viernes, 5 de octubre de 2018

LAS ALMAS DE LAS ESTRELLAS

                                                            

                                                            HELIOLATRÍA  UNIVERSAL


Para demostrar que los antiguos nunca “confundieron las estrellas con dioses” o ángeles, ni el Sol con el supremo Dios, sino que adoraron sólo el Espíritu de todas las cosas y reverenciaron a los dioses menores que suponían existentes en el Sol y los planetas, conviene exponer la diferencia entre ambas clases de adoración. No hay que confundir a Saturno, “el padre de los dioses”, con el planeta del mismo nombre con sus ocho satélites y tres anillos. Ambos se han de separar en lo concerniente a la adoración, aunque, bajo cierto aspecto, sean idénticos, como lo son, en algún modo, el hombre físico y su alma. Esta distinción se ha de hacer mucho más cuidadosamente en el caso de los siete planetas y sus espíritus, pues la Doctrina Secreta les atribuye la formación del Universo. Análoga diferencia se ha de indicar también entre las estrellas de la Osa Mayor, las Riksha y las Chitra Shikhandin o “crestas brillantes”, y los rishis o sabios mortales que aparecieron en la tierra durante el Satya Yuga. Alguna razón debe de haber para que las opiniones y profecías de los videntes de toda época, incluso los bíblicos, estén tan íntimamente relacionadas con las verdades ocultas. No es necesario remontarse a lejanos períodos de “superstición y fantasías anticientíficas” para hallar en la edad moderna hombres eminentes que las comparten. Se sabe que el insigne astrónomo Kepler y otros muchos de su valía, creyeron en la influencia favorable de los cuerpos celestes en el destino de los individuos y de las naciones; así como que todos los astros, incluso la Tierra, estaban dotados de alma pensadora y viviente.
            

            
Sin embargo, la astrología está tildada de ciencia pecaminosa y juntamente con el ocultismo es anatematizada por las iglesias; pero dudoso es si de la mística “adoración de las estrellas” podemos reírnos hasta el punto que imaginan las gentes, o al menos los cristianos. Las huestes de ángeles, querubines y arcángeles planetarios son idénticas a los dioses menores del paganismo. Respecto de los “dioses mayores”, conviene advertir que si en opinión de los mismos adversarios de la astrología pagana, Marte sencillamente personificaba para ellos la fuerza de la única Divinidad impersonal, Mercurio la omnisciencia, Júpiter la omnipotencia, etc., resulta que la llamada “superstición” de los paganos ha llegado a ser la “religión” popular de los países civilizados. Porque tendremos tan sólo un cambio de nombres sin alteración de los caracteres esenciales, si a Marte le llamamos Miguel o fuerza de Dios; a Mercurio, Gabriel u omnisciencia y fortaleza del Señor; a Rafael, salutífero poder de Dios; y por último, si consideramos a Jehovah como síntesis de los siete Elohim, el centro eterno de todos estos atributos y fuerzas, el Alei de los Aleimes, el Adonai de los Adonim. La tiara del dalai-lama tiene siete cercos en honor de los siete principales Dhyâni-buddhas. En el ritual fúnebre de los egipcios, se suponía en el difunto la siguiente exclamación:
            
¡Oh príncipes que estáis en presencia de Osiris! ¡Yo os saludo!... Concededme por gracia la destrucción de mis pecados, según habéis hecho con los siete espíritus que siguen a su Señor.
            
La cabeza del Brahmâ se adorna con siete rayos y le acompañan los siete rishis en los siete Svargas. China tiene sus siete pagodas; Grecia tenía sus siete cíclopes, siete demiurgos y siete dioses misteriosos o Kabiris, cuyo jefe era Júpiter-Saturno, o el Jehovah de los judíos. Despúes esta deidad llegó a ser el supremo y único Dios, substituyéndole en su antiguo lugar el arcángel San Miguel, “caudillo de las legiones” angélicas (tsaba), “general en jefe de los ejércitos de Dios”, debelador del demonio, “archisátrapa de la sagrada milicia” y matador del “Gran Dragón”. Pero como la astrología y ls simbología no se cuidan de encubrir ideas viejas con nuevas caretas, han conservado el verdadero nombre de Miguel (Mikael), “que era jehovah” (siendo el “ángel de la faz del Señor”, “el guardián de los planetas” y viva imagen de Dios, a quien representaba en sus visitas a la Tierra); pues, según se dice claramente en hebreo, es un ....., o sea un semejante a Dios. Fue él quien expulsó a la serpiente.
            
Miguel rige al planeta Saturno, y por lo tanto es Saturno. Su nombre secreto es Sabbathiel, porque preside el día del sabbath entre los judíos y el astrológico sábado. Una vez identificada la figura del cristiano vencedor del demonio, queda todavía expuesta su reputación a mayor peligro en futuras identificaciones. Los ángeles bíblicos llevan el nombre de malachim, o sea “mensajeros” entre Dios (o más bien los dioses) y los hombres. En hebreo la palabra ... (Malach) significa también un “rey”, y Malech o Melech era lo mismo que Moloch y que Saturno o el Seb de los egipcios, a quien estaba consagrado el sábado o día de Saturno. Los sabeos distinguían entre el planeta Saturno y el dios regente de este planeta, con mucha más precisión que los católicos distinguen entre las estrellas y sus ángeles. Los cabalistas tienen el arcángel San Miguel por patrono de la séptima obra de la magia.
            
