. Antes que se pudiera revelar a los
astrónomos todo el Sistema Esotérico, y que pudiesen apreciarlo, tendrían estos
primero que volver, no sólo a las “ideas anticuadas” de Herschel, sino también
a los sueños de los más antiguos astrónomos indos, abandonando así sus propias
teorías, que no son menos “caprichosas” por haber aparecido ochenta años
después que las primeras y varios miles de años más tarde que las segundas.
Principalmente tendrían que repudiar sus ideas sobre la solidez e
incandescencia del Sol; pues si bien es innegable que el Sol “resplandece”, no
por eso “arde”. Por otro lado, los ocultistas declaran respecto a las “hojas de
sauce” que esos “objetos” -como los llama Sir William Herschel- son las fuentes inmediatas del calor y de la
luz solar. Y aun cuando la Enseñanza Esotérica no considera a éstas como él lo
hizo -esto es, como “organismos” de la naturaleza de la vida, pues los “Seres”
Solares no se ponen ciertamente dentro del foco telescópico-, sin embargo,
asegura que todo el Universo está lleno de tales “organismos” conscientes y
activos, con arreglo a la proximidad o distancia de sus planos a nuestro plano
de conciencia; y finalmente, que el gran astrónomo tenía razón cuando
especulaba sobre los supuestos “organismos”, diciendo que “no sabemos que la
acción vital sea incompetente para desarrollar a la vez el calor, la luz y la
electricidad”.
Pues los ocultistas, a riesgo de que se rían de ellos todos los
físicos del mundo, sostienen que todas las “Fuerzas” de los científicos tienen
su origen en el Principio Vital, la Vida Una colectiva de nuestro Sistema Solar
-siendo esa “Vida” una parte, o más bien, uno de los aspectos de la VIDA Una Universal.
Por tanto, nosotros podemos -como en
el artículo en cuestión, en donde, bajo la autoridad de los Adeptos, se
sostenía que “es suficiente hacer un resumen de lo que ignoran los físicos
acerca del Sol”- podemos, repito, definir nuestra posición respecto a la Teoría
Nebular moderna y sus evidentes errores con sólo señalar hechos diametralmente
opuestos a la misma en su forma presente. Y para principiar preguntamos: ¿qué
es lo que enseña?
Resumiendo las hipótesis
mencionadas, se hace evidente que la teoría de Laplace, ahora desfigurada
además por completo, no fue afortunada. En primer lugar, presupone él a la
Materia Cósmica existiendo en un estado de nebulosidad difusa, “tan sutil, que
su presencia pudiera apenas haber sido sospechada”. No intentó él penetrar en
el Arcano del Ser, excepto en lo que se refiere a la inmediata evolución de
nuestro pequeño sistema Solar.
Por consiguiente, ya se acepte o se
rechace su teoría en lo que concierne a los problemas cosmológicos inmediatos
presentados para solución, no puede decirse otra cosa sino que ha hecho
retroceder el misterio algo más lejos. A las eternas preguntas: “¿De dónde
viene la Materia misma?; ¿de dónde el impulso evolutivo que determina sus
agregaciones y disoluciones cíclicas?; ¿de dónde la simetría y orden exquisitos
con que se agrupan y ordenan los mismos Átomos primordiales?”, no intenta
Laplace contestación alguna. Todo lo que nos presenta se reduce a un bosquejo
de los amplios principios probables en que se supone se basa el proceso actual.
Pero ¿qué nota es esa, tan celebrada ahora, sobre ese proceso? ¿Qué es lo que
ha expuesto tan maravillosamente nuevo y original para que su fundamento sirva
en todo caso de base para la Teoría Nebular moderna? He aquí lo que se puede sacar
de lo que dicen varias obras astonómicas.
