miércoles, 19 de septiembre de 2018

LA PRUEBA DEL INICIADO-SOL


Comenzaremos por los antiguos misterios que los primitivos arios recibieron de los atlantes. El estado mental e intelectual de los arios, lo ha descrito Max Müller magistralmente, aunque de un modo incompleto:
            
El Rig Veda nos ofrece un período de la vida intelectual del hombre, sin semejante en inguna otra parte del mundo. En sus himnos vemos cómo el hombre inquiere los enigmas de esta vida... Invoca a los dioses, les ruega, los adora. Mas a pesar de todos estos dioses... que en su torno mira el primitivo poeta, parece que no sabe reposar dentro de sí mismo. Ha descubierto en su propio pecho una fuerza que nunca jamás está muda cuando él ruega, ni nunca ausente cuando teme y tiembla. Esta fuerza parece inspirar sus plegarias, y sin embargo, las escucha; parece vivir en él, y no obstante, le sostiene y rodea. Para esta misteriosa fuerza sólo halla apropiado el nombre de “Brahman”; porque la palabra brahman significa etimológicamente fuerza, voluntad, anhelo y potencia creadora. Pero tan pronto como se le da nombre a este impersonal Brahman, surge en él algo maravillosamente divino y acaba por ser uno de los varios dioses, un dios de la gran trinidad adorada hasta nuestros días. A pesar de ello, no tiene nombre el pensamiento subyacente en su interior, la fuerza con él mismo identificada que sostiene cielos y dioses y todo ser animado que ante su mente flota concebido, aunque no manifestado. Por fin el poeta le llama Âtman, porque la palabra âtman, que significa etimológicamente aliento o espíritu, llega a tener el significado de Yo, sea divino, sea humano, bien creador o sufriente, ora uno ora todo, pero siempre el Yo, el Ser independiente y libre. “¿Quién ha visto el primer nacido?” –dice el poeta-. “¿Cuándo el que no tenía huesos (entiéndase forma) produjo al que los tuvo? ¿Dónde estaba la vida, la sangre, el Yo del mundo? ¿Quién fue a preguntar si alguien lo conocía?”. Una vez expresada esta idea del Yo divino, todo debe reconocerle supremacía. "“l Yo es señor y rey de todas las cosas; pues todas están contenidas en el Yo, como todos los radios de una rueda están contenidos en el cubo y la llanta. Todos los yoes están contenidos en este Yo.
            
Este Yo supremo, único y universal, fue simbolizado en el plano físico por el Sol, cuyo vivificante resplandor, es emblema a su vez del alma que mata las pasiones carnales que son siempre un obstáculo para la reunión del Yo individual (el espíritu), con el Yo Todo. De aquí el misterio alegórico, que sólo podemos describir en bosquejo y que establecieron los “Hijos de la Luz y de la Neblina ígnea”. El segundo Sol (la segunda hipóstasis del Rabino Drach) aparecía puesto a prueba por el hierofante, Vishvakarman, que le cortaba siete de sus rayos y los reemplazaba con una corona de espinas, cuando el “Sol”, despojado de sus rayos, se transformaba en Vikartana. Después de esto, el Sol, cuyo papel representaba un neófito dispuesto a la iniciación, era obligado a descender al Pâtâla o regiones inferiores, para sufrir la prueba de Tántalo; y triunfante de ella, resurgía de esta región de iniquidad y vicio, conviertiéndose de nuevo en Karmasâkshin, o testigo del karma de los hombres; y ascendía de nuevo con toda la gloria de su regeneración, como Graha-Rajâh, el Rey de las Constelaciones, en uyo papel se le llamaba Gabhastiman, o sea “el que ha recuperado sus rayos”.
            
Esta “fábula” del popular panteón indo, nacida del poético misticismo del Rig Veda (la mayor parte de cuyas sentencias se dramatizaban en los misterios), se extendió en el curso de su exotérica evolución en las subsiguientes alegorías. Todavía la hallamos en varios Purânas y otras Escrituras. En los himnos del Rig Veda, el misterioso dios Vishvakarman, es el Logos, el Demiurgos, uno de los dioses mayores y el dios supremo, según cantan dos himnos. Es el Omnieficiente (que tal significa Vishvakarman), y se le llama “Gran Arquitecto del Universo”, el “Dios-Padre, Generador y Dispensador que da nombre a los dioses y está más allá de la comprensión de los mortales”. Esotéricamente personifica la manifestación de la potencia creadora; y místicamente representa el séptimo principio del hombre considerado en general. Porque es el hijo de Bhûvana, la luminosa esencia, creada por sí misma; y de la virtuosa, casta y amable Yoga-Siddhâ, la diosa virginal, cuyo nombre dice quién es, puesto que personifica el poder del Yoga, la “casta madre” engendradora de adeptos. 
En los himnos rigvédicos, Vishvakarman cumple “el sacrificio supremo”, es decir, se sacrifica por la salvación del mundo; o como dice el Nirukta, traducido por los orientalistas:
            
Primeramente ofreció Vishvakarman el mundo entero en saccrificio, y después se sacrificó él mismo.
            