Según dice Eliphas Levi, que debía saberlo:
            
En simbolismo teológico... Júpiter [el Sol] es el triunfante y glorioso Salvador, y Saturno es el Dios Padre, o el Jehovah de Moisés.
          
Jehovah y el Salvador, Saturno y Júpiter son, por lo tanto, idénticos, y como a Miguel se le llama viva imagen de Dios, resulta muy peligroso para la Iglesia llamar a Saturno o Satán el ángel malo. Pero Roma es fuerte en casuística; y se desembarazará de esta identificación como de tantas otras, glorificándose a sí misma a su placer y sin reparo. No obstante, parece como si todos sus dogmas y ritos hayan sido otras tantas páginas arrancadas de la historia del ocultismo y contrahechas después. Un escritor católico confiesa ahora al menos que es sumamente tenue la separación entre la Teogonía caldea y cabalística, y la Angelología cristiana y la Teodicea, hasta el punto de que parece imposible hallar pasajes como el siguiente (se debería tomar buena nota de los pasajes que hemos señalado en bastardilla):
            
Uno de los rasgos más característicos de nuestras Escrituras Sagradas es la deliberada dicreción con que se enuncian los misterios menos necesarios para salvarse... Así pues, además de estas “miríadas de miríadas” de angélicas criaturas a que acabamos de referirnos, y de todas estas divisiones prudentemente elementales, hay seguramente muchas otras cuyos verdaderos nombres no han llegado hasta nosotros. Porque, como acertadamente dice el Crisóstomo, “hay sin duda muchas otras virtudes  cuyas denominaciones estamos muy lejos de conocer”... Los nueve órdenes no son en modo alguno los únicos que pueblan el cielo, donde por el contrario, moran innumerables tribus de habitantes infinitamente variados, de los cuales sería imposible dar la más leve idea en lenguaje humano... Pablo, que había aprendido sus nombres, nos revela su existencia.
            
Por lo tanto, fuera grandísimo engaño ver nada más que errores en la angelología de los cabalistas y gnósticos tan duramente tratados por el apóstol de los gentiles, porque la censura debe llegar tan sólo a sus exageraciones e interpretaciones viciosas, y aun más a la aplicación de estos nobles títulos a las miserables personalidades de demonios usurpadores. Nada tan semejante, muchas veces, como el lenguaje de los jueces y el de los reos [santos y ocultistas]. Es preciso profundizar este dual estudio [de credo y profesión], y lo que más importa, confiar ciegamente en la autoridad del tribunal para apreciar con justicia en qué consiste el error. La gnosis condenada por San Pablo, es sin embargo para él, como lo fue para Platón, el supremo conocimiento de todas las verdades y del Ser por excelencia o ...... Las ideas tipos o ..... del filósofo griego; las inteligencias de Pitágoras; los eones o emanaciones que dieron motivo a las primeras herejías; el Logos o Verbo, jefe supremo de las inteligencias; el Demiurgo que, según los paganos, construyó el mundo bajo la dirección de su Padre; el desconocido Dios, lo Infinito o En-Soph [de los cabalistas]; los períodos angélicos; los siete espíritus; los abismos de Ahriman; los rectores del mundo; los archontes del aire; el Dios de este mundo; el pleroma de las inteligencias; el metatron de los judíos; todo esto se encuentra palabra por palabra, así como otras varias verdades, en las obras de los más conspicuos doctores de la Iglesia, y en los escritos de San Pablo .
            
No diría más un ocultista deseoso de poner en evidencia los innumerables plagios de la Iglesia. Y después de tan palmaria confesión, ¿tenemos o no derecho para volver la oración por pasiva y decir de los cristianos dogmáticos lo que ellos dicen de los gnósticos y ocultistas, conviene a saber: “que se apropiaron nuestros conceptos y repudiaron nuestras doctrinas”? Porque los “promotores de la falsa gnosis” (que heredaron de sus lejanos antepasados la terminología ocultista) no son los que fueron a pedirla de prestado a los cristianos, sino que, por el contrario, los Padres de la Iglesia y los teólogos saquearon nuestras arcas y después han tratado siempre de destrozarlas.
            
El pasaje antes citado dará mucha luz a cuantos ardientemente buscan la verdad por sí misma; demostrando el origen de ciertos ritos eclesiásticos inexplicables hasta hoy a los sencillos, y demostrando el por qué, hasta el siglo V y aun el siglo VI de nuestra era, las oraciones litúrgicas de los cristianos contenían frases tales como: “El Sol Nuestro señor”, que más tarde se modificó por: “Dios nuestro señor”. Conviene recordar que los primeros cristianos representaban a Cristo en las paredes de las catacumbas en figura de pastor, con todos los atributos de Apolo, y en actitud de ahuyentar al lobo Fenris, que intenta devorar al Sol y a sus planetas.


D.S TV

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