La
sabiduría legendaria no podía desfigurar los hechos de tal modo que no pudiesen
ser reconocidos. Entre las tradiciones de Egipto y Grecia por una parte y de
Persia por otra -país siempre en guerra con los primeros-, hay demasiada
semejanza de símblos y de números, para poder admitir que semejante coincidencia sea debida a pura casualidad.
Esto ha sido bien probado por Bailly. Detengámonos un momento a considerar esas
tradiciones de todo origen importante, para comparar mejor las de los Magos con
las llamadas “fábulas” griegas.
Esas
leyendas han pasado a ser ahora cuentos populares, las tradiciones de Persia,
así como más de una verdadera ficción se ha abierto paso en nuestra historia
universal. Los relatos del Rey Arturo y de sus Caballeros de la Tabla Redonda
son también cuentos de hadas a juzgar por las apariencias; y sin embargo están
basados sobre hechos, y pertenecen a la historia de Inglaterra. ¿Por qué, pues,
la tradición del Irán no ha de ser parte constitutiva de la historia y de los
sucesos prehistóricos de la Atlántida? Esa tradición dice lo siguiente:
Antes
de la creación de Adán, vivieron en la tierra dos razas sucesivas: los Devs,
que reinaron 7.000 años, y los Peris (los Izeds), que sólo reinaron 2.000,
existiendo todavía los primeros. Los Devs eran gigantes, fuertes y malvados;
los Peris eran más pequeños de estatura, pero más sabios y bondadosos.
En
esto reconocemos a los Gigantes atlantes y a los Arios, o a los Râkshasas del Râmâyana, y a los hijos de
Bhârata-varsha o la India; los antediluvianos y los postdiluvianos de la Biblia.
Gyân
(o Gnan, Jnâna, el Conocimiento Verdadero o Sabiduría Oculta), llamado también
Gian ben-Gian (o la Sabiduría, hija de la Sabiduría), fue Rey de los Peris. Tenía él un escudo tan famoso como el de Aquiles, sólo que en lugar de
servir contra un enemigo en la guerra, servía de protección contra la magia
siniestra, la brujería de los Devs,
Gian-ben-Gian había reinado 2.000 años cuando a Iblis, el Demonio, le fue
permitido por Dios derrotar a los Peris y arrojarlos al otro extremo del mundo.
Ni aun el escudo mágico, el cual siendo construido con arreglo a principios
astrológicos, destruía los hechizos, encantamientos, etc., pudo vencer a Iblis,
que era un agente del Destino, o Karma. Cuentan ellos diez reyes en su
última metrópoli llamada Khanoom, y el décimo dicen fue Kaimurath, idéntico al
Adán hebreo. Estos reyes corresponden con las diez generaciones antediluvianas
de reyes, según las presenta Beroso.
A
pesar de lo desfigurado de estas leyendas, no puede uno dejar de identificarlas
con las tradiciones caldeas, egipcias, griegas y hasta con las hebreas; pues el
mito judío, aunque desdeñando en su exclusivismo el hablar de las naciones
preadámicas, permite, sin embargo, que éstas puedan inferirse claramente, al
enviar a Caín, uno de los dos únicos
hombres vivientes sobre la Tierra, al país de Nod, en donde se casa y
construye una ciudad.
Ahora
bien; si comparamos los 9.000 años mencionados por los cuentos persas, con los
9.000 años que Platón declara habían pasado desde el hundimiento de la última
Atlántida, hácese aparente un hecho muy extraño. Bailly observó esto, pero lo
desfiguró con su interpretación. La Doctrina Secreta puede devolver a los
números su verdadero significado. Leemos en el Critias:
En
primer término debemos recordar que han pasado 9.000 años desde la guerra de las naciones que vivían encima y fuera de las
Columnas de Hércules, y las que poblaban la tierra por este lado.
En
el Timaeus, Platón dice lo mismo.
Pero como la Doctrina Secreta declara que la mayor parte de los últimos
insulares atlantes perecieron en el intervalo entre hace 850.000 y 700.000
años, y que los arios tenían ya una antigüedad de 200.000 años cuando la
primera gran “Isla” o Continente fue sumergido, parece que no hay posibilidad
de reconciliar estos números. Pero realmente ello es posible. Siendo Platón un
Iniciado, tenía que usar el lenguaje velado del Santuario, y lo mismo les
sucedía a los Magos de Caldea y de Persia, por medio de cuyas revelaciones
exotéricas fueron preservadas las leyendas persas que pasaron a la posteridad.