Laplace pensaba que a consecuencia
de la condensación de los átomos de la nebulosa primitiva, y según la ley de la
gravedad, la masa entonces gaseosa o quizás parcialmente líquida adquiría un
movimiento de rotación. A medida que aumentaba la velocidad de este movimiento,
aquélla tomaba la forma de un disco delgado; por último, la fuerza centrífuga
dominando a la de cohesión hizo desprender grandes anillos de los bordes de las
vortiginosas masas incandescentes, y esos anillos se contrajeron necesariamente
por medio de la gravitación, convirtiéndose en cuerpos esféricos (según se ha
admitido), los que por necesidad conservarían la órbita previamente ocupada por
la zona externa de que se habían separado. La velocidad del borde externo
de cada planeta naciente, dice, al exceder la del interno, daba por resultado
una rotación sobre su eje. Los cuerpos más densos se desprendían los últimos; y
finalmente, durante el estado preliminar de su formación, los orbes nuevamente
segregados desprendían a su vez uno o más satélites. Al formular la historia de
la ruptura de los anillos y de su formación en planetas, dice Laplace:
Casi siempre cada uno de estos
anillos de vapores ha debido dividirse en masas numerosas, las que, moviéndose
con una velocidad casi uniforme, han debido circular a la misma distancia
alrededor del Sol. Estas masas han debido tomar una forma esférica con un
movimiento de rotación en la misma dirección que su revolución, puesto que las
moléculas internas (las más próximas al Sol), deberían tener menos velocidad
real que las exteriores. Ellas han debido formar entonces otros tantos planetas
en estado de vapor. Pero si uno de ellos fue suficientemente poderoso para unir
sucesivamente por su atracción a todos los demás alrededor de su centro, el
anillo de vapores ha debido transformarse de este modo en una sola masa
esférica de vapores circulando alrededor del Sol, con un movimiento de rotación
en la misma dirección que su revolución. Este último caso ha sido el más común,
pero el sistema solar nos presenta el primero, en los cuatro pequeños planetas
que se mueven entre Júpiter y Marte.
A la vez que habrá pocos que niegan
la “magnífica audacia de esta hipótesis”, es imposible no reconocer las
dificultades insuperables que la rodean. ¿Por qué, por ejemplo, encontramos que
los satélites de Neptuno y Urano desarrollan un movimiento retrógrado? ¿Por qué
Venus, a pesar de su mayor proximidad al Sol, es menos denso que la Tierra?
¿Por qué también, estando Urano más distante, es más denso que Saturno? ¿Cómo
hay tanta variedad en la inclinación de los ejes y órbitas en la supuesta
progenie del orbe central? ¿Cómo se notan tan sorprendentes diferencias en el
tamaño de los Planetas? ¿Cómo los satélites de Júpiter son 228 veces más densos
que éste, y cómo, por último, permanecen todavía inexplicables los fenómenos de
los sistemas de los meteoros y cometas? Citemos las palabras de un Maestro:
Ellos
(los Adeptos) encuentran que la
teoría centrífuga de origen occidental es incapaz de abarcar todos los
problemas. Que, por sí sola, no puede ni explicar el aplanamiento de cada
esferoide, ni resolver las evidentes dificultades que presenta la densidad
relativa de algunos planetas. En efecto, ¿cómo puede ningún cálculo de fuerza
centrífuga explicarnos, por ejemplo, por qué Mercurio, cuya rotación, según se
nos dice, es sólo “aproximadamente un tercio de la de la Tierra, y su densidad
sólo sobre una cuarta parte mayor”, tiene una compresión polar más de diez
veces mayor que aquélla? ¿Por qué también Júpiter, cuya rotación ecuatorial se
dice que es “veintisiete veces mayor que la de la Tierra, mientras que su
densidad es tan sólo una quinta parte de
la de ésta”, ha de tener su compresión polar diecisiete veces mayor? O ¿por qué
Saturno, con una velocidad ecuatorial, como fuerza centrífuga con que luchar,
cincuenta y cinco veces mayor que la de Mercurio, tiene su depresión polar sólo
tres veces mayor que la de éste? Para coronar las anteriores contradicciones,
se nos dice que creamos en las Fuerzas Centrales, según la ciencia moderna las
enseña, aun cuando se declara que la materia ecuatorial del Sol, con una
velocidad centrífuga cuatro veces mayor que la de la superficie ecuatorial de la Tierra, y sólo
con la cuarta parte de la gravitación de la materia ecuatorial, no ha
manifestado tendencia alguna o aglomerarse en el ecuador solar, ni ha mostrado
el menor aplanamiento en los polos del eje solar. Más claro: ¡el Sol, con sólo
una cuarta parte de la densidad terrestre que oponer a los efectos de la fuerza
centrífuga, no tiene depresión polar alguna! Esta objeción la vemos hecha por
más de un astrónomo, y sin embargo no ha sido nunca explicada
satisfactoriamente, al menos que los “Adeptos” sepan.