En las representaciones místicas de su nombre, se le suele dar a Vishvakarman el nombre de Vithoba, y se le pinta como la “Víctima”, el “Hombre-Dios” o el Avatâra crucificado en el espacio.
             
[Por supuesto que nada podemos publicar acerca de los verdaderos misterios y de las reales iniciaciones; porque sólo deben conocerlos quienes sean capaces de pasar por ellas. Pero sí podemos decir algo de las grandes ceremonias antiguas que el público tomaba por verdaderos misterios, y en que se iniciaba a los candidatos con mucho ceremonial, y despliegue de artes ocultas. Tras esto, en la oscuridad y silencio estaban los verdaderos misterios como siempre existieron y existen. En Egipto (como en Caldea, y más tarde en Grecia), se celebraban los misterios en épocas fijas; y el primer día de la celebración era una festividad pública, para acompañar pomposamente a los candidatos hasta la gran Pirámide, en donde quedaban ocultos a la vista del Público. El segundo día se dedicaba a las ceremonias de purificación, después de las cuales se presentaba el candidato vestido de blanco. El tercer día] se examinaba al candidato para probar su suficiencia en conocimientos ocultos. El cuarto día, tras otra ceremonia simbólica de purificación, se le sometía a varias pruebas, y por último quedaba en provocado letargo durante dos días con sus noches, en una cripta subterránea y en plena oscuridad. En Egipto colocaban al aletargado neófito en un sarcófago vacío de la Pirámide, y allí se celebraban los ritos de la iniciación. En la India y en el Asia central se le ataba a un torno, hasta que el cuerpo entraba en letargo, y entonces, muerto en apariencia, se le conducía a la cripta, en donde el hierofante “guiaba al alma aparicional (cuerpo astral) de este mundo de samsâra (ilusión) a los reinos inferiores, de los cuales, en caso de vencer, tenía el derecho de sacar siete almas en pena (elementarios). Revestido de su ânandamayakosha o cuerpo de bienaventuranza, el srotâpanna quedaba allí donde no debemos seguirle, y al volver recibía la Palabra, con la “sangre del corazón” del hierofante o sin ella.
            
Pero a decir verdad, el iniciado no mataba al iniciador ni en la India ni en país alguno (pues la muerte era simulada); a menos que el iniciador hubiera escogido por sucesor al iniciado y hubiese decidido comunicarle la suprema PALABRA que sólo podía conocer un solo hombre en cada nación, por lo cual tenía que morir. Muchos grandes iniciados desaparecieron del mundo después de transmitir a su sucesor la suprema PALABRA.
            
Así desapareció misteriosamente de la vista del pueblo israelita en la cumbre del monte Pisgah (Nebo, que significa sabiduría oracular) el profeta Moisés después de colocar sus manos sobre Josué, que de este modo llegó a estar “lleno del espíritu de Sabiduría”, es decir, iniciado.
            
Pero murió; no le mataron. Porque matarle hubiera sido un acto de magia negra, no divina. Se trata de la transfusión de la luz, más bien que de la transmisión de la vida; es la transfusión de vida espiritual y divina, la efusión de Sabiduría y no de sangre. Pero los profanos inventores de la teología cristiana tomaron al pie de la letra el lenguaje alegórico; y definieron un dogma cuya cruda y errónea expresión, repugna al espiritualismo “pagano”.
            
Todos los hierofantes e iniciados eran representaciones del Sol y del principio creador (la potencia espiritual), como lo fueron Vishvakarman y Vikartana, desde el origen de los misterios. Ragon, el masón famoso, da curiosos pormenores acerca de los ritos solares. Él indica que el Hiram bíblico, el gran héroe de la masonería (el “hijo de la viuda”), está tomado de Osiris, y es el dios del Sol, el inventor de las artes, “el arquitecto”, pues el nombre de Hiram significa el elevado, y este título se le daba al sol. Saben muy bien los ocultistas cuán estrechamente relaciona el libro de los Reyes con Osiris y las Pirámides lo referente a Salomón y el templo de Jerusalén; así como que todo el rito de la iniciación masónica deriva de la bíblica alegoría de la construcción del templo salomónico, por más que los masones olviden, o tal vez ignoren, que el relato bíblico está calcado en simbolismo egipcios, y más remotos todavía. Ragon lo explica diciendo que los tres compañeros de Hiram, los tres “asesinos”, simbolizan los tres últimos meses del año; y que Hiram simboliza el Sol desde el solsticio de verano, cuando empieza a decrecer, por lo cual el rito constituye una alegoría astronómica.
            