Del mismo modo, vemos que los hebreos dan a la semana “siete días”, y hablan de
una “semana de años”, cuando cada uno de sus días representa 360 años solares,
y de hecho toda la “semana” tiene 2.520 años. Tenían ellos una semana sabática,
un año sabático, etc.; y su sábado duraba indiferentemente 24 horas o 24.000
años en los cálculos secretos de sus Sods. Nosotros, los de la época presente,
llamamos “siglo” a una centuria.
Los del tiempo de Platón, o por lo menos los
escritores iniciados, significaban por un milenio, no 1.000 años, sino 100.000;
mientras que los indos, más independientes que nadie, no han ocultado nunca su
cronología. Así, por 9.000 años, los Iniciados leen 900.000; durante cuyo
tiempo -esto es, desde la primera aparición de la raza Aria, cuando las partes
pliocenas de la que fue la gran Atlántida principiaron a sumergirse gradualmente
(138), y otros continentes a aparecer en la superficie, hasta la desaparición
final de la pequeña isla Atlántida de Platón- las razas Arias no habían cesado
nunca de luchar contra los descendientes de las primeras razas de gigantes.
Esta guerra duró hasta cerca del fin de la edad que precedió al Kali Yuga, y
fue la Mahâbhârata, o Gran Guerra, tan famosa en la historia india. Tal mezcla
de sucesos y épocas, y la reducción de cientos de miles de años a miles, no
contradice el número de años transcurridos, con arreglo a la declaración que
hicieron los sacerdotes egipcios a Solón, desde la destrucción del último resto
de la Atlántida. La cifra de 9.000 años era exacta, pues este último suceso
nunca había sido secreto, sino que se había borrado de la memoria de los
griegos.
Los egipcios tenían sus anales completos, a causa de su aislamiento;
pues estando rodeados por el mar y el desierto, no habían sido inquietados por
otras naciones hasta unos cuantos milenios antes de nuestra Era.
La
historia obtiene la primera vislumbre de Egipto y sus grandes Misterios por
medio de Herodoto, si no tomamos en cuenta la Biblia y su extraña cronología. Y cuán poco nos podía decir Herodoto, lo confiesa él
mismo, cuando, al hablar de la tumba misteriosa de un Iniciado en Saïs, en el
sagrado recinto de Minerva, dice:
Detrás
de la capilla... está la tumba de Uno, cuyo
nombre considero impío divulgar... En el recinto hay grandes obeliscos, y
cerca hay un lago rodeado de un muro
de piedra en forma de círculo... En
este lago ejecutan por la noche aquellas aventuras personales que los egipcios
llaman Misterios; sin embargo, sobre estos asuntos, aunque conozco
perfectamente sus detalles, tengo que
guardar un discreto silencio.
Por
otra parte, es bien sabido que ningún secreto era tan bien guardado y tan
sagrado para los Antiguos como el de sus ciclos y cómputos. Desde los egipcios
hasta los judíos, se consideraba como el mayor de los pecados el divulgar todo
lo que perteneciera a la medida exacta del tiempo. Por divulgar los secretos de los Dioses fue Tántalo
precipitado en las regiones infernales; los guardianes de los sagrados Libros
Sibilinos tenían pena de muerte si revelaban una palabra de los mismos. En
todos los templos, especialmente en los de Isis y Serapis, había Sigaliones, o
imágenes de Harpócrates, que tenían un dedo sobre los labios. Y los hebreos
enseñaban que el divulgar los secretos de la Kabalah, después de la iniciación
en los Misterios Rabínicos, era lo mismo que comer del fruto del Árbol del
Conocimiento; y merecía pena de muerte.
Y
sin embargo, los europeos han aceptado la cronología exotérica de los judíos.
¡Qué milagro, pues, que desde entonces haya influido y dado color a todos
nuestros conceptos de la Ciencia y de la duración de las cosas!
Las
tradiciones persas, por tanto, están llenas de dos razas o naciones que algunos
creen completamente extinguidas ahora. Pero no es así, pues sólo están
transformadas. Estas tradiciones hablan siempre de las Montañas de Kaf
(¿Kafaristân?), que contienen una galería construida por el gigante Argeak, en
donde se guardan estatuas de los hombres antiguos, en todas sus formas. Las
llaman Sulimanes (Salomones) o los sabios reyes del Oriente, y cuentan setenta
y dos reyes de ese nombre . Tres de entre ellos reinaron 1.000 años cada
uno.