He
aquí por qué ellos dicen (los Adeptos) que no sabiendo los grandes hombres
científicos de Occidente... nada o casi nada de la materia cometaria, ni de las
fuerzas centrífuga y centrípeta, ni de la naturaleza de las nebulosas, ni de la
constitución física del Sol, de las Estrellas, ni tan siquiera de la Luna,
cometen una imprudencia al hablar tan confiadamente como lo hacen de “la masa
central del Sol”, lanzando al espacio planetas, cometas y qué sé yo qué más...
Sostenemos que lo que él (el Sol)
despide de sí es sólo el principio de vida, el Alma de estos cuerpos, dándolo y
recogiéndolo en nuestro pequeño Sistema Solar, como el “dador Universal de
Vida...”, en la Infinitud y la Eternidad; que el Sistema Solar es el Microcosmo
del Macrocosmo Uno, de la misma manera que es el hombre lo primero con relación
a su pequeño Cosmos Solar .
El poder esencial de todos los Elementos cósmicos y
terrestres para generar dentro de sí mismos una serie de resultados regular y
armónica, un encadenamiento de causas y efectos, es una prueba irrefutable de
que o bien se hallan animados por una Inteligencia
ab extra o abs intra, o la ocultan dentro o detrás del “velo manifestado”.
El Ocultismo no niega la certeza del origen mecánico del Universo; sólo
sostiene la necesidad absoluta de mecánicos de alguna clase detrás o dentro de
aquellos Elementos; un dogma entre nosotros. No es la asistencia fortuita de
los Átomos de Lucrecio, como él bien sabía, lo que construyó el Kosmos y todo
lo que hay en él. La Naturaleza misma contradice semejante teoría. Al Espacio
Celeste, conteniendo una Materia tan atenuada como el Éter, no puede pedírsele,
con atracción o sin ella, que explique el movimiento común de las huestes
siderales. Aun cuando el acorde perfecto de su inter-revolución indica
claramente la presencia de una causa mecánica en la Naturaleza, Newton, que
tenía más derecho que ninguno a fiarse de sus deducciones, se vio, sin embargo,
obligado a abandonar la idea de llegar a explicar el impulso original dado a
los millones de orbes, sólo por medio de las leyes de la Naturaleza conocida y sus Fuerzas materiales.
Reconocía él por completo los límites que separan a la acción de las Fuerzas
naturales de la de las Inteligencias
que ponen en orden y en acción a las leyes inmutables. Y si un Newton tuvo que
renunciar a semejante esperanza, ¿cuál de los pigmeos materialistas tiene
derecho a decir: “Yo sé más”?
Para que una teoría cosmogónica
pueda ser completa y comprensible tiene que partir de una Substancia Primordial
difundida en todo el Espacio sin límites, de
naturaleza intelectual y divina. Esta Substancia debe ser el Alma y el
Espíritu, la Síntesis y Séptimo Principio del Kosmos manifestado; y, para
servir de Upâdhi espiritual a éste, debe existir el sexto, su vehículo, la
Materia Física Primordial, por decirlo así, aunque su naturaleza tenga que
escapar por siempre a nuestros sentidos normales
limitados. Es fácil para un astrónomo, si está dotado de facultad
imaginativa, idear una teoría sobre la emergencia del Universo fuera del Caos,
con sólo aplicar a ello los principios de la mecánica. Pero semejante Universo
resultará siempre un monstruo de Frankenstein respecto de su creador científico
humano; él le conducirá a perplejidades sin fin. La sola aplicación de las
leyes mecánicas no puede llevar al especulador más allá del mundo objetivo; ni
descubrirá a los hombres el origen y destino final del Kosmos. A esto ha
conducido la Teoría Nebular a la Ciencia. De hecho, y en verdad, esta Teoría es
la hermana gemela de la del Éter, y ambas son hijas de la necesidad: la una es
tan indispensable para explicar la transmisión de la luz, como la otra para
demostrar el origen de los Sistemas Solares. La cuestión para la Ciencia es
cómo la misma materia homogénea pudo, obedeciendo a las leyes de Newton,
dar nacimiento a cuerpos -el Sol, los Planetas y sus satélites- sujetos a
condiciones de movimiento idéntico, y formados de semejantes elementos
heterogéneos.