Durante el solsticio estival, provoca el Sol cánticos de gratitud de todo cuanto respira. De aquí que Hiram, su símbolo, comunique la sagrada palabra, es decir, la vida, a quienes tienen derecho de recibirla. Cuando el Sol desciende a los signos inferiores, la Naturaleza entera enmudece, e Hiram no puede comunicar la Palabra sagrada a sus compañeros que simbolizan los tres últimos meses inertes del año. El primer compañero hiere levemente a Hiram con una regla de veinticuatro pulgadas de longitud, símbolo de las veinticuatro horas del día, es decir, la revolución diurna o primera división del tiempo que, después de la exaltación del potente astro, atenta débilmente contra su existencia, asestándole el primer golpe. El segundo compañero hiere a Hiram con una escuadra de hierro, símbolo del invierno, figurado por la intersección de dos rectas que dividen el Zodíaco en cuatro partes iguales representativas, de las cuatro estaciones, cuyo centro simboliza el corazón de Hiram. Esta es la segunda distribución del tiempo que en esta época asesta más grave golpe a la existencia solar. El tercer compañero hiere a Hiram mortalmente golpeándole en la frente con su mallete, cuya forma cilíndrica simboliza el año, anillo o círculo. Es la tercera distribución del tiempo, cuyo cumplimiento asesta el postrer golpe a la existencia del Sol expirante. De esta interpretación se infiere que Hiram, el fundidor de metales, el héroe que en la nueva leyenda lleva el título de arquitecto, es Osiris, el Sol de la moderna iniciación; que Isis su viuda es la Logia, el emblema de la Tierra (loka o mundo, en sánscrito), y que Horus hijo de Osiris (o de la luz) y de la viuda es el libre masón, o sea el iniciado que habita en la logia terrestre: (el hijo de la Viuda y de la Luz).
            
Y aquí hemos de mencionar nuevamente a nuestros amigos los jesuitas, porque hechura suya es el rito referido. Diremos lo que han llevado a cabo en la ahora llamada francmasonería, para demostrar hasta qué punto han cegado los ojos de las gentes para que no vieran las verdades ocultas.
            
La masonería posee gran parte del simbolismo, fórmulas y ritos del ocultismo, transmitidos de generación en generación desde la época de las iniciaciones primievales. Los jesuitas, con intento de convertir la fraternidad masónica en inofensiva negación, introdujeron en la orden algunos de sus más astutos emisarios, quienes hicieron creer a los masones que el verdadero secreto se había perdido con Hiram-Abiff; y les indujeron a encasillar esta creencia en sus formularios. Después inventaron grados espaciosos pero espúreos, so pretexto de dar más viva luz sobre el perdido secreto, llevando allí al candidato y distrayéndole con formas copiadas de las cosas reales, pero sin substancia alguna, al intento de desorientar al neófito. Hombres que en otros aspectos eran hábiles y de buen sentido, cayeron en el engaño de empeñarse con grave, solemne y ardiente celo, en la niñería de descubrir “supuestos secretos” en vez de la realidad de las cosas.
            
En el artículo “Rosicrucianismo” de la utilísima y notable obra titulada Real Enciclopedia Masónica, verá quien lo leyere, cómo su autor, erudito y conspicuo masón, demuestra lo que los jesuitas han hecho para corromper la masonería. Hablando del período en que empezó a conocerse la existencia de esta misteriosa fraternidad (de la cual no pocos presumen saber mucho, y no saben nada) dice el autor:
            
En pasados tiempos estuvieron las grandes masas de la sociedad sobrecogidas por un terror de lo invisible no vencido todavía, según demuestran recientes sucesos y fenómenos. De aquí que los observadores de la Naturaleza y de la mente, quedaran forzosamente en oscuridad aún no por completo disipada... Los sueños cabalísticos de un Juan Reuchlin condujeron a la acalorada acción de un Lutero; y de los cachazudos trabajos de Trittenheim dimanó el moderno sistema de la escritura diplomática con clave y cifra... Es digno de nta que el siglo en que los rosacruces aparecieron por vez primera en público, se distinga en la historia como la época de más violentos esfuerzos para romper las trabas del pasado, [el Papado y el clericalismo]. De aquí la desesperada oposición del vencido clero papista y su animosidad virulenta contra todo lo misterioso y desconocido. A su vez ellos organizaron falsas asociaciones de rosacruces y masones, que recibieron el encargo de embaucar a los hermanos más ingenuos de la verdadera e invisible orden, y traicionar los secretos que inconsideradamente les revelaran. Los superiores de estas transitorias asociaciones se valieron de todos los amaños y astucias imaginables, en su lucha contra el progreso de la verdad y en defensa propia, a fin de comprometer a los afiliados por la persuasión, el interés o el terror, lisonjeándoles además con que el papa sería su maestro. Pero una vez convertidos a la fe nueva, se les trataba con desdén, dejándoles que se las compusieran como mejor pudiesen en la batalla de la vida, sin admitirles siquiera al conocimiento de esa miserable farsa que la fe romana se considera con derecho a sostener.
            
Pero si la masonería ha sido expoliada, nada es capaz de derrocar al verdadero e invisible rosicrucianismo ni a la iniciación oriental. Perdura el simbolismo de Vishvakarman y Sûrya Vikartana; mientras que Hiram-Abiff fue realmente muerto (y ahora volveremos a esta cuestión). Este rito astronómico es el más solemne de todos, como herencia de los misterios arcaicos que, a través de las edades, han llegado hasta nuestros días. Representa todo el drama del cielo de la vida en sucesivas encarnaciones, y los secretos psíquicos y fisiológicos, ignorados así por la iglesia como por la ciencia, aunque de este rito se derivan los más importantes misterios del cristianismo.

D.S TV


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