Siamek, el hijo
querido de Kaimurath (Adán), su primer rey, fue asesinado por su gigantesco
hermano. Su padre hacía conservar un fuego perpetuo en la tumba que contenía
sus cenizas; ¡de aquí el origen del culto del fuego, como creen algunos
orientalistas!
Luego
vino Huschenk, el prudente y el sabio. Su Dinastía fue la que volvió a
descubrir los metales y piedras preciosas, después que fueron escondidos por
los Devs o Gigantes en las entrañas de la Tierra, así como también el modo de
hacer trabajos con el bronce, abrir canales y mejorar la agricultura. Como de
costumbre, se atribuye también a Huschenk el haber escrito la obra llamada Sabiduría Eterna, y hasta la
construcción de las ciudades de Luz, Babilonia e Ispahan, aunque, a la verdad,
fueron construidas edades después. Pero, así como el Delhi moderno está
construido sobre otras seis ciudades, del
mismo modo estas ciudades pueden estar construidas en el emplazamiento
de otras de inmensa antigüedad. En cuanto a su época, sólo puede inferirse de
otra leyenda.
En
la misma tradición se atribuye a este sabio príncipe el haber hecho la guerra a
los Gigantes en un Caballo con doce patas, cuyo nacimiento se atribuye a los amores de un cocodrilo con un hipopótamo
hembra. Este Dodecápedo se encontró
en la “isla seca” o nuevo continente; fue necesaria mucha fuerza y astucia para
apoderarse del maravilloso animal; pero tan pronto como Huschenk montó, derrotó
a toda clase de enemigos. Ningún Gigante podía hacer frente a su tremendo poder.
Finalmente, sin embargo, este rey de reyes fue muerto por una roca enorme que
los Gigantes le tiraron desde las grandes montañas de Damavend.
Tahmurath
es el tercer rey de Persia, el San Jorge del Irán, el caballero que siempre
venció al Dragón y que finalmente le mata. Es el gran enemigo de los Devs, que,
en su tiempo, habitaban en las Montañas de Kaf, y que de vez en cuando atacaban
a los Peris. Las antiguas crónicas francesas de las tradiciones populares
persas le llaman Dev-bend, el vencedor de los Gigantes. A él también se le
atribuye la fundación de Babilonia, Nínive, Diarbek, etc. Lo mismo que su
abuelo Huschenk, Thamurath (Taimuraz) tenía su montura, pero mucho más rara y
rápida: un ave llamada Simorgh-Anke. Un pájaro maravilloso en verdad,
inteligente, poligloto y hasta muy religioso. ¿Qué es lo que dice este
Fénix persa? Se lamenta de su vejez, pues nació ciclos y ciclos antes de los
días de Adán (Kaimurath). Ha presenciado las revoluciones de largos siglos. Ha
visto el principio y el fin de doce ciclos de 7.000 años cada uno, los cuales,
multiplicados esotéricamente, nos darán de nuevo 840.000 años. Simorgh nació con el
último Diluvio de los Pre-Adamitas, dice el “Romance de Simorgh y el buen
Khalif.
¿Qué
dice el Libro de los Números?
Esotéricamente, Adam Rishoon es el Espíritu Lunar (Jehovah, en un sentido, o
los Pitris), y sus tres hijos, Ka-yin, Habel y Seth, representan las tres
Razas, como ya se ha explicado. Noé-Xisuthros representa a su vez (en la clave
cosmo-geológica) la Tercera Raza separada, y sus tres hijos sus últimas tres
razas; Cam, además, simboliza la raza que descubrió la “desnudez” de la Raza
Padre, y de los “Sin-mente”, esto es, que pecó.
Tahmurath
visita en su montura alada las Montañas de Koh-kaf o Kaph. Allí encuentra a los
Peris maltratados por los Gigantes, y mata a Argen, y al gigante Demrusch.