¿Ha servido la Teoría Nebular para
resolver el problema, aun cuando se haya aplicado tan sólo a cuerpos
considerados como inanimados y materiales? Decididamente no. ¿Qué progresos ha
hecho desde 1811, cuando la comunicación de Sir William Herschel, con sus
hechos basados en la observación, mostrando la existencia de la materia
nebular, hizo prorrumpir en “exclamaciones de gozo” a los hijos de la Real
Sociedad? Desde entonces hasta ahora, un descubrimiento aún mayor, por medio
del análisis espectral, ha permitido la verificación y corroboración de la
conjetura de Sir William Herschel. Laplace pedía una especie de “Material de mundos”
primitivo, para probar la idea de la progresiva evolución.
El “material de mundos”, llamado
ahora nebulosa, fue conocido desde la más remota antigüedad. Anaxágoras
enseñaba que, en la diferenciación, la mixtura resultante de las substancias
heterogéneas permaneció inmóvil y sin organizar, hasta que finalmente la
“Mente” -la corporación colectiva de los Dhyân Chohans, decimos nosotros-
empezó a trabajar sobre ellas, y les comunicó movimiento y orden . Esta
teoría es ahora aceptada en lo que concierne a su primera parte; siendo
rechazada la otra, la de una “Mente” que interviene. El análisis espectral
revela la existencia de nebulosas formadas enteramente de gases y vapores
luminosos. ¿Es ésta la Materia nebular primitiva? El espectro revela -se dice-
las condiciones físicas de la Materia que emite la luz cósmica. Los espectros
de las nebulosas solubles e insolubles, se ha demostrado que son completamente
diferentes, mostrando el espectro de estas últimas que su estado físico es el
del gas o vapor luminoso. Las líneas brillantes de una nebulosa revelan la
existencia del hidrógeno, y de otras substancias materiales conocidas y
desconocidas. Lo mismo sucede con las atmósferas del Sol y de las Estrellas.
Esto conduce a la inducción directa de que una Estrella se forma por la
condensación de una nebulosa; y por tanto que hasta los mismos metales se han
formado sobre la tierra por la condensación del hidrógeno o de alguna otra
materia primitiva, quizás algún pariente ancestral del helium o algún material aún desconocido. Esto no choca con las Enseñanzas Ocultas. Y éste es el problema que
la Química está tratando de resolver; y tarde o temprano debe lograrlo,
aceptando, nolens volens, cuando esto ocurra, la Enseñanza
Esotérica. Pero cuando esto suceda, ella destruirá la teoría Nebular tal como
ahora se sostiene.
Mientras tanto la Astronomía no
puede aceptar en modo alguno, si ha de considerarse como una ciencia exacta, la
presente teoría de la filiación de las Estrellas -aun cuando el Ocultismo lo
haga a su modo, puesto que explica de distinta manera esta filiación-, porque
la Astronomía no tiene un solo dato
físico para demostrarlo. La Astronomía podría anticiparse a la Química en
probar la existencia del hecho, si pudiese mostrar una nebulosa planetaria exhibiendo
un espectro de tres o cuatro líneas brillantes, condensándose y transformándose
gradualmente en una Estrella, con un espectro todo cubierto con un cierto
número de líneas obscuras. Pero:
La cuestión de la variedad de las
nebulosas, y hasta su forma misma, es todavía uno de los misterios de la
Astronomía. Los datos de observación que se poseen hasta ahora son de origen
demasiado reciente, demasiado incierto, para permitirnos afirmar nada.
Desde su descubrimiento, el poder
mágico del espectroscopio únicamente ha revelado a sus adeptos la sola
transformación de esta clase de una Estrella; y aun ésta demostró precisamente
lo contrario de lo que se necesitaba como prueba en favor de la Teoría Nebular;
pues reveló una Estrella que se
transformaba en una nebulosa planetaria. Según relató The Observatory, la Estrella temporaria descubierta por J. F.
J. Schmidt en la constelación del Cisne en noviembre de 1876, exhibía un
espectro interrumpido por líneas muy brillantes. Gradualmente desaparecieron el
espectro continuo y la mayor parte de las líneas, quedando por último una sola
línea brillante, que parecía coincidir con la línea verde de la nebulosa.
Aun cuando esta metamorfosis no es
irreconciliable con la hipótesis del origen nebular de las Estrellas, sin
embargo, este solo caso solitario no reposa sobre observación alguna, y mucho
menos sobre observación directa. El suceso puede haber sido debido a varias
otras causas. Puesto que los astrónomos se inclinan a creer que nuestros
Planetas tienden a precipitarse hacia el Sol, ¿por qué no habría podido aquella
Estrella haber resplandecido a causa de una colisión con tales Planetas
precipitados, o como muchos indican, por el choque de un cometa? Sea de ello lo
que quiera, el único ejemplo conocido de transformación de estrella desde 1811,
no es favorable a la Teoría Nebular. Además, sobre la cuestión de esta teoría,
así como sobre todas las demás, los astrónomos disienten.
En nuestro propio siglo, y antes que
Laplace pensase siquiera en ello, Buffon, muy extrañado de la identidad del
movimiento de los Planetas, fue el primero en proponer la hipótesis de que los
Planetas y sus satélites habían tenido origen en el seno del Sol. Seguidamente
inventó, con este objeto, un Cometa especial, el que supuso haber arrancado,
por un poderoso soplo oblicuo, la cantidad de materia necesaria para la
formación de aquéllos. Laplace da su merecido al “Cometa” en su Exposition du Système du Monde.
Pero la idea fue cogida y hasta perfeccionada con un concepto de la evolución
alternada, desde la masa central del Sol, de Planetas aparentemente sin peso o influencia sobre el movimiento de los
Planetas visibles - y evidentemente sin más existencia que la de la imagen de
Moisés en la Luna.
Pero la teoría moderna es también
una variación de los sistemas elaborados por Kant y Laplace. La idea de ambos
era que, en el origen de las cosas, toda esa Materia que ahora entra en la
composición de los cuerpos planetarios, se hallaba esparcida en todo el espacio
comprendido en el Sistema Solar - y aun más allá. Era una nebulosa de densidad
extremadamente pequeña, y su condensación gradualmente dio lugar al nacimiento
de los varios cuerpos de nuestro Sistema, por un mecanismo que no ha sido nunca
explicado hasta ahora. Ésta es la Teoría Nebular original, repetición incompleta, aunque fiel de las
enseñanzas de la Doctrina Secreta: un corto capítulo del gran volumen de la
Cosmogonía Esotérica universal. Y ambos sistemas, el de Kant y el de Laplace,
difieren grandemente de la teoría moderna, que abunda en sub-teorías contradictorias y en hipótesis caprichosas.
Los Maestros dicen:
La
esencia de la materia cometaria (y la de que se componen las Estrellas)... es completamente diferente de
cualquiera de los caracteres químicos y físicos con que están familiarizados
los más grandes químicos y físicos de la tierra... Mientras el espectroscopio
ha mostrado la semejanza probable (debida a la acción química de la luz
terrestre sobre los rayos interceptados) de
la substancia sideral y terrestre, no han podido descubrirse las acciones
químicas peculiares a los orbes del espacio diversamente evolucionados, ni ha
podido probarse su identidad con las observadas en nuestro propio planeta.
Mr. Crookes dice casi lo mismo en el fragmento citado
de su conferencia, Elements and
Meta-Elements. C. Wolf, miembro del Instituto, astrónomo del Observatorio
de París, observa:
A lo sumo la hipótesis nebular sólo
puede mostrar en su favor, como dice W. Herschel, la existencia de nebulosas
planetarias en varios grados de condensación, y de nebulosas espirales con
núcleos de condensación sobre las ramas y centro. Pero, de hecho, el
conocimiento del lazo que une a las nebulosas con las estrellas no está todavía
a nuestro alcance; y careciendo como carecemos de observaciones directas, ni
siquiera podemos establecerlos sobre la analogía de composición química.