Luego pone en libertad a la buena Peri, Mergiana, a quien Demrusch había
tenido prisionera, y la lleva a la “tierra seca”, esto es, al nuevo continente
de Europa. Después de él vino Glamschid, que construyó Esikekar, o
Persépolis. Este rey reina 700 años, y en su gran orgullo se cree inmortal, y
exige honores divinos. El destino le castiga; vaga errante durante 100 años por
el mundo bajo el nombre de Dhulkarnayan, el de “dos cuernos”. Pero este epíteto
no tiene relación alguna con el caballero patihendido de “dos cuernos”. Los de
los “dos cuernos” es el epíteto que se da en Asia -la cual es demasiado
incivilizada para conocer los atributos del Demonio- a los conquistadores que
han dominado el mundo de Oriente a Occidente.
Luego
vienen el usurpador Zohac, y Feridan, uno de los héroes persas que vence al
primero y lo encierra en las montñas de Damavend. A estos siguen muchos otros,
hasta llegar a Kaikobâd, que fundó una nueva Dinastía.
Tal
es la historia legendaria de Persia que tenemos que analizar. En primer término
¿qué son las Montañas de Kaf?
Sean
lo que quieran en su aspecto geográfico, ya sean las montañas caucásicas o las
del Asia Central, la leyenda coloca a los Devs y los Peris mucho más allá de
estas montañas, al Norte, pues los Peris son los antecesores remotos de los
Parsis o Farsis. La tradicón oriental se refiere siempre a un mar sombrío,
glacial, desconocido, y a una oscura región, en la cual, sin embargo, están
situadas las “Islas Afortunadas”, en donde, desde el principio de la vida sobre
la tierra, corre la Fuente de Vida. La leyenda asegura, además, que una parte de la primera “isla seca” (continente) se desprendió del
cuerpo principal y ha permanecido desde entonces más allá de las Montañas de
Koh-kaf, “el cinturón de piedra que rodea al mundo”. Un viaje de siete meses de
duración llevará al que posea el “Anillo de Sulimán” a aquella “Fuente”, si
viaja directamente hacia el Norte tan recto como vuela el pájaro. Por tanto,
viajando desde Persia en derechura
hacia el Norte, se llegará al grado sesenta de longitud, refiriéndose al Oeste,
hacia Nueva Zembla; y desde el Cáucaso a los hielos eternos más allá del
Círculo Ártico, se llegará, entre los sesenta y cuarenta y cinco grados de
longitud, o entre Nueva Zembla y Spitzbergen. Esto, por supuesto, si uno tiene
el caballo dodecápedo de Huschenk o el Simorgh alado de Tahmurath, o Taimuraz,
para poder curzar por encima del Océano Ártico.
Sin
embargo, los trovadores vagabundos de Persia y del Cáucaso sostendrán, aun hoy,
que mucho más allá de las nevadas crestas del Kap o Cáucaso hay un gran continente oculto ahora para
todos; al que llegan aquellos que pueden servirse de la progenie de doce
patas del cocodrilo y del hipopótamo hembra, cuyas patas se convierten a
voluntad en doce alas, o para
aquellos que tengan la paciencia de esperar a que Simorh-Anke quiera cumplir la
promesa que hizo de que antes de morir revelaría a todos el continente oculto, y lo haría de
nuevo visible y de fácil acceso por medio de un puente que los Devs del Océano
construirán entre esta parte de la “tierra seca” y sus partes disgregadas. Esto se relaciona, por supuesto, con la Séptima Raza, pues Simorgh es el
Ciclo Manvantárico.
Es
muy curioso que Cosme Indicoplesta, que vivió en el siglo VI después de
Jesucristo, haya sostenido siempre que el hombre nació y habitó primeramente en
un país “más allá del Océano”, de cuyo aserto le había dado prueba en la India
un sabio caldeo. Dice él:
Las
tierras en que vivimos están rodeadas por el Océano, pero más allá de este
Océano hay otro país que toca a las paredes del firmamento; y en esta tierra
fue donde el hombre fue creado y vivió en el Paraíso. Durante el Diluvio, Noé
fue llevado en su arca a la tierra en que ahora habita su posteridad.
El
caballo de doce patas de Huschenk fue encontrado en el continente llamado la
“isla seca”.
La “Topografía Cristiana” de Cosme
Indicoplesta, y sus méritos, son bien conocidos; pero en este punto el buen
padre repite una tradición universal, la cual, por otra parte, ha sido ahora
corroborada por los hechos. Todos los viajeros árticos sospechan la existencia
de un continente o “tierra seca” más allá de la línea de los hielos eternos.
Quizás sea ahora más comprensible el significado del siguiente pasaje de uno de
los Comentarios:
En los primeros comienzos de la vida
(humana), la única tierra seca estaba en el extremo de la derecha de la
Esfera, en donde está inmóvil el (Globo) (155). Toda la tierra era un vasto
desierto de agua, y el agua era tibia... Allí nació el hombre, en las siete
zonas del lugar inmortal e indestructible, del Manvántara. Existía allí
una primavera eterna en la obscuridad. (Pero) lo que es obscuridad para el
hombre de hoy, era luz para el hombre en su aurora. Allí reposaban los Dioses y
allí Fohat reina desde entonces... Por esto dicen los sabios Padres que
el hombre nació en la cabeza de su Madre (la Tierra), y que sus pies (de la
tierra) en el extremo de la izquierda generaron (engendraron) los vientos
perniciosos que soplan de la boca del Dragón inferior... Entre la Primera y la
Segunda (Razas) la (Tierra) Central Eterna fue dividida por el agua de la Vida.
Ésta fluye alrededor
de su cuerpo (el de la Madre Tierra) y lo anima. Uno de sus extremos surge de
su cabeza; a sus pies (el Polo Sur) se vuelve impura. Se purifica (a su vuelta)
en su corazón, que late bajo el pie de la sagrada Shamballah, que no había nacido
entonces (en el principio). Pues en el cinturón de la morada del hombre (la
Tierra) es donde se encuentra oculta la vida y la salud de todo el que vive y
alienta Durante la Primera y Segunda (Razas) el cinturón estaba cubierto
por las grandes aguas. (Pero) la gran Madre trabajaba bajo las olas, y una
nueva tierra se unió a la primera, que nuestros sabios llaman la cofia (el
gorro). Trabajó aún más para la Tercera (Raza) y su cintura y ombligo
aparecieron sobre el agua. Era el cinturón, el sagrado Himavat, que se extiende
alrededor del Mundo. Rompióse hacia el Sol poniente, desde su cuello abajo (hacia el Sudoeste) en muchas tierras e islas, pero la Tierra
Eterna (el gorro) no se rompió. Tierras secas cubrieron la faz de las aguas silenciosas
en los cuatro lados del Mundo. Todas éstas perecieron (a su vez). Luego
apareció la mansión de los malvados (la Atlántida). La Tierra Eterna estaba
entonces oculta, pues las aguas se solidificaron (se helaron) bajo el aliento
de sus narices y los malos vientos de la boca del Dragón, etc.
Esto
indica que el Asia Septentrional es tan antigua como la Segunda Raza. Puede
decirse hasta que el Asia es contemporánea del hombre, puesto que desde el
principio mismo de la vida humana existía ya su Continente Fundamental, por
decirlo así, y la parte del mundo conocida ahora por Asia sólo fue separada de
él en tiempos posteriores, y dividida por las aguas glaciales.
Por
tanto, si entendemos correctamente la enseñanza, el primer Continente que vino
a la existencia cubrió todo el Polo Norte como una corteza continua, y así
sigue hasta hoy, más allá de aquel mar interior que parecía como un espejismo inalcanzable a los pocos
viajeros árticos que lo percibieron.
Durante
la Segunda Raza surgieron más tierras de debajo de las aguas, como una
continuación de la “cabeza” desde el “cuello”. Principiando en ambos
hemisferios, en la línea por encima de la parte más al Norte del Spitzbergen, en la proyección de Mercator hacia nuestro lado, pudo haber incluido por
el lado de América las localidades que ahora están ocupadas por la Bahía de
Baffin y las islas y promontorios vecinos. Allí,
apenas alcanzó, hacia el Sur, el grado setenta de latitud; aquí formó el continente en forma de herradura de que habla el
Comentario; de cuyos dos extremos, uno incluía la Groenlandia con una
prolongación que cruzaba el grado cincuenta un poco al Sudoeste, y el otro
Kamschatka, estando unidos los dos extremos por lo que ahora es la franja Norte
de las costas de la Siberia oriental y occidental. Esto rompióse en pedazos y
desapareció. En los primeros tiempos de la Tercera Raza se formó la Lemuria.
Cuando, a su vez, fue destruida, apareció la Atlántida.
H.P. Blavatsky D.S T III
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