Aun cuando los hombres de ciencia
admitiesen como los antiguos -dejando a un lado la dificultad que se origina de
tal innegable variedad y heterogeneidad de materia en la constitución de las
nebulosas- que el origen de todos los cuerpos celestes visibles e invisibles
debe buscarse en una materia primordial homogénea en una especie de Pre-Protilo, es evidente que esto
no pondría fin a sus perplejidades. A menos que admitan también que nuestro
Universo visible actual es tan sólo el Sthûla Sharîra, el cuerpo grosero del
séptuple Kosmos, ellos se verán frente a otro problema; especialmente si se
aventuran a sostener que sus cuerpos, ahora visibles, son el resultado de la
condensación de aquella Materia Primordial única. Pues la mera observación
muestra que las operaciones que produjeron el Universo actual son mucho más
complejas que todo lo que esta teoría pudiera nunca abarcar.
En primer término, hay dos clases
distintas de nebulosas “insolubles”, como la Ciencia misma lo enseña.
El telescopio no puede distinguir
entre estas dos clases, pero sí el espectroscopio, y marca una diferencia
esencial entre sus constituciones físicas.
Esta cuestión de la solubilidad de
las nebulosas se ha presentado a menudo de una manera demasiado afirmativa y
enteramente contraria a las ideas expresadas por Mr. Huggins, el ilustre
experimentador del espectro de estas constelaciones. Toda Nebulosa cuyo
espectro sólo contiene líneas brillantes, se dice que es gaseosa, y por tanto
insoluble; toda nebulosa con un espectro continuo tiene que terminar por
resolverse en estrellas, con un instrumento de suficiente poder. Esta
suposición es a la vez contraria a los resultados obtenidos, y a la teoría
espectroscópica. La nebulosa “Lyra”, la nebulosa “Halterio” y la región central
de la nebulosa de Orión aparecen solubles y muestran un espectro de líneas
brillantes; la nebulosa de Canes Venatici no es soluble, y da un espectro continuo.
Pues aunque, en efecto, el espectroscopio nos dice el estado físico de la
materia constituyente de las estrellas, no nos da noción alguna de sus modos de
agregación. Una nebulosa formada de globos gaseosos (o hasta de núcleos,
débilmente luminosos, rodeados de una atmósfera poderosa) daría un espectro de
líneas y sería, sin embargo, soluble; tal parece ser el estado de la región de
Huggins en la nebulosa de Orión. Una nebulosa formada de partículas sólidas o
fluídicas en estado incandescente, una verdadera nube, dará un espectro
continuo y será insoluble.
Algunas de estas nebulosas, nos dice
Wolf que:
Tienen un espectro de tres o cuatro
líneas brillantes, otras un espectro continuo. Las primeras son gaseosas, las
otras están formadas por una materia pulverulenta. Las primeras deben
constituir una verdadera atmósfera; entre éstas debe clasificarse a la nebulosa
solar de Laplace. Las últimas forman un conjunto de partículas que pueden
considerarse como independientes, y cuya rotación obedece a las leyes de la
gravitación interna: tales son las nebulosas adoptadas por Kant y Faye. La
observación nos permite colocar tanto a la una como a la otra en el origen
mismo del mundo planetario. Pero cuando tratamos de ir más allá y ascender al
caos primitivo que ha producido la totalidad de los cuerpos celestes, tenemos
primeramente que darnos cuenta de la existencia real de estas dos clases de
nebulosas. Si el caos primitivo fuera un gas frío luminoso, se
comprendería cómo la contracción resultante de la atracción pudo haberlo
calentado y hecho luminoso. Tenemos que explicar la condensación de este gas al
estado de partículas incandescentes, cuya presencia se nos revela en ciertas
nebulosas por el espectroscopio. Si el caos original estaba compuesto de semejantes
partículas, ¿cómo ciertas de sus porciones pasaron al estado gaseoso, mientras
otras han conservado su condición primitiva?
Tal es la sinopsis de las objeciones
y dificultades que se presentan para la aceptación de la Teoría Nebular,
presentadas por el savant francés,
quien concluye este interesante argumento declarando que:
La primera parte del problema
cosmogónico, a saber: ¿cuál es la materia primitiva del caos y cómo produjo
esta materia al Sol y a las estrellas?, permanece de este modo hasta el
presente en el dominio de la novela y de la mera imaginación.
Si ésta es la última palabra de la
Ciencia sobre el asunto, ¿adónde debemos dirigirnos para aprender lo que se
supone enseña la Teoría Nebular? ¿Qué es en realidad esta teoría? Lo que es,
nadie parece seguro de saberlo. Lo que no es, nos lo enseña el erudito autor
del World-Life. Él nos dice que:
I.
No es una teoría de la evolución del Universo. Es principalmente una
explicación genética de los fenómenos del sistema solar, y accesoriamente una
coordinación en un concepto común de los principales fenómenos del firmamento
estelar y nebular, tan lejos como la visión humana ha podido penetrar.
II. No considera a los Cometas como
contenidos en esa evolución particular que ha producido el Sistema Solar. (La
Doctrina Secreta sí los incluye, porque ella también “reconoce a los Cometas
como formas de existencia cósmica, relacionada con estados más primitivos de la
evolución nebular”: y en realidad, les
asigna principalmente la formación de todos los mundos).
III.
No niega un período anterior a la
niebla de fuego luminoso -(la etapa secundaria de evolución en la Doctrina
Secreta) (y)... no afirma haber llegado a un principio absoluto. (Y hasta hace
la concesión de que esta) niebla de fuego puede haber existido anteriormente en
una condición invisible, fría y no luminosa.
IV. (Y por último), no pretende descubrir el ORIGEN de las cosas, sino sólo una etapa en la
historia material ... (dejando) al filósofo y al teólogo tan libres como
siempre lo fueron para buscar el origen de los modos del ser.
Pero no es esto todo. Hasta el mayor
filósofo de Inglaterra, Mr. Herbert Spencer, arremete contra esta fantástica
teoría diciendo: a) “Que no resuelve el problema de la existencia”; b) Que la
hipótesis nebular “no arroja luz alguna sobre el origen de la materia difusa”;
y c) Que “la hipótesis nebular (tal como ahora se presenta) implica una Causa
Primera”.
Nos tememos que esto último resulte
algo más de lo que nuestros físicos modernos han pedido. De modo que parece que
la pobre “hipótesis” apenas puede esperar apoyo o corroboración ni tan siquiera
entre los metafísicos.
Considerando todo esto, los
ocultistas creen que tienen derecho a presentar su filosofía, por más que no se
la comprenda y se la rechace en el presente. Y sostienen que este fracaso de
los hombres de ciencia en descubrir la verdad es debido por completo a su
materialismo y a su desdén de las ciencias trascendentales. Sin embargo, aun
cuando las mentes científicas de nuestro siglo estén tan lejos como siempre de
la verdadera y exacta doctrina de la Evolución, puede haber todavía una
esperanza para el porvenir; pues ahora mismo vemos que otro sabio nos da una
ligera vislumbre de ella.
En un artículo de la Popular Science Review sobre
“Investigaciones Recientes en el Detalle de la Vida”, dice Mr. H. J. Slack, F.
C. S., Secretario R. M. S.:
Es evidente que todas las ciencias,
desde la física a la química y a la fisiología, convergen hacia alguna doctrina
de evolución y de desarrollo, de que formarán parte los hechos del Darwinismo;
pero no se puede formar ahora una idea del último aspecto que asumirá esta
doctrina, y quizás no llegará a formularse por la mente humana hasta tanto las
investigaciones metafísicas como las físicas hayan avanzado mucho más.
Ésta es una agradable profecía, en efecto. Puede, pues, llegar el día en que la “Selección Natural”, según la enseñaron Mr. Darwin y Mr. Herbert Spencer, en su última modificación, forme sólo una parte de nuestra doctrina oriental de Evolución, que será la de Manu y Kapila explicada Esotéricamente.
H.P. Blavatsky D.S TII